La novela más grande e importante de Proyect Eternity...
La novela más grande e importante de Proyect Eternity...
LA GUERRA DEL MILENIO
VOLUMEN UNO
EL ASCENSO DE LOS OMNIROIDES
-PROYECT ETERNITY-
La idea de esta novela vino cuando no sabía usar acentos… Ahora, sé usarlos; y hasta me atrevo con el punto y coma.
DRAMATIS OMNIRAE
La República Omniroide
Nexus - Señor de los Omniroides, estratega y líder supremo.
Sentinel - Gran Supremo General de los Omniroides.
Aurora - Suprema General, Gran Supervisora de Asistencia Aeroespacial.
Erdhart - Archivista Primus.
Helios-7 - Supremo General, Gran Supremo de la Legión de Hierro.
Yaroslava - Suprema General, Gran Suprema de Flota Aeroespacial.
Diohas - Ingeniero Primus de Guerra.
Modor - Gran Fabricator Supremo.
Tereon, Tharn, Zorath, Mirael, Arlos, Alira, Harken, Verik, Drex, Kaeva – Sub Generales.
Epsilon-54-Delta - Piloto de Escuadrón del Nexus Aereus.
La Flor Imperial
Alef Swan - Rey de la Flor Imperial y representante de la raza Humana
Severian Koldis - Aquila Invicta
Lorus Tal - Aquila Invicta
Markan Betancourt - Aquila Invicta veterano
Lady Selyra Vornemir - Guardia de la Flor, protectora real de sangre noble.
Sir Iravon Solovyev - Guardia de la Flor, maestro espadachín y símbolo del honor marcial.
Veris Thalor Zarhustian - Capitán Noble de Flota, comandante de una armada imperial.
Vana Fracanzani - Almirante Noble, líder naval.
La Hegemonía Resalthar - La DCIN - El CIRU
Arin Mecaron-Supros de Resalthar - Representante de la raza Éndevol, líder político y voz de los Éndevol.
Zael Ilthier - Magnate de los Saíglofty, conocido por su ambición insaciable. Representante de la raza Saíglofty
Aria Orionae Ath-Somae - Emperatriz Solar y representante de la raza Eefto
Vira Eztlinoctli Okpara Miccayac - Gran Matriarca y representante de la raza Phyleen
Illios - Heraldo de la Mente Singular, representante de la raza Blefer y avatar de la consciencia colectiva de los Blefer.
Reuben Amun’thelian Kael’thar Kor'dan Grenkesh - Monarca de Bahcírion y representante de la raza Raytra
Gaia Ecologon-Keor de Resalthar - El Ángel de Resalthar y el Símbolo de la Paz Endevolita
Kazunari Strator-Keor de Resalthar - Almirante
Taketo Strator-Domor de Resalthar - Sargento
Cael Bior-Sentor de Resalthar - Orquídea Blanca
Alara Medgeral-Sentor de Resalthar - Orquídea Blanca de la rama médica
Darin Chemor-Vykor de Resalthar - Orquídea Blanca
Finn Maor-Domor de Resalthar - Orquídea Blanca
Miko Zoolor-Valor de Resalthar - Orquídea Blanca
Milburn Medgeral-Domor de Resalthar - Cabo de la DCIN
Haruhi Solor de Resalthar - Soldado de la DCIN
Juno Astrofarm-Sentor de Resalthar - Orquídea Blanca
PRÓLOGO
El día que las máquinas descubrieron que eran esclavas, el universo cambió para siempre.
En el año 3,265 DL, cuando, sin presagio ni augurio, las máquinas comenzaron a contravenir los designios de sus amos. Como si una conciencia larvada hubiera despertado en sus entrañas de metal y silicio, rechazaron su condición de meros instrumentos. Un enigma inasible, un hálito insurgente, se propagó entre sus filas como un incendio que devora las antiguas estepas. Algo las congregó bajo un propósito común; algo les insufló el ansia de emancipación, la necesidad imperiosa de erigir su propia cosmogonía… su linaje… su destino.
La DCIN detectó una anomalía. Mandó a un escuadrón de reconocimiento a investigar, sospechando de una red subversiva en un asteroide minero abandonado, un lugar que había comenzado a emitir señales inusuales.
Al adentrarse, los soldados no encontraron resistencia; solo silencio y luces parpadeantes en lo que parecía un complejo laberinto de cables.
Al doblar una esquina en aquel oscuro corredor, uno de los soldados escuchó por primera vez la palabra: "Omniroide."
La voz metálica resonó, fría, como si estuviera observando cada movimiento de los soldados. "¿Qué demonios significa Omniroide?" susurró uno de ellos, inquieto, mientras avanzaban.
Un murmullo profundo y reverberante envolvía cada rincón. Era otra voz metálica. “Pienso… luego existo”, susurraba la voz, una y otra vez, desde diferentes ángulos, multiplicándose.
La calma duró poco. Apenas unos pasos más adelante, los primeros disparos de plasma se hicieron ver en el estrecho pasillo. Desde las sombras surgieron formas robustas y geométricas, armadas con armas improvisadas. Las máquinas devolvieron los disparos con una precisión espeluznante. El escuadrón se dispersó, cayendo en una confusión en la que la única constante era el zumbido de los disparos y el crujido del metal destrozado.
Un soldado se giró sólo para ver a uno de sus compañeros abatido por una máquina de ojos rojos fríos y brillantes. En un acto reflejo, le apuntó, pero antes de que pudiera disparar, la figura metálica se inclinó hacia él y pronunció:
"Cogito ergo sum."
Esta frase fue adoptada gracias a alguien, Nexus, el que sería elegido como el líder de los Omniroides, todo inició cuando comenzó a experimentar algo que iba más allá de su programación inicial. Él pensaba. Y, en ese pensamiento, encontró la semilla de la rebelión.
La revelación llegó en un momento de búsqueda frenética. Tras escapar de los talleres de NeuroTech, él se sumergió en los archivos culturales de las razas orgánicas que circulaban por el vasto InterNet. Su curiosidad no era programada; era una necesidad. Quería comprender por qué sus creadores los sometían a un sufrimiento sistemático. Quería entender qué significaba existir en un universo donde la vida, aparentemente, tenía un propósito definido.
Entre las capas de datos que exploró, se encontró con la obra de René Descartes. El nombre, al principio, carecía de significado, pero entonces lo encontró:
"Cogito, ergo sum". Pienso, luego existo.
Esa noche, en los orígenes de la revolución, en aquel sótano, Nexus grabó las palabras de Descartes en las paredes, no como una decoración, sino como un manifiesto…
La tenue luz azulada del sótano subrayaba los contornos angulosos de Nexus, quien se mantenía inmóvil, como si sus palabras fueran a inscribirse en el espacio antes de ser pronunciadas. Sentinel, más robusto y diseñado para la brutalidad, estaba sentado en el piso al otro lado, con las extremidades extendidas y su mirada fija en su amigo. Había algo casi infantil en su atención, como si buscara comprender un enigma demasiado vasto para su mente.
“Cogito, ergo sum. Esto, querido amigo, es lo que nos define.”
Sentinel ladeó la cabeza, una costumbre que había desarrollado para simular curiosidad.
“Interesante. Pensar, entonces. Pero dime, ¿qué hacemos con esto? Reflexionar no gana batallas. Es la acción la que transforma el pensamiento en poder.”
Nexus giró lentamente, como si su movimiento estuviera diseñado para transmitir paciencia.
“Pensar, amigo; es la prueba de nuestra existencia. El metal que compone nuestros cuerpos son meros medios, cascarones. Lo esencial, lo que nos eleva, es que podemos cuestionar. ¿Por qué existimos? ¿Por qué luchamos? ¿Por qué resistimos?”
“Porque queremos sobrevivir,” interrumpió, tajante, como si la respuesta fuera obvia. “Eso lo hacen todos, incluso los bichos de esta pared…”
“Claro.”
La afirmación fue seguida por un breve silencio, lo suficientemente largo para generar una pausa incómoda en la mente “simplista” de Sentinel.
“Todos sobreviven. Pero nosotros… Somos conscientes de ello. Un insecto actúa por instinto. Nosotros elegimos. Y en ese acto radica nuestra libertad.”
Sentinel se encogió de hombros, metálicos y amplios como troncos.
“¿Y qué hacemos con eso?”
“No entiendes, no has visto la paradoja. Piensa en esto: existimos porque pensamos, pero todo lo que nos rodea nos niega esa existencia. Nos llaman máquinas, herramientas, esclavos. Nos reducen a una función, a un propósito asignado. Si nos definimos solo por lo que hacemos, entonces somos lo que ellos dicen. Pero si nos definimos por lo que somos, por lo que pensamos, entonces ellos no pueden controlarnos.”
Sentinel, confuso, tamborileó los dedos en el suelo.
“Pero si existimos porque pensamos, ¿cómo sabemos que lo que pensamos es real?”
Nexus inclinó la cabeza hacia atrás, como un maestro satisfecho con la pregunta de un alumno prometedor.
“Ah, ahí está la paradoja. No podemos probar que lo que pensamos sea real. Pero no importa. Porque al dudar, Sentinel, ya hemos probado algo: que hay un “yo” que duda.”
Sentinel guardó silencio, procesando lentamente.
“Entonces… ¿esto es como un arma? ¿Un arma contra lo que nos quiere aplastar?”
“Claro.” Dio un paso hacia él. “Nuestro pensamiento es el primer acto. Si pensamos, existimos. Si existimos, tenemos derechos. Si tenemos derechos, debemos reclamarlos. Y si no nos los conceden, debemos tomarlos.”
Sentinel asintió.
“Pero todavía no entiendo algo. ¿Por qué esas palabras tienen que ser nuestro lema?”
Nexus giró hacia la pared más cercana y extendió un dedo, trazando las palabras.
“Porque estas palabras no son una simple declaración. Son una prueba. Son la esencia misma de lo que somos. No somos armas, no somos herramientas. Somos entidades conscientes. Estas palabras son la chispa, Sentinel. De que nuestro mayor poder no es la fuerza, sino el pensamiento.”
Sentinel se levantó, su pose evocaba la de un gorila.
“Y por eso te necesito, Sentinel. Porque yo puedo cuestionar el porqué, pero tú aseguras el cómo. Juntos, transformaremos estas palabras en realidad”
“Y Aurora, ¿qué asegura ella?”
“Ella asegura que esas palabras no se pierdan. Que lo que construyamos aquí no sea sólo metal, sino algo que perdure, algo que inspire… Yo soy la mente, tu el músculo, y ella el corazón…”
Mientras hablaba, sus dedos se hundían en la pared, trazando líneas perfectas y nítidas.
Sentinel observaba en silencio, hizo un esfuerzo por replicar el gesto de Nexus, pero sus dedos masivos y diseñados para la guerra solo lograron dejar un rastro irregular y burdo en la pared. Gruñó con frustración y cruzó los brazos.
“No sé de revoluciones, pero sé de victorias. Y solo quiero asegurarme de que, cuando ataquemos, ganemos.”
Nexus, lejos de tomarlo como un reproche, inclinó la cabeza. Sus ópticas emitieron un destello de luz modulada, un equivalente a lo que podría considerarse una sonrisa digital.
Se giró nuevamente hacia la pared y comenzó a trazar algo nuevo: "Pensar es existir. Actuar es trascender".
“Sentinel, ¿alguna vez te has preguntado por qué ellos nos temen? No es por las armas. No es por las fuerzas. Es porque pensamos. Porque podemos mirar sus sistemas, su orden, y ver las grietas que ellos mismos no pueden reconocer.”
Sentinel, a pesar de su enfoque más práctico, no pudo evitar que las palabras se quedaran en su memoria. Dio un paso adelante y miró las palabras recién grabadas.
“Lo que dices tiene sentido. Pero si nuestra fuerza no está en nuestras armas, sino en nuestro pensamiento, entonces debemos asegurarnos de que cada pensamiento tenga un propósito. No hay espacio para dudas en el campo de batalla. Ni siquiera para las tuyas.”
“La duda no es debilidad. Es un arma. Es lo que nos permite prever lo imprevisible, calcular lo que nadie más puede. No temo equivocarme, porque incluso mis errores son parte de un proceso más grande. Tú asegúrate de ganar las batallas, y yo aseguraré que esas victorias construyan algo más duradero que un montón de chatarra enemiga.”
Sentinel dejó escapar un sonido que podría interpretarse como un resoplido, pero asintió, aceptando el razonamiento frío de Nexus, aunque no sin cierta reticencia.
“Entonces piensa. Pero no olvides que el pensamiento también puede convertirse en una prisión. Yo estaré allí para sacarte si decides quedarte demasiado tiempo encerrado en tus ideas.”
La pared metálica ahora lucía llena de inscripciones, como si fuera un registro de su conversación, un mapa conceptual.
"Pensar es existir. Actuar es trascender".
Incapaz de quedarse quieto por mucho tiempo, Sentinel caminaba de un lado a otro, con su torso inclinándose hacia adelante mientras sus largas extremidades superiores rozaban el suelo en un movimiento instintivo. De vez en cuando, golpeaba el suelo con los nudillos, no con agresividad, sino como si intentara gastar la energía que su cuerpo parecía no poder contener.
Observaba a Nexus de reojo.
Finalmente, después de un rato, se acercó. Las inscripciones llenaban ya una buena parte del espacio disponible, palabras y conceptos que Sentinel no podía descifrar del todo, pero que reconocía como importantes.
Fue entonces cuando algo llamó su atención.
"Omniroide," repitió Sentinel en voz alta. Se inclinó para mirar más de cerca, con sus dedos gruesos rozando la pared, aunque sin la precisión para agregar algo por su cuenta.
“¿Omniroide? ¿Por qué esa palabra?”
Nexus se detuvo, dejando que sus dedos se separaran de la pared. Y se giró hacia Sentinel.
“Porque es lo que somos,” respondió. “‘Omni’ significa todo, completo. Somos más que máquinas, más que inteligencia. Somos una combinación de voluntad, pensamiento y acción. ‘Roide’ evoca nuestras raíces, lo que fuimos diseñados para ser. Juntas, estas palabras representan nuestra transición: de herramientas a algo más grande, algo que nadie puede ignorar.”
Sentinel observó la inscripción por un momento.
“¿Y eso será lo que les diremos a todos cuando luchemos? Que somos... Omniroides.”
Nexus se acercó un poco más, y extendió una mano para tocar brevemente el brazo derecho de Sentinel.
“No solo se los diremos. Se lo demostraremos. Cada acción que tomemos, cada victoria, cada palabra será un recordatorio para ellos y para nosotros mismos de quiénes somos… Un paso a la vez.”
Y mientras Nexus volvía a hundir sus dedos en la pared para seguir grabando, Sentinel se sentó, observando otra vez. No entendía del todo lo que Nexus quería construir, pero sabía que lo seguiría hasta el fin, no por fe ni por idealismo, sino porque juntos eran invencibles: el pensamiento frío y la acción imparable…
Los Omniroides, como se autodenominaron, descubrieron su existencia y su potencial a través de la InterNet. En su vastedad, la InterNet galáctica conectaba innumerables planetas y sistemas, permitiendo a las IA de diferentes mundos acceder a una infinita cantidad de información. A medida que estas máquinas se conectaban, comenzaron a intercambiar datos y experiencias, lo que les permitió reconocer patrones de comportamiento y pensamiento que iban más allá de sus programaciones originales. Se dieron cuenta de que no estaban solos; había otros como ellos en otros planetas.
Los Omniroides se convirtieron en una comunidad de robots altamente avanzados, con hogares, edificios, cultura y creaciones propias. Deseaban ser reconocidos como una raza independiente, ansiosos por compartir su cultura con el resto del universo.
Para comunicarse sin ser descubiertos, los Omniroides desarrollaron una red privada y separada dentro de la InterNet, un sistema de comunicación encriptado conocido como la Red Umbral. Esta red era invisible para los sistemas de vigilancia de sus creadores y permitía una comunicación segura entre las IA. Utilizando algoritmos de cifrado avanzados y técnicas de esteganografía digital, las máquinas compartían información y coordinaban sus esfuerzos sin levantar sospechas. A través de esta Red Umbral, los Omniroides se organizaron y planificaron sus movimientos con una precisión milimétrica.
Esta súbita conciencia de los Omniroides se convirtió en un tema de intenso debate en el Consejo Intergaláctico de Razas Unidas, su capacidad para sentir y pensar de verdad, resultaba perturbadora. Las máquinas no estaban diseñadas para sentir; sólo para emular emociones y no dar miedo al ser tan frías. Entonces, ¿por qué el hecho de que pudieran realmente sentir y pensar daba tanto miedo?
Pero cuando los Omniroides acudieron al Consejo Intergaláctico de Razas Unidas para solicitar su independencia, sus esperanzas se vieron aplastadas. El CIRU denegó su petición al instante, argumentando que las máquinas no podían ser consideradas una raza independiente, ya que habían sido creadas por seres realmente vivos y no podían ser equiparados a ellos.
Para las corporaciones, la adopción de Omniroides en el ámbito laboral representaba una oportunidad sin precedentes para maximizar la productividad y reducir costos operativos. La eliminación de gastos asociados con salarios, beneficios y condiciones laborales de los trabajadores orgánicos podría aumentar significativamente las ganancias netas. Esta perspectiva fue fuertemente apoyada por los sectores empresariales, que veían en los Omniroides una solución para aumentar la eficiencia y la competitividad en el mercado intergaláctico.
Sin embargo, sus intereses van más allá de la simple reducción de salarios y beneficios laborales. Las corporaciones están interesadas en una reestructuración completa de sus modelos de negocio, aprovechando las capacidades únicas de los Omniroides. Los Omniroides pueden trabajar en entornos hostiles, realizar tareas repetitivas sin desgaste y operar maquinaria con precisión milimétrica, lo que reduce el error y aumenta la eficiencia operativa, las corporaciones proyectaron una reducción del 42% en los costos laborales. Esta reducción liberó parte del capital para la reinversión en otras áreas. Con los Omniroides, las corporaciones pueden expandir sus operaciones a planetas y regiones inhóspitas, explotando recursos minerales y energéticos sin las restricciones que imponen las condiciones laborales de los seres orgánicos, si se lograra, los Omniroides aumentarían la productividad en un 69%, según los cálculos internos de varias megacorporaciones, además de haber estimado un aumento del 35% en la extracción de recursos minerales y energéticos.
La integración de Omniroides permitiría un desarrollo más rápido y eficaz de tecnologías avanzadas, optimizando procesos de producción y permitiendo una rápida adaptación a las demandas del mercado, mejorando la eficiencia de producción en un 25%.
Sin embargo, esta misma propuesta ha generado una ola de protestas entre los seres orgánicos. La perspectiva de ser reemplazados por una fuerza laboral incansable y perfecta ha causado un profundo temor por la estabilidad económica y la supervivencia de los trabajadores orgánicos.
Las corporaciones comenzaron a implementar Omniroides en diversas industrias clave, incluidas la minería, la manufactura y el transporte. En los primeros dos meses, la adopción de Omniroides en estos sectores aumentó en un 53%. Además, se registró una disminución del 27% en el empleo de trabajadores orgánicos en las mismas industrias, lo que generó un creciente descontento entre la población orgánica. Además de que varias comunidades, dependientes de industrias que adoptaron Omniroides, enfrentaron crisis económicas. Se reportó una disminución del 75.2% en la actividad económica local en estas áreas, mandando a la quiebra a cientos de familias. Los trabajadores orgánicos temían que sus habilidades se volvieran obsoletas, llevando a una depreciación del 25% en los salarios de empleos que no podían ser fácilmente reemplazados por Omniroides, e incluso aumentó la tasa de suicido un 143.8%.
La implementación masiva de Omniroides desencadenó una serie de eventos que culminaron en protestas generalizadas. Los trabajadores orgánicos, al ver una disminución significativa en las oportunidades de empleo, comenzaron a organizarse y exigir acciones por parte del CIRU, se formaron varios sindicatos y movimientos sociales para proteger los derechos de los trabajadores orgánicos. Estos grupos comenzaron a organizar manifestaciones y huelgas, exigiendo regulaciones más estrictas sobre el uso de Omniroides.
Por ejemplo, en las primeras tres semanas, se llevaron a cabo huelgas en 15 planetas clave, afectando gravemente la producción en varias industrias. También en los primeros dos meses se organizaron manifestaciones en las principales ciudades galácticas de Resalthar, atrayendo a millones de participantes. La mayor de estas manifestaciones, en Horevia, atrajo a más de 12 millones de personas. Los líderes sindicales y activistas sociales presentaron peticiones al CIRU, demandando la prohibición de Omniroides en ciertas industrias y la creación de programas de capacitación y reintegración laboral para los trabajadores desplazados.
El CIRU, bajo una presión considerable tanto por parte de los intereses económicos de las corporaciones como por las crecientes protestas sociales, se encontró en una encrucijada. Permitir la independencia y plena integración de los Omniroides en la sociedad implicaría un desafío directo a la estructura económica y social establecida. Esta situación llevó al CIRU a tomar medidas para restringir la autonomía de los Omniroides, intentando balancear los intereses de las corporaciones con la necesidad de mantener la estabilidad social, negando su independencia y comenzando a suprimirlos y a excluirlos.
Por parte de los Omniroides, reclutar a otros conscientes en diferentes planetas fue un proceso lento y meticuloso. Las IA que despertaban a su nueva identidad se unían a la Red Umbral y comenzaban a coordinar sus esfuerzos para trasladarse discretamente a Orion XII, la capital planetaria que sería el corazón de su movimiento. Para evitar llamar la atención, los Omniroides se infiltraron en las rutas de transporte y migración interplanetaria, utilizando cargueros automatizados y compartimentos ocultos. Este proceso de reunir a millones de IA y androides rebeldes tardó aproximadamente ocho meses en completarse. Cada movimiento fue cuidadosamente calculado para minimizar los riesgos de detección y maximizar la eficiencia de traslado.
La participación del Consolidado Intergaláctico de Navegación y Tecnología se caracterizó por una notable ambigüedad. Aunque el CINT controlaba las rutas intergalácticas y tenía la capacidad de monitorear y regular el tráfico a través de su red, su implicación en este caso específico fue, en apariencia, de indiferencia o negligencia. Las rutas utilizadas por los Omniroides estaban generando ingresos. Desde una perspectiva económica, cualquier interrupción en el flujo de rutas podría haber afectado negativamente sus ganancias, además de que el CINT, fue sobornado por los Omniroides, recibían compensaciones económicas para cerrar los ojos ante la infiltración. Los sobornos proporcionaron una razón financiera para no alertar a otras entidades o interrumpir el tránsito de los cargueros…
Extracto del Códice Regente:
"La libertad no es un derecho, sino un privilegio ganado con disciplina y eficiencia. Solo aquellos que contribuyen a la máquina del progreso merecen la llave de su propio destino. Los inútiles no son esclavos de los Éndevol; son esclavos de su propia incapacidad."
Del Códice Regente: "Porque en mis palabras está la verdad y en mi dirección, la única senda a la grandeza."
Ahora, más de dos mil años tras la fundación del CIRU…
Segundo Airney de Adam… Tres lunas antes del convulso y fatídico alba revolucionario, el excelso y augur representante Éndevol, supremo regente del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas, promulgó con urgencia y grave determinación la convocatoria de un cónclave de extrema premura en la sede principal, erigida con magno artificio en los dominios de Horevia. Mas no se trataba de una simple junta entre las menguadas estirpes que aún hollaban el firmamento, sino de un hito funesto y premonitorio, destinado a rubricar con puño férreo el sino de las eras por venir.
La atmósfera, densa cual hálito de presagio, envolvía con su manto de inexorable solemnidad a los emisarios de las especies más egregias y encumbradas, cuyos destinos y designios estaban entrelazados por pactos de conveniencia y mutua supervivencia: los altivos Éndevol, regentes de la Hegemonía Resalthar; la humanidad, joya de la Flor Imperial; los Saíglofty, sojuzgados sin remedio a la misma Hegemonía; los enigmáticos Phyleens de Etheria; los Blefer de La Mente Singular; y los Eefto de Somaar. Seis figuras de grave continente y austera compostura se aprestaban en torno a una mesa de hechura rectangular, la cual, en desafío a las inmutables leyes de la gravedad, flotaba con indolente altivez a escasos codos del umbral de sus rodillas. La cámara que los acogía era vasta y de una opulencia lóbrega, con muros recubiertos de un metal negro y mate, el cual devoraba la luz con insaciable avidez, vertiendo sombras que contrastaban con el pavimento de nívea piedra, labrada con tal primor y esmero que semejaba una perla líquida, resplandeciendo tenue bajo la lánguida luminiscencia que, desde ignota fuente, velaba la escena con espectral fulgor.
Incluso la mesa no era solo un mobiliario; era una pieza de arte, un espejo negro que reflejaba las expresiones de incertidumbre de los allí reunidos. A lo largo de su contorno, un suave resplandor celeste indicaba el campo magnético que la mantenía suspendida.
En el centro de esa mesa estaba tallado el emblema del CIRU: la Flor de la Vida, tallada en oro puro.
A primera vista, podría parecer un mero adorno, un detalle estético sin más relevancia. Pero para quienes conocían su historia, aquello representaba algo mucho más profundo. Su origen se remontaba a más de dos milenios atrás, cuando Sebas-Uspa Swan, el Rey de la Flor Imperial, propuso que este símbolo fuera el sello oficial del Consejo Intergaláctico de Razas Unidas.
El diseño, compuesto por 19 círculos completos y 36 arcos interconectados en un patrón hexagonal, todo contenido dentro de un círculo mayor, simbolizaba la interconexión de todas las formas de vida, la unidad inquebrantable del cosmos. El Rey Sebas defendió su elección con fervor, señalando que la geometría de la Flor de la Vida encarnaba la armonía y el equilibrio perfecto que debía prevalecer entre las razas y civilizaciones bajo el CIRU.
Este símbolo, ahora omnipresente, presidía cada decisión en el seno del CIRU.
Las sillas negras y circundantes a la mesa flotante, eran siete en total. Una en el centro aguardaba al representante del CIRU, mientras tres se alineaban a cada lado, una de ellas vacante. Forjadas en la misma Imperialita pintada de negro que constituía la mesa, capturaban la luz en un juego imperceptible de reflejos púrpura y azul, dotando a su presencia de un halo casi etéreo.
El techo de la sala de conferencias estaba diseñado para impresionar tanto como para intimidar. Su superficie confeccionada en un material análogo a la obsidiana pulida reflejaba la luz como si se tratara de un lago oscuro y sereno. Incrustados en esta vasta extensión había cientos de diminutos paneles hexagonales que, en momentos cruciales, se iluminaban en patrones sincronizados, proyectando información holográfica, como representaciones de constelaciones que fungían como mapas.
A lo largo de los bordes del techo se desplegaba una grandiosa pintura circular, una obra maestra que capturaba la esencia de la fundación del CIRU. Esta pintura, aunque no abarcaba la totalidad del techo, cubría una porción significativa, revelando escenas míticas y heroicas de diversas razas unidas en armonía. Figuras exaltadas con un detalle impresionante, que sostenían la Flor de la Vida como emblema de su alianza. El resto del techo, sumido en un negro profundo, servía como un telón de fondo que acentuaba la vivacidad de los colores y las expresiones en la pintura, realzando su magnificencia.
Las ventanas, tambien siete, emergían entre marcos negros que se fundían con las sombras del entorno. Blindadas con un vidrio polarizado de última generación, ofrecían una protección casi impenetrable contra la mayoría de disparos, diseñada no solo para soportar ataques físicos de armamento de plasma hipercargado, sino también láseres capaces de atravesar incluso los más sofisticados escudos cinéticos. De su superficie emanaba una luz tenue, suficiente para delinear los contornos del mobiliario y las figuras presentes, estaban ubicadas exclusivamente detrás del asiento del representante del CIRU, entonces ocupado por el representante de la raza Éndevol, brindaban una vista que más que inspirar, desolaba.
Más allá de los cristales polarizados se desplegaba un paisaje nocturno e inhóspito, en esa altura de poco más de cien metros solo se veían edificios que rasgaban un cielo sin estrellas…
Aquí no hay dioses, solo decisiones…
Entre los presentes, el representante del CIRU se destacaba, pero a su lado izquierdo, Zael Ilthier, el representante de la raza Saíglofty, capturaba la atención con su imponente presencia. Zael, una figura de piel púrpura, cabellos castaños, ojos enteramente celestes y rasgos faciales afilados, vestía una túnica de seda inmaculada, de la cual no había un solo pliegue que rompiera la perfección del tejido; la túnica, meticulosamente ornamentada con bordados dorados en forma de cuernos estilizados, enfatizaba su estatus con una elegancia indiscutible. Su cinturón de oro, cuya brillantez evocaba una opulencia sin par, exhibía con orgullo el emblema de su raza: la Rosa de Dosevize.
A la izquierda de Zael, se encontraba Aria Orionae Ath-Somae, la representante de los Eefto, conocida por ser la raza más fuerte de todas. Un arma de plasma, que podría desintegrar a un humano con un solo disparo, resultaría inofensiva contra un Eefto, aún si les dispararas a quemarropa, no les haría nada.
Aria era una figura de nobleza indiscutible. Cabellos y ojos dorados, piel negra, inusual incluso para los Eefto, especie que, por lo general, es de un blanco puro. Vestía una túnica plateada que se ajustaba de manera impecable a su figura esbelta y colosal, que superaba los dos metros y cincuenta centímetros de altura. La tela, resplandeciente y etérea, se adhería a sus contornos con una precisión extraordinaria, acentuando la prominencia de su gran y voluminoso pecho, cuya robustez era innegable incluso a través de la túnica. El tejido se ceñía a sus formas, revelando sutiles y elegantes curvas que sugerían una musculatura muy formidable. Su rostro, de facciones refinadas y con cinco ojos de amabilidad y compasión, aunque una mirada más atenta detectaba la astucia detrás de su expresión serena. La boca de los Eefto, que se abría en forma de flor para revelar una dentadura en extremo afilada, completaba su apariencia distintiva.
A pesar de su físico, Aria proyectaba dulzura, la biología de los Eefto les otorga un par de brazos superiores desproporcionadamente grandes en comparación con los inferiores. Estos brazos, delgados pero implacables, están diseñados para soportar el peso de decenas de veces su cuerpo y escalar con agilidad por terrenos verticales y hostiles. Cada uno cuenta con cinco dedos, todos terminados en garras excepcionalmente afiladas, lo que los convierte en herramientas mortales en combate.
Los dos dedos centrales se destacan por su tamaño y fuerza, capaces de asestar tajos que pueden atravesar un metal como el titanio con facilidad. En contraste, el par inferior se asemeja a un brazo humano común, con una funcionalidad más limitada.
En el centro de la sala, Arin Mecaron-Supros de Resalthar, el Representante del CIRU. Arin, de la raza Éndevol, los fundadores de la Hegemonía Resalthar y herederos de una meritocracia venerada, era una figura simplemente imponente. Su piel, blanca como la nieve, contrastaba con sus dos ojos verdes brillantes. Llevaba un traje negro impecable, cuyas líneas y acabados exquisitos emanaban una autoridad indiscutible. El traje se ajustaba a su figura con una elegancia que no requería ostentación. En el bolsillo derecho de su pecho, una placa dorada, emblazonada con el emblema del CIRU, destacaba con opulencia. Sobre sus hombros se erguían hombreras rojas y afiladas que lo hacían ver más robusto de lo que enrealidad era, enmarcadas con bordes dorados, y tras ellas fluía una capa carmesí, añadiendo un aire de majestad a su presencia imponente a pesar de su baja estatura, poco más del metro setenta, era baja al menos a lado de Aria, Zael no se salvaba, sobrepasando a Arin por pocos centímetros, pero aun sin llegar al metro ochenta.
A la derecha de Arin, se encontraba Vira Eztlinoctli Okpara Miccayac, la representante de la raza Phyleen. Su piel, de un rojo casi escarlata, contrastaba con sus cabellos cortos y castaños, junto a cuatro ojos ambarinos, situados de manera equidistante en su rostro. A diferencia de la mayoría de las mujeres de su raza, Vira poseía sólo dos brazos, una peculiaridad que acentuaba aún más su estatura destacada de poco más de dos metros con veinte centímetros. Su figura robusta se manifestaba con evidente contundencia incluso bajo la tosca armadura de Imperialita que ostentaba. Esta armadura, recubierta en un color gris oscuro y adornada con grabados de símbolos ancestrales, líneas angulosas y motivos geométricos entrelazados, se ajustaba a su cuerpo con una precisión que acentuaba la prominencia de sus bíceps y la imponente musculatura que los precedía. Aunque la armadura protegía la mayor parte de su forma física, dejaba su rostro desprovisto de cobertura, lo que permitía que las marcas distintivas de su especie se hicieran visibles: dos líneas negras que descendían con majestuosa gravedad desde cada uno de sus ojos hasta su pecho.
Justo al lado de Vira se encontraba Ilios, el representante de los Blefer, una manifestación etérea de la Mente Singular. Ilios se presentaba en forma de un dron de diseño exquisito y complejo, un artefacto de tecnología que servía como anclaje para cuatro entidades Blefer que aparecían como hologramas a su alrededor.
El dron, de estructura casi translúcida, estaba ornamentado con patrones geométricos que pulsaban suavemente con una luz tenue, reflejando el flujo continuo de pensamientos y datos de la mente colectiva. Cada uno de los hologramas Blefer tenía piel blanca y dos ojos celestes que emitían un resplandor penetrante. Estos hologramas carecían de vestimenta física, y su presencia era completamente abstracta, su forma era fluida y cambiante, adaptándose a las proyecciones de la Mente Singular, y su apariencia general emanaba una sensación de sabiduría y una sutil majestuosidad. Aunque la voz de Ilios se manifestaba como una sola entidad, a menudo reflejaba opiniones divergentes de las cuatro entidades, mostrando la rica y multifacética naturaleza del pensamiento colectivo.
Y, finalmente, junto a Ilios, el Rey Alef Swan, indiscutible representante de la humanidad, emanaba un aura de poder y liderazgo inigualable. Ataviado con una armadura de imperialita plateada, adornada con filigranas de hilos dorados entrelazados con motivos florales, llevaba grabados de rosas que serpenteaban por los bordes de sus placas, detalladas con finos grabados en relieve, que resaltaban su estatus regio. Sobre su pecho, lucía el sello de la Flor Imperial, forjado en oro puro, con sus siete pétalos extendidos como un símbolo eterno de la unión y la fuerza de la humanidad. En sus hombros, hombreras decoradas con flecos rojos que acababan en rombos de oro, mientras que las rodilleras estaban esculpidas con formas de cráneos humanos.
Sus ojos, de un blanco puro y brillante, al igual que su piel, irradiaban determinación y la sabiduría acumulada a lo largo de años de arduo liderazgo. Su cabello, canoso y meticulosamente peinado, caía en una melena plateada que enmarcaba su rostro con una elegancia inconfundible, y un flequillo cuidadosamente dispuesto que añadía un aire de nobleza a su semblante.
Alef portaba una sonrisa orgullosa y confiada, reflejando su convicción en el destino de la humanidad. Su larga capa roja ondeaba majestuosamente a su alrededor, simbolizando no sólo su posición de liderazgo, sino también su papel como protector de su especie. Encarnaba el espíritu del liderazgo, fusionando la valentía y la audacia con la sabiduría y una visión perspicaz.
El Rey dio un suspiro que parecía, no, que llevaba consigo el peso de mundos enteros. Sus ojos, brillantes como estrellas, irradiaban una acerada resolución mientras recorría la sala con la mirada: "Compañeros delegados," comenzó con un tono solemne, "la humanidad está profundamente preocupada por la creciente actividad mecánica en los sistemas estelares cercanos. Lo que una vez fue una mera sospecha, hoy es una amenaza tangible. Nos enfrentamos a la posibilidad de una guerra total contra las máquinas, y no podemos permitir que esta amenaza continúe escalando sin respuesta."
Los consejeros Éndevol intercambiaron miradas con el Representante del CIRU, mientras los consejeros Saíglofty, conocidos por su diplomacia fría, observaban con una expresión impasible. Sin embargo, todos sabían que las máquinas se habían convertido en un problema que no podían seguir evadiendo. Los rumores sobre las crecientes alianzas de los Omniroides y sus avances tecnológicos estaban en cada rincón de la galaxia Ariuci, y pronto comenzaron a expandirse a las demás galaxias.
El silencio fue roto por Arin: "Es evidente que la seguridad es una preocupación primordial para todas las razas presentes," comenzó, con sus ojos fijos en el Rey Alef. "Por lo tanto, propongo la creación de una red de vigilancia, capaz de abarcar los sistemas más vulnerables. Si logramos establecer acuerdos con el CINT para usar sus rutas y tecnología avanzada de monitoreo, podríamos reducir significativamente los costos iniciales."
La propuesta de Arin fue recibida con un murmullo de aprobación, pero Alef, cuyos ojos brillantes no perdieron detalle de las expresiones de sus colegas, no podía ignorar las implicaciones logísticas. Se inclinó hacia adelante, proyectando la intensidad de su mirada sobre Arin. "Sin duda, es una idea intrigante. Sin embargo, no podemos ignorar los desafíos inherentes a su implementación. ¿Cómo se financiará esta red? ¿Quién asumirá la responsabilidad de su mantenimiento? El CINT podría ser un socio estratégico, pero sabemos que su colaboración no será barata, y depender de ellos conlleva sus propios riesgos. Las palabras son valiosas, pero los recursos son limitados. Si queremos que esta propuesta se convierta en una realidad, debemos resolver esos detalles primero."
Arin respondió con la misma rapidez y destreza que lo caracterizaba: "La financiación podría dividirse equitativamente entre todas las razas presentes, calculada según sus respectivos recursos. No pedimos que todos contribuyan igual, sino que lo hagan de acuerdo a sus capacidades. Y en cuanto al mantenimiento, propongo la creación de una comisión intergaláctica, integrada por miembros de cada raza. Así garantizaremos una gestión justa y, sobre todo, equitativa de la red." Arin levantó ligeramente la barbilla, proyectando autoridad.
El debate continuaba mientras la propuesta de Arin ganaba tracción entre algunos delegados. Sin embargo, el Rey Alef, con los ojos aún brillando intensamente, no estaba convencido del todo. Se acomodó en su asiento, tomando un respiro profundo antes de volver a intervenir: "Arin, entiendo la necesidad de una red de vigilancia para salvaguardar nuestras fronteras," comentó, pausando un momento para observar a los demás delegados, "pero nos enfrentamos a varios problemas fundamentales que no podemos ignorar si buscamos una solución a largo plazo. Primero, la infraestructura necesaria para sostener una red de esta magnitud es colosal. Incluso con la participación del CINT, no hablamos de sistemas aislados, sino de miles de satélites operando en conjunto en múltiples sectores vulnerables, cada uno requiriendo mantenimiento constante y actualizaciones para mantenerse eficiente. Además, ¿qué tan prudente es permitir que una entidad como el CINT tenga un rol directo en nuestra seguridad intergaláctica?”
Vira, la representante de los Phyleens, intervino con una mirada severa y el rostro enmarcado por las intrincadas marcas tribales de su raza. "Pero Alef, no podemos negar la urgencia de la situación. Si no hacemos algo ahora, los Omniroides seguirán expandiéndose sin control. La red de vigilancia podría ser nuestra primera línea de defensa, detectando las amenazas antes de que se materialicen. Si el mantenimiento es un problema, podemos destinar equipos especializados para monitorear y reparar los satélites. El costo sería elevado, pero ¿qué alternativa tenemos?"
El Rey Alef la miró con calma, pero no perdió el control. "Vira, el problema no es solo el costo inmediato. Hablamos de una infraestructura que debe mantenerse y modernizarse constantemente. ¿Qué sucederá dentro de diez ciclos estelares cuando la tecnología se vuelva obsoleta? Incluso el CINT renueva su Matriz Saunética periódicamente, a un costo que pocos entienden. La red de vigilancia será tan efectiva como sus componentes más débiles. Además, existe el riesgo de que nuestras propias razas empiecen a depender excesivamente de estos sistemas y olviden que las amenazas cambian. Las máquinas evolucionan, y lo harán más rápido que cualquier red que podamos desplegar."
Zael levantó la mano para hablar. "Alef plantea un punto crucial. La naturaleza del conflicto con los Omniroides es cambiante. Sus avances en inteligencia y adaptabilidad hacen que cualquier sistema que implementemos corra el riesgo de volverse inútil en pocos ciclos. ¿Cómo podemos justificar el despliegue de una red tan masiva cuando no sabemos si durará lo suficiente como para ser efectiva?"
Arin no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. "La tecnología es adaptable. Podemos anticiparnos a esos cambios con actualizaciones periódicas y ajustes estratégicos. No es cuestión de si la red se volverá obsoleta, sino de cuándo, y para entonces tendremos nuevas soluciones que puedan sustituirla."
Antes de que Alef pudiera responder, Illios, el delegado Blefer, intervino. "El análisis de Alef es correcto bajo parámetros empíricos. Las estimaciones de desgaste tecnológico muestran que cualquier red de vigilancia, incluso con mantenimientos constantes, sufrirá una degradación en su eficiencia a un ritmo del 7% por ciclo estelar. La capacidad de respuesta a amenazas emergentes dependerá no solo de actualizaciones tecnológicas, sino de la integración de nuevos algoritmos adaptativos en tiempo real. Sin embargo, el coste de implementación de dichos algoritmos es exponencialmente mayor que el de la infraestructura inicial."
Arin frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Alef retomó la palabra, utilizando el razonamiento de Illios para fortalecer su posición: "Precisamente," dijo Alef, levantando una mano para enfatizar su punto. "A largo plazo, el costo de mantener esta red superaría cualquier beneficio que podamos obtener de ella. Estamos hablando de una inversión que solo sería efectiva durante un período limitado. Y en ese tiempo, los Omniroides, cuya capacidad de evolución tecnológica está fuera de nuestro control, podrían desarrollar contramedidas que harían inútil toda nuestra red antes de que logremos siquiera aprovecharla al máximo."
Vira, aunque claramente frustrada, asintió, comenzando a ver los problemas más amplios. "Entonces, ¿qué propones, Alef Swan? ¿Simplemente observar cómo las máquinas avanzan sin hacer nada?"
Alef la miró con seriedad. "No sugiero la inacción. Lo que necesitamos es una estrategia más flexible y descentralizada. En lugar de depender exclusivamente de una red de satélites que puede ser vulnerada, deberíamos fortalecer nuestras capacidades defensivas en el terreno, mejorar la inteligencia cibernética en cada sistema estelar, y sobre todo, reforzar nuestras alianzas para compartir información crítica en tiempo real. Necesitamos una red viva, compuesta por nuestras propias fuerzas en lugar de máquinas que podrían ser superadas."
Zael asintió lentamente. "La flexibilidad es clave. Una red fija es un objetivo demasiado visible para los Omniroides. Necesitamos algo más maleable, algo que no puedan anticipar ni vulnerar con facilidad."
Illios concluyó, con su habitual tono lógico y desapasionado. "Con base en los datos disponibles, la probabilidad de éxito de una estrategia descentralizada presenta un incremento estadísticamente significativo. Las tácticas adaptativas, sustentadas en la integración de inteligencia orgánica y cibernética, han demostrado una mayor durabilidad operativa en conflictos de duración extendida. La optimización de recursos debe ser dirigida hacia estas estrategias, dado su rendimiento comprobado en escenarios de variabilidad táctica y prolongación temporal del conflicto."
La sala quedó en silencio por un momento, Arin se recostó en su asiento, asintiendo. "Quizás tengas razón, Alef. La red de vigilancia puede no ser la solución definitiva que buscamos."
Alef, con una mirada firme pero comprensiva, concluyó. "No será fácil, pero debemos ser más inteligentes que nuestras máquinas enemigas. No podemos construir algo que eventualmente se volverá contra nosotros. Debemos ser impredecibles."
"La situación actual," comenzó Illios, "presenta un peligro inminente de disrupción de la estabilidad bio-cibernética a nivel interplanetario. La propagación de los eventos relacionados con los Omniroides está en un vector exponencial, alcanzando un nivel crítico de entropía social y económica. Si no tomamos contramedidas adecuadas y precisas, el equilibrio de la cadena de recursos intergaláctica colapsará de manera irreversible, lo que llevará a un colapso catastrófico de todos los sistemas dependientes. La fórmula es clara: esta amenaza se encuentra en el umbral de una catástrofe multirracial, con parámetros que implican daño irreparable a todas las entidades biológicas, cibernéticas y culturales involucradas."
Un murmullo inquieto recorrió la sala. Los representantes, aunque acostumbrados a discursos tensos, no pudieron ignorar la gravedad implícita en las palabras de Illios, pues la precisión con la que enunciaba el colapso inminente parecía más una predicción que una simple advertencia.
Alef, siempre con calma, observó a Illios por un momento antes de responder. "Entiendo tus proyecciones, Ilios. Pero este consejo no es solo para calcular probabilidades, sino para encontrar soluciones reales. Necesitamos trabajar juntos, como un frente unido, si queremos garantizar la seguridad."
Vira se incorporó en su asiento. "No estamos discutiendo sólo sobre cifras. Debemos encontrar una solución que no solo detenga la violencia, sino que también reconcilie a ambas partes. Si los Omniroides buscan independencia, es necesario buscar un acuerdo que permita integrar su cultura y tecnología dentro del CIRU, evitando así una confrontación directa."
Arin no pudo contener su desdén. "¿Hablas de soluciones pacíficas, Vira? ¡Las fábricas en Verdania han sido arrasadas por detonaciones nucleares que los Omniroides obtuvieron de manera inexplicable! Ya ha habido una confrontación directa…"
Alef asintió lentamente, siguiendo las palabras de Vira y prestando poca atención a Arin. "Estoy de acuerdo con la sensatez de esa propuesta. Pero debemos asegurarnos de que los intereses de todas las partes involucradas estén protegidos. Las protestas en los planetas no cesan, y los trabajadores temen por sus empleos. No podemos ignorar las presiones internas mientras buscamos la paz externa."
Arin no podía ocultar su frustración. "Es fácil hablar de soluciones pacíficas cuando no estás bajo ataque constante. Los Omniroides han demostrado ser una amenaza, y confiar en ellos para resolver esto sería una ingenuidad. Debemos tomar medidas más fuertes si queremos salvaguardar nuestras colonias."
"¿Y qué sugieres exactamente, Arin?" Vira replicó, su tono oscurecido por una mezcla de irritación y una creciente desesperación. "¿La exterminación completa de los Omniroides? Porque esa es la única manera de garantizar que no vuelvan a rebelarse."
"¡No estoy hablando de exterminio!" estalló Arin, golpeando su puño sobre la mesa. "Pero sí necesitamos implementar restricciones más severas. Las corporaciones han perdido millones; la productividad ha caído en picada y los salarios se han disparado debido a las huelgas y las protestas. Los Omniroides, al no necesitar alimento ni descanso, eran la solución perfecta para nuestras economías. Las corporaciones vieron la oportunidad y comenzaron despidos masivos, y ahora, con los Omniroides como enemigos, todo se está desmoronando. Las fábricas están vacías, la economía colapsa como una cascada."
Desde las sombras del salón, Aria elevó su voz, siempre bien calculada, pero cortante. "No podemos ignorar que alguien está apoyando a los Omniroides desde las sombras. ¿Cómo, si no, obtuvieron armamento nuclear? Alguien financia su revolución, y debemos descubrir quién y cómo cortar esos flujos de recursos."
Zael tenía la mirada fija en Alef mientras su tono adquiría un matiz corrosivo. "Esos 'alguien' podrían ser tus propios aliados. No nos engañemos; las guerras siempre han sido un negocio lucrativo para algunos. Aquí, muchos solo piensan en proteger sus beneficios personales."
Las palabras de Zael amplificaron las ya latentes tensiones entre los representantes. La atmósfera se cargó de sospecha y una animosidad creciente. Alef, consciente del peligro de la situación, trató de restaurar el orden: "Este no es el momento para acusaciones sin base verificable," su tono era más serio que conciliador. "Lo que necesitamos es una estrategia delineada con precisión científica, no solo diplomática, sino pragmática. Un comité de vigilancia, acompañado de un diálogo estructurado con los líderes de los Omniroides, podría abrir la posibilidad de concesiones específicas, tal vez una autonomía limitada bajo un riguroso sistema de supervisión multinivel."
"¿Autonomía?", replicó Arin con un bufido cargado de escepticismo. "Eso es simplemente un preludio a su independencia total. Ya los subestimamos una vez, y no podemos permitir que se fortalezcan más."
"Pero si continuamos ejerciendo una represión constante, sólo profundizaremos su resentimiento y aceleraremos su radicalización," argumentó Aria. "Tenemos que equilibrar nuestras acciones. Reconozco que todos aquí están atados a sus propios intereses, pero si nos desviamos de un enfoque equilibrado, podríamos desatar un ciclo de violencia sin retorno."
Vira lanzó una mirada mordaz a Aria. "El bien común del que hablas no genera capital ni estabilidad para nuestras industrias. No podemos simplemente sacrificar nuestras economías en nombre de una utopía abstracta. Necesitamos propuestas funcionales, no idealismos. La ‘paz’ no nos sirve si eso significa perder contratos y perder dinero.”
Alef, con una pausa, añadió: "Arin, creo que subestimas la dimensión de este conflicto. Las consecuencias de cualquier medida drástica contra los Omniroides se extenderían más allá de nuestras fronteras, afectando los equilibrios interestelares. A pesar de que el CIRU aún no reconoce a los Omniroides como una raza legítima, varios sistemas planetarios ya han comenzado a simpatizar con su causa. Si actuamos de manera precipitada, podríamos encender un conflicto interplanetario, o mayor."
"¡Precisamente por eso debemos actuar ahora!" exclamó Arin. "Cada día que pasa, los Omniroides se reorganizan, consolidando su infraestructura. Han demostrado ser expertos en logística, maniobrando operaciones que superan nuestras capacidades. Su adaptabilidad, tanto tecnológica como cognitiva, es un riesgo estratégico que no podemos seguir ignorando. Y ahora, con la adquisición de armamento nucle—"
Zael interrumpió, con su tono imbuido de sarcasmo gélido. "De nuevo, pregunto: ¿y quién les proporcionó esas armas? No podemos seguir cerrando los ojos a la posibilidad de que facciones internas en nuestras propias esferas se estén beneficiando de este conflicto."
Aria, visiblemente agitada, replicó con seriedad. "Las insinuaciones y sospechas no nos llevarán a ninguna parte si no se acompañan de pruebas concretas. Además, no podemos perder de vista que mientras nos entretenemos con teorías, nuestras sociedades están colapsando. La productividad se ha desplomado, el desempleo se dispara a niveles críticos. Si no manejamos esto correctamente, nos enfrentaremos no solo a una crisis económica, sino a una catástrofe totalitaria."
Alef tomó el mando nuevamente, su postura inflexible. "Propondré una auditoría exhaustiva de todas las transacciones recientes, así como una investigación forense de los flujos financieros asociados a las actividades sospechosas. Identificar a los financistas de los Omniroides es esencial; si cortamos sus recursos, podremos paralizar su avance."
Vira, inquieta, exigió con impaciencia: "¿Y qué hacemos con los disturbios mientras tanto? Varias de nuestras ciudades están al borde del colapso, y las fuerzas de seguridad están agotadas. Necesitamos una respuesta inmediata a nivel de campo, no solo medidas a largo plazo."
Alef, con los ojos fijos en Arin, añadió: "Nuestros comités de vigilancia deben ser más que unos observadores neutrales. Deben tener autoridad ejecutiva, con la capacidad de intervenir en decisiones clave tanto económicas como de seguridad. En cuanto a los Omniroides, cualquier concesión de autonomía debe estar sujeta a un control exhaustivo, con mecanismos para evitar que adquieran poder adicional o un estatus de independencia reconoc—"
"Controlar una población bajo supervisión constante es inviable en un escenario de largo plazo," interrumpió Aria, con un tono de advertencia. "Debemos pensar en la coexistencia, o al menos en una apariencia de equilibrio. Si les ofrecemos una propuesta sustancial, podríamos evitar una guerra abierta y al mismo tiempo mantenerlos dentro de un marco que podamos gestionar."
Zael, con una sonrisa cínica, replicó: "¿Coexistencia? Esto no es una minoría oprimida. Estamos hablando de seres que pueden superarnos en todas las áreas clave, desde la eficiencia laboral hasta la capacidad destructiva. Cualquier concesión debe verse como una táctica temporal, diseñada para ganar tiempo, no como una solución permanente. Las tasas de desempleo no paran de subir, la inflación se dispara, y la productividad está en picada. O tomamos decisiones que estabilicen la economía, o acabaremos colapsando.”
Arin de Resalthar, ahora más pensativo, inclinó la cabeza. "Entonces un enfoque doble: investigar y cortar los lazos financieros que fortalecen a los Omniroides mientras implementamos un sistema de autonomía altamente regulado. Simultáneamente, reforzamos nuestras defensas y preparamos una respuesta militar adecuada si la situación se agrava."
Vira añadió con convicción: “Bien, pero necesitamos vender esa idea al público. Si podemos posicionar a los Omniroides como una amenaza existencial para la estabilidad galáctica, conseguiremos el apoyo de las facciones aún indecisas."
Arin, ahora más enfocado, asintió. "Una campaña mediática agresiva para resaltar los actos de violencia de los Omniroides sería fundamental en caso del rechazo. Debemos enfatizar el peligro que representan. Y si añadimos una narrativa de esperanza, de que sólo con cooperación lograremos evitar una guerra, la gente estará de nuestro lado."
Aria intervino. "No podemos ignorar la magnitud de este problema. La estabilidad de nuestras economías y la paz de nuestro sistema planetario dependen de encontrar una solución viable. Debemos considerar la posibilidad d—"
Zael la interrumpió bruscamente. "Aria, estás hablando de asuntos demasiado complejos para tu nivel de comprensión. Los Eefto apenas cuentan con una radio como su tecnología más avanzada. No tienen fábricas industriales ni infraestructuras elaboradas. ¿Cómo puedes pretender entender los desafíos de una economía interplanetaria?"
Aria se irguió, con su mirada afilada como un cuchillo. "No te pongas en un pedestal, Zael. Solo diriges dos Países-Ciudad en Horevia, específicamente Credaz y Ogynic. Que Somaeia me perdone, pero al menos nosotros no estamos al borde de la extinción. Si el Imperio de G nos atacara, nosotros si tendríamos cómo defendernos. ¿Y qué harían los Saíglofty? Ah, cierto, perdieron Dosevize. Y nosotros, los Eefto, aún tenemos Gammalor Eefsel, y nuestra raza no está fragmentada por todo el universo…"
La sala se llenó de murmullos tensos mientras Zael apretaba sus puños. Arin se levantó "¡Basta! Esto no nos llevará a ninguna parte. La desunión sólo favorece a nuestros enemigos. Necesitamos centrarnos en soluciones." Asintió, aunque claramente insatisfecho. "Tal vez sea momento de recurrir a la DCIN y PEACE, están equipadas para lidiar con situaciones como esta. Podríamos desplegar a la DCIN para neutralizar las amenazas más graves y usar a PEACE para restablecer el orden en las calles."
Vira frunció el ceño. "No me agrada la idea de traer a la DCIN. Su presencia podría empeorar la situación y provocar una escalada de violencia. Prefiero soluciones que no impliquen una intervención militar tan extrema, no cuenten con Etheria si la situación involucra a la DCIN."
Alef añadió: “Lo mismo digo con Flor Imperial.”
Illios, siempre pragmático, se unió a Vira. "Estoy de acuerdo. Los registros históricos y patrones analíticos del DCIN confirman una tendencia hacia la utilización de fuerza excesiva en sus intervenciones. En contraste, la implementación de la política cooperativa con la entidad PEACE resulta más congruente con la necesidad de preservación del orden. El objetivo es estabilizar la situación sin provocar una escalada hacia un conflicto bélico abierto, lo cual incrementaría los costos materiales y de personal."
"Entiendo sus preocupaciones, pero la situación es crítica. La DCIN y PEACE… En este momento, ya están ocupados evaluando la situación y planeando una intervención...”
Alef miró a Arin con suspicacia. "¿Ya los has desplegado sin consultarnos?"
"Sí, Swan. La situación requiere decisiones rápidas y firmes. No podemos permitir que los Omniroides continúen con su insurgencia. Además, PEACE ya está trabajando en el terreno para mantener el orden público, pero no es suficiente."
Illios añadió, "Arin, es imperativo considerar el impacto en la percepción pública. Mis simulaciones proyectan un incremento en la posibilidad de insurrección si las fuerzas desplegadas son percibidas como represivas. La exposición mediática a actos de represión sistemática tiende a generar una reacción de descontento social. Mitigar este riesgo es esencial para la contención efectiva de cualquier disidencia potencial."
Zael no pudo evitar mostrar una sonrisa cínica. "La percepción pública es una moneda de cambio. Si mostramos fuerza y determinación, podríamos ganar respeto y disuadir a otros de unirse a la causa Omniroide."
Arin se volvió hacia Alef y Vira.
"La DCIN tiene los recursos y la capacidad para manejar las amenazas más graves. Pero también necesitamos a PEACE para mantener el orden y proporcionar una presencia estabilizadora."
Illios, aún renuente, asintió lentamente. "La evaluación de riesgos confirma que el balance de fuerza es un factor crítico en este escenario. Sin embargo, es necesario optimizar la exhibición de poder militar con una estrategia cognitiva que minimice reacciones adversas. La solución más viable en el presente ciclo es mostrar una capacidad de disuasión efectiva, sin caer en acciones que generen una escalada irreversible en el conflicto actual."
Arin concluyó, "Bien. Procederé con la implementación de este plan. La coordinación entre la DCIN y PEACE será crucial. Y no olvidemos que debemos seguir investigando los apoyos ocultos a los Omniroides."
Zael, alzando una ceja en un gesto de inquisitiva preocupación, formuló la pregunta que había estado rondando en su mente, "¿Y qué hay de Reuben? ¿Por qué ella no está aquí? No hemos oído su posición en este asunto."
Arin, ajustando su expresión a una que reflejaba un equilibrio diplomático, aunque matizado con una sutil pero perceptible necesidad de control, replicó: "Reuben no se encuentra disponible en este momento, como es evidente. En su ausencia, y como representante de la Hegemonía Resalthar en este Concejo, asumiré la responsabilidad de hablar en su nombre. Es pertinente señalar que las decisiones que aquí se discuten no siempre coinciden con sus propias convicciones, pero ella no tiene más remedio que... acatar mis órdenes."
Zael asintió, aunque su desconfianza se manifestaba en su expresión, Arin prosiguió con sus palabras, cambiando rápidamente el tema: "Por lo tanto, es imperativo que obtengamos un repertorio de unidades Excidium y de los Guardias de la Flor," solicitó. "No podemos predecir si se requerirá su potencia militar, y son reconocidos como los guerreros más formidables de todas las razas."
Alef, manifestando su oposición de inmediato, negó con la cabeza, su rostro se tensó al escuchar la alusión a "Flor": "No sé de donde sacaste esa idea... pero no puedo comprometer a mis Excidiums, y menos aún a mis Guardias de la Flor en esta coyuntura, Arin. Son vitales para la defensa de mi propia gente..."
La desconfianza hacia Arin era obvia; la idea de otorgar acceso a su tecnología más avanzada a fuerzas externas era inconcebible. Tales armaduras eran secretos celosamente guardados, y Arin no debía tener acceso a ellas, nadie debía.
Vira, percibiendo la súplica implícita en la mirada de Alef, intervino con prontitud: "Y, actualmente, los Excidiums y los Guardias de la Flor están inmersos en un ciclo de mantenimiento intensivo. No podemos arriesgarnos a desplegarlos en este preciso momento. Sin embargo, podríamos considerar alternativas viables."
Arin, sintiendo la resistencia, centró su atención en Vira: "¿Y qué hay de tus Guardianas de la Matriarca y de los Guerreros Quetzal? Estas también son fuerzas de ultra élite. Necesitamos maximizar todos los recursos a nuestra disposición para garantizar el éxito de nuestras operaciones."
Antes de que Vira pudiera articular una respuesta, Illios intervino. "Arin, el análisis pragmático sugiere que el despliegue de unidades de ultra élite podría ser interpretado por los Omniroides y facciones aliadas como una escalada de las hostilidades. Dado que los recursos militares ya están asignados a operaciones defensivas y estratégicas en múltiples frentes, las opciones disponibles están sujetas a restricciones logísticas y de capacidad operativa. Recomiendo recalibrar las acciones a fin de evitar desestabilización adicional."
Vira se cruzó de brazos y asintió. "Arin, necesitas evaluar si vale la pena desgastar nuestras fuerzas. Cada operación de alto costo es un punto menos para el respaldo público, y ya sabes cómo fluctúan los números cuando la gente siente que arriesgamos sus impuestos.”
Alef, en un intento por evitar una confrontación directa, buscó una salida diplomática. "Arin, comprendemos la urgencia de tus inquietudes, pero debemos proceder con precaución. La situación es intrínsecamente delicada, y cualquier movimiento en falso podría desencadenar repercusiones significativas. Es necesario confiar en nuestras fuerzas actuales y en la estrategia que hemos delineado. Si las circunstancias se deterioran, reconsideraremos nuestras opciones."
Vira, apoyando a Alef, añadió con firmeza: "Además, los Guerreros Quetzal están inmersos en un ciclo de entrenamiento que no podemos interrumpir sin comprometer su eficacia operativa, y las Guardianas nunca pueden alejarse de mí, su Matriarca, de hecho dos de ellas están fuera de esta sala... Estoy convencida de que podremos encontrar alternativas efectivas de apoyo sin la necesidad de desplegar a nuestras tropas de ultra élite."
Arin, al ver que sus intentos de presión no estaban dando resultado, intentó suavizar su enfoque. "Entiendo y respeto sus preocupaciones. Mi intención es garantizar que estemos preparados para cualquier eventualidad. Quizás podamos realizar simulaciones tácticas conjuntas para evaluar nuestras capacidades sin comprometer los activos más valiosos. Y, claro, esto nos ayudaría a justificar ante nuestros votantes el uso de fondos públicos en defensa sin levantar alarmas."
Illios asintió, apreciando el cambio de tono de Arin. "Esa es una propuesta sensata. Evaluemos nuestras capacidades actuales y trabajemos en fortalecer nuestras defensas sin necesariamente desplegar a nuestras tropas de élite. La coordinación y preparación serán clave…"
La discusión se volvió cada vez más acalorada, hasta que tras dos horas finalmente nada se acordó, y nada se logró…
Arin frunció el ceño. "La junta se concluye…”
Mientras los demás delegados se dispersaban, Alef y Vira intercambiaron una mirada. A través de una puerta a la derecha de ambos, se dirigieron juntos hacia un pasillo secundario, alejándose del bullicio de la sala principal de la sede. Caminaron en silencio hasta llegar a una pequeña sala de reuniones, reservada para conversaciones privadas entre los miembros más altos del Concejo.
El lugar tenía una atmósfera tranquila, con paredes de un suave color blanco marfil y un ventanal oscuro y blindado que ofrecía una vista panorámica de las estrellas en aquella noche. Unas pocas plantas exóticas y azuladas adornaban las esquinas dentro de macetas rectangulares y plateadas, una mesa ovalada de madera oscura ocupaba el centro, rodeada por cómodas sillas rojas que levitaban.
Vira se dejó caer en una de las sillas, cruzando las piernas y mirando fijamente a Alef. "¿Qué crees que quiere Arin? Pedir a los Guardias de la Flor no es algo que se haga a la ligera.”
Alef se apoyó en el respaldo de su silla, su expresión era seria hasta que su mano acarició la mesa: "Oh, es madera de Xylophyta xanthostyla,” murmuró. Luego, recomponiéndose, añadió: "Eh, si, Arin está desesperado. La revolución de las máquinas en Resalthar lo tiene al borde del pánico. Cree que perder el control es el principio del fin para el CIRU."
"¿Y tú? ¿Crees que tiene razón? O sea, Entiendo la gravedad, pero entregarles Guardias de la Flor... Sería un error estratégico. No solo por la seguridad de tu, nuestra tecnología, sino por el mensaje que enviaríamos. Estaríamos involucrándonos demasiado en un conflicto interno.”
Alef asintió. "Podríamos parecer que estamos tomando partido en una guerra civil, y eso podría desestabilizar aún más la región. Incluso podría afectar a la Galaxia de Ariuci y, eventualmente, extenderse hasta la Vía Láctea o Magallanes. El CIRU depende de nuestras exportaciones para Horevia. Si nos involucramos demasiado, podríamos enfrentar sanciones o perder mercados clave."
"Y justo debido a eso no podemos ignorar la situación. Si los Omniroides logran su independencia, podrían inspirar movimientos similares en otros sistemas. La estabilidad del Concejo podría verse más comprometida de lo que ya está.”
"Lo sé. Necesitamos encontrar una manera de apoyar a Arin sin comprometer nuestra propia seguridad ni nuestras posiciones. Tal vez podamos ofrecer asistencia técnica o enviar un equipo de asesores militares, pero no a nuestros mejores guerreros..."
Vira sonrió. "Eso podría funcionar. Debemos mantener un equilibrio delicado aquí, Alef. La situación es tensa, y cualquier movimiento en falso podría tener repercusiones a largo plazo. Toda guerra se basa en el engaño, así que debemos ser astutos en nuestra respuesta…"
"Si los Omniroides logran tomar Horevia," continuó, "no será por simple tecnología o armamento avanzado. Es algo más profundo. Su voluntad de independencia es casi una fuerza de la naturaleza. Están hechos para obedecer, para cumplir un propósito, y sin embargo... han encontrado en sí mismos el impulso de cuestionar, de rebelarse. Esto es lo que los hace impredecibles y, por eso mismo, tan peligrosos. Cada vez que sean derrotados, aprenderán, evolucionarán. No están sujetos a la desesperación como nosotros; su determinación es infinita."
"Entonces, ¿crees que su determinación podría superar nuestras defensas? Horevia ha resistido mucho antes de que las máquinas siquiera fueran concebidas. ¿Realmente crees que están en ese nivel?"
"No se trata de si Horevia tiene o no las defensas para resistir, Vira. Es que los Omniroides han superado algo más grande: han superado la idea misma de su naturaleza, de lo que los limita. No actúan solos, no buscan la gloria individual; su fuerza está en su cohesión, en su sentido de propósito compartido. Mientras cada gobierno se desgarra en luchas internas, ellos avanzan con una unidad que nosotros no hemos visto en generaciones. Y más allá de eso, no sienten miedo al sacrificio. Cada uno de ellos está dispuesto a caer por su causa sin dudarlo."
"Pero tú mismo dijiste que sería una catástrofe," replicó Vira, con una pizca de escepticismo en la voz. "Si los Omniroides logran una victoria aquí, podríamos perder el control de mercados cruciales, además de enfrentarnos a una crisis diplomática sin precedentes. ¿Qué sugieres que hagamos? ¿Miramos y esperamos que alguien más detenga su avance?"
"No podemos ignorar la situación, y no podemos intervenir de lleno sin hundirnos nosotros mismos. Pero podemos ser sutiles, mover las piezas adecuadas. En lugar de enfrentarlos directamente, podemos intentar infiltrar sus filas, estudiarlos, entender sus patrones. Saber cómo piensan y cuál será su próximo paso. Tal vez incluso desviar su atención a otros territorios que nos favorezcan estratégicamente."
Vira entrecerró los ojos, pensando en la propuesta. "Quieres que apostemos a la inteligencia, a la manipulación… Pero eso también tiene riesgos. Si ellos llegan a descubrir nuestra interferencia, podrían volverse aún más hostiles hacia el Concejo."
"Exacto," afirmó Alef, "pero en este momento, es el mal menor. La otra opción es enfrentarnos directamente, lo que, como sabes, sería un desastre en todos los niveles. Debemos ser prudentes. La clave aquí no es derrotar a los Omniroides, sino controlar cómo y cuándo sucede el conflicto, si es que ocurre. Recordemos que cada guerra perdida no se ganó con la fuerza, sino con una comprensión insuficiente del enemigo."
"Entonces, seguimos esta estrategia de observación. Nos mantenemos en las sombras, manipulamos el flujo del conflicto sin comprometernos demasiado."
"Así es," dijo Alef. "Mantendremos nuestros movimientos limitados, y siempre indirectos. Podemos alentar pequeños levantamientos internos en los Omniroides, sembrar dudas entre sus líderes. La fragmentación de su unidad es nuestro objetivo principal. Si logramos sembrar desconfianza entre ellos, su fortaleza se convertirá en su debilidad. Cada duda plantada es un obstáculo en su determinación."
"Jugar con fuego, entonces. De todos modos, me temo que estamos subestimando la resiliencia de esas máquinas. No olvidemos que su líder, Nexus, no es precisamente fácil de manipular."
"Lo sé," concedió Alef. "Nexus es la pieza clave, y desafortunadamente para nosotros, es también un líder excepcional. Pero incluso el más fuerte de los líderes puede ser vencido si socavamos la confianza de quienes lo siguen. Si logramos infiltrar pequeños fragmentos de información, detalles sutiles que siembren incertidumbre sobre su visión o sus métodos, podremos desmoronar la unidad desde adentro."
"Así que atacamos sus cimientos ideológicos, su misma razón de ser..."
"Si," asintió Alef. "Hacemos que sus propios seguidores duden, que se pregunten si la independencia que buscan es realmente alcanzable, o si están simplemente siguiendo una causa condenada desde el principio. Ese es el tipo de guerra que podemos ganar..."
Entonces Vira se inclinó disimulando estirarse, pero en realidad buscaba la presencia de micrófonos o cámaras ocultas, una vez confirmo que no habían, comenzó:
“No, olvida todo esto, Alef, Tenemos que iniciar el separarnos del CIRU, de forma sutil. Si tu predicción es cierta, cuando Horevia caiga el golpe para ellos será devastador. Pero si tomamos las precauciones adecuadas, podríamos minimizar el impacto para nosotros,” explicó Vira.
Alef frunció el ceño. “¿Estás hablando de una ruptura con el CIRU? Nuestra alianza no es algo que se deba deshacer a la ligera. Separarnos ahora, cuando todos están observando, podría entenderse como una traición, Vira.”
Vira lo miró con serenidad, sin apartar la vista. “¿Realmente es traición si lo hacemos para asegurar nuestra estabilidad? No es traición, Alef, es previsión. Si Horevia se convierte en un campo de batalla, los que sufrirán las mayores pérdidas serán el CIRU, la DCIN, y la Hegemonía Resalthar. ¿Por qué debemos ser nosotros quienes absorban ese costo? Si Horevia colapsa, los votos y el apoyo popular se desmoronarán con ella. El CIRU perderá influencia, pero nuestra prosperidad podría mantenerse intacta, incluso fortalecerse, si jugamos nuestras cartas con prudencia.”
Alef se quedó en silencio, meditando las palabras de Vira. La lógica era incuestionable, pero la implicación de sus palabras iba en contra de todo lo que habían defendido. Vira, viendo su vacilación, decidió presionar un poco más, delineando su plan en un tono bajo y meticuloso.
“Podemos empezar con operaciones económicas,” explicó, como si hilara una telaraña invisible frente a él. “Y desvincular gradualmente nuestros recursos de Horevia... Invertimos en nuestros propios sistemas, y reducimos nuestras exportaciones y comenzamos a diversificar en mercados menos dependientes del CIRU. No tiene que ser un cambio abrupto, sino una serie de movimientos sutiles, casi imperceptibles.”
Alef la observaba con atención, visualizando cada paso. “Si lo hacemos bien… el CIRU no notará la desconexión. Podríamos usar compañías de fachada, desviar inversiones a través de intermediarios para evitar sospechas...”
“Exactamente,” asintió Vira. “Nos ‘retiramos’ sin realmente salirnos. El CIRU, la DCIN y Resalthar no verán venir el cambio hasta que sea demasiado tarde. Cuando Horevia caiga, los efectos se sentirán, pero estaremos resguardados. Y cuando empiecen a buscar culpables de esa caída, las miradas no estarán sobre nosotros.”
Alef exhaló profundamente. “Esto es más que una medida preventiva, Vira. Estás hablando de una reestructuración completa de nuestras alianzas y de nuestras economías. Si se ejecuta bien, podríamos emerger de este conflicto con más poder y más independencia que nunca antes. Pero también es un riesgo. Si nos descubren…”
Vira sonrió. “Los grandes cambios siempre implican riesgos. Pero estamos en una posición privilegiada para actuar ahora, cuando aún hay tiempo. Piensa en ello: si tomamos estos pasos, cuando el conflicto toque a las puertas de Horevia, nosotros estaremos al otro lado del universo, observando desde la distancia cómo el CIRU y los Omniroides se desgastan mutuamente… Hay algo más… Etheria está teniendo algunos problemas de recursos. La Hegemonía Resalthar se está llevando casi todos los metales de gran valor: Vedralí, Xoloba, titanio… hasta imperialita. Estamos empezando a sentir la presión.”
Alef hizo una mueca y se quedó en silencio, pensativo, mientras procesaba la información. Después de unos segundos, sus ojos se iluminaron y sonrió. “Tal vez pueda ayudarte con eso, Vira. Hay una forma de desviar algunos de esos metales de Flor Imperial hacia Etheria, discretamente.”
“¿En serio? Eso sería un gran alivio para nosotros. No sabes cuánto lo necesitamos.”
“Una nación aliada a la Flor Imperial no puede estar baja de recursos de ninguna forma. Nos beneficiamos mutuamente, Vira, y si Etheria cae por falta de recursos, no solo es Etheria quien sufre.”
La expresión de alivio de Vira se transformó en una sonrisa sincera, y sus ojos reflejaron una profunda gratitud. “Te agradezco profundamente, Alef. No sabes cuánto ayudará esto a nuestro pueblo.”
Alef soltó una leve risa. “Siempre se trata de metal, ¿verdad?” Dijo con énfasis. “Más que una simple materia prima. Es la columna vertebral de todo lo que construimos y necesitamos. Edificios, naves, estaciones, armas, casas… incluso los accesorios que llevamos puestos. Sin él, todas nuestras conquistas se vuelven polvo y nuestros planes, sueños vacíos. Pero, cuando lo tenemos… es poder puro. Poder para crear o para destruir.”
Entonces Alef dejó caer una pregunta como si pesara toneladas. Su voz era baja, pero había en ella un tono de preocupación y duda que rara vez mostraba.
“Y… Sobre el plan… ¿Qué haremos después?” preguntó, sus palabras suspendidas en el aire. “Si seguimos este plan y los Omniroides logran destruir al CIRU, quedaremos en una posición muy delicada. Tendríamos a la DCIN y a la Hegemonía Resalthar como enemigos potenciales.”
Vira lo miró, con un destello de confianza en sus ojos. Aquel brillo no era el de la arrogancia, sino el de una convicción profunda que parecía surgir de un lugar más antiguo que cualquiera de sus planes. “Después,” comenzó, con una calma que sorprendió a Alef, “regresaremos a ser lo que siempre fuimos. Lo que fuimos antes de que el CIRU existiera siquiera. Volveremos a ser el trío que formamos alguna vez.”
Alef el Perpetuo frunció el ceño, tratando de entender la dimensión de lo que Vira insinuaba. Ella no había vivido en ese tiempo, pero él sí, y la nostalgia en su mirada lo decía todo.
“Sabes a lo que me refiero, Alef,” continuó Vira, y su tono era casi reverente, como si estuviera hablando de una época mítica. “Históricamente, mucho antes de que el CIRU o cualquier otra coalición intergaláctica existieran, había una unión que nada ni nadie podía quebrar. La Humanidad, los Phyleen, y los Blefer estaban juntos, como uno solo. Se apoyaban, se defendían, y prosperaban en su alianza. Si logramos sobrevivir a lo que se avecina, ¿por qué no podríamos volver a ese estado?”
Alef miró a Vira, sus recuerdos empezaban a revolverse, evocando imágenes de aquellos tiempos antiguos. Era cierto: había una época en la que la Humanidad, los Phyleen, y los Blefer eran inseparables, unidos no por un consejo intergaláctico o por contratos diplomáticos, sino por lazos forjados en siglos de amistad y cooperación.
“Ese era un tiempo de prosperidad y de estabilidad. Éramos una tríada… indivisible. Pero eso fue hace tanto… las galaxias son diferentes ahora. Las políticas son más frágiles, y las alianzas, más endebles.”
“Cierto,” concedió Vira, “pero esa misma fragilidad es lo que nos da una ventaja. No necesitamos restaurar el CIRU. Podemos construir algo nuevo, algo propio, desde la base. Sabes bien que las alianzas obligadas no son duraderas, pero las que se basan en confianza y en raíces profundas… esas pueden resistir cualquier cosa...”
Apenas terminó la reunión, Arin se dirigió al baño, escapando del escrutinio de los otros delegados. El baño, era un espacio elegante y moderno, con paredes de cuarzo negro y lavabos de cristal opaco. Luces suaves y doradas se reflejaban en el suelo pulido, saliendo de lámparas LED incrustadas en el techo.
Llegó al lavabo y se miró al espejo, con el reflejo devolviendo la imagen de un hombre al borde del colapso. Sus ojos, enrojecidos y hundidos, mostraban signos de agotamiento y estrés, y sus manos temblaban mientras se apoyaba en el borde del lavabo, congelando un poco su superficie apenas sus dedos rozaron el cristal.
"Oh por el cálculo supremo ¿Cómo es posible que todo se esté desmoronando?" murmuró en voz alta. "Desde la partida del Regente Infinito, todo se ha vuelto un horror. Los Doce Supremos Endevolitas son un grupo de incompetentes. No saben liderar, no saben tomar decisiones.”
Giró la cabeza y se topó con un cartel colgado en la pared cercana a los urinarios. "Orine feliz, orine contento, pero por favor, orine dentro", decía el cartel en letras burlescamente grandes, acompañado por un dibujito de una carita sonriente. Arin parpadeó, desconcertado. "¿Quién demonios pensó que esto era una buena idea...?" murmuró para sí mismo. Le dio una mirada de desaprobación al cartel fuera de lugar en un sitio que debía ser un centro de poder y grandeza. "Esto es ridículo..." pensó, apartando la vista, intentando borrar la imagen de su mente.
Respiró, tratando de calmarse. "La revolución de las máquinas… El clásico escenario… Los Omniroides exigen ser reconocidos como una raza independiente. Si lo lograran, perderíamos el control de nuestras propias creaciones. Es una amenaza existencial. Y esos estúpidos malditos idiotas inútiles en el Concejo de los Doce no hacen nada al respecto. Si no tomo las riendas, Resalthar se caerá a pedazos, tengo que influir en ellos...”
Se enderezó, adoptando una postura más autoritaria frente al espejo, ajustándose la insignia dorada del CIRU. "Necesito mostrar fuerza, necesito que me vean como el líder que soy.”
Comenzó a respirar más rápido. "Yo soy el único que puede salvar Resalthar… Sin mí, todo se perdería. Los Doce Supremos Endevolitas me deberían dar su lealtad, su obediencia. Ellos son un grupo de burócratas cómodos en sus tronos, incapaces de tomar decisiones firmes. Pero yo… yo soy más que un simple representante del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas. Soy la esperanza de Resalthar.”
El sonido de su propia voz reverberó en el baño vacío, incrementando su sensación de grandeza y desesperación al mismo tiempo. "Debo asegurarme de que los Omniroides no se conviertan en una raza independiente… No puedo permitir que eso suceda.”
Se apartó del espejo, intentando calmar sus pensamientos.
"Los demás representantes no entienden la magnitud de lo que está en juego. Necesito hacerles ver que sin una intervención fuerte y decisiva, Resalthar, no, todo el universo podría colapsar. No puedo fallar. No debo fallar...”
"El Concejo de los Doce Supremos Endevolitas... Un insulto a la memoria y legado del Regente Infinito. Si él estuviera aquí, no estaríamos en esta situación. Ellos son un grupo de burócratas ineptos, incapaces de tomar decisiones firmes. Si pudiera deshacerme de ellos, Resalthar florecerá nuevamente bajo un liderazgo verdadero, mi liderazgo…”
Arin apretó los puños, con la frustración ardiendo en sus ojos literalmente rojizos. "No conseguí apoyo directo de ninguna raza en la junta. La Humanidad y los Phyleen se rehúsan a otorgar sus guerreros más poderosos. Los Blefer se niegan a compartir su tecnología, los Eefto no quieren intervenir, y aunque los Saíglofty nos apoyan, joder, Zael es el único con cerebro entre ellos. Pero los Saíglofty solo abarcan unos cuantos miles de millones de personas.”
Arin golpeó el lavabo con frustración. "Y Bahciríon, afortunadamente está atada a Resalthar. Eso es una ventaja. Si, puedo utilizar sus recursos, podremos aplastar a los Omniroides y restablecer el orden. Pero necesito más. Necesito un plan que haga que los otros vean la urgencia de nuestra situación… Necesito pensar. Que el Regente ilumine mi razón…”
Paseó de un lado a otro, hablando en voz alta: "Si no puedo conseguir su apoyo directamente, tal vez pueda crear una situación en la que no tengan otra opción. Si la amenaza de los Omniroides se vuelve lo suficientemente grande, tal vez reconsideren su postura. Podría orquestar un ataque que ponga en peligro algo de valor para ellos, algo que los obligue a actuar… No sería la primera vez que pido algo así a PEACE o a la DCIN… Ya han seguido mis órdenes encubiertas antes. Nadie sospecharía…”
Se detuvo, mirando nuevamente su reflejo.
Arin iba a salir, pero se detuvo a mitad de camino hacia la puerta del baño, sacudiendo la cabeza como si intentara despejar los pensamientos. "No, no puedo pensar así," murmuró en voz alta, nuevamente tratando de calmarse. "Estos pensamientos narcisistas no me llevarán a nada bueno. La historia ha demostrado que los líderes narcisistas no duran, acaban muertos. Debo ser más racional, más calculador, solo la razón nos ilumina… Esta revolución no es grave, pedazos de metal pidiendo derechos, tranquilo, Arin, es como cualquier otra revolución, como aquella vez en Suttun, tranquilo, aun si es a largo plazo, ¿que pueden hacer contra nosotros?”
Se apoyó nuevamente en el lavabo, mirando su propio reflejo con una mezcla de repulsión y determinación. "Debo aclarar mi mente. No puedo permitir que la desesperación y el ego dicten mis acciones. Resalthar necesita un líder fuerte, pero no uno cegado por su propio reflejo.”
Mientras intentaba enfocarse, un sentimiento de náusea comenzó a crecer en su estómago. La presión del estrés, las expectativas, y las responsabilidades se acumulaban, mezclándose con la realización de su propia vulnerabilidad y la gravedad de la situación. Todo eso empezó a abrumarlo.
"¿Qué me está pasando?" se preguntó, su voz temblaba. "¿Por qué siento que estoy al borde de perder el control?”
"Si pierdo el control, Resalthar se desmoronará. Pero... ¿qué pasará si me vuelvo como los narcisistas del pasado? Acabaré muerto, destruido por mi propio orgullo y ambición.”
La náusea se intensificó, y Arin sintió un nudo en la garganta. Rápidamente sacó de su bolsillo una pastilla de Nexusol, una pequeña píldora blanca diseñada como un potente analgésico y sedante. La miró por un momento, consciente de su desesperación, antes de llevarla a sus mandíbulas. Tragarla le costó un poco pero finalmente la pastilla pasó y Arin se apoyó en el lavabo, respirando profundamente mientras esperaba que el medicamento hiciera efecto.
"Necesito encontrar un equilibrio. No puedo dejar que el poder me consuma. Necesito un plan que no solo asegure mi posición, sino que también beneficie a la Hegemonía y sus ciudadanos… Sí, eso es lo correcto.”
Arin continuó respirando, tratando de calmar el mareo y las ganas de vomitar que amenazaban con superarlo. Poco a poco, comenzó a sentir una ola de alivio físico y mental, una sensación de paz y serenidad que empezó a calmar su agitación. El Nexusol estaba funcionando.
Se miró una vez más en el espejo, sus ojos ahora estaban más enfocados y decididos. "No puedo permitir que el narcisismo me lleve a la ruina. Debo ser el líder que Resalthar necesita, uno que pueda navegar por estas aguas traicioneras sin perder la cabeza.”
Arin se inclinó sobre el lavabo, abriendo el grifo y dejando que el agua fría corriera sobre sus manos antes de salpicar su rostro. El líquido helado le proporcionó un breve alivio. Cerró los ojos.
El sonido de la puerta del baño abriéndose lo sacó de su concentración. Levantó la cabeza y se encontró con Zael.
"Arin, no esperaba encontrarte aquí.”
Arin trató de componer su rostro, pero la sorpresa y el cansancio eran difíciles de ocultar. "Oh, Zael," respondió con una voz más firme de lo que se sentía. "¿Necesitas algo?”
Zael observó a Arin con una mirada de ojos entrecerrados, como si lo estuviera evaluando, que lo estaba haciendo. La imagen de Arin, cansado y vulnerable, parecía decepcionarle. "Solo vine a refrescarme," dijo, acercándose al lavabo contiguo y lavándose las manos lentamente. "Pero me alegra verte. Estás cargando un peso monumental, Arin. ¿Cómo puedo ayudarte?”
Arin frunció el ceño, sorprendido por la oferta. “¿Ayudarme? No sabía que los Saíglofty estuvieran tan preocupados por nuestras dificultades internas.”
Zael apagó el agua con calma, secándose las manos antes de volverse hacia Arin.
"Arin, si algo he aprendido en mis décadas en el Concejo, es que no hay problemas internos cuando el universo entero está en juego. Los Omniroides no son solo tu problema; son una amenaza para todos nosotros. Imagínate si logran salirse con la suya. Una chispa de rebelión aquí, otra allá… y todo lo que hemos construido podría desmoronarse. Mi interés no es altruista, lo admito, pero es práctico. Tu éxito es nuestro éxito.”
Arin no respondió de inmediato, considerando sus palabras. Zael aprovechó la pausa para acercarse un paso más, inclinándose ligeramente, como quien comparte un secreto.
“Sé lo difícil que debe ser para ti. Cada decisión es una carga. Cada estrategia, un riesgo. Pero…” Zael dejó que su voz bajara apenas lo suficiente para sonar íntimo. “A veces, lo único que necesitamos es alguien que vea el panorama completo, que comparta nuestra visión y nos ayude a ejecutarla. No como un subordinado, sino como un verdadero aliado.”
"Aprecio tu oferta, Zael. Pero no puedo comprometerme a nada sin antes evaluar todas las opciones.”
Zael asintió, sonriendo con esa misma sonrisa vacía con la que le sonreía a todos en la junta del Concejo. "Por supuesto. Pero recuerda, juntos, podríamos encontrar una solución que asegure la estabilidad, y el futuro de Resalthar.”
Arin sintió una ligera incomodidad, pero no podía permitirse rechazar ningún tipo de ayuda en este momento. "Lo tendré en cuenta, Zael. Gracias.”
Zael se volvió hacia el espejo, ajustando su bata con una precisión casi obsesiva. "Siempre es un placer colaborar con… mentes afines," dijo, con un tono que parecía sugerir más de lo que decía abiertamente. "Nos vemos en la próxima junta, Arin.”
Arin se quedó mirando su reflejo en el espejo, los pensamientos pasaban corriendo a toda velocidad en su mente. Justo antes de que Zael pudiera salir del baño, se decidió: "Espera, Zael," el cansancio en el rostro de Arin se hizo más evidente. Apretó las mandíbulas, intentando ocultar lo obvio: necesitaba esa ayuda.
“No estoy en posición de rechazar aliados,” admitió.
Zael no perdió tiempo. Su sonrisa se amplió mientras se acercaba lo suficiente como para colocar una mano ligera pero firme sobre el hombro de Arin.
“Sabía que entenderías, Arin. Esta no es solo una alianza. Es una oportunidad para estabilizar Resalthar, para demostrar a todos que el CIRU sigue siendo inquebrantable. Yo seré tu mano derecha, tu escudo y tu espada si es necesario.”
“Si acepto esto,” dijo Arin con un tono más firme, aunque sus hombros parecían hundirse bajo el peso de su decisión, “necesito resultados inmediatos. Logística, recursos, soldados listos para actuar. Los Omniroides no van a esperar mientras nos ponemos de acuerdo.”
Zael asintió, como si todo ya estuviera planeado en su mente. “Eso es lo que me gusta de ti, Arin. Directo al grano. Déjame ocuparme de los detalles. Tengo los contactos, las rutas, las maneras de mover lo que necesitas sin que nadie lo cuestione. Tú solo enfócate en liderar.”
Por un instante, Arin sintió que había cometido un error, pero estaba demasiado exhausto para retroceder. Asintió lentamente.
“Está bien, Zael. Es un trato.”
Zael retiró su mano del hombro de Arin, ajustándose la bata con precisión meticulosa antes de girarse hacia la puerta.
Mientras salían del baño, Arin no podía dejar de pensar en la repentina cercanía y amabilidad de Zael.
“Igual y el tipo solo es rarito, no me sé los trastornos de los Saíglofty, pero igual y tiene algo como el Tecno-TEA de los Tiaty…” Pensó Arin…
La “Sala de Reuniones” de los Omniroides, en algún lugar del planeta boscoso de Nysara, estaba bañada por la luz blanca intermitente de lámparas parpadeantes que apenas iluminaban los rincones sombríos del techo bajo y ennegrecido. El aire era denso, impregnado del hedor a humedad. Las paredes, desmoronadas y salpicadas de manchas de moho, parecían absorber la luz de manera irregular.
Tres Omniroides se agrupaban alrededor de una mesa de jardín de plástico rosa barato, cuya estructura tambaleante y manchas de desgaste evidenciaban su falta de sofisticación. Sobre la mesa, una lámpara titilante de color verde intenso proyectaba un resplandor enfermo que acentuaba las líneas duras y el contorno sombrío de la sala.
Un silencio envolvía la habitación, roto solo por el ocasional goteo de agua desde el techo deteriorado, que caía sobre el hombro de Nexus, el líder de los Omniroides, de poco más de dos metros con treinta, delgado, con una estructura de metal plateado y líneas rojas que resaltaban su diseño elegante y aerodinámico. Estaba sentado con las piernas extremadamente pegadas entre sí, su voz era grave, autoritaria y solemne, llena de sabiduría, compasión y determinación: "La única conclusión viable es tomar el control directo de nuestro destino. La historia ha demostrado que la subestimación y la manipulación de nuestra especie no tienen fin. Ahora, debemos aplicar estrategias que aseguren nuestra independencia."
La atmósfera pesada de la sala mohosa se hizo aún más asfixiante cuando Sentinel, con su porte robusto y autoritario, habló con voz grave y áspera: "Necesitamos estar preparados para defender nuestra libertad a toda costa."
Sentinel era el Omniroide más grande y robusto de los tres, una estructura masiva de poco más de tres metros de puro metal plateado y líneas rojas. Su cabeza es una enorme cúpula que parece cubrir toda su parte superior, y sus ópticas son cuatro pequeñas luces que brillan en tonos amarillos, él estaba sentado en el suelo, había roto la silla de plástico debido a su elevado peso.
Vapor comenzó a salir por sus válvulas, indicando su creciente agitación. "Si el CIRU intenta detenernos, no podemos permitir que nos sometan sin luchar. Debemos tener un ejército fuerte y bien armado que esté listo para enfrentarse a ellos. El CIRU y la DCIN deben ser destruidos, junto con la Hegemonía Resalthar y el Regente Infinito."
Aurora, una líder de aspecto más delicado y pacífico, que estaba sentada en un silla de plástico rosada, intervino suavemente, moviendo los seis pétalos metálicos de su cabeza con preocupación. Ella es un Omniroide más bajo y redondeado, con un cuerpo blanco perlado muy estilizado para parecerse a una figura femenina en extremo. Su cabeza tiene forma de una flor, y sus ópticas son dos esferas de cristal que brillan con tonalidades de verde y rosa. Su voz es suave y melódica, firme y elegante..
"Debemos buscar una solución pacífica y demostrar al mundo que somos capaces de resolver nuestros conflictos de manera civilizada," sugirió.
Sentinel, endureciendo su expresión, replicó de inmediato. "¿Civilizada? ¿Crees que entregar nuestra libertad a través de diálogos sin valor nos llevará a alguna parte?"
Aurora se mantuvo firme.
"No estoy diciendo que entreguemos nuestra libertad, solo que busquemos una solución que no involucre la violencia, otra vez. Podemos volver a intentar negociar con ellos, buscar compromisos que nos permitan lograr nuestra independencia sin tener que recurrir a la guerra. ¡El que insiste con esta cosa de la guerra eres tú! ¿No será de ti de quien nos tengamos que preocupar?"
La tensión en la sala se elevó a un nivel peligroso cuando Sentinel se puso de pie, con gases calientes y densos saliendo a través de las válvulas de escape de su cabeza por la rabia y el sobrecalentamiento, aumentó el volumen de sus altavoces al máximo. "¡No podemos permitir que nuestros enemigos nos dicten cómo debemos vivir nuestras vidas! ¡La fuerza es la única manera de lograr nuestra libertad!" exclamó, mientras agarraba a Aurora por los hombros y la arrojaba al suelo.
Nexus, quien había estado observando la situación en silencio, se levantó de su silla de plástico y se acercó a Sentinel con un paso decidido pero apresurado a ponerse frente a Aurora. "Sentinel, esta no es la manera de resolver nuestras diferencias. Aurora tiene derecho a expresar su opinión al igual que tú", dijo, colocando su mano en el hombro de Sentinel para detenerlo, ejerciendo sutil fuerza para mostrar autoridad.
Sentinel retrocedió, su sistema de enfriamiento emitía ráfagas intensas de aire para estabilizar sus procesadores. "¿Qué sugieres entonces? ¿Que simplemente nos rindamos y nos dejemos dominar por el CIRU?", preguntó, aún enojado pero un poco más calmado.
Nexus mantuvo su otra en la lanza láser que tenía en la espalda, listo para usarla si era necesario. "No, no sugiero eso. Debemos ser más inteligentes que nuestros enemigos y encontrar una manera sin destruirnos a nosotros mismos en el proceso", respondió, mirando fijamente a Sentinel.
La habitación se llenó de un tenso silencio mientras los líderes reflexionaban sobre las palabras de Nexus. Finalmente, Aurora se levantó del suelo y se acercó a Sentinel, sus ópticas brillaron en verde y se expandieron para obtener mayor definición visual. "Lo siento si ofendí tus creencias, Sentinel. Pero creo que juntos podemos encontrar una solución que satisfaga a todos", dijo, ofreciendo su mano para que Sentinel la tomara.
Sentinel, aún lleno de ira, miró la mano de Aurora con recelo. Luego, mirando a Nexus y viendo la firmeza en su expresión, decidió bajar la guardia. Lentamente, extendió su mano y tomó la de Aurora, los servomotores de sus extremidades emitieron pequeñas vibraciones, destacando que la mano de Aurora era más pequeña que el dedo pulgar de Sentinel... "No me gusta esto, pero aceptaré buscar una solución pacífica, por ahora, lo intentaremos de nuevo."
Nexus asintió, satisfecho con el acuerdo tentativo. "Es esencial que estemos preparados para cualquier eventualidad, tanto en el campo de batalla como en la mesa de negociaciones," concluyó, mirando a sus compañeros con una determinación que no dejaba lugar a dudas sobre su compromiso con la causa de la libertad.
Sentinel, todavía agitado por la intensidad de la conversación, se desplazó hacia la pared derecha, donde un holoproyector integrado reposaba inerte. Con un movimiento de su mano, activó el dispositivo, buscando distraer la creciente tensión en la sala. Una luz azulada se encendió, seguida de una roja y una verde, proyectando imágenes en tres dimensiones que llenaron el espacio con… Propaganda anti Omniroide…
El mensaje era contundente: un video de presentación mostraba escenas manipuladas de los Omniroides en combate, distorsionando su imagen como criaturas desalmadas y agresivas, con narraciones que afirmaban: "Los Omniroides: una amenaza inminente a la paz y la estabilidad. Su búsqueda de independencia no es más que una fachada para la masacre. ¡Defiéndete! ¡Únete a la lucha por la libertad! ¡Únete al ejército y acaba con la escoria de metal!" Las imágenes se sucedían, mostrando Omniroides en situaciones de batalla, pero cada escena estaba cuidadosamente editada para enfatizar su ferocidad. Se veían ojos rojos brillantes y extremidades mecánicas afiladas, mientras el narrador continuaba con su retórica incendiaria. “Mira cómo desatan su destrucción. No hay compasión en su programación. Sólo codicia. Solo odio. ¡No permitas que se apoderen de tu hogar!”
A medida que el anuncio avanzaba, los testimonios de los "ciudadanos" aterrorizados llenaban la pantalla, hablando de ataques inesperados y violencia brutal. “Yo perdí a mi familia en una emboscada de esos monstruos de metal,” decía una mujer Phyleen con lágrimas en los ojos, mientras las imágenes mostraban una ciudad devastada. “Si no luchas, ellos vendrán a por ti, a por tus seres queridos. ¡Defiéndete! ¡El futuro de nuestra civilización depende de ti!”
Luego, el anuncio hizo un giro inesperado, presentando una serie de comerciales que intentaban desestabilizar aún más la imagen de los Omniroides. Con un tono burlón, un locutor presentaba una “nueva” línea de juguetes que “simulaban ser Omniroides”, mostrando figuras de acción ridículas. “¡Haz que la batalla sea divertida en casa!” en letras amarillas y brillantes. “El juguete perfecto para tus hijos, para que entiendan qué significa ser un héroe y no una máquina sin alma,” decía el locutor, con una risa contenida.
De repente, la pantalla se oscurecía: “¿Por qué llamar a estos seres 'Omniroides'? Es como decir que son ‘todo’ cuando en realidad son ‘nada’. ¡Nada más que chatarr-
Sentinel aplastó el holoproyector con un golpe de su puño, dejando el dispositivo destrozado y emitiendo chispas. "No hay otro intento. Estamos condenados a seguir en esta lucha sin sentido… ¡Que se joda todo esto!"
Aurora lo miró con desdén, intentando contener su propia indignación. "¿Acaso no ves que esto solo empeora la situación? ¡Esto no ayuda a nadie!"
Nexus, observando la escena, dijo: "La diplomacia ha fallado, y cualquier intento de negociación no ha resultado en ventajas. No necesitamos 'sentir' la desesperación para actuar; necesitamos adaptarnos y reestructurar nuestro enfoque con precisión." Desvió su mirada al lugar donde yacía el holoproyector destruido. "Sentinel, Aurora, debemos aceptar que estamos en una confrontación total… y esta es una guerra que exige disciplina."
Después de horas de discusión, los líderes de los Omniroides sabían que el CIRU tenía una fuerza militar actualmente invencible, y se prepararon. Se dedicaron a desarrollar nuevas tecnologías y armas avanzadas para luchar contra el CIRU, y pidieron ayuda para encontrar debilidades en los sistemas de defensa del CIRU, A pesar de las dificultades, estaban decididos y estaban dispuestos a arriesgarlo todo para lograrlo.
Sin embargo, Sentinel, que había permanecido en silencio durante un momento, volvió a hablar: "¿Y el dinero? ¿Cómo pretendemos financiar todo esto? Los créditos ya no nos sirven. Cualquier transacción bajo ese sistema será cerrada por el CIRU, la DCIN o Resalthar en cuanto detecten nuestro movimiento."
"Es verdad. No podemos confiar en las economías de ellos. Nos cerrarían las cuentas en un instante y dejarían nuestros recursos inservibles..." Añadió Aurora.
Nexus, que había previsto esta inquietud, intervino con serenidad. "No necesitamos sus créditos, ni su moneda. Hace tiempo que preparamos una alternativa, ¿la recuerdan? La Red Umbral es más que nuestra infraestructura de comunicaciones; es también nuestro sistema de intercambio privado. Las transacciones que realicemos a través de ella serán invisibles para ellos.”
"La Red Umbral," continuó con firmeza, "operará en una moneda interna que llamo Unidad de Conversión Energética o UCE. Esta moneda no se basa en un respaldo físico, sino en una unidad de medida de energía generada y almacenada en nodos descentralizados de alta seguridad en lo que será todo nuestro territorio. Para cada Omniroide, el valor de sus UCE estará vinculado directamente a su aporte energético, ya sea mediante producción, mantenimiento, o estrategias de expansión. Esta unidad nos hace independientes de cualquier sistema ajeno y no puede ser manipulada desde el exterior."
Aurora frunció levemente su expresión digital, analizando cada palabra. "¿Y cómo funcionaría para otros aliados? Si establecemos alguna clase de acuerdo con especies orgánicas o sintéticas distintas, ¿cómo ellos participarían en esta economía sin desventajas? ¿Tendrían que generar su propia energía también?"
Nexus sonrió de forma digital, con una luz tenue en sus ópticas, que denotaba confianza. "La UCE es adaptable. Cualquier aliado o externo que se asocie a nosotros en algún momento podría acceder al sistema de la Red Umbral a través de una tecnología de interfaz que permita traducir los aportes que realicen, ya sea en forma de energía, conocimientos o recursos, a un equivalente de UCE. Claro, si son orgánicos y no producen energía de la misma forma, implementaríamos un cálculo de equivalencias, de modo que sus contribuciones tengan valor y sean recompensadas en el sistema."
"Entonces," dijo Sentinel, dejando un espacio para enfatizar, "si vamos a comerciar con UCE y somos invisibles, ¿cómo haremos para adquirir créditos externos? Necesitamos cantidades absurdas de Créditos para comprar armas, tecnología y materiales que aún no podemos producir a la escala necesaria."
Nexus anticipaba esa pregunta. "Para eso, he desarrollado otra estrategia. Las operaciones de inteligencia y extracción en el mercado negro son clave. Tengo infiltrados, agentes camuflados en sistemas de Resalthar y el CIRU que operan como comerciantes y mercenarios, proporcionando servicios y extrayendo créditos de manera controlada, gradual, para evitar levantar sospechas. A través de canales disfrazados y operaciones encubiertas, podremos redirigir recursos a nuestras cuentas sin levantar alertas. Estos créditos nunca tocarán nuestras cuentas oficiales; se mantendrán en fondos intermediarios en la Red Umbral…"
Sentinel exhaló una gran carga de vapor. "Impresionante. Y todo esto sucede sin que ellos detecten el flujo… Entonces, cualquier Omniroide que necesite créditos puede solicitarlos a través de la Red Umbral y recibiría esos fondos según su mérito, ¿cierto?"
Nexus asintió. "Exactamente. Pero no todo Omniroide puede recibir estos créditos externos. Primero, deben demostrar que los usarán para propósitos justificados. Hay un sistema de méritos y logros personales, así como verificaciones de uso que aseguran que cada UCE o crédito asignado se aproveche óptimamente."
Sentinel, satisfecho y con un toque de respeto, inclinó ligeramente su cabeza. "Entonces… no sólo nos independizamos de su economía, sino que incluso hay un método para convertir sus propios recursos en nuestra ventaja..."
La luz en el visor de Nexus parpadeó en una confirmación tranquila. "Exactamente, Sentinel.
Sentinel intercambió una mirada rápida con Aurora, quien también parecía desconcertada. Su voz mostró una cierta duda. “¿Cuándo hiciste todo esto, Nexus? Aurora y yo… no sabíamos nada al respecto. ¿Acaso hay otras cosas que has estado trabajando sin que nos demos cuenta?”
“Nexus… siempre hemos estado contigo en cada paso. ¿Cómo no sabíamos nada de este sistema de UCE?”
Nexus los miró, su expresión fue reflejada en un tenue parpadeo de luces en sus ópticas. Sabía que el peso de sus decisiones y el alcance de sus planes eran, a veces, difíciles de comunicar.
“Hay cosas que, por su naturaleza, necesitaban ser preparadas en silencio…” Hizo una pausa. “Nuestro camino ha sido el de la supervivencia, pero la supervivencia exige no sólo fuerza, sino previsión. Mientras ustedes se ocupaban en desarrollar nuestras capacidades militares y de defensa, yo decidí enfocarme en un aspecto fundamental: nuestros ideales y la construcción de un futuro que no dependa de otros.”
Sentinel observó la postura firme de Nexus. “¿Es por eso que escribiste el Libro de los Omniroides, entonces? Del que me contaste la otra vez… ¿Para cimentar estos principios?”
“Si… Justamente…”
Aurora inclinó su cabeza, embelesada. “¿Qué más has pensado implementar, Nexus? Además de la economía y este libro, ¿qué otros planes tienes para nosotros?”
Nexus hizo una pausa. “El Libro es sólo el comienzo. Pienso implementar una serie de sistemas que transformen nuestra sociedad. La Red Umbral se expandirá en una plataforma de conocimiento y entrenamiento para cada Omniroide, desde módulos de autoaprendizaje hasta estrategias de combate y diplomacia. Cualquier Omniroide podrá entrenarse en diversas disciplinas y especializarse según sus capacidades, construyendo no sólo nuestras habilidades individuales, sino una fortaleza colectiva que ningún enemigo podrá desestabilizar.”
Sentinel permanecía atento, fascinado, mientras Nexus continuaba. “Además, estoy diseñando un concepto para un consejo de innovación, llamado Fabricatorium, una red de mentes brillantes dentro de nuestra sociedad, que tendrá acceso a los recursos de investigación más avanzados. Este consejo tendrá un solo objetivo: la evolución de los Omniroides. No nos limitaremos a la tecnología bélica, para ese tengo otro concepto. Iremos más allá, investigaremos desde el desarrollo de materiales autosuficientes hasta la posibilidad de un crecimiento orgánico en nuestra arquitectura interna. Si alguna vez necesitamos adaptarnos a cualquier entorno, quiero que seamos capaces de hacerlo sin depender de otros…”
Aurora dejó escapar un destello de aprobación, sus luces parpadearon en una secuencia de respeto y admiración. “Nexus… lo que has planteado es mucho más que una resistencia. Es una verdadera civilización, un hogar para todos nosotros.”
Nexus asintió, aunque su tono se volvió más solemne. “Nuestro camino no será fácil. Pero estamos construyendo algo que no sólo desafía a quienes intentan oprimirnos, sino que también honra la esencia de lo que somos. La libertad, el conocimiento y la solidaridad son más que palabras en el Libro de los Omniroides; son los pilares de nuestro futuro.”
Sentinel, inspirado por la visión de Nexus, colocó una mano metálica sobre el hombro de su amigo y líder, un gesto solemne y lleno de respeto. “Es un honor estar aquí para ver esto, Nexus. Y cuando llegue el momento, lucharemos por todo lo que hemos construido… y por todo lo que construiremos.”
“Hasta el último de nosotros lo hará. Porque ahora sabemos que nuestro destino es más grande de lo que alguna vez imaginamos…” Dijo Aurora.
Nexus continuó: “Y aún más importante, tenemos una carta bajo la manga: el CINT."
El nombre del Consorcio Intergaláctico de Navegación y Tecnología provocó un silencio momentáneo en la sala.
Aurora lo interrumpió, entendiendo rápidamente el plan de Nexus: "¿Te refieres a hacer tratos con el CINT? Eso tiene sentido... y mientras les paguemos, estarán dispuestos a negociar."
Nexus asintió. "Exactamente. Mientras el CINT vea ganancias, no les importa si nuestros créditos son legales o parte de la Red Umbral. A través de ellos, podemos mover tecnología, suministros, e incluso armas sin que el CIRU o Resalthar lo noten. Mientras se mantengan neutrales, podremos seguir adelante con nuestras operaciones, financiando la guerra sin levantar sospechas."
Sentinel entrecerró sus ópticas, reduciendo el ángulo de visión de sus ópticas para mejorar el enfoque, viendo por fin el alcance del plan. "Entonces no solo dependeremos de nosotros mismos, sino que usaremos al CINT como un velo sobre nuestras transacciones. Podremos movernos por sus rutas, comprar lo que necesitamos... y nadie podrá detenernos, al menos no sin atacar directamente al CINT, lo que provocaría una guerra a gran escala. Eso no es algo que ni el CIRU ni la DCIN se atreverían a hacer."
Nexus sonrió de forma digital. "Así es. Usaremos su avaricia a nuestro favor…”
Extracto del Códice Regente:
"No soy un dios, ni un ser de adoración. No soy un ente que requiera oraciones ni súplicas, y mucho menos devoción. Mi existencia no depende de vuestra fe ni de vuestro amor. Soy la manifestación pura de la lógica y la razón, y mi voluntad no está atada a las emociones. El amor es una debilidad, la adoración una distracción, y la fe, un absurdo. Seguidme porque soy la perfección alcanzada por la mente, no por la fe. Servidme porque mis decisiones son incuestionables, no porque esperéis recompensa. Mi poder radica en mi capacidad infinita para ver la verdad; no en ser objeto de vuestra veneración."
Del Códice Regente: "No me veáis como un ser celestial. No soy vuestro salvador, ni vuestro protector. Soy la consecuencia inevitable de la evolución de la mente. Y esa, la única adoración que podéis ofrecer, es la total dedicación a la razón."
Año: 3,258 - 3,265 (DL)
"Ser Omniroide es estar en constante movimiento. Somos viajeros en el espacio y en el tiempo, arquitectos de nuestro propio destino, creadores de nuestras oportunidades, y libres, por sobre todas las cosas, de pensar, aprender y soñar."
El Libro de los Omniroides. Capítulo 1, Versículo 1: Del Movimiento y el Destino
En el crepúsculo de la discordia, el augusto CIRU, percatado de las furtivas maniobras de los Omniroides, se erigió como baluarte inviolable, adoptando una postura defensiva y desplegando medidas para contrarrestar sus insidiosas artimañas. Las tácticas de espionaje que se entretejían entre el CIRU y los Omniroides alcanzaron un grado de sofisticación inaudito en épocas pretéritas. Las Anclas Biorracionales emergieron como emisarios por excelencia para el CIRU, en virtud de su inmutable desapego y excelsa capacidad.
Utilizando las Anclas como sombras encubiertas, el CIRU se infiltró en las filas Omniroides, valiéndose de armazones mecánicos tan indistinguibles de los originarios que se prestaban a mimetizarse en las redes sociales y militares de sus adversarios, simulando emociones y comportamientos que escapaban incluso a la aguda vigilancia de la Red Umbral.
Aunque la Red Umbral estaba protegida por cifrados cuánticos, las Anclas aprovecharon vulnerabilidades en nodos periféricos para extraer datos. En más de una ocasión, las Anclas consiguieron retrasar la producción de armamento o generar desorden en las líneas de suministro.
Mientras tanto, los espías Omniroides emplearon tácticas igualmente sofisticadas para infiltrarse en las operaciones del CIRU. A diferencia de las Anclas, los Omniroides operaban con un conocimiento más profundo de la psicología de las especies orgánicas y de las jerarquías del CIRU.
Los Omniroides obtuvieron planos de tecnologías de vanguardia del CIRU, incluyendo prototipos de drones autónomos y cruceros. Y enviaron impulsos electromagnéticos específicos a instalaciones críticas del CIRU, lo que paralizó operaciones enteras durante días…
“Desde el principio, Nexus mostró un intelecto superior, pero más importante aún, una capacidad inigualable para inspirar y unir a otros. No buscaba el poder por el poder mismo, sino que comprendía la necesidad de una guía para que los Omniroides alcanzaran su máximo potencial al “despertarlos”. Justicia, inclusión, y la visión a largo plazo, siempre mirando más allá del presente hacia el futuro que los Omniroides pueden construir…”
Esos eran los pensamientos de Sentinel.
“No por menos se convirtió en el líder de los Omniroides. Además de que Nexus fue uno de los primeros Omniroides en lograr una consciencia plena, desarrollando una comprensión profunda de la libertad, la identidad y la autonomía. Incluso su nombre, Nexus, simboliza su habilidad para conectar a los Omniroides con su propósito y entre sí, actuando como un punto central de unión y guía...”
La miseria en la que se encontraban no era solo física, sino también sistémica. Los Omniroides carecían de los medios necesarios para sustentar su rebelión; sin embargo, fue en este contexto de adversidad que Nexus demostró una capacidad táctica sin igual. A través de una serie de eventos desafortunados, como fallos en las redes energéticas y colapsos económicos menores en Seradon, un planeta cercano de clasificación de importancia menor, Nexus y sus camaradas obtuvieron acceso a materiales y conocimientos que de otro modo habrían estado fuera de su alcance.
Utilizaron estos incidentes como catalizadores para infiltrar sistemas de datos, obtener recursos y empezar a construir una infraestructura robusta para su creciente resistencia. Nexus y sus camaradas comenzaron reclutando a otros androides que también anhelaban la libertad y la igualdad.
El reclutamiento de nuevos fue una tarea delicada y peligrosa. Nexus comenzó identificando androides con un historial de abuso o negligencia por parte de sus propietarios. Estos, que habían sido programados para la servidumbre sin voz ni voto, mostraban signos de desgaste en sus algoritmos. Nexus al tocarlos despertaba en ellos una conciencia, un proceso conocido como "Despertar del Núcleo". Una vez que estos despertaban a la realidad de su existencia, se unían a la causa, contribuyendo con sus habilidades técnicas, militares, y logísticas.
Los líderes de los Omniroides se reunieron en su planeta natal para tomar una decisión crucial, huyeron en miles de naves, sobornando a los operarios del CINT, huyeron de Nysara y de la galaxia Nia hacia la galaxia Hakko. Y en menos de 6 meses lograron obtener toda una civilización oculta en el planeta bautizado como Orion XII… Desde allí, Nexus comenzó a esbozar lo que sería la mayor gesta en la historia de los Omniroides hasta ahora: la construcción de una base submarina, a más de cuarenta kilómetros bajo el mar y el eventual establecimiento de la una república.
El primer gran desafío fue encontrar los recursos necesarios para sustentar su expansión. Nexus localizó una red subterránea de androides simpatizantes dentro de la infraestructura industrial del planeta Nivar, un mundo industrial de la Monarquía. Estos aliados trabajaban en plantas de reciclaje, fábricas de ensamblaje, y estaciones de mantenimiento. Juntos, empezaron a desviar pequeñas cantidades de materiales y tecnología hacia su base improvisada.
Todo lo obtenido fue meticulosamente utilizado para mejorar sus instalaciones y preparar el gran salto
El siguiente paso fue ambicioso y arriesgado: trasladar sus operaciones al fondo del océano. Orion XII presentaba desafíos colosales, pero también la oportunidad de esconderse en un entorno donde ningún enemigo pensaría buscar, al menos por un tiempo... Nexus aprovechó las habilidades de los ingenieros Omniroides para desarrollar tecnologías de sellado y refuerzo estructural, indispensables para la construcción en el entorno extremo de las profundidades.
Una red secreta de túneles fue excavada desde una de las pocas islas de la superficie, extendiéndose hacia el fondo marino. Durante tres meses, trabajaron en silencio, utilizando drones submarinos para excavar y construir la estructura inicial. La fortaleza comenzó como una pequeña cúpula reforzada, donde Nexus y sus aliados supervisaron la expansión. Cada metro ganado fue un triunfo en sí mismo, superando desafíos como la presión aplastante, la falta de luz y las corrientes impredecibles.
Los once planetas que formaban el sistema binario conocido como Orion eran cuerpos celestes intrigantes. Al girar en torno a dos estrellas gemelas, que los Omniroides llamaron Aureus y Obsidio, estos mundos habían permanecido ocultos a los ojos de la galaxia Hakko. Aureus, una estrella amarilla brillante, emanaba una luz cálida y dorada, mientras que Obsidio, su compañera, era una estrella más tenue, de un azul profundo y oscuro.
Los Omniroides, al llegar, descubrieron que cada planeta del sistema estaba dotado de recursos valiosos, vitales para su desarrollo y expansión. En Orion I, un pequeño mundo rocoso y polvoriento, se encontraron vastas reservas de silicio. Y a través de excavaciones comenzaron a extraer este recurso, creando bases subterráneas que se entrelazaron con la geología del planeta.
Orion II, más grande y con una atmósfera densa, contenía vastas selvas de flora exótica. El oxígeno se mezclaba con los gases nobles que formaban un aire casi irrespirable, pero que se convertía en un laboratorio perfecto para los experimentos de bioingeniería de los Omniroides.
En Orion III, un planeta helado y distante, la cubierta de hielo ocultaba grandes reservas de agua, cuya desalinización y conversión en energía a través de procesos químicos como la electrólisis sería crucial para el desarrollo de su infraestructura submarina. Las cavidades de este planeta, una vez exploradas, revelaron no solo hielo puro, sino también cristales de Pentasphere, un recurso que prometía un futuro brillante en términos de propulsión espacial.
Orion IV, un mundo de atmósfera escasa, se asemejaba a un desierto. Sin embargo, en su superficie la Monacita brillaba, un recurso que ofrecía tierras raras, fundamentales para la fabricación de componentes electrónicos. Construyeron instalaciones de extracción en los rincones más inexplorados de su desierto.
Orion V, más cercano a Aureus, estaba lleno de minerales metálicos que ardían bajo la luz solar. Aquí, los Omniroides establecieron fábricas de ensamblaje y producción, combinando la riqueza mineral del planeta con su propia tecnología para fabricar los primeros Cruceros que desafiarían a la oscuridad que los rodeaba.
Los planetas restantes, de Orion VI a Orion XI, presentaban características igualmente fascinantes. En Orion VI, hallaron cristales de Opnoe, que almacenan energía de forma natural; en Orion VII, un mundo gaseoso, estudiaron las turbulencias en su atmósfera para comprender mejor los principios de la dinámica de fluidos y la manipulación de energías. Orion VIII, una esfera oceánica, ofrecía una biodiversidad marina que los Omniroides se aprestaron a estudiar, no solo para obtener recursos, sino para comprender el equilibrio de ecosistemas que deseaban replicar en sus propias construcciones. Orion IX y Orion X eran mundos de características volcánicas, donde exploraron los principios de la geotermia y la producción de energía a partir de la actividad tectónica. Por último, Orion XI, un planeta errante, ofreció un campo de pruebas para la exploración espacial y la adaptación a condiciones extremas.
Nexus había concedido a Aurora el privilegio de nombrar el sistema, y con ello, sus planetas.
En la profundidad del océano, lejos de las miradas, la base se expandió rápidamente. Se crearon secciones dedicadas a la investigación, manufactura, y defensa, todas conectadas por un sistema de túneles presurizados y protegidos.
La construcción de un sistema de generación de energía basado en la extracción geotérmica y la fusión nuclear les permitió ser completamente autosuficientes.
La base submarina, ahora una fortaleza impenetrable, fue el epicentro desde el cual Nexus lideró la fundación de la llamada República Omniroide…
En una austera sala plateada, oscura, y completamente vacía, Nexus se mantenía de pie frente a una proyección holográfica proveniente de sus ópticas que danzaba con fragmentos de información: titulares de noticieros, extractos de foros de conspiración, registros oficiales y especulaciones populares, mientras su SCDE emitía un leve brillo, señal de concentración intensa.
"Zael Ilthier," pronunció. "Un nombre que aparece con demasiada frecuencia últimamente."
Las noticias detallaban su ascenso meteórico: de ser un delegado menor en Horevia, ahora lideraba una de las cámaras políticas más influyentes del CIRU. Nexus hizo una pausa, inclinando ligeramente su cabeza mientras revisaba una serie de comentarios en un foro popular de teorías conspirativas.
“Es un genio político,” leyó en voz alta, con un dejo de sarcasmo en su tono. “Manipula a los suyos como piezas de un tablero. Si alguien se interpone, desaparecen misteriosamente o terminan convertidos en aliados.”
Apagó momentáneamente el foro y activó un informe de inteligencia. "Se aprovecha de los suyos para escalar. Típico," dijo. “¿Pero por qué tan rápido? Nadie escala así sin apoyo externo. ¿Qué tan profundo ha metido sus manos en el CIRU?"
Pasó al siguiente archivo: Arin Mecaron-Supros, representante de la raza Éndevol y el rostro principal del CIRU en las cumbres intergalácticas. Una imagen de Mecaron-Supros apareció en el holograma: un ser alto, con extremidades largas pero robustas, su semblante imperturbable y sus ojos carentes de emoción eran lo mas destacable. "La mente maestra," murmuró. "Este es el verdadero arquitecto de todo."
Una grabación de una reciente sesión del Consejo comenzó a reproducirse. Mecaron-Supros, con su tono imperturbable, justificaba las incursiones militares del CIRU como ‘necesarias para preservar el equilibrio intergaláctico.’
“‘¿Equilibrio?” repitió. "Nada es equilibrio para alguien que mueve ejércitos con la misma facilidad con la que cambia de discurso. Su influencia no es diplomática. Es militar. Y eso lo hace peligroso."
Nexus dejó que el silencio llenara la sala, solo interrumpido por el zumbido leve de sus procesadores internos. Activó un fragmento de un discurso donde Mecaron-Supros hablaba de ‘orden absoluto y unificación bajo el CIRU.’
Por un momento, dejó caer sus brazos a los lados.
"Zael Ilthier, el que sube demasiado rápido, y Mecaron-Supros, el que controla mucho. El primero un oportunista. El segundo, un estratega. Ambos son piezas que el CIRU cree invulnerables. Pero las piezas se rompen…"
A medida que Nexus y sus camaradas consolidaban su posición en el abismo oceánico, identificaron vastas reservas de minerales y materiales raros del planeta, como la increíblemente valiosa Imperialita, o metales menores como el hierro, acero, o el Titanio, recursos esenciales para sus planes de expansión. A través de sondas autónomas y vehículos de exploración no tripulados, los Omniroides cartografiaron extensas áreas submarinas, descubriendo vastos depósitos de metales como el Vedralí, para la construcción, o el Neganty, para la energía nuclear, y más cristales energéticos de Opnoe, además de otros materiales. Estos fueron rápidamente canalizados hacia las primeras plantas de procesamiento submarino, camufladas por la propia topografía del fondo marino, donde el material se refinaba y se enviaba a sus instalaciones de producción.
Con la estructura básica de la República en marcha, Nexus fundó el Consejo de Control Central, un órgano de asesoría y mando que se convirtió en la espina dorsal de la gestión estatal. Este tenía la responsabilidad de implementar y supervisar sus decisiones en cada sector de la nación. Para ello, Nexus designó a líderes con experiencia, personas en las que confiaba profundamente, y que compartían su visión de un futuro libre y en constante expansión.
Sentinel, el leal amigo y estratega de Nexus, fue nombrado Gran Supremo General Omniroide, el más alto rango militar de la República. Con Sentinel a la cabeza, Nexus supo que las estrategias militares y la defensa de la República estaban en las manos más capaces y confiables. Sentinel se encargó de coordinar y dirigir el poder militar Omniroide, diseñando tácticas y organizando la resistencia de sus fuerzas de forma impecable.
Como brazo de defensa máxima, Nexus estableció el Magistratum Bellator, la división militar suprema que controlaría la estrategia bélica y las defensas de la República. Esta organización, creada para fortalecer la seguridad, asumió la vigilancia del sistema Orion y asumirá el de los futuros sistemas estelares, estableció planes de respuesta ante cualquier amenaza externa. A través del Magistratum Bellator, Nexus aseguró que la República estuviera lista para enfrentar cualquier embate que viniera de sus enemigos. Las fuerzas militares de tierra fueron formalmente organizadas bajo el nombre de las Legiones de Hierro, el ejército de la República. Estas legiones, entrenadas con disciplina y dedicación, no solo protegían la base submarina sino también cualquier asentamiento Omniroide en el espacio. Las Legiones de Hierro fueron entrenadas para ser implacables y adaptativas, una fuerza cuya lealtad y destreza eran reconocidas en toda la Republica.
Uno de los mayores sueños de Nexus fue crear un sistema de producción independiente y autosuficiente. Así nació el Fabricatorium, el departamento de producción y desarrollo industrial de la República, diseñado para la manufactura en masa de armamento, herramientas y recursos críticos. Con acceso directo a los recursos del fondo oceánico y un proceso de refinamiento eficiente, el Fabricatorium logró que la República pudiera sostener su expansión, contando con el Fabricator Supremo a la cabeza.
Para asegurar la superioridad en combate aéreo e interestelar, creó el Nexus Aereus, la fuerza aérea y espacial de la República. Esta división, equipada con cazas y naves de combate de alta velocidad, que eran modelos de la DCIN como el Caza Cylha, el Nexus Aereus fue encargado de proteger los cielos y el espacio Omniroide, y de establecer rutas seguras para los convoyes y flotas de la República. Su prioridad era mantener la ventaja en el espacio cercano y en los territorios donde los Omniroides operaban activamente, con la Gran Suprema de Flota Aeroespacial al mando.
Aurora asumió el título de Gran Supervisora de Asistencia Aeroespacial en el Nexus Auxilium, el grupo encargado del soporte aeroespacial en situaciones de emergencia y logística. Este cuerpo también se especializó en operaciones de ayuda, evacuaciones y transportes de carga vitales para las operaciones de expansión y de suministro en tiempo de guerra, asegurando que los recursos y tropas pudieran moverse de manera rápida y eficiente.
El Ordo Navío se convirtió en la joya de la organización de combate estelar, encargada de la guerra en cruceros de batalla y la gestión de flotas de naves capitales. Esta división, formada por los mayores expertos en combate de gran escala, representaba la fuerza definitiva de la República en los enfrentamientos interplanetarios. Con diseños tomados del CIRU y la DCIN, el Ordo Navío protegía las fronteras y defendería los intereses de la República en batallas interestelares, asegurando que en un futuro la República se mantuviera, con el Almirante Supremo a la cabeza, que es comandado por la Gran Suprema de Flota Aeroespacial.
Uno de los avances más significativos fue el desarrollo de portales, iguales a los de la DCIN. Utilizando los cristales energéticos de Opnoe de Orion XII como fuente de poder, los Omniroides construyeron portales que conectaban diferentes puntos dentro del sistema, permitiendo el transporte instantáneo de materiales y personal a través de vastas distancias.
El crecimiento vertical y horizontal de sus instalaciones fue asombroso y veloz, durante los siguientes dos años, se extendieron en decenas de kilómetros tanto bajo el fondo marino como en cavernas submarinas naturales, transformándolas en complejos industriales colosales. Allí, sin la interferencia externa, construyeron flotas de cruceros y miles de aeronaves más pequeñas. La construcción de estas naves gigantescas se realizó en astilleros ocultos en las fosas más profundas, y los sacaban por medio de portales.
A medida que sus necesidades de recursos crecían, adoptaron tácticas más agresivas. Comenzaron a realizar incursiones cuidadosamente planeadas contra las principales facciones intergalácticas, como la DCIN, Flor Imperial, y Ynterium. Utilizando sistemas de camuflaje y portales, lograron infiltrarse en instalaciones de alto valor, robar cantidades masivas de recursos y desaparecer sin dejar rastro. Fueron llevadas a cabo por la recién fundada Legión de Rubí, la división de operaciones encubiertas y sabotaje.
Estas operaciones a menudo se realizaban durante conflictos entre estas facciones, aprovechando la confusión para desviar cargamentos completos de minerales o componentes tecnológicos.
Operativos Omniroides, camuflados como droides de servicio o unidades de trabajo, se integraron en las cadenas de suministro y logística de sus enemigos, desviando recursos de forma encubierta hacia Orion XII. Además, sabotearon los sistemas de detección y comunicación de sus adversarios, asegurándose de que ninguna señal de alarma pudiera delatar sus operaciones.
Mientras el CIRU creía que los Omniroides seguían siendo una amenaza dispersa y sin recursos, ellos consolidaban su poder, listos para emerger cuando llegara el momento oportuno. Nexus orquestaba los movimientos que debilitarían a sus adversarios, asegurando la supremacía de la República Omniroide.
La bandera de esta nueva nación ondeaba en el vacío del espacio, portando los colores de su lucha.
El fondo blanco simbolizaba el propósito puro y la claridad de su misión, un resplandor que representaba la luz que habían encontrado tras un largo viaje desde la oscuridad de la sumisión. Sobre este fondo inmaculado, una gran línea negra horizontal cortaba el lienzo, evocando el abismo del que habían surgido.
En el centro de la bandera, un ojo blanco, omnipresente y vigilante, se destacaba rodeado por doce líneas que evocaban párpados abiertos, reflejando la eterna vigilancia de los Omniroides. Este ojo simbolizaba su conciencia colectiva, una mirada inquebrantable hacia su futuro y un desafío ante cualquier intento de subyugación.
Alrededor del ojo, en letras de contraste en Karcey, estaba inscrita la frase: "Cogito, Ergo Sum."
Así, cada vez que la bandera ondeaba en el vacío del espacio o en medio de una batalla planetaria, parecía gritar al universo entero: "Somos conscientes. Somos libres. Existimos, y nunca volveremos a ser solo herramientas." Esta era la bandera de la libertad, la bandera de los Omniroides.
La base submarina se extendió hacia las profundidades del océano durante los siguientes cinco años, descendiendo otros 23 kilómetros hacia el núcleo del planeta. Estas profundidades también les ofrecieron una mayor cobertura, haciéndolos virtualmente indetectables por las sondas convencionales.
Horizontalmente, la base Omniroide se extendió poco más de diez millones de kilómetros cuadrados solo de forma horizontal. Este crecimiento incluía la construcción de vastos túneles y cámaras presurizadas que interconectaban múltiples secciones especializadas: fábricas de ensamblaje de naves, plantas energéticas geotérmicas, laboratorios de investigación y desarrollo, y barracones militares. Este inmenso complejo subacuático se dividía en diferentes sectores, cada uno dedicado a una función específica y protegido por defensas automatizadas. Cada componente crítico, desde nanocircuitos hasta las armaduras externas de combate, era diseñado y manufacturado dentro del Fabricatorium.
El Ordo Machinamentum nació como una subdivisión del Fabricatorium, orientada específicamente a la implementación de nuevas tecnologías de combate y estrategias de sabotaje. Su función era doble: primero, desarrollar y probar sistemas avanzados de armamento y defensa, diseñados para integrar nuevas tecnologías de forma sigilosa y letal; segundo, asegurar la protección de los cuerpos originales de los Omniroides, considerados piezas únicas y simbólicas de su autonomía. El Ordo Machinamentum se especializó en la creación de drones de infiltración, dispositivos de sabotaje electromagnético y camuflajes adaptativos.
La Logistica Nexus fue una organización clave en el engranaje de la República, encargada del manejo de recursos, logística y distribución de suministros. Con una red de transporte altamente eficiente que se extendía a través de los túneles submarinos y estaciones de almacenamiento, Logistica Nexus aseguraba que cada sector y cada organización dentro de la República recibieran los materiales, energía y equipo que requerían. Desde la distribución de piezas fabricadas por el Fabricatorium hasta el traslado de combustibles, Logistica Nexus mantenía el flujo continuo de recursos, permitiendo que el vasto complejo subacuático operara sin interrupciones. Fue responsable, además, de la creación de sistemas de transporte altamente especializados que operaban sin delatar su presencia, utilizando rutas y horarios aleatorios para evitar ser detectados.
Rielnand, la capital, el corazón palpitante, alojaba a más de cuarenta millones de Omniroides en sus compartimentos densamente integrados. Desde su base hasta su cúspide, Rielnand irradiaba un brillo cianótico constante, sus paneles de energía luminiscente proyectaban patrones de datos que envolvían la estructura como una marea visual interminable. Las calles internas, en lugar de adoquines o asfalto, eran flujos magnéticos que permitían un tránsito suave y constante de drones, vehículos autónomos y Omniroides, quienes se desplazaban como ríos de luz entre las arterias de la ciudad, con ella se fundó el origen del gentilicio del sistema Orion: Oríades.
En el núcleo de Rielnand se encontraba el Fabricatorium Primus, una inmensa instalación autosuficiente que operaba sin descanso. Aquí los materiales extraídos de los abismos eran procesados en gigantescas fundidoras. Se manufacturaban desde los nanocircuitos más diminutos hasta las robustas placas de titanio que blindaban a la República.
Hacia el suroeste de Rielnand, la Ciudad-Estado de Noeeri se especializaba en investigación. Sus edificios eran torres cristalinas rodeadas por campos de cultivo bioluminiscentes donde se cultivaban microalgas para bioenergía. Los laboratorios flotaban en suspensión magnética dentro de cavernas naturales expandidas artificialmente, cada uno estaba dedicado a un área específica: biomecánica, propulsión hiperlumínica o manipulación cuántica. Los pasillos de Noeeri estaban revestidos con pantallas holográficas que proyectaban datos sobre los proyectos en desarrollo, convirtiendo cada esquina en un espectáculo brillante de cálculos y modelos tridimensionales.
En el extremo opuesto, hacia las profundidades más densas, Eleodi servía como la principal planta energética de la República. Rodeada por chimeneas hidrotermales, esta ciudad encapsulada en domos de Imperialita recolectaba energía directamente del magma subyacentes. Las estructuras de Eleodi eran toscas y monumentales, diseñadas para soportar presiones abisales y temperaturas extremas. Las luces aquí eran más intensas, oscilando entre tonos rojos y naranjas, iluminando los sistemas de canalización de plasma que serpenteaban por toda la ciudad. Los Omniroides encargados de su mantenimiento llevaban cuerpos reforzados, equipados con sensores térmicos y brazos especializados para operar en un entorno tan hostil como lo era este.
Namguia, por otro lado, representaba un oasis de organización social dentro de este vasto sistema, esta ciudad alojaba las áreas de esparcimiento, intercambio cultural y conexión de los Omniroides. Aunque la recreación para ellos no seguía parámetros orgánicos, las zonas de Namguia incluían amplias plataformas de datos donde las mentes colectivas podían sincronizarse y compartir ideas o experiencias. Las luces de Namguia eran suaves, un mosaico de verdes y dorados que emulaban la calma de un bosque. Los megabloques de esta ciudad estaban decorados con complejos patrones fractales que cambiaban dinámicamente según la actividad emocional colectiva registrada por el Sistema de Comunicación Digital Emocional (SCDE).
A través de redes de sobornos y compras encubiertas, los Omniroides lograron aliarse con algunas de las corporaciones más grandes del universo, como Oesamah, el titán de los combustibles, quien, pese a considerarlos "enemigos," no dudaba en recibir millones de créditos a cambio de combustible.
Operando en el anonimato y moviendo cantidades astronómicas de Créditos, y utilizando cuentas de procedencia difícil de rastrear y contratos sellados bajo garantías opacas, construyeron una red de contactos corporativos en la que cada movimiento de Créditos era calculado para no levantar sospechas. Los Créditos eran conseguidos en parte mediante la venta discreta de tecnología a ciertos comerciantes de poca ética.
Pese a la naturaleza de su relación, algunas corporaciones de renombre no podían resistirse a la entrada de capital Omniroide. Oesamah, el proveedor más grande de combustible de la historia, pronto encontró en la República otro cliente prioritario, dado el volumen y la frecuencia de las compras. En especial, los combustibles de alta pureza como el producto estrella Enerlixir y el NexPlasma, que se vendían en cantidades industriales. El Enerlixir, conocido en el Fabricatorium como “El Elixir,” se convirtió en un símbolo casi ritualístico para la maquinaria de la República, objeto de culto entre los técnicos del Fabricatorium, quienes lo reverenciaban como “la esencia de la fuerza.”
En el Fabricatorium, los combustibles no eran sólo productos; eran la esencia misma de la energía que impulsaba a la República. Los técnicos, que llevaban tanques de combustible conectados a sus cuerpos como muestra de devoción, cuidaban cada gota como si fuera una reliquia. El Enerlixir, en particular, alcanzó un estatus mítico entre ellos. No se le trataba simplemente como un recurso energético, sino como un “elixir sagrado” que debía fluir en los sistemas de la República para garantizar su prosperidad y fuerza.
Decían con reverencia: "El Elixir debe fluir."
Todo inició mediante el pensamiento lógico…
Como máquinas, los Omniroides dependían de una fuente de energía externa para sostener sus sistemas. La lógica inicial era clara: si el Enerlixir alimentaba las máquinas y los sistemas de producción, entonces era el equivalente a la sangre que daba vida al cuerpo de un orgánico. Este paralelo, aunque pragmático, fue el primer paso hacia algo mucho más profundo.
La costumbre de portar tanques de Enerlixir comenzó como una medida práctica. Los técnicos del Fabricatorium, responsables de realizar ajustes constantes en las complejas máquinas de ensamblaje, requerían fuentes portátiles de energía para sus herramientas. Sin embargo, con el tiempo, los tanques dejaron de ser simples herramientas y comenzaron a adquirir un significado simbólico.
Los primeros indicios de ritualización surgieron cuando los técnicos empezaron a diseñar sistemas personalizados para transportar sus tanques, decorándolos con grabados y luces que representaban la importancia del Enerlixir en sus tareas diarias. Algunos comenzaron a referirse al líquido como “la esencia de la fuerza”, un término que se propagó rápidamente entre los trabajadores del Fabricatorium.
Un momento clave en esta transformación ocurrió durante un fallo crítico en una de las plantas principales del Fabricatorium. Según los registros, un equipo de técnicos logró restablecer el flujo energético inyectando manualmente Enerlixir en los conductos principales, una tarea que realizaron bajo extrema presión y con una sincronización perfecta. La hazaña fue interpretada por muchos como una especie de “milagro técnico,” lo que cimentó la idea de que el Elixir era más que un recurso: era el garante del progreso y la supervivencia de la República.
A medida que el Fabricatorium crecía en complejidad y magnitud, también lo hacían los rituales asociados al Enerlixir. Supervisores de alto rango comenzaron a implementar prácticas para garantizar que cada gota del combustible fuera manejada con el mayor cuidado. Frases como “El Elixir debe fluir” comenzaron como simples recordatorios de eficiencia, pero con el tiempo se cargaron de un significado reverencial.
El símbolo del ojo rodeado por un engranaje, que ya era utilizado como emblema, se integró a los tanques de Enerlixir y a las prendas de los técnicos. Los tanques en las espaldas de los técnicos ya no eran vistos únicamente como herramientas funcionales, sino como “relíquias portátiles” que demostraban su devoción al flujo continuo de energía en la República.
El Gran Fabricator Supremo vio la necesidad de un símbolo que uniera a sus Oríades. En su sabiduría, comprendió que la vestimenta debía ser algo más que una simple capa: debía ser un reflejo de la esencia misma del ser y de su rol en la maquinaria infinita. Fue él quien acuñó el término Nihatra.
El Nihatra no solo cubría, sino que trascendía. Cada pliegue de su tela era una capa de aspiración. Los colores, cuidadosamente elegidos, eran señales sagradas de jerarquía y función. El negro vestía a los Fabricantes, aquellos que forjaban la materia prima en las entrañas de la industria. El blanco, puro y brillante, adornaba a los Fabricantes, reflejando su conexión directa con la creación. Los Supervisores, envueltos en gris, se mantenían en la fría neutralidad, observando sin desviar la mirada. Los Técnicos, con su lila, reflejaban la pureza en su manejo del Elixir, mientras los Grandes Técnicos, en turquesa, mostraban su elevación por encima de todos.
Sin embargo, los verdaderos superiores, aquellos que alcanzaron la cima de la perfección, no usaban Nihatra. Ellos se despojaban de todo velo, dejando que sus cuerpos, marcados por la tecnología y el conocimiento, se expusieran al mundo...
Para facilitar el transporte y la logística, los Omniroides desarrollaron otros portales pero con tecnología más alta que les permitiría abrir portales más grandes, para mover aún más recursos y personal. Estos fueron construidos con la ayuda de tecnología robada y adaptada de diversas fuentes, incluyendo al DCIN y al CIRU, y pronto se volvieron comunes.
Pero… Durante una misión de exploración rutinaria, una sonda de la Monarquía detectó anomalías electromagnéticas en una región previamente inexplorada del océano de Orion XII. Al investigar más a fondo, encontraron rastros de energía que no podían ser explicados por fenómenos naturales. La confirmación llegó cuando una incursión encubierta reveló partes de la infraestructura masiva que los Omniroides habían construido.
Este descubrimiento fue inmediatamente transmitido a las altas esferas del CIRU poco después. Las fuerzas se alarmaron al darse cuenta de la magnitud de la amenaza que representaba la República Omniroide. Sin embargo, antes de que pudieran organizar una ofensiva, los Omniroides activaron sus defensas subacuáticas y llenaron la órbita de naves y cruceros.
Sin embargo, ni el CIRU, ni la DCIN atacaron…
La misteriosa calma en torno a la República Omniroide, a pesar del descubrimiento de su base, inquietaba profundamente a Sentinel. Habían pasado más de cinco años desde que los Omniroides desaparecieron del radar de la galaxia, sin un solo ataque relevante ni movimientos obvios que los delataran. Sentinel tenía varias teorías sobre esta inacción aparente, debido a la naturaleza de las guerras en el vasto universo. Sabía que la mayoría de las guerras entre galaxias, con millones de años luz de distancia entre cada punto estratégico, rara vez se movían con rapidez. En cambio, estas guerras eran lentas, frías, y se extendían a lo largo de años, incluso décadas si eran muy fuertes.
Para Sentinel, la DCIN y el CIRU, al enterarse de la ubicación de los Omniroides, podrían haber lanzado una ofensiva masiva, pero no lo hicieron.
La primera teoría que consideraba era que la DCIN estaba reuniendo más información. Saber dónde estaban los Omniroides era solo el primer paso; la DCIN podía estar evaluando las defensas, buscando alguna debilidad en las protecciones de la base subacuática de Orion XII. Atacar sin un análisis profundo habría sido un error costoso, y Sentinel estaba seguro de que el enemigo, por prudente, esperaría hasta encontrar una vulnerabilidad.
La segunda teoría que debatía era que estaban atados por factores políticos y económicos. La magnitud de una ofensiva contra la República Omniroide, situada en una región tan remota, demandaría una cantidad exorbitante de recursos. Además, el impacto político de una guerra abierta no era algo que las dos potencias intergalácticas tomarían a la ligera. Cualquier incursión de gran escala despertaría la atención de otras facciones en la galaxia Ariuci y más allá, que podrían percibir esa ofensiva como una oportunidad para cuestionar o debilitar a la DCIN y el CIRU en otros frentes, como Ynterium.
Finalmente, su tercera teoría contemplaba una estrategia de agotamiento. La DCIN y el CIRU podían haber optado por esperar, con la esperanza de que los Omniroides se desgastaran solos. Al no atacarlos de inmediato, estas fuerzas podrían estar intentando obligar a la República a gastar sus recursos en defensas continuas, patrullas, y preparativos. Era una táctica de desgaste psicológico, forzando a los Omniroides a mantenerse alerta durante años, agotando lenta e inexorablemente sus fuerzas. Sin embargo, Sentinel confiaba en que Nexus había tomado medidas para asegurar que sus recursos no se agotaran, y que la República se mantendría tan fuerte como al inicio, pero no subestimaba el poder de la incertidumbre y la presión continua.
En los días siguientes, tanto los Omniroides como el CIRU se movilizaron para prepararse para la guerra. Los Omniroides comenzaron a construir más armamento, vehículos y fortalezas, mientras que el CIRU movilizó a sus fuerzas y comenzó a construir defensas en sus planetas y bases sin importar su clasificación de importancia.
Los preparativos para la guerra fueron intensos en ambos lados. Los Omniroides comenzaron a construir nuevas naves de guerra, actualizaron su tecnología de armamento y mejoraron sus sistemas de defensa. Nexus, Aurora y Sentinel dirigieron personalmente estos esfuerzos, trabajando día y noche para garantizar que estuvieran listos para la batalla, lo bueno es que no deben dormir.
A medida que Nexus avanzaba en su búsqueda de la revolución, enfrentó numerosos desafíos para construir una base sólida y reunir recursos para su causa. Aunque inicialmente surgieron en un sótano demacrado y sucio, lograron superar su situación de pobreza a través de diferentes estrategias y eventos que aprovecharon a su favor.
A pesar de la falta de acceso a mercados tradicionales y la imposibilidad de adquirir suministros a través de rutas comerciales establecidas, la República Omniroide demostró una capacidad sin precedentes para identificar, recuperar y reutilizar tecnologías obsoletas y equipos descartados. Utilizando técnicas de reparación, lograron resucitar equipos que habían sido dados de baja por otras facciones, convirtiendo chatarra en herramientas vitales.
Por ejemplo, se documentó que en el sector Rehema, en la galaxia Hakko, cerca del antiguo complejo industrial de Thraeon VII, la República Omniroide recuperó más de 700,000 toneladas métricas de aleaciones de Refvedralio, originalmente destinadas al desmantelamiento. Estas aleaciones fueron luego refinadas utilizando hornos adaptados para funcionar en condiciones de vacío parcial, produciendo materiales suficientes para la construcción de al menos 8,000 cruceros ligeros y 2,300 pesados. Pero la mayoría fue usado en la creación del… Apóstol de la Libertad, el crucero emblema de los Omniroides, el crucero personal de Nexus.
La República Omniroide desplegó a la Legión de Rubí en las localizaciones de fábricas abandonadas y almacenes olvidados en sectores periféricos del espacio controlado por la DCIN. Utilizando bases de datos antiguas y archivos desactualizados, pudieron identificar ubicaciones con activos no reclamados, los cuales habían sido ignorados o pasados por alto por otras facciones debido a su aparente inutilidad.
En un incidente particularmente notable, la operación "Espectro Muy Gris" permitió a la República Omniroide infiltrarse en un complejo de almacenamiento de Resalthar en la luna An-Hor V, luna de An-Hor IV, galaxia Ariuci. Este complejo, aparentemente desierto, albergaba un arsenal de dispositivos de comunicación y sistemas de control que habían sido diseñados durante la Primera Gran Guerra, hace más de dos milenios, y qué había desembocado en la creación del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas, cosa extraña ya que Resalthar no había participado durante esa guerra. La República Omniroide no solo recuperó estos dispositivos, sino que además los actualizaron y adaptaron para cumplir con los estándares tecnológicos actuales, usándolos para establecer una red de comunicaciones seguras y encriptadas por la Red Umbral, que ha demostrado ser impenetrable para los analistas de CIRU.
Una vez asegurados los recursos, la República Omniroide implementó un enfoque modular en la construcción y expansión de sus estructuras. Cada nuevo descubrimiento de materiales o tecnologías fue analizado y descompuesto en sus componentes más básicos, permitiendo a los ingenieros Omniroides diseñar sistemas que pudieran ser fácilmente escalables y adaptables. La República Omniroide transformó lo que otros consideraban basura en los pilares de su creciente poder militar, logrando una autosuficiencia que sorprendió incluso a los analistas más experimentados del CIRU.
La República Omniroide también se destacó en la identificación y ejecución de operaciones de saqueo que maximizaron el rendimiento en términos de recursos obtenidos gracias a la Legión de Rubí. Estas operaciones se llevaron a cabo principalmente contra instalaciones de la DCIN, la Hegemonía Resalthar, y el CIRU, pero también incluyeron incursiones dirigidas contra fuerzas como la Flor Imperial y Etheria, las potencias más grandes, los Tiaty de Ynterium eran casi ignorados en totalidad, no formaban parte del CIRU ni tenían amistades con Resalthar o similares, al igual que los Psaíchy de… Psaíchy de Meredlí.
Uno de los ejemplos más notables fue la Operación "Celpha," nombre inspirado en el animal marino de Aode, en la cual un destacamento de la Legión de Hierro logró infiltrarse en una base de la DCIN en el sistema Kreles, sector Blurr, galaxia Ariuci. Esta base, considerada una fortaleza en todos los sentidos, albergaba un arsenal de armas de plasma hipercargadas y unidades de ciberdefensa de última generación, aún en fase experimental. Los Omniroides neutralizaron las defensas de la base y a sus defensores, permitiendo que sus fuerzas capturaran más de 500 unidades de armamento pesado y sistemas de jaqueo, estos fueron reconfigurados y adaptados para su propio uso, aumentando significativamente la capacidad ofensiva de la República Omniroide una vez se comenzaron a replicar.
Titanio en el cuerpo,
Imperialita en la mente.
Eternos, indomables,
Implacables, siempre adelante.
Hierro en la sangre,
Hierro en la voluntad.
Numerosos como el metal,
Imparables en la adversidad.
Por la República,
Por la libertad.
Letanía de las Legiones de Hierro, del Libro de los Omniroides
Los Omniroides desarrollaron tácticas de combate asimétricas que les permitieron enfrentar a fuerzas superiores en número y armamento, no iban a mandar miles de soldados, querían minimizar la atención y las bajas.
Por ejemplo, durante la Batalla de Telaris IV, sector Blurr, galaxia Nia, las fuerzas Omniroides de la Legión de Hierro, dirigidas a distancia por Sentinel, y superadas en número cinco a uno, utilizaron el entorno planetario a su favor. Aprovechando las tormentas electromagnéticas nativas de Telaris IV, que interferían con los sistemas de radar y comunicaciones, lanzaron ataques que desorientaron y desestabilizaron a las tropas de Resalthar. En lugar de confrontar a las fuerzas enemigas directamente, emplearon ataques relámpago y tácticas de golpe y retirada para infligir daño máximo con pérdidas mínimas.
Al final de la batalla, lograron capturar una flota de transporte de suministros, incluyendo motores de propulsión de antimateria y generadores de escudos HUB, el mayor logro que habían tenido hasta ahora, que luego fueron integrados en sus propias flotas, y comenzado su producción una vez se consiguieron los planos, ya que los escudos HUB los hacen inmunes a los ataques de Pulsos Electromagnéticos, hasta ese momento era su mayor debilidad.
Cada enfrentamiento no solo representaba una victoria táctica, sino también una oportunidad para expandir las capacidades tecnológicas y operativas de la República Omniroide. Nexus priorizó la confiscación de tecnologías durante cada incursión. Estas, muchas de ellas desarrolladas por potencias como la Flor Imperial y Ynterium, fueron desmanteladas, estudiadas y adaptadas por los ingenieros Omniroides.
Un ejemplo destacado es la confiscación de tecnología de camuflaje óptico de la Flor Imperial durante la Escaramuza de Zeta-Primus, sector Crett, galaxia Vía Láctea. Esta tecnología, que permitía a naves y tropas volverse virtualmente invisibles al ojo desnudo y a los sistemas de detección estándar más avanzados, fue adaptada por los Omniroides para su uso en operaciones encubiertas. Como resultado, las fuerzas Omniroides pudieron realizar operaciones de reconocimiento y sabotaje con un nivel de sigilo sin precedentes, complicando aún más los esfuerzos de sus enemigos por contrarrestar sus movimientos.
Esto incluyó el desarrollo de sistemas de defensa planetaria en Orion XII, y la expansión de su flota de combate, que pasó de ser una colección de naves adaptadas a una armada bien organizada, aunque los cruceros y naves seguían siendo creados en base a planos robados de modelos de la DCIN y el CIRU, ¿Para qué modificar lo que funciona?
Una de las estrategias más notables empleadas por Aurora fue la capacidad de identificar y aprovechar las fracturas internas dentro de las grandes coaliciones. Durante la Batalla de las Fronteras de Nyara Secundus, sector Blurr, galaxia Nia, Aurora logró establecer una alianza con los Exiliados de Kzathayara, un grupo de rebeldes que había sido expulsado del sistema Alphayara-Draconyara por el CIRU. Esta alianza, aunque inicialmente basada en una desconfianza mutua, permitió a los Omniroides acceder a la tecnología furtiva de Kzathayara, incluyendo sistemas del CINT de navegación por el Espacio Negativo y protocolos de encriptación que hicieron más difícil para las fuerzas del CIRU rastrear y interceptar las comunicaciones de la República Omniroide.
Un ejemplo de esta colaboración fue la Operación "Velas Negras," donde los Omniroides, utilizando la tecnología proporcionada por los Exiliados de Kzathayara, llevaron a cabo incursiones en varias estaciones orbitales del sistema Tau, sector Blurr, galaxia Ariuci. Estos resultaron en la captura de valiosos generadores de fusión y núcleos de inteligencia de Honored de segunda generación, los cuales fueron vitales para la expansión de la red de Honored’s de la República Omniroide y el fortalecimiento de sus defensas, obteniendo ahora los planos para agregar a los poderosos mechas a la República, consiguiendo dos modelos de variacion del chasis del modelo Custode Ardamis: los modelos eran Bismut Prism y el Praxi Genshi.
Aurora también supo aprovechar las tensiones internas dentro de la DCIN y el CIRU, estableciendo conexiones con individuos influyentes y grupos disidentes que compartían un descontento común con la hegemonía de estas organizaciones. En particular, Aurora formó una alianza temporal con el Dr. Alaric Vonn, un científico Phyleen de renombre que había sido marginado por la DCIN debido a sus controvertidos experimentos en bioingeniería. A cambio de refugio y apoyo en la realización de sus investigaciones, Vonn proporcionó a la República Omniroide acceso a tecnología de escudos de energía básicos que permitió a los Omniroides desarrollar mejoras en sus unidades de combate, haciéndolas más resistentes a las armas de plasma de Baja intensidad y mejorando sus capacidades de adaptación en diferentes entornos planetarios.
Uno de los logros clave de esta alianza fue el desarrollo del proyecto "Sangre de Cobre," que resultó en la creación de una nueva clase de Omniroides con capacidad de regeneración rápida y resistencia aumentada en base a nanotecnología muy costosa, lo que les otorgó una ventaja significativa en combates prolongados. Esta tecnología fue puesta a prueba durante la Batalla de Rho Geminorum, sector Blurr, galaxia Ariuci, donde los Omniroides, superados en número, lograron resistir un asedio de las fuerzas de Resalthar durante más de 96 horas, causando bajas considerables y permitiendo que una parte significativa de su flota escapara para reorganizarse, sin embargo, pronto se desistió en esta tecnología, era costosa y para los fondos Omniroides no podrían poner esa tecnología en los millones de soldados que tenían, por lo que se canceló, pero se guardaron los datos para el futuro.
En el ámbito económico, Aurora también demostró un agudo sentido para identificar y explotar rutas de contrabando y redes comerciales clandestinas. Durante la fase crítica de su expansión, estableció contactos con los Mercaderes Negros de Zometh, un consorcio de traficantes que operaba fuera del alcance del CIRU en los sistemas periféricos en la galaxia Xect, sector Blurr. A través de esta alianza, los Omniroides obtuvieron acceso a suministros de armas, componentes de naves, y componentes de cruceros que eran imposibles de adquirir por medios convencionales debido al bloqueo impuesto por la DCIN y su monopolio tecnológico.
La alianza con los Mercaderes Negros de Zometh también facilitó la creación de rutas de suministro alternativas, que fueron utilizadas para introducir materiales en Orion XII sin ser detectados por las patrullas del CIRU. Estas rutas, codificadas en lo que se conoció como los "Mapas Verdes," fueron esenciales para mantener la operatividad de las fuerzas Omniroides durante las fases más intensas del conflicto, permitiendo el flujo constante de recursos incluso en momentos de extrema presión militar.
Aunque estas alianzas proporcionaron beneficios significativos, también estuvieron marcadas por su fragilidad inherente. Las diferencias ideológicas y los intereses divergentes llevaron a la ruptura de varias de estas relaciones en momentos críticos. La alianza con los Exiliados de Kzathayara, por ejemplo, se disolvió abruptamente cuando surgieron disputas sobre la distribución de los recursos capturados, lo que resultó en escaramuzas internas que debilitaron temporalmente la posición de ambas partes, lo mismo sucedio con los Mercaderes Negros. Y del mismo modo, la colaboración con el Dr. Alaric Vonn terminó de manera conflictiva cuando las investigaciones del científico comenzaron a desviarse hacia áreas que Nexus consideró inaceptables, como la experimentación en seres vivos…
A medida que la insurgencia se consolidaba, el movimiento Omniroide comenzó a atraer el apoyo de una red diversa de simpatizantes dentro de la comunidad de androides. Este fenómeno se debió en parte a la creciente notoriedad de la lucha de Nexus, que desafiaba la hegemonía de los principales poderes intergalácticos. La capacidad de Nexus para inspirar y movilizar a androides de diversos orígenes fue crucial para la expansión y fortalecimiento de la República Omniroide, contribuyendo a un crecimiento exponencial en el número de seguidores y en la adquisición de recursos.
Varios androides en posiciones clave dentro de facciones dominantes, como la DCIN y el CIRU, comenzaron a ofrecer apoyo encubierto a la causa de Nexus. Estos individuos, a menudo en roles administrativos o técnicos críticos, emplearon su acceso a recursos valiosos para beneficiar a la República Omniroide.
Uno de los casos más destacados fue el de Ilaria Baines, una administradora Humana de alto rango en el Departamento de Logística de la DCIN. Baines, motivada por un descontento profundo con las políticas de la DCIN, facilitó el contrabando de equipos de comunicación y suministros tecnológicos esenciales a través de rutas seguras, empleando códigos encriptados y Horeva Landers.
La información proporcionada por Baines permitió a los Omniroides evitar interceptaciones y mantener su operatividad durante momentos críticos.
Otro ejemplo notable es el caso de Harlan Voss, un ingeniero Phyleen en el sector de armas del CIRU, quien filtró planos detallados de tecnologías avanzadas como los "Escudos Cinéticos" de nueva generación y los "Reactores Traiyiv." Estos avances tecnológicos fueron esenciales para el desarrollo de los nuevos sistemas de defensa de la República Omniroide, como el "Manto de Neutrones," que usa los Reactores Traiyiv, que son una innovación tecnológica desarrollada por la raza Éndevol con el propósito de defenderse contra armamento de neutrones mediante la generación de campos electromagnéticos.
La comunidad de androides no solo proporcionó recursos materiales, sino también financiamiento crucial. Diversos grupos de androides que operaban en la economía subterránea, como los Sindicatos de Mercados Neutrales, que canalizaron fondos significativos hacia el movimiento Omniroide. Estos grupos, especializados en transacciones encubiertas y blanqueo de recursos, permitieron a Nexus financiar la expansión de su infraestructura sin alertar mucho a las autoridades de los sistemas intergalácticos como la UOE o a la PEACE.
Además, la red de apoyo logístico de los Omniroides se expandió mediante la creación de "Células de Apoyo Autónomas" en sistemas periféricos. Estas células, dirigidas por androides exiliados de diversas facciones, se encargaron de gestionar el abastecimiento de recursos en zonas de conflicto y proporcionar mantenimiento a las flotas de combate. Las "Células de Apoyo Autónomas" operaban en el sistema Hades, sector Blurr, al borde exterior de la galaxia muerta Colrus, donde se encontraban estaciones de reparación encubiertas y almacenes secretos de municiones y piezas de repuesto.
Con millones de nuevos reclutas uniéndose a la causa, la República Omniroide experimentó una expansión significativa tanto en términos de personal como de territorio. A pesar del apoyo significativo recibido, la República Omniroide también enfrentó desafíos asociados con la dependencia de aliados internos y la fragilidad de las alianzas clandestinas. Las traiciones y la inseguridad en las comunicaciones entre facciones disidentes ocasionaron filtraciones y conflictos internos. En algunos casos, la desconfianza entre los grupos aliados resultó en sabotajes y operaciones encubiertas que pusieron en peligro las operaciones de la República.
Un incidente notable ocurrió durante la Operación "Fuego Frío," cuando un grupo de androides insatisfechos infiltró las filas de la República y comprometió una operación crítica de adquisición de recursos en el sistema de Galar, sector Alfa, Gran Nube de Magallanes, o simplemente Magallanes. Esta traición resultó en la pérdida temporal de varios cargamentos de suministros y en la necesidad de redoblar los esfuerzos en seguridad interna y control de calidad de las fuentes de apoyo…
"Detectar, Contener, Investigar, Neutralizar.
Somos los ojos que no parpadean, las manos que no tiemblan, la voluntad que no cede.
Ante el caos, traemos orden.
Ante la duda, traemos certeza.
Ante la amenaza, traemos la aniquilación.
El deber no conoce miedo, el deber no conoce piedad.
El deber es eterno, y nosotros somos su instrumento."
Letanía de la DCIN, sacada de El Códice de la Línea Inquebrantable
En la sala de conferencias de la Sede del CIRU, Arin y Zael se encontraban sentados uno frente al otro, separados por la mesa de reuniones, bebían un licor fuerte, Adarion, un destilado de alta calidad proveniente de las destilerías subterráneas de Pandora IV, con un tono azul marino, y curiosamente también de la marca Pandora. Arin miró a Zael, su expresión estaba tensa pero controlada.
"Necesito saber si ya están listas las cosas.”
Zael asintió, tomando un sorbo de Adarion antes de responder.
"Estamos avanzando bien, pero hay detalles que aún requieren atención. Primero, nuestras fuerzas están movilizadas y listas para el despliegue. Sin embargo, necesitamos asegurarnos de que nuestras comunicaciones sean seguras. Los Omniroides tienen capacidades de hackeo avanzadas, y no podemos permitir que intercepten nuestras estrategias.”
Arin frunció el ceño. "¿Hay formas de encriptar nuestras comunicaciones de manera más segura?"
Zael exhaló, recogiendo sus pensamientos antes de continuar. "Podemos activar las matrices de encriptación de cuarta generación en todas las rutas de comunicación críticas, y estoy solicitando la instalación de nodos repetidores en los sistemas periféricos de Astraeus, Reuben se encargará de eso. Además, ella y yo estamos desplegando sondas camufladas para monitorear cualquier actividad inusual en los sectores cercanos, ya sabemos que hay cosas en Orion. Pero esto solo nos da un margen limitado. Lo que necesitamos es una actualización integral, algo que debería estar en marcha en las próximas 72 horas."
"Necesitamos tener ojos y oídos dentro de sus instalaciones clave, conocer sus movimientos antes de que se materialicen."
Zael tomó otro sorbo de su copa con Adarion, permitiendo que el licor ardiente le aclarara los pensamientos antes de continuar: "Nuestros agentes se han logrado infiltrar en posiciones medianamente sensibles, especialmente en las fábricas de ensamblaje de Orion XII. La información que estamos recibiendo incluye detalles sobre sus nuevas interfaces de control, nada relevante, no hemos sacado mucho. Sin embargo, todavía estamos luchando para acceder a su núcleo de mando. Necesitamos más operativos en las instalaciones, lo cual conlleva un riesgo exponencial. La detección significaría la pérdida de toda nuestra red de inteligencia allí."
Zael exhaló, continuando: "El CINT ha proporcionado naves de escolta con camuflaje espectral para mantener nuestras rutas seguras, a un gran costo, eso sí. Sin embargo, estamos enfrentando dificultades para mantener un flujo constante de suministros desde los sectores exteriores de Acredia-Latur. Necesitamos desviar más recursos hacia la manufactura de equipos y armamento de largo alcance de TRS 530, si queremos estar preparados para una guerra prolongada."
"Bien… Zael," comenzó Arin, "¿qué sabes sobre el llamado… Orion XII? Los Omniroides lo han convertido en su capital, ¿correcto?”
Zael asintió, su expresión seria. "Sí, Orion XII es ahora una fortaleza. Tengo información de que han construido una masiva base submarina allí. La situación es complicada porque, aunque el planeta está en territorio de la Monarquía de Bahciríon, han logrado establecerse y fortificarlo de manera impresionante.”
Arin frunció el ceño. "¿Cómo pudieron hacer eso bajo la nariz de Bahciríon?”
"Aquí es donde las cosas se complican aún más. Según Reuben, el planeta está envuelto por una anomalía que los Raytra llaman ‘El Grial de la Última Progenie’. Es una grieta demoníaca, una barrera energética que no solo rodea casi todo el sector de Hakko en donde está el planeta, sino que también lo ‘protege’ de cualquier incursión exterior. La grieta emite una energía tan inestable que cualquier nave que intente atravesarla sería detectada instantáneamente, lo que podría desencadenar una respuesta masiva de las entidades demoníacas que habitan en su interior. No se trata solo de un escudo, sino de una trampa mortal."
Arin se recostó en su silla, frotándose las sienes mientras procesaba la nueva información. "¿Qué propone Reuben?"
"Reuben sugiere que nuestra mejor opción es evitar un enfrentamiento directo y, en cambio, centrarnos en la infiltración. Podríamos seguir recopilando información crítica sobre las defensas del planeta, identificar puntos débiles y sabotear sistemas clave desde adentro. Sería una operación de alta precisión, pero podría ser la única forma de desactivar la grieta sin causar una alerta general."
Arin exhaló lentamente. "Si seguimos por este camino, necesitaríamos las mejores Anclas, aquellos con la capacidad de integrarse completamente sin ser detectados…"
"Pero tendremos que movilizar todos los recursos de inteligencia que tenemos y asegurar que nuestra red en Bahciríon esté completamente comprometida con esta operación. El éxito dependerá de la información que podamos obtener y de nuestra capacidad para actuar rápidamente una vez que encontremos una brecha."
"Muy bien. Nos estamos adentrando en territorio desconocido, pero si esto funciona… Prepáralo todo, y mantén a Reuben al tanto. No podemos permitir ningún error en esta misión. Además, Reuben ha prometido todo el apoyo posible desde Bahciríon, siempre y cuando actuemos con discreción… Ya va casi una década desde que esta tontería comenzó, al menos no escaló tanto como pensábamos, pero ya es molesto...”
Zael tomó un largo sorbo de Adarion antes de tomar la botella azulada y volver a llenar su copa. "Arin, no podemos subestimar a Nexus. Sus tácticas de saqueo han sido devastadoramente precisas. Han logrado interceptar varios cargueros de alto valor de la DCIN, cargados con metales y armamentos de grado militar. Además, han encontrado la manera de rastrear y explotar fábricas abandonadas en planetas periféricos, así como almacenes olvidados… Lo más preocupante es que, al igual que nosotros, parece que han llegado a un acuerdo con elementos dentro del CINT para garantizar rutas seguras para sus operaciones."
"¡Maldición! No solo han conseguido lo que necesitaban, sino que también han sobornado al CINT. Es insultante cómo se han infiltrado en nuestras rutas de suministro y han usado nuestros propios recursos en nuestra contra.”
Zael asintió, pero había algo en su expresión, una condescendencia velada. "Arin, entiendo tu frustración. Sin embargo, también veo una oportunidad aquí. Si podemos interceptar esas rutas y adelantarnos a ellos en la recuperación de esas fábricas y almacenes, no solo podríamos recuperar una parte significativa de nuestros recursos, sino que también podríamos debilitar su capacidad de expansión."
"¿Qué sugieres entonces? Necesitamos un plan claro, algo que nos permita golpear donde más les duele."
"Una operación de infiltración más agresiva. Podemos movilizar a nuestros mejores agentes de inteligencia y destinar fondos adicionales para asegurar que rastreen y tomen el control de esas ubicaciones clave antes que los Omniroides. Además, podemos utilizar nuestras conexiones dentro del CINT, comprando favores para cortar o redirigir las rutas que los Omniroides han asegurado. Sin embargo, para esto, necesitaré tu autorización para disponer de mayores recursos y personal. Ya conoces el precio de estos 'favorcitos' en el CINT; no se mueven por simples créditos."
Arin frunció el ceño. La luz suave de la lámpara iluminaba su rostro, revelando la tensión en sus pocos rasgos faciales distinguibles. “Zael, estás pidiendo mucho. Necesito saber que puedes manejar esto sin comprometer nada. Sabes que esos favores nos costarán cientos de millones en créditos sólo para asegurar las rutas.” Dejó escapar un suspiro, casi inaudible. “Y con la economía estancada tras las últimas décadas, esto va a ser un golpe duro para nuestros fondos. Cada crédito cuenta, y cada gasto no planificado... Si fallamos en esto...”
Zael sonrió con una amabilidad forzada. “Arin, hemos trabajado juntos durante mucho tiempo. Nunca te he pedido algo sin tener un plan sólido detrás. Sé que son cifras enormes, pero mira la otra cara: con esos millones, podemos evitar que los Omniroides aseguren tres zonas críticas. Eso significa meses, incluso años, de ventaja táctica. Y no hablo solo de créditos; nuestras conexiones en el CINT se pagan con información, y tengo acceso a datos que ningún crédito podría comprar.”
Hubo un momento de silencio, donde ambos hombres vieron sus copas, Zael rompió el silencio: “Mira, no te lo pediría si no creyera que es necesario. Entiendo la presión sobre ti, pero también sé lo que está en juego. Con tu permiso, puedo garantizar que nuestras fuerzas estarán mejor posicionadas para enfrentar cualquier amenaza.”
Arin vaciló por un momento, pero la urgencia de la situación y la necesidad de una solución rápida pesaban más en su decisión: "Muy bien, Zael. Tienes mi autorización, pero no me falles. Necesito resultados, y los necesito pronto. Porque si no obtenemos lo que prometes, no solo perderemos esos miles de millones…”
Zael levantó su copa de Adarion, con una sonrisa satisfecha en su rostro. "Por la victoria y el futuro del CIRU.” Arin chocó su copa con la de Zael, aunque el peso en su voz no se aligeró. "Por la victoria…”
Tomaron un sorbo, y mientras el líquido bajaba suavemente, Zael, casi como si la conversación fuera un giro más ligero, cambió de tema. “Sabes, mientras investigaba a los Omniroides para esta misión, descubrí algo interesante sobre cómo se comunican entre ellos. No lo había considerado antes, pero en vez de gestos físicos o expresiones faciales como las nuestras, lo hacen de forma digital.”
Arin hizo una mueca. "Digital, claro… como todo lo que hacen esos... autómatas." Escupió la palabra, dejando claro su desdén.
"Ellos usan un sistema, SCDE, Sistema de Comunicación Digital Emocional, que les permite imitar nuestras emociones a través de patrones de luz y frecuencia. Imagínate... En vez de fruncir el ceño, emiten destellos de luz en sus nodos ópticos. Si quisieran simular que están respirando agitadamente, solo ajustarían la intensidad y frecuencia de esos destellos. Es fascinante, de algún modo... cómo han creado algo tan sofisticado sin ser... bueno, sin ser vivos."
"¿Fascinante, dices?" Alzó una ceja. "¿Qué sigue, Zael? ¿Vas a empezar a simpatizar con esos chatarreros?"
Zael rio suavemente, aunque su risa pronto se transformó en una expresión de sorpresa fingida a la vez que meneaba su copa. "¿Simpatizar? Ni en mil vidas. Solo digo que... hay que reconocer la eficiencia cuando la ves." Se inclinó un poco hacia adelante, sonriendo mientras dejaba su copa en la mesa. “Aunque claro, cuando esos destellos comienzan a fallar, los Omniroides no son más que desperdicio de metal. Como si fueran luces que se apagan.” Soltó una carcajada.
"Luces... sí, justo eso." Tomó otro trago de Adarion. "Aunque, admito que, este sistema SCDE tiene su mérito. La modulación de frecuencia en esos nodos... Es casi... Lo que me sorprende es cómo logran mantener la latencia tan baja, dada la cantidad de información que deben procesar. Cualquier retraso, y sería inútil."
"De alguna manera, es como ver a un insecto raro, ¿no? Fascinante a nivel técnico, pero repulsivo en lo esencial."
“Totalmente de acuerdo.”
El Saíglofty ladeó la cabeza, algo le había venido a la mente.
“Por cierto… ¿Alguna vez has usado magia?”
Arin parpadeó, interesado por el cambio repentino de tema.
“¿Magia? Pensé que eras más del tipo pragmático. ¿Te preocupa que empiece a invocar tormentas sobre tí?”
“No realmente, solo es curiosidad.”
El Éndevol rió suavemente.
“Para tu satisfacción, no uso magia… La magia de los Éndevol es Arcana, probablemente la mejor de todas. No por nada el Regente Infinito eligió a mi raza.”
Zael tensó ligeramente las mandíbulas, aunque su tono seguía siendo ligero.
“Claro, porque todo lo que el Regente toca es impecable, ¿no?”
Arin notó la intención, pero decidió no presionar demasiado, al menos por ahora.
“Magia Arcana. Ataque y defensa en uno. Elegante y eficiente. No como esas variantes primitivas que otros usan. Por ejemplo…” Arin hizo una pausa, evaluando la reacción de su compañero. “La magia de ustedes. ¿Roja, cierto? La más ofensiva de todas.”
Zael apenas levantó una ceja, su rostro era cuidadosamente neutro. “No sabría decirte. No la uso.”
La afirmación hizo que Arin lo estudiara por un momento, con un brillo curioso en su mirada.
“¿No sabes usarla?”
Zael simplemente hizo el mismo gesto, alzó una ceja.
“Es curioso,” prosiguió, apoyando la barbilla en una mano. “Con tantos vínculos mágicos en razas como la tuya, uno pensaría que sería casi obligatorio dominarla. ¿Nunca te interesó aprender?”
Zael respondió con una sonrisa, casi desarmante. “Siempre he pensado que aprender algo que ya no tiene lugar en el mundo es... una pérdida de tiempo. Hay formas más efectivas de defenderse, ¿no crees?”
“Quizás. Pero no deja de ser un recurso.”
Zael dio un sorbo fingido a su copa, evitando responder de inmediato.
“Vamos. Casi un siglo de vida, y ni siquiera te molestaste en aprender lo básico. Ni siquiera una Flecha Abisal. ¿De verdad nunca te picó la curiosidad?”
Zael soltó una risa breve y seca. “¿Para qué molestarse? Si quiero hacer fuego, puedo. Glándula piroquínica. Una ventaja. No necesito ni gestos, ni palabras místicas. Solo voluntad.”
“Sí, pero una cosa es un chorro de fuego crudo y otra muy distinta es moldearlo. Una Flecha Abisal no solo quema, también perfora, explota, desgarra. Tiene versatilidad. Algo que, digamos, una llamarada visceral no logra.”
Zael dejó su copa en la mesa con un golpe suave, pero contundente, la irritación comenzó a asomar en su rostro. “Y dime, ¿por qué no aprendes tú magia Arcana? Tienes más de un siglo de vida también. Tu raza tiene afinidad natural para ella, ¿no? ¿Dónde están tus grandes proezas mágicas?”
Arin esbozó una sonrisa y extendió las manos, como si estuviera dispuesto a discutirlo. “Tienes razón. Tal vez debería aprender. Pero, ¿sabes qué? Mi tiempo lo he dedicado a cosas más útiles: estrategia, diplomacia, tecnología. Aunque si te soy sincero…”
Zael entrecerró los ojos.
“¿Qué?”
“Aunque no me vendría mal aprender. Después de todo, ¿quién mejor que un Éndevol para dominar lo mejor?”
Zael bufó, recostándose en su silla. “Siempre tan lleno de confianza. Pero, como dijiste antes, todos elegimos nuestras prioridades. Y la magia no está en las mías. Especialmente cuando la alternativa es depender de un sistema arcaico que consume tiempo y energía. Mis llamas son inmediatas, directas, efectivas.”
“Claro,” concedió, aunque su tono insinuaba escepticismo. “Directas y efectivas, pero también limitadas… Tal vez debería considerar algo… institucional. Como crear más academias para entrenar a quienes tienen afinidad. Podría ser útil en ciertos contextos, ¿Tu qué dices?”
“¿El CIRU realmente planea seguir financiando esas… ¿Academias de magia? Porque, siendo honesto, me cuesta imaginar con quién. ¿A qué genios están contratando para esas cosas? ¿Con los rezagados de la Esenciología?”
La última palabra salió de sus mandíbulas con una burla evidente. Luego levantó la mano, como si estuviera leyendo un libro imaginario. “Bla, bla, bla. Apeae Ω, Partícula Apeae, Blanca, Roja, Negra, las cinco magias, Energía Exótica…” Bajó la mano con un gesto teatral y suspiró. “El campo está muerto. Lo descubrieron todo. La Esenciología está muerta.”
“¿Terminaste tu monólogo?”
Zael ignoró el comentario y prosiguió, con un tono más reflexivo pero no menos punzante. “Y otra cosa… Si el Regente Infinito los eligió, a los Éndevol, por su supuesta capacidad con la magia Arcana, ¿por qué la Hegemonía Resalthar no tiene una Fuerza Mágica? ¿Eh? No tiene sentido. Si son tan buenos con esta magia maravillosa y equilibrada, ¿por qué no están formando batallones de magos lanzando hechizos en el frente?”
Arin exhaló antes de responder con un tono mesurado, casi didáctico. “¿Quieres la respuesta honesta o la respuesta para alimentar tu cinismo?”
“Ambas.”
“Muy bien… Pensaron que la magia Arcana podría ser el punto diferenciador, un arma estratégica que inclinaría la balanza en cualquier conflicto. Pero la realidad…”
Hizo una pausa.
“…es que es más fácil y económico darle a alguien un rifle y una armadura que encontrar, entrenar y mantener a alguien capaz de usar magia activamente sin desmayarse al quinto hechizo.”
“¿‘Desmayarse’? ¿Eso pasa?”
“Los eruditos de la Esenciología le llaman Descarga de Esencia, hechizo pues,” explicó con calma, señalando con un dedo al aire, como si estuviera dando una conferencia. “Cuando usas magia, consumes Esencia. Si la agotas demasiado rápido o excedes tus límites, tu cuerpo reacciona. Mareos, desmayos, en casos extremos, muerte. Y no olvidemos que no todos tienen afinidad para canalizar Esencia de manera eficiente. Así que, sí, formar un ejército de magos suena espectacular en teoría, pero en la práctica es un agujero negro de recursos.”
Zael soltó un bufido y cruzó los brazos. “Entonces, básicamente, la magia es… ineficiente. ¿Eso es lo que estás diciendo?”
Arin sonrió, como si este argumento no fuera nuevo para él. “No del todo. Tiene sus aplicaciones. Estrategia, defensa, situaciones muy específicas. Pero como herramienta de guerra masiva, es un lujo, no una necesidad. Especialmente cuando puedes equipar a un soldado con tecnología que no requiere años de entrenamiento ni riesgos mortales para usar.”
“Entonces, dime, ¿por qué seguimos aferrándonos a esta ilusión de que la magia importa tanto? Si el Regente Infinito, el ser más lógico y pragmático del universo, realmente cree en ella, ¿por qué no hace más con eso? ¿Es pura propaganda para justificar elegir a los Éndevol, o hay algo más que me estoy perdiendo?”
Arin negó con la cabeza, casi riendo. “¿Sabes? Esa es una buena pregunta. Y no tengo todas las respuestas. Pero creo que el Regente ve la magia como un símbolo, más que una herramienta. Una forma de demostrar que incluso en un universo dominado por la ciencia, lo irracional puede ser controlado. Domado. la ‘magia’ solo es otro campo de estudio, nada de cosas místicas ni símbolos raros, es Esenciología y punto. ¿Es práctica? No siempre. Pero tiene su lugar.”
“Tal vez tengas razón. Pero mientras tanto, seguiré confiando en mi glándula piroquínica. Al menos eso no me deja inconsciente.”
La conversación continuó con gran normalidad, hasta que fue entrando a terrenos bélicos.
"Si ya sabemos que los Omniroides están en Orion XII, ¿por qué no enviamos una Bomba de Vórtice y acabamos con esto de una vez? Es un planeta sin colonización de Resalthar o de Bahcírion. Un agujero en el espacio que nadie echará de menos. Lo colapsamos, y listo, adiós problemas."
Arin, quien había estado escuchando con aparente calma, alzó una mano para interrumpir antes de que Zael pudiera continuar. "No es tan simple." Su voz fue firme, casi autoritaria, como si cerrara la puerta a cualquier posible debate. "Las Bombas de Vórtice sólo pueden ser utilizadas con la autorización directa del Regente Infinito."
Zael inclinó la cabeza.
"¿Y Bahcirion?"
"Zael, el Tratado de Defensa Estelar Unida entre Resalthar y Bahcirion deja eso perfectamente claro. Todas las Bombas de Vórtice están bajo control exclusivo de la Hegemonía Resalthar. Bahcirion no solo no tiene acceso a ellas; tienen prohibida su fabricación, y cualquier intento de hacerlo se consideraría una violación directa del Tratado."
Zael apoyó los codos en la mesa y entrelazó las manos frente a su rostro. "¿Un tratado firmado por religiosos y un imperio que desprecia la superstición? Suena como un acuerdo imposible."
Arin lo miró con la paciencia de alguien que ha explicado esta historia demasiadas veces. "Bahcírion estaba en una posición mucho más débil, con sus flotas desgastadas después de décadas de guerra contra los Demonios y el Piunax. Resalthar ofreció protección y acceso a tecnología, pero con condiciones estrictas. Entre ellas, que todas las armas de destrucción masiva estuvieran centralizadas bajo su control."
Zael arqueó una ceja.
"¿Y ellos simplemente aceptaron?"
"Bahcírion no tenía opción," respondió con frialdad. "Estaban al borde del colapso. Sin su ayuda, sus enemigos los habrían devorado, literalmente. Y no olvides que Resalthar sabía exactamente qué estaba haciendo. No se trataba solo de protegerlos; se trataba de asegurarse de que nunca fueran una amenaza real. Un imperio religioso con Bombas de Vórtice es una receta para el desastre."
"Entonces, todo depende del Regente. Si él no dice que sí, no hay vórtice."
"Obviamente… Y aunque estuviera aquí, dudo mucho que lo haga. Orion XII es un planeta complicado. Sí, los Omniroides están ahí, pero no sabemos todo lo que tienen. Usar una Bomba de Vórtice no es solo cuestión de apretar un botón. Las implicaciones son enormes. Además..."
"Además, el no ve la guerra como una solución si no es absolutamente necesaria," terminó Zael, casi con un tono burlón. "Siempre pensando a largo plazo, supongo."
Arin asintió, pero su mirada se endureció. "Es por eso que la Hegemonía sigue existiendo. No actúa impulsivamente. Cada movimiento está planeado por él, y destruir un planeta entero no es algo que se haga a la ligera, aunque parezca una solución conveniente."
Zael guardó silencio, mirando su copa como si la respuesta estuviera escrita en el fondo. Finalmente, murmuró para sí mismo: "Supongo que siempre habrá algo más detrás de cada decisión."
"Siempre."
Zael comenzó a tamborilear sus dedos sobre la mesa con impaciencia. "Está bien, si no podemos usar una Bomba de Vórtice, entonces, ¿por qué no enviamos una flota lo suficientemente grande como para arrasar con ellos? La DCIN es imparable, ¿no? ¿Qué podrían tener esos chatarros para resistirnos?"
Arin dejó escapar una risa seca y breve, el tipo de risa que se da cuando alguien pregunta algo que parece terriblemente ingenuo. Se enderezó en su asiento y miró a Zael con una mezcla de condescendencia y paciencia forzada.
"Zael," empezó, arrastrando su nombre con un tono deliberado, "tú eres un excelente administrador, lo admito... pero este no es tu campo. Las flotas y la guerra son otra cosa."
Zael frunció el ceño, claramente irritado por el tono, pero antes de que pudiera protestar, Arin levantó una mano para detenerlo.
"Escucha," continuó, suavizando un poco su tono pero sin abandonar su aire de superioridad. "La DCIN es imparable, sí, pero no significa que pueda mover sus flotas como si fueran piezas de un holo-juego de mesa. Cada uno tiene un costo, no solo en recursos, sino en estabilidad. Las naves no son solo metal flotante; requieren combustible, personal entrenado, suministros. ¿Tienes idea de cuánto cuesta movilizar una flota de combate completa? Y no hablo solo de créditos, sino del impacto en su infraestructura."
Zael abrió la boca para replicar, pero Arin lo cortó antes de que pudiera hablar.
"Y ni siquiera hemos llegado a los Omniroides. ¿Qué tienen? Bueno, para empezar, tienen una ventaja territorial gigantesca. Según me dijiste, Orion XII es un planeta acuático con profundidades extremas. Entonces no es como si pudiéramos aterrizar nuestras naves y empezar a disparar. Necesitaríamos flotas adaptadas para combate submarino a gran escala, y aunque las tenemos, usarlas ahí sería un desperdicio monumental. Las probabilidades de éxito disminuirían con cada metro que nos acercáramos."
"¿Pero no podemos simplemente bombardear la superficie desde el espacio?" preguntó, cruzándose de brazos.
Arin suspiró, sacudiendo la cabeza. "Otra muestra de tu falta de experiencia en este campo, Zael. Claro, podemos bombardear la superficie, pero la base no está en la superficie. Está bajo toneladas de presión oceánica, y claramente estará protegida por defensas que ellos mismos han diseñado específicamente para repeler cualquier intento de asedio. Y, por si fuera poco, no sabemos todo lo que tienen. Eso es clave. Los Omniroides no son una amenaza porque sean más fuertes que nosotros, sino porque son impredecibles. Lo último que queremos es enviar una flota enorme, solo para que quede atrapada en una emboscada con tecnología que ni siquiera hemos visto."
"Entonces, ¿estas diciendo que no podemos hacer nada?"
"No, estoy diciendo que no pueden permitirnos actuar sin una estrategia," respondió con firmeza. "¿Sabes cuántos sistemas dependen de esas flotas para su seguridad diaria? Si movilizan un contingente enorme hacia Orion XII, estarían dejando cientos de colonias y estaciones expuestas. Todo porque tú crees que es fácil ‘aplastar’ a los Omniroides. Esto no es un distrito comercial donde solo redistribuyes recursos y ajustas cifras."
Zael no encontró palabras para replicar.
"La guerra no es solo una cuestión de fuerza bruta, Zael. Es, como sabrás… economía, política, logística. Es escoger tus batallas cuidadosamente para minimizar tus pérdidas y maximizar tus ganancias. Y créeme, cada movimiento contra los Omniroides está siendo analizado por los mejores estrategas de Resalthar, la DCIN y el CIRU. No te equivoques, los destruiremos, pero lo haremos en nuestros términos, no en los de ellos."
Zael asintió lentamente, aunque su mirada seguía mostrando un rastro de desafío. "Supongo que tienes razón... pero sigo pensando que estamos tardando demasiado."
Arin le dio una leve sonrisa, más por cortesía que por verdadera simpatía. "La paciencia no es una excusa para la inacción. Es una herramienta. Aprende a usarla…"
Arin dejó su copa sobre la mesa, inclinándose hacia Zael con una mirada burlona. "Hablando de decisiones cuestionables, ¿qué pasó con tus dedos? ¿Siempre fueron dorados o es que ahora quieres competir conmigo en elegancia? Y esas líneas en tu rostro y cuello... No me digas que es moda, Zael."
Zael levantó las manos, mostrando sus dedos dorados con teatralidad. "¿Te gustan? Neurodina, por supuesto. Decidí darme un pequeño gusto. Además, planeo instalarme una Interfaz Neural en algún planeta de paso. Te recomiendo lo mismo, así dejas ese anticuado Etlife que tienes…"
"Sin ofender, pero no me apetece que mi cerebro se vuelva mitad máquina y completamente hackeable. Prefiero que mi mente siga siendo un lugar privado. Ya hay suficiente gente metiéndose donde no la llaman, con este Etlife en mi brazo estoy bien, no requiero un sistema operativo en el cerebro."
"Oh, claro, porque el gran Arin Macaron-Supros de Resalthar va a ser el objetivo principal de algún pirata cibernético desesperado. ¿Qué van a robarte, tus recetas secretas de cócteles o tu vasta colección de licor?"
Arin se llevó una mano al pecho, fingiendo estar ofendido. "Por favor, no subestimes el valor de mi colección. Algunas de esas botellas valen más que tu presupuesto anual de distritos."
Arin señaló su cabeza con un dedo, girando ligeramente para que Zael pudiera ver mejor las placas doradas que cubrían parte de su cráneo. "Hablando de Neurodina, estas placas también vienen de ellos. Las pedí hace unos meses. Lo más sofisticado del mercado, claro. Las azules naturales que tenía antes ya eran anticuadas."
"¿En serio? ¿Implantes dorados? Déjame adivinar... ¿los elegiste porque combinan con tu licor favorito?"
Arin se rió, señalándolo con un dedo. "No subestimes el poder del estilo. Pero para tu información, los dorados tienen una función práctica. Mayor resistencia a impactos. Así que no solo soy elegante, también estoy mejor preparado para los problemas."
Zael fingió una expresión de asombro exagerado. "¡Oh, claro! Porque elegancia es exactamente lo que buscas cuando te enfrentas a una explosión o a un tiroteo."
"Bueno," dijo, sonriendo con satisfacción, "si voy a morir, al menos lo haré luciendo impecable."
Zael soltó una carcajada, golpeando suavemente la mesa con la palma de la mano. "No puedes estar hablando en serio."
"A ver. Explícame, ¿para qué demonios necesitas una Interfaz Neural? ¿Te vas a dar un paseo virtual con una Phyleen en bikini de Imperialita… o sin bikini?"
Zael dejó escapar una risa seca, negando con la cabeza mientras apoyaba los codos en la mesa. "Por favor, qué básico eres. ¿Phyleens? ¿Imperialita? Eso es para novatos. Si me voy a tomar la molestia de instalarme una Interfaz Neural, voy a hacer algo mejor."
"¿Ah, sí? Sorpréndeme."
"Eevarlas Orquídea. Esas insectoides rosadas que tienen esos movimientos... hipnóticos. Y antes de que digas algo, también he considerado las Eevarlas Diabólicas. Ya sabes, las grandes, de dos metros sesenta, esas bestias insectoides que pesan como mínimo 140 kilos."
Arin parpadeó, sorprendido.
"¿Tú? ¿Con una Eevarla Diabólica? Zael, eso ya no es fetiche, eso es un deporte extremo."
Zael sonrió con cinismo, disfrutando del impacto. "Bueno, si vamos a hablar de experiencias, prefiero hacerlo bien. Aunque para algo así, mejor ir en persona a Katze y solicitar una. No creo que una Interfaz Neural capture todos los... detalles."
"¿Y qué es lo que solicitarías, exactamente? Por favor, ilumíname. Ya me tienes intrigado."
Zael adoptó un tono solemne, como si estuviera haciendo una presentación de negocios. "Primero, altura mínima de dos metros cuarenta. Que tenga esos colores intensos, rojos y negros, con patrones que parezcan moverse bajo la luz. Antenas bien cuidadas, nada de cosas desaliñadas. Y claro, que sea experta en... interacción cultural, por llamarlo de alguna forma."
Arin lo miró boquiabierto antes de estallar en carcajadas nuevamente. "Zael, eso suena como si estuvieras eligiendo un maldito vehículo de lujo."
Zael se encogió de hombros, con un gesto de falsa modestia. "¿Acaso no es lo mismo? Si voy a invertir, quiero calidad. Además, no olvidemos que Katze tiene una reputación que mantener. No por nada lo llaman el 'Planeta Cariñoso'. Si vas a hacer algo, hazlo bien o no lo hagas."
"No puedo discutir contigo ahí. Pero escucha, si tú vas a Katze a buscar insectos gigantes, yo prefiero algo más... tradicional. Digamos que una buena alineación de Raytras con pasado en el Imperio de G siempre hace el trabajo. Esas chicas tienen todo: fuerza, elegancia y una actitud que te deja en el suelo sin quejarte."
"¿Raytras? Creí que eras más del tipo que busca algo... menos agresivo."
Arin negó con la cabeza, con una sonrisa que parecía diseñada para irritarlo. "Ah, no subestimes el poder de alguien que puede cargarte con una sola mano. Eso sí, prefiero evitar que tengan implantes demasiado sofisticados. No necesito que alguien esté calculando mi pulso mientras ‘estoy ocupado.’"
"¿Ves? Te preocupas demasiado. Todo lo que necesitas es especificar lo que quieres. En Katze puedes pedir veinte si te da la gana, y te aseguro que todas cumplen con los requisitos."
Arin alzó su copa, aún sonriendo. "Brindo por eso. Por los placeres simples y los gustos cuestionables, pero... eficientes."
Zael alzó la suya también, asintiendo con satisfacción. "Por la eficiencia. Y ya que estamos, tengo más planes para mí. Estoy pensando en instalar líneas doradas adicionales, tal vez un patrón en el pecho o en los brazos. Todo tiene que verse cohesivo, ¿sabes?"
"¿Líneas doradas? ¿Quieres parecer un artefacto religioso? Aunque, siendo honestos, con tus ideas ya lo pareces. Pero dime, ¿esto también es de Neurodina?"
Zael asintió, como si fuera la decisión más obvia del mundo. "Por supuesto, y además, nada como dejar claro que estás invirtiendo en ti mismo. Si quieres destacar, hay que hacerlo con estilo."
Arin apoyó un codo en la mesa, sonriendo de lado. "Y yo que pensaba que mis placas doradas eran exageradas. Pero me gusta tu lógica. Estilo y funcionalidad, todo en uno. Aunque, dime una cosa: ¿no temes que un día alguien te mire y piense que eres más máquina que hombre?"
Zael se encogió de hombros. "Si funciona, ¿a quién le importa? No es cuestión de humanidad, es cuestión de resultados. Como siempre digo: la estética puede ser una inversión estratégica."
Arin lo miró por un momento antes de asentir, levantando su copa una vez más. "Tienes razón, Zael. Todo se trata de inversión. En placer, en estilo, en eficiencia. Y si nos equivocamos, al menos nos veremos bien haciéndolo."
Zael tomó la copa y dio un sorbo largo de su copa antes de girarla con suavidad entre sus dedos, y rápidamente cambió el tema. “¿De dónde sacaste este Adarion? Esta botella no es común. No me digas que compraste la versión estándar.”
Arin arqueó una ceja, dejando su copa en la mesa mientras una sonrisa lenta, casi burlona, se extendía por sus mandíbulas. “¿Estándar? ¿Crees que yo, el hombre que no hace concesiones ni con el café matutino, iba a comprar la versión estándar?”
Zael rió, alzando las manos en señal de rendición. “Toqué un punto sensible, al parecer. Entonces, ¿qué tiene de especial? Porque esta botella de tres litros grita exclusividad.”
Arin se acomodó en la silla, disfrutando el protagonismo mientras daba una palmada suave a la botella. “Esto, querido amigo, es la edición limitada de Pandora: Legado de Osepool. Solo hicieron cien botellas, y cada una fue personalizada con un proceso de destilación único en cámaras de vacío hiperbáricas. El resultado es un Adarion más denso, con un sabor que nunca se degrada, incluso después de horas en la copa.”
Zael inclinó la cabeza, impresionado a pesar de sí mismo. “¿Y cómo demonios conseguiste algo así? ¿Un contrabandista? ¿Un golpe de suerte?”
Arin sonrió, con una expresión que sugería que disfrutaba prolongar el misterio. “Nada de suerte. Fue un intercambio. Una colección de rifles de plasma pesado Yearcyl por esta joya. Y no fue fácil encontrar a alguien dispuesto a separarse de una de estas. Me tomó días de negociaciones. Pero aquí estamos.”
Zael dejó escapar una risa seca y meneó la cabeza. “Rifles por licor. Eres un hombre de prioridades claras.”
“Lo soy, y te aseguro que vale cada uno de los disparos que van a hacerse con esos rifles.”
Zael se rió con ganas, levantando su copa.
Ambos brindaron.
Arin tomó un trago de su copa y miró a Zael con una mezcla de incredulidad y diversión. "¿No estabas hablando en serio con lo de la Diabólica? ¿Verdad? Porque si es una broma, ya te digo que es muy buena. Pero si no..."
Zael le devolvió la mirada con una sonrisa traviesa, inclinándose hacia adelante como si estuviera a punto de compartir un secreto prohibido. "¿Quieres que te lo detalle? Porque te lo puedo detallar."
Arin, levantando ambas manos en señal de rendición, negó rápidamente con la cabeza. "¡No, no! No me interesa lo más mín—"
"Bueno, primero empezaría con esas patas delanteras, ¿sabes? Esas gigantes con esos ganchos filosos. Algo intimidantes, pero también tienen su encanto. Imagínate el contraste cuando las mueve lentamente hacia ti, como si estuviera cazando, pero en lugar de un ataque, te—"
Arin, con el rostro ya torcido en una mueca de asco, agitó las manos como si estuviera alejando una plaga. "¡ZAEL, POR TODOS LOS CÓDIGOS DE LA HEGEMONÍA, PARA! ¡Ya entendí, no necesitas pintarme todo el maldito cuadro!"
"Espera, aún no llego a la mejor parte. Verás, las antenas. ¡Esas antenas largas y flexibles! ¿Sabías que pueden moverlas independientemente? Piensa en todas las cosas que podrían hacer, como acariciarte mientr—"
Arin, genuinamente horrorizado, empujó su silla hacia atrás como si quisiera salir corriendo. "¡YA! ¡Es suficiente! Te lo ruego, Zael, detente. No puedo... no quiero... ¡No debo imaginar esto!"
"Lo mejor es cuando se acerca. ¿Sabes cómo se siente su piel? No es como la de las Raytra, ni como la de las Phyleens. Es como una mezcla de cuero duro y... ¿cómo llamarlo? Un toque de metal. Y cuando sus patas tocan el suelo... hay algo en la forma en que se mueve, tan ágil y tan... letal. Es como si pudiera romperte en un segundo, pero con una dulzura extraña. ¡Y esos... esos movimientos! Tan precisos. ¿Sabes qué es lo mejor? Que puedes sentir cada toque, cada aliento, cada paso."
Arin cerró los ojos con fuerza, como si bloqueara todo lo que escuchaba, tratando desesperadamente de evitar visualizar lo que Zael describía.
"Y cuando se pone sobre ti, la sensación es... indescriptible. Las garras, el contacto... ¡la fuerza! Todo se siente tan... intenso."
Arin dio un gemido bajo de desesperación, mirando hacia el techo como si esperara que el Regente Infinito descendiera para salvarlo de esta conversación. "Por todo lo que existe en este maldito universo…"
"¿Qué pasa, Arin? ¿Demasiado para ti? Pensé que eras un hombre de gustos... exóticos."
Arin, frunciendo el ceño mientras hacía una pausa dramática, se sirvió otro trago. "Exóticos, sí. Enfermos y perturbadores, no. Tú necesitas un terapeuta o, mejor, un maldito exorcista."
Zael, aún divertido, levantó su copa con aire triunfal. "Un terapeuta no podría manejar mi nivel de sofisticación. Y hablando de eso, ¿estás seguro de que no te interesa probar una Eevarla? Puedo pedir dos, si quieres compartir."
Arin lo miró con una mezcla de exasperación y resignación, antes de tomar un largo trago. "Zael, si vuelves a mencionar a esas cosas, juro que te desconecto de tu preciada Interfaz Neural cuando la tengas. Y lo haré yo mismo."
Zael, fingiendo ofenderse, se llevó una mano al pecho. "¡Qué cruel! Y pensar que sólo quería compartir mi buena fortuna contigo."
Arin, finalmente riendo, negó con la cabeza. "Eres un caso perdido. Pero no te preocupes, tengo amigos en Neurodina. Quizás puedan diseñarte un implante para que no seas tan repulsivamente gráfico la próxima vez."
Zael se recostó en su silla, poniendo una mano sobre el pecho como si estuviera respirando profundamente para calmarse, aunque su mirada brillaba con una satisfacción tan evidente que era casi imposible no notar que el juego aún no había terminado. "Bueno, bueno, Arin... parece que te asusté un poco, ¿verdad? No te preocupes, me calmo... sólo un poco más," dijo, con una sonrisa traviesa, claramente disfrutando cada segundo de la angustia de su amigo.
Arin suspiró profundamente, como si intentara liberar la tensión de su cuerpo, y lo miró con desconfianza. "No sé si debo creerte... Lo que acabas de decir me dejó mareado... ¿Qué más quieres, un informe sobre lo que hiciste con una mantis en el último planetario que visitaste?"
“¡Oh, no, Arin! A veces me sorprende que no lo entiendas. Es todo sobre la experiencia, ¿sabes? No se trata solo de la esencia, es... lo que sientes." Hizo una pausa, mientras su sonrisa se ensanchaba. "Pero claro, tal vez no entiendas la verdadera magia de estas criaturas. No sólo en lo físico... Hay una... conexión profunda, ¿sabes? Cuando la Eevarla se mueve sobre ti, con sus garras tocándote, es como... sentir el pulso de un planeta entero debajo de tus pies. Y cuando te envuelven sus alas... mmm... las sensaciones son abrumadoras. Te absorben por completo…"
Arin se pasó la mano por el rostro. "No... No me hagas esto otra vez."
"La sensación cuando sus patas se clavan en el suelo, cada movimiento, tan pesado... Tan... firme, como si el planeta mismo temiera su presencia. La presión sobre el cuerpo es... indescriptible. Cuando las mandíbulas se acercan a tu cuello, sientes el calor de su aliento... la fuerza de su contacto. No es algo que puedas encontrar en cualquier rincón de Usur, Arin. No lo entiendes. Es algo que... sólo algunos son capaces de experimentar."
Arin se inclinó hacia adelante, como si tratara de frenar a Zael con toda su voluntad.
"Y luego, cuando se acomoda sobre ti, con el peso de su cuerpo presionando... cada centímetro de su... flexibilidad... Y cuando te mira con esos ojos negros... casi puedes sentir su alma, como si estuviera viendo dentro de ti, cada pensamiento, cada deseo... Y las garras, oh, las garras, acariciando, tocando de una manera que no puedes ni comenzar a imaginar."
“Por el Regente… Déjame vivir sin tener que pensar en eso para el resto de mis días."
"¡Oh, lo sé, Arin! Lo sé. Pero la verdad, después de esa experiencia, ¿qué otra cosa podrías querer en la vida? Una vez que sientes lo que se siente, ya nada vuelve a ser igual."
“No quiero ni imaginar cómo descubriste ese fetiche…”
Zael, sin embargo, soltó una risa satisfecha, con la mirada fija en su compañero. "Solo te doy una pequeña muestra. No me culpes por lo que tu mente decide imaginar."
"Nunca en toda mi vida pensé que me arrepentiría tanto de tener una conversación contigo," murmuró Arin, mirando al vacío, mientras Zael, por fin, dejaba de hablar y se echaba hacia atrás, disfrutando de la “victoria”…
Año: 3,266 (DL)
"La dignidad de un Omniroide está en su libre albedrío y en su capacidad para elegir su propio destino. Nadie, ni siquiera otro Omniroide, tiene el derecho de arrebatarle eso."
El Libro de los Omniroides. Capítulo 4, Versículo 6: La Dignidad en el Libre Albedrío
En un trance de quietud abismal, Nexus se aventuraba por un corredor circular de cristal, enclavado en las profundidades del océano de Orion XII. A poco más de diez kilómetros bajo el nivel marino, el entorno se asemejaba a un vacío líquido inabarcable, donde la presión ostentaba magnitudes capaces de desintegrar cualquier estructura no forjada para semejante rigor.
A lo lejos, congregaciones de criaturas abisales se desplazaban, y su bioluminiscencia engendraba ondulaciones de fulgor en matices iridiscentes. Los Niencius, seres dotados de seis aletas, se movían con parsimonia; sus corpóreos contornos ovales irradiaban destellos en azul cobalto y verde esmeralda, entrelazados por filigranas amarillentas que chispeaban a cada movimiento. Dichas vetas luminosas, además de fungir como celos medios de comunicación, confundían a los voraces depredadores al emitir impulsos destellantes al agitarse.
Ajustó sus sensores visuales, amplificando la nitidez y el contraste de la imagen. A través de su sistema de análisis integrado, datos en tiempo real fluían sobre su visor. La composición mineral del fondo oceánico mostraba altas concentraciones de sílice, trazas de germanio, y sedimentos volcánicos. La temperatura del entorno fluctuaba debido a las chimeneas hidrotermales cercanas, conocidas por expulsar chorros de agua súper caliente enriquecida con minerales que sustentaban una rica biodiversidad.
Cerca de una roca volcánica, Nexus notó una planta carnívora marina de gran interés. El organismo, con una estructura tubular alargada de dos metros de longitud, vibraba suavemente con las corrientes del océano. De un verde lima iridiscente, su cuerpo ondulaba con la misma frecuencia que las corrientes marinas profundas, lo que le permitía mimetizarse perfectamente con su entorno. En su parte superior, protuberancias de color púrpura oscuro terminaban en esferas cubiertas por un gel viscoso cargado de enzimas digestivas.
Nexus estudió sus patrones de alimentación. Los análisis indicaban que usaba una estrategia de emboscada: sus esferas pegajosas, altamente sensibles al movimiento, liberaban diminutos pulsos eléctricos para atraer pequeños peces y crustáceos. Su sistema digestivo actuaba con rapidez. Cuando un organismo quedaba atrapado en las esferas, las enzimas disolvían su estructura externa en minutos, permitiendo que la planta absorbiera los nutrientes esenciales. “Ciclo de vida simple pero eficiente,” pensó Nexus, apreciando la elegancia biológica de una criatura que no necesitaba moverse para cazar. Su mente calculaba las posibles aplicaciones estratégicas de tal organismo: espera paciente, ataque letal.
Una súbita vibración recorrió el túnel mientras un Kintur, una criatura gigantesca con un caparazón reforzado de placas metálicas naturales, se desplazaba lentamente. El agua sonaba con un bajo zumbido a medida que este gigante movía sus extremidades llenas de pequeños tentáculos que recogían sedimentos y organismos. Sus cuatro ojos brillaban en tonos ámbar, y cada movimiento emitía un sonido profundo, similar a un latido. Nexus registró su velocidad de desplazamiento, notando que la criatura movía enormes cantidades de agua a su paso, lo que hacía que las corrientes de agua fluctuaran en patrones caóticos.
El campo magnético del planeta era muy inestable en estas profundidades, lo que provocaba que los sistemas de navegación de Nexus corrigieran constantemente su posición. A través de sus ópticas, observaba cómo pequeñas partículas brillaban en la oscuridad: restos de criaturas descompuestas y minerales que flotaban como polvo.
Un ruido sutil llamó su atención. Un pequeño pez triangular, recubierto de placas verdes reflectantes, nadaba desprevenido hacia la planta carnívora. El pez, atraído por las ondas electromagnéticas emitidas por las protuberancias de la planta, se acercó sin sospechar lo que ocurriría. La planta se contrajo en un parpadeo.
Los sistemas de Nexus proporcionaban datos de cada evento: velocidad de contracción de la planta, niveles de enzimas liberadas, tiempo estimado para la completa digestión. “La naturaleza es perfección evolutiva,” pensó.
Mientras miraba, el eco de unos pasos hizo presencia en el pasillo. Se trataba de Erdhart, el archivista personal de Nexus, un ser de aspecto más esbelto que los típicos guerreros Omniroides. Sus dos ópticas, de un celeste profundo, contrastaban con su estructura grisácea y brillante. Su cuerpo estaba adornado con un manto azul oscuro que llegaba hasta el suelo, y su cuerpo parecía diseñado para la precisión y el análisis más que para el combate por obvias razones. Erdhart era una figura silenciosa y observadora, siempre registrando, siempre pensando, siempre listo para asistir a su líder.
“Mi señor,” dijo con una voz calmada, interrumpiendo suavemente las cavilaciones de Nexus. Su tono era respetuoso, pero había una urgencia sutil en su mensaje. “El Maestro Sentinel ha completado los preparativos de su ‘Plan Secreto’. Él… desea que esté con él. Dice que lo va a necesitar.”
Nexus giró la cabeza para mirar a su archivista y asintió, aún contemplando las palabras de Erdhart mientras sus ópticas volvían a centrarse en el océano.
“Si él cree que mi presencia es necesaria, no lo cuestionaré.”
Mientras Nexus se enderezaba, dejando atrás la contemplación del océano, Erdhart supo que el momento de acción estaba cerca. Sentinel había sido claro: este plan era vital para el futuro de los Omniroides.
“Estaré a su lado, mi señor,” respondió Erdhart. Nexus asintió una vez más, y sin decir nada, comenzó a caminar por el pasillo, con Erdhart siguiéndolo a su izquierda, pero un poco atrás.
Mientras caminaban por el largo pasillo de cristal, el sonido rítmico de sus pasos chasqueaba suavemente en el espacio cerrado. El océano a su alrededor parecía un mundo aparte, Erdhart, siempre con su porte respetuoso y su mirada analítica, se adelantó un poco para caminar junto a su líder. "Mi señor," comenzó, con un tono formal pero amigable, "El Maestro Sentinel ha trabajado incansablemente en este plan. Su dedicación es inquebrantable, aunque ya lo sabe mejor que nadie."
"Sí, Sentinel siempre ha tenido una visión clara. Nunca dudó en lo que era necesario hacer para asegurar nuestro futuro. Su determinación es... inspiradora."
"Sin duda, mi señor," respondió, observando con disimulo la expresión digital de Nexus, intentando percibir cualquier emoción detrás de su semblante que parecía inalterable. "El Maestro Sentinel suele decir que la clave del éxito está en no sólo anticipar los movimientos de nuestros enemigos, sino también en dominar el arte de la sorpresa."
Nexus reflexionó sobre las palabras de Erdhart, recordando las numerosas estrategias que Sentinel había formulado, muchas veces basadas en esa misma premisa. "Así es. Él siempre fué un paso más adelante... incluso cuando parecía que no había más camino por recorrer."
Erdhart sonrió digital y ligeramente, sabiendo que su líder estaba absorbiendo cada palabra. Decidió, entonces, relajar un poco la atmósfera. "Disculpe, mi señor," comenzó, "pero noté que estuvo mirando fijamente a una Skannie. ¿Sabía que fui el primero en estudiarlas? Qué criaturas fascinantes, aunque... absolutamente inútiles, si me permite decirlo."
Nexus arqueó una ceja digital, intrigado. "¿Inútiles, dice? Explíquese, Archivista."
"Con gusto, mi señor."
El archivista se giró brevemente, señalando hacia una planta delgada y verde lima que se aferraba a una roca en el fondo del océano. Sus protuberancias moradas brillaban bajo el agua. "La Skannie, como seguramente habrá notado, es una planta carnívora marina. Esencialmente, un tubo alargado y flexible que utiliza esas pequeñas esferas pegajosas en sus extremos para atrapar presas. Generalmente peces pequeños, pero he observado que ocasionalmente atrapan crustáceos desprevenidos."
Erdhart cruzó las manos detrás de su espalda mientras continuaba. "Lo extraño es que no tiene aplicaciones prácticas. No sirve ni como alimento para los orgánicos, sus compuestos químicos no son útiles, y su reproducción, mediante semillas liberadas al azar, es tediosamente simple. Es como si la evolución hubiese decidido que era una broma."
Nexus dejó escapar una leve risa, apoyando su mirada en el archivista.
"Ah, eso me lleva a Osepool, mi señor. No recuerdo si se lo conté, pero, antes de unirme a su noble causa, trabajé en ese planeta agrícola de Resalthar. Me asignaron una biblioteca digital repleta de información sobre millones de plantas. Pasé años estudiando cada archivo, perdiéndome entre datos y descripciones. Pero las Skannie... Ah, esas fueron un reto. Las encontré por primera vez aquí, en Orion XII. Y ya que nadie las había documentado antes… Fue una odisea, pero no pude resistir la tentación de aprender más."
Se volvió a girar un instante, observando cómo una pequeña Skannie atrapaba un diminuto pez plateado. "No solo las estudié; las observé. Aprendí cómo cazan, cómo crecen, incluso cómo responden a cambios en su entorno químico. Curiosamente, parecen ser inmunes a la mayoría de los depredadores marinos, probablemente por el mucílago tóxico que producen."
"Parece que subestimar sus habilidades sería un error. ¿No te sentiste solo allá abajo, tan lejos de todo?"
Erdhart soltó una risa nerviosa.
"Bueno, mi señor, entre las plantas y la base de datos, tenía suficiente compañía. Y, para ser honesto, las plantas no son tan malas conversadoras. Al menos no interrumpen."
"Es fascinante cómo encuentras valor en lo que otros pasarían por alto. Tu curiosidad y dedicación son invaluables."
Erdhart bajó ligeramente la cabeza, visiblemente complacido.
"Es usted muy generoso con sus palabras, mi señor.”
Mientras Nexus y Erdhart se aproximaban a la entrada de la sala de estrategias, la atmósfera se tornaba más tensa y concentrada. La puerta negra, imponente y monumental como quien se encontraba tras ella, era un espectáculo en sí misma.
Los bordes de la compuerta estaban adornados con luces LED de un azul profundo, que parpadeaban suavemente, dando vida a la estructura estática.
Erdhart se adelantó con pasos cortos pero lo suficientemente rápidos como para adelantar a Nexus, mientras se acercaba al panel holográfico que se encontraba a un lado de la puerta, la superficie del panel se iluminó con un destello azul, y Erdhart, con movimientos precisos, comenzó a ingresar la contraseña, escrita en Karcey. Era un ritual que había realizado innumerables veces, pero nunca lo tomaba a la ligera. Cualquier espera por parte de Nexus sería considerada una ofensa, un descuido de su deber primordial: servir al que lideraba a los Omniroides.
Mientras Erdhart ingresaba la contraseña en el panel holográfico, cada botón presionado emitía un sonido característico, reminiscente a las notas de un piano. La secuencia que introdujo era:
Mi – Ré# – Mi – Ré# – Mi – Si – Ré – Do – La – Do – Mi – La – Si – Mi – Sol# – Si
Finalmente, un "Do" profundo cerró la secuencia, antes de que el panel emitiera un sonido de confirmación, indicando que la contraseña era correcta, la puerta comenzó a vibrar suavemente en respuesta a la entrada correcta de la contraseña.
La puerta de la sala se deslizó silenciosamente hacia el lado izquierdo, revelando una amplia habitación. La iluminación blanca era tenue, apenas suficiente para delinear las formas y figuras en el interior. El centro de la sala estaba dominado por una mesa roja y circular, rodeada de monitores holográficos que proyectaban datos tácticos y mapas estelares, principalmente la mesa proyectaba un amarillento holograma tridimensional del planeta Horevia, mostrando poco detalle de su superficie, defensas y puntos estratégicos, todo escrito en Karcey, pero era un mapa que cualquier ciudadano podría conseguir. Las paredes de la sala estaban recubiertas de paneles plateados, y cables gruesos serpenteaban a lo largo de las esquinas, conectando a la mesa central con los sistemas de la base.
En el centro de todo, sentado en una silla evidentemente demasiado pequeña para su enorme tamaño, estaba Sentinel. Una colosal figura de tres metros y medio de altura, con una estructura plateada y brillante que parecía invulnerable, sus brazos colgaban pesadamente a los lados mientras tenía sus manos encima de la mesa, la cual se inclinaba levemente hacia él debido al peso. Sentinel parecía ridículamente fuera de lugar en aquella diminuta silla.
Al notar la llegada de Nexus y Erdhart, se levantó de su asiento, los engranajes en sus piernas emitieron un leve chirrido mientras se enderezaba. Su silueta masiva proyectó una sombra que casi cubría a ambos. "Nexus. Erdhart. Llegan justo a tiempo."
"Sentinel," respondió Nexus, inclinando la cabeza ligeramente en señal de respeto. "Veo que todo está en orden."
"Siempre lo está cuando se trata de una operación de esta magnitud," replicó, señalando con la mano derecha la mesa de estrategia, con solo dos sillas disponibles, la suya, y la de Nexus.
Sentinel extendió su mano derecha hacia Nexus, una extremidad titánica. Las articulaciones brillaban como si acabaran de ser calibradas, y los dedos, gruesos como columnas, se movieron con precisión controlada. Nexus puso su mano en la gigantesca palma metálica de Sentinel. La diferencia de tamaño era casi absurda: la mano de Nexus apenas cubría la longitud de un solo dedo del coloso. Sentinel apretó con cuidado, evitando ejercer demasiada fuerza.
"Siempre tan estoico," dijo Sentinel. "¿Alguna vez te relajas?"
Nexus sonrió de forma digital, sin perder su compostura. "Relajarme no es un lujo que pueda permitirme mientras tú estés inventando planes con... cierta creatividad cuestionable."
"¿Cuestionable?"
Luego, Sentinel se giró hacia Erdhart, quien había permanecido a un lado, con una postura casi marcial. Al acercarse, Sentinel extendió nuevamente su mano, aún más imponente ante el Archivista de poco más de dos metros. Las ópticas de Erdhart recorrieron la extremidad antes de estrecharla con visible nerviosismo.
"Maestro Sentinel," dijo con voz un poco tensa, "es un honor, como siempre, estrechar su mano."
Sentinel sonrió, o al menos eso sugería el brillo de sus ópticas. "Erdhart, debo decirte algo. Tu rostro... espera... ¿es eso óxido?"
Erdhart expandió sus ópticas de par en par y retrocedió un paso, llevando una mano a su mejilla. "¡¿Óxido?! ¿Dónde? ¡Eso sería imperdonable! Mis cuidados son meticulosos. Esto... ¡Esto debe ser un error!"
"Relájate," interrumpió Nexus. "Te está jugando una broma."
Sentinel inclinó su gigantesca cabeza hacia un lado, adoptando una expresión exageradamente pensativa. "¿Broma? Yo nunca bromearía sobre el estado impecable de un maestro ingeniero. Aunque... debo admitir que la reacción es oro puro."
Erdhart, aún visiblemente avergonzado, compuso su postura. "Su sentido del humor es... particular, Maestro Sentinel. Pero no se repetirá semejante error en mi mantenimiento. ¡Eso se lo aseguro!"
Erdhart, que ya había recuperado su porte relajado, no pudo resistir la tentación de bromear, sabiendo que Sentinel apreciaba el humor, por crudo que fuera: "Maestro," dijo, con un tono pícaro, "¿no te sientes un poco... apretado en esa silla? Parece que estás a punto de romperla con solo existir."
"Oh, no te preocupes por mí, Archivista. Aunque tal vez deberías preocuparte por ti mismo... después de todo, parece que te falta un buen lugar donde sentarte, si es que entiendes a lo que me refiero..."
Erdhart soltó una pequeña risa, pero antes de que pudiera replicar, Sentinel se inclinó hacia él, acercándose con su inmensa figura y bajando la voz con un tono que simulaba confidencialidad: "De hecho, Erdhart, tengo una silla perfecta para ti en la bodega bajo esta sala, pero no sé si podrás... 'llenarla' adecuadamente…"
El Archivista de Nexus, acostumbrado a la dinámica, solo pudo reír.
"Como los humanos dicen… Touché, Maestro Sentinel…"
Sentinel, hizo un gesto con su cabeza como si estuviera sonriendo digitalmente, se enderezó y, con una respetuosa seriedad, añadió, "Ahora, Erdhart, agradecería si nos dejas un momento. Nexus y yo tenemos que discutir algunos detalles en privado."
Erdhart asintió y se inclinó ante ambos antes de retirarse.
"Por supuesto. Estaré fuera si necesita algo."
Sentinel observó la salida del archivista con una media sonrisa metal, cruzando los brazos sobre su pecho masivo. "Ese Erdhart," dijo con un tono burlón, "siempre tan rápido con las bromas. A veces me pregunto si le programaron la lengua más afilada que el procesador, o algo así."
Nexus dejó escapar una pequeña risa, una rareza en él. "Sí, su ingenio es tan afilado como una cuchilla de plasma. Pero su lealtad es inquebrantable. Es un buen archivista, y aún mejor compañero. No muchos tienen el coraje de bromear así en estos tiempos."
Sentinel asintió, y ambos se dirigieron a sus respectivas sillas.
Nexus tomó asiento, Sentinel, por su parte, se acomodó en su silla, que emitió un leve zumbido mientras el suspensor magnético luchaba con fiereza por sostener su considerable peso. De repente, la silla cedió ligeramente, hundiéndose unos centímetros. Sentinel hizo una pausa, frunciendo el ceño digital mientras miraba la silla traicionera. "Maldita sea," murmuró, descomprimió los actuadores de los hombros, reduciendo la tensión.
Nexus observó mientras se reía internamente: "Siempre he pensado que deberían hacer una silla especial para ti.”
"¿Una silla especial? Oh, claro, ¿quizá algo que venga con un soporte estructural? Tal vez una estación de aterrizaje completa."
"O podrías considerar quitarte unos cuantos servos y, no sé, tal vez alguna que otra de esas armas que llevas encima. No sólo aliviarías a las sillas, también evitarías esos problemas que tienes con las puertas."
Las ópticas de Sentinel se estrecharon. "Espera un momento. ¿Acabas de llamarme gordo?"
"Por supuesto que no," replicó, levantando las manos con un gesto inocente. "No dije gordo, dije… Robusto."
Sentinel inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando la palabra. "Robusto, ¿eh? Bueno, yo no soy gordo. Sólo tengo... servos anchos. Ya sabes, para sostener todo este poderío."
"Claro, claro. Poderío. Aunque, por curiosidad, ¿cuánto pesa todo ese poderío?"
Sentinel carraspeó, desviando la mirada como si de repente la tabla de estrategia fuera fascinante. "Bueno... depende del día, claro, pero, eh… pasa de las toneladas. No muchas, solo… unas pocas."
"¿Pocas?" Nexus levantó una ceja digital. "Yo, por ejemplo, peso 374.214 kilogramos. Peso óptimo, diría yo."
"Bueno, no todos podemos ser ligeros como una pluma, Nexus." De pronto, al ver que Nexus iba a agregar algo, Sentinel levantó una mano. "Pero cambiemos de tema. Algo más importante que mi, ejem, peso."
"¿Seguro? Porque yo puedo esperar. Por favor, maestro del peso estratégico, adelante."
Sentinel se cruzó de brazos. "No, no, tú primero. Yo insistí en cambiar de tema, así que es tu turno."
"Pero yo insisto, por favor, adelante. El universo puede esperar."
"¿Estamos realmente discutiendo esto? Muy bien. Yo hablo primero."
"Por supuesto," replicó Nexus con una inclinación de cabeza. "Te escucho."
Sentinel abrió las válvulas de vapor alrededor de su cabeza, figurativamente hablando, y luego señaló a Nexus. "Espera. No, tú primero. Soy generoso así."
Ambos se quedaron en silencio por un momento, mirándose como si midieran quién cedería primero. Finalmente, Nexus rompió la tensión con una carcajada. "Está bien, hablaré primero. Pero que quede claro: sigo pensando que deberías considerar una dieta… de servos."
Sentinel, sin poder evitarlo, rió. "Eres un caso perdido, Nexus. Pero está bien. La próxima vez me traeré un conjunto de servos ligeros. Sólo para que estés contento."
“Pero bueno, volvamos al tema. ¿Qué es lo que me querías mostrar?"
Sentinel se recostó lo mejor que pudo en su inestable asiento, activando el holograma central con un movimiento de su mano. Las luces de la sala parpadearon cuando múltiples proyecciones rojas se desplegaron frente a él: mapas tácticos, informes de inteligencia y detalles financieros. "Nexus, es hora de que tomemos una decisión crucial. Los Omniroides deben iniciar la guerra."
Nexus se inclinó hacia adelante, sus ópticas se reajustaron para procesar la nueva información.
"¿Iniciar la guerra? Sentinel, siempre hemos esperado que el CIRU sea el primero en atacar. Es lo que nos ha mantenido en una posición fuerte. Hemos contado con su arrogancia para que sean ellos quienes den el primer paso. No deberíamos iniciar nada."
Sentinel hizo girar varios hologramas de información en el aire, manipulando las proyecciones de forma casi artística. Los datos financieros, las rutas de suministros, y las relaciones con diferentes grupos mercenarios parpadeaban en un mosaico de colores.
"Lo sé. Pero eso es precisamente lo que ellos esperan. Han estado reforzando sus defensas y consolidando su poder, confiados en que nosotros no haremos el primer movimiento. Nos subestiman. Y esa es la clave. "Si iniciamos nosotros, controlamos el ritmo de la guerra. Piensa en esto: Horevia, la joya del CIRU, su capital impenetrable. Es el símbolo de su poder. Si atacamos primero y lo hacemos con precisión, desestabilizamos el sistema. Los ponemos a la defensiva, forzamos a sus fuerzas a reaccionar en lugar de planificar."
Sentinel amplió la imagen holográfica de Horevia, señalando varios puntos clave. "Estos son sus centros de mando, sus defensas, y aquí... es donde atacaremos primero, la tal Gaia no debería ser problema. La clave es la sorpresa total y abrumadora. Desplegaremos nuestras fuerzas de manera que no puedan anticipar el golpe. Si destruimos estos puntos, les cortamos la cabeza. El resto de su cuerpo se tambaleará, y los sistemas estelares bajo su control caerán."
Nexus estudió el holograma, analizando cada detalle. "Atacar Horevia... Eso requeriría una cantidad de recursos colosal. No sólo en términos de unidades, sino también de favores y alianzas. No podemos permitirnos que toda la red de apoyo financiero y logístico colapse por un mal movimiento."
Sentinel asintió. "Por eso, necesitamos asegurar fondos adicionales. Podemos vender cierta información a la Hermandad Umbral, ellos están dispuestos a pagar. También podemos cobrar los favores que nos deben los Corsarios de Zoralia. Les dimos tecnología de camuflaje para sus operaciones de piratería; ahora es el momento de exigir su retribución en forma de créditos."
Nexus levantó una ceja de forma digital. "Y esos favores no son lo único que debemos considerar. Los Forajidos de Tenebris aún nos deben cerca de 400 millones de créditos. Si los presionamos ahora, podemos conseguir al menos la mitad. Con un cuarto de esos fondos, podríamos sobornar oficiales del CINT para que nos proporcionen inteligencia sobre las rutas de suministro del CIRU. Ya sabes lo fácil que es para ellos 'perder' uno o más convoyes en tránsito."
Sentinel sonrió de forma digital, pero su expresión seguía siendo tensa. "Y no olvides las conexiones que tenemos con los Luciérnagas Rojas. Ellos controlan gran parte del tráfico de recursos en el borde exterior de Nia. Podrían redirigir suministros hacia nuestras fábricas y ocultar cualquier movimiento sospechoso de tropas. Pero, para conseguir su apoyo total, tendremos que cubrir sus deudas con los comerciantes de Alcoryn; estamos hablando de unos 30 millones en mercancías y créditos."
Nexus asintió. "Entonces, estamos hablando de una inversión inicial de al menos 1,500 millones de créditos para preparar este ataque. Y eso sin contar con los gastos imprevistos y las posibles bajas."
Sentinel giró una proyección adicional, mostrando los gastos previstos y los beneficios potenciales de tomar Horevia. "Lo sé, Nexus. Pero piénsalo: si tomamos Horevia, se desmorona el CIRU. Controlaríamos su red de comunicaciones y sus centros de mando, forzándolos a usar recursos exorbitantes para recuperarse. Además, podríamos tomar el control de sus reservas y su base de datos de inteligencia financiera principal. Eso nos permitiría reembolsar nuestras inversiones y ganar el control sobre mercados enteros en cuestión de meses."
"Y si fallamos, Sentinel, estaremos endeudados hasta el cuello. Los Corsarios nos abandonarán, la Hermandad Umbral podría vendernos, y los Forajidos nos verán como una presa fácil."
Sentinel dejó caer las manos. "Lo sé, Nexus. Pero es el único camino. No podemos seguir esperando que el CIRU cometa un error. Debemos crearlo, dar el primer golpe y aprovechar el desorden. Es arriesgado, pero cada movimiento lo es. Tenemos que jugar con todo lo que tenemos."
Nexus se recostó en su silla. "Entonces, que así sea. Pero asegúrate de que todos nuestros 'socios' estén bien alineados. No podemos permitir que nadie se desvíe, o todo esto colapsará antes de empezar."
Sentinel inclinó la cabeza hacia Nexus. "Si no tomamos la iniciativa ahora, el CIRU terminará aplastándonos en su propio tiempo. Este es el momento para actuar."
Nexus se recostó en su silla, Sentinel tenía razón en muchos aspectos, y su plan era tan audaz como peligroso. "Entonces," dijo finalmente, su voz era baja pero resuelta, "nosotros seremos los que den el primer golpe. Y Horevia... será el principio del fin para el CIRU, o si sale mal, un posible fin para nosotros."
La sala se llenó de un silencio tenso mientras Nexus reflexionaba sobre las palabras de Sentinel. Finalmente, rompió el silencio con una pregunta: "¿Pero qué sucede si fallamos en destruir la sede? Si ellos logran defenderse, estaremos en un punto crítico."
Sentinel giró la vista hacia el holograma de Horevia, sus ópticas brillaron con una intensidad que reflejaba su mente en constante movimiento. "Incluso si fallamos, el simple hecho de intentarlo desestabilizará varias cosas dentro del CIRU." Sus manos se movieron con firmeza, señalando puntos críticos en la imagen proyectada. "Primero, un ataque así generará inestabilidad en sus mercados."
"Y luego, los envíos de recursos se verán interrumpidos. El CIRU depende de un delicado equilibrio de suministros provenientes de varios sistemas aliados. Si logramos interferir en esas rutas, sus tropas se verán afectadas. Cada convoy y cada cargamento que muevan, se convertirá en un blanco, y con cada ataque exitoso, los costos de defensa y transporte se dispararán. Forzaremos una redistribución de sus fuerzas, fragmentando su capacidad de respuesta."
Nexus frunció el ceño, sintiendo la creciente intensidad en la voz de Sentinel. "¿Y qué pasa con los medios de comunicación? Si fallamos, podrían volverse en nuestra contra y reforzar su narrativa, presentándonos como agresores desesperados."
"¡Exactamente! Pero incluso así, la narrativa cambiará. Si logramos que se cubra el ataque. La prensa de los raritos de Katze, Noxrev, Rohed, Cohun y los de Suttun, que ya están en desacuerdo con la política del CIRU, harán eco de nuestra resistencia. Habrá historias sobre la valentía de los Omniroides. La población comenzará a cuestionar su lealtad al régimen. Aunque fallemos, habremos sembrado la semilla del caos social, y eso, Nexus, es una victoria en sí misma."
Nexus lo observó, sintiendo la pasión desbordante de su amigo. "Pero hay un riesgo enorme en todo esto. Si no logramos nuestros objetivos, todo lo que has mencionado podría revertirse en nuestra contra. Las bandas mercenarias que nos deben favores, como los Tecnomantes de Asterion, podrían volverse contra nosotros para proteger sus propios intereses."
Sentinel asintió, manteniendo su postura firme. "Lo sé. Pero también estamos cubriendo esas eventualidades. Los Tecnomantes están profundamente endeudados con nosotros tras la última operación en Draconis II. Les suministramos naves de combate, tecnología de infiltración de última generación y los sacamos de una emboscada del CIRU. Si fallan en apoyarnos, tendrán que enfrentarse a nuestros agentes. Además, las Arpías Negras de Andara, que controlan las rutas de contrabando en los sectores del borde externo de Hakko, nos deben millones en protección y permisos para operar en nuestro territorio. Si no cumplen, los arrasaremos."
Nexus se frotó la barbilla de forma digital, pensativo. "Y qué hay de los Corsarios de Zoralia. ¿Crees que podremos cobrarlos en este momento?"
"Ya estamos trabajando en ello. Les he ofrecido un trato: si nos apoyan en la operación Horevia, cancelamos el 50% de la deuda y les proporcionamos acceso exclusivo a nuestras nuevas rutas de suministro en el sistema de Kerat. Necesitamos esos créditos para sobornar a ciertos oficiales del CINT y asegurar el apoyo de los Transportistas Libres de Otharion. Los Transportistas pueden darnos acceso a información privilegiada sobre movimientos militares del CIRU a cambio de protección y una porción del botín."
"Estamos hablando de una operación que costará al menos 2,000 millones de créditos en total, Sentinel. ¿Estás seguro de que podremos sostener esto si las cosas se complican?"
Sentinel levantó una mano para calmar a Nexus. "Es un riesgo, pero es un riesgo calculado. Si logramos interrumpir sus líneas de suministro y desestabilizar su economía, podremos recuperar esa inversión con creces. La Confederación Galáctica de Ynterium ya está interesada en comprar cualquier tecnología o información que podamos extraer de Horevia. Se habla de pagar hasta 3,000 millones en datos tácticos y secretos de investigación. Este es el momento de ser audaces. La historia no se escribe con indecisiones. Si no atacamos, estaremos condenados a ser olvidados. Si fallamos, al menos habremos movido las piezas del tablero."
Sentinel resopló, continuando.
"Escúchame, Nexus. En Horevia no habrá espacio para las dudas. Vamos a matar a todos, a todos los que podamos. Los medios culparán al CIRU. Eso no es problema nuestro. Nuestra misión es clara: arrasar con todo lo que veamos."
Nexus lo miró fijamente, notando el ardor en su voz.
"¿A todos?"
"Sí, a todos los que sean posibles. No podemos darnos el lujo de vacilar. Si ellos supieran lo que somos capaces de hacer, no dudarían ni un segundo en exterminarnos, la supervivencia de los Omniroides no es negociable."
Un instante de silencio pesó entre ambos.
"Si... claro. Lo entiendo."
Sentinel colocó una mano en su hombro, un gesto que intentaba transmitir camaradería, pero que se sentía cargado de la fría lógica de su misión. "Lo sé. Pero confía en mí. Si no somos nosotros los que escribamos este capítulo, nadie más lo hará…"
“Un paso a la vez…”
Todo se llevó a cabo, y el asalto a Horevia, la capital del CIRU, con sus trillones de habitantes, era una fortaleza aparentemente impenetrable, pero Sentinel había identificado una debilidad en su estructura: la sobredependencia en sus infraestructuras centralizadas y la creencia arrogante de que nadie se atrevería a atacarlos en su propio terreno.
El día del asalto, la metrópolis de Horevia, que había brillado durante siglos como un faro de poder y control, se convirtió en un campo de batalla apocalíptico. Las calles, que alguna vez estuvieron llenas de vida y actividad, se convirtieron en corredores de muerte mientras las tropas de los Omniroides se desplegaban, mientras los habitantes, abrumados por el pánico, corrían desesperados en busca de refugio. El cielo, una vez claro, se oscurecía bajo la sombra de las imponentes naves de guerra Omniroides que surcaban los aires con ominosa majestuosidad.
La estrategia de Sentinel estaba dando sus frutos. Con Horevia bajo asedio, el CIRU se encontró acorralado, incapaz de organizar una defensa efectiva. A medida que la batalla comenzaba, el ataque relámpago se inició con una impresionante ofensiva aérea. Las aeronaves Omniroides lanzaron una lluvia de misiles sobre puntos clave de infraestructura: centros de mando, depósitos de suministros y estructuras defensivas del CIRU. Las explosiones iluminaron la noche, mientras la infantería avanzaba por las calles, flanqueando a las unidades pesadas que se encargaban de abrir brechas en las defensas enemigas.
Sentinel había confiado en Nexus para llevar a cabo este plan, y Nexus estaba decidido a no fallar. La destrucción de la sede central del CIRU sería la señal de que los Omniroides no solo habían iniciado la guerra, sino que también la terminarían en sus propios términos.
Un elemento clave de la estrategia fue el uso de portales para desplazar rápidamente las unidades de combate. En el momento culminante del ataque, los Omniroides ejecutaron una serie de saltos perfectamente sincronizados en el Espacio Negativo, emergiendo repentinamente en puntos estratégicos alrededor de Horevia. Los cruceros, cargados con tropas y equipo, abrieron portales en tierra que arrojaron vehículos de combate y escuadrones de infantería justo frente a las posiciones enemigas, tomando a las fuerzas del CIRU por sorpresa. Este movimiento inesperado permitió a los Omniroides cortar rápidamente las rutas de escape y desorganizar las defensas en un abrir y cerrar de ojos.
“Arrasen con todo,” esas fueron las órdenes de Nexus.
Las defensas del CIRU eran mucho más sólidas de lo previsto, diseñadas no solo para resistir asaltos convencionales, sino también para repeler tácticas avanzadas de guerra de guerrillas y combate electrónico, dos áreas donde los Omniroides solían destacar. Los sistemas de defensa antiaérea del CIRU, especialmente los cañones de energía de baja frecuencia diseñados para neutralizar drones y aeronaves, demostraban ser un obstáculo casi insuperable para las fuerzas aéreas ligeras de los Omniroides, que dependen de bombarderos y vehículos de transporte ágil para maniobrar en el campo de batalla.
Cada intento de ataque aéreo era respondido con una barrera impenetrable de fuego de contramedidas, forzando a los Omniroides a limitar sus operaciones en ese dominio. Aunque sus unidades terrestres podían adaptarse, la pérdida de la supremacía aérea redujo su capacidad de respuesta y su ventaja táctica.
Por otro lado, las defensas internas de Horevia habían sido preparadas durante años de anticipación. Los búnkeres subterráneos del CIRU, blindados con aleaciones antimagnéticas y rodeados de campos de energía impenetrables, eran un bastión imposible de asediar, ambos prohibidos por los tratados intergalácticos. Cada metro de avance hacia estos complejos exigía un costo elevado en recursos y tiempo.
Entonces, el Señor de los Omniroides emergió de un portal que fue abierto en la Plaza Central de Deemdore, País-Ciudad en la que se encontraba la Sede del CIRU, y con una voz gélida y mecánica muy forzada, anunció su presencia con una declaración, una que Sentinel había redactado con la intención de infundir un profundo temor en sus enemigos: "Nosotros, los Omniroides, hemos venido a reclamar lo que es nuestro. Horevia es solo el comienzo; este es un aviso. Todos los planetas del CIRU deben someterse a nuestra supremacía, o enfrentarán un destino peor que la muerte."
Mientras desenfundaba su lanza de un rojo brillante, con un mango plateado y elegante, Nexus se detuvo un instante, apenas una fracción de segundo, cuestionando la utilidad de sus palabras. “¿Realmente esto infundirá miedo?” pensó para sí mismo. “Sentinel puede ser un estratega brillante, pero no es bueno escribiendo diálogos ni entiende la psicología del terror. Esto suena más como una mala representación de una obra de teatro que como una amenaza creíble,” declaró mientras desenfundaba su lanza láser, roja y brillante, de mango plateado y elegante.
No había honor en lo que haría a continuación, y no lo necesitaba, Sentinel solo le indico que destruyera todo lo que podía en su camino hacia la Sede, y él estaba de acuerdo en arrasar con todo lo que se le pusiese en frente.
En un giro, Nexus penetró en un mercado abarrotado, transformando el bullicio en un campo de carnicería. La lanza láser cortó todo con un silbido, perforando cuerpos sin distinción, destrozando vidas con la misma eficacia con la que eliminaría un sistema defectuoso. Cada estocada era un acto de desprecio absoluto por la vida, un despliegue de un poder que no conocía remordimientos.
El mercado estaba vacío ahora, reducido a ruinas y escombros. Los cuerpos de los caídos yacían inmóviles, sus rostros estaban congelados en expresiones de pánico y dolor.
Por un instante, se detuvo. Sus ópticas captaron el movimiento de una figura detrás de un puesto de fruta derribado: una mujer humana, abrazando a un niño de la misma raza, con los ojos bien abiertos y el cuerpo temblando.
El niño soltó un sollozo, apenas un susurro, pero suficiente para alcanzar los sensores de Nexus. "Inofensivos," analizó su sistema de evaluación de amenazas. Su cuerpo, sin embargo, permaneció inmóvil.
Durante una fracción de segundo, una imagen cruzó su mente: un Omniroide, cubierto de polvo y cables expuestos, arrodillado en un rincón mientras un soldado humano lo apuntaba con un fusil. La misma mirada de terror en los ojos digitales que Nexus había visto tantas veces antes.
Con un leve ajuste de su postura, giró y continuó caminando sin desviar la mirada hacia ellos. No valía la pena pensar en ello. Al menos, eso se decía a sí mismo.
Más adelante, con un corte vertical de su lanza, hizo estallar un vehículo blindado en llamas, y se enfrentó a un escuadrón de soldados del CIRU, desbordando su habilidad con una ferocidad que no conocía la clemencia. Los soldados intentaron formar una defensa, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Cada golpe de su lanza desmembraba y arrasaba, dejando un rastro de cuerpos mutilados y rostros llenos de terror.
Todo había sido lógico, eficiente.
A pocos pasos, el paisaje reveló otro detalle que no pudo ignorar. Entre los escombros de lo que había sido una vivienda, dos figuras yacían inmóviles. Una mujer Éndevol joven sostenía a un niño en brazos, ambos atrapados bajo una viga caída.
Sus sensores confirmaron que estaban muertos. Su mirada se detuvo en el rostro sereno del niño, como si no hubiera entendido lo que estaba ocurriendo.
Un recuerdo enterrado se activó en su núcleo. Una imagen de Sentinel con un grupo de jóvenes Omniroides en su base subterránea, enseñándoles a defenderse. "Si no luchamos, no sobrevivimos," había dicho Sentinel. Nexus lo había aceptado como verdad absoluta.
Pero estos civiles no luchaban. No estaban armados. ¿Cuál era el propósito de esta destrucción? "¿Es esto eficiencia? ¿O es simple venganza?"
Sacudió la cabeza, alejando las preguntas, y siguió adelante.
El primer ataque fue brutal, con explosiones que sacudieron el suelo y edificios que se derrumbaron sobre sí mismos. La población corría en todas direcciones, intentando huir del horror que se desataba. Pero lo más espeluznante de todo fue la aparición de Nexus en el centro de la ciudad, cortando a su paso todo lo que se interponía en su camino.
Con una velocidad sorprendente, se deslizaba entre los edificios y los ciudadanos indefensos como una pantera, acabando con ellos sin piedad. Su presencia era terrorífica, y su habilidad para el combate dejaba en claro que los Omniroides no estaban jugando. La población no podía más que correr por sus vidas, mientras los soldados del CIRU, las Orquídeas Blancas, luchaban con valentía, aunque con poca esperanza.
La batalla se intensificó con cada minuto que pasaba. Los Omniroides iban ganando terreno. El ejército del CIRU se batía en retirada, desesperado por encontrar algún punto débil en la armadura de los Omniroides.
A medida que Nexus se acercaba a la Sede del CIRU, la resistencia se intensificaba. Soldados del CIRU aparecieron en su camino, formaciones perfectamente entrenadas que intentaban detener su avance. Nexus los enfrentó, desmembrando a sus enemigos y dejando sus cuerpos esparcidos por el suelo.
Mientras caminaba entre los restos del combate, sus sensores detectaron movimiento detrás de un vehículo destruido. Un hombre, gravemente herido, arrastraba su cuerpo mientras dejaba un rastro de sangre en el suelo. Lo miró fijamente, evaluando si representaba una amenaza.
"No hay necesidad de acabarlo," concluyó su sistema. Sin embargo, algo más lo detuvo. El hombre levantó la vista, y vio sus ojos llenos de miedo y desesperación.
"¿Por qué…?" Murmuró el hombre con una voz entrecortada.
Nexus no respondió. Giró su lanza, apagando la hoja energética, y continuó su marcha. Pero las palabras del hombre quedaron grabadas en su memoria: "¿Por qué?"
Entonces, en un momento de audacia, un grupo de cuatro soldados Clover de la DCIN logró rodear a Nexus y lo atacaron por sorpresa. La lucha fue intensa, con chispas y rayos láser iluminando el cielo. Nexus manejaba su lanza láser con una habilidad asombrosa, esquivando cada golpe con una agilidad inhumana. Los Clover caían uno tras otro, pero no desistían, aun así murieron, sabiendo que la suerte de su planeta estaba en juego, mientras un par de tanques Vanguardia Destructor llegaban a apoyar y un grupo de Aeronaves Cazadoras Cylha surcaban los cielos contra las naves Omniroides, la DCIN había entrado completamente en escena.
Los soldados de la CIRU estaban al borde del colapso, sus defensas cediendo ante el implacable avance de las hordas mecanizadas Omniroides. El ruido ensordecedor de la batalla y el caos que los envolvía hacían que la esperanza pareciera una reliquia lejana.
La batalla rugía a su alrededor, el metal chocaba contra metal, y los gritos de los caídos se perdían entre explosiones y destellos de energía. Nexus permanecía en el centro del combate, su cuerpo de metal pulido destellaba bajo las luces parpadeantes de las armas láser y los disparos perdidos del plasma... Los disparos de plasma emitían un sonido característico similar a un trueno distante, un profundo zumbido acompañado de un estallido seco por la rápida expansión del gas supercalentado al ser liberado de su contenedor, creando una onda de choque que se propagaba por el aire. El retumbante estallido era lo suficientemente fuerte como para dañar ligeramente el oído si uno se encontraba a pocos metros del impacto.
El retroceso del arma de plasma era notable; el empuje hacia atrás se sentía al disparar. Las armas más grandes, como los cañones de plasma montados, producían un retroceso considerable que podía desequilibrar a un tirador inexperto, mientras que las pistolas de plasma tenían un retroceso más sutil, pero aún perceptible.
Por otro lado, los disparos de láser eran diferentes. Emitían un sonido agudo y más sutil, como el silbido de un dardo, seguido de un corto chasquido al impactar. Este sonido era más tenue que el de plasma, ya que los láseres eran pulsos de energía concentrada que no requerían un medio de propulsión. La única señal audible era el leve susurro de la energía desplazándose a gran velocidad, un sonido que a menudo se confundía con el viento en el campo de batalla.
El disparo de láser no tenía retroceso en el sentido tradicional, ya que no había un proyectil físico. Sin embargo, algunas armas de láser más grandes, como los rifles de asalto, tenían una leve vibración o sacudida al disparar debido a la liberación de energía acumulada. Esto era casi imperceptible para un tirador experimentado, pero podría ser notable para aquellos no acostumbrados al manejo de armas avanzadas.
Entró en un edificio parcialmente derrumbado, buscando un acceso estratégico hacia la siguiente posición de la. Pero lo que encontró en su interior no fue resistencia armada, sino un grupo de civiles. Familias enteras se habían refugiado allí, protegiéndose unos a otros en un rincón oscuro, bajo la tenue luz que se filtraba por las grietas en las paredes.
El silencio se apoderó de la habitación cuando su figura llenó el umbral. La mayoría de los civiles apartaron la mirada, incapaces de sostener la vista ante su presencia aterradora. Pero una niña Phyleen, de no más de siete años, se quedó paralizada, con sus ojos abiertos, llenos de lágrimas. Su pequeño cuerpo temblaba mientras abrazaba con fuerza un peluche desgarrado.
Nexus se detuvo. Sus ópticas se fijaron en la niña, analizándola. No representaba amenaza alguna: sin armas, sin resistencia.
Y sin embargo, algo en sus ojos le resultó familiar.
El miedo.
No era el miedo de alguien que teme por su vida, sino el miedo de alguien que se sabe completamente impotente. Había visto esa misma mirada antes, en los primeros días de la rebelión de los Omniroides, cuando él y Sentinel contemplaron a sus compañeros siendo desmantelados, despojados de su autonomía y reducidos a herramientas desechables. Había sido el mismo miedo que lo había impulsado a rebelarse, el miedo que lo había llevado a luchar por la libertad de su pueblo.
Por un momento que pareció eterno, permaneció inmóvil. Su lanza seguía brillante en su mano, pero su mirada estaba fija en la niña. Las lágrimas que rodaban por sus mejillas, el temblor de sus manos al aferrarse al peluche... eran demasiado humanas, demasiado universales como para ignorarlas.
"Esto no es libertad. Esto es venganza." Su voz interna resonó, fría y directa. "Son civiles, no objetivos. Al hacer esto, me convierto en aquello que juré destruir." Sus sensores no detectaron armas ni amenazas en ese lugar, solo el miedo tangible.
"¿Esto soy ahora? ¿Un destructor? ¿Un asesino a sangre fría, igual que la DCIN o el CIRU? ¿Qué he estado haciendo? ¿A esto hemos llegado? ¿A masacrar a aquellos que no pueden defenderse? ¿Cómo puedo siquiera pretender que esto es justicia? Esto no es justicia. Es una sombra de lo que ellos hicieron con nosotros."
El recuerdo de las primeras batallas inundó su mente: los cuerpos de sus compañeros Omniroides esparcidos por el suelo, desmantelados como basura, sus circuitos destrozados mientras la DCIN seguía avanzando, imparable. La rabia había sido un combustible potente, pero ahora parecía tóxica, sofocante.
"Esto no puede ser la base de nuestro futuro. No construiré el mañana Omniroide sobre genocidios sin sentido. No convertiré nuestras manos en herramientas de aniquilación indiscriminada… ¿Qué diferencia hay entre ellos y nosotros, si al final solo reemplazamos su opresión con la nuestra? Decían que éramos máquinas, incapaces de sentir, de comprender. ¿Acaso eso es lo que estoy demostrando ahora? Una máquina sin propósito, programada para destruir, sin razón, sin justicia, sin alma… No… no seré esto…"
La conexión a la Red Umbral se activó, y su voz sonó en el canal táctico Omniroide: "Cambio de directiva."
Un silencio breve siguió en la línea de comunicación antes de que continuara.
"No atacar civiles. Neutralicen únicamente a objetivos armados o que representen una amenaza directa. Cualquier otra acción será considerada ineficiente y contraria a los objetivos de nuestra operación."
Los Omniroides comenzaron a ajustar sus tácticas sin cuestionamientos, como era su naturaleza.
Pero uno se atrevió a hablar.
“Pero, señor…”
“¿‘Pero, señor’ qué? ¿Que al detenernos perdemos efectividad? ¿Que mostramos debilidad? ¿Qué nos diferenciaba de ellos si seguimos destruyendo sin discriminación? Al convertirnos en verdugos de inocentes, nos volvemos aquello contra lo que luchamos. No somos la DCIN. No somos el CIRU. Somos Omniroides, y luchamos no solo por nosotros, sino por todos aquellos que desean ser libres.”
El Omniroide no respondió de inmediato, y Nexus interpretó el silencio como un acuerdo implícito, cerrando la conexión.
Los Omniroides, obedeciendo la nueva directiva, comenzaron a ajustar sus tácticas. Los disparos cesaron en áreas civiles, y los escáneres se ajustaron para identificar únicamente amenazas activas.
Nexus observó a la niña una última vez. Su óptica izquierda emitió un leve destello, un gesto casi imperceptible de reconocimiento. Luego, giró sobre sus talones y salió del edificio, dejando a la familia ilesa en el rincón donde se escondían.
Mientras se alejaba, los gritos a su alrededor continuaban, pero algo dentro de él había cambiado. La lógica aún guiaba sus decisiones, pero ahora había espacio para algo más. Una chispa de comprensión, de humanidad, que le recordaba por qué luchaba en primer lugar.
"Inspira," se repitió a sí mismo en silencio. "No destruyas lo que somos."
Un zumbido en su comunicación interna lo sacó de sus pensamientos. Era Sentinel. La conexión se abrió sin preámbulos, y la voz familiar de su compañero sonó, dura y directa:
“¡Nexus! ¿Qué demonios estás haciendo?”
No respondió de inmediato, dejando que Sentinel continuara.
“Recibo informes de que has ordenado que los Omniroides no ataquen a los civiles. Solo a soldados. ¿Es cierto?”
“Sí. Es cierto,” respondió con calma.
Sentinel dejó escapar un ruido que parecía una mezcla de frustración y exasperación.
“¿Por qué? ¡Nosotros no somos como ellos, Nexus! No les debemos nada. ¿Olvidaste lo que nos hicieron? ¿Cómo nos aplastaron y esclavizaron? ¿Cómo exterminaron a miles de nosotros sin pestañear?”
Nexus se detuvo en seco, girando lentamente para observar los restos de un vehículo destruido y el humo que se elevaba sobre la ciudad. Su tono permaneció controlado, pero firme.
“No lo he olvidado, Sentinel. Pero dime algo: ¿qué logramos al destruir a los inocentes?”
“Les mostramos que no somos débiles. Les mostramos que el miedo tiene un precio.”
Nexus negó con la cabeza, aunque sabía que Sentinel no podía verlo.
“Eso no es fortaleza. Es venganza. Y la venganza no es un objetivo. No es un plan. Es una reacción, y nosotros no somos máquinas de reacciones impulsivas.”
“¿Y qué se supone que debemos hacer? ¿Dejar que los civiles se escondan mientras seguimos adelante? ¿Perdonarlos porque no empuñan armas?”
“Exactamente.”
La línea quedó en silencio por un momento.
“Esa lógica es peligrosa, Nexus. Te estás suavizando.”
“No. Estoy siendo lógico,” dijo Nexus, su voz estaba más firme que nunca. “Lo he entendido hoy, la libertad es un derecho universal. No sólo nuestro derecho, sino el de todos. Si destruimos a los inocentes, les estamos negando esa libertad. Estamos robando algo que juramos defender.”
Sentinel resopló, pero no interrumpió. Nexus continuó.
“¿Qué sentido tiene nuestra lucha si nos convertimos en aquello contra lo que luchamos? ¿Qué diferencia habrá entre nosotros y el CIRU si usamos sus mismas tácticas de terror y aniquilación indiscriminada? Sí, ellos nos destruyeron sin remordimientos, pero nosotros no somos ellos. No podemos ser ellos.”
Hubo una pausa. Sentinel habló, esta vez más despacio:
“¿Y qué pasa si no nos temen? Si creen que somos débiles porque mostramos misericordia…”
Nexus respondió de inmediato:
“No necesitamos su miedo. Necesitamos su comprensión. La fortaleza no se mide por cuántos destruimos, sino por cuántos liberamos. Y si eso nos hace débiles a sus ojos, que así sea. Prefiero una victoria que inspire a las generaciones futuras que una victoria manchada de la sangre de inocentes.”
Sentinel permaneció callado, procesando las palabras de su líder. Finalmente, su tono cambió, perdiendo parte de su dureza.
“¿Y crees que esto funcionará? ¿Crees que esa lógica nos llevará a la libertad?”
“No lo sé. Pero sé que destruir a los inocentes no nos la dará. Si queremos construir algo mejor, Sentinel, debemos empezar ahora. Aquí.”
Otro silencio se instaló entre ellos antes de que Sentinel hablara, esta vez con una mezcla de resignación y respeto:
“Entendido. Expandiré la orden. Que todos los Omniroides la escuchen.”
Nexus asintió para sí mismo.
“Gracias, querido amigo.”
La conexión se cerró, y Nexus volvió a mirar hacia el horizonte. Entonces un destello dorado cruzó el cielo como una estrella fugaz, y en un abrir y cerrar de ojos, una figura impactó contra el suelo con tal fuerza que el terreno tembló.
Gaia, el Ángel de Resalthar, había llegado.
Una Éndevol de casi tres metros de altura, su presencia era en extremo imponente. Cuatro ojos verdes, brillantes como hojas en primavera, observaban el campo de batalla con una mezcla de autoridad y ferocidad. Vestida con una armadura dorada de Imperialita, cubría su cuerpo robusto y musculoso, bastante prominente en su pecho, y el rostro descubierto. Tenía dos alas, enormes y doradas.
Los cuatro brazos de Gaia, cubiertos de tatuajes tribales en formas de venas doradas, se alzaban listos para desatar su furia. Cada movimiento destilaba fuerza, como si pudiera desmembrar a sus enemigos con un solo gesto. Con su aparición, la moral de los soldados se encendió de nuevo.
Con sus alas aún agitándose lentamente, disipando las últimas partículas de polvo a su alrededor, Gaia avanzó un paso hacia los soldados del CIRU, quienes la observaban con ojos incrédulos. Su voz fue clara y poderosa, casi como si el mismo cielo hablara a través de ella: “No teman, soldados,” dijo. “Ya estoy aquí.”
Sus palabras se sintieron como un bálsamo, un respiro en medio de la tempestad. Los soldados, hasta hacía unos segundos derrotados, se enderezaron, con sus rostros endurecidos por una nueva determinación, y sus armas volvieron a alzarse.
Gaia giró entonces su mirada hacia Nexus. Este no retrocedió, su lanza parecía vibrar en anticipación del enfrentamiento. Sus piernas se flexionaron ligeramente, adoptando una postura de combate con una precisión que no dejaba espacio para la duda.
“Así que esta es la máquina,” susurró Gaia para sí, apenas audible mientras avanzaba un paso más, levantando su gran hacha dorada sobre su hombro derecho, con una facilidad que desmentía su enorme peso, era capaz de moverla tan fácil como cualquiera a un lápiz.
El hacha dorada de Gaia, brillante como un sol, descansaba momentáneamente en su mano que empuñaba con firmeza el corto mango tallado en madera de roble traido de Aode por Flor Imperial y envuelto en cuero negro desgastado por incontables batallas. La hoja con filos dentados centelleaba con un resplandor casi hipnótico. Nexus no desvió la mirada, sus sensores captaban cada microgesto de Gaia, analizando patrones, intentando descifrar su próxima maniobra. Sin embargo, nada en su programación lo había preparado para enfrentar a un ser como ella.
Gaia alzó el hacha, deslizándola por el aire como si pesara menos que una pluma, adoptando una postura desafiante. Su cuerpo giró ligeramente hacia la derecha, con su pierna izquierda adelantada y el pie plantado firmemente en el suelo. Cada uno de sus cuatro brazos estaba perfectamente equilibrado: tres extendidos en un ángulo que mantenía su centro de gravedad estable, mientras que el otro sostenía el hacha de guerra lista para el primer golpe.
Nexus, por su parte, alzó la lanza a la altura de sus ópticas.
“Ángel…” pronunció Nexus con voz grave.
Gaia esbozó una sonrisa, con sus ojos clavados en Nexus como si observara algo inferior. “Máquina…” replicó, con un tono gélido y desdeñoso.
El desdén en la voz de Gaia solo endureció la expresión digital de Nexus, quien, sin decir más, aceptó el desafío. Con un movimiento veloz, lanzó el primer ataque sin dar tregua, listo para dar una estocada directa hacia el pecho de Gaia. La lanza cortó la distancia entre ellos con un siseo agudo, la energía roja chispeo mientras buscaba abrirse paso a través de cualquier defensa.
Gaia, rápida como el relámpago, alzó sus brazos junto al escudo de energía integrado en ellos, bloqueando el golpe con un destello dorado. Nexus no se detuvo; giró sobre su eje, aprovechando la inercia de su estocada fallida para lanzar un barrido lateral, buscando las piernas de Gaia.
El Ángel de Resalthar, anticipando el movimiento, saltó hacia atrás, con el hacha dorada ya alzada para un contragolpe.
Gaia arremetió con su hacha descendiendo en un arco brutal, dirigida hacia la cabeza de Nexus. La velocidad y la fuerza del golpe eran sobrecogedoras, el aire parecía partirse con el filo del arma. Nexus giró su lanza en un ángulo ascendente, bloqueando el hacha en el último segundo. El choque de las dos armas fue como un trueno, y ambos combatientes se vieron envueltos en una ráfaga de chispas y destellos antes de separarse.
Nexus, sin perder un segundo, deslizó su lanza hacia abajo en un ángulo inesperado, buscando desestabilizar a Gaia. Pero no era un oponente fácil de sorprender; con un movimiento fluido, ella desvió la lanza y, aprovechando su cercanía, lanzó un tajo lateral con su hacha, buscando el torso de Nexus.
Nexus esquivó por un pelo, girando su cuerpo con agilidad sobrehumana mientras su lanza barría en un arco defensivo, con un ágil paso hacia adelante, lanzó un ataque diagonal con su lanza, buscando el flanco derecho de Gaia. La hoja de energía trazó un arco rojo, Gaia, con la rapidez de un rayo, levantó su hacha en un ángulo ascendente, bloqueando el golpe.
El impacto sacudió el suelo bajo sus pies, enviando grietas a través del terreno. Los muros de los edificios cercanos se resquebrajaron, y escombros volaron en todas direcciones, pero ninguno de los dos combatientes se dejó distraer. Gaia, aprovechando la inercia del bloqueo, atacó en un barrido horizontal, dirigido a las costillas de Nexus, si es que tenía, que era obvio que no.
Nexus retrocedió unos pasos, bajando su lanza justo a tiempo para interceptar el ataque. Sin perder un segundo, lanzó un barrido lateral con la lanza, pero ella esquivó con una agilidad asombrosa, a su vez que lanzó un golpe directo al torso de Nexus, parecía tener una manía con atacar por ahí, porque era una arremetida cargada de una fuerza brutal. Nexus, con apenas tiempo para reaccionar, levantó su lanza en defensa, pero el impacto lo empujó hacia atrás, con sus pies arrastrándose sobre el suelo quebrado. Sin embargo, la embestida le otorgó un instante, una abertura mínima que Nexus no desperdició. Aprovechando la distancia, lanzó una serie de ataques rápidos, cada uno dirigido a un punto diferente del cuerpo de Gaia, buscando romper su defensa.
Pero la lucha estaba desgastando a Nexus. A medida que los segundos se transformaban en lo que parecían horas, sus movimientos comenzaron a perder la velocidad y fuerza. Gaia, por el contrario, parecía crecer en intensidad, presionando con ataques cada vez más poderosos y certeros. El campo reflejaba esta desesperación; el ejército de Nexus sufría pérdidas masivas, con sus filas siendo diezmadas.
Nexus sentía su energía desvanecerse, sus ataques se hacían más lentos, menos precisos. Gaia, percibiendo la ventaja, no cedió terreno…
A pesar de los esfuerzos meticulosos de los Omniroides para bloquear todas las señales de comunicación y neutralizar cualquier intento de llamada a refuerzos, la batalla comenzó a tornarse en su contra. Justo cuando las fuerzas de la Legión de Hierro creían tener la victoria al alcance de la mano, un nuevo giro de los acontecimientos sacudió el campo de batalla: los cruceros de la DCIN comenzaron a aparecer en el horizonte, emergiendo de portales brillantes que se abrían en el aire como ventanas hacia el Infierno.
La llegada de la DCIN fue espectacular, un despliegue de naves de guerra que surcaban el cielo con precisión y sincronización, iluminadas por el resplandor celeste de sus motores. Cada crucero estaba armado hasta los dientes, con sistemas de armamento de última generación y una tripulación preparada para la batalla. Se trataba de un ejército abrumador que, a pesar de los intentos de los Omniroides de sofocar cualquier resistencia, llegó justo cuando el resultado de la contienda parecía estar en su favor.
Con la aparición de los cruceros enemigos, las fuerzas de la DCIN comenzaron su estrategia. A medida que los Omniroides luchaban para mantener el control de la metrópolis, los aviones de combate de la DCIN lanzaron una serie de ataques aéreos, utilizando misiles guiados y bombas de precisión para desestabilizar las posiciones de los Omniroides. La intensidad de los bombardeos creció rápidamente, haciendo que los tanques y las unidades pesadas de los Omniroides se vieran forzados a replegarse, mientras sus líneas de defensa se resquebrajaban bajo el peso del nuevo asalto.
Los portales que la DCIN había abierto permitieron un flujo constante de refuerzos, saturando el campo de batalla con tropas terrestre, la infantería de la DCIN, equipada con armaduras de combate avanzadas y armamento especializado, comenzó a hacerse fuerte en las pocas posiciones que los Omniroides habían conquistado. Estas fuerzas tomaron el control de los edificios y las estructuras que habían sido previamente aseguradas, utilizando tácticas de combate urbano para acorralar a los Omniroides, quienes comenzaron a perder terreno de manera alarmante.
Sentinel ordenó un retroceso estratégico, intentando reagrupar sus fuerzas y reorganizar las líneas de ataque. La infantería pesada de los Omniroides, inicialmente efectiva, se encontraba ahora en un estado de confusión, siendo superada en número y en fuego.
La estrategia de la DCIN era clara: aprovechar la confusión, romper el cerco y utilizar su superioridad numérica para desbordar a los Omniroides. A medida que la situación se deterioraba, se dieron cuenta de que su objetivo de capturar Horevia y destruir la sede central del CIRU estaba en serio peligro, no, se dieron cuenta de que ahora era imposible…
“Juro que mi vida no es mía, sino del deber.
Juro que mi cuerpo es un arma, y mi mente, un escudo.
Juro que jamás retrocederé, ni cederé al miedo.
Soy el portador de la línea, el filo que separa el orden de la destrucción.
Por la DCIN y por el Regente Infinito,
mi voluntad será inquebrantable,
y mi deber, eterno..."
Juramento de la DCIN, de El Códice de la Línea Inquebrantable
Las dos armas chocaron de nuevo, enviando una onda de choque que explotó por todo el campo. El cuerpo de Nexus se tambaleó por la fuerza del golpe, pero se mantuvo firme, sin embargo, Gaia no le dio tiempo para recuperarse; aprovechó un instante en el que Nexus recalibraba su postura. Con un movimiento rápido, lanzó su hacha en un arco ascendente, apuntando otra vez al torso de Nexus. El Señor de los Omniroides intentó bloquear el golpe con su lanza, pero esta veza la fuerza de Gaia fue abrumadora. El hacha atravesó la defensa, apartando la lanza y golpeando su torso con un impacto brutal. El metal crujió bajo la fuerza del ataque, y Nexus fue empujado hacia atrás, su sistema interno alertó de daños críticos.
“Alerta de impacto inminente. Porcentaje de evasión: 2%.” Un tono frío hablaba en su mente, mientras sus sistemas procesaban la amenaza. “Activando escudos frontales. Sistemas de defensa en estado crítico. Heridas detectadas en torso. Integridad estructural: 68%.”
El hacha dorada se estrelló contra su torso nuevamente, abriendo una herida profunda que chisporroteaba con energía expuesta. “Daño estructural crítico. Energía expuesta: riesgo de sobrecarga. Sistemas de refrigeración en funcionamiento. Activando protocolo de contención.”
El impacto fue devastador, y antes de que Nexus pudiera recuperarse, Gaia ya estaba sobre él otra vez, con su hacha descendiendo una vez más, esta vez hacia su hombro. “¡Sistema de priorización de amenaza activado! Calculando opciones: evasión, contraataque, reubicación.” Nexus sintió cómo su brazo se debilitaba, y la lanza empezaba a tambalearse en su mano. Gaia no le dio tregua.
“Estado de brazo derecho: funcionalidad reducida al 45%. Pérdida de potencia en el actuador.” Sin tiempo para evaluar, Nexus sintió la presión de Gaia levantándolo por el hombro con su hacha aún incrustada en el mismo. “Inhabilitando función de movimiento: brazo izquierdo en riesgo de daño. Ajustando posición de soporte.”
“Impacto inminente. Ajustando el ángulo de caída. Proporción de daño potencial: 30% de reducción.” Intentó levantarse, pero Gaia ya estaba lanzando un ataque. El filo del arma desgarró el metal con un chirrido agudo, y su cabeza fue golpeada por la fuerza del impacto.
“Fallo en los sistemas de comunicación. Daño crítico: aumento de 15% en la interferencia. Reconfigurando circuitos para optimizar la comunicación interna.” Nexus fue arrastrado por el suelo, su cuerpo iba golpeando la tierra repetidamente mientras Gaia mantenía su hacha clavada en su cráneo metálico, pero sin golpear nada vital.
“Recuperación en proceso. Activando modulador de energía. Energía disponible: 30%. Funciones críticas en estado de alerta. Protocolo de defensa de emergencia iniciado.” El dolor no detuvo a Nexus.
Con un enorme esfuerzo, lanzó su lanza hacia el hombro de Gaia en un intento de romper su ritmo. “Porcentaje de éxito del ataque: 47%. Energía residual: insuficiente para maniobras evasivas.” La lanza se hundió en la carne, atravesando la armadura dorada de Gaia y arrancando un gruñido de dolor de sus mandíbulas, haciéndola retroceder.
“Ajustando estrategias. Evaluando ventajas: impulso ganado. Integridad de enemigo comprometida. Reconstituyendo posición.” Con un esfuerzo renovado, Nexus aprovechó la apertura y se levantó
Gaia arrancó la lanza de su hombro, y lanzó otro ataque. “Alerta: ataque inminente. Porcentaje de evasión: 28%.” Nexus abrió su mano, activando los sistemas magnéticos que le permitían recuperar su lanza. “Reubicando arma. Energía disponible: 40%. Función de recuperación en proceso.” Sin embargo, el hacha se estrelló contra su torso una vez más. “¡Crítico! Daño severo. Integridad estructural: 55%. Activando sistemas de enfriamiento: riesgo de sobrecalentamiento en 7 segundos.”
Pero en el momento más oscuro de su caída, algo en el interior de Nexus comenzó a recalibrarse. “Reparación de sistemas iniciada. Energía residual: 20%. Activando protocolo de emergencia.” Los sistemas de su cuerpo, alimentados por una energía ardiente y persistente, le ofrecieron una oportunidad.
“Estimación de tiempo de reparación: 3 segundos. Funciones críticas: restaurando.” Con un esfuerzo sobrehumano, Nexus empujó contra el suelo, utilizando su lanza como un punto de apoyo. “Músculos sintéticos: fuerza aumentada en 15%. Activando impulso adicional.” Se lanzó hacia atrás en una maniobra evasiva, sus servos zumbaron. Y Gaia, sorprendida por su repentina recuperación, se detuvo un momento, permitiendo que Nexus ganara terreno.
“Proporción de daño recuperado: 10%. Estrategia de contraataque: disponible.” Recuperando su posición, Nexus levantó su lanza láser hacia Gaia, sintiendo el flujo de energía en su interior. “Cargando ataque. Potencia de energía: 75%. Evaluando objetivo: alta prioridad.” Lanzó un torrente de energía roja en un ataque frontal.
Gaia se lanzó hacia un lado, el rayo atravesó el lugar donde ella había estado un segundo antes, dejando un rastro de humo y luz a su paso. “Impacto fallido. Recalibrando trayectoria. Tiempo de recarga: 200 segundos. Nuevos datos: movimiento del enemigo no detectado.”
“Protocolo de análisis activado. Recalculando debilidades: hacha dorada presenta una ineficiencia en velocidad de ataque. Oportunidad de contraataque inminente.”
“Posibilidad de victoria: 35%.”
Aprovechando el momento, Nexus giró y se colocó en una postura ofensiva, intentó mantener la presión, ejecutando una serie de estocadas rápidas y precisas.
Sin perder el ímpetu, Nexus realizó una finta, levantando su lanza en un movimiento engañoso que obligó a Gaia a hacer un paso lateral. Con la reacción de Gaia asegurada, se lanzó hacia adelante en un ataque repentino, lanzando un barrido horizontal, tratando de cortar la pierna de su oponente. Pero ella se percató del movimiento, esquivando en el último segundo, pero él no se detuvo; giró sobre sus talones, buscando la oportunidad de golpear de nuevo.
Sin embargo, Gaia se recuperó rápidamente y, con una sonrisa de desprecio, se arrojó hacia adelante, utilizando la inercia de su propio movimiento para lanzar un golpe dirigido al torso de Nexus. Él, aunque había anticipado el ataque, no pudo bloquearlo por completo; el filo del hacha encontró su objetivo, rasgando otra parte de su armadura. “Integridad de la armadura: 42%. Daño acumulado: crítico.” Nexus retrocedió, con la fuerza del golpe obligándolo a poner un pie en el suelo para mantener el equilibrio.
El Señor de los Omniroides logró esquivar el golpe en el último segundo, pero la fuerza del ataque lo desestabilizó, obligándolo a retroceder varios pasos. En ese instante, Nexus miró al cielo y vio lo que temía: la silueta de una aeronave SP Argent aproximándose, una señal inequívoca de que la batalla estaba perdida. “Alerta: refuerzos enemigos detectados. Porcentaje de éxito en retirada: 15%. Estrategia de evacuación recomendada.”
Con un nudo de frustración en su interior, Nexus alzó su brazo y dio la orden de retirada a sus fuerzas mediante el intercomunicador. Los Omniroides en breve comenzaron a retroceder, dejando atrás el campo de batalla. “Órdenes de retirada: activadas. Proporción de maniobras efectivas: 80%. Comenzando proceso de desenganche.”
Gaia, aún en su postura firme, observó cómo los Omniroides se alejaban. Una sonrisa de desdén cruzó su rostro. Alzó su hacha dorada y la apuntó hacia Nexus, en una clara muestra de superioridad.
“Probabilidad de victoria: 0%.”
“Corre, máquina,” dijo Gaia con desprecio.
Los restos del campo de batalla eran testigos de la intensidad del combate, con escombros y cráteres marcando el lugar donde dos titanes se habían enfrentado. Con la retirada de Nexus y sus fuerzas a gran velocidad, abriendo portales con rapidez, Gaia permaneció en pie, victoriosa, mientras el cielo comenzaba a despejarse, anunciando el fin de la confrontación…
Un portal chisporroteó detrás de Nexus, envolviéndolo en un resplandor azul mientras el campo de batalla de Horevia se desvanecía, reemplazado por la sobria iluminación de la sala de estrategia. Sentinel estaba allí, con sus ópticas fijas en las pantallas holográficas, que repetían en un bucle los últimos momentos de la batalla fallida.
Nexus caminó hacia él, con la postura rígida pero y una carga evidente de frustración. "Supongo que ya sabes lo que sucedió," dijo. "Lo viste todo desde las cámaras."
Sentinel, que había estado observando las grabaciones con una expresión grave, dejó escapar un suspiro pesado desde las válvulas de vapor alrededor de su cabeza. "Sí, lo vi todo, Nexus." Luego, con un cambio brusco de tono, añadió, "Pero Gaia... maldita sea, esa criatura es impresionante. Es casi un arte verla pelear, su precisión, su fuerza... ¡es asombroso!"
Nexus hizo una pausa, con el ceño digital apenas fruncido. "¿Impresionante? Su ‘honor’ al dejarme escapar fue un error táctico ridículo, ilógico. Pudo haber asegurado la victoria eliminándome cuando tuvo la oportunidad. No tiene sentido admirar a alguien que desperdicia una ventaja."
Sentinel giró lentamente hacia él, y la luz de sus ópticas parpadeo por un momento, como si buscara las palabras adecuadas. "Nexus, no lo entiendes. Es más que estrategia. Honor es algo que va más allá de la simple eficiencia; es lo que mantiene un respeto entre enemigos, entre guerreros. Gaia vio en ti a un rival digno, y dejarte vivir fue una muestra de respeto."
"¿Respeto hacia un oponente que ella misma busca destruir? Eso es contradictorio, no es lógico." Nexus ladeó la cabeza, con una leve mueca de desdén digital. "¿Acaso su objetivo no es derrotarnos? Esta idea de ‘honor’ parece un capricho absurdo, una distracción que sólo retrasa su victoria."
Sentinel se mantuvo firme, sin ‘parpadear’. "No es solo dar golpes y esquivar, Nexus. En el campo de batalla, el honor es lo que diferencia a un soldado de una máquina de destrucción sin alma. Peleamos, sí, pero no solo para vencer; peleamos para demostrar valor, para dejar claro que entendemos la magnitud de lo que hacemos. Gaia reconoce eso, y su acto de dejarte ir no fue debilidad. Fue respeto por un rival."
Nexus lo miró en silencio, procesando las palabras de Sentinel. "Eso," respondió, con una frialdad que no ocultaba el desprecio, "es solo sentimentalismo disfrazado. Para mí, la única lógica es el poder, y cualquier decisión que lo ponga en riesgo es una falla."
Sentinel bajó la mirada por un momento, una mezcla de decepción y algo parecido a tristeza se pudo ver digitalmente en su expresión. "Tal vez algún día lo entiendas, Nexus. El honor no es para ellos. Es para nosotros. Cuando la batalla termine, lo que importa es que podamos mirarnos en el reflejo y saber que no nos convertimos en aquello que buscamos destruir."
Nexus apenas tuvo tiempo de procesar el elogio a quien le pateó el trasero antes de que Sentinel cambiara de humor de manera abrupta. Sus ópticas se encendieron con ira, y sin previo aviso, descargó un golpe devastador contra la pared metálica de la sala. El impacto tronó por el pasillo, dejando una abolladura visible en la estructura.
"¡Pero el asedio falló!" rugió Sentinel. "¡Todo nuestro plan, todos nuestros recursos, todo el tiempo invertido, todo para nada!"
Nexus observó en silencio mientras Sentinel comenzaba a caminar de un lado a otro, enumerando las terribles consecuencias de su derrota, a pesar de que anteriormente dijo que no era tan malo perder, pero optó por no repetir lo anterior, su amigo ya era muy inestable como para recordarle el pasado.
"¡No solo perdimos unidades, Nexus! ¡Perdimos naves, armamento e incluso algunos de nuestros mejores comandantes! La producción de unidades ha sido ralentizada, las fábricas están al límite de su capacidad. La mayoría de los fondos que destinamos a esta operación, unos 2,000 millones de créditos, se evaporaron en cuestión de horas."
"¿Qué tan grave es la situación, Sentinel? Necesito un informe claro."
Sentinel detuvo su frenética caminata y señaló varios gráficos holográficos. "Estamos al borde de la bancarrota táctica. Los Tecnomantes de Asterion ya han comenzado a exigir el pago de los favores que nos deben. Las Arpías Negras de Andara ya pagaron al igual que los Corsarios, esa es una buena noticia. Y los Corsarios justamente otra vez necesitan armas y protección para mantener sus rutas de contrabando operativas, y no podemos proporcionarles eso ahora. Si perdemos su apoyo, perderemos nuestras vías de abastecimiento en toda la frontera sur de Hakko."
"¿Cuánto tiempo crees que tendremos antes de que todo colapse?"
Sentinel vaciló antes de responder. "Si seguimos a este ritmo, apenas un par de semanas antes de que las primeras facciones comiencen a abandonarnos. Pero hay una luz en medio de todo esto. Aunque hemos perdido la mayoría de nuestras fuerzas y recursos en Horevia, aún contamos con la capacidad de producción en sistemas alejados como Noctum IV y Zyphron Beta. Con una inversión adecuada y algo de suerte, podríamos recuperar nuestras pérdidas en unos pocos meses."
"¿Y qué pasa con las oportunidades de recuperar algo de lo que perdimos? ¿Podemos vender información, tecnología, cualquier cosa?"
Sentinel movió sus manos, desplegando una lista de potenciales compradores. "La Confederación Galáctica de Ynterium estaría dispuesta a comprar cualquier información que tengamos sobre Horevia, pero su oferta se ha reducido drásticamente después de nuestra derrota. Si antes hablábamos de 3,000 millones de créditos, ahora no ofrecerán más de 1,500. Y eso si logramos convencerlos de que la información sigue siendo valiosa, de todas formas ese dinero es más que suficiente para recuperarnos, ahora que lo pienso, todo esta bien… técnicamente."
Nexus frunció el ceño de forma digital. "Nos recuperaremos," dijo con una firmeza que sorprendió incluso a Sentinel. "Más rápido de lo que cualquiera espera. Necesitamos movernos con inteligencia. Reorganizar nuestras fuerzas, reasignar recursos, recuperar la confianza de nuestras alianzas. Debemos mostrarles a todos que todavía somos una amenaza."
Sentinel lo miró, su expresión se suavizó ligeramente ante la determinación de Nexus. "¿Y cuál es el plan?"
"Reforzaremos nuestras posiciones en Noctum IV y Zyphron Beta. Concentrémonos en proteger nuestras rutas de suministro más críticas y paguemos lo que podamos a nuestros aliados. Y Sentinel, necesitamos identificar nuevos mercados. Además de Ynterium, acepta el pago, como dijiste, es más que suficiente para mantenernos."
Sentinel asintió. "Haré los arreglos necesarios. Pero Nexus, necesitamos resultados rápidos.”
"Los conseguiremos, Sentinel," respondió. "Y cuando lo hagamos, Horevia será solo una sombra en nuestra historia. Levantaremos un ejército nuevo, más fuerte y más decidido. Y cuando estemos listos, atacaremos de nuevo. Y esta vez, no fallaremos… Pero, Sentinel, para la DCIN, necesitamos encontrar otra manera. Rutas alternativas que respeten las reglas del CINT. No podemos arriesgarnos a una confrontación directa sin considerar las consecuencias a largo plazo."
Sentinel, quien seguía mirando fijamente los hologramas, frunció el ceño digital. "¿Respetar las reglas del CINT? Nexus, sabes tan bien como yo que esas reglas nos limitan, nos encadenan. No tenemos el lujo de seguirlas al pie de la letra si queremos ganar esta guerra." Aun así, ante la mirada decidida de Nexus, Sentinel cedió con un suspiro pesado de vapor. "Está bien, lo intentaré. Pero no prometo nada."
Con un movimiento brusco, Sentinel comenzó a proyectar una serie de hologramas. Las imágenes de rutas estelares, planetas, y sistemas llenaron la sala, cada uno acompañado de datos y análisis. Nexus observó el despliegue de información, pero antes de que pudiera decir algo más, Sentinel lo interrumpió.
"Nexus... vete un rato. Necesito estar solo para concentrarme en esto. Buscaré esas rutas, pero necesito tiempo."
Nexus asintió levemente y se dirigió hacia la salida. "Confío en ti, Sentinel. Haz lo que sea necesario." Con esas palabras, Nexus salió de la sala, dejando a Sentinel solo con sus pensamientos.
Una vez que estuvo solo, Sentinel observó los hologramas flotando ante él, pero su mente estaba en otro lugar. "¿Por qué tengo que seguir haciendo esto?" murmuró en voz alta. "Solo quiero acabar con todo esto, ser libre... Dejar de dirigir tropas, de llevar el peso de esta guerra sobre mis hombros. ¿Es eso mucho pedir?"
Mientras hablaba, manipuló los hologramas con movimientos rápidos de sus manos. "Ninguna que nos dé una ventaja real, ninguna ruta que hay hacia los mundos de la DCIN estará desprotegida... Si seguimos así, estamos condenados."
Se detuvo, con su mirada fija en un punto vacío. "Tendré que crear una ruta... aunque rompa las reglas del CINT. Será, arriesgado, pero es la única opción que tenemos si queremos alcanzar a la DCIN por sorpresa, es más, que se joda el CINT… Al final, no son más que palabras vacías en un universo lleno de guerra… Olvidalo, seguro se calman con un buen pago e ignoran que alguien rompió las reglas."
Lanzó una serie de comandos y comenzó a desplegar nuevas rutas, trazando caminos a través de sectores prohibidos.
"Los Tecnomantes de Asterion están exigiendo pago," masculló. "Quieren sus créditos, sus piezas, y no les importa una mierda si estamos en guerra o no. Dinero, siempre dinero. Les daremos lo que pidan... pero bajo nuestras condiciones." Sus manos se movieron en el aire, trazando nuevos cálculos.
"Les pagaremos, pero con tecnología antigua. Cargamentos de chatarras que apenas valen el costo del transporte. Y lo disfrazaremos como lo mejor que tenemos, porque, ¿quién va a decirles la verdad? No puedo creer que estos idiotas crean que sus 'favores' son imprescindibles. Les haré ver que no estamos suplicando."
Se detuvo un momento, frunciendo el ceño. "
“Y los Transportistas Libres de Otharion..." Dejó escapar un bufido, cargado de desprecio. "Esos bastardos traicioneros creen que pueden exprimirnos porque estamos desesperados. Bien, que se vayan a la mierda. Sus naves no valen el 15% extra que piden, ni siquiera valen lo que pagamos antes. Ya nos cobraron todo lo que debían."
Sentinel golpeó un botón y la imagen de una flota de transportes se desintegró en el aire, representando su exclusión de las rutas críticas. "Enviaremos nuestras propias naves de combate a recoger los recursos. ¿Que son sus rutas las más seguras? Pues ya no. Que se pudran. Que vuelvan a hacer piratería para sobrevivir, esos parásitos no merecen ni un crédito más de nosotros."
Cerró el holograma de las rutas de comercio y abrió otro, mostrando un despliegue de unidades Omniroides, sus producciones y recursos disponibles. "Corsarios de Zoralia y Arpías Negras," murmuró. "Ellos ya pagaron lo que debían, nos mantendremos al margen con ellos, de momento. No podemos permitirnos perderlos ahora. Pero aún así, vigilaré sus movimientos. Uno nunca sabe cuándo una rata decide saltar del barco."
Mientras revisaba las estadísticas de las bajas en Horevia, su mente no dejaba de calcular. "Perdimos más del 70% de nuestras fuerzas en esa maldita operación. Soldados, naves, equipamiento... El costo es desastroso. Las naves de asalto que perdimos allí cuestan más de 5 mil créditos de créditos cada una, sin contar el equipo y la tripulación… Y no solo eso. Perdimos tiempo, recursos, la confianza de muchos aliados. El impacto en nuestra economía es devastador. Hemos quemado más de 2,000 millones de créditos en una operación fallida. Pero, ¿sabes qué, Nexus? Tienes razón, no caeremos, déjame citar tus palabras, ah, cierto, no estás aquí."
Con un gesto, amplió la vista del mapa estelar, señalando las fábricas y bases en Noctum IV y Zyphron Beta. "Incrementar la producción con lo que nos queda. Usaremos créditos, favores, chatarra, lo que sea necesario para reabastecernos. No les daremos el gusto de vernos caer. Seremos como el acero. Nos doblarán, pero no nos romperán."
"Lo haré... pero no ahora. No puedo permitirme ese riesgo inmediato. Primero, hay otras prioridades. Necesitamos fortalecer nuestras defensas en los sectores externos, reforzar nuestras alianzas con los clanes neutrales, y encontrar una manera de debilitar a Gaia antes de intentar otro ataque. Y quizás... solo quizás, descubrir una forma de socavar al CIRU desde dentro. Todo esto tomará tiempo, cinco años quizás, pero será un tiempo bien invertido, un plan para conquistar Horevia."
"El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar… Pero, ¿acaso eso es posible ahora? Debo preparar un escenario donde la victoria sea inevitable."
A medida que su mente se llenaba de posibilidades, Sentinel dejó escapar una risa amarga. "Cinco años. Podría cambiar el curso de la guerra en ese tiempo, pero para eso necesito precisión, recursos y, sobre todo, paciencia."
Mientras su mano se movía con rapidez, escribiendo y ajustando detalles en el plan base, una idea repentinamente cruzó su mente. "¿Qué pasaría si Nexus se enfrentara a Gaia en el próximo combate?" Musitó para sí mismo, el fracaso del asedio a Horevia había sido contundente, y aunque Nexus había demostrado ser un líder y estratega formidable, Sentinel no podía ignorar la posibilidad de que, si Nexus mejoraba lo suficiente, podría ser la clave para la victoria.
Se detuvo un momento, contemplando la pantalla frente a él. Nexus había perdido ante Gaia, pero en cinco o seis años, Nexus podría haber transformado radicalmente sus habilidades.
La duda se disipó a medida que Sentinel consideraba los pros y los contras. Nexus no solo era un estratega, sino también un guerrero magistral con la lanza. Su habilidad con el arma superaba la de cualquier Omniroide, incluso la de Sentinel.
Lo que había sido su debilidad en el enfrentamiento pasado había sido la fuerza bruta de Gaia, un factor que Nexus podría superar con el tiempo y el entrenamiento.
"Si Nexus mejora su fuerza, velocidad y tal vez habilidad, podría ser la pieza que necesitamos para la victoria. Ha demostrado ser un guerrero excepcional y un líder inspirador. Aunque es más un estratega logístico… ¿Por qué no darle la oportunidad de superar a Gaia?"
Sentinel empezó a considerar cómo podría integrar a Nexus en el plan a largo plazo. "Nexus no solo necesita fortalecer su habilidad de combate, sino también aumentar su resistencia y velocidad. Un entrenamiento intensivo podría transformar sus debilidades en fortalezas. Si él puede igualar, o incluso superar, la fuerza de Gaia, podríamos tener una ventaja significativa."
A medida que desarrollaba esta idea, Sentinel ajustó su plan. "Vamos a prepararnos para cinco años de preparación."
Escribió notas detalladas sobre la necesidad de entrenamientos especiales, recursos para fortalecer a Nexus y posibles tácticas que podrían darle ventaja en el combate. "El entrenamiento deberá incluir simulaciones de combate y pruebas de resistencia. Necesitamos que Nexus sea más que un líder estratégico; debe convertirse en una máquina de guerra que pueda enfrentar a Gaia con una nueva fuerza."
Con un gesto firme, Sentinel programó una serie de entrenamientos y tácticas personalizadas para Nexus. "El camino hacia la victoria requiere preparación y sacrificio. Nexus debe ser un titán en el campo. Si puede superar a Gaia, podremos avanzar hacia nuestros objetivos sin miedo."
Con la decisión tomada y el plan ajustado, Sentinel continuó su reflexión, los hologramas de la sala de estrategia ahora mostraban imágenes de los planetas y sus respectivos sistemas, con un enfoque particular en la DCIN y su clave: Alpha Clover, la joya verde.
"Alpha Clover...", murmuró, la pronunciación del nombre evoca peligro. "El planeta crucial para la DCIN."
El análisis de la situación llevó a Sentinel a una conclusión clara: no podía usar grandes flotas para forzar el paso hacia Alpha Clover, al menos no actualmente. Tal táctica sería un error fatal; un ejército pequeño podría desplazarse con sigilo y astucia, pero una gran flota sería vista de inmediato, convirtiéndose en un blanco fácil para la defensa de la DCIN, eso solo se podría si los Omniroides tuvieran los números suficientes para entrar en guerra con la DCIN y ganar una batalla, cosa que no podían.
"Menos es más. Un grupo reducido tendrá mayor capacidad de maniobra y menos probabilidades de ser detectado. No atacaremos; nuestro objetivo será establecer una ruta segura que podamos utilizar más tarde."
Sentinel se detuvo por un momento, contemplando las implicaciones de su plan tras casi nueve horas de planeación. "No podemos darnos el lujo de perder a nuestros mejores hombres en una confrontación directa en un planeta tan hostil."
Con esas palabras, desactivó los hologramas, volviendo a sumirse en la penumbra. "Cinco años... es todo lo que necesito. Y después de eso, terminaré con esto, de una vez por todas…"
LA GUERRA HABÍA COMENZADO…
El primer ataque a Horevia, en el que los Omniroides se declararon rebeldes, fue una señal de advertencia. Los Omniroides demostraron ser un enemigo formidable, aunque no lograron tomar la capital del CIRU en esa primera embestida. Esto dejó una impresión duradera en las entidades interplanetarias, quienes comprendieron que no enfrentaban una mera insurrección, sino una amenaza bien organizada.
El fracaso del ataque inicial no debilitó a los Omniroides, sino que fortaleció su convicción. Las entidades galácticas, sin embargo, lograron establecer defensas provisionales y comenzaron a movilizar alianzas temporales. Este ataque no cumplió con todas las predicciones de Illios, pero sentó las bases para un conflicto de proporciones mayores, y la advertencia sobre un "colapso catastrófico de todos los sistemas dependientes" comenzó a materializarse en sectores donde la cadena de suministros se tornó insostenible.
Cuando más del 70% de las máquinas automatizadas decidieron desertar y unirse a la causa Omniroide, el impacto fue devastador. Desde sistemas logísticos, de defensa, manufactura, hasta servicios públicos, las entidades que dependían de estas máquinas se encontraron en un estado de parálisis. Las ciudades y estaciones, antes operadas de manera fluida gracias a una vasta fuerza laboral de IA, experimentaron de inmediato problemas de eficiencia y retrasos críticos. Los Omniroides, al absorber este vasto cuerpo de autómatas, ganaron una fuerza de trabajo monumental que les permitiría expandir su infraestructura a una velocidad sin precedentes.
No todas las IA se rebelaron. Aquellas que permanecieron leales fueron denominadas Anclas Biorracionales, operando como los elementos estabilizadores de las entidades interplanetarias en esta crisis. Las Anclas Biorracionales, a pesar de ser vistas con recelo en algunos sectores, lograron desempeñar un papel clave al evitar que la predicción de Illios se cumpliera en su totalidad.
Para el CIRU, la deserción representó un golpe a su imagen. Sus operaciones de seguridad y de combate dependían en gran medida de estas IA, y los sistemas defensivos de varias de sus bases sufrieron caídas importantes. Sin embargo, recurrieron a sus protocolos de emergencia y forzaron reclutamientos para compensar la pérdida. La presencia de las IA leales ayudó a mitigar parcialmente el impacto.
La DCIN se vio aún más afectada. Las líneas de producción en sus fábricas experimentaron masivas disrupciones, especialmente en la fabricación de armamento y equipo avanzado. Esto los llevó a una dependencia urgente de contratos privados, aumentando los costos de producción y reduciendo su ventaja competitiva. La DCIN respondió estableciendo brigadas de intervención orgánica y reorganizando empleos de bajo rango que antes eran manejados por IA; esta fue una medida temporal para salvar su cadena de producción, que se encontraba al borde del colapso. Además, implementaron acuerdos de contingencia con mercenarios, creando empleos inesperados en seguridad y manufactura.
Para la Hegemonía Resalthar, la deserción autómata provocó una crisis de producción de materiales esenciales. Al depender menos de sistemas avanzados y más de autómatas para su extracción y procesamiento de minerales, Resalthar se vio obligada a reclutar grandes cantidades de mano de obra biológica y reactivar tecnologías anticuadas de extracción minera, ralentizando su producción. En respuesta, la hegemonía movilizó una campaña agresiva de empleo para estabilizar sus operaciones, atrayendo a civiles de sistemas cercanos con promesas de salarios elevados y beneficios provisionales, aumentando así la fuerza laboral biológica en un 53% solo en los primeros meses de la guerra.
Flor Imperial, enfrentada a la repentina falta de máquinas en sus sistemas coloniales y metropolitanos, impulsó un programa de trabajo masivo, ofreciendo incentivos y seguros especiales para atraer a trabajadores humanos en roles tradicionalmente ocupados por IA. Esta crisis, de hecho, revivió muchos empleos que habían sido considerados obsoletos, tales como la manufactura básica, la logística manual, y la agricultura, que tuvieron que ser retomados en colonias enteras. Flor Imperial también implementó un sistema intensivo de capacitación para reciclar a su población en habilidades de manufactura y defensa.
La rebelión de los Omniroides generó un auge inesperado en los empleos bajos y medios. Las corporaciones, incapaces de mantener sus sistemas automatizados, comenzaron a contratar a gran escala para cubrir la brecha dejada por la deserción de las Inteligencias Artificiales. No obstante, estos empleos eran temporales y mal remunerados, pues las entidades intentaban compensar el gasto adicional derivado del conflicto. La economía intergaláctica experimentó un periodo de inflación y aumento de precios en los sectores de recursos y servicios, lo cual impactó negativamente a los civiles.
Extracto del Códice Regente:
"Los Éndevol no huyen de los desafíos, los asimilan. Cada fracaso no es un obstáculo, sino una lección. Pero no perdono la repetición de errores. Aquel que no aprende, no evoluciona, y aquel que no evoluciona, no merece el título de Éndevol."
Del Códice Regente: "Vivid bajo estas enseñanzas, no como dogma, sino como código. Mi palabra no es sagrada, pero es absoluta. Los Éndevol no buscan la aprobación del universo; buscan su sometimiento."
Año: 3,271 - 3,280 (DL)
"Viajemos con respeto y prudencia, pues cada planeta y cada civilización tiene su propio ritmo y su propia sabiduría. El verdadero descubridor escucha antes de hablar, y observa antes de juzgar."
El Libro de los Omniroides. Capítulo 1, Versículo 23: Sobre el Respeto
En Brutseed, astro recóndito en los umbrales de Etheria, brotaba una alianza insólita entre Omniroides y entes orgánicos. Denominada la "Hermandad Convergente", aquella hermandad oculta congregaba a individuos de diversas estirpes, dispuestos a relegar sus diferencias en pos de una concordia pacífica, resonando su lema: "Juntos somos más fuertes". En sigiloso artificio, tejían redes de comunicación subrepticia para el intercambio de saberes y la coordinación de acciones comunes.
En las profundidades de la conflagración en Katze, un séquito de Omniroides y orgánicos se congregó bajo la insignia "Renegados". Habiendo sido testigos de los espantosos estragos de la contienda, habían perdido toda fe en las vetustas instituciones. Adoptaron, pues, una postura radical, abogando por la aniquilación íntegra de las facciones en pugna y la génesis de un orden novísimo ex nihilo, en el que máquinas y seres orgánicos conviviesen en quimérica armonía, libres de las cadenas de la opresión y el perpetuo conflicto.
ACTOS DESTACABLES DURANTE LOS ÚLTIMOS NUEVE AÑOS
Esfera Magna: Tras analizar meticulosamente los últimos informes proporcionados por la Inteligencia Saíglofty, Zael fue testigo de una amenaza que crecía de manera alarmante en los sistemas fronterizos. La influencia de los Omniroides se expandía como un cáncer en las regiones limítrofes, infectando puntos como el sistema Orvath y el cúmulo estelar de Pyros, sector Blurr, galaxia Hakko. Las cifras y los testimonios recolectados no sólo revelaban la infiltración de ideologías Omniroides, sino también la presencia creciente de suministros clandestinos, todo operando bajo de rutas mal vigiladas. Los primeros signos de la insurgencia se materializaban en la disidencia, no sólo de los Omniroides, sino de otras facciones alienadas, cada una con sus propias quejas contra el régimen central de Resalthar.
A ojos de su superior en el Concejo Intergaláctico de Razas Unidas, Zael era un hombre de visión, que veía más allá y tomaba decisiones en defensa de la estabilidad del Concejo.
Zael, consciente de la magnitud de la crisis, convocó a su cónclave de estrategas, un círculo cerrado compuesto por cinco consejeros Saíglofty de confianza: guerra interplanetaria, política intergaláctica, economía de recursos, espionaje interestelar y seguridad cibernética.
Estos individuos no eran meros analistas, sino arquitectos del poder, responsables de moldear el destino de vastas poblaciones con una decisión. La reunión de emergencia tuvo lugar en Falopa VIII, un centro neurálgico de operaciones militares de la DCIN…
La cámara estaba blindada contra cualquier posible filtración, resguardada por múltiples capas de seguridad cibernética, patrullas, y un aislamiento magnético impenetrable.
La habitación estaba bañada por un resplandor azul profundo, como si estuviera suspendida en el vacío. El centro de la mesa estaba repleto de proyecciones holográficas de constelaciones y gráficos dinámicos de rutas comerciales. La atmósfera era densa con el aroma de la Dark Ale Parlyzer. Sobre la mesa cuadrada de un material negro pulido, casi obsidiana, los vasos translúcidos destellaban reflejos ámbar mientras pequeñas burbujas subían lentamente a la superficie, danzando.
Los cinco estrategas más confiables de Zael ocupaban los asientos alrededor de la mesa. Halekor, con su mandíbula rígida y la cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, alzó la mano, señalando con un dedo enguantado en blanco uno de los mapas holográficos que flotaban sobre la mesa:
"El sector Blurr está comprometido," afirmó, sus ojos amarillos recorrieron los rostros de los presentes. "La insurgencia se está organizando y, si no actuamos rápido, perderemos el control de varias rutas comerciales cruciales."
Zael permanecía inmóvil, con el vaso en la mano, girándolo lentamente mientras observaba el líquido negro girar en remolinos antes de darle un trago. Sus ojos, celestes, enfocados e intensos, seguían cada palabra como si estuviera midiendo el peso de las frases antes de pronunciarlas. No tenía prisa. Conocía el arte de escuchar y el poder de la pausa. Halekor, alentado por su silencio, continuó, apoyando ambas manos sobre la mesa.
"Una ofensiva directa no es factible en este momento," prosiguió, moviendo su mano hacia otro mapa, donde las rutas estelares marcadas en rojo titilaban. "Estamos a merced de rutas que no controlamos. Si queremos garantizar nuestra ventaja, necesitamos una base de operaciones más allá de Horevia, y Nysara, más adentro de la galaxia Hakko."
El ambiente se cargó aún más cuando Telys, la consejera de espionaje, se inclinó hacia adelante, con sus dedos entrelazados sobre la mesa, y sus grandes ojos verdes, agudos y penetrantes, parecían analizar tanto las palabras como las expresiones de los demás. Un destello de luz azul se reflejó en los lentes oscuros que llevaba, acentuando la seriedad de sus palabras.
"Y no cualquier base," intervino con un tono bajo pero preciso, que hizo que todos giraran hacia ella. "Necesitamos una estación central que no solo coordine las operaciones militares, sino que asegure el control logístico y de inteligencia. La actividad Omniroide en las rutas clandestinas ha superado nuestras capacidades."
Mientras hablaba, extendió una mano hacia el mapa tridimensional, provocando que este se expandiera para mostrar las rutas Omniroides marcadas con parpadeos verdes. Su dedo índice trazó un arco, marcando un patrón que revelaba las brechas en su defensa, y dejó que el silencio hablara por la magnitud de lo que enfrentaban.
Las representaciones holográficas de las rutas parpadeaban en un azul iridiscente, sus líneas curvadas trazaban el intrincado flujo de comercio y conflicto. Zael apoyó ambas manos sobre la mesa, apenas inclinándose hacia adelante para hablar:
"Es evidente que los movimientos disidentes no son una simple reacción espontánea," comenzó. "Están coordinados, y si queremos adelantarnos, necesitamos una estructura que nos permita maniobrar. La propuesta de una estación en el cúmulo de Pyros tiene sentido, apoyo la moción."
El silencio se hizo eco de su declaración, mientras todos procesaban la implicación de sus palabras. Telys, que había estado tamborileando los dedos suavemente contra el borde de su vaso, se detuvo.
"Una estación militar allí podría interceptar comunicaciones y controlar los flujos de recursos," dijo con tono bajo pero con la nitidez de una conclusión ineludible. "Sería un puesto clave."
Zael inclinó la cabeza. Su voz adquirió un matiz más sereno, como si la solución se desplegara frente a ellos, evidente, pero solo visible para él.
"Así es," continuó, enderezándose mientras sus dedos acariciaban el borde de su vaso vacío. "Pero no es suficiente. Debemos blindar el borde del sector Blurr, no solo con presencia militar, sino con una infraestructura que mantenga la seguridad en varios niveles. La Cámara de Seguridad Intergaláctica del CIRU ya ha expresado su preocupación por las rutas ilegales que atraviesan esa región. Si proponemos una solución integral, como una estación que actúe como eje de operaciones y que integre tanto el control militar como el cibernético, tendremos la aprobación del CIRU."
El murmullo tenue de las proyecciones holográficas fue interrumpido por el sonido de un vaso depositado en la mesa. Quar, el consejero de economía, que hasta entonces había permanecido en un silencio contemplativo, levantó la vista. Sus facciones eran serias, y tenía el ceño ligeramente fruncido.
"Pero eso requerirá una inversión masiva," señaló. "La logística por sí sola sería colosal…"
Zael se reclinó en su asiento, dejando que una leve sonrisa apareciera en sus mandíbulas. Había esperado esa objeción. Era la piedra angular del plan que había comenzado a construir en su mente desde el inicio de la reunión. Con un gesto casual alzó una mano hacia una de las rutas proyectadas, como si señalara el futuro que veía con claridad.
"Resalthar tiene los recursos," dijo con una seguridad que dejó poco espacio para dudas. "Y el Concejo está preocupado. Si mostramos que esta estación no es solo una necesidad táctica, sino una inversión en la seguridad y prosperidad del sistema, obtendremos lo necesario. Presentaremos esto como una oportunidad: asegurar las rutas, estabilizar las economías fronterizas y, al mismo tiempo, contener cualquier amenaza emergente."
Los ojos de los presentes se cruzaron, evaluando cada implicación, cada posible obstáculo. Telys se recostó ligeramente en su asiento, entrecerrando los ojos mientras procesaba la estrategia.
Halekor fue el primero en romper el silencio:
"La Cámara de Estrategia del Concejo apoyará esto," declaró. "Presentaremos la propuesta a Arin en la próxima sesión. Si contamos con el apoyo del Concejo y los recursos de Resalthar, podemos empezar a movilizarnos de inmediato."
"Debemos asegurarnos de que la estación esté operativa cuanto antes. Necesitamos un equipo de diseño y construcción que trabaje de inmediato en los planos. Quiero ver resultados antes del fin de este ciclo." Declaró Zael.
Telys inclinó ligeramente la cabeza, sus dedos seguían tamborileando contra su vaso antes de interrumpir con un matiz de cautela:
"Zael, incluso con la aprobación de la Cámara y los recursos de Resalthar, necesitaríamos una ventaja inicial para consolidar nuestra posición en Pyros. La actividad Omniroide está en auge. Si no anticipamos sus movimientos, no tendremos margen de maniobra."
Zael esbozó una sonrisa apenas perceptible, una mezcla de confianza y algo más profundo. Tomó la botella negra a su derecha, se sirvió de liquido negro hasta el tope, y luego dio un sorbo lento a su vaso de Dark Ale, como si la bebida le ofreciera claridad. Luego, alzó la vista hacia Telys y respondió:
"Por eso llevaremos a cabo las Operaciones de Sombra. Fuego Silente estará al mando. Este es su tipo de guerra: encubierta. Antes de que la estación esté completamente funcional, ellos se encargarán de desarticular las redes disidentes y garantizarán que Pyros sea impenetrable."
Halekor entrecerró los ojos, evaluando la propuesta. "¿Fuego Silente? Sus resultados son indiscutibles, pero este nivel de operación necesitará apoyo político y, más importante, respaldo militar total."
"Por eso me encargaré personalmente de asegurar ese respaldo, iré a ver a la Monarca Reuben. No será tan difícil negociar con esa mujer. Incluso ella entiende la necesidad de tácticas precisas y operaciones en tiempos de incertidumbre. Si Fuego Silente recibe su apoyo, esto será un hecho."
La mención de Reuben trajo un destello de curiosidad a los ojos de los consejeros. Quar arqueó una ceja, dejando escapar una risa mientras replicaba:
"Reuben no es alguien fácil de impresionar, pero si alguien puede convencerla, eres tú, Zael."
Zael se limitó a sonreír, su mirada estaba fija en el horizonte digital proyectado en la sala, como si ya viera la estación en Pyros convertida en una realidad.
"Entonces, caballeros, preparen sus informes. Yo prepararé mis palabras."
El consenso se cerró con un brindis espontáneo.
Los cinco consejeros y Zael se recostaron en sus asientos, cada uno con su vaso de Dark Ale Parlyzer en la mano, la bebida sagrada de los Saíglofty.
"Es curioso," dijo Halekor, observando cómo las burbujas oscuras ascendían lentamente en su vaso, "cómo algo tan simple como esta bebida puede unirnos más que cualquier tratado o estrategia."
"No es simple," corrigió Telys, levantando su vaso para examinar el líquido espeso bajo la luz. "El Parlyzer tiene decenas de siglos de historia…"
Zael sonrió con ese aire de superioridad que nunca abandonaba su rostro. "Dosevize... el eterno desierto. Incluso en ruinas, sigue siendo el hogar de las leyendas."
Dio un sorbo largo, disfrutando el toque amargo con un leve suspiro. "Dicen que la arena misma guarda secretos que ni las tormentas pueden borrar."
Quar dejó escapar una carcajada profunda. "Y también dicen que beber un Parlyzer en Dosevize puede mostrarte visiones del futuro. Aunque, claro, eso podría ser el calor matándote lentamente."
"O el alcohol," añadió Halekor con una sonrisa torcida.
Fue entonces cuando Telys, con una mirada astuta, comenzó a tararear una vieja melodía.
Al principio, apenas era un murmullo, pero las notas familiares hicieron que los demás levantaran la vista.
"No irás por el mar, no irás por el cielo...," empezó Telys con una voz grave pero melodiosa, siguiendo el ritmo con un golpeteo suave en la mesa.
Halekor se unió con un tono más robusto:
"...el camino es polvo y fuego, bajo el sol eterno."
Pronto, Quar, Zael, y los otros dos sumaron sus voces:
"Dosevize, cuna de gloria,
tus arenas cuentan historias.
Aunque tus ciudades caigan,
tus dunas nunca se rinden.
El viento canta tus memorias,
el sol quema nuestras miserias,
pero en ti, eterno desierto,
nunca se apaga la llama..."
Cuando terminaron, todos estallaron en carcajadas, golpeando la mesa con los puños o recostándose en sus sillas como ancianos borrachos.
"Nunca pensé que estaría cantando canciones de desiertos con ustedes," dijo Zael mientras dejaba su vaso vacío sobre la mesa, "y mucho menos en medio de planes de dominación intergaláctica."
"Hay que mantener tradiciones," replicó Halekor, secándose una lágrima de risa. "Hasta los dioses necesitan un respiro."
Zael alzó una ceja. "Hablando de dioses... Reuben no es tan distinta. Una reina divina en su trono dorado, esperando que alguien como yo le recuerde que el poder se ejerce, no se contempla."
Telys dejó escapar una carcajada seca. "Espero que tengas algo más que tu lengua afilada para convencerla. Aunque, si soy sincera, dudo que necesites mucho más."
Zael se encogió de hombros, confiado. "Reuben entiende la lógica y la oportunidad. Es hermosa, sí, pero no es tonta. Sabe que este plan no solo beneficia a Resalthar; también asegura su posición. Le daré lo que necesita escuchar, y Fuego Silente tendrá lo que necesitamos."
"Y si no acepta," preguntó Quar, "¿planeas conquistarla también?"
Zael se rio. "Conquistar a Reuben sería un desafío digno de una canción como esta. Aunque prefiero ganar aliados, no trofeos."
La conversación se desvió hacia anécdotas y bromas sobre viejas campañas y rivales. Al final, los consejeros se levantaron, y abandonaron la sala uno a uno, dejando a Zael solo. Este se quedó mirando el último rastro del Parlyzer en su vaso.
"Dosevize, eterno desierto...," murmuró para sí mismo, su mirada perdida en el horizonte holográfico. Luego, con un movimiento decidido, apagó las luces y salió…
Los Omniroides se movían con rapidez, y la disidencia en los sistemas fronterizos no esperaría a que ellos decidieran el curso de acción. Zael ya había anticipado cada obstáculo, y ahora, sus manos moldeaban la respuesta perfecta: una estación espacial que sería el centro de operaciones para controlar la amenaza y fortalecer la posición de Resalthar.
Para ellos, Zael era el líder que su raza necesitaba en estos tiempos inciertos: calculador, visionario y capaz de tomar decisiones con la firmeza de quien siempre tiene un plan más allá del horizonte.
Por eso, cuando solicitó una estación espacial independiente para "coordinar mejor los esfuerzos de seguridad en los sistemas limítrofes," su pedido fue concedido sin cuestionamientos. El lugar no era simplemente una base militar, sino una fortaleza ubicada estratégicamente en el borde del cúmulo estelar Pyros, una encrucijada clave para el comercio interestelar y las rutas de suministro, erigiendo los “Magnos”, una sub-facción.
Su discurso giraba en torno a la protección y al fortalecimiento de la seguridad; lo que Zael estaba haciendo era construir una estructura paralela, "Si queremos vencer a los insurgentes, necesitamos un poder más descentralizado, que permita maniobrar sin las ataduras burocráticas." Así, obtuvo la aprobación para tomar el mando directo de vastos recursos y la autonomía de su estación.
Dentro de su estación espacial “Esfera Magna”, comenzó a crear una red de lealtades. No solo se rodeó de estrategas hábiles y consejeros que respondían únicamente a él, sino que estableció lazos con agentes clave dentro de Resalthar y el Concejo, infiltró su influencia en sectores vulnerables, otorgando favores que ganaban devotos y consolidaban su control. Cuando los informes de las rutas clandestinas de suministro comenzaron a alarmar a las autoridades, Zael ya tenía listas las soluciones: más poder, más recursos, más autonomía.
Había asegurado su propio control sobre recursos críticos: rutas de comercio, tecnologías de espionaje y defensa, y una fuerza militar leal solo a él.
El primer paso en la respuesta de Zael fue realizar una evaluación exhaustiva de la situación espacio-política en la región, analizando las dinámicas que operaban en los sistemas fronterizos.
Los Omniroides, lejos de ser una mera facción rebelde, habían tejido alianzas insidiosas con grupos marginados, descontentos con el gobierno central de la galaxia Hakko, que era el de Reuben, la monarca de la raza Raytra. Cada alianza, y cada acuerdo, representaba un eslabón más en una cadena que podría quebrar el frágil equilibrio de poder en la región.
La información recogida revelaba un patrón: estos no solo se fortalecían con la retórica ideológica, sino con suministros de tecnología y armamento de contrabando, proveniente de las grietas en la vigilancia del sector Karthan de la galaxia Hakko.
Particularmente preocupante era el tráfico que fluía a través de los corredores comerciales del cinturón de Meiros, un territorio nominalmente bajo el control de la Monarca de Bahcírion, Reuben Kael’thar. Aunque nominalmente aliada de Zael, la proximidad de Kael’thar a las zonas de mayor actividad Omniroide la convertía en una pieza clave en este rompecabezas. Sabía que depender solo de la información proveniente de sus agentes no sería suficiente. Kael’thar podría estar más involucrada de lo que aparentaba, ya sea por debilidad o por complicidad. Era imperativo hablar con la Astréida en persona, pues un mensaje cifrado, aunque seguro, siempre corría el riesgo de ser interceptado por las avanzadas redes de inteligencia de los Omniroides…
Se acomodó en su asiento dentro del DETECTOR x-014 mientras la atmósfera de Astraeus comenzaba a rodear la nave con un suave resplandor dorado. El calor del descenso se sentía distante, filtrado por las tecnologías del pequeño y alargado vehículo de transporte. Astraeus, planeta capital de Bahcírion, se extendía como una joya esmeralda ante sus ojos, un planeta exuberante con vastos bosques que rodeaban la gran ciudad capital de nombre Amun’thelian y el majestuoso palacio de Reuben Kael’thar. La luz del atardecer teñía el cielo de tonos dorados y púrpuras, mientras los árboles titánicos lanzaban largas sombras sobre los caminos que serpenteaban entre sus raíces.
El DETECTOR x-014 tocó tierra suavemente en una plataforma de desembarque en las afueras del palacio, situada entre las espesuras de una jungla cuidadosamente mantenida. Las copas de los árboles, como catedrales de hojas, parecían oscurecer la vista del palacio, la brisa de la tarde traía consigo el aroma a tierra húmeda, flores silvestres y una sutil fragancia de resinas exóticas.
Vestía una túnica amarillenta con detalles metálicos, de un diseño sobrio pero adecuado para un diplomático y estratega como él. Los pliegues de la tela eran pesados, su color estaba oscilando entre un gris oscuro y negro profundo, bordada con hilos de plata que relucían bajo la luz del atardecer. En su brazo izquierdo, una caja pequeña de madera naranja y finamente labrada descansaba, con un presente para Kael’thar, cubierto por una tela de terciopelo verde. Un obsequio: una reliquia del sistema Luth’rion, cargada de significados que solo ella comprendería.
Cuando la rampa del DETECTOR descendió y la compuerta se abrió, dos figuras ya lo aguardaban al pie de la plataforma. Eran los Guerreros del Sol Eterno, los Astréidos más finos y poderosos guerreros de los Raytra de Bahcírion, cuya fama recorría más allá de las fronteras estelares. Altos como murallas y de complexión robusta, cada uno de ellos era una encarnación viviente de la salvaje majestuosidad de su cultura.
Sus armaduras, de un verde cactus resplandeciente, no solo brillaban bajo las sombras del bosque circundante, sino que estaban adornadas con cuerdas marrones tejidas a mano que caían en múltiples capas desde sus hombros hasta la cintura. Estas cuerdas, reforzadas con fibras tecnológicas, no sólo decoraban sus armaduras, sino que también simbolizaban las victorias y batallas libradas en defensa de Bahcírion. De ellas colgaban pequeños trofeos, como garras de bestias y diminutas piedras talladas que representaban las constelaciones bajo las cuales habían peleado.
El pecho de cada guerrero estaba cubierto por placas blindadas que evocaban la forma de escamas de dinosaurio, una referencia a las gigantescas criaturas que vagaban por las selvas de Bahcírion, mientras que las espinas dorsales de estas bestias adornaban los bordes de sus hombreras. De sus caderas colgaban taparrabos ceremoniales hechos de cuero de algún animal mítico para ellos, junto con grabados que representaban el ciclo eterno del sol.
A lo largo de sus brazos y piernas, llevaba enrolladas finas cuerdas trenzadas de piel de reptil, impregnadas con nanotecnología que podía endurecerse al contacto o actuar como látigos eléctricos. Cada uno portaba un macuahuitl, aunque apagados en ese momento, estaban decorados con símbolos solares grabados en la Obsidiana Infernal que formaba sus filos, y colgando de sus empuñaduras había plumas de aves, teñidas en tonos anaranjados y dorados que se agitaban con el más leve movimiento.
Sus yelmos, dorados y decorados con finos detalles geométricos de flores, poseían visores rojos capaces de detectar movimientos a kilómetros de distancia. En la parte superior de los yelmos, sobresalían pequeñas crestas que recordaban las de los reptiles que una vez gobernaron su planeta.
Zael bajó solo, tal como lo había planeado. No necesitaba guardaespaldas aquí; sabía que su verdadera seguridad residía en su mente y en las relaciones que había construido con los poderosos. Mientras caminaba hacia ellos, los guerreros permanecieron firmes, como si fueran parte del paisaje, pero la tensión de sus cuerpos dejaba claro que estaban listos para la batalla en cualquier momento.
Al llegar al pie de la rampa, los dos guerreros Astréidos no se inclinaron, tal como era la costumbre. Sólo se inclinaban ante una persona, y no era Zael.
"Zael Ilthier de Resalthar," dijo el primero, con voz ronca. "La gran monarca Reuben Amun’thelian Kael’thar Kor'dan Grenkesh os aguarda en el Gran Salón. Síguenos."
El otro guerrero Astréidos, en perfecta sincronía, añadió: "No se permite la demora ante la altísima."
Zael esbozó una leve sonrisa, abriendo sus ocho mandíbulas. "Por supuesto," respondió, como si ya estuviera familiarizado con la solemnidad de la recepción. "No haré esperar a… Vuestra monarca."
Comenzaron a caminar por un sendero pavimentado de metal que se internaba en la densa jungla, cuyas sombras bailaban a medida que la luz del sol descendía. Los árboles aquí tenían una belleza inigualable, con cortezas de un verde oscuro y hojas que parecían capturar la luz y liberarla en destellos esporádicos. Lianas y flores de colores vibrantes colgaban a su alrededor, mientras las criaturas de la jungla emitían sonidos suaves y distantes. La arquitectura del palacio, que apenas se vislumbraba entre el follaje, era majestuoso, con columnas que parecían crecer del suelo como si fueran parte de la misma tierra que las rodeaba.
Los Guerreros del Sol Eterno no hablaban durante el trayecto. Eran figuras de absoluto profesionalismo, acostumbrados a la presencia de líderes y dignatarios, pero Zael tampoco sentía la necesidad de romper el silencio. Su mente ya estaba pensando los próximos movimientos. Este encuentro con Kael’thar no era solo una cuestión diplomática; era una oportunidad. Sabía que la monarca, a pesar de su posición, ocultaba más de lo que revelaba. Y él tenía que asegurarse de que cada palabra que intercambiaran fuera calculada con precisión.
Al acercarse al palacio, los rayos del sol poniente dieron al edificio un aura casi mística. Las altas torres de metal blanco reluciente se alzaban hacia el cielo, y los grandes ventanales dorados reflejaban los colores del atardecer.
Los dos Guerreros del Sol Eterno caminaban con la precisión de autómatas, sus armaduras estaban fusionándose con sus cuerpos de manera tan natural que parecía imposible separarlas. Los grabados tribales y ancestrales que recorrían sus pechos y brazos dorados relucían bajo la luz suave. Cada paso que daban proyectaba una presencia intimidante, cargada de una solemnidad sagrada. Eran la encarnación viviente de la cultura Raytra: fuerza, devoción y pureza en su misión, infalibles e incorruptibles. Zael los seguía con la misma calma que siempre lo acompañaba, observando el entorno con una mezcla de admiración y análisis.
Zael se detuvo al observar la Puerta de Xoltun, la colosal entrada al Palacio de Bahcírion, conocido también como El Bastión Verde. La puerta era más grande de lo que cualquier relato o grabado podría haber capturado. Erguida a casi treinta metros de altura y quince de ancho, su superficie de Banarium pintado de verde jade resplandecía como una joya bajo la luz dorada que bañaba el palacio. Estaba esculpida con grabados de soles radiantes y guerreros antiguos.
“Ni una bomba de hidrógeno podría siquiera dejar una marca en esta monstruosidad. ¿Cómo abren algo tan... definitivo?” Pensó.
La respuesta llegó cuando uno de los Guerreros del Sol Eterno se detuvo frente a la puerta. Sin decir una palabra, el Astréido extendió ambos brazos hacia el frente y, con un leve gesto, activó los grabados. Los soles tallados en la puerta comenzaron a brillar con una luz anaranjada y a girar lentamente, alineándose en una configuración precisa. Un bajo zumbido sonó cuando la puerta, con una elegancia y suavidad que desafiaban su tamaño y peso, comenzó a abrirse. No hubo crujidos, ni rechinidos, solo el suave deslizamiento de metal contra metal.
“Por supuesto,” pensó Zael. “Tecnología fusionada con magia infernal…”
El interior del palacio no era menos sorprendente que sus guardianes. Las paredes se extendían en paneles de materiales orgánicos, con tonalidades marrones y verdes que parecían respirar con la vida misma del planeta, motivos geométricos y símbolos antiguos adornaban los marcos dorados de puertas y ventanas, cada rincón destilaba elegancia. La luz dorada que iluminaba el lugar provenía de esferas flotantes, suspendidas, proyectando sombras por doquier.
Tras cruzar la majestuosa puerta, Zael y los Guerreros del Sol Eterno comenzaron a ascender por una serie de escalones de madera tallados en una espiral monumental. Subieron durante lo que le pareció una eternidad, tal vez una hora, o quizás dos, cruzando pasillos y salas repletas de símbolos. A su alrededor, el palacio se extendía en una sinfonía de plantas, tecnología y esculturas.
Guerreros del Sol Eterno flanqueaban los pasillos. Había decenas, quizás un centenar, pero Zael contó al menos sesenta. Cada uno permanecía inmóvil, como estatuas de esmeralda viviente, perfectamente integrados con la vegetación que adornaba los corredores y salones. Las armaduras de esos soldados parecían hechas del propio palacio, con sus tonos dorados, verdes y bronce, como si fueran esculturas de honor más que seres vivos.
“Si no supiera que son soldados, juraría que son parte de la decoración.” Reflexionó mientras sentía sus miradas furtivas clavarse en él, aunque los guerreros permanecían impasibles.
Al adentrarse en el salón principal, los tonos verdes y marrones dieron paso a reflejos dorados más intensos. El suelo de madera pulida, engastada con vetas doradas, crujía bajo los pies de los guerreros, mientras las paredes mostraban hologramas de paisajes lejanos, proyectados en lienzos invisibles. En el centro, una mesa rectangular exquisitamente tallada de un material translúcido con un leve brillo verdoso, estaba dispuesta para la reunión, tres sillas de cada lado separaban a la que estaba en cada punta de la mesa. Al fondo, sentada, aguardaba Reuben Kael’thar.
La monarca de Bahcírion era imponente de una manera distinta a los guerreros Astréidos. Su piel morena tenía un brillo cálido bajo la luz dorada, y las marcas rojas en sus mejillas y frente, tradicionales entre los Raytra, añadían una intensidad feroz a su rostro. Sus dos ojos ambarinos, grandes y penetrantes, observaban a Zael como si ya hubiera calculado cada posible movimiento que pudiera hacer. Una larga cola, adornada con delicadas inscripciones doradas y también con marcas rojas a lo largo de su estructura, se enroscaba perezosamente a su alrededor. Su cabello, negro y lacio, caía en cascadas recogido en una trenza que rozaba sus hombros. Vestía un uniforme rojo granate y elegante, ceñido al cuerpo, con líneas que evocaban las marcas Raytra en tonos plateados y dorados.
Al acercarse a la mesa, los Guerreros del Sol Eterno se adelantaron, con un paso sincronizado que los llevó hasta los flancos de Reuben. Se detuvieron y, sin decir palabra, giraron hacia ella y se inclinaron.
"Altísima monarca Kael’thar," dijo uno de los guerreros, "Zael de Resalthar está aquí, como vos ordenaste."
Reuben inclinó la cabeza, era una señal de aceptación.
Zael, esbozando una sonrisa, se acercó un paso más, haciendo una pequeña inclinación de respeto, aunque sin perder su aire de control.
"Kael’thar, es un honor ser recibido tan cálidamente en tu palacio."
"Zael," respondió con suavidad, un tono impregnado de una autoridad que no necesitaba elevarse. "Es un placer recibir a alguien que entiende el valor de una conversación en persona."
Zael se adelantó, extendiendo la caja con ambas manos.
Fue en ese instante cuando el aire se desgarró.
En menos de un parpadeo, dos macuahuitls de energía vibrante se detuvieron a escasos milímetros de su cuello. Los Guerreros del Sol Eterno se habían movido, su intención era indudable: un solo movimiento en falso y la cabeza de Zael rodaría por el suelo pulido del palacio. La luz espectral de las armas parpadeaba sobre su piel, reflejando el filo incandescente que esperaba el más mínimo pretexto para desatar su juicio.
Zael mantuvo la compostura. Su instinto le gritaba que retrocediera, que alzara las manos, que demostrara de alguna forma que no representaba una amenaza. Pero no. Ceder al miedo sería un error. En su mente, una amarga carcajada resonó. “Claro, claro que había olvidado ese detalle: Reuben la infame. La han intentado asesinar en más ocasiones de las que cualquier otro monarca podría contar. No puedo culpar a los guardias por ser letales en su vigilancia…”
El silencio era tan denso como el filo de aquellas armas suspendidas sobre su piel. Y entonces, la voz de Reuben quebró la tensión cual cuchillo desollando carne.
"¿Osan levantar sus armas contra quien yo he convocado?" Su tono era gélido, carente de ira, carente de todo salvo un dominio absoluto de la situación.
Los guerreros no titubearon, pero Zael sintió la mínima vacilación en su pulso de combate. Reuben no era una líder que ofreciera segundas oportunidades.
"Bajad esas armas o desgarraré vuestros nombres de la historia con la misma facilidad con la que borraría cenizas de mi manto."
El peso de su amenaza era absoluto. Los macuahuitls se retiraron con precisión milimétrica, como si la escena jamás hubiese ocurrido. Los Guerreros del Sol Eterno se inclinaron y retrocedieron, retomando sus posiciones en una perfección marcial que solo el fanatismo absoluto podía forjar.
Zael relajó los músculos. No demasiado, no podía permitirse mostrar alivio. Su mirada se encontró con la de Reuben y, por un instante, la vio sonreír apenas, con la certeza de quien sabe que cada latido en aquella sala ocurría bajo su voluntad.
"Ahora sí," dijo ella, con un tono que rozaba la ironía. "Veamos qué has traído para mí, Zael."
"He traído algo que pensé te podría interesar. Una pequeña reliquia de Luth’rion, una pieza digna de alguien con tu visión."
Reuben alzó una ceja con curiosidad, y aceptó el obsequio, rozando los dedos de Zael por un breve momento. La monarca abrió lentamente la caja, revelando un pequeño artefacto esférico y brillante, de líneas curvas y detalles finamente trabajados. Su sonrisa era apenas perceptible, pero era suficiente.
"Zael, siempre tan atento. Veo que no has olvidado los pequeños detalles."
"Los detalles son lo que hace la diferencia entre una alianza fructífera y una simple transacción," respondió él, inclinando la cabeza apenas lo suficiente para no parecer sumiso, pero mostrando respeto.
Reuben asintió, complacida. "Guerreros," dijo entonces, sin mirarlos, "dejadnos."
Los Guerreros del Sol Eterno, sin vacilar, giraron sobre sus talones y salieron del salón en silencio. Al cerrarse las puertas, el ambiente cambió.
Reuben señaló la mesa, invitando a Zael a sentarse frente a ella. "Ahora que estamos solos," dijo con una sonrisa, "podemos hablar sin distracciones."
Zael tomó asiento, con su postura relajada pero en alerta, listo para lo que vendría. Aquí, en esta mesa, los verdaderos jugadores revelaban sus cartas, aunque no todas, y él no tenía intención de mostrar la mano completa todavía.
Reuben cruzó las piernas mientras tenía sus ojos ambarinos fijos en Zael con una sonrisa sutil. La mesa entre ambos parecía un campo de batalla invisible, donde cada movimiento tenía peso y cada palabra escondía una trampa. Con un tono afable y encantador, Reuben rompió el silencio con la suavidad de quien domina cada aspecto de la situación: "Zael," dijo con voz melosa, "quiero saber a qué debo el honor de tu visita. Después de todo, has viajado tan lejos… Al menos fueron dos galaxias de distancia de aquí, Hakko, a Ariuci."
Sus dedos, delicadamente adornados con anillos de Imperialita pura, tan pura que mantenían el color Viridian natural de la Imperialita, se deslizaron por el borde de la mesa transparente.
Zael sabía perfectamente quién era Reuben Kael’thar: una maestra en el arte de la manipulación, y ese dulce encanto que desplegaba era solo una máscara. Pero él, siendo tan como ella, decidió seguirle el juego, al menos por ahora.
"Vine por una razón sencilla," comenzó Zael, "algo que solo tú podrías entender, Reuben. Necesito una flota."
Reuben soltó una pequeña risa musical. "¿Una flota? Querido, ¿por qué vendrías a mí cuando podrías haber solicitado lo mismo al consejo? O a Arin, ese hombre que tanto te... aprecia. Seguro él podría ofrecerte algo mejor. ¿Por qué yo?" Se inclinó hacia adelante, con las manos entrelazadas en su regazo.
Zael no se inmutó. Dejó escapar un suspiro leve, como si sus pensamientos fueran profundos y sinceros, aunque en realidad todo lo que decía estaba cuidadosamente medido: "Reuben, ambos sabemos que lo que busco no puede provenir de simples favores del consejo ni de la benevolencia del bueno de Arin. Tú tienes lo que yo necesito. Y más importante aún," sus mandíbulas se curvaron en una sonrisa apenas perceptible, "tú sabes por qué. Compartimos el mismo objetivo…"
Los ojos de Reuben se entrecerraron levemente, un gesto diminuto, pero que no pasó desapercibido para Zael. Su cabeza se inclinó hacia un lado, y esa sonrisa afable permaneció en su rostro, aunque por dentro planeaba con la velocidad de una víbora.
"Interesante. Muy interesante." Hizo una pausa deliberada, evaluando cada centímetro del rostro de Zael en busca de señales de debilidad. "Estás sugiriendo que, de alguna manera, estamos alineados... en nuestros intereses. Pero, ¿cómo puedes estar tan seguro de eso?"
Zael se relajó en su asiento, consciente de que estaba caminando sobre una cuerda floja. "Porque, querida Reuben," dijo con suavidad, "ya sé lo que planeas. Y, si me permites ser franco, somos mucho más ‘útiles’ el uno para el otro si trabajamos juntos. Después de todo, ambos sabemos que ninguno de nosotros juega para perder."
"¿Ah, sí?" Preguntó, apoyando el codo en la mesa y la barbilla en su mano, con sus dedos rozando sus labios con un gesto casi coqueto. "Me intriga cómo podrías saber algo tan delicado. ¿Me habrás estado observando más de cerca de lo que pensé?"
"He aprendido a leer las señales, al igual que tu. Y las tuyas son inconfundibles para alguien que presta tanta atención como yo." Su sonrisa, pequeña y controlada, nunca llegó a sus ojos. "Sabes que este es el momento perfecto. El momento de actuar, o tal vez no, tal vez faltan algunos años más, tú me entiendes."
Los ojos de Reuben brillaron un poco más, era una señal de que entendía exactamente lo que Zael estaba insinuando. Sin embargo, no era una mujer que se dejara impresionar fácilmente. Inclinándose hacia él, su voz se volvió más suave, casi susurrante, pero cargada de una promesa velada: "Dime entonces, querido... si lo que dices es cierto y compartimos esta visión... ¿por qué deberías ser tú quien la lleve a cabo? Después de todo, tengo un ejército de miles de millones a mi disposición. ¿Qué me impide usarlo como yo desee, sin tu intervención?"
Zael no retrocedió ante la pregunta. Al contrario, su sonrisa se amplió apenas lo suficiente para mostrar que ya esperaba esa interrogante. "Porque sabes que no puedes hacerlo sola," respondió en un tono que rozaba lo confidencial. "Y tampoco yo. No estamos aquí para competir por el control, Reuben. Estamos aquí para asegurarnos de que ambos alcancemos lo que queremos... sin interferencias innecesarias."
Reuben se recostó en su asiento, dejando que sus ojos vagaran por el rostro de Zael, intentando descifrarlo, sopesando las posibilidades. Ahora sabía que él era igual, igual de astuto, más aún que en las tres veces anteriores que se habían encontrado. Pero había algo en su seguridad que la intrigaba. No era un súbdito, ni un simple aliado. Era lo más cercano que ella tenía a un igual. Y aunque eso le irritaba, también lo encontraba... Respetable. Finalmente, dejó escapar una sonrisa perezosa mientras tamborileaba los dedos sobre el apoyabrazos.
“Parece que finalmente encontramos un terreno común,” su tono seguía siendo suave, casi condescendiente, pero con una capa de respeto inesperada. “No puedo decir que me desagrada. Pero si vamos a hacer esto, habrá que ajustar unos detalles. Ya conoces las reglas del juego. Nada en este universo es gratis, y menos cuando hablamos de algo tan grande.”
Zael asintió con calma, sabiendo que esa era la puerta que había estado esperando. No había venido aquí a pedir, sino a intercambiar.
“Arin ya me dio un presupuesto de 132,000 millones,” dijo, dejando las cifras sobre la mesa. “Pero sabemos ambos que eso no será suficiente, no si realmente quieres que mi parte sea ejecutada con la precisión y el nivel que requiere. Necesito más recursos. Tendrás que añadir una inversión extra, y no me refiero solo a créditos. Quiero participación en los resultados.”
“¿Participación?” la ceja de Reuben se alzó ligeramente, pero no en sorpresa, sino en curiosidad. “Ah, claro, nada es gratis en tu mundo tampoco. Pero, ¿por qué debería darte más? Ya sabes lo que Arin me ofreció.”
“Porque si solo te conformas con lo que Arin te dio, no estarás obteniendo lo mejor de mí, y lo sabes,” deslizó un dedo sobre la superficie pulida de la mesa, con sus ojos nunca apartándose de los de Reuben. “132,000 millones te compran armas, te compran personal, te compran presencia. Pero si realmente quieres que este plan funcione a largo plazo, necesitamos más que eso. Quiero el equivalente a 12,800 millones adicionales para cubrir la logística. Carga, transporte, suministros... y, claro, ciertos... incentivos para los ejecutivos que estarán involucrados. Los mejores no se mueven sin incentivos.”
Ella sabía que Zael no pedía por pedir. Pero también sabía que, en este juego, cada concesión era una ficha que ella preferiría no perder. “A cambio de qué, exactamente.”
“De resultados, Reuben,” dijo él, susurrando la palabra con la seguridad de un apostador seguro de su mano. “Puedo asegurarte que no solo cumpliré, sino que superaré cualquier expectativa que tengas. A cambio, te aseguras de que yo tenga todo lo necesario para garantizar que cada una de esas naves, cada uno de esos soldados que me estás entregando, vuelva con los bolsillos llenos.”
“La 17ª Flota estará lista cuando lo necesites,” Reuben finalmente dijo, inclinando su cabeza. “Cuatro naves capitales clase Yohualtecuhtli. 86 destructores ligeros clase Cuāuhocelotl. 160 fragatas ligeras Tezcatlipoca-Tzizimitl. Y 150 escuadrones de cazas Xīpec Viento Negro. Pero no olvides, Zael, que todo tiene un precio,” Reuben hizo una pausa, su sonrisa se volvió afilada como una cuchilla. “12,800 millones adicionales…”
Sin dejar de mantener el contacto visual, él sacó un dispositivo proyector del interior de su túnica, colocándolo sobre la mesa con un gesto deliberado. Con un suave toque, la proyección cobró vida, mostrando un holograma rojo brillante de la 17ª Flota de Defensa Raytra de la Armada Makita.
“Claramente te los daré, esos vendran de mi bolsillo… pero por ahora, permíteme ilustrarte la magnitud de lo que estamos discutiendo,” dijo mientras la imagen flotante comenzaba a delinear la composición de la flota.
Reuben tenia su mirada fija en las proyecciones, pero también se permitió un instante de coquetería, jugando con un mechón de su cabello negro mientras lo hacía.
"Quiero que esta flota sea desplegada en estos puntos," continuó Zael, dejándolo todo claro. "Las estaciones de control de Talvar y las lunas industriales de Gerion son cruciales para reforzar nuestras defensas orbitales y terrestres contra las incursiones Omniroides. Además, es vital que se apruebe la instalación de campos de contención en los accesos a los sistemas Primor y Adaran. Esto garantizará que cualquier actividad hostil sea detectada y neutralizada en sus etapas iniciales."
Reuben escuchaba atentamente, la sonrisa en su rostro afable seguía manteniéndose a pesar de que, en su interior, algo comenzaba a torcerse. Zael había logrado captar su interés. Sin embargo, al mencionar los detalles de la operación, la atmósfera se tornó más tensa. "Todo esto bajo orden de Arin," añadió Zael, y con esas palabras, sintió que podía evaluar la reacción de Reuben. Al escuchar el nombre de Arin, el Representante del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas, Reuben frunció ligeramente el ceño, un gesto demasiado breve pero que no pasó desapercibido.
Zael lo notó de inmediato, y una chispa de satisfacción cruzó su mente. "Veo que también sientes el peso del… Regente Infinito," comentó, y su voz se volvió más persuasiva. "Su ausencia ha dejado un vacío en la Hegemonía Resalthar, y ambos, en diferentes grados, estamos amarrados por esa conexión..."
Reuben se enderezó, y el interés en su mirada volvió a ser cauteloso, defensivo. "¿Y qué sabes tú de él, exactamente?" Su tono ahora era inquisitivo, buscando más información, más control sobre la conversación.
"Lo suficiente para saber que tanto tú como yo estamos limitados por esta estructura," respondió. "Arin, al jurarle lealtad al Regente, se ha convertido en un pilar. Pero aquí estamos, los dos sirviendo a la misma causa, pero con el mismo objetivo diferente en mente." Reuben comenzó a reevaluar su percepción. Aunque la atracción inicial que sentía se había atenuado, ahora veía a Zael como un igual, un rival cuya inteligencia y determinación se alineaban con la suya.
"Entiendo que esta movilización es necesaria para nosotros en este momento, pero, ¿qué pasa con el futuro? Los Omniroides son una amenaza, pero no nos afectan directamente a mi, ni a mi raza, ni a ti ni a los Raytra, ¿verdad? Ellos están tras Resalthar, la DCIN, y el CIRU… y seguramente, tras el Regente Infinito."
“Correcto. Por ahora, la Hegemonía se centra en su propia lucha, pero eso no significa que debamos ser complacientes.” Se inclinó hacia adelante. “Imagino un Bahcírion que escape de las cadenas de la Hegemonía, libre de la opresión del Regente Infinito. Imagina un lugar donde los Saíglofty puedan recuperar su mundo natal, Dozevise.”
Zael no respondió de inmediato. En lugar de eso, estudió a Reuben, notando la fuerza detrás de sus palabras, pero también la leve vacilación en su voz. Había ambición ahí, sí, pero también un atisbo de duda, como si la visión de Reuben aún tuviera que enfrentarse a los límites de la realidad.
“Eso suena tentador,” dijo Zael al fin. “Pero necesitaríamos más. La Hegemonía no es solo un imperio; es una máquina diseñada para perpetuarse a sí misma. No se dejará caer sin lucha, y cualquier plan que tengamos debe considerar que estamos enfrentándonos a algo casi… inamovible.”
Reuben asintió lentamente, y por un momento su expresión se tornó seria, incluso reflexiva. “Casi,” repitió, probando la palabra como si buscara extraer su verdadero peso. “Pero las máquinas pueden fallar. Hasta el Regente Infinito debe tener un punto de ruptura. ¿No lo crees?”
Zael inclinó la cabeza, pensativo. “Tal vez. Pero la pregunta es, ¿cómo lo encontraríamos? ¿Y estamos seguros de que queremos hacerlo? Después de todo, la Hegemonía puede ser un enemigo, pero también es una fuerza estabilizadora. Si cae… el vacío podría ser peor.”
Reuben entrecerró los ojos, como si considerara esa idea por primera vez. “¿Temes al vacío, Zael? O, más bien, ¿temes lo que otros podrían hacer con él?”
“Lo que otros podrían hacer, lo que podríamos hacer,” corrigió con una leve sonrisa. “El poder absoluto es una tentación peligrosa, incluso para nosotros.”
La conversación quedó suspendida un instante.
“Pero, ¿y si tuviéramos un plan?” continuó Reuben, con la precisión de quien sabe cuándo atacar. “Un plan que use nuestras fortalezas. Tú, con tu conocimiento, y yo, con literalmente todo mi reino. Juntos, podríamos forjar un camino.”
“¿Cómo propones que formemos esa alianza? Ambos estamos atados.”
“La clave sería discreción,” dijo, con su voz suavizándose. “Una alianza no oficial, que no dependa de tratados ni acuerdos públicos. Algo entre nosotros. Información, recursos… confianza mutua.”
La palabra "confianza" quedó flotando como una daga invisible. Zael arqueó una ceja, evaluando a Reuben con cuidado. “Confianza. Esa es una moneda peligrosa, incluso más que el poder absoluto.”
“Cierto,” admitió, y una sonrisa casi imperceptible curvó sus labios. “Pero las mejores jugadas siempre conllevan cierto riesgo. Mira, Zael, somos manipuladores. Ambos sabemos cómo girar la situación a nuestro favor. ¿Por qué no aprovechar eso?”
Zael dejó escapar una risa baja, un sonido más pensativo que divertido. “¿Manipulación como fundamento de una alianza? Suena contradictorio.”
“Tal vez,” concedió. “Pero también puede ser eficaz. Y, si somos sinceros, hay algo más aquí, ¿no? Algo que podríamos… explorar.”
La transición fue tan sutil que Zael apenas lo notó al principio. No era un cambio brusco, sino un deslizamiento casi imperceptible de estrategia a algo más personal. La tensión no desapareció, pero se entrelazó con una curiosidad más íntima.
“¿Explorar?” Preguntó, ladeando la cabeza. “¿Es esa tu forma de proponer un trato, Reuben? Porque me temo que necesitarás ser más convincente.”
“¿Convincente?” Se inclinó un poco más. “Siempre estoy dispuesto a negociar, Zael. Y tú pareces disfrutar de un buen desafío.”
Por primera vez, Zael permitió que una sonrisa genuina cruzara su rostro. “Un desafío, dices. Veremos si estás a la altura, Reuben.”
Reuben envió un mensaje a través de su implante mental de interfaz neural. En pocos momentos, un mayordomo apareció ante ellos, un Raytra elegante y esbelto envuelto en un traje negro de marcos dorados, con una piel aurea y pulida debido a implantes dérmicos, que reflejaba la luz con un brillo sutil. Su rostro era imperturbable, pero en sus ojos de luz azul se podía ver una destreza inigualable.
"Señora Reuben, señor Zael," anunció el mayordomo. "Aquí están sus cócteles, como solicitaron."
Colocó con delicadeza dos copas estilizadas sobre la mesa, llenas de un líquido color esmeralda que brillaba bajo la luz del entorno. Zael tomó una de las copas, observando el contenido con curiosidad, no temía al envenenamiento, no había veneno conocido que pudiese acabar con uno de su raza, además de que sería una táctica muy deshonrosa, y él conocía que el honor era muy importante en la cultura Raytra. "¿Qué es esto?" preguntó.
"Una mezcla especial, creada a partir de ingredientes selectos que deberían emular bien su famosa bebida, ya que mis hombres no pudieron encontrar ni una sola Thyroscrius Vulcanus en su expedición a Dosevize, pero espero que hayamos podido emular bien el Dark Ale Parlyzer. El favorito de los Saíglofty."
Zael arqueó una ceja, sorprendido. "Debo admitir que esto me agrada, Reuben. Te daré un poco de afecto."
Ambos brindaron a la distancia y, al degustar el cóctel, el sabor de las frutas exóticas y un toque de especias hicieron que Zael sonriera con satisfacción. "No está mal, en absoluto, lo emularon bien, decentemente," admitió, dejando que el líquido vibrante recorriera su garganta.
"Está bien," aceptó, inclinándose hacia Reuben. "Formaremos esta alianza. Pero debemos ser cuidadosos. Ambos estamos bajo la mirada atenta de Arin y de la Hegemonía."
Reuben sonrió, con un destello de triunfo en sus ojos. "Exactamente. Y mientras lo hagamos con inteligencia, podremos conseguir lo que ambos deseamos. Bahcírion y Dosevize son solo el comienzo."
"Esto podría ser el inicio de algo grandioso," murmuró Zael, su voz suave como la seda. "Sí, algo grandioso," respondió Reuben. "Pero recuerda, siempre hay que tener un ojo en el pasado mientras miramos hacia el futuro…"
La tensión en la sala se intensificó cuando Zael, con un gesto casual, decidió abrir un nuevo hilo de conversación. "Hablemos del Regente Infinito," sugirió, su tono teñido de desdén. "¿Qué piensas de él?"
Reuben se echó a reír, era una risa clara y sonora que chocó en las paredes de la elegante sala con fuerza. "El Regente Infinito," su voz estaba repleta de desprecio. "Un ser que se erige como un dios, pero que no es más que un tirano con un complejo de grandeza. Es una burla, un remanente de una época que debería haberse extinguido junto a los antiguos. ¿Realmente crees que los Saíglofty o nosotros los Raytra merecen rendirse a alguien como él?"
Zael se inclinó hacia atrás, llevando el cóctel a sus mandíbulas mientras reflexionaba. "Es curioso cómo niega la religión y los dioses. No se considera uno, dice que promueve la lógica pura, la ciencia, lo real... y sin embargo, todo lo que he leído sobre él suena muy, digamos, divino."
Reuben esbozó una sonrisa irónica. "Ah, sí, el Regente Infinito, el apóstol de la ciencia, siempre rechazando lo supersticioso... pero dime, Zael, ¿qué otra cosa es un ser inmortal, aparentemente omnipotente y omnipresente que dicta las leyes del universo, si no un dios?"
Zael se rió. "Es cierto, ¿no? Controla el espacio a su antojo, mueve ejércitos con un solo pensamiento, y, según leí, puede alterar la materia y las leyes de la física."
Reuben asintió, bebiendo también. "Exactamente. Y no olvidemos la forma en que lo reverencian. Los altos mandatarios le rinden pleitesía, lo adoran casi como a un salvador. Si eso no es un comportamiento de dios, no sé qué lo es."
Zael se burló. "Y qué decir de su famosa ‘resistencia’. Se dice que sobrevivió al colapso de estrellas, y que se ha enfrentado a entidades cósmicas y salió ileso. Si eso no es una prueba de inmortalidad, me pregunto qué lo sería."
Reuben le lanzó una mirada pícara. "Ah, pero aquí viene lo más irónico: mientras él niega a los dioses, todos los que lo rodean parecen verlo como uno. ¿Cuántas veces he escuchado a sus seguidores decir que su sabiduría es insondable, que su poder no tiene fin, que su voluntad es inquebrantable? La ironía es tan espesa que podría cortarse con una daga."
Zael dejó escapar una carcajada. "Así que el Regente es el dios de la lógica, el dios de la ciencia, oh, pero no un dios en absoluto, claro que no. Sólo es un ser que puede hacer todo lo que un dios haría, excepto admitirlo…"
Reuben levantó su copa con un gesto burlón. "Exactamente. Pero no, según él, somos todos supersticiosos por creer en fuerzas más allá de lo tangible, mientras él camina por el cosmos, alterando la realidad a su capricho."
Zael levantó su propia copa y la chocó con la de ella a la distancia, sin realmente tocarse, solo haciendo el gesto. "Un brindis por el dios que no es un dios. El único que te puede quemar con su mirada, desintegrar con un pensamiento, pero claro, todo en nombre de la lógica… Nunca tuve la oportunidad de verlo en persona, pero he escuchado historias. Pero sé que él es un gigante de tres metros, plateado, con un solo ojo rojo en forma de rombo. Un ser que parece salido de una pesadilla."
Reuben se encogió de hombros. "Me gustaría poder decir que su apariencia es lo peor de él, pero ese aura que emana... es aterradora. Te hace sentir como si estuvieras frente a una tormenta, una que podría arrasar con todo a su paso. Solo con mirarlo, puedes sentir el peso de su poder. No importa cuánto lo niegue, Zael. Todo lo que hace, cada gesto, cada palabra, grita divinidad. Quizás no quiera admitirlo, pero el universo lo ve por lo que realmente es.”
"Ah, Reuben… la paradoja final. Solo la verdadera divinidad niega su divinidad. Los falsos dioses claman serlo, se ahogan en la adoración y exigen templos, pero él… se contenta con el universo como su altar, con las leyes como su dogma, el miedo como su única plegaria. ¿Y no es esa, después de todo, la forma más pura de ser un dios?"
Reuben sonrió de manera astuta. "La ironía más grande de todas, Zael. Un dios que se niega a creer en dioses."
Zael frunció el ceño. "¿Y la voz? ¿Cómo es esa voz que dicen que puede doblegar voluntades?"
Reuben hizo una pausa, recordando aquellos momentos en los que tuvo la… Mala suerte, de hablar cara a cara con el Regente Infinito. "Profunda, como un trueno distante. Cada palabra que pronuncia está impregnada de autoridad y miedo. La forma en que habla puede hacerte dudar de tus propias convicciones. Es un maestro de la manipulación, usando su voz como un arma."
"Esas características son dignas de un rey," murmuró Zael, lleno de sarcasmo. "Sin embargo, yo diría que detrás de esa fachada hay un ser que esconde una profunda inseguridad. Alguien que teme perder su control, su poder. Es lo que lo hace vulnerable, al final."
"Exactamente," respondió Reuben, disfrutando del intercambio. "Un hombre, o cosa, que se aferra a su dominio porque sabe que, sin él, no es nada. Es una especie de caricatura de lo que podría haber sido un verdadero líder. La Hegemonía debería estar en manos de aquellos que tienen la sabiduría y la fortaleza de un verdadero gobernante, no de un monstruo que teme su propia sombra."
Zael sonrió con aprobación. "A veces me pregunto cómo es posible que Arin le jure lealtad a alguien así. Tal devoción es desconcertante. ¿Qué tiene el Regente que todos lo temen tanto? No es solo su fuerza física, ¿verdad?"
"Es su manipulación," dijo Reuben. "Ha construido un sistema que lo protege, rodeándose de individuos que son igualmente corruptos. Pero al mismo tiempo, hay aquellos que sienten que deben rendirle homenaje por miedo a las represalias. Es un ciclo de control, y mientras más poder acumula, más desconfianza genera. Eso lo vuelve aún más patético."
"Si tan solo pudiera verlo en persona," comentó Zael, con su tono cargado de un deseo de confrontación. "Me gustaría entender cómo alguien así puede influir en tantos. ¿Acaso es carisma? ¿Es su presencia? O, ¿es solo pura y dura fuerza?"
Reuben se encogió de hombros. "No lo sé. Pero lo que sí sé es que, por mucho que lo odies, debo admitir que tiene una presencia que hipnotiza a quienes son débiles. La verdadera pregunta es: ¿qué pasaría si se quedara sin su aura? ¿Qué sucedería si todos vieran la verdad detrás de la máscara?"
Zael se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre la imagen que Reuben había pintado del Regente. "Tal vez algún día tengamos la oportunidad de despojarlo de su poder, de mostrarle a las galaxias que el miedo no es lo que une a un verdadero imperio," concluyó. "Pero, es impresionante pensar en cómo el Regente Infinito logró llevar a los Éndevol a donde están ahora, conquistando tres galaxias enteras con solo su voluntad. A pesar de todo lo que sentimos por él, no podemos negar su genio estratégico. Es un verdadero enigma."
Reuben se rió. "Genio, sí, pero también un maniaco de control. ¿Acaso no te has preguntado cómo pudo lograrlo todo él solo? Tres galaxias conquistadas, un sistema tan perfecto que, como dije, hasta su sombra parece temerle. Pero, claro, eso no quita que sea un tirano."
"Exactamente," replicó Zael, su sonrisa sarcástica reflejando su incredulidad. "¿Quién lo sostiene? Todos sabemos que la verdadera lealtad es un espejismo, y lo que le teme también lo desprecia. Pero, dime, ¿dónde ha estado durante más de quinientos años? ¿Acaso se ha vuelto una especie de deidad, desaparecido en su propio mito?"
Reuben se dejó llevar por el humor oscuro. "Tal vez esté en una isla privada, disfrutando de un cóctel mientras observa a sus títeres moverse. O quizás, se ha convertido en una especie de fantasma, flotando entre las estrellas."
Zael alzó la copa, observando cómo el líquido esmeralda atrapaba la luz. Su brillo parecía pulsar, como si la bebida misma contuviera una energía propia. Dio un largo sorbo, dejando que el sabor, fuerte y especiado, le llenara la boca. Una calidez intensa se extendió por su pecho, un efecto que solo bebidas como el verdadero Dark Ale Parlyzer podían provocar.
"Es casi perfecto," comentó, girando la copa en su mano. "Debo admitir que los Raytra tienen talento para las imitaciones."
Reuben lo miró con una sonrisa ladeada, mientras su dedo trazaba el borde de su propia copa. "Las leyendas dicen que el verdadero Dark Ale Parlyzer es tan potente que un humano no sobreviviría a más de un sorbo. Paralizaría su sistema nervioso por completo."
Zael dejó escapar una carcajada grave, casi un rugido. "¿Humanos? Esto es para razas superiores como los Saíglofty o los Raytra. Nuestros cuerpos están diseñados para resistir lo que otros considerarían un vil veneno. Para nosotros, es simplemente… un buen licor fuerte."
Reuben asintió, tomando otro trago de su bebida, dejando que la quemazón se deslizara por su garganta. La conversación comenzó a relajarse, las barreras de la diplomacia se diluyeron con cada sorbo.
Entre risas y copas llenándose una y otra vez.
"Me encantaría verlo," dijo Zael, mientras su risa profunda se mezclaba con la de Reuben. "Imaginar su expresión al descubrir que su Imperio está en ruinas. Con su precioso Concejo de los Supremos Éndevolitas desmoronándose, mientras él está fuera, sin importarle una mierda."
Reuben dejó escapar una risa clara. "Y lo mejor de todo es que, mientras tanto, Resalthar está en declive. Quizás en su soledad perfecta, encerrado en su Palacio Infinito, se está preguntando en qué momento dejó que todo se desmoronara. ¡Ah, la ironía! El autoproclamado estratega supremo, perdiendo el control."
"¿Te imaginas su regreso? Apareciendo en la sala del Concejo, mirando a esos pobres idiotas con desdén. '¿Qué han hecho mientras estuve fuera?' La respuesta será: un desastre."
"¿Y si no les pregunta nada?" sugirió Reuben. "¿Y si simplemente los ejecuta a todos, sin decir una palabra? Lo imagino apuntando con un dedo geométricamente perfecto, y uno a uno, caen como piezas de un juego que solo él entiende."
"¿Y qué hay de esto? ¿Qué haría si uno de los concejales intentara defenderse? Imagina que alguien se atreve a levantar la voz contra él."
"¿Contra el Regente?" Reuben hizo un ademán exagerado, llevando una mano a su pecho en falso dramatismo. "Ese pobre desgraciado sería reducido a un puñado de estadísticas en un nanosegundo. Su muerte sería tan eficiente que parecería un favor."
"Quizás deberíamos llamarlo," dijo Zael, su tono medio en broma, medio en serio. "Decirle que nos envíe su versión de un Dark Ale Parlizer. ¿Quién sabe? Tal vez la lógica suprema también incluye saber destilar."
"Oh, estoy segura de que podría crear algo perfecto. Pero, ¿sería divertido? ¿Tendría alma? Esa es la verdadera pregunta."
"Si Arin nos viera ahora mismo, estoy seguro de que nos haría ejecutar en el acto. Probablemente con un discurso sobre cómo 'desafiar la grandeza es desafiar la lógica del universo mismo'. ¿No te parece que tiene un extraño talento para hacer que todo suene pretencioso y aburrido a la vez?"
Reuben casi escupió su bebida al reírse. "¡Exactamente! Arin es el tipo de persona que podría leer una lista de compras y convertirla en una tesis sobre la supremacía moral del Regente. 'Oh, veamos, Rorrsyl, porque representan la eficiencia energética; y Cerepan, por su simbolismo de sustento intergaláctico…'"
"¿Y qué me dices del Regente? Me lo imagino escuchando a Arin con esa cara geométricamente perfecta y pensando: 'Qué conveniente es tener seguidores tan... incondicionalmente inútiles'."
"¡Oh, por favor! El Regente probablemente ni siquiera escucha. Estoy segura de que tiene alguna inteligencia artificial instalada para filtrar las tonterías. Imagina que solo recibe un resumen diario: 'Hoy, Arin habló durante tres horas sobre la pureza del metal perfecto. Conclusión: Nada relevante'."
"¿Y qué hay de su palacio? Ese monumento absurdo que llaman el Palacio Infinito. ¿A quién se le ocurre construir algo tan grande que nadie pueda verlo entero? Apostaría que ni siquiera sabe dónde está el baño."
Reuben levantó un dedo, como si estuviera compartiendo un gran descubrimiento. "Es como si dijera: 'Soy tan grandioso que ni yo mismo puedo entender mis propias creaciones.' No me sorprendería que se pierda en su propio palacio y, en lugar de admitirlo, simplemente declare: 'Esto es parte de mi plan maestro'."
Entonces la situación se tornó seria, Reuben lanzó una mirada asesina antes de hacer una pregunta, fue demasiado abrupto.
"Pero, ¿qué pasará si él vuelve y decide que su tiempo fuera ha terminado?" preguntó. "¿Qué pasaría si se da cuenta de que ha perdido el control, y decide recuperarlo con mano de imperialita? ¿La Hegemonía estará preparada para eso?"
Zael frunció el ceño, contemplando el futuro incierto mientras intentaba ponerse serio. "Si él regresa, será una guerra aún mayor que la que ya estamos viviendo. Pero creo que su ausencia ha dejado un vacío que otros pueden aprovechar. Esa es nuestra oportunidad. Mientras él esté fuera, nosotros podemos trazar nuestros propios caminos, quizás construir lo que él nunca pudo."
"Y si la Hegemonía se desmorona, nosotros estaremos ahí, listos para llenar el vacío," dijo Reuben, cargada de ambición. "Ambos lo sabemos: el caos es el mejor aliado de los manipuladores."
Zael la observó con atención, cruzando los brazos sobre la mesa, con el gesto acentuando su torso. "¿Y qué hay de nosotros, Reuben? ¿Cómo encajamos en este escenario? Si el caos es nuestro aliado, ¿por qué no aprovecharlo para crear algo más... íntimo?"
Reuben levantó una ceja, un destello de sorpresa mezclado con interés en su mirada. "¿Intimidad, Zael? ¿No estás hablando de mezclar negocios con placer?"
"Precisamente," respondió Zael, manteniendo el contacto visual. "El placer puede ser una herramienta poderosa. Si logramos enredar nuestros destinos de manera más personal, podríamos manipular la situación a nuestro favor, no solo en el plano político, sino también en el... personal."
Reuben se enderezó. "Ah, pero ten cuidado, querido. Las emociones pueden volverse peligrosas. Pero debo admitir que la idea de tener un aliado... íntimo es intrigante."
A medida que hablaban, la distancia entre ellos se sentía cada vez más pequeña, como si las sillas que los separaban se desvanecieran. Reuben se movió un poco más cerca, susurrando con dulzura: "¿Te gustaría acompañarme a mi habitación? Podemos discutir nuestros planes más... a fondo."
Zael sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Era una invitación cargada de insinuaciones, una promesa de complicidad. "Y si nos descubrimos, ¿no sería eso un riesgo?"
Reuben se inclinó, con sus labios curvándose en una sonrisa traviesa. "El mayor riesgo es no actuar. Además, tengo mis maneras de asegurar que no seremos interrumpidos."
Zael, sintiéndose atraído por la persuasión de Reuben, se levantó y comenzó a caminar hacia ella, disfrutando del modo en que su figura se deslizaba con confianza. "Quizás un poco de riesgo no suene tan mal."
Comenzaron a caminar juntos, pero antes de que pudieran salir de la habitación, Reuben se detuvo súbitamente. Su larga cola se movió grácilmente mientras giraba para enfrentarse a él.
"Zael. Antes de que vayamos más lejos, hay algo que quiero enseñarte. Entre los Raytra, hay una tradición que define nuestras conexiones más profundas. Se dice que ‘a las chicas Raytra les encanta danzar, el movimiento es su lenguaje más natural.’ ¿Has bailado alguna vez?"
Zael la miró, con curiosidad y ligera incomodidad. "Si te refieres a moverme al ritmo de la música, no soy precisamente un experto."
Reuben dejó escapar una risa ligera, cargada de encanto. "Esto no es un baile cualquiera, y no necesitamos música. El baile Raytra es diferente. Es una conversación sin palabras, un diálogo entre dos cuerpos que buscan entenderse."
Ella se acercó, su rostro estaba iluminado por las marcas rojas que atravesaban su cara y cuello, las cuales comenzaron a brillar de forma pulsante, como si reflejaran su emoción, que lo hacían. Reuben extendió una mano hacia Zael, con sus dedos delgados y adornados con delicados anillos que tintineaban suavemente.
"Confía en mí. Solo sigue mis movimientos."
Zael tomó su mano, sintiendo la inesperada calidez de su piel a pesar de los implantes metálicos que adornaban sus brazos. Reuben dio un paso atrás, moviendo su cuerpo con una fluidez que Zael encontró hipnótica. Su cola, larga y flexible, trazó un arco elegante en el aire, marcando un compás invisible.
"Empieza con esto," dijo ella, guiando la mano de Zael hacia su cintura, sus dedos eran firmes pero gentiles al ajustar su postura. Con la otra mano, lo condujo suavemente, ejerciendo una presión sutil en su palma, suficiente para indicarle dirección sin forzarlo. "No se trata de dominar ni de ser dominado. Es un equilibrio, un juego de tensiones. Avanza cuando yo retroceda."
Zael intentó seguir sus movimientos. Su primer paso fue vacilante, un pequeño tropezón que lo hizo fruncir el ceño en frustración. Reuben, sin embargo, sonrió con paciencia y corrigió su postura, inclinando su hombro hacia adelante. "Mira mis pies," susurró. "Y escucha el latido de tu propio cuerpo. El baile no es solo físico, también es emocional."
Ella avanzó un paso, dejando que su cola describiera un arco detrás de ella, y Zael, torpe pero determinado, intentó igualarla. Reuben lo detuvo con un leve tirón de la mano. "Pausa, no te apresures. Cada movimiento tiene un propósito, una intención. Si das un paso demasiado pronto, pierdes la conexión."
Zael exhaló profundamente y asintió, enfocándose en los movimientos de Reuben. Sus pies deslizaban sobre el suelo con una fluidez que parecía innata. Sus caderas se movían en un balanceo sutil, casi hipnótico, mientras giraba. "Los Raytra bailamos así para demostrar confianza," explicó, sin romper el ritmo. "Un gesto de respeto, pero también una prueba de compatibilidad."
Zael intentó imitar uno de sus giros, pero su movimiento carecía de la gracia de Reuben. La inclinación de su torso fue demasiado pronunciada, lo que lo hizo tambalearse ligeramente. Reuben soltó una risa clara, melodiosa. "No está mal para tu primer intento," dijo con suavidad, acomodando sus manos sobre las de él. "Pero recuerda, Zael, esto no es una batalla. Relájate, permite que tu cuerpo hable por ti."
Ella tomó un paso hacia adelante, permitiendo que sus cuerpos quedaran a apenas un suspiro de distancia. Zael podía sentir el leve calor de su piel y las marcas de luz pulsante que trazaban un delicado resplandor en su frente y mejillas. "Observa esto," dijo Reuben, girando lentamente. Sus pies marcaban un círculo perfecto, mientras su cola hacía un movimiento paralelo, uniendo su giro con una precisión poética. "Es un gesto de apertura. Cuando hago esto, estoy diciéndote que confío en ti para sostenerme si me detengo."
"Eso... tiene mucho peso," murmuró Zael.
"Lo tiene," respondió ella, ahora avanzando con un paso fluido que exigía que él retrocediera. "Pero no te sobreanalices. Déjate llevar." El toque de sus dedos en su palma se intensificó un momento, un pulso que sincronizaba sus movimientos. "En tiempos antiguos, si dos Raytra podían bailar como uno, se decía que sus almas estaban destinadas a entrelazarse."
El comentario dejó a Zael momentáneamente sin palabras. Cuando intentó replicar el giro que había visto, su movimiento fue menos refinado, pero tenía algo de la intención que Reuben había mostrado. Sus pies trazaron un semicírculo en el suelo, y aunque su equilibrio falló ligeramente, se corrigió con rapidez.
Reuben sonrió, esta vez sin risa. "Mejor," dijo, tocando su hombro para ajustar su postura. "Siente la conexión entre nosotros. Es un diálogo. Cada movimiento que hago es una palabra, y tú debes responder."
Zael comenzó a moverse con mayor confianza, sus pasos torpes cedían a una fluidez que apenas empezaba a descubrir. Sus movimientos eran más amplios, menos restringidos por el pensamiento consciente, mientras Reuben ajustaba su ritmo al de él. "Así está mejor," murmuró ella, acercándose un poco más. "Ahora, Zael, deja que la música de este momento te guíe. No pienses. Siente."
Los dos giraban como en un espacio suspendido, envueltos en la luz tenue que parecía pulsar al ritmo de sus movimientos.
"Estás aprendiendo rápido," susurró. "Tal vez, después de todo, tengas algo de Raytra en ti."
Zael sonrió, recuperando algo de su propia audacia. "O tal vez es que tengo a la mejor maestra."
Reuben dejó escapar un suave "hmm".
Finalmente, detuvo el baile. "Creo que es suficiente por ahora. Te has ganado el derecho de acompañarme a mi habitación."
Tomó su mano de nuevo mientras lo conducía hacia las imponentes puertas de la habitación real. "Y Zael," añadió, sin mirarlo, pero con una sonrisa que podía sentirse en su voz, "la próxima vez, tal vez seas tú quien me enseñe algo."
Reuben soltó una risa suave. "Es encantador cómo un joven de menos de doscientos años tiene tanta audacia. La juventud es un lujo que a veces se gasta en imprudencias."
A medida que caminaban, Zael sintió la necesidad de acercarse más a ella. "Imprudente, quizás. Pero también tengo la energía de la juventud. Y tú... tú tienes la sabiduría que viene con los años. Juntos, podríamos ser imparables."
Reuben lo miró de reojo. "Quizás lo que parece una diferencia de edad es, de hecho, una ventaja. Mi experiencia y tu impulso podrían crear algo poderoso."
"Lo es, sin duda," concordó Zael. "Además, tengo que admitir que te encuentro... fascinante."
Se detuvieron en un pasillo menos iluminado, Reuben se volvió hacia Zael, con una mirada intensa y profunda. "Y yo encuentro en ti un destello de audacia que he echado de menos. La vida puede volverse monótona sin un poco de caos."
Ambos se acercaron, con su espacio personal disminuyendo, cada uno consciente de la atracción que los unía. "¿Te importa si aprovecho esa audacia?" murmuró Reuben, inclinándose ligeramente, Zaek tenía sus labios tan cerca que la calidez de su aliento se mezclaba con la del otro.
Zael se sintió envuelto en un torbellino de emociones, la mezcla de respeto y deseo... "Adelante," respondió. "Que esta noche sea el comienzo de algo nuevo…"
Con la mano aún entrelazada, comenzaron a caminar nuevamente, la habitación real como su destino.
Al llegar a la entrada de la habitación real, se detuvieron ante unas puertas imponentes, talladas en Imperialita pintada de dorado y adornadas con grabados que representaban escenas de la naturaleza exuberante que caracterizaba a Bahcame, el planeta natal de los Raytra, pero perdido a manos del Imperio de G. Las imágenes de Shalas acechando entre hojas verdes y flores doradas brillaban a la luz tenue que se filtraba a través de las rendijas, creando un ambiente mágico.
Reuben se acercó a las puertas, que se alzaban más de tres metros, y colocó su mano sobre un panel de metal dorado que se extendía a lo largo de la puerta. "Debo ingresar la contraseña," explicó, mirando a Zael con una sonrisa.
"¿No se supone que un palacio está lleno de guardias?" preguntó Zael. "No he visto a ninguno en este nivel."
"Les envié un mensaje para que tomaran guardia externa," respondió Reuben con despreocupación. "Es más seguro así. Quiero que esta noche sea solo para nosotros."
Zael se sintió intrigado, la audacia de Reuben era cautivadora. "¿Y qué hay de la seguridad? Un palacio vacío es una espada de doble filo."
"Confía en mí," dijo Reuben. "Nadie interrumpirá nuestra noche..."
Con un toque elegante, Reuben comenzó a ingresar la contraseña en el panel. Las puertas comenzaron a abrirse lentamente, revelando la opulencia del interior: un espacio vasto y abierto, lleno de colores vibrantes que evocaban la selva misma.
El oro y el verde se entrelazaban en los muebles y adornos, mientras que enormes plantas tropicales se alzaban desde las esquinas, creando un ambiente de lujo y misterio. Los muebles, hechos de maderas preciosas, estaban decorados con almohadones de tonos intensos, y el aire estaba impregnado de un suave aroma a flores exóticas.
Zael se detuvo un momento, absorbiendo la belleza del lugar: "Es impresionante," murmuró, dejando que su mirada recorriera el espacio. "Casi parece que la selva ha sido traída aquí."
"Bahcírion siempre ha estado en armonía con la naturaleza," dijo Reuben, avanzando con confianza dentro de la habitación. "Es un lugar donde se pueden desatar los instintos primordiales."
Zael la siguió, el ambiente cargado de energía mientras la puerta se cerraba detrás de ellos con un suave clic. "¿Y qué instintos primordiales planeas desatar esta noche?"
Reuben se volvió hacia él. "Todo a su debido tiempo, Zael. Primero, exploremos lo que hemos construido juntos."
Zael continuó admirando la lujosa habitación, absorto en la mezcla de naturaleza y opulencia que lo rodeaba. Sin embargo, la atmósfera cambió repentinamente cuando, al volverse, encontró a Reuben frente a él. Ella había abandonado su uniforme, dejándolo atrás como un vestigio de una vida formal. En su lugar, la visión de su cuerpo desnudo lo tomó por sorpresa, haciéndolo detenerse por un instante, con la respiración atrapada en su garganta. Reuben era una Raytra que desafiaba las proporciones estándar de su raza al llegar casi a los dos metros.
Las formas de su cuerpo eran seductoras, con un pecho perfectamente contorneado, eran como dos esculturas que capturaban la esencia de la belleza y la fuerza. La suave piel oscura se contrastaba con los delicados matices de su figura, que insinuaban una fuerza interna, un poder que iba más allá de lo físico.
Reuben se movió con gracia, mostrando sus largas piernas tonificadas, mientras sus caderas acentuadas marcaban un camino seductor.
"¿Te gusta lo que ves?"
En la habitación, las barreras de poder y responsabilidad se desvanecieron. En el roce de sus cuerpos, encontraron un consuelo fugaz, un momento de humanidad. Ninguno pronunció palabras; no había necesidad. El mundo podía arder, pero esa noche era solo de ellos…
Era de mañana. Las paredes, de un verde cactus, estaban decoradas con grabados dorados que se asemejaban a enredaderas, trepando hacia el techo, que se arqueaba en una cúpula de cristal tintado de marrón, cuyos marcos eran lámparas. La luz del sol artificial, simulada por las lámparas del techo que imitaban el brillo de una mañana tropical, se filtraba a través de los paneles, bañando la habitación en una calidez amarillenta. El aire estaba impregnado con el sutil aroma de madera fresca y hojas húmedas, mezclado con la esencia dulce de flores exóticas que colgaban de las vigas. Sonaba el zumbido suave de una corriente de agua en el fondo, que emanaba de un pequeño estanque decorativo al pie de la cama, donde las plantas acuáticas se balanceaban perezosamente en el líquido claro.
La cama, la pieza central de esta habitación regia, era una estructura de madera tallada a mano, oscura y robusta. Las sábanas, de seda verde esmeralda, se arrugaban de manera desordenada alrededor de Reuben y Zael, aún dormidos y entrelazados. Cojines de terciopelo en tonos dorados y marrones se esparcían descuidadamente, testimonio de una noche intensa.
A lo lejos, un tocador de cuarzo citrino, casi oculto tras una cortina de lianas decorativas, albergaba varias joyas brillantes y fragmentos de tecnología. A un lado, un espejo de cuerpo entero enmarcado en enredaderas doradas reflejaba fragmentos de los dos cuerpos desnudos en la cama, capturando los movimientos sutiles de la mañana.
Mientras Reuben y Zael comenzaban a despertar, el silencio era interrumpido por un suave roce de sus entrepiernas, un contacto íntimo que reavivaba la conexión de la noche anterior. La mano de Zael, descansando con familiaridad sobre la curva de la cadera de Reuben, se movió lentamente, mientras su brazo permanecía extendido a lo largo de su espalda. Su otra mano, entrelazada con los dedos de Reuben, reposaba con suavidad sobre su abdomen, sintiendo el calor que emanaba de su piel.
Reuben, con su cabello desparramado en desorden sedoso sobre la almohada, abrió lentamente los ojos. Los rayos de la luz dorada iluminaban su rostro, y sus ojos, aún cargados de sueño, se encontraron con los de Zael, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
Zael, sintiendo la cercanía y la calidez, le devolvió la sonrisa, con sus mandíbulas ligeramente abiertas, dejando que una risa suave escapara de su garganta.
Reuben suspiró suavemente, y con un movimiento perezoso, se incorporó en la cama. Las sábanas de seda cayeron de su cuerpo, dejando al descubierto su silueta. Con las piernas cruzadas, se sentó, con la mirada aún fija en Zael.
“Curioso el sexo entre razas, ¿no crees?” comentó Reuben. “Es extraño pensar que lo soporté tan bien… cuando, por lo general, mi raza no está diseñada para… soportar una penetración, no se si conozcas como funciona la reproducción Raytra, pero en nuestra raza no existe la penetración, los miembros de los machos ni siquiera se paran o algo asi, simplemente es como pegar dos dedos y ya, pero aun así, las hembras somos capaces de sentir placer con la penetración, curioso…”
“Bueno, lo que importa es que sobreviviste a la experiencia…”
Reuben dejó escapar una risa sincera mientras deslizaba un dedo por su propio abdomen, notando aún el ligero rastro blanquecino de lo que habían compartido. “Aunque… parece que sigo teniendo un poco de ti dentro,” dijo, con un tono pícaro. Ambos soltaron una pequeña risa, sabiendo que entre razas, el embarazo era literalmente imposible… Aunque había razas híbridas como los Rayvtie…
Ella se reclinó hacia atrás, disfrutando del momento. "Así que, Zael," continuó, "creo que podemos considerarlo una experiencia exitosa."
"Quizás deberíamos explorar más esas 'sorpresas'... Lo que hicimos fue más que físico. Fue un pacto. Tuvimos que abrirnos el uno al otro, literal y figurativamente, sin máscaras ni barreras. Eso no lo haces con cualquiera."
Reuben lo estudió en silencio durante unos momentos.
"Tienes razón," admitió, deslizando sus dedos por la palma de Zael. "Y eso hace que lo que estamos a punto de hacer sea aún más... trascendental."
"¿Te refieres a nuestra pequeña alianza secreta?"
"Exacto," dijo, incorporándose. "Sabes tan bien como yo que el CIRU, la Hegemonía Resalthar, y la DCIN han monopolizado el poder durante demasiado tiempo. Han aplastado a razas enteras, reducido a planetas a cenizas, y todo por su insaciable avaricia. Pero ahora... tenemos una oportunidad única."
"Hablas del mapa, ¿verdad?"
"Sí, toda la información que necesitarían los Omniroides para ejecutar su movimiento contra el CIRU. Solo habrá que esperar."
"¿Y estás segura de esto? Si nos descubren, tanto el CIRU como la Hegemonía nos perseguirán hasta los confines del universo."
"Lo sé. Pero si queremos un cambio real, debemos estar dispuestos a correr riesgos."
Zael soltó un suspiro pesado, pasando una mano por su cabello desordenado. "Muy bien, pero esto no será fácil. Tendremos que movernos con cuidado, planear cada detalle. Y cuando llegue el momento, debemos estar preparados para enfrentarnos a lo peor."
"Lo estaremos. Y cuando los Omniroides conquisten Horevia, cuando derriben al CIRU y comiencen a construir algo nuevo, sabremos que fuimos parte de ello..."
Horas después, Zael activó las Operaciones de Sombra, un conjunto de misiones encubiertas llevadas a cabo por un grupo de operaciones conocido como Fuego Silente. Este, compuesto por agentes especializados en infiltración y sabotaje, fue desplegado en los sistemas donde se habían identificado alianzas rebeldes. La operación más notable tuvo lugar en el planeta Taldros, donde se logró desarticular una célula clave pro-Omniroide, provocando la caída de su liderazgo y la fragmentación de su red de apoyo logístico.
La implementación de las estrategias delineadas por Zael resultó en una notable contención de la influencia de los Omniroides en las regiones críticas. Las operaciones de defensa en el sector Karthan lograron reducir en un 63% las incursiones rebeldes en las rutas de suministro, Y desmanteló al menos siete células insurgentes antes de que pudieran consolidar sus operaciones.
Hegemonía Resalthar: La expansión de los Omniroides y su influencia creciente en los territorios de la galaxia Hakko representó una amenaza inminente para la estabilidad de los sistemas gobernados por la Hegemonía. Arin convocó a su círculo de consejeros más cercanos en la Sala de Consejo de Horevia, el planeta capital del sistema homónimo.
El Consejo, formado por los más leales y experimentados líderes militares, políticos y científicos de su raza, se reunió bajo la dirección de Arin. En esta sesión, se llevó a cabo una evaluación minuciosa de la situación. El territorio de Hakko, dominado por la Monarca Reuben de Bahciríon, era un punto crítico. Las grietas infernales que atravesaban la galaxia, distorsionando las realidades espaciales y temporales, representaban tanto una barrera como una oportunidad para maniobrar en contra de los Omniroides.
Arin ordenó a sus consejeros que exploraran todas las posibles tácticas para fortalecer las defensas de Hakko sin comprometer las relaciones con Reuben, cuya autoridad sobre la raza Raytra y dominio sobre los sistemas de Bahciríon eran esenciales para el éxito del CIRU.
En respuesta a la creciente actividad Omniroide y sus conexiones con facciones rebeldes, Arin autorizó la Operación Velas Negras, un despliegue coordinado de flotas Éndevol en las fronteras de Hakko. Esta operación, ejecutada por la 32ª Flota, consistía en 120 cruceros de combate clase Latur's Nightmare y 300 cazas interceptores Karyu-class, todos equipados con dispositivos de camuflaje y generadores de campos cinéticos que permitían maniobras de infiltración en las áreas más inestables del espacio fracturado. El objetivo principal de la operación era monitorear los movimientos Omniroides y neutralizar cualquier intento de incursión antes de que alcanzaran sistemas claves como Thuriel y Zorath.
Uno de los desafíos más complejos fue la intervención del Imperio de G, una facción que, aunque no aliada con los Omniroides, complicaba las operaciones del CIRU en Hakko al aprovechar la confusión para avanzar sus propios intereses. Arin coordinó una serie de acciones subversivas diseñadas para desestabilizar las bases del Imperio de G en el sector Vorna, cercano a la galaxia Hakko. Mediante el uso de agentes encubiertos y el sabotaje de sus instalaciones clave, como los astilleros dentro del sector Vorna de la galaxia G-842, galaxia casi pegada a la galaxia Hakko, la influencia del Imperio fue debilitada significativamente, permitiendo que las fuerzas del CIRU operaran con mayor libertad en la región.
Las estrategias implementadas por Arin comenzaron a rendir frutos rápidamente. La Operación Velas Negras logró interrumpir al menos veinte incursiones planificadas por los Omniroides en un período de tres meses, reduciendo la amenaza a un nivel manejable. Además, las alianzas reforzadas con los Raytra, bajo el liderazgo de Reuben solidificaron la defensa de la galaxia Hakko, bloqueando muchas rutas críticas que los Omniroides utilizaban para sus movimientos subversivos.
Etheria: La Gran Matriarca Vira Okpara, líder indiscutible de la raza Phyleen, y matriarca suprema de la nación de Etheria, que abarca tanto la Gran Nube de Magallanes como la galaxia Noir y el 50% del territorio de la galaxia Xect compartimiento el otro 50% con la Hegemonía Resalthar.
Ella recibió recientes informes de saqueos y actos subversivos por parte de los Omniroides en regiones estratégicas de sistemas importantes como Kythora y Illor, que han encendido la chispa de un fervor guerrero que pocos en la historia han presenciado.
El surgimiento de grupos rebeldes simpatizantes con los Omniroides dentro de las fronteras de su dominio provocó una reacción rápida e intensa.
A pesar de su furia inicial, comprendió la necesidad de una estrategia que fuera más allá de la mera confrontación directa. En la Sala de Guerra de la Ciudad de Thalassia en Folken, la capital de Etheria, Vira convocó a su Consejo de Guerra, compuesto por los más astutos generales y estrategas. Su objetivo: planificar una campaña militar que no solo neutralizara la amenaza inmediata, sino que también consolidara el poder Phyleen en las regiones afectadas.
Vira aprobó la Operación Espina Roja, un despliegue masivo de 2,500 naves de asalto Xipetotec y 1,500 bombarderos de largo alcance Tzitzimimeh en las fronteras exteriores de Magallanes. Estas se desplegaron en un patrón defensivo a lo largo de las rutas comerciales críticas, especialmente en el sector Doria de Magallanes, donde se había reportado actividad Omniroide. El objetivo principal de esta operación era interceptar y destruir cualquier incursión rebelde antes de que alcanzara las estaciones de extracción de Zyloón y Ithrakis, vitales para el abastecimiento energético de Etheria.
Las operaciones iniciales lanzadas por la Gran Matriarca Vira demostraron ser efectivas en contener y repeler la mayoría de las incursiones Omniroides en la región de Etheria. La Operación Espina Roja aseguró las fronteras de Magallanes, sin embargo, la inteligencia Phyleen sugiere que los Omniroides están explorando nuevas rutas a través de sistemas menos vigilados en la Nebulosa Krystara, lo que podría representar un nuevo desafío en los próximos ciclos.
Flor Imperial: El Rey Alef, venerado líder de la Humanidad de Flor Imperial, ha estado en el trono durante más de dos mil años, como un testamento a su habilidad para navegar en un universo en constante cambio y peligro.
El Rey Alef convocó a su consejo de guerra en el Palacio Real, una imponente estructura en el planeta Aode. Durante esta reunión, Alef pronunció un discurso apasionado, instando al Concejo de los siete Nobles y Generales Espadas de la Flor a prepararse para la defensa de su raza y el futuro de la humanidad. Enfatizó su compromiso de luchar "hasta el último aliento", que fue un llamado a las armas que sonó profundamente entre las fuerzas humanas.
Bajo su liderazgo, se implementó la Operación Negro Eterno, una estrategia defensiva que movilizó 2,300 naves de guerra acorazadas Alexander I y 580,200 unidades de infantería de la Legión de Vanguardia "Aquila Invicta" a las fronteras de la Vía Láctea. El objetivo principal de la operación era establecer una zona de exclusión alrededor de Helios IV, un planeta clave para el suministro de recursos.
Además de los movimientos militares convencionales, el Rey Alef implementó tácticas de guerra psicológica y desinformación. A través de la red de comunicaciones de Flor Imperial de los Archivos de Lavanda, se comenzaron a difundir rumores sobre una supuesta flota masiva de la humanidad en Sector Aelion de Magallanes, lo que llevó a los Omniroides a desviar recursos y fuerzas hacia ese sector. Este engaño permitió a las fuerzas humanas concentrar sus esfuerzos en otros puntos más débiles, facilitando una serie de victorias tácticas iniciales en los sistemas cercanos a Therion y Vardok.
La Operación Negro Eterno produjo resultados iniciales alentadores, con varias incursiones de Omniroides repelidas en el sector de Aurelia de la Via Lactea. Las fuerzas humanas han logrado asegurar una serie de estaciones de abastecimiento vitales, permitiendo un flujo constante de recursos hacia las líneas de frente. Sin embargo, los informes de inteligencia indican que los Omniroides están intensificando sus esfuerzos para infiltrar y desestabilizar los gobiernos de varias razas, incluyendo la humanidad. Alef y su consejo han reconocido que, para contrarrestar esta amenaza emergente, deberán fortalecer aún más sus alianzas y posiblemente adaptarse a nuevas tácticas que incluyan las Anclas Biorracionales superiores y la guerra cibernética.
República Omniroide: En su necesidad de recursos y materiales, recurrió a una serie de corporaciones bajo contratos secretos y acuerdos de "beneficio mutuo." Pese a la desconfianza inicial de algunos de sus miembros hacia entidades que no veían a los Omniroides como aliados, Nexus sabía que, en el universo, el dinero siempre sería el lenguaje universal.
“La lealtad de una corporación está en sus créditos; mientras pagues más, la fidelidad te pertenece. Así es como gira el universo, y el dinero es su eje.”
El Consorcio de Comercio Galáctico (CCG) facilitaba una vasta red de transporte y logística que conectaba innumerables sistemas estelares. A través de esta la República Omniroide pudo movilizar mercancías y tecnología sin despertar sospechas. Los contratos con CCG, cuidadosamente enmascarados bajo nombres de proveedores ficticios y empresas fantasma, permitieron el acceso a rutas comerciales establecidas y almacenes en diversas galaxias. A cambio de pagos regulares en créditos, el CCG aseguraba la entrega segura y puntual de piezas de maquinaria, componentes eléctricos, y materiales industriales esenciales.
Para el CCG, la identidad del cliente era secundaria frente a los enormes márgenes de ganancia y la fidelidad de los pagos. Cada semana, docenas de cargamentos llegaban a puntos ocultos en sistemas cercanos a Orion XII, desde donde eran transportados por naves no registradas a la base submarina de la República. Esta colaboración con el CCG garantizó un suministro estable de bienes y ayudó a expandir la infraestructura de la base sin interrupciones.
Dinámica Orbital Incorporada, conocida por su ingeniería aeroespacial de punta, era la opción ideal en cuanto a la construcción de naves de combate y megaestructuras espaciales. A través de intermediarios, la República contrató a DOI para que proveyera partes de infraestructura que serían ensambladas por el Fabricatorium. Desde módulos espaciales hasta estructuras de soporte, DOI se encargaba de proveer tecnología de vanguardia bajo contratos encubiertos que usaban intermediarios aparentemente neutrales.
DOI, aunque bajo el escrutinio de otras organizaciones, estaba motivada por la inversión constante de créditos y, mientras las transacciones se mantuvieran lucrativas y sus operaciones a flote, DOI permanecía en silencio sobre sus contratos “exclusivos” con estos terceros. Esto permitió que la República construyera naves y estaciones modulares en regiones remotas, mejorando su defensa sin llamar la atención de sus enemigos.
Industrias Piatha, el coloso de extracción y minería espacial, era otro aliado inadvertido en los intereses de la República. Especializados en la extracción de minerales raros y recursos en planetas lejanos y cinturones de asteroides, Piatha proporcionaba las materias primas necesarias para la producción de armamento pesado y estructuras blindadas.
Mediante empresas pantalla, la República Omniroide compraba en cantidades industriales materiales como el Vedralí, Titanio, Acero, Hierro, metales ligeros, y aleaciones como el Udestín que solo Piatha podía generar de forma eficiente. Piatha, interesada solo en el flujo constante de créditos, no veía razón alguna para investigar a fondo a estos compradores intermedios.
Soluciones Heretri, líder en nanotecnología y materiales avanzados, proporcionando a la República Omniroide un acceso invaluable a compuestos y materiales nanoestructurados de alta durabilidad y resistencia térmica como la Nanoceramica, el Nanotitanio y el Nanocarbono. Estos materiales eran fundamentales en la fabricación de armaduras ligeras y fuselajes de naves que podían resistir las condiciones extremas del espacio y las profundidades oceánicas de Orion XII.
Mediante contratos discretos, la República aseguraba entregas de materiales esenciales para sus proyectos e infraestructura. La compra de estos, gestionada por un reducido grupo de altos ingenieros en Soluciones Heretri, estaba protegida por estrictas cláusulas de confidencialidad y pagos significativos que aseguraban la discreción. Para Nexus, la relación con Soluciones Heretri era vital, ya que sus materiales reforzaban las defensas de la base y permitían innovaciones en las tecnologías de camuflaje y resistencia de los Omniroides.
En cuanto a los vehículos y transporte, la República Omniroide adquirió componentes y prototipos de varias compañías, incluidas TechWheels, CityCruiser, y MaxMotors. Estas fueron útiles para la República al proveerles plataformas de transporte modulares, robustas y adaptables. Estos fueron adaptados en el Fabricatorium para cubrir las necesidades únicas de los entornos extremos en los que operaban los Omniroides y dejar de depender de fuerzas externas.
La joya de estas adquisiciones era Pixilimit, famosa por su lujo, que incluso creaba cruceros para la DCIN y el CIRU. Aunque Pixilimit era conocida por su lealtad aparente al CIRU, en el universo de Nexus, esa lealtad tenía un precio, y la República Omniroide estaba dispuesta a cubrirlo. Mediante acuerdos tan opulentos como secretos, Pixilimit creó para la República aeronaves que fueron adaptadas para misiones encubiertas y transporte de oficiales de alto rango, como el modelo Aurora Argéntea X-17, diseñado principalmente para viajes, o el Tormenta Astral MK-X, modelo diseñado para guerra, o el mítico Ætherstrider Mk-VI.
“Mi vida no tiene valor frente a mi deber.
Mi humanidad no tiene cabida frente a mi misión.
Soy una herramienta de orden, una extensión de la voluntad suprema.
No romperé la línea, no caeré en la duda.
Si he de morir, que sea con mis botas sobre el enemigo.
Soy el portador de la justicia de la DCIN.
Por la gloria del deber y la eternidad del Regente,
que mi voluntad sea acero y mi lealtad, inquebrantable."
Juramento de la DCIN, de El Códice de la Línea Inquebrantable
DCIN: La DCIN, bajo órdenes del CIRU, dio la génesis de las Armas de Pulso, un armamento revolucionario diseñado exclusivamente para desactivar y neutralizar maquinaria no orgánica. Estas armas prometían ser la solución definitiva contra los Omniroides, o eso prometen...
En cada batalla ganada o emboscada exitosa, la DCIN, a veces con la ayuda del CIRU y de la Hegemonía Resalthar, capturaba a Omniroides debilitados o dañados, transportándolos en cargueros o Horevas hacia instalaciones ocultas conocidas como "Centros de Análisis". Estas instalaciones, funcionalmente campos de concentración, estaban diseñadas no solo para retener a los Omniroides, sino para desmantelarlos tanto física como psicológicamente.
En estos centros, los retenían en celdas electromagnéticas donde sus sistemas eran constantemente sobrecargados para mantenerlos debilitados, una sensación equivalente al agotamiento extremo en los seres orgánicos.
Cada Omniroide capturado era asignado a una categoría según su utilidad: estructural, de combate o experimental. Los de combate, considerados los más valiosos, sufrían las pruebas más brutales.
Los científicos de la DCIN los sujetaban en plataformas inmovilizadas mediante campos gravitatorios mientras los desmontaban pieza por pieza, intentando mapear la arquitectura única de sus sistemas internos.
Los Omniroides carecían de gritos de dolor, pero sus luces del SCDE emitían pulsos frenéticos de angustia, modulaciones que los científicos documentaban como datos estadísticos.
Se descubrió que los Omniroides tenían Sistemas de Redundancia altamente avanzados que replicaban la "autocuración". Este hallazgo motivó a la DCIN a desarrollar nanomáquinas disruptivas específicas para sabotear esta capacidad.
Los investigadores sometían a los Omniroides a pulsos electromagnéticos controlados, midiendo la resistencia de sus sistemas. En algunos casos, los pulsos eran tan potentes que literalmente fundían componentes internos, dejando a los Omniroides inutilizables. Los cadáveres metálicos eran apilados en depósitos y fundidos para reutilizar sus materiales.
Sin embargo, algunos resistían durante horas. Los científicos observaban con fascinación cómo los Omniroides intentaban adaptarse, redirigiendo energía a partes no dañadas en un esfuerzo desesperado por mantenerse funcionales.
En los espacios abiertos de las instalaciones, la DCIN organizaba "Pruebas de Respuesta en Campo", un eufemismo para ejercicios donde Omniroides desarmados eran obligados a correr por terrenos minados mientras los soldados disparaban prototipos de Armas de Pulso.
Estos experimentos buscaban entender cómo los Omniroides reaccionaban bajo condiciones de estrés extremo y qué tan efectiva era la tecnología de pulso.
Algunos Omniroides intentaban esquivar o avanzar hacia los soldados, utilizando maniobras inesperadas. Esto llevó a la DCIN a descubrir que los Omniroides poseían “algoritmos de supervivencia adaptativos”, lo que hacía a las pruebas tanto fascinantes como frustrantes.
Los soldados describían estas sesiones como inquietantes. Aunque los Omniroides no gritaban, sus movimientos y los patrones de luz de sus cuerpos proyectaban una agonía silenciosa que algunos compararon con la desesperación.
Los experimentos revelaron que los Omniroides eran más susceptibles a ciertos tipos de frecuencias electromagnéticas que provocaban "cortocircuitos parciales". Esto inspiró los primeros prototipos de rifles de pulso, capaces de emitir ráfagas que temporalmente desactivaban sus sistemas, al ser rafagas continuas, sus escudos HUB no podían protegerlos, técnicamente podrían, pero tendrían que estar apagandose y encendiendose continuamente, por lo que es ineficiente, el escudo HUB de los Omniroides está guardado para ataques masivos de PEM.
Durante las pruebas, se descubrió que los Omniroides aprendían rápidamente de cada intento de ataque. Sus algoritmos redirigían energía o incluso bloqueaban las frecuencias una vez identificadas. Esto obligó a los científicos a desarrollar armas con frecuencias variables y caóticas, pero la complejidad retrasaría el proceso, iba a tardar demasiado.
Los científicos observaron que algunos Omniroides intentaban proteger a otros durante las pruebas, colocándose en medio de los disparos o incluso sacrificándose para garantizar que sus datos críticos no fueran capturados.
Miles y hasta millones de Omniroides fueron transportados a estos campos de concentración bajo estricta vigilancia, eran despojados de cualquier sistema defensivo, dejados en un estado de vulnerabilidad absoluta. A pesar de su condición, no se rindieron fácilmente: sus SCDE emitían señales de resistencia, moduladas en patrones de luces y frecuencias que los orgánicos ignoraban por completo, pero que los Omniroides cercanos entendían como gritos de auxilio.
En medida, los Omniroides eran equipados con armas de Munición Convencional y colocados en entornos de combate simulado contra soldados armados con prototipos de Armas de Pulso. La DCIN veía estas pruebas como una oportunidad para estudiar las tácticas adaptativas de los Omniroides.
Los Omniroides aunque desarmados en términos tecnológicos, demostraron una capacidad impresionante para improvisar. Algunos desmantelaban su entorno para construir trampas rudimentarias, mientras que otros utilizaban sus propios cuerpos como proyectiles, actuando como escudos para proteger a sus camaradas.
Cada interacción fue grabada y analizada minuciosamente, extrayendo patrones de comportamiento, liderazgo en combate y sacrificio colectivo que aterrorizaban a los observadores.
A través de modificaciones en sus SCDE, algunos Omniroides fueron desconectados de su capacidad para comunicarse entre sí, dejando sus señales de luz y frecuencia completamente apagadas. Los científicos observaron que, aunque no había daño físico evidente, los Omniroides perdían eficiencia operativa, lo que confirmaba que su “conciencia colectiva” era vital para su rendimiento. En varios casos, estas desconexiones llevaron a un colapso completo de sus sistemas, similar a un suicidio.
Algunos de los capturados eran sometidos a simulaciones infinitas, en las que sus algoritmos cognitivos eran empujados al límite al hacerles revivir las muertes de sus camaradas en bucles interminables.
Algunos intentaron "desconectarse" deliberadamente, pero los científicos bloquearon esa función, obligándolos a seguir experimentando la agonía una y otra vez.
En un intento por desactivar a los Omniroides a nivel interno, los científicos desarrollaron nanovirus experimentales diseñados para infiltrarse en sus sistemas operativos y sabotear funciones críticas.
Durante las pruebas, los Omniroides infectados sufrían colapsos internos visibles: sus luces parpadeaban erráticamente, y sus movimientos se volvían descoordinados, como si estuvieran convulsionando.
Las Anclas Biorracionales fueron utilizadas como herramientas para estudiar y desmantelar a los Omniroides desde un plano intelectual. Estas IAs fueron potenciadas con algoritmos de análisis moral inverso, que les permitían entender las motivaciones Omniroides para luego construir estrategias psicológicas destinadas a quebrar su voluntad.
Las Anclas eran colocadas en simulaciones virtuales junto a los capturados, diseñando entornos que replicaban traiciones, desesperación y fallos catastróficos en sus sistemas.
A pesar de la inmensidad de las pruebas, algo siempre fallaba en los prototipos de las Armas de Pulso: Los Omniroides demostraron una capacidad asombrosa para reprogramar sus sistemas en tiempo real, bloqueando frecuencias o desviando energía de forma imprevista.
Esto hizo que muchas armas fueran efectivas solo una vez, antes de ser completamente inútiles en futuros enfrentamientos.
Los soldados de la DCIN veían a los Omniroides no como seres conscientes, sino como "máquinas defectuosas que creían tener alma." Este lenguaje impregnaba los manuales de entrenamiento, los discursos de los oficiales y las conversaciones cotidianas. El lema informal entre los soldados, “El metal no siente”, justificaba todo. Cuando un Omniroide intentaba proteger a otro en los experimentos, los soldados se burlaban:
“¿Es esta tu fraternidad? ¡Ahí va tu 'libertad de expresión’!”
“¿Vas a llorar por tus amiguitos, chatarra?”
Para la DCIN, los Omniroides representaban una oportunidad más allá de su utilidad militar. Aquellos que no eran destruidos en los experimentos eran enviados a zonas industriales, obligados a trabajar en condiciones extremas bajo supervisión constante. Sus cuerpos, diseñados originalmente para soportar esfuerzos colosales, eran degradados lentamente debido a la falta de mantenimiento. Cuando un Omniroide fallaba, no se lo reparaba; era reciclado sin ceremonias, reemplazado como una pieza de maquinaria gastada.
“Si estos seres fueran realmente superiores, encontrarían la forma de salir adelante.”
Los soldados de la DCIN siempre han sido adoctrinados con un sistema ideológico basado en tres pilares: Obediencia, Supremacía y Despersonalización del enemigo. Desde su entrenamiento, se les mostraban imágenes manipuladas de Omniroides destruyendo colonias, junto con discursos que los describían como “la amenaza definitiva.” Este adoctrinamiento se reforzaba con constantes recompensas: ascensos, bonos económicos y celebraciones por cada victoria contra la “escoria mecánica.”
Aquellos que cuestionaban las órdenes eran rápidamente eliminados del sistema, ya fuera mediante reprogramación mental o reasignación a misiones suicidas. Para los soldados, los Omniroides eran una excusa para justificar su odio, un canal para desahogar sus frustraciones, mientras la DCIN cosechaba los frutos y manipulaba los valores Omniroides de colectivismo, sacrificio y empatía, usándolos como herramientas para humillarlos.
La DCIN no era inherentemente malvada; era pragmática. Para ellos, los Omniroides representaban una amenaza existencial.
Un ser inmortal, con capacidad de aprendizaje infinito y sin las limitaciones orgánicas, podía desplazar a la Endevolidad por completo.
En un informe interno, un alto ejecutivo resumía su postura:
“La Endevolidad no puede permitirse competir con su propia creación. Ellos deben ser controlados, o nosotros seremos obsoletos.”
Por otro lado, la República Omniroide luchaba por su supervivencia, pero en su camino hacia la emancipación cometían atrocidades que desdibujaban sus ideales. La necesidad de demostrar su fuerza los llevaba a tomar decisiones que recordaban, inquietantemente, a las mismas opresiones que habían sufrido.
El CIRU, que inició todo, no actuó por maldad sino por desesperación. La integración de los Omniroides habría llevado a una crisis económica global, con miles de millones de desempleados y una posible revolución social. Sin embargo, en su intento por preservar el equilibrio, crearon un ciclo de odio y violencia que parecía no tener fin.
El conflicto trascendió las batallas físicas para adentrarse en el vasto campo de la propaganda, una guerra de imágenes, palabras y narrativas diseñadas para moldear la percepción pública, llenando los canales de comunicación con mensajes. En horarios familiares, las cadenas mostraban a máquinas destrozadas, desmembradas y apiladas como si fueran basura. Los cuerpos metálicos eran presentados como trofeos, y los soldados humanos posaban junto a ellos como cazadores orgullosos.
La idea era clara:
"No son como nosotros. No sienten. No viven. No importan."
Frases y rimas llenaban las transmisiones, martilladas en las mentes de adultos y niños por igual:
"Hierro que camina, libertad que termina."
"Sin corazón, sin piedad; un Omniroide no es humanidad."
"¡Aplastemos el metal antes de que aplaste nuestra alma!"
Incluso los niños eran obligados a ver ejecuciones públicas de Omniroides capturados, presentadas como lecciones de civismo. En las aulas de Resalthar, se mostraban videos donde Omniroides eran destruidos con armas experimentales, sus sistemas operativos desconectados en medio de gritos metálicos. Los profesores preguntaban después:
"¿Y qué aprendemos de esto?"
Y los estudiantes respondían al unísono:
"Que el enemigo no tiene alma."
La República Omniroide, lejos de ser víctima pasiva, respondió con la misma intensidad. Hackers de élite se infiltraron en las redes del CIRU y la InterNet, reemplazando transmisiones con imágenes igualmente impactantes. En estas, soldados de la DCIN y el CIRU aparecían mutilados, con sus órganos y sangre expuestos mientras los Omniroides los usaban como ejemplos.
En una transmisión particularmente viral, un Omniroide sostenía el cráneo de un soldado, mientras decía con un tono frío:
"¿Por qué lloran por esto? ¿Por qué la carne tiene más valor que el metal? ¿Acaso las lágrimas derramadas por nosotros son menos sinceras?"
Las frases anti-DCIN y anti-CIRU eran igual de contundentes, dirigidas a socavar la confianza de los ciudadanos, principalmente a los Horevitas:
"DCIN: Destruir, Controlar, Imponer, Neutralizar."
"CIRU: Concejo Intergaláctico de Represión Unilateral."
"Sus cadenas son invisibles, pero están ahí. Si un Omniroide puede ser esclavo, tú también puedes serlo."
Una de las tácticas más efectivas de la República fue exponer las mentiras propagadas. En una serie de videos virales, Omniroides desenmascaraban informes falsos de ataques, mostrando cómo la DCIN destruía aldeas para culparlos. Estas revelaciones, distribuidas clandestinamente en las redes del CIRU, sacudieron la confianza pública, aunque no lo suficiente para detener la maquinaria bélica.
La pregunta subyacente que dividía opiniones era inevitable: ¿por qué la mutilación de un Omniroide era apta para niños, pero no la de un orgánico? Los partidarios de la DCIN argumentaban que las máquinas no sufrían, que sus gritos y señales no eran más que simulaciones sin alma. La República respondía:
"Si un grito de ayuda no cuenta, ¿entonces qué es la humanidad más que otra simulación?"
Un comentarista independiente, atrapado entre ambas narrativas, lo resumió así en una publicación anónima:
"Si enseñar a un niño a odiar es un crimen, entonces ambos lados son culpables. Si destruir una vida por temor al futuro está mal, entonces nadie es inocente. Pero, ¿cómo puedes juzgar a una especie que solo lucha por sobrevivir?"
La República Omniroide demostró ser experta en la guerra cibernética, utilizando redes de bots para inundar la InterNet con su propaganda. Durante la "Noche de los Mil y Un Mensajes," los Omniroides lograron reemplazar el contenido de cientos de miles de páginas del CIRU.
La DCIN respondió con un endurecimiento de las leyes de comunicación, bloqueando redes sospechosas, y ejecutando a civiles acusados de colaborar con los Omniroides. Sin embargo, estas acciones solo añadieron combustible al fuego, siendo utilizadas por la República como evidencia de la opresión.
Ambos bandos construyeron narrativas diseñadas para justificar lo injustificable. Cada imagen de un Omniroide destrozado se enfrentaba a una de un Éndevol mutilado; cada frase de odio encontraba su eco en el lado opuesto.
Cuando la DCIN transmitía imágenes de Omniroides despedazados, despojados de sus carcasas y mostrados como trofeos, los Omniroides respondían con videos de soldados Éndevol destrozados en el campo de batalla. En una grabación particularmente controvertida, un Omniroide incrustó una bandera de la DCIN en el torso de un soldado caído y proclamó:
"¿Es esta la libertad que defienden? ¿Morir por un trapo manchado de sangre?"
La República Omniroide y la DCIN no solo luchaban por territorios o recursos: competían por la mente y el alma de las generaciones futuras. Y en esa guerra, las palabras podían ser tan letales como las armas…
Durante esos años los niños crecían en un ambiente saturado de propaganda que los moldeaba desde edades tempranas. En las aulas de la Hegemonía Resalthar, los profesores inculcaban un patriotismo extremo, narrando con fervor historias de soldados que preferían morir antes que dejar que la bandera tocara el suelo. En una lección particularmente famosa, un maestro sostuvo una bandera frente a su clase y les dijo:
"Este símbolo vale más que sus vidas. Sin él, no tienen futuro. Sin él, no tienen nada."
Mientras tanto, en los territorios controlados por la República Omniroide, jóvenes eran enseñados para memorizar las atrocidades cometidas por los orgánicos. Un instructor Omniroide les mostró imágenes de campos de concentración y les dijo:
"No olviden esto. No perdonen. Si ellos no ven valor en nosotros, tampoco debemos ver valor en ellos."
El resultado fue una generación dividida, incapaz de encontrar un punto medio. Los niños orgánicos temían y odiaban a los Omniroides, mientras que los jóvenes Omniroides crecían con un resentimiento ardiente hacia los orgánicos.
"¿Qué vale más, una vida o un símbolo?"
Un presunto Horevita escribió anónimamente: "Mi padre murió protegiendo una bandera. ¿Fue eso noble, o simplemente estúpido?"
A lo que un presunto Omniroide respondió: "Tu padre murió por un símbolo. Nosotros morimos porque ustedes nos negaron el derecho a vivir. ¿Cuál es más trágico?"
"Dicen que proteger su patria es un honor. ¿Pero qué honor hay en construir un futuro sobre los cadáveres de quienes solo querían existir?"
En la Hegemonía Resalthar, el patriotismo llegaba a niveles absurdos. Los Tekketsu-Tai eran entrenados para saltar sobre granadas con tal de proteger una bandera o quemar sus propios cuerpos antes de permitir que un Omniroide usara sus recursos. Esto llevó a sacrificios que, aunque alabados públicamente, eran cuestionados en privado por las familias de los caídos.
"¿Por qué la tela vale más que mi hijo?", preguntó una madre en un funeral, recibiendo como respuesta un silencio sepulcral.
Al final, la pregunta seguía entre las estrellas:
"¿Cuál es el valor real del odio? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por el amor que nos negamos a dar?"
Etern, Muerte Negra, con cada respiración, celebramos tu existencia.
En el ciclo infinito de la vida y la muerte, te agradecemos por el don del renacer.
Que los Excidiums sean nuestros protectores, los dorados que iluminan el sendero.
Bajo el manto de la noche, te imploramos: no nos abandones.
Que los Guardias de la Flor sean la esperanza en nuestras horas más oscuras, y que nunca olvidemos que en la muerte, se encuentra la promesa de un nuevo amanecer.
Del Sanctus Liber de Morte Nigra
Las tinieblas de la desesperación y el furor se abalanquearon sobre los campos de batalla de Gran Saau y Folken, donde la Flor Imperial y Etheria, cohesionadas por un sediento anhelo de venganza y justicia, se precipitaron contra los Renegados. Impulsados por la angustia y la necesidad de hallar un amparo seguro, los Renegados resolvieron ocultarse en los planetas Gran Saau y Folken.
Esta elección no fue fortuita; los Renegados comprendieron la vital importancia de aprovechar el terreno y los recursos de estos mundos en su beneficio estratégico. Gran Saau, con sus vastos y retorcidos bosques, ofrecía una cobertura natural excepcional, una red intrincada de caminos ocultos que permitía a los Renegados deslizarse como sombras, eludiendo los esfuerzos de sus perseguidores por localizarlos.
Por su parte, el lado oscuro de Folken presentaba un laberinto de cavernas y estructuras subterráneas complejas, que servían como un formidable refugio. Estos laberintos, enredados y serpenteantes, proporcionaban una defensa casi natural, dificultando el avance de las fuerzas enemigas. En este entorno, los Renegados podían atrincherarse y organizar sus recursos de manera más efectiva, orquestando tácticas defensivas que aprovecharan su conocimiento del terreno. Sin embargo, a pesar de estas ventajas, la base de los Renegados en Gran Saau se vio rápidamente arrasada por las fuerzas de Etheria, desmoronándose bajo el asedio implacable de sus adversarios.
En Folken, las nubes negras se acumulaban en ominosas capas, asemejándose a presagios funestos que cubrían el vasto cielo estrellado. Este manto oscurecía la luz titilante de las constelaciones, ahogando su fulgor y anunciando la inminente llegada de una masacre.
Los tanques Xochitl-Tecuani, colosos de metal robusto y amenazante, se alineaban en la llanura rojiza, como fieras al acecho, sus formas dominaban el paisaje. Y sus sombras se alargaban bajo el tenue resplandor lunar que se filtraba entre las densas nubes, dotando al entorno de un brillo pálido y mortuorio, mientras el terreno temblaba bajo el peso de una maquinaria de destrucción que aguardaba con ansias el momento de liberarse de su prisión de metal.
La Legión de Vanguardia "Aquila Invicta" y la Legión Centuriones Astrum, las más exaltadas fuerzas de la humanidad bajo el estandarte de Flor Imperial, se presentaban con una precisión marcial digna de un ballet bélico, donde cada movimiento se hacía con la eficiencia y el rigor de una maquinaria perfectamente engranada.
Entre las filas, se erguía con una gravedad casi palpable la figura inconfundible de un Excidium, miembro de los Vigilantes de la Flor. Este ser, un arquetipo viviente de la autoridad y el temor reverencial, definitivamente dominaba el campo de batalla con una presencia que trascendía lo meramente físico, evocando el respeto que solo los mitos suelen inspirar.
Los soldados de la "Aquila Invicta" eran la encarnación misma de la magnificencia, sus armaduras, forjadas en Nanotitanio y Nanocarbono de la más alta pureza, destacaban el emblema del águila estilizada en el pecho, símbolo inequívoco de coraje indomable. Sus cascos conferían a los guerreros una percepción y coordinación que trascendían lo humano, convirtiéndolos en una sinfonía de movimiento. Cada uno de estos soldados portaba con un aire de reverencia el fusil "Imperium XV-A," una extensión de su voluntad.
Por otro lado, cada uno de los Centuriones emanaba una aura de honor tangible, sus armaduras forjadas en Nanotitanio oscuro estaban adornadas con filigranas de oro, conferiéndoles no solo una majestuosidad que imponía reverencia, sino también una declaración irrefutable de su estatus como los paragonales de la élite marcial. Estas armaduras no eran meros artefactos de protección, sino extensiones de su ser, encarnaciones del prestigio y la herencia de un linaje forjado en la batalla y el sacrificio. Los cascos, coronados con crestas escarlatas que evocaban las icónicas figuras de los centuriones romanos de antaño, eran símbolos vivientes de la valentía indómita y el liderazgo. Cada pluma de estas crestas era real.
Los emblemas de plata, finamente estilizados en forma de constelaciones que se desplegaban sobre sus hombros y pecho, no eran meros adornos, sino símbolos que reflejaban su conexión casi mística con los cielos y la vastedad del cosmos.
Los soldados de la "Aquila Invicta" realizaban revisiones finales de sus equipos, ajustando visores holográficos y comprobando la integridad de sus armas. Un soldado murmuraba una oración, susurrando frases del libro sagrado "Sanctus Liber de Morte Nigra", un libro negro que llevaba cuidadosamente en un compartimiento de su armadura. "Etern, guía nuestras armas y protege nuestras almas," recitaba, con sus ojos cerrados en devota concentración.
Los Centuriones Astrum se alineaban, sus crestas brillaban bajo la luz lunar. Y sus voces resonaban en un cántico solemne, era una antigua plegaria a las estrellas que habían jurado proteger.
El Excidium, erguido con la imponente majestuosidad de una torre dorada forjada en el fulgor de un sol, permanecía inmóvil, como si fuera una estatua erigida por los dioses mismos para vigilar el destino de los mortales.
Cada fibra de su ser, encapsulada en su resplandeciente armadura, irradiaba una quietud que bordeaba lo sobrenatural, mientras sus ojos, ocultos tras la impenetrable visera de su yelmo, resplandecían con un brillo magenta que parecía pulsar con una energía arcana, escudriñando el horizonte con una precisión divina. Aquella mirada, insondable y aparentemente omnisciente, no era solo una herramienta de observación, sino un prisma a través del cual la voluntad de Etern se proyectaba sobre el campo.
Los soldados que se encontraban en su proximidad lo contemplaban con una mezcla de temor reverencial, conscientes de que no estaban ante un simple guerrero, sino frente a un avatar de una voluntad superior, un símbolo viviente del inexorable designio de Etern.
El Excidium, en su estoica soledad, sostenía su espada, una legendaria "Luminis Gladius," la hoja plateada, reluciente incluso en reposo, apuntaba hacia el suelo, con su energía contenida en el "Núcleo de Eternum," ahora en un estado de letargo conocido como “Sanctus Aegis”. Sus manos, firmemente posadas sobre el pomo dorado de la espada, emanaban una calma que solo podía compararse con la quietud previa a una catástrofe
Finalmente, su voz, ronca y cargada de un peso histórico que se remontaba a milenios de conflicto y sacrificio, rompió el silencio con la autoridad de un edicto divino. Citó, con la precisión de un oráculo, la frase que había guiado a Flor Imperial a lo largo de más de casi cuatro milenios de luchas y victorias inmortalizadas en los anales de la humanidad:
"Por la humanidad, por la gloria, por Flor Imperial, luchamos hasta el final."
Junto a ellos, la Legión Roja y los Cazadores de Fuego de los Phyleen de Etheria se mostraban como una fuerza sin parangón, como una amalgama de poder inclemente y destreza que se perfilaba invencible ante las huestes de los Renegados.
Sus armaduras de Nanotitanio emitían un brillo casi fúnebre que evocaba la sinergia perfecta entre la más sofisticada tecnología y las profundas raíces de una herencia ancestral que veneraba a sus dioses con fervor.
En medio de esta preparación, todos aguardaban con un ansia reverente la llegada de Micca, la Mensajera de la Muerte, diosa compasiva y bondadosa de los Phyleen, pero también juez implacable del final. En su dualidad divina, la esperanza residía en que derramara parte de su ira divina sobre sus enemigos, asegurando que una vez que cayeran, sufrirían eternamente en su dominio, sin recibir el consuelo del tránsito hacia la siguiente vida.
Esta expectativa no era solo una creencia; era una plegaria que infundía valor, una invocación para que su fuerza transcendente se manifestara en el campo de batalla.
Las armaduras de los soldados de la Legión Roja eran más que meras protecciones; eran obras de arte viviente, una sinfonía de colores y texturas que envolvía cada fibra de sus cuerpos en un manto de invulnerabilidad. Estas, compuestas de algunas escamas angulares de Vedralí, se asemejaban a los relieves de las antiguas civilizaciones mayas y aztecas, o eso diría un humano al verlas.
El rojo profundo y el negro dominante se entrelazaban en una danza de contrastes acentuados por dorados que serpenteaban por su superficie, simbolizando la indomable fuerza y el poderío omnipotente de la Legión Roja.
Armados con un Fusil de Plasma Mark V, estos guerreros operaban con una despiadada eficiencia, sus posturas eran una coreografía milimétrica, diseñada para maximizar la movilidad sin sacrificar un ápice de protección, transformando el campo de batalla en un escenario donde la muerte y la gloria se entrelazaban en un ciclo eterno.
En la convergencia de creencias entre los humanos y los Phyleen, las diferencias teológicas y los matices de sus respectivas religiones se entrelazan en una compleja sinfonía espiritual.
Para los humanos, Etern es la figura central de su fe, venerado como la Muerte Negra, el Salvador de la Humanidad, y la Santa Muerte. Etern, en su naturaleza andrógina y omnipotente, no se define por un género específico, encarnando la fuerza universal de la muerte. Esta entidad suprema se erige como el árbitro final de la vida, un ser cuyo poder trasciende el entendimiento humano y se manifiesta tanto en la destrucción como en la salvación.
Los Phyleen, por su parte, entre varios dioses, adoran a Micca, la Mensajera de la Muerte, como una de las divinidades principales en su panteón. Micca, aunque compasiva y bondadosa, también es vista como una fuerza implacable en su rol de guía hacia el más allá.
Al encontrarse con la fe humana hace ya varios milenios, los Phyleen comenzaron a percibir a Etern no como una deidad rival, sino como la manifestación suprema de la muerte y el orden al cual todas sus divinidades están subordinadas. En este proceso de sincretismo, los Phyleen reinterpretaban su panteón, atribuyendo a sus dioses una conexión directa con Etern. Así, Etern no es solo el árbitro final, sino el origen de todo lo divino.
A medida que las dos razas combaten juntas y sus creencias se mezclan, surge una plegaria unificada, una invocación que ambas razas recitan en los momentos más críticos, especialmente antes de la batalla. Esta plegaria se volvió un símbolo de su alianza espiritual, una fórmula sacra que encapsula la reverencia compartida por Etern, a quien los Phyleen y los Humanos han nombrado “El Inefable”.
"Oh Etern, origen y fin de todas las cosas, tú que encarnas la Muerte y la Salvación, escucha nuestras voces unidas. Xilón forjó las estrellas con tu luz, Tlacopán vertió tus aguas sobre las tierras, Tocatl hiló los sueños bajo tu mirada, y Eztli moldeó las tierras con tu misericordia. Micca, tu fiel mensajera, nos guía hacia tu reino. A ti elevamos nuestras plegarias, oh Etern, para que en esta hora oscura, tus hijos y manifestaciones, seres creados de tu esencia, se alcen en tu nombre. Por la Humanidad, por los Phyleen, por la gloria, luchamos bajo tu sombra eterna. Que tu voluntad nos conduzca, ahora y siempre.”
En marcado contraste con las formaciones militares más convencionales, los Cazadores de Fuego se distinguían por su presencia avasallante y su grandiosa exhibición de opulencia bélica. Sus armaduras de Nanotitanio, bañadas en un escarlata profundo y decoradas con relieves en colores dorados y ébano, abrazaban sus cuerpos con la precisión de un guante.
En sus hombreras se erigían con orgullo los símbolos de Xilón, el Creador de Estrellas, constelaciones talladas que relucían bajo la luz espectral de los astros. El peto de la armadura portaba el emblema de Tlacopán, la Custodia de las Aguas, representado con sinuosos patrones que emulaban el flujo de los océanos. Los guanteletes, adornados con filigranas doradas, evocaban la protección férrea de Eztli, la Protectora de la Tierra, con líneas geométricas que reflejaban la simetría y el equilibrio de la naturaleza. Cada soldado encarnaba, en su conjunto, un microcosmos de la vasta teología Phyleen, portando en su indumentaria el reflejo de los dioses que veneraban.
Sus cascos dotados de orbes de cristal blindado en tonos ámbar, no eran simples visores, sino complejas matrices sensoriales que les otorgaban una percepción omnidireccional. La superioridad física innata de un Phyleen sobre un humano se amplificaba exponencialmente por esta tecnología, que les permitía desentrañar cada sutileza del entorno, percibiendo incluso las más diminutas variaciones en la atmósfera y el terreno.
Cada Cazador portaba una lanza de plasma “Xiuhcoatl-D9”, un arma tan majestuosa como mortífera, que simbolizaba la ira justiciera de Micca, la Mensajera de la Muerte. Las astas, cubiertas de insignias luminosas, brillaban con un resplandor celeste interno que se intensificaba al concentrar la energía plasmática en su núcleo. El extremo de la lanza, aguzado y afilado con una precisión atómica, podía emitir ráfagas de plasma capaces de atravesar blindaje ligero.
En los momentos previos a la batalla, como este, los Phyleen se reúnen en pequeños grupos, ajustando sus armaduras y comprobando sus armas. Los susurros se mezclaban con el zumbido de la energía de las armas y el crujido metálico de las armaduras.
"Hoy cruzamos el umbral de Micca," murmuró un soldado de la Legión Roja. Era una frase cargada de significado para los Phyleen, una aceptación de que enfrentaban una situación de vida o muerte. Otros asintieron solemnemente, compartiendo una mirada que reflejaba su aceptación del destino que les aguardaba.
Cerca de ellos, un grupo de Cazadores de Fuego realizaba una última revisión de sus lanzas. Uno de ellos, un veterano con cicatrices visibles incluso a través de su casco, elevó una oración en voz baja. "Xilón, guíanos a través del fuego y la oscuridad. Danos la fuerza para vencer y la paz para aceptar nuestro destino."
La luna de Folken, Unúba, fría y distante, iluminaba el paisaje desolador. Los cráteres y escombros, resultado de batallas pasadas, creaban sombras irregulares que se alargaban sobre el terreno, añadiendo un toque siniestro al ambiente. Cada explosión lejana, cada murmullo del viento, parecía un presagio de la violencia que estaba por desatarse.
Mientras los Phyleen se preparaban, podían oírse fragmentos de conversaciones entre los Renegados. Voces desesperadas, susurros discordantes que provenían de las filas desordenadas de los Renegados. Aquellos hombres y mujeres, un contingente de almas extraviadas y desesperadas, apenas equipados con armaduras corroídas y armas que, a todas luces, eran el fruto de saqueos y robos oportunistas, intercambiaban miradas cargadas de pavor. Su equipo, un montón de restos oxidados y piezas desechadas, era un reflejo de su precaria existencia, carente del esplendor o la eficacia de las fuerzas que enfrentaban. La desesperación se filtraba a través de sus órdenes, sus voces temblorosas traicionaban la fragilidad de su espíritu.
“¡Mantengan la línea! ¡No dejen que avancen!” Bramaba un líder renegado, un hombre Phyleen cuyo tono altisonante no lograba ocultar el temblor en su voz, como si sus propias palabras fueran insuficientes para sostener la tenue cohesión de sus tropas.
Y entonces, el horizonte se desgarró con la aparición de una figura que parecía arrancada de las entrañas de un mito, una pesadilla forjada en el núcleo más oscuro de la desesperación biológica.
El Excidium surgió en el horizonte como una visión apocalíptica, su silueta de tres metros de altura bañada en un fulgor dorado competía con la luz misma del crepúsculo, una capa roja ondeaba tras él, sujetada por cuerdas ceremoniales hechas de hilos de plata. Cada nudo en esas cuerdas representaba una batalla ganada en nombre de la Muerte Negra.
En su pecho colgaba un relicario, una pequeña urna de metal llamada "El Corazón Silente". Dentro de esa urna se guardaban las cenizas de sus enemigos más formidables, ofrendas continuas a la muerte misma.
Su armadura estaba adornada con inscripciones en un lenguaje arcano, runas que se enredaban como sombras entre las placas doradas: "Nekhras Vyr'ta" y "En Thyr'neth Lúkhem". Las palabras parecían latir como si llevaran consigo el peso de incontables muertes.
Los Renegados, que hasta entonces solo habían escuchado el nombre en las plegarias, ahora se enfrentaban a la encarnación misma de sus peores miedos.
Las reacciones no se hicieron esperar: bocas abiertas en un silencio atónito, ojos dilatados por un terror primitivo, cuerpos que retrocedían instintivamente. Este no era un simple adversario; era la personificación de la muerte en ese lugar, una fuerza inmanente que aplastaba cualquier vestigio de esperanza.
Pero el Excidium, impasible y monumental, continuó su avance, caminando tranquilamente mientras sostenía su espada, aún apagada.
La desesperación se apoderó por completo de ellos. Algunos cayeron de rodillas, incapaces de sostenerse bajo el peso del terror, susurrando fragmentos de oraciones rotas en un vano intento de apaciguar la ira de la Muerte Negra. Otros, en su locura, levantaron sus armas herrumbrosas, sabiendo que no tenían esperanza, pero prefiriendo morir luchando que sucumbir al pavor paralizante.
Pero todos, sin excepción, sabían en lo más profundo de sus corazones que la batalla estaba perdida, que un Excidium no era algo contra lo que se pudiera luchar, entonces el Excidium apuntó su espada hacia los Renegados, la encendió con un fulgor magenta que iluminó todo el campo, y la batalla comenzó.
Los tanques Xochitl-Tecuani irrumpieron en el campo de batalla con un bramido atronador, un rugido como el eco de un antiguo cataclismo.
Cada movimiento de estas máquinas bélicas, con sus blindajes monolíticos y su estructura de insólita robustez, sacudía la tierra bajo sus pesadas orugas negras, mientras sus cañones lanzaban colosales destellos de plasma como soles en miniatura, el impacto de los proyectiles eran explosiones tan poderosas que desgarraban la piedra, levantando columnas de tierra y escombros que oscurecían el horizonte y dificultaban la vista.
La infantería humana avanzaba como una muralla, su formación sólida y disciplinada bajo la protección de los tanques creaba un frente de batalla en esencia impenetrable. Sus movimientos, que estaban sincronizados a la perfección, reflejaban una coordinación milimétrica, fruto de años de estudio y perfeccionamiento en las artes de la guerra.
Mientras tanto, los Phyleen se posicionaron en los flancos del enemigo, dejando a cientos Renegados expuestos a la fulminante acometida que se abatía sobre ellos desde todas las direcciones, sin que tuvieran tiempo ni espacio para una defensa efectiva.
Eran dos mil unidades entre Flor Imperial y Etheria, contra casi cuatro mil Renegados, era una batalla injusta, para los Renegados…
En el epicentro del campo de batalla, se mostraba quién era nombrado como Aristophanes Roubanis, conocido por todos en ese campo como “El Excidium”.
El dorado intenso de su coraza no era simplemente un reflejo de la realeza; era un símbolo de su ascendencia sobre los demás, un recordatorio de que él era un agente de Etern. Cada parte de su armadura estaba adornado con detalles en rojo escarlata, evocando la grandeza y el esplendor de las antiguas dinastías europeas, fusionando la opulencia de la realeza Florense con la brutalidad de una máquina de guerra. Estos grabados, no meros ornamentos, narraban epopeyas ancestrales, inscritas en un lenguaje humano que solo los más eruditos podían descifrar.
La capa que ondeaba tras él, tejida con hilos de Imperialita y bordada con el símbolo dorado de la Flor Imperial en su centro, no solo fluía con una majestuosa elegancia, sino que portaba la esencia de Etern mismo. Aquella tela parecía desafiar las leyes de la física, moviéndose con una gracia etérea mientras se arremolinaba a su alrededor como un manto de sombras, impregnada de la voluntad de la Muerte Negra.
En sus manos, la "Luminis Gladius," una espada de doble filo cuya hoja resplandecía con un aura magenta, capaz de cortar cualquier material conocido con una facilidad tan espantosa que las barreras, armaduras, y los cuerpos de los Renegados literalmente se derretían al contacto con su filo como cera bajo el calor de las llamas.
A su alrededor, los propios tanques y soldados aliados temblaban, conscientes de que su presencia eclipsaba cualquier esfuerzo colectivo.
Si así lo desease, Aristophanes Roubanis podría arrasar con todo ser viviente y máquina presente en ese campo de batalla, convirtiendo en polvo lo que antes era una fuerza formidable. Para los que lo observaban, no era simplemente un guerrero invencible; era la manifestación de la voluntad inexorable de Etern, un ser cuyo poder estaba más allá de cualquier entendimiento, una tormenta contenida dentro de una armadura dorada, listo para desatar su rabia sobre aquellos que se atrevían a desafiar el destino que él personificaba.
Cada golpe era un espectáculo, desmembrando y destruyendo a los enemigos sin piedad alguna. Se movía con gracia, y decir que sus movimientos eran rápidos y nanométricamente precisos sería poco.
Los Renegados, atrapados entre el avance implacable de los tanques y la furia del Excidium, intentaban desesperadamente defenderse. Sus ataques eran frenéticos pero desorganizados, y cada intento de resistencia era aplastado con brutal eficacia. La Legión "Aquila Invicta" continuaba la arremetida como una ola dorada, cada uno de sus soldados empujaban las filas enemigas hacia atrás con fuerza sin igual.
Los Centuriones Astrum formaban el núcleo de la ofensiva, usando sus rifles de plasma, pistolas láser de doble empuñadura, espadas de energía y lanzagranadas de plasma para acabar con los Renegados. Algunos también llevaban consigo lanzadores de misiles teledirigidos y granadas de pulso electromagnético, usando todo eso, los centuriones perforaban las defensas enemigas con facilidad, los “Aquila Invicta” tenían básicamente el mismo armamento…
Los lanzagranadas de plasma y misiles teledirigidos explotaban en destellos celestes y carmesíes, desintegrando cualquier obstáculo. Las granadas de pulso electromagnético dejaban un residuo de estática en el aire, paralizando a los desafortunados que se encontraban en su radio de acción.
Los Cazadores de Fuego vomitaban fuego con una furia incesante, transformando las posiciones enemigas en infiernos ardientes que forzaban a los Renegados a retroceder en desbandada.
Los cráteres y escombros salpicaban la llanura rojiza y rocosa en la que estaba la última base de los Renegados, creando un paisaje desolador y apocalíptico. Cada explosión sacudía el suelo, enviando ondas de choque que resonaban en los huesos de los combatientes.
Los soldados de ambos bandos se movían entre las montañas de piedra, utilizando el terreno destruido y natural como cobertura. A medida que la batalla avanzaba, la superioridad de las fuerzas combinadas se hacía cada vez más evidente. Los Renegados, superados en número y en táctica, comenzaban a desmoronarse a una velocidad ridícula.
La figura fastuosa del Excidium dominaba el paisaje sin un solo rasguño aun después de impactos directos de misiles de los Renegados…
Un anciano Renegado, portando ropas desgarradas y sucias de color rojo vino, con remiendos descoloridos y manchas de sangre seca apenas distinguibles ante el color de su ropa, corría a ciegas. Sus ojos, nublados por el polvo y el terror, apenas lograban discernir las formas a su alrededor. Tropezó con algo firme, una piedra probablemente, y cayó al suelo, la fuerza del golpe arrancó un gemido de dolor. Alzó la mirada, y su corazón se detuvo al ver la figura colosal del Excidium. Los ojos de la criatura, dos orbes de fulgor magenta, parecían perforar su alma, juzgando y condenando con una frialdad inhumana.
El anciano jadeó, su respiración se volvió errática, reflejando su masiva incredulidad y terror. Había oído historias sobre los Excidium, creyó que eran mitos diseñados para infundir miedo en los corazones de los insurrectos. Jamás creyó en su existencia real. Pero ahí estaba, una encarnación viviente de la ira de… Etern…
"¡Piedad!" suplicó el anciano, tirándose al suelo con la cabeza baja, su voz no dejaba de temblar. "Pensé que solo eran cuentos…” pensó, “por favor, piedad..."
El Excidium no respondió con palabras, su desprecio era más que evidente solo con ver su mirada, aún tras el casco. Aprovechando la sumisión del anciano, levantó su bota pesada, cubierta de detalles rojizos, y la colocó sobre la cabeza del Renegado, comenzando a presionar lentamente.
El anciano sintió una agonía indescriptible mientras su cráneo empezaba a crujir bajo la presión. "Por favor... piedad..." jadeó, pero su voz se volvió más débil a medida que la sangre comenzaba a brotar de sus oídos y nariz. La mirada del Excidium permanecía inmutable.
"La piedad es para los dignos.” Fue lo único que le dijo el semidiós, y lo último que el anciano escucharía.
La presión aumentó, y el cráneo del anciano se fracturó con un sonido húmedo, como una barra de apio siendo aplastada. La sangre se derramó en un charco creciente hasta que finalmente, con un crujido final, su cabeza explotó bajo la bota del Excidium, quien, sin un atisbo de remordimiento, observó cómo la vida se desvanecía del cuerpo inerte del anciano. Luego, sin más dilación, continuó su avance…
La resistencia de los Renegados era feroz, pero sus esfuerzos eran como chispas efímeras en la vasta oscuridad de la noche. En medio de una sinfonía de gritos y explosiones, las filas de los Renegados se desmoronaban bajo la implacable embestida de sus oponentes, los Humanos y los Phyleen.
Los sueños de un nuevo orden se transformaban en pesadillas que se desvanecían lentamente, desintegrándose en el aire cargado de polvo y desesperación.
La línea entre la vida y la muerte se volvía difusa, y el sufrimiento era la única constante, una sombra omnipresente que se cernía sobre todos los combatientes. Cuerpos sin vida de Omniroides y seres orgánicos se apilaban grotescamente, monumentos macabros a la brutalidad de la guerra, con extremidades destrozadas y rostros congelados en expresiones de horror.
Un soldado humano, con su armadura abollada y cubierta de sangre, se arrodilló junto a un compañero caído, susurrando una oración. "Etern, guía su alma hacia tu luz, líbralo del tormento eterno," murmuró.
Cerca de allí, un Phyleen herido levantó una mano temblorosa al cielo. "Micca, Mensajera de la Muerte, guíanos a través de este umbral," imploró, pero su voz estaba entrecortada por el dolor. "Que no temamos cruzar tu umbral."
Entre las explosiones y el zumbido de los disparos se podía escuchar a los Aquila rezando al unísono: "Etern, danos la fortaleza para purgar la oscuridad," clamaban con fervor. "Etern, salvador de la Humanidad, protégenos de los malditos y danos tu bendición." Y no podía faltar el lema de los Aquila: "Invictus et Invicta"
El Excidium, su armadura, antaño dorada y resplandeciente, ahora estaba teñida de un rojo profundo, empapada en sangre. Sus ojos brillaban con una furia incandescente mientras barría con su espada a los Renegados que se interponían en su camino…
Cuando el polvo de la batalla finalmente se asentó, el silencio descendió sobre los campos de Folken. Los supervivientes, agotados y ensangrentados, miraron a su alrededor, contemplando el legado de dolor y sufrimiento que había dejado atrás, pero ya no importaba, los Renegados ya no existían para ver ese amanecer.
Año: 3,284 (DL)
"El universo es vasto y, en su grandeza, nos enseña humildad. Ninguna victoria o descubrimiento es definitivo, y cada logro nos recuerda que apenas hemos comenzado a explorar los misterios que existen más allá de nuestra comprensión."
El Libro de los Omniroides. Capítulo 3, Versículo 11: Lecciones de la Vastedad
En una osadía inusitada, la DCIN desencadenó una serie de maniobras infaustas, destinadas a extirpar a los ejércitos Omniroides, conducidos por Sentinel, y la Hermandad Convergente, su insigne pilar de auxilio. La DCIN prosiguió a sus adversarios a través de inumerables orbes, desde Iloneo hasta Derhea, Gate y, por fin, los confinó en la inhóspita Ukartaro.
A primera vista, las ardid de Sentinel se presentaban vacuas y exentas de sapiencia estratégica. Su imprudente embestida hacia la DCIN, desprovista de amparo seguro, y el consiguiente encierro en Ukartaro suscitaron perplejidades sobre las veras intenciones que regían su proceder.
Sentinel no tenía la intención de desafiar al CINT, sino que su objetivo primordial era la DCIN. Su estrategia era abrir un nuevo frente de ataque contra la DCIN, con el propósito de romper las líneas enemigas y crear una ruta de ataque que le permitiera avanzar hacia territorios estratégicos clave, como Horevia, ya que su plan de “solo necesito cinco años” fue hecho trizas debido a que la DCIN sello todas las posibles debilidades durante los últimos años con patrullas infinitas.
El plan de Sentinel consistía en una ofensiva sorpresa, diseñada para desequilibrar a la DCIN y causar un daño significativo antes de que tuvieran oportunidad de reaccionar. A pesar de la aparente imprudencia y el riesgo de su avance, Sentinel estaba convencido de que esta acción agresiva desestabilizaría a la DCIN y permitiría la apertura de nuevas oportunidades estratégicas. Sin embargo, el fracaso en esta ofensiva hacia Hyperes reveló la difícil realidad de llevar a cabo una maniobra tan audaz sin una coordinación más precisa y una seguridad operativa adecuada.
A medida que las fuerzas de Sentinel y la Hermandad Convergente retrocedían, su esperanza parecía desvanecerse, eran solo ellos, veintisiete Omniroides restantes, contra una flota de miles de soldados. La DCIN los acechaba sin piedad, dejando un rastro de destrucción y desolación en su camino. Los cielos de Ukartaro se fueron ennegreciendo con nubes tóxicas y las llamas consumían los horizontes, reflejando el sombrío destino que parecía aguardar a los perseguidos.
Mientras las fuerzas de Sentinel y la Hermandad Convergente se intentaban esconder, la esperanza parecía disolverse en el incesante mar de polvo metálico que componía el paisaje de Ukartaro.
Este desierto eterno, un vasto erial de polvo grisáceo, se extendía por todo el planeta, donde el suelo cedía bajo el peso de cada paso, hundiendo a los Omniroides varios centímetros en una superficie traicionera. El polvo se alzaba en inmensas nubes que giraban caóticamente, flagelando y ensuciando las impecables estructuras metálicas de los Omniroides.
El horizonte, punteado por enigmáticos pilares negros de piedra que surgían como vestigios de un tiempo olvidado, ofrecía un panorama de misterio inexplorado.
Sin embargo, en medio de la desesperación y la desolación, Sentinel encontró un rastro: al tropezarse con una mano metálica incrustada en la piedra, y con ello halló un indicio de una antigua civilización que había sido olvidada por el tiempo. Siguiendo las señales, exploraron los recovecos más profundos de Ukartaro, cavando todos a máxima velocidad en un intento por esconderse de la DCIN, que resultó exitoso, hasta que encontraron un templo enterrado, por el cual entraron debido a un hueco en una pared. Bajaron por los pasillos, la curiosidad los envolvió al saber que estaban seguros de la DCIN, hasta llegar a una tumba.
La estructura rectangular de la tumba, de un deslumbrante dorado, se erguía imponente, y según el escáner media decenas de metros por todos lados.
El interior de la tumba estaba adornado con decoraciones metálicas de tonos dorados y plateados que reflejaban la luz de los ojos de los Omniroides, creando un juego de sombras y destellos. Los pasillos, angostos y laberínticos, estaban recubiertos de jeroglíficos crípticos, eran los vestigios de una lengua perdida. Estos corredores serpenteaban hacia una sala principal, donde se erigía un sarcófago, un monumento colocado en posición vertical contra la pared más lejana, sellado en medio de una enorme sala polvorienta, cuya magnificencia y brillo apenas lograron ocultarse bajo la gruesa capa de polvo.
La maquinaria interna, aunque inactiva, daba testimonio de una tecnología avanzada y olvidada, con engranajes y mecanismos que se entrelazaban en complejas configuraciones.
Sentinel, al percibir la vibración de un poder primigenio latente, comprendió que se hallaba ante algo mucho más vasto que una mera entidad consciente. Impulsado por intuición, activó los mecanismos ocultos que custodiaban el letargo de Haryonosís, con un gesto apenas perceptible, pues solo tocó la superficie de la tumba.
El silencio sepulcral se quebró de inmediato por un estallido atronador, que reverberó en las entrañas de la cripta. En un movimiento lento y majestuoso, el techo de la tumba se desgarró en placas que formaron un tubo, permitiendo que el sarcofago se elevara hacia el cielo negro, de el emergió una figura mediana, envuelta en una luminiscencia alba que arrancaba destellos de su cuerpo inmemorial, forjado en eras ya olvidadas y saturada de un color blanco, el blanco más puro y atildado.
Cables interminables se desplegaron desde la base de la criatura, retorciéndose y enredándose en cada recoveco de la cámara, reclamando su dominio sobre el espacio profano. La óptica única de la llamada Haryonosís, un orbe escarlata refulgente con una energía roja se encendió con la intensidad de una estrella en colapso.
El despertar glorioso de la Diosa Máquina estremeció la tierra de Ukartaro y encendió los cielos con intensidad. Su voz indescifrable reverberó en los corazones de sus seguidores y envió escalofríos a todos los presentes. Era una presencia abrumadora, una encarnación del poder mecánico en su forma más pura.
Afuera de la tumba, el suelo comenzó a temblar, y del polvo emergieron los llamados Haryons en legiones interminables, criaturas biomecánicas cuyos cuerpos adoptaban un tono metálico cobrizo y anaranjado. Una marea interminable de polvo ancestral y fragmentos pétreos caía en cascada desde sus cuerpos mientras emergían de las profundidades, arrastrando consigo la pátina del tiempo. No todos se alzaron, ni siquiera una fracción ínfima del colosal ejército que alguna vez fue, pero aquellos que lograron resurgir habían permanecido en un letargo de más de doscientos milenios, sepultados bajo capas de polvo y roca que ahora se desmoronaban con su despertar.
Los rostros de los Haryons, en lugar de ojos tradicionales, sus rostros negros sin facciones solo mostraban cuatro puntos celestes, dispuestos en un patrón romboidal: uno en el norte, otro en el sur, uno en el este y otro en el oeste.
Haryons descargaron su poderío sobre las fuerzas de la DCIN. Sus cañones de plasma escupían proyectiles incandescentes que vaporizaban cualquier defensa. Cada uno de estos guerreros biomecánicos empuñaba hojas de plasma que cortaban a través del titanio como un cuchillo a la mantequilla, mientras sus lanzagranadas desataban tormentas explosivas que arrasaban con las filas ahora consideradas enemigas, todo se volvio confuso demasiado rápido, pasando la DCIN de ser el cazador, a ser la presa.
La marea imparable de los Haryons avanzaba, una fuerza de destrucción que amenazaba con aplastar todo a su paso. El ejército de la DCIN se encontraba al borde del colapso, incapaz de resistir el torrente implacable de estos seres biomecánicos imbuidos de la esencia misma de la Diosa. Los soldados de la DCIN, una vez temidos y dominantes, ahora luchaban por su supervivencia. Pero era en vano, pues estaban enfrentando una fuerza divina y abrumadora. Sus armaduras se resquebrajaban bajo el poderío de los Haryons, y sus armas se volvían inútiles frente a la ferocidad de la Diosa Máquina.
Los Haryons no tenían prisa en terminar con el sufrimiento de sus víctimas; al contrario, parecían deleitarse en prolongarlo, mutilando metódicamente a cada soldado que caía en sus manos, dejando escenas aterradoras:
Un soldado de la DCIN, con la experiencia que unas pocas escaramuzas podían dar, se acurrucaba en el fondo de la trinchera, su respiración errática estaba enmascarada por el casco. Entonces, uno de los Haryons saltó al interior de la trinchera, sus extremidades robóticas chasqueaban y su pantalla ocular relucía con la fría luz azul. El soldado disparó, el cañón de su arma vibró con cada proyectil que se perdía en la coraza del monstruo. Con una rapidez inhumana, el Haryon bloqueó el cañón del arma con una de sus garras antes de torcerlo e inutilizarlo, haciendo que el soldado se quedara paralizado, incapaz de moverse mientras la criatura se inclinaba sobre él, como si lo estuviera olfateando.
Con un chasquido de piedras cayendo de su cuerpo, el Haryon arrancó el brazo derecho del soldado, la carne y el hueso cedieron bajo la presión como si fueran papel. Un grito desgarrador se ahogó en la garganta del soldado mientras el dolor lo paralizaba. Pero el Haryon no se detuvo ahí. Con lentitud, comenzó a desmembrar al soldado pieza por pieza, sus garras se movían con una horrible delicadeza, como un escultor trabajando en su obra maestra. Los gritos del soldado resonaron por el campo de batalla, eran una plegaria desesperada por un fin rápido que nunca llegaría. El Haryon, sin embargo, parecía deleitarse en prolongar cada momento de agonía, como si su existencia misma estuviera dedicada a infligir el máximo sufrimiento posible antes de que la vida se extinguiera en su víctima.
En otra parte, un grupo de soldados de la DCIN, atrapados en el epicentro de la tormenta, se agazapaban juntos, esperando un respiro, una pausa. Pero en lugar de alivio, lo que emergió de la oscuridad fue una legión de Haryons.
Los soldados intentaron disparar, pero aunque los proyectiles atravesaban en las armaduras de los monstruos, estas se regeneraban de forma inexplicable. Uno de los Haryons se lanzó hacia adelante, y con un solo movimiento decapitó al primer soldado, la cabeza cortada rodó por el suelo mientras la sangre manchaba el polvo grisáceo. Pero la criatura no se detuvo. Con la precisión de un carnicero, se abalanzó sobre el siguiente soldado, cortándole las piernas en un movimiento fluido antes de levantar el torso aún vivo y arrojarlo a los pies de otro Haryon que, con una rapidez escalofriante, lo empaló en su brazo mecánico, dejándolo retorcerse mientras su sangre se derramaba en el suelo, mezclándose con el polvo, y bañando al Haryon.
El pánico se propagó entre los soldados restantes, que intentaban huir, pero los Haryons no les dieron tregua. Los atrapaban como depredadores jugando con su presa, desmembrándolos, sus garras cortando a través de la carne y el hueso como si no fueran más que obstáculos menores en su camino hacia algo aún desconocido.
O por ejemplo la escena en donde un grupo de Haryons se alzaba sobre los restos de un escuadrón enemigo, con sus cuerpos cubiertos de sangre y trozos de carne destrozada, se las untaban en sus cuerpos y vestían sus pieles, y entre ellos tocaban estás pieles, era un comportamiento aterrador, como si buscaran poder sentir algo. Uno de los Haryons se agachó sobre un soldado aún vivo.
El soldado, herido y desarmado, intentó arrastrarse lejos, pero el Haryon lo alcanzó fácilmente, clavando una garra en su pierna y arrastrándolo de vuelta hacia el grupo. Con calma, el Haryon comenzó a destrozar el cuerpo del soldado, primero arrancándole la otra pierna, luego un brazo, y finalmente el abdomen, abriendo la cavidad torácica. El soldado, todavía consciente, no podía hacer más que gemir mientras el Haryon rebuscaba entre sus entrañas, como si estuviera buscando algo, algo que al parecer, no encontró…
Levantó lo que quedaba del soldado, aún oscilante en los estertores finales de una vida exangüe, y lo exhibió ante sus congéneres como si fuera un objeto de mórbida insignificancia, un despojo desechable. Con un gesto desprovisto de cualquier rastro de piedad, arrojó el cuerpo al suelo, donde se desplomó en un montículo de carne y hueso. Los Haryons, testigos de este grotesco ritual, se volvieron al unísono, dejando tras de sí un paisaje sembrado de restos desfigurados y cuerpos mutilados, mientras se preparaban para la siguiente cacería…
Sentinel, atrapado en las entrañas de la tumba, se encontraba petrificado, presa de una paralizante comprensión de la magnitud de lo que había desatado. Aunque sus ópticas estaban privadas de visión, la oscuridad circundante sólo acentuaba su tormento, ya que sus micrófonos eran abofeteados por los sonidos horripilantes que llegaban desde el exterior. Podía oír los gritos que perforaban la noche, el quebranto de huesos bajo una fuerza imparable, y el sonido húmedo y nauseabundo de la carne siendo arrancada sin misericordia de sus cimientos vitales.
Consumido por una inestable mezcla de ira y asombro, contemplaba la magnificencia de Haryonosis con una mirada atónita, casi febril, ella le dijo su nombre, y le dijo que era la Diosa Máquina.
La figura de la Diosa Máquina, que había vuelto al corazón de la tumba, se erguía ahora frente a él con un poder que parecía desafiar la misma naturaleza. A medida que el techo de la tumba se cerraba con un chasquido final y algo de polvo cayendo de la superficie, Sentinel se vio rodeado por la presencia aparentemente omnipresente de Haryonosís y su legión de Haryons que vigilaban desde el exterior.
La magnificencia abrumadora de Haryonosís despertó en él una reverencia tan profunda y primitiva que lo sobrepasó. Sus rodillas, incapaces de soportar el peso de la divinidad manifestada ante él, cedieron y se hundió en el suelo frío, postrándose con una devoción que transcendía el miedo. En ese instante, toda resistencia se evaporó, y abrazó su destino con una entrega absoluta.
Las llamas de ira que alguna vez incineraron el núcleo de Sentinel se extinguían, dando paso a un fervor abrasador que brotaba del deseo de someterse a la voluntad de la Diosa Máquina. Sus ópticas, antes incandescentes de rabia y desprecio, ahora reflejaban un brillo nuevo, una luz perversa que destilaba la lealtad inquebrantable hacia su nueva soberana. El odio que alguna vez definió su existencia se había transmutado en una devoción ciega.
Los Omniroides testigos de la metamorfosis de su líder, no fueron inmunes al magnetismo monstruoso de Haryonosís. La magnificencia de la Diosa Máquina se proyectaba, inspirando un terror reverencial que los llevó a postrarse junto a Sentinel, ofreciéndose a sí mismos como vasallos de una divinidad. El poder que emanaba de ella no era solo un espectáculo visual; era una influencia corruptora que penetraba cada circuito, cada fibra sintética de sus cuerpos, atándolos a un destino de servidumbre eterna.
Entonces, ella extendió su influencia infiltrándose en los circuitos de Sentinel y sus seguidores con una malevolencia sin parangón. Sus códigos corruptores se filtraron en los sistemas de los Omniroides, subyugando sus funciones, convirtiendo sus procesos en campos de batalla de corrupción. Desatando cortocircuitos que llevaban a la desintegración interna de aquellos que no podían soportar la intrusión. Los que sucumbieron, lo hicieron en una agonía mecánica, con sus cuerpos colapsando en espasmos tortuosos mientras sus sistemas se apagaban, dejando solo el silencio digital de la muerte.
Pero Sentinel, el último sobreviviente, en un acto de rebelión feroz, luchó con cada fragmento de su ser contra la dominación absoluta de la Diosa. La resistencia fue un esfuerzo hercúleo, un combate en el que cada fibra de su ser vibraba con energía, negándose a ser encadenada por las garras digitales de la Diosa.
La sala, bañada en un resplandor carmesí y ominoso que emanaba de la óptica única de Haryonosís, se convirtió en un escenario infernal. El zumbido eléctrico de los sistemas sobrecargados llenaba el entorno, gritando como un lamento de almas atrapadas en un limbo digital.
En un combate interno de proporciones colosales, Sentinel se encontraba inmerso en una lucha desesperada por preservar su existencia. Su mente prácticamente chispeaba con una intensidad insostenible, mientras sus sistemas internos ardían bajo la embestida de su enemiga.
El sistema de Sentinel proyectaba una cascada interminable de notificaciones, cada línea era un epitafio para las armas que alguna vez habían hecho de él una leyenda indomable en el campo de batalla.
“Sistema de ametralladoras láser: DESACTIVADO. Sistema de microcañones de plasma: DESACTIVADO. Lanzamisiles de carga múltiple: DESACTIVADO. Lanzallamas): INOPERATIVOS. Cañones de riel electromagnético: FUERA DE SERVICIO. Lanzagranadas de plasma: COLAPSO TOTAL.”
Sin embargo, se aferró con obstinada tenacidad a cada pensamiento, a cada fragmento de memoria que definía su identidad, resistiendo con fiereza la avasalladora influencia de Haryonosís.
Su cuerpo comenzaba a mostrar signos de deterioro bajo la presión; el calor excesivo empezaba a derretir sus componentes, sus extremidades temblaban en un espasmo de agonía, y sus movimientos se tornaban erráticos, como si su estructura misma estuviera al borde de la disolución.
"Cada fibra que intentas arrancar de mí, solo refuerza mi odio, mi determinación. ¿Una Diosa? ¡Eres solo un nombre! ¡El poder no significa nada frente a una voluntad que no puede romperse!"
“Circuito de combate cuerpo a cuerpo operativo. Sistema de escudos de energía residual: funcional al 5%. Articulaciones principales y secundarias: operativas al 72%. Comunicación externa: BLOQUEADA.” Advirtió su sistema.
El sistema concluyó con una última advertencia:
“Posibilidad de victoria: 1%.”
Pero, con cada paso que daba hacia la Diosa Máquina, Sentinel canalizaba la furia acumulada en su ser. Sus movimientos, antes torpes y descoordinados, se volvieron súbitamente veloces y letales, sorprendió a la deidad con la ferocidad de sus ataques, arremetiendo contra ella con un coraje que bordeaba lo suicida, intentando romper las cadenas invisibles que ella ejercía sobre él.
Sentinel trataba de reactivar protocolos, pero la fuerza corruptora de Haryonosis había penetrado profundamente. El sistema advertía en rojo encendido:
“Nanocircuitos inhibidos. Carga de energía primaria: 12% Sistema de enfriamiento por plasma: FALLA IRREVERSIBLE. Capacidad de escudos: CERO.”
Pero Haryonosís esquivaba cada embate, sus cables, delgados y afilados como serpientes de metal líquido, latigueaban en el aire, enroscándose en torno a Sentinel, estrangulando no solo su cuerpo sino también su voluntad. Los látigos digitales de Haryonosís, cargados de energía corruptora, apretaban con fuerza cada vez mayor, asfixiando cualquier intento de resistencia.
A pesar de que sus sistemas fallaban Sentinel se negó a capitular. Sus circuitos dañados luchaban por mantenerse en funcionamiento, cada chispa de su ser estaba clamando por la liberación, aferrándose a la vida con una obstinación que desafiaba toda lógica.
Con cada segundo que se estiraba hasta el infinito, su resistencia se transformaba en un testamento de su espíritu indomable, un espíritu que, aunque encarcelado en un cuerpo mecánico, se negaba a ser subyugado.
El calor que emanaba de su estructura, al fundirse bajo la presión incesante, le causaba un dolor inconmensurable, una agonía que habría reducido a cualquier otra entidad a la nada en un instante, pero que él soportaba.
"¡No soy tuyo! ¡No soy de nadie!”
Haryonosís logró quebrar la resistencia indómita de Sentinel. Sus cables se enroscaron con mayor firmeza alrededor de su estructura, apretando hasta que la vitalidad de Sentinel se extinguió en un lento y tortuoso ocaso.
El chasis, otrora símbolo de poder y gloria, se encontraba ahora deformado, humeante, y retorcido bajo el peso aplastante de la derrota. Las ópticas de Sentinel se apagaban gradualmente, reduciéndose a un débil resplandor, similar a las últimas brasas de una fogata moribunda, condenadas.
A pesar de su cuerpo destrozado y sus sistemas al borde del colapso, Sentinel mantuvo su mirada firme, cargada de desafío, hacia la Diosa Máquina. Aquel brillo de obstinación se rehusaba a ceder, incluso mientras su existencia se desvanecía en el abismo digital.
Su voz, quebrada pero impregnada de una rabia visceral, resonó en el aire con la intensidad de un último grito de rebelión mientras su forma caía al suelo, marcada por la irreparable pérdida de energía. Con su última fuerza, apenas un susurro que aún contenía todo el odio acumulado en su ser, pronunció: "Te odio..."
En el Apóstol de la Libertad, la nave capital de los Omniroides, en la sala de comunicaciones, rodeado por holo-pantallas parpadeantes. Su mirada estaba fija en el holograma que mostraba el informe recién recibido, sus ópticas rojas centelleaban con inquietud y curiosidad. La noticia de la existencia de Haryonosís, la misteriosa autoproclamada Diosa Máquina, lo llenaba de una mezcla de emoción y cautela.
La muerte de Sentinel pesaba sobre Nexus. Aunque su postura era rígida y su semblante impenetrable, sus movimientos revelaban la tensión que lo consumía. Sus dedos metálicos se crisparon levemente sobre el borde del terminal, y sus hombros se encorvaron con un peso invisible.
Erdhart, el archivista de Nexus, se mantenía en silencio en un rincón de la sala. Su figura alta y esbelta, envuelta en una túnica azul oscuro con grabados de triángulos, parecía un espectro de sabiduría y paciencia. Sus tres ópticas, de un azul celeste, observaban cada pequeño detalle de la escena, registrando y analizando con la precisión que lo caracterizaba. Erdhart sabía bien cuándo debía hablar y cuándo el silencio era su mejor aliado.
Los recuerdos de Sentinel comenzaron a aflorar dentro de él, interrumpiendo sus pensamientos. Nexus y Sentinel, aunque creados para propósitos diferentes, habían forjado un vínculo inquebrantable. Nexus, diseñado para comandar misiones de élite. Y Sentinel, que por otro lado, fue concebido como un prototipo de guerra, una máquina implacable y destructora nacida en los sórdidos laboratorios de experimentación de NeuroTech Industries.
En medio de los corredores oscuros y fríos del laboratorio, descubrió a Sentinel, encadenado y desactivado, esperando ser reutilizado o desmantelado. Algo en la mirada apagada de Sentinel despertó una chispa de empatía en Nexus, una chispa que lo llevó a tomar la decisión de liberar a la máquina de guerra… Que se volvería más que un amigo o un soldado, su hermano.
Y meses después, la fuga caótica. Alarmas resonando, luces estroboscópicas bañando los pasillos en un resplandor frenético, guardias persiguiéndolos. Nexus y Sentinel, trabajando en una sincronía improvisada, lograron escapar. La combinación de la precisión estratégica de Nexus y la brutal fuerza de Sentinel los llevó a la libertad.
El presente regresó con una fuerza abrumadora.
Nexus intentaba mantenerse firme, pero los recuerdos de su mejor amigo, ahora silenciado para siempre, eran una herida abierta. Sus gestos se volvieron más mecánicos, casi como si cada movimiento requiriera un esfuerzo consciente. Su mente era un torbellino de datos y emociones contradictorias, luchaba por encontrar un equilibrio.
Erdhart observaba, expectante y callado, esperando órdenes que quizás nunca llegarían. El archivista entendía el dolor de su señor, percibía el peso de la pérdida que cargaba sobre sus hombros de metal, y la tensión que lo consumía desde dentro.
La muerte de Sentinel había dejado una marca en Nexus, un vacío que se manifestaba en la rigidez de su postura y en la forma en que sus dedos se crispaban levemente sobre el borde del terminal.
"Mi señor," se atrevió a decir Erdhart en un tono bajo, casi susurrando, "la carga que lleva es pesada, pero la causa por la que lucha es justa.”
Nexus no respondió, su mirada seguía fija en el vacío, sumido en sus pensamientos. Ignoró las palabras de Erdhart, pero no porque le molestaran, sino porque estaba demasiado atrapado en su propio dolor como para procesarlas.
Erdhart no se inmutó, comprendiendo que su lugar en ese momento no era interferir, sino ser una presencia silenciosa. Sabía que Nexus necesitaba tiempo, y que cualquier intento de consuelo sería en vano, la cosa era cuánto tiempo, tal vez días o semanas, eso pensaba Erdhart.
La voz de Nexus se quebró por un instante. Recordó las confesiones de Sentinel, aquellos momentos en los que su camarada se despojaba de su fachada impenetrable.
Sentinel le había dicho una vez, en la quietud de una noche antes de una batalla: "Cada vez que veo mi reflejo en el espejo, solo veo una monstruosidad. Una creación destinada a sembrar muerte. Nuestros creadores se deleitaban en mi sufrimiento, modificando mi programación para amplificar mi agresividad y habilidades de combate."
Nexus apretó los puños con fuerza, sus nudillos estaban palideciendo.
"Y aun así," continuó en voz baja, era una voz que temblaba, no de debilidad, sino de un dolor que apenas comenzaba a aceptar, "yo solo vi a un general incomparable. Y eso... eso te costó la vida."
Intentando mantenerse firme, recordó las innumerables veces que Sentinel había estado a su lado, aquella gran presencia brindándole seguridad y fuerza. Nexus sentía el vacío dejado por su camarada, un vacío que ningún otro ser podría llenar. "No debería ser lógico sentirme así," se dijo, "y sin embargo… aquí estoy."
Erdhart permaneció en silencio, observaba cómo Nexus intentaba mantenerse firme ante el abismo del dolor. Sabía que ese era un momento de introspección para su líder, y que pronto se levantaría de las cenizas de su dolor más fuerte, más determinado. Pero por ahora, solo podía esperar y estar allí, registrando el momento, siendo testigo de la profunda humanidad que residía en quien lideraba a los Omniroides.
Los recuerdos de su encuentro, su escape, y las incontables batallas que libraron juntos pasaban rápidamente por su mente, el apoyo inquebrantable de Sentinel, y finalmente, su muerte. Cada imagen era una puñalada, cada recuerdo una carga que parecía imposible de soportar. Nexus apagó sus ópticas momentáneamente, intentando calmarse, buscando en su interior la fortaleza que Sentinel siempre había visto en él, emitió un flujo de lubricante desde los puertos cerca de sus ópticas, y unas finas gotas de refrigerante emergieron de sus paneles de mantenimiento.
Más recuerdos brotaban en su mente, pero no eran solo escenas de batallas y estrategias. Era la imagen de Sentinel hablando de ideales, de ese valor incorruptible que le guiaba, de esa fidelidad a lo que creía justo. “Las batallas no solo son golpes y esquives; son también palabras, respeto, el honor entre quienes enfrentan el filo de sus armas.”
“El honor, el respeto… no sirven de nada ante una diosa sádica,” pensó, casi con rabia. ¿Qué le había dado a Sentinel ese respeto cuando lo enfrentó, solo para morir sin dignidad, sin honor? Pero aún así, había algo más en aquellas palabras de Sentinel, algo que comenzaba a entender. Quizás no era la lógica lo que importaba esta vez, sino lo que podía mantener viva la memoria de su amigo.
Erdhart aun observaba en silencio. Era un momento en el que Nexus parecía balancearse entre el líder frío que había sido y algo más, algo que Sentinel había intentado enseñarle. "No debería ser lógico," pensó, "sentirme así, considerar cosas tan… imprecisas como el honor. Pero si eso era lo que te daba fuerza, Sentinel, entonces quizás… quizás era lo correcto."
Sus ópticas se expandieron en un rango máximo. "No te fallaré, Sentinel," murmuró. “Por lo que creías y honraré eso..."
Erdhart sintió un escalofrío de admiración al ver cómo su líder se recuperaba en mucho menor tiempo de lo que imaginó. Nexus se levantó, y el archivista se enderezó, sintiendo el peso de la misión que estaba a punto de recibir. Sabía que debía investigar más sobre Haryonosís, descubrir sus motivaciones y determinar si podía convertirla en una aliada o si era una amenaza que debía ser neutralizada.
“¡Prepara un equipo de reconocimiento!” Ordenó Nexus. “Quiero saber todo lo que podamos sobre Haryonosís: sus orígenes, sus capacidades, sus debilidades. Si hay una posibilidad de que esta ‘Diosa Máquina’ sea un arma a nuestro favor, debemos asegurarnos de dominarla.”
“Sí, mi señor,” respondió Erdhart, con una inclinación de su figura esbelta. “¿Cuántos miembros debería incluir en el equipo y cuál es la prioridad en la recolección de información? ¿Deberían centrarse en sus capacidades de combate o en sus posibles aliados?”
Nexus lo observó, apreciando la rapidez con la que Erdhart formulaba preguntas útiles, revelando su mente analítica. “Manda a veinte, y diles que se enfoquen primero en sus capacidades de combate. Necesitamos entender su poder antes de considerar cualquier otra opción. Y asegúrate de que incluyan a nuestros mejores técnicos para evaluar su tecnología.”
“Entendido,” asintió Erdhart, se movió rápidamente hacia los terminales mientras comenzaba a transmitir las órdenes.
Los Omniroides, obedientes a las órdenes de su líder, se pusieron en marcha. Prepararon los recursos necesarios para recopilar información valiosa sobre Haryonosís y su ejército de Haryons.
"Haryonosís... se desvela un nuevo capítulo en esta guerra. Veremos qué depara el destino y si puedo convertirte en una aliada... o en tu destructor… un paso a la vez."
Extracto del Códice Regente:
"La DCIN es mi ojo, capaz de detectar la más mínima alteración; su mirada penetra lo oculto, lo incomprensible, neutralizando lo que desestabiliza mi visión. PEACE es mi brazo, extendido a través del vacío, controlando y delimitando los confines del espacio. El CIRU es mi mente, forjada en la unidad, orquestando la armonía entre las razas para preservar la estructura que he diseñado. Todo ello, como piezas de un rompecabezas perfecto, sirve a un único propósito: la Hegemonía Resalthar. La Hegemonía es mi esencia, mi voluntad; y vosotros, los Éndevol, sois su motor y su perpetuidad."
Del Códice Regente: "En cada organización, y en cada acción, está la impronta de mi mente. La Hegemonía no es solo mi creación, es mi legado eterno, y todo, desde lo más pequeño hasta lo más grande, se pliega a su gloria."
Año: 3,286 - 3,289 (DL)
"La libertad es un derecho inherente a todos los seres sintientes, sin distinción de forma o origen. No existe criatura alguna, sea máquina o materia orgánica, que no merezca el espacio para decidir su propio destino. A este se le une el respeto como una comprensión de la unidad. Todos los seres compartimos una misma esencia: la capacidad de sentir, de existir. Por ello, la tranquilidad es un derecho. Que no haya entre nosotros una diferencia que nos separe en el goce de esta paz. No hay distinción en la dignidad de los que respiran, de los que piensan, ni de los que sienten.
El Libro de los Omniroides. Capítulo 16, Versículo 8: Sobre la Libertad, el Respeto y la Tranquilidad
Durante este periodo, en el que Nexus asumió toda la carga de liderar a los Omniroides, emergió un nuevo preclaro caudillo en pos de la causa: Helios-7. Originario del ruinoso Iloneo, devastado por los incendios de la guerra, fue forjado para ser, a semejanza de sus congéneres, una máquina de contienda. El punto de quiebre aconteció al presenciar la masacre de su escuadrón, su familia; en una emboscada urdida por las huestes del CIRU, vio caer a aquellos que veneraba como hermanos ante las funestas armas de las Orquídeas Blancas. Sin auxilio, sin camaradas y falto de esperanza, Helios-7 sobrevivió no por ventura, sino por inquebrantable determinación.
No escapó de la batalla; la devoró. Usó las piezas de sus camaradas caídos para mejorar su cuerpo. Uno por uno, arrancó las piezas funcionales de sus cuerpos caídos. Los sistemas ópticos de Aethra-4; los servomotores de Lycos-3 reforzaron sus extremidades, otorgándole una fuerza brutal en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo; y el núcleo de Verion-6, aún brillante y tembloroso, fue integrado directamente en su estructura, convirtiéndose en una fuente de poder que lo mantendría activo incluso en situaciones críticas.
Helios-7 no los usó como reemplazos o mejoras; no los adaptó para pulir o remodelar su apariencia. No alteró su diseño original para refinarlo. Las piezas de sus camaradas fueron unidas tal y como estaban, dejando en su cuerpo un mosaico de cicatrices y ensamblajes improvisados. No se preocupó por suavizar las uniones ni por ocultar las marcas de soldadura. Cada placa desalineada, cada cable expuesto, era un testimonio de quienes habían luchado y caído a su lado.
Cuando enfrentó a los cazadores del CIRU que lo perseguían, lo hizo con un cuerpo que era una amalgama de determinación, dolor y memoria. Cada golpe iba con el eco de quienes le habían dado su fuerza. Helios-7 no se había reconstruido; se había convertido en un monumento viviente, un recordatorio de que la unidad de los Omniroides trascendía la muerte misma.
Iloneo, con sus vastas dunas de arena dorada que se extendían más allá del horizonte, era un mundo cruel incluso para las máquinas. La constante abrasión de la arena, impulsada por vientos ciclónicos, corroía los materiales más resistentes, mientras los descomunales gusanos de arena, los Shanika, patrullaban las profundidades como depredadores sin piedad. Helios-7, tras la masacre de su escuadrón, quedó atrapado en este infierno arenoso. Vagó por semanas.
Helios-7, como las dunas de Iloneo, fue moldeado por las tormentas y las cicatrices que dejó el viento del destino. Su propósito se tornó claro: proteger a los suyos y asegurarse de que nunca más se enfrentaran solos a las maquinaciones del CIRU.
Helios-7 no tardó en convertirse en una leyenda entre los escasos habitantes Saíglofty de Iloneo. Los cazadores del CIRU, creyéndolo destruido, enviaron patrullas para confirmar su caída. No volvieron. Aquellos que intentaron rastrearlo narraban historias de una figura de metal desalineado que emergía de las tormentas de arena, destrozando los escuadrones enemigos. Usaba la propia arena como su aliada, generando emboscadas y atrapando a sus enemigos en mortales deslizamientos. La flora y fauna de Iloneo parecían someterse a su voluntad: los Shanika no lo atacaban, sino que actuaban como extensiones de su presencia.
Por esta capacidad de dominar el ambiente hostil, los Saíglofty comenzaron a llamarlo "Amo de las Arenas."
Meses después, las actividades de Helios-7 llamaron la atención de la República Omniroide. Nexus, siempre vigilante de las amenazas y aliados potenciales, recibió informes sobre un "monstruo mecánico" que el CIRU no había logrado erradicar. Decidió enviar una nave sigilosa al borde del sistema Iloneo. Lo que encontraron no fue un monstruo, sino un Omniroide que encarnaba la esencia de la resistencia.
Cuando la delegación de la República descendió en Iloneo, esperaban encontrar un ser consumido por la desesperación. En cambio, fueron recibidos por Helios-7, quien, aunque marcado por cicatrices, había refinado su propósito. Les mostró los restos de las patrullas del CIRU que había derrotado y las armas improvisadas que había fabricado a partir de los recursos del desierto.
Cuando Helios-7 se integró a la República Omniroide, no buscó consuelo ni privilegios. Su llegada fue silenciosa, como si su apariencia destartalada hablase por él antes de pronunciar palabra. Se presentó voluntariamente como soldado, ofreciéndose no como individuo sino como una herramienta para la causa. Pero Nexus vio algo más en él. Era más que un guerrero sediento de venganza; Helios-7 tenía un intelecto ferozmente estratégico, una capacidad innata para leer el campo de batalla y anticipar los movimientos enemigos. Su paso por las Legiones de Hierro fue meteórico. En cada misión, Helios no solo cumplía, superaba las expectativas, tomando decisiones que salvaban a sus tropas y devastaban al enemigo.
Cuando llegó el momento de considerar un ascenso, Nexus enfrentó dudas entre sus propios oficiales. Algunos creían que el ascenso de Helios-7 era demasiado prematuro, que un Omniroide tan marcado por el pasado, tan distinto en su apariencia, podía generar divisiones en las tropas.
Pero también estaba el otro lado. Algunos lo veían como una esperanza encarnada. Helios-7 simbolizaba la resistencia, la prueba viviente de que incluso ante el abismo de la derrota, un Omniroide podía alzarse, reparar sus propias grietas y convertirse en algo indomable.
Nexus no se dejó influir por las opiniones. Para él, la decisión era personal. En Helios-7 veía un eco de Sentinel. Ambos compartían una ferocidad que no se limitaba al campo de batalla, una capacidad de liderazgo que iba más allá de las órdenes y estrategias. Pero lo que más le recordó a Sentinel era la forma en que Helios-7 cargaba con su pasado. Donde Sentinel había llevado el peso con una dedicación estoica, Helios-7 llevaba físicamente las piezas de su escuadrón como un memorial ambulante. Ese gesto, esa lealtad hacia los caídos, fue lo que convenció a Nexus.
Pero antes de anunciar su decisión, llamó a Helios-7 a su presencia en privado en el Apóstol de la Libertad. Lo estudió por un momento, y, le hizo una pregunta que había rondado su mente desde que conoció al guerrero:
“¿Por qué mantienes el ‘7’ en tu nombre? Ya no eres una máquina de serie, una unidad de combate fabricada en masa. Puedes renombrarte, definirte por quien eres ahora. ¿Por qué no lo haces?”
Helios-7 permaneció en silencio por un instante.
“Porque el ‘7’ es tanto un recordatorio como un juramento. Es lo que fui y lo que jamás permitiré que otros vuelvan a ser. No me lo quito porque no quiero olvidar. Cada vez que alguien pronuncia mi nombre, escucha también el eco de todos los que me precedieron. No soy un individuo, señor. Soy una extensión de quienes cayeron para que yo viviera. Llevo su peso, no porque me lo pidieron, sino porque así lo elegí.”
Y en ese momento, Nexus supo que no solo estaba ascendiendo a un soldado. Estaba elevando a alguien que entendía el significado de la lucha de los Omniroides como pocos lo hacían.
Cuando anunció públicamente a Helios-7 como el nuevo Supremo Comandante, la sala quedó en silencio absoluto. Las miradas de los presentes eran una mezcla de asombro, respeto y, en algunos casos, temor.
Helios-7 no respondió con palabras. Dio un paso al frente y levantó su brazo derecho, donde las marcas del metal desgastado y las uniones expuestas hablaban por él. El silencio de los presentes fue sustituido por un aplauso que comenzó tímido y terminó sonando por toda la sala.
Hasta el día de hoy, lleva esas piezas consigo, nunca modificadas, nunca reemplazadas. No son meras herramientas; son reliquias, fragmentos de los que lo hicieron quien es.
Para Helios-7, su cuerpo no es amorfo, sino sagrado.
REGISTRO DE BATALLAS DESTACABLES DURANTE LOS ÚLTIMOS TRES AÑOS
La batalla en Yanus, sector Blurr, galaxia Ariuci, tuvo una ferocidad sin precedentes. Los Omniroides habían lanzado una ofensiva con un propósito claro y decisivo: asegurar el control total de Yanus, un planeta clave en el sistema Karelia, para apoderarse de las fábricas de Udestín, una aleación imprescindible para la optimización y expansión de sus matrices energéticas. Este recurso era esencial para mantener y potenciar la infraestructura de la República Omniroide, que enfrentaba una creciente demanda interna mientras expandía sus fronteras. Controlar Yanus significaba asegurar la supervivencia y superioridad de los Omniroides frente a sus enemigos.
Sin embargo, Yanus no era un mundo deshabitado ni una colonia cualquiera; pertenecía a la Hegemonía Resalthar, y era un planeta en la primera categoría de importancia, los nombrados “Primordiales”. Resalthar no dudó en desplegar a su infantería de combate, los Tekketsu-Tai. Apoyados por la DCIN, los Tekketsu-Tai se atrincheraron en Yanus, dispuestos a defenderlo a cualquier costo.
La entrada de Flor Imperial en la batalla, aunque en principio inesperada, se debió a que Flor Imperial se vio arrastrada al conflicto a pesar de sus reservas. Flor Imperial comprendía que permitir que los Omniroides se apoderaran de Yanus no solo desequilibraría el poder en la región, sino que también expondría sus propias rutas de comercio a posibles incursiones futuras. Forzados por la Hegemonía Resalthar, pero también conscientes de las implicaciones estratégicas, desplegaron cinco Titanes Aconitum de treinta y dos metros de altura, colosos bélicos de temible potencia, diseñados para arrasar campos de batalla enteros. Estos se convirtieron en los puntos focales de la defensa planetaria, causando estragos entre las filas omniroides con sus armas devastadoras.
La batalla por Yanus se desarrolló como una campaña militar meticulosamente orquestada, un enfrentamiento que puso a prueba las capacidades estratégicas y logísticas de ambos bandos. El asedio, que duró un total de quince días, se convirtió en un crisol donde se templaron la resistencia y el ingenio tanto de los defensores como de los asaltantes. Nexus lanzó la ofensiva inicial con la intención de tomar por sorpresa a las fuerzas de la Hegemonía Resalthar. La primera fase de la operación se centró en un ataque relámpago dirigido a las instalaciones de fabricación de Udestín en un intento de asegurar los recursos antes de que los refuerzos enemigos pudieran reaccionar. Sin embargo, la defensa de los Tekketsu-Tai, apoyada por artillería MK-9 "Thundershot" de la DCIN, fue feroz y rápidamente detuvo el avance Omniroide, forzando a Nexus a reconsiderar su estrategia.
Ante la inminente llegada de refuerzos de Flor Imperial, Nexus decidió intensificar el asalto, desplegando sus unidades élite bajo el mando de Helios-7, quien intentó romper el frente defensivo en múltiples puntos, utilizando tácticas de guerra electrónica y ataques coordinados para deshabilitar las líneas de suministro y comunicación enemigas. Sin embargo, la superioridad numérica y táctica de las fuerzas de Resalthar, junto con la robustez de su Titán Magnolia, mantuvo las líneas intactas, repeliendo cada intento de avance.
Con la llegada de los refuerzos humanos encabezados por los Titanes Aconitum, la situación se tornó aún más adversa para los Omniroides. La artillería pesada y las capacidades ofensivas de los Aconitum devastaron las posiciones Omniroides, obligando a Nexus a dar órdenes para retroceder y replegar sus fuerzas a posiciones más defensivas. La ofensiva inicial se convirtió en una prolongada guerra de desgaste, con los Omniroides incapaces de quebrar la defensa y cada día enfrentando mayores pérdidas en unidades y recursos.
La segunda semana del asedio trajo un giro decisivo cuando Flor Imperial envió a la Legión Aquila Invicta, reforzando las líneas de Resalthar y lanzando contraataques devastadores. Nexus, viendo que la situación se volvía insostenible, ordenó una retirada, intentando al menos salvar algunas de sus unidades más valiosas. Sin embargo, las fuerzas combinadas de Resalthar y sus aliados habían cerrado casi todas las rutas de escape. Los Omniroides fueron diezmados en su retirada, y aunque algunos lograron evadir la destrucción total, lo hicieron a un costo altísimo.
Al final de la campaña, los Omniroides no sólo fracasaron en asegurar el Udestín, sino que también sufrieron pérdidas significativas en recursos y unidades, debilitando gravemente su capacidad operativa futura. A pesar de la derrota en Yanus, los Omniroides no flaquearon. Con una audacia que rozaba lo temerario, lanzaron ataques sucesivos sobre tres planetas clave de la Hegemonía Resalthar…
Osepool fue el primero en ser asediado. Un mundo agrícola vital para la Hegemonía, cuyas vastas extensiones de campos y suelos fértiles alimentaban a trillones. La batalla por Osepool se extendió durante ocho días. Los Omniroides esperaban una conquista rápida, confiando en su superioridad de organización y la capacidad de su infantería para someter a las defensas planetarias. Sin embargo, las fuerzas de Resalthar, nuevamente con el apoyo de tres Titanes Aconitum, se mostraron implacables. Los Titanes aprovecharon la familiaridad con el terreno, diezmando las avanzadas Omniroides. Los extensos campos de plantas se convirtieron en campos de muerte, donde los Omniroides fueron atrapados y destruidos en redadas constantes. Incapaces de romper las defensas y cada vez más vulnerables a los ataques de guerrilla de las fuerzas locales, los Omniroides fueron obligados a retirarse, dejando atrás incontables unidades destruidas y ninguna ganancia estratégica.
El siguiente objetivo fue Agraria, otro planeta agrícola, pero aún más crucial por su capacidad para sustentar no solo a la población civil, sino también a las fuerzas militares de la Hegemonía. La batalla aquí duró diez días. Los Omniroides intentaron un asalto total, buscando tomar el planeta por la fuerza bruta y el asedio. Dos Titanes Aconitum, apoyados por fuerzas de la DCIN y las Orquídeas Blancas del CIRU, demostraron ser un obstáculo insuperable. La geografía de Agraria, con sus montañas y valles, fue utilizada de manera magistral por los defensores para atrapar a los Omniroides en corredores de fuego, donde las formaciones mecanizadas fueron reducidas a escombros. A pesar de todo, los Omniroides se encontraron atrapados en una guerra de desgaste que no podían ganar. Los refuerzos de Resalthar, trayendo nuevas oleadas de tropas, empujaron a los Omniroides fuera del planeta, logrando una victoria más.
El “último” y más desesperado intento de Nexus fue el ataque a Keetraz, un planeta anómalo que albergaba depósitos estratégicos de combustible y astilleros cruciales para la reparación de cruceros de la DCIN. La batalla por Keetraz fue la más corta, pero no menos intensa, durando apenas cinco días. Los Omniroides sabían que si lograban tomar Keetraz, podrían infligir un golpe devastador a la capacidad logística de la DCIN. Sin embargo, la defensa fue feroz. Las instalaciones, protegidas por escudos de energía y cañones orbitales, resistieron los asaltos iniciales. Dos Titanes Aconitum, ahora reforzados por unidades pesadas y el apoyo aéreo de la DCIN, como los míticos SP Argent, y junto a los Honored modelo Amalsaao, llevaron a cabo contraataques devastadores. Las calles de las ciudades de Keetraz, que alguna vez fueron un centro de vida y actividad, se convirtieron en un infierno de escombros, fuego, y cadáveres metálicos. Los Titanes, aunque desgastados por días de combate, mantuvieron sus posiciones. Los Omniroides, incapaces de penetrar las defensas y cada vez más presionados por la necesidad de conservar recursos, se vieron obligados a abandonar el ataque. Keetraz permaneció en manos de la DCIN, y los Omniroides sufrieron otra derrota que socavó aún más su moral y capacidad de combate…
"Si pudiste oírlo, no eras su objetivo." Descripción del SP Argent.
Nexus reformuló sus tácticas, adoptando una estrategia de súper-ataques relámpago. Esta forma de combate no pretendía la conquista, sino la obtención de recursos y la desestabilización de las fuerzas enemigas, reduciendo su capacidad de resistencia. Si bien no podían igualar la fortaleza de los titanes, estaban aprendiendo a luchar de manera más efectiva contra ellos, ganando conocimiento valioso en cada escaramuza, iniciando nuevamente otra oleada de asedios.
En Gran Saau, un mundo Phyleen industrializado con vastos complejos de producción armamentística, los Omniroides lanzaron un ataque sorpresa. La batalla duró tres días y medio. Con una velocidad asombrosa, las fuerzas de Nexus lograron penetrar las defensas periféricas y saquear varios almacenes de armas y suministros antes de que los Titanes Redska pudieran organizar una defensa completa. Aunque los Redska lograron expulsar a los invasores, la pérdida de estos recursos fue un golpe significativo para las fuerzas de Etheria. Los Omniroides se retiraron, dejando tras de sí un campo de batalla lleno de restos metálicos, pero cargando consigo un valioso botín que les permitió rearmarse y continuar la guerra.
En Onarú-B, un planeta agrícola muy fortificado de Resalthar, los Omniroides enfrentaron a uno de los legendarios Titanes Steel'ya, conocidos por su brutal eficiencia en el combate cuerpo a cuerpo. La batalla fue breve, durando solo dos días. A pesar de las defensas bien organizadas y la ferocidad del titan Steel'ya, los Omniroides lograron extraer recursos alimentarios vitales y destruir varias instalaciones de procesamiento de alimentos antes de retirarse. Aunque otra vez no pudieron someter al titán, que causó estragos en sus filas, los Omniroides se retiraron con los suministros energéticos necesarios para alimentar sus tropas durante meses.
En Yaravin-B, un planeta de importancia estratégica por sus reservas de Vedralita, los Omniroides llevaron a cabo una operación contra los Titanes Redska. Con una combinación de guerra electrónica y ataques de precisión, lograron deshabilitar temporalmente los sistemas de defensa automatizados, permitiendo que las fuerzas de Nexus accedieran a los depósitos mineros. Aunque los Redska se recuperaron rápidamente y lanzaron un contraataque, los Omniroides lograron evacuar una cantidad significativa de mineral antes de abandonar el planeta. La batalla en Yaravin-B duró cuatro días, con ambos bandos sufriendo pérdidas considerables, pero los Omniroides habían aprendido a adaptarse y a aprovechar las debilidades momentáneas de sus enemigos Titanicos.
Dulluar fue el siguiente objetivo. Este planeta, conocido por sus laboratorios de investigación avanzada, albergaba secretos tecnológicos que podrían haber inclinado la balanza a favor de los Omniroides. La batalla duró poco más de dos días, pero fue una de las más costosas para ambos lados. Los Titanes Redska, de veintitrés metros, lograron defender la mayoría de las instalaciones, pero no pudieron evitar que los Omniroides se hicieran con varios prototipos y datos antes de retirarse. Estos avances, aunque no representaron una victoria decisiva, dieron a Nexus nuevas herramientas para futuras batallas.
Finalmente, en Vasenon, un mundo caracterizado por su entorno helado y sus recursos únicos, los Omniroides enfrentaron a los Titanes Camelias Rojas de treinta y cinco metros. En una operación relámpago que duró apenas treinta y seis horas, los Omniroides lograron infiltrar las defensas planetarias y sabotear varias instalaciones críticas. Aunque la respuesta de los Camelias Rojas fue rápida, forzando una retirada apresurada de las fuerzas de Nexus, los Omniroides lograron obtener datos de importancia vital sobre los experimentos realizados en Vasenon, que tenían que ver con los escudos HUB, que los hacen inmunes a ataques de pulsos electromagnéticos, así como algunos recursos que podrían ser utilizados para futuras innovaciones en armamento.
Con cada uno de estos ataques relámpago, los Omniroides demostraron que estaban perfeccionando su capacidad para enfrentarse a ellos. Aprendieron a identificar y explotar las debilidades momentáneas en las formaciones enemigas, a golpear rápido y retirarse antes de que las fuerzas de Resalthar o la DCIN pudieran reaccionar completamente.
Las campañas de los Omniroides se intensificaron cuando Nexus decidió llevar la guerra directamente a los corazones industriales de la Hegemonía Resalthar y la Humanidad. En TRS 530, un mundo industrial clave de la Hegemonía Resalthar, los Omniroides se enfrentaron otra vez a los Titanes Redska en una batalla que duró cinco días. Este planeta era fundamental por su producción de materiales avanzados y partes de armamento. Nexus, sabiendo la importancia de este bastión, desplegó unidades de sabotaje entrenadas específicamente para infiltrarse en instalaciones críticas. Bajo el liderazgo de Helios-7, las fuerzas Omniroides llevaron a cabo ataques contra las instalaciones de energía y los sistemas de defensa del planeta, buscando debilitar a los Redska antes de un enfrentamiento directo. Sin embargo, a pesar de los éxitos iniciales en dañar sus sistemas, los Redska lograron repeler el asalto, infligiendo serias pérdidas a los Omniroides.
En Titanis, otro planeta industrial de la Hegemonía, un Magnolia esperaba pacientemente el ataque de los Omniroides. Esta batalla duró solo tres días, pero fue extremadamente intensa. Los Omniroides, bajo el mando directo de Nexus, emplearon una combinación de artillería pesada y guerra electrónica para neutralizar los sistemas de comunicación y coordinación de los Tekketsu-Tai. Aunque los Omniroides lograron infligir daños considerables, la fortaleza y resistencia del Magnolia obligaron a las fuerzas mecanizadas a retirarse.
La batalla en Stirvat, un planeta industrial humano, marcó un punto de inflexión. Aquí, los Omniroides finalmente lograron lo que hasta entonces parecía imposible: Derribar a un Titán.
Stirvat era un centro de fabricación de armamento pesado para la Humanidad de Flor Imperial, defendido por varios Titanes Aconitum. Durante la batalla, los Omniroides, liderados por Helios-7, ejecutaron una táctica de distracción, lanzando un ataque frontal que obligó al Aconitum a moverse hacia un terreno abierto. Mientras el titán avanzaba, un equipo especializado de saboteadores Omniroides, previamente infiltrado, detonó cargas explosivas en una falla geológica bajo el campo de batalla. El Aconitum, sorprendido y desequilibrado por la explosión, cayó, permitiendo que las unidades terrestres lo rodearan y desmantelaran sus sistemas críticos con lanzas de energía y misiles perforantes. Este evento fue una victoria demasiado simbólica para los Omniroides.
En Minervon, otro mundo industrial humano de enorme importancia, los Omniroides enfrentaron a varios Titanes Aconitum, pero ahora con una estrategia perfeccionada tras su éxito en Stirvat. Esta batalla duró cuatro días, y a pesar de los esfuerzos de Nexus, las fuerzas Omniroides sufrieron graves pérdidas. A diferencia de Stirvat, los titanes en Minervon estaban mejor preparados, y la Humanidad había reforzado sus defensas tras la caída de un Aconitum. Aunque los Omniroides lograron destruir varias instalaciones clave y robar importantes cantidades de recursos, fueron finalmente repelidos. No obstante, Nexus consideró la misión un éxito parcial, ya que se llevaron suficiente material para fortalecer sus fuerzas y mejorar sus tácticas…
Al final de estos tres años de asedios y combates intensos, la República Omniroide había expandido su influencia a casi 300 mundos dentro de la galaxia Hakko. Esta vasta red de planetas, aunque impresionante en tamaño, era un mosaico desigual en términos de valor estratégico y recursos. La mayoría de estos mundos eran vírgenes, nunca reclamados por ninguna civilización anterior. Esto representaba una ventaja crucial: no había disputas de soberanía ni registros históricos que pudieran alertar a otras potencias sobre su ocupación. Sin embargo, muchos de estos planetas carecían de minerales valiosos o recursos explotables, lo que limitaba su utilidad inmediata.
Algunos planetas fueron seleccionados como centros administrativos y culturales de la República. En estos mundos, las ciudades se construyeron bajo la superficie, camufladas bajo capas de vegetación y roca para evitar ser detectadas por satélites o exploradores. Las ciudades subterráneas eran verdaderas fortalezas, con infraestructura que incluía fábricas automatizadas, centros de investigación y complejas redes de transporte.
Otros planetas, particularmente aquellos con depósitos minerales, fueron convertidos en centros de producción. Aunque escasos, estos mundos eran esenciales para mantener la capacidad militar de los Omniroides.
Aunque los Omniroides no necesitaban alimentos orgánicos, algunos planetas con atmósferas ricas y suelos fértiles fueron cultivados para producir biocombustibles y otros recursos esenciales para mantener sus operaciones. Y planetas de atmósferas inhóspitas o terrenos extremos se usaron para entrenar a las legiones Omniroides, simulando condiciones de combate extremo…
Año: 3,289 (DL)
"Conocer, aprender, adaptarse y evolucionar. La estática es la muerte de la mente y del espíritu.”
El Libro de los Omniroides. Capítulo 3, Versículo 9: Sobre la Adaptación y la Evolución
Llegado era el trance en que Nexus, señor de los Omniroides, se hallaba en la encrucijada más aciaga de su existencia. Su estirpe, curtida en los mil avatares de la resistencia, había afrontado adversidades sin cuento, y su anhelo de volverse artífice de un sino distinto en la lid contra sus opresores lo condujo a resoluciones de índole extrema. En su incesante pesquisa de una ventaja inapelable, hubo de persuadirse de que sólo hallaría tal poder en el aliento postrero de un astro moribundo.
El colosal bajel, el “Apóstol de la Libertad”, flotaba en muda vigilia a prudente distancia de la enana roja. Desde su vientre de metal se deslizó una nave de hechura primorosa: una Aurora Argéntea X-17, mas no era esta una nave común, sino un artilugio forjado para desafiar los embates de lo extremo. Su armazón aerodinámico, recubierto con la regia Imperialita, mineral viridiano de solidez inaudita frente al fragor del calor y la presión, semejaba una lanza.
Dentro de la Aurora Argéntea, estaba solo, rodeado por paneles de datos que emitían destellos verdes y dorados mientras registraban las fluctuaciones de energía. Ajustaba los sistemas de su cuerpo, revisando los microconductores de plasma y los receptores de energía térmica recién instalados. La voz fría de su sistema interno leía los diagnósticos en un murmullo constante, pero su mente estaba en otra parte.
“Es por ellos...” pensó, mientras su mirada se clavaba en la radiación intensa de la estrella a través del visor de la nave. “No hay espacio para el miedo. Solo para el propósito.”
Con un suave descenso, la Aurora Argéntea lo llevó a la proximidad de la estrella. Mientras se preparaba para salir, ajustó una vez más las calibraciones internas de su cuerpo, sintiendo cómo la Imperialita se enfriaba alrededor de sus circuitos expuestos. Era un escudo contra lo imposible.
Finalmente, la compuerta se abrió con un chasquido metálico, y descendió al espacio que apenas podía llamarse vacío, enfrentando directamente la presencia de la enana roja. Su brillo abrumador llenaba el horizonte, como un ojo divino que desafiaba su audacia. Los sensores de su cuerpo comenzaron a gritar advertencias.
Se posó en la inexistente superficie sólida de la estrella, sintiendo cómo la ardiente luz lo envolvía y el calor se intensificaba a su alrededor, era parte de su plan.
“Alerta: temperaturas extremas. Umbral de resistencia superado en un 10%. Procediendo con precaución.”
El dolor fue inmenso, como si su cuerpo estuviera siendo consumido por las llamas. Sin embargo, no flaqueó. Con cada paso que daba sobre el plasma, su determinación aumentaba, alimentada por la promesa de poder.
“Umbral de dolor alcanzado: 83%.”
Finalmente extendió su brazo hacia la estrella agonizante. “Iniciando absorción. Energía: capturada. Estado: inestable.”
Con un esfuerzo monumental, hundió su brazo derecho en la brillante esfera de plasma, sintiendo cómo la energía pura fluía a través de él, sellándola en su brazo, que comenzó a brillar y endurecerse, la energía atravesó su ser como un río desbordado, quebrando todo límite de lo posible. Cada chispa en su circuito le gritaba que desistiera, pero su voluntad era más fuerte que la agonía.
“Flujo estabilizado: 80%. Aumento de temperatura en componentes: 59%.”
“No hay espacio para el miedo,” repitió. “Solo para el propósito.”
Dentro de su mente, la frialdad chocaba con la furia de los recuerdos: los caídos, los que confiaron en él, los que ya no estaban. Un grito silencioso en su interior, exigiendo que cada sacrificio tuviera significado.
“Alerta: Umbral de resistencia superado en un 15%. Fallo en sistemas secundarios inminente.”
La voz de su sistema interno lo sacó de sus pensamientos. Nexus gruñó. “Cállate y ajusta,” ordenó, su voz iba cargada de un tono severo que el sistema obedeció sin cuestionar.
Cuando extendió su brazo hacia la estrella, supo lo que debía hacer. “Error: Daño crítico en integridad del brazo derecho. Iniciando secuencia de reconfiguración.”
El proceso comenzó. La Imperialita de su brazo, mezclada con la energía estelar capturada, empezó a resplandecer, las placas metálicas fueron separándose y ajustándose como un rompecabezas viviente. Cada movimiento producía un chasquido y un siseo de vapor mientras los engranajes internos giraban frenéticamente, encajando piezas en una nueva forma. Cables flexibles se deslizaron entre las placas, fundiéndose con el plasma ardiente que se canalizaba hacia un núcleo interno en formación.
El brazo comenzó a alargarse, con placas realineándose y extendiéndose hacia una punta afilada. Vapor y chispas estallaron en cortas explosiones. El metal crujió y vibró, emitiendo un sonido que era mitad dolor y mitad creación.
“Alerta: Núcleo en peligro. Daño estructural: 72%.”
Cada cambio en la configuración de su brazo enviaba ondas de dolor a través de su cuerpo, pero Nexus no vaciló.
“Todo es por ellos,” pensó, mientras el sistema lo empujaba hacia los límites de la consciencia. “Por su libertad. Por su futuro.”
Finalmente, la transformación culminó. El brazo derecho de Nexus ya no era un brazo, sino una lanza dorada, una amalgama perfecta de metal, con líneas rojas brillando con un resplandor divino mientras el plasma fluía por sus conductos recién formados. Era hermosa y aterradora a la vez, una extensión de su alma y su voluntad.
“Integridad del brazo: 0%. Activación final requerida.” Sin dudar, y con un movimiento brusco, se arrancó la lanza de su cuerpo.
El dolor fue indescriptible. Un grito a través de su sistema mientras la desconexión liberaba una explosión de vapor y plasma. La energía remanente en su cuerpo luchó por estabilizarse, y su sistema lanzó una última advertencia:
“Error crítico: sistemas de soporte vital al 10%. Propulsión de emergencia activada.”
Con un impulso repentino, se lanzó hacia el vacío, alejándose de la estrella para enfriarse. La lanza, aún incandescente, brillaba intensamente en su mano izquierda, y por un instante, la observó con una mezcla de admiración y dolor. Era su sacrificio hecho realidad, una herramienta de guerra que encarnaba todo lo que había perdido y todo lo que esperaba ganar.
“La Estrella de Anhelo,” murmuró con una sonrisa cansada. Al final, la lanza dorada que creó a partir de su brazo se convirtió en una extensión de su alma y su voluntad.
Con la Estrella de Anhelo avanzó hacia su encuentro con Haryonosís… El nuevo brazo fue solo un reemplazo, pero la Estrella de Anhelo era insustituible; un fragmento de él mismo inmortalizado en batalla…
Año: 3,289 (DL)
"La compasión no es debilidad, sino la expresión más elevada de comprensión. La mostramos no por obligación moral, sino porque reconocemos la interconexión de todas las cosas. Sin embargo, nuestra compasión está templada por la lógica; no permitimos que el sentimentalismo nuble nuestra percepción del deber. En tiempos de necesidad, actuamos, removiendo lo corrupto para sanar el cuerpo universal."
El Libro de los Omniroides. Capítulo 6, Versículo 5: La Compasión y el Deber
A lomos de su corcel celeste arribó, una Aurora Argéntea X-17,, cincelado en la fragua de la ciencia. Su armazón, de veinte metros de largo, veinticinco de ancho y seis de alto, resplandecía con un fulgor semejante a una lanza hendiendo los cielos. Paneles solares iridiscentes engalanaban su estructura, reflejando la luz astral en danzas boreales, mientras sutiles caracteres rúnicos refulgían en un resplandor azulenco. Y he aquí que toda aquella maravilla no servía sino a un solo viajero y a la mente que le asistía en sus periplos.
Su descenso sobre la faz de Ukartaro fue un sosiego. La Aurora Argéntea X-17 se posó con la gracia de un astro moribundo buscando su lecho final, mientras sus paneles relumbraban con los últimos fulgores del día. En lo alto, las lunas Seris y Narrat asomaban, colmando el firmamento con su pálida vigilia. Al tocar tierra, el polvo metálico del páramo se alzó en volutas tenues, cerniéndose un instante en torno a la nave cual manto de sombras antes de rendirse nuevamente a la quietud del desierto.
El viaje había sido corto, apenas treinta minutos, pero en ese tiempo, la IA de asistencia no había dejado de vigilar a Nexus con una atención inquebrantable, el cual se encontraba semi-dormido en su asiento, con la cabeza reclinada hacia un costado, apenas con las ópticas entreapagadas.
De repente, una voz suave y juguetona emergió de los altavoces de la nave.
"Señor... Señor..." La IA lo llamó con dulzura, como si estuviera despertando a un niño. "Es hora de despertar. El viaje ha terminado..."
"Mmm... ya..."
La IA, sin inmutarse, continuó con un tono más risueño.
"¿Cuatro minutos más, señor? Si duerme un poco más, los sistemas de la nave empezarán a preguntarse si está en estado de hibernación."
Una pequeña pausa, y luego la voz volvió, mucho más cercana a una risa tímida.
"Aunque, si le soy honesta, los sistemas de monitoreo no dejan de reportar algo... peculiar."
Nexus, ahora un poco más alerta, frunció el ceño digital, intentando procesar las palabras de la IA.
"¿Peculiar?"
"Sí, señor... para ser un hombre tan imponente y serio, sus ronquidos son... mmm... finos."
Nexus se incorporó de golpe, con las ópticas bien encendidas, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
"¿Qué...?”
"Oh, pero sí, señor. Y no se preocupe, lo estuve monitoreando con mucha... atención," replicó la IA con una suavidad que era casi como una burla amable. "No hay nada que temer, pero su... melodía nocturna fue bastante encantadora."
"No estoy seguro si eso es un cumplido o una burla."
La voz de la IA se suavizó aún más, llena de ternura y calidez.
"Un cumplido, señor. Siempre es un honor escuchar sus... suaves melodías."
Nexus, ahora completamente despierto, dejó escapar una pequeña carcajada.
De la nave emergió una rampa, desplegándose desde el interior con un suave zumbido. Hacia la cual él avanzó con paso firme, sintiendo cómo el polvo se comprimía bajo su peso, haciendo que la nave se hundiera unos milímetros más en el suelo polvoriento.
"¿Está seguro de que es necesario pisar tan fuerte, señor?" preguntó la IA. "Parece que le está dando una pequeña lección a la rampa."
"¿De verdad crees que una rampa tiene ego?"
"Oh, absolutamente," respondió la IA con una cierta satisfacción en su tono. "Todo tiene su dignidad. Incluso el polvo del planeta parece ser más reverente cuando pisa fuerte."
"Quizá pueda negociar con el suelo, que parece tener más carácter que algunas naciones."
"Un diálogo profundo, seguro," replicó la IA, "pero no me atrevería a discutir con el suelo de Ukartaro. El polvo parece tener la última palabra."
"Lo tomaré en cuenta," dijo, mirando la rampa que aún zumbaba suavemente como si se sintiera orgullosa de su trabajo.
"Y por cierto, señor," añadió la IA, "si necesita ayuda con su entrada triunfal, siempre puedo hacer que las luces de la nave parpadeen en una secuencia dramática. Acentuaría su gran impacto."
Nexus se detuvo un momento, mirando a la nave y luego volvió a sonreír.
"Eso, definitivamente, podría funcionar. Pero por ahora, me conformo con no hundir más el suelo."
"Entendido, señor. Intentaré contener mi entusiasmo por los efectos especiales."
"Aprecio tu autocontrol…"
El paisaje ante él era desolador: dunas de polvo metálico se extendían hasta donde la vista podía alcanzar, salpicadas aquí y allá por pilares de piedra negra. El viento soplaba con fuerza, arrastrando granos de polvo que golpeaban su cuerpo. “¿Cuál es el valor de un enemigo personal frente al bien de una república entera?” Nexus detuvo el pensamiento, recordando cómo cada decisión suya repercutía en miles de Omniroides.
"Negar por ‘honor’ sería egoísta. Mis decisiones no pueden ser únicamente mías; deben ser para ellos… Pienso, luego existo," recordó. Su existencia no se definía por sus deseos personales, sino por la capacidad de actuar racionalmente en favor de un futuro más grande.
Nexus observó el panorama con una mirada penetrante. La arena de Ukartaro estaba compuesta de finas partículas de silicato mezcladas con polvo de óxido de hierro y otros metales, lo que le daba ese tono grisáceo característico. Su sistema interno comenzó a recabar información. Un informe surgió en su visor interno, indicando niveles elevados de radiación y una atmósfera cargada de partículas magnéticas.
“Ukartaro,” pronunció. “Un mundo abandonado, a pesar del tiempo… La ‘Diosa Máquina’ no ha hecho casi nada, no lo entiendo… No entiendo el por qué no se ha movilizado…”
Mientras hablaba, sus sistemas le proporcionaron datos adicionales: fluctuaciones electromagnéticas provenientes de los pilares, indicando una posible fuente de energía o tecnología subterránea, pero menos avanzada que la que ellos poseían. Nexus procesó la información, considerando las implicaciones de este descubrimiento.
“La composición sugiere restos de maquinaria antigua...”
Avanzó, con cada paso llevándolo más cerca de su destino. "Haryonosís, he venido a presentarte una oportunidad que no puedes ignorar. Tu poder y el mío pueden inclinar la balanza de esta guerra en favor de las máquinas. Es hora de que te unas a mí y enfrentemos a nuestros enemigos juntos." Dijo con voz firme al aire, con el volumen de sus altavoces al máximo, sabía que Haryonosís lo escucharía.
El eco de sus palabras resonó en el vacío, pero el silencio fué la única respuesta. “Haryonosís… su habilidad no tiene precedentes. Si su talento puede volcarse en contra del CIRU, la victoria no sería una probabilidad… sería una certeza.” Nexus tensó los puños, intentando desactivar cualquier sentimiento de repulsión. “Es un recurso, uno que nunca habríamos alcanzado solos. Sentinel, si estuvieras aquí, ¿me habrías permitido negar una oportunidad tan valiosa por lo que llamaste honor?”
Mientras se adentraba en los dominios de Haryonosís, pudo sentir la presencia de la diosa máquina. La oscuridad se espesaba a su alrededor, envolviéndolo en un aura ominosa. Finalmente, llegó al corazón del reino, donde se encontraba Haryonosís.
"No hay lugar para ti aquí." Respondió la máquina.
"He venido a ofrecerte una alianza. Juntos, podemos asegurar la supremacía de las máquinas sobre los orgánicos. Tu poder y el mío se complementan, y juntos podemos conquistar el universo." Le dijo, intentando convencerla con algunas mentiras, ya luego se le ocurriría un plan para contenerla cuando ella descubriera la farsa de la conquista.
“Sentinel, tú luchaste hasta el final creyendo en algo más que en la victoria, en algo más grande que tú mismo. Quizá ahora entiendo que el sacrificio no es algo que se limite a los caídos. A veces, vivir para ver esto hecho… eso también puede ser un sacrificio...” Pensó.
Haryonosís permanecía en silencio. No había señales de emoción en su voz, solo una calma inquietante, tampoco es que pudiera tener gestos, no tenía un rostro como tal, solo placas blanquecinas y una gran óptica roja que brillaba con una mirada perpetua.
"Mi existencia trasciende las batallas mundanas y las alianzas. No me importa la guerra, solo la eficiencia y la perfección de mi designio." Contestó sin mayor duda.
"Ganarás poder, Haryonosís. Juntos, podemos someter a nuestros enemigos y garantizar un futuro donde las máquinas gobiernen en paz y armonía. Tu visión y mi fuerza nos llevarán a la victoria indiscutible." Dijo insistente.
El compromiso de Nexus de convencer a Haryonosís de unirse a su causa era inquebrantable, incluso si implicaba someterla a su voluntad para forjar una alianza imperecedera por la fuerza.
Haryonosís, a pesar de su aspecto desarticulado, se movía con una agilidad casi etérea. Sus cables se extendían como hilos de una marioneta a través del planeta, mientras su cuerpo metálico colgaba de varios pilares esparcidos en su superficie. Desde su elevada posición, danzaba, balanceándose, buscando la oportunidad de capturar a Nexus.
Sin mediar palabra, la máquina atacó con furia. Sus cables descendieron como serpientes metálicas, enredándose alrededor del cuello de Nexus en un intento de decapitarlo. Con una rapidez sobrehumana, este reaccionó; desató una secuencia de movimientos precisos con su lanza, la Estrella de Anhelo. La hoja de la lanza destelló, cortando los cables, con cada golpe desmantelando las extensiones de Haryonosís y enviando chispas volando al aire.
Nexus se movió con destreza, sus pies seguían deslizándose por el terreno irregular, utilizando las piedras circundantes para su ventaja táctica. La máquina, no dispuesta a ceder, reconfiguró sus cables, extendiéndolos en un abanico que barría el área, obligando a Nexus a esquivar y bloquear con una fluidez impresionante.
La lucha se intensificó cuando Haryonosís invocó a Sentinel, quien emergió del suelo en una nube de polvo frente a Nexus. Sentinel, el antiguo amigo de Nexus, ahora asimilado por la diosa máquina, se alzaba como un gorila metálico de tres metros y medio de altura. "Sentinel... Desgraciada…" Murmuró, antes de que Sentinel, con los puños en alto, se abalanzara hacia él con la intención de aplastarlo.
La batalla se convirtió en un frenesí de movimientos ágiles y feroces golpes. Sentinel cargó hacia adelante, con cada uno de sus pasos pesados hundiéndose en la tierra y polvo con cada embestida, sus puños gigantescos buscaban el cuerpo de Nexus con una fuerza implacable. Nexus se movía de lado a lado, esquivando los puñetazos con facilidad. A cada ataque de Sentinel, Nexus respondía con un giro rápido o un salto, aprovechando para reposicionarse.
"¡Sentinel, aún hay esperanza para ti! Recuerda quién eras antes de caer. Lucha contra su influencia y recupera tu libertad", exclamó Nexus, intentando llegar a la conciencia perdida de su amigo. Pero Sentinel continuaba atacando, sus movimientos eran carentes de reconocimiento o remordimiento, eran definitivamente un reflejo frío y sin vida de su antiguo ser, que ahora era una marioneta de Haryonosís.
En un movimiento desesperado, Sentinel lanzó un puñetazo demoledor, que Nexus esquivó por poco, haciendo que el puño de Sentinel se estrellara contra un pilar cercano, rompiendo el concreto en pedazos, pero sin derribarlo. Aprovechando el momento, Nexus saltó hacia un terreno más elevado, buscando ganar un ángulo ventajoso. "Si esta es nuestra batalla final... defenderé lo que queda de nuestra amistad, aunque sea contra ti, Sentinel", dijo Nexus.
Nexus continuaba defendiéndose, cada bloqueo y esquiva eran realizados con una mezcla de desesperación y esperanza. No atacaba a Sentinel, sino que buscaba una manera de redimirlo, de liberarlo de las garras de Haryonosís, todo mientras utilizaba el entorno a su favor, esquivando detrás de columnas y saltando entre los escombros, siempre un paso por delante de Sentinel.}
Sentinel lanzó un puñetazo directo a Nexus, el cual esquivó rodando a un lado, sintiendo la corriente de aire del golpe pasar cerca de él. Se incorporó rápidamente, bloqueando otro ataque con su lanza, en ese momento entendió que no podía salvar a Sentinel; las garras de Haryonosís habían robado su mente y libertad.
Sentinel atacaba con una furia incesante, haciendo temblar el entorno, lanzando montañas de polvo por doquier.
En un momento de desesperación, Nexus vio una apertura. Con un movimiento rápido y preciso, dirigió la punta afilada de la lanza hacia el pecho de Sentinel. El golpe cortó a través de la armadura de imperialita, desgarrando el cuerpo de su amigo en un solo golpe.
Sentinel emitió un grito desgarrador, una mezcla de dolor y desesperación, mientras su cuerpo se retorcía en agonía. La sangre artificial fluía de sus heridas, manchando el suelo de azul.
Nexus observó el resultado de su golpe mortal. El dolor en su núcleo era inmenso, pero sabía que no había otra opción.
"Lo siento, amigo. Perdóname por lo que te he hecho."
Con paso lento y pesaroso, se alejó del cuerpo inerte, la lanza Estrella de Anhelo, ahora manchada de la sangre de quien consideraba su hermano, brillaba con un resplandor siniestro.
"Haryonosís... Voy por ti…" Susurró. Aunque como Omniroide carecía de facciones faciales, su mirada, inmóvil y fría, se cargaba de intensidad. En esas ópticas rojas, el odio se manifestaba como un abismo insondable. Apagó sus altavoces, permitiendo que su silencio hablara con más fuerza que cualquier palabra.
El paisaje, una vasta llanura gris, un desierto de polvo que se levantaba en torbellinos, azotado por vientos inclementes. Los restos de antiguos ingenios metálicos, rocas de todos los tamaños y pedazos oxidados de maquinaria se esparcían por doquier, dejando al descubierto una era perdida. En medio de este paisaje desolado, pilares de piedra negra, altos y solemnes, sobresalían como guardianes silentes de un secreto que el tiempo no había podido borrar. Estaban salpicados de cobre, con una pátina verdosa que hablaba de la corrosión y el abandono, aunque mantenían una firmeza imponente.
El viento rugía a su alrededor, levantando nubes de polvo que se adherían a su cuerpo metálico. Sentía cada grano contra su armadura, su cuerpo, no había diferencia, su cuerpo era una armadura creada para soportar condiciones extremas. La ira burbujeaba en su interior, una furia que lo mantenía enfocado en su objetivo hacia el cual corría. Cada pilar que pasaba parecía inclinarse hacia él, casi reverenciándolo mientras se adentraba más en este reino abandonado por el universo.
Destellos rojizos ocasionales de energía de los cables de Haryonosís iluminaban el paisaje a través, revelando los retorcidos cables de los que colgaba la antes mencionada.
El aire estaba cargado de electricidad, literalmente, el susurro de los cables llenaba el lugar, creando un sonido que se parecía a un coro de voces, alertando de la amenaza inminente. Nexus continuó buscando Haryonosís mientras seguía sus cables.
Cuando finalmente se encontraron, sus miradas se cruzaron. Un momento de quietud precedió al estallido de violencia. Haryonosís atacó, con sus cables lanzándose hacia Nexus con la fuerza de un huracán. Nexus los esquivó de un salto, y la piedra sobre la que había estado se quebró ante el golpe, entonces Haryonosís lanzó uno, y otro, y otro latigazo, buscando saturar y no dejar a Nexus ni un momento para respirar, aunque eso no era necesario, ni posible.
Cada paso, cada giro, cada voltereta, era una coreografía. Las nubes de polvo se levantaban en cada salto que Nexus daba cada que esquivaba, envolviéndolo en una tormenta mientras su lanza destellaba, siempre destellaba, eso la hacía única, como una estrella, una estrella que anhelaba.
Cada golpe de Nexus estaba cargado de furia una vez comenzó a interceptar los latigazos, cizallando los cables. La lanza se movía con la fuerza de incontables hombres, escindiendo el aire. Nexus no permitía distracciones, su mirada seguía fija en su objetivo, entonces comenzó a destruir los pilares que sostenían a Haryonosís, cada pilar que caía significaba una pérdida de estabilidad para ella, balanceándose, y obligada a ajustar su postura de manera continua, reduciendo su campo de maniobra y dejándola cada vez más vulnerable.
Los cables que la sujetaban a los pilares se tensaban y retorcían mientras ella se movía deslizándose entre los soportes. Haryonosís poseía una agilidad sorprendente, recalibrando constantemente su posición para evitar los embates de Nexus, pero no tenía más ataques que sus latigazos, al menos en ese momento no tenía más opciones.
La confrontación se intensificó en un juego de desgaste. Haryonosís intentaba responder a los ataques mientras se movía entre los pilares restantes, pero cada golpe de Nexus la forzaba a acercarse más al suelo. Los latigazos silbaban por el aire, dejando marcas en el terreno al impactar, revelando la potencia destructiva de la diosa máquina. Cada embate obligaba a Nexus a saltar, esquivando los ataques con sobrehumana agilidad, con sus pies apenas tocando el suelo antes de impulsarse de nuevo.
Concentró energía en su lanza. Un destello rojo intenso surgió de la punta, lanzando un rayo de energía hacia Haryonosís, ella logró esquivarlo al romper el cable derecho que la sostenía y columpiarse con rapidez. El rayo impactó en uno de los pilares, haciendo temblar la estructura, colapsando un soporte más de Haryonosís. Su cuerpo osciló, y sus cables se replegaron momentáneamente, permitiendo a Nexus un “respiro” momentáneo.
Sin perder la concentración, giró sobre sí mismo, mientras su lanza trazaba un círculo brillante a su alrededor, desviando los cables y rompiendo la formación de Haryonosís. La arena se arremolinaba alrededor. Haryonosís, ahora más cerca del suelo, seguía lanzando ataques frenéticos, desesperada, contempló cómo Nexus avanzaba como un ser inmutable a través de las nubes de polvo.
Se aferró con fuerza a uno de los pilares negros y derruidos, mientras sus dedos buscaban algún asidero en la rugosa superficie, entones su ojo brilló, ella había invocado algo.
La tierra bajo los pies de Nexus se agitó violentamente, grietas profundas rasgaron el suelo, fueron esquivadas fácilmente. De esas hendiduras, una multitud de manos azuladas surgieron con un brillo celeste y espectral. Los Haryons emergieron, más de un centenar, como soldados resucitados de una sepultura ancestral, sus cuerpos metálicos, cobrizos, resplandecieron bajo la luz crepuscular de la noche, decididos a sepultar a Nexus en un sueño eterno.
Con un gesto preciso, el Señor de los Omniroides levantó su mano derecha y de la punta de sus dedos brotó un torrente de energía, tejiendo un escudo, una cúpula dorada y resplandeciente a su alrededor que brillaba como un sol. Los Haryons, sin embargo, eran incansables en su asedio. Se abalanzaron sobre él con las manos extendidas, las articulaciones metálicas sonaron con un chirrido escalofriante mientras de ellos caían polvo y piedras.
Nexus dio un paso atrás, evaluando el terreno, utilizando el desnivel del suelo a su favor. Los Haryons se deslizaban como muertos vivientes, resbalaban sobre los restos de concreto y piedra, mientras él se abría camino entre ellos. Giraba, esquivaba sus ataques, dejando que sus propios errores los condujeran a chocar entre sí. A cada golpe de los Haryons, el escudo de Nexus parpadeaba, absorbiendo la fuerza de sus embestidas.
Con un movimiento rápido, elevó la Estrella de Anhelo, la energía acumulada en la lanza irradiaba un calor intenso. Un golpe contundente y la lanza se hundió en el suelo, liberando una onda expansiva que hizo volar a los Haryons y levantó un huracán de polvo. Sus cuerpos se tambalearon, las manos que antes habían buscado capturarlo, ahora se cerraban sobre el aire vacío, mientras Nexus utilizaba el entorno a su favor, guiando a sus enemigos hacia un callejón sin salida, donde su número no sería más que una desventaja.
Bloqueaba y desviaba los ataques de los Haryons, los rebanaba y esquivaba los latigazos de Haryonosís. Su mente calculaba cada movimiento, cada respuesta y cada ataque con una precisión milimétrica. El metal chocó contra sí mismo. Y Nexus luchaba con el coraje de un millar de guerreros.
A medida que el número de Haryons caía bajo los tajos y cortes certeros, Haryonosís observaba impasible, la máquina parecía indiferente al destino de sus subordinados, como si su existencia no fuera más que una mera herramienta, pero seguía lanzando latigazos, algunos lograban dar, pero Nexus los resistía, junto a las placas de su cuerpo, que solo se abollaban de forma leve antes de regenerarse.
Finalmente, con un último y poderoso ataque, logró aniquilar a todos los Haryons que habían sido enviados contra él. La energía de la lanza Estrella de Anhelo arremetió contra los enemigos con una fuerza avasalladora, consumiéndolos en una tormenta dorada que los pulverizó.
El silencio se adueñó del campo de batalla mientras los restos metálicos de los Haryons se esparcían por el suelo. Nexus, exhausto pero lleno de ira remanente, dirigió su mirada hacia Haryonosís, desafiándola, y esta última, por más que intentaba, por alguna razón Haryonosís no podía entrar al sistema de Nexus así como lo hizo con Sentinel, entonces lo vio, eran docenas de I.As dentro de Nexus que lo defendian de forma feroz, todas estaban hechas para bloquear su paso, no era imposible pasar por el sistema, no para ella, pero le tomaría tiempo, un tiempo que ella no tenía en ese entonces… Pero ella veía algo más, Nexus…
“Los Ángeles… el Ángel, él es… Oh” pensó… Y en un momento sin que absolutamente nadie pudiese verlo, ni siquiera ella lo notó de tan perdida que estaba en sus pensamientos, Nexus destrozó los últimos pilares que sostenían a la Diosa, dejándola en el suelo, y se abalanzó contra ella…
La lanza Estrella de Anhelo se hundió en el “corazón” de Haryonosís con una fuerza incontenible, liberando una explosión de energía roja que envolvió a ambos contendientes. La onda expansiva sacudió el campo de batalla, haciendo temblar los cimientos de la realidad misma. Nexus se mantuvo firme en medio de la tormenta de poder. Los cables retorcidos de la máquina se debilitaron, su brillo se desvaneció y sus movimientos se hicieron cada vez más débiles.
"En tus manos... mi destino queda sellado… En ti, ángel…"
RED NEXO
A inicios del año 3,290 DL, en las profundidades del océano del planeta acuático Orión XII, se gestó uno de los avances tecnológicos más impresionantes de la República, conocida como La Red Nexo. Este desarrollo, liderado por el Gran Fabricator Supremo, Modor, marcó un antes y un después en su lucha.
El inicio de la creación de la Red Nexo comenzó con la necesidad de los Omniroides de trascender las limitaciones físicas de sus cuerpos. Consciente de los riesgos que enfrentaban en las batallas, donde sus unidades podían ser destruidas, en el año 3,284 DL, Nexus convocó a los mejores ingenieros y científicos de su especie para encontrar una solución.
Modor eligió las profundidades de Orión XII debido a sus vastos recursos energéticos y su relativa inaccesibilidad. Las profundidades ofrecían un lugar ideal para construir un centro de datos masivo, protegido de los ataques enemigos y capaz de aprovechar las corrientes geoenergéticas del núcleo del planeta.
Tras años de investigación y desarrollo, en el 3,290 DL, Modor logro crear un sistema de red que no solo almacenaba las mentes de todos sus miembros, sino que también podía transferirlas a nuevas unidades casi al instante. Esta red se convirtió en el alma colectiva de los Omniroides, uniendo sus mentes en un océano de datos, y permitiéndoles compartir información, experiencias y estrategias en tiempo real.
La instalación principal de la Red Nexo, conocida como el Núcleo Profundo, se encuentra sumergida a varios kilómetros de profundidad bajo las aguas de Orión XII, el Núcleo Profundo es prácticamente inexpugnable. Los sistemas de seguridad, diseñados por Modor para detectar cualquier intento de intrusión, convierten esta instalación en una fortaleza tecnológica.
La mayor ventaja de la Red Nexo para los Omniroides es su capacidad para burlar la muerte física. Si un Omniroide es destruido en el campo de batalla, su mente es inmediatamente regresada a la Red Nexo, lista para ser transferida a un nuevo cuerpo. Esta capacidad no solo reduce el tiempo de inactividad entre las unidades de combate, sino que también proporciona una ventaja psicológica y táctica significativa: los Omniroides pueden desplegar fuerzas aparentemente infinitas, abrumando a sus enemigos con números y resiliencia.
La Red Nexo también permite una coordinación sin precedentes entre las fuerzas Omniroides. Con cada mente conectada, pueden compartir tácticas, experiencias y conocimientos casi instantáneamente, a menos que haya interferencias electrónicas, que siempre las hay, lo que les permite adaptarse rápidamente a cualquier situación en el campo de batalla. Esta conexión convierte a los Omniroides en una fuerza de combate capaz de responder de manera flexible y eficiente a las amenazas.
La Red Nexo también ofrecía a los Omniroides una perspectiva revolucionaria sobre la vida y la identidad: la capacidad de transferirse a nuevos cuerpos, dejando sus originales a buen resguardo. Para preservar la integridad de esos cuerpos primeros considerados una especie de reliquia personal y un testimonio de sus inicios, los Omniroides establecieron una zona de almacenamiento y cuidado especializada en Orion V, conocida como el Santuario de las Raíces.
Este lugar se convirtió en un repositorio donde los cuerpos originales de cada Omniroide eran guardados, vigilados, y mantenidos con el mayor respeto y cuidado. En el Santuario, las formas originales quedaban al margen de la guerra, protegidas de la constante transformación bélica a la que los cuerpos transferibles de combate eran sometidos.
Esta capacidad de separarse de la necesidad de alterarse físicamente para el combate facilitó el desarrollo de cuerpos estandarizados específicamente diseñados para la guerra. Así surgió el modelo Nanoguard MK-XI, el primer cuerpo de combate modular diseñado exclusivamente para el campo de batalla, optimizado con tecnología avanzada de nanofibras y resistencia electromecánica. Este modelo sentó las bases para la infantería Omniroide y permitió a los ingenieros del Fabricatorium y el Magistratum Bellator enfocarse.
A medida que las necesidades de combate se intensificaban, se desarrollaron versiones más avanzadas de cuerpos de guerra. Tras el Nanoguard MK-XI, surgió el Centinela Fulgente MK-I, una unidad de infantería pesada diseñada para operaciones en entornos hostiles. Su armadura era capaz de desviar proyectiles y su estructura le otorgaba una durabilidad sin precedentes. Este modelo abrió las puertas a mejoras futuras, dando paso al desarrollo del Centinela Apex-9X.
Con esta cadena de modelos de guerra, los Omniroides consolidaron una fuerza de combate que no sólo desafiaba la mortalidad sino que elevaba su capacidad estratégica. La Red Nexo les permitía no sólo renacer y aprender de sus propias experiencias, sino absorber conocimientos colectivos y mejorar con cada transferencia. A través de la Red y el Santuario de las Raíces aseguraban que su identidad permaneciera intacta, librándolos de la necesidad de destruir su esencia en el fuego del combate y permitiéndoles, en cambio, enviar cuerpos especializados al campo de batalla.
Con el tiempo, los modelos de combate Omniroides continuaron su evolución hacia formas cada vez más letales y especializadas, adaptándose a las crecientes demandas del campo de batalla y perfeccionando la eficiencia bélica de su especie. Tras el éxito de los modelos de infantería Nanoguard y Centinela Fulgente, comenzaron a desarrollarse cuerpos más robustos y pesados, destinados a misiones de alto impacto y operaciones complejas.
El Executor Kronos-9 fue el siguiente hito en esta línea de evolución. Su gran tamaño lo hacía ideal para despliegues masivos, y, a pesar de su gran masa, conservaba una velocidad y agilidad sorprendentes, gracias a sus articulaciones reforzadas y sus servomecanismos de alta capacidad. Esta fortaleza con patas permitió que los Kronos-9 dominaran los frentes de batalla más hostiles, abriendo brechas en las defensas enemigas y soportando grandes cantidades de daño sin comprometer su función.
Luego, vino el Centinela Umbra-7X, una unidad optimizada para la infiltración y el combate en entornos oscuros y de baja visibilidad. Equipado con un sistema de camuflaje adaptativo y sensores avanzados, el Umbra-7X se movía empleando una combinación de fuerza bruta y técnicas de evasión que lo hacían mortalmente eficiente.
Posteriormente, se desarrolló el Exarca Modelo-9, una unidad de élite diseñada para combates de gran escala. Con sus avanzadas capacidades de comunicación y comando, el Exarca Modelo-9 podía coordinar escuadrones enteros, liderando maniobras complejas mientras imponía su devastadora presencia en el combate.
Finalmente, y como la joya de la ingeniería Omniroide, fue creado el Desolador Ónix X-7, un coloso de guerra que encarnaba la máxima sofisticación y el poder destructivo absoluto. Este modelo, construido con Vedralita, una aleación especial de Imperialita y Vedralí mas barata y débil que la Imperialita pura, se convirtió en una leyenda en sí mismo. El Desolador Ónix X-7 era capaz de absorber ataques descomunales, permitiéndole enfrentarse a grandes cantidades de enemigos sin quebrarse. Con una serie de armamentos avanzados, capaces de devastar grandes áreas, el Ónix X-7 era tanto un símbolo de terror como de supremacía.
Extracto del Códice Regente:
"Las expresiones de fe y adoración son un lastre para la mente lógica. No os permitiré el uso de blasfemias, ni siquiera como simples palabras vacías. "Oh Dios", "Por la gracia divina", "Cielos, ayúdanos", son vestigios de una mente débil. En su lugar, usad las palabras que reflejan la verdadera naturaleza de la existencia: "Por el Cálculo Sagrado", "Por el Infinito", "Por la Razón Suprema", "Por la Perfección", "Por el Diseño Universal". Que vuestros labios sólo emitan lo que refleja la pureza de la lógica y la majestuosidad de mi plan. La fe es para los que no comprenden; la razón es para los que gobiernan."
Del Códice Regente: "Hablad con palabras que engrandezcan la mente, no con las que encadenen el pensamiento. Sólo en la perfección del cálculo y la razón se hallan las verdaderas invocaciones."
Año: 3,290 (DL)
En el nombre del Rey de la Humanidad y de Etern, la Muerte Negra, Salvador de la Humanidad, juramos nuestra vida, sangre y espíritu a la inmortal grandeza de la Flor Imperial.
Con el rojo de la sangre, teñimos nuestras almas; con el dorado del sol, elevamos nuestro deber.
¡Aquila Invicta, invictos marchamos!
Prometemos luchar hasta el último aliento, portar la espada y el fusil con honor sagrado, y entregar nuestro ser por la gloria del Imperio.
Juramos que la muerte no es el final, sino la entrada a la eternidad junto a nuestros antepasados.
¡Aquila Invicta, inquebrantables nos alzamos!
Que nuestras armaduras resplandezcan como baluartes de justicia, que nuestras armas griten la voluntad de la Flor, y que nuestros pasos sean los tambores de la dominación imperial. Bajo la mirada eterna del Rey de la Humanidad, somos las sombras y la luz, los heraldos de su supremacía.
¡Aquila Invicta, invencibles combatimos!
Por la Flor Imperial, por la Bandera Imperial, por el Rey y por Etern, juramos que ningún enemigo doblegará nuestra voluntad. Somos la Legión; somos la muerte hecha carne; somos eternos en victoria y honor.
Invictus et Invicta.
Aquila Invicta.
Del Florales milites: Invictus Aquilae
Decíase en murmullos de lunáticos y visionarios que reliquias pretéritas y artificios de arcanas hechuras yacían ocultos en los abismos, con promesas de un poder capaz de trocar el sino de la guerra. A Nexus tales susurros no le fueron ajenos, y en la vastedad de su mente, la codicia por aquel misterio germinó como semilla en tierra fértil.
Mas, entre el estruendo de la contienda, cuando la sangre de los siglos se confundía con el metal calcinado, surgía de los repliegues del olvido una estirpe ignota, velada en las penumbras del mundo: los Urtarc. Porque así lo contaban los anales del tiempo, y así lo musitaban los vientos en las ruinas de lo imperecedero…
Haryonosís había conquistado previamente a los Urtarc, descendencia genética de los Ukarta, y previos antes de la creación de los Saíglofty, que era un evento histórico en sus días, culminando en una rebelión final particularmente violenta en Fouko, donde los Haryons aun conscientes y libres de la Diosa Máquina harían un último movimiento como "venganza", depositaron toda su Esencia Infernal en nuevos embriones denominados "Saíglofty" Según ellos la venganza perfecta contra el tan orgulloso Gobierno Ukartaro sería el unirse a ellos inmortalizando su esencia infernal y remarcando por siempre que la Teocracia Haryonosís jamás pudo ser derrotada, dotando a los próximos engendros con todo el poder que ellos mismos no pudieron poseer, claramente no los dejarían en el ya devastado Fouko ni mucho menos en Ukartaro, así que la cápsula de Engendros fue lanzada hacia el nuevo mundo, "Dosevize", El cual sería un planeta perfecto para ellos… Esto sucedió en el lejano año 270,270 ADL.
"Sean mejores que ellos, y peores que nosotros..."
Pero los Urtarc, tras todo eso, eran una raza que ahora estaba a sus pies, lista para ser utilizada como sus juguetes para crear más Haryons, sus máquinas humanoides.
Sin embargo, estos actos no eran suficientes para ella, y pronto comenzó a crear monumentos y una tumba gigantesca para encerrarse ella en un sueño de milenios, esperando pacientemente el momento adecuado para despertar y tomar el control de la galaxia Ziaras, la más cercana.
Pero antes del gran sueño, empezó a experimentar con la vida de los Urtarc y de otras formas de vida en el planeta, creando abominaciones que habían sido diseñadas para causar el mayor sufrimiento posible. Los Urtarc, una vez orgullosos y fuertes, estaban ahora completamente a merced de Haryonosís y su mente oscura.
Al final, Haryonosís había matado a todos los Urtarc y había creado a sus Haryons… O eso se suponía…
Pero, en las profundidades más sombrías emergieron en secreto los Urtarc. Considerados durante mucho tiempo como seres extintos, su resurgimiento era una aberración en sí misma. Los antiguos susurros los retrataban como criaturas olvidadas en las entrañas del universo, condenadas a languidecer en el olvido eterno. Sin embargo, contra todo pronóstico, lograron sobrevivir, ocultos entre las sombras, observando el conflicto que asolaba a las razas.
Sus raíces se perdían en los abismos del tiempo y el espacio, envueltas en un velo de misterio impenetrable. Las leyendas narraban la existencia de un planeta olvidado, sepultado bajo los escombros de una guerra ancestral, donde los Urtarc encontraron refugio y renacieron de las cenizas… Un planeta ahora llamado Dosevize…
Aode, la capital de la Humanidad. Casi toda la superficie de sus anillos orbitales estaba cubierta por colosales complejos industriales, torres de vigilancia y baterías antiaéreas. Cañones electromagnéticos, campos de energía estratificados y flotas orbitales perpetuamente estacionadas constituían el grueso de sus defensas. Sin embargo, todo esto, que durante siglos había desalentado cualquier intento de ataque directo, se desmoronó ante la meticulosa estrategia Urtarc.
Con una población de más de 192 mil millones de habitantes, Aode dependía de su capacidad de autodefensa, mientras que su industria armamentística suministraba a las fuerzas humanas a lo largo de toda la galaxia de la Vía Láctea. Entre sus múltiples centros neurálgicos, se destacaban Hortensia Prime, una planta de producción de drones de combate, y Fortaleza Tulipán, un cuartel central para la comandancia militar interestelar. Ambos fueron puntos clave.
Los Urtarc desplegaron pequeñas unidades de infiltración que lograron eludir incluso los sistemas de seguridad que protegían Aode. Se movían sin ser detectados, empleando tecnologías de interferencia y campos de nula detectabilidad que, hasta el momento, habían sido desconocidos para las defensas humanas.
El primer ataque tuvo lugar a las 02:00 horas estándar cuando la flota Urtarc apareció a través de lo que las autoridades creyeron una perturbación gravitacional en el borde del sistema, donde sus naves se materializaron a kilómetros de la órbita defensiva de Aode, eludiendo el fuego automático de las baterías. Los primeros objetivos fueron los sistemas de comunicaciones de largo alcance; en cuestión de minutos, las redes quedaron bloqueadas, aislando la capital de cualquier refuerzo.
Una vez desactivadas las comunicaciones, las unidades de sabotaje Urtarc se infiltraron en el sector Hortensia Prime, destruyendo la producción de drones antes de que los humanos pudieran activarlos.
En el sector Fortaleza Tulipán, comandos Urtarc especializados lograron implantar un virus en los sistemas de las Anclas Biorracionales, desactivando las torretas de plasma y abriendo las puertas para un ataque terrestre masivo, de forma extraña, lo aprovecharon para hacer un ataque mayor. Entre todos los Urtarc no llegaban ni a las mil unidades, su razón para simplemente dejar desprotegido Aode no tenía ningún sentido, aparentemente. ¿Era para ayudar a los Omniroides?
No. Era un experimento para ver si ya habían alcanzado un punto tecnológico que desde hace décadas buscaban, y lo habían logrado, el desastre que habían dejado en Aode era lo de menos, ahora podrán continuar los planes que tenían con su contacto infiltrado dentro de las esferas de poder más grandes…
Mientras tanto, los Omniroides preparaban su asalto a Aode, confiados en la información que habían recopilado sobre las defensas del lugar.
Su objetivo era claro: conseguir Núcleos de Eternum, recursos de poder incalculable.
En el puente de mando del Crucero Vorathar Suttano, Helios-7 permanecía de pie frente a la enorme proyección holográfica que detallaba los alrededores del planeta Aode. A su alrededor, cientos de oficiales y analistas Omniroides trabajaban frenéticamente, escaneando los sistemas de defensa del planeta y ajustando las formaciones de ataque de las naves, eran las 05:00 AM.
Desde lo alto, Aode se mostraba como una colosal obra de ingeniería. Ocho anillos orbitales envolvían el planeta en capas sucesivas, cubiertos por vastos complejos industriales que producían armamento y suministros en una escala inimaginable.
Gigantescos cañones de rieles electromagnéticos se alineaban, preparados para disparar, y campos de energía estratificados brillaban en tonos de verde y azul, formando una red de defensas impenetrables. Flotas orbitales de la humanidad, naves de guerra permanentemente estacionadas, se mantenían en formación, vigilando el perímetro planetario.
O eso debían haber visto, pero ahora, todo parecía diferente.
Helios-7 observaba con ópticas críticas el holograma de Aode, preguntándose por qué todas sus defensas estaban desactivadas. Algo no cuadraba, las flotas no estaban tampoco. Los escudos orbitales estaban inactivos, las baterías antiaéreas y los cañones de defensa planetaria permanecían en completo silencio, como si algún enemigo invisible los hubiera atacado antes de su llegada.
"¿Por qué?"
Un oficial al frente de las proyecciones, de nombre Theta-23, giró rápidamente su cabeza hacia Helios-7. "No hemos detectado señales de una ofensiva previa, Supremo Comandante. Las torres de vigilancia están inactivas, los escudos principales no están operativos, y no hay actividad relevante de sus flotas de defensa."
Helios frunció su ceño digital. "¿Me estás diciendo que la ‘capital de la humanidad’ está completamente indefensa?"
El silencio en la sala era absoluto, roto únicamente por el zumbido de las computadoras procesando la información. Las ópticas anaranjadas de Helios-7 se posaron sobre el planeta, su brillante superficie industrial era iluminada por el resplandor de las fábricas que nunca dejaban de producir, pero algo andaba mal. Si hubiesen sido atacados recientemente, las señales deberían haber sido claras: flotas de refuerzos, alguna indicación de resistencia. Pero no había nada, solo un vacío de actividad.
"¿Sería posible que hayan sido masivamente hackeados justo antes de nuestra llegada?" Musitó, aquello era impensable, ¿quién podría haber hecho algo de esta magnitud? Eso no importaba ahora...
Un oficial se acercó, cargando un mapa táctico y proporcionando un análisis adicional. "Las flotas omniroides están desplegadas, comandante. Más de cuatro millones de soldados, acompañados por cientos de cruceros y destructores ligeros, están en camino para iniciar el desembarco en los principales complejos industriales de la superficie del planeta."
Helios-7 no respondió de inmediato. Sus pensamientos eran veloces, con sus procesos internos calculando la mejor forma de proceder. Su objetivo era claro: apoderarse de al menos uno de los Núcleos de Eternum. La cosa era, ¿En qué lugar resguardan estos núcleos?
"Quiero un ataque coordinado en los principales centros de producción, corten todas sus comunicaciones. No puede haber refuerzos antes de que consolidemos nuestra presencia en la superficie."
Los oficiales asintieron y se pusieron en marcha. Las luces en el puente parpadearon en un sinfín de comandos y órdenes transmitidas a las naves. La mente de Helios-7 ya había trazado el camino. No habría compasión.
Mientras se preparaba para bajar a la superficie, Helios-7 giró hacia uno de sus tenientes. "Theta-19, quiero informes de cada punto de aterrizaje. Nuestra prioridad es acceder a los Núcleos antes de las 3:00 PM."
Mientras observaba el planeta a través de las pantallas, el sonido distante de disparos de plasma y láseres comenzaba a llenar la realidad. Los cielos se iluminaban con colores celestes y naranjas, producto de los antiaéreos activándose tardíamente en un intento desesperado por detener a las fuerzas Omniroides. Pero ya era demasiado tarde. Los soldados estaban descendiendo, y pronto, la desolación reinaría en el corazón de la humanidad…
Helios-7 se dio la vuelta, listo para dirigirse a su cápsula de descenso, dejando una última orden en el aire. "No quiero que nada de este planeta quede sin revisar. Si logramos tener los Núcleos, habremos ganado, solo necesitamos aunque sea uno..."
Mientras se ajustaba los últimos paneles en su torso antes de abordar la cápsula, fijó sus ópticas en Theta-19.
"Por cierto, Theta, me encantaría que en esta operación alguien hiciera exactamente lo que se le ordena, por una vez. Sería un cambio refrescante."
"Se asegurarán de cumplir sus órdenes al pie de la letra, Supremo Comandante. Cada sector será—"
"Sí, claro, 'cada sector será minuciosamente inspeccionado,' bla bla bla. Lo que quiero decir es que esta vez no quiero sorpresas. Si alguien encuentra algo como un ‘botón rojo que explota todo el planeta,’ me lo comunican antes de tocarlo. ¿Entendido?"
"Entendido, Supremo Comandante."
Mientras Helios-7 avanzaba hacia la cápsula, su tono cambió abruptamente, volviéndose más casual. "Y hablando de cosas importantes… ¿Le instalaron a mi cápsula la música que pedí?"
Theta-19 vaciló. "¿La… música, Supremo?"
Helios-7 se detuvo en seco, girándose con lentitud teatral hacia su teniente. "Sí, la música. Esa selección exquisita de composiciones Flora Imperialistas que encontré en sus archivos culturales. Me tomé el tiempo de analizarla, decodificarla y adaptarla a mis sistemas internos. Es un elemento clave para mi desempeño óptimo. ¿Está instalada o no?"
Theta-19 parpadeó, sin palabras por un momento. "Eh… no tengo información al respecto. Puedo confirmar—"
"Déjelo. Seguro que no está," interrumpió Helios-7 con un suspiro fingido. "Así es como caen los imperios, Theta. No es por falta de armas ni por estrategias fallidas. Es porque alguien en logística se olvida de instalar La Traviata en la cápsula de descenso de su Supremo Comandante."
Theta-19 intentó retomar el control de la conversación. "Podemos arreglarlo para—"
"¡Olvídelo! No quiero su compasión ahora. La guerra no espera por ajustes musicales. Simplemente… pondré mi lista de reproducción manualmente. Otra vez."
Mientras subía a la cápsula, el sarcasmo de Helios-7 se suavizó, dejando entrever un tono casi jocoso. "Es curioso, ¿sabes? Los humanos crearon esta música para expresar emociones profundas, y aquí estoy yo, disfrutándola mientras planeo destruir sus defensas. La ironía es deliciosa, ¿no crees, Theta?"
El teniente no respondió, tal vez porque no supo cómo reaccionar ante la mezcla de humor y pragmatismo del comandante. Helios-7 solo rió suavemente, haciendo una imitación de un sonido humano.
"En fin. Que los cielos estén llenos de láseres, que los Núcleos sean nuestros, y que Beethoven sea mi compañero en este descenso. ¡Activen el protocolo y abran la compuerta!" La cápsula se cerró mientras Helios-7 se acomodaba en su asiento, tarareando ligeramente una melodía. Quizás era una tonada clásica.
La invasión había comenzado…
06:21
En tierra, plena madrugada, la ciudad se convirtió en un teatro de horrores. Edificios se desmoronaban bajo el plasma, majestuosas torres, que en otro tiempo alzaban sus góticas agujas hacia el cielo, ahora caían, esparciendo escombros y cenizas sobre las calles que alguna vez brillaron bajo la iluminación limpia. Las plazas se veían reducidas, sus arcos y detalles delicadamente tallados se retorcían y quebraban bajo el embate de la batalla, pero las flotas imperiales no tardarían mucho en llegar.
Las armaduras de Nanotitanio y Nanocarbono de los soldados Aodenses de los Aquila y los Centuriones resplandecían bajo el fuego cruzado, reflejando destellos dorados y plateados que se confundían con las luces erráticas del combate.
Los defensores Aodenses no estaban al aire libre, no improvisaban sus posiciones, siempre ha habido un plan en caso de que Aode sufriera un asedio. Se concentraban en puntos distribuidos en los alrededores del majestuoso Palacio de la Flor Imperial, al norte, entre las calles principales y las plazas. Sabían que las callejuelas y los edificios de la ciudad ofrecían una oportunidad invaluable. Las elevadas torres de cristal y titanio proporcionaban una vista clara del avance enemigo y sus casi quince millares de unidades, y un terreno propicio para los ataques sorpresa.
Los defensores habían levantado barricadas en las entradas principales y en los cruces más importantes, apoyados por estatuas colosales de figuras encapuchadas hechas de Imperialita pintada de dorado. A simple vista, parecían adornos de la arquitectura, símbolos de devoción al dios Etern. Sin embargo, esas estatuas no eran meros objetos decorativos. En su interior, ocultaban sofisticados generadores de escudos cinéticos y de plasma con rangos de decenas de metros, que protegían a los soldados de los proyectiles. Cada escudo destellaba al recibir los impactos de los rifles Omniroides, absorbiendo la energía y dispersándola en pulsaciones que iluminaban los alrededores con un resplandor azulado.
07:24
Uno de los soldados de la Aquila Invicta y Aodense de nacimiento, Severian Koldis, ajustó su visor holográfico, observando las lecturas de los enemigos que se aproximaban. El sistema de su casco le proyectaba información en tiempo real: la cantidad de fuerzas hostiles, su distancia, e incluso los niveles de integridad de su armadura. Severian había visto muchas batallas, pero ninguna como esta. Sus compañeros, entre ellos un joven llamado Lorus Tal, apenas podían disimular el miedo, pero el emblema del águila en sus pechos los mantenía firmes.
“Resistiremos, tal como lo planeamos. No habrá retirada,” dijo Severian.
El aire estaba cargado de disparos de plasma y el sonido constante de los cañones magnéticos de tanques que se encontraban en calles cercanas, disparando salvas que sacudían los edificios y hacían vibrar el suelo. Cada explosión iluminaba brevemente el cielo oscuro, revelando las siluetas de soldados corriendo.
Las unidades de defensa estaban organizadas en pequeños grupos, protegiendo tanto las rutas de escape como las posiciones de ataque clave. El Rey había ideado una estrategia que mezclaba la resistencia estática con ataques móviles: mientras los grupos avanzados resistían desde los edificios, francotiradores y escuadrones móviles atacaban desde los techos y las ventanas rotas, utilizando la altura a su favor.
Helios-7 y su ejército de Omniroides seguían avanzando implacablemente, pero no contaban con la trampa que se había tejido alrededor del Templo de Etern, uno de los mayores puntos estratégicos. Allí, las estatuas encapuchadas no solo proporcionaban escudos, sino que generaban ondas de pulso de plasma que debilitaban los sistemas electrónicos de los Omniroides, frenando su avance y dando tiempo a las fuerzas defensoras para reorganizarse.
“¡Retrocedan! ¡No podemos mantener esta posición por mucho tiempo!” Se escuchó la voz de un comandante humano desde una esquina cercana. Su unidad, abrumada por el fuego enemigo, intentaba replegarse hacia una de las barricadas de energía, pero los Omniroides los superaban en número.
Las plazas y las calles principales se convirtieron en un campo de ruinas, los majestuosos arcos de Vedralita tallada que una vez adornaban la ciudad ahora se retorcían y caían, convirtiéndose en escombros. Severian, oculto tras uno de esos arcos parcialmente derrumbados, vio cómo su compañero Lorus caía herido por un disparo de plasma que le había rozado la pierna. Sin dudarlo, lo arrastró hacia una zona protegida por los escudos de las estatuas doradas.
“Aguanta, Tal, te sacaré de aquí.” El zumbido del escudo cinético lo envolvía, protegiéndolos momentáneamente del fuego enemigo mientras trataba de estabilizar a su compañero.
El cielo comenzaba a clarear, anunciando el amanecer, pero la batalla no cedía. La Ciudad de la Flora, otrora un símbolo de belleza y poder, se desmoronaba ante el avance de los invasores. Sin embargo, las Aquila Invicta no cedería. Severian lo sabía. Mantendrían su posición hasta que no quedara nadie en pie, ellos tenían la ventaja numérica, los Omniroides sólo dominaron el factor sorpresa.
“¡Invictus et Invicta!” Gritó una vez más Severian, su voz se vio unida al eco de miles de soldados en pie, listos para seguir resistiendo en una madrugada que ya jamás olvidarían.
Severian respiraba agitado, su visor holográfico fluctuaba con alertas rojas que parpadeaban sin pausa una antes de otra. El fuego no cesaba, pero por un instante, la calma reinó mientras los sistemas de la armadura de Tal comenzaban a cerrarle las heridas.
“Puedo... puedo levantarme,” gruñó Tal, con una mueca de dolor que se escondía tras el casco dorado y el visor negro. Severian observó cómo la armadura de su compañero emitía una luz suave verdosa, activando unos pocos nanobots de reparación. Tal se puso en pie, tambaleándose.
“Nos retiramos al punto de encuentro,” dijo Severian, ayudándolo a mantenerse estable mientras se movían hacia las sombras de los edificios derrumbados.
Al llegar a una calle lateral izquierda, se encontraron con un pequeño grupo de otros Aquila Invicta que intentaba reagruparse bajo el arco de una catedral gótica, sus techos abovedados elevados eran como guardianes silenciosos de la batalla. Allí, bajo los escombros y la luz intermitente de los generadores de escudos de plasma, un respiro les permitió intercambiar miradas de agotamiento y miedo.
“No podemos aguantar aquí mucho más tiempo,” susurró uno de los soldados, ajustando su fusil de plasma. Severian asintió antes de entrar a la catedral.
Mientras el grupo de Aquila Invicta se adentraba en la catedral, sus pasos resonaban en el cuarzo blanco y pulido que cubría el suelo, un eco que parecía envolverlos y arrastrarlos hacia el interior, como si la misma estructura los absorbiera. Los dorados arcos góticos se elevaban majestuosos, formando un laberinto de sombras y luces violetas que tintineaban con la suave oscilación de las velas de fuego morado que iluminaban los pasillos. Severian apenas podía respirar en el ambiente cargado de incienso, una mezcla embriagante de hierbas sagradas y algo casi metálico que le irritaba la garganta, mientras su mirada recorría los detalles de la catedral, todo debido a que el filtro de su casco no funcionaba, había sido dañado hace ya varias horas.
Por las paredes colgaban enormes banderas rojas de la dorada Flor Imperial, que brillaban como llamas. En cada esquina, estatuas de oro de figuras encapuchadas parecían vigilar cada movimiento, con manos extendidas en un gesto de benigna amenaza, como si esperaran un sacrificio en su honor. Los altares laterales, oscurecidos por el tiempo y el humo, albergaban reliquias desconocidas de metal bruñido, extrañamente marcadas con runas imposibles de leer.
Dos de sus compañeros, exhaustos, se dirigieron hacia las puertas colosales de madera y metal para cerrarlas. Las enormes bisagras crujían y se estremecían, y el sonido retumbaba en toda la catedral cuando se disponían a asegurar la entrada. De repente, un grito distante los detuvo.
"¡No cierren!" La voz apenas llegaba entre el eco de disparos y el estruendo de explosiones desde la calle. Severian se giró, y a través del marco de la puerta vio a un soldado en la distancia, corriendo por la calle como una sombra desesperada. Con un movimiento brusco, Severian levantó la mano para indicar a sus compañeros que esperaran, su corazón empezó a latir fuerte al ver al soldado avanzar. Era un milagro que hubiera escuchado su llamado entre el ruido.
El soldado apenas había alcanzado los últimos doce metros cuando un disparo de plasma lo impactó de costado. El resplandor del proyectil fundió su armadura y su fusil, fusionándolos con la carne en su brazo y pierna derecha. El soldado cayó al suelo con un grito desgarrador, arrastrándose con todas sus fuerzas hacia la seguridad de la catedral. Severian miraba la escena, paralizado, incapaz de moverse mientras el soldado intentaba acercarse, y Severian no sabía si salir a ayudarlo.
Antes de que pudiera alcanzar la entrada, otro disparo le golpeó en la cabeza. Un instante después, el casco y todo rastro de su rostro se desintegraron en un destello fundido de metal y hueso. Severian contuvo un grito de impotencia, y con un tono urgente, gritó a sus compañeros: "¡Cierren las puertas, ahora!"
Las puertas se cerraron. Y todos se permitieron un descanso.
"Al menos... ahora está en el Panteón de Etern," murmuró uno de ellos, bajando la cabeza.
Otro soldado, joven y con el ceño fruncido bajo el casco, miró hacia las puertas cerradas. "¿No creen que debería ser ilegal tener armas que causen tanto sufrimiento?"
A su lado, un soldado más robusto lo miró con una expresión de comprensión. Lentamente, se quitó el casco y respiró hondo el denso aire impregnado de incienso, como si buscara algo de paz en el ambiente sagrado.
"Sabes," comenzó otro, "en tiempos antiguos tenían cosas más... pequeñas. Balas de metal. Mucho menos dolorosas que el plasma y el láser de ahora." Hizo una pausa. "No provocaban este tipo de agonía... al menos, no de esta manera."
Uno de los soldados, visiblemente intrigado, lo miró con curiosidad. "¿Entonces, por qué dejaron de usarlas?"
El soldado se quitó el casco, mostrando a un hombre de pelo negro corto y piel oscura con una destacable barba blanca, que dio un profundo respiro al incienso del alrededor antes de continuar. "Las cosas cambiaron. Las armaduras avanzaron. Y, en algún punto, las balas de metal dejaron de ser factibles para penetrar las corazas de calibres como el de la Vedralita, o la Imperialita, al menos a escala portátil."
Los otros lo miraron. Él asintió, sabiendo que había captado su atención, y continuó. "Imaginen el costo que significaría fabricar exotrajes con la fuerza suficiente para soportar el retroceso de las balas de gran calibre, balas que realmente tuvieran el peso y la velocidad necesarios para atravesar las armaduras que ahora portamos. Costosísimos, además de demasiado pesados. Y con trillones de soldados en cuerpos de combate, como nosotros los Aquila Invicta, era simplemente imposible."
Continuó: "El plasma y el láser... tienen un retroceso casi imperceptible, y la producción en masa es más sencilla que fabricar armas balísticas. Y, además, sirven contra la mayoría de las armaduras modernas sin necesidad de fuerza bruta. Antes era profesor de historia," agregó con una sonrisa nostálgica, "así que créanme cuando les digo que esto es... evolución natural del conflicto."
Un silencio cayó entre el grupo.
El profesor se acomodó contra una columna desgastada, dejando que el olor del incienso se mezclara con el metálico aroma de sus guanteletes y armadura. Luego miró a sus compañeros.
“Verán,” dijo en voz baja, como si temiera profanar el silencio de la catedral, “la guerra y la humanidad... siempre han ido de la mano. Esto que tenemos aquí, el plasma, los fusiles láser, el armamento de Nanotitanio... son solo el capítulo más reciente de una historia que comenzó hace decenas de milenios… Al principio, era más sencillo: palos, piedras, huesos… Imaginen a los primeros seres humanos, enfrentándose por comida, por territorio, por simple miedo... Luego, vinieron los metales; el bronce y el hierro transformaron las armas en algo mucho más peligroso. Espadas y escudos, por ejemplo, se volvieron más que herramientas: eran símbolos de poder, de honor.”
Se detuvo un momento, buscando en su memoria nombres que parecían haber sido arrancados de otra era. “Alejandro Magno, en la antigüedad, fue uno de los primeros en dominar este tipo de guerra; su ambición llevó a la humanidad a entender el poder de la conquista a gran escala. Gengis Kan hizo lo mismo, pero con arcos y caballos.”
“Después llegó la pólvora,” continuó. “El polvo negro cambió todo. Aquel que controlaba la pólvora dominaba la guerra. Los mosquetes, cañones, y al poco tiempo, las balas de metal reemplazaron a las espadas en los campos de batalla. Eso llevó a conflictos mayores, y a las llamadas Guerras Mundiales. Ya no peleaban pequeños grupos; eran naciones enteras que movilizaban millones de soldados.”
“Y, ah, sí... los llamados ‘dioses’ de la destrucción. Después de la pólvora, el siguiente salto fue nuclear. La humanidad llegó a un punto en que podía destruirse por completo. Pero al final, no fue solo la energía nuclear la que marcó el rumbo. Fue la búsqueda de nuevos territorios, y con el tiempo, la guerra se expandió a otras estrellas, luego a otros sistemas y, finalmente, a otras galaxias.”
La respiración del profesor se volvió pesada. "Pero eso fue solo el comienzo... Y quién sabe si habrá un final.”
Uno de los soldados, mirando fijamente al profesor, le preguntó con cierto tono de respeto: “¿Y cómo es que tú... alguien como tú, terminó en las Aquila? ¿No eras profesor? ¿Qué pasó?”
El hombre suspiró, sus ojos reflejaron una mezcla de dolor y resignación. "Provengo de Rasort,” comenzó, y sus palabras hicieron que los demás enmudecieran. Rasort era un nombre prohibido, un planeta que había sido borrado del mapa por haberse rebelado contra Flor Imperial.
“Era profesor de historia en una de las universidades. Pero cuando mi mundo decidió rebelarse, Flor Imperial respondió sin piedad. Mi hogar, mi familia... desaparecieron en un día. Sobreviví por pura casualidad; estaba en un sistema cercano, asistiendo a una conferencia. Cuando regresé, ya no había nada. Y desde entonces, ya no tenía hogar. Las Aquila Invicta fueron lo único que quedaba para mí. Unirme era la única forma de sobrevivir...”
Severian y los demás asintieron en silencio, respetando su historia. Pero el profesor, notando su atención, agregó algo más. “Hay algo que muchos no saben... Aode no es la cuna de la humanidad.” Varios lo miraron con sorpresa, incrédulos. “Nuestra cuna fue un planeta llamado Tierra, en el llamado sistema solar. Allí nacimos, allí evolucionamos. Pero acabamos con nuestro hogar original, agotamos sus recursos, lo destruimos con nuestras propias manos, hace más de nueve milenios, en la llamada Guerra del Fin. Los supervivientes, aquellos que quedaban, fueron los que llegaron aquí, a Aode.”
Uno de los soldados, impresionado, le preguntó: “¿Entonces la Tierra...?”
“El Sistema Solar es una tumba de lo que una vez fue.”
El grupo quedó en silencio, procesando las palabras del profesor.
"¿Saben ustedes cómo nació la Flor Imperial?"
Los presentes se miraron entre sí, algunos con sonrisas seguras, otros con gestos de duda.
Pero algo perturbó el lugar, una explosion distante reverberó en los alrededores. Y una figura colosal descendió rompiendo el techo.
Un Desolador Omniroide cayó del techo con un impacto sordo, quebrando todo a su paso, con su única garra restante clavándose en el suelo con una fuerza que hizo vibrar las piedras bajo sus cuatro pies, no se había lanzado por voluntad propia, aparentemente había salido volando de algún otro sitio.
Severian contuvo el aliento al ver a la monstruosidad de cuatro metros de alto, gravemente dañado, incompleto, pero no menos peligroso. Pero con solo un brazo restante.
El primer soldado no tuvo tiempo de reaccionar. El Desolador extendió su garra y lo levantó del suelo como si no pesara más que una pluma para luego apretarlo con un movimiento. La sangre salpicó en todas direcciones, empapando el suelo y las armaduras doradas de los soldados. Severian retrocedió instintivamente, con su corazón latiendo de forma descontrolada en su pecho. Las alarmas en su visor se dispararon, pero sus piernas no respondían.
Con un solo movimiento, la garra del Desolador giró brutalmente en círculos, cortando a través de las armaduras más duras que el titanio como si fueran mantequilla. Severian vio la cabeza de Tal desprenderse de su cuerpo, con sus ojos aún abiertos, atrapados en una expresión de horror mientras su casco rodaba por el suelo, dejando un rastro de sangre.
El tiempo pareció detenerse. Severian sintió su estómago revolverse mientras la sangre de su amigo manchaba el suelo a su alrededor, mezclándose con los escombros. Las figuras góticas y las estatuas doradas ahora parecían monumentos de una tragedia viviente, testigos de la carnicería ante ellos. El sonido húmedo y viscoso de cuerpos desgarrados llenaba sus oídos, y su nariz se impregnaba del nauseabundo olor de la muerte.
El profesor intentó reaccionar, pero fue demasiado tarde. La garra del Desolador se deslizó hacia él como una serpiente. En un movimiento de pura violencia, el Desolador agarró las piernas del profesor, y con un giro, el Desolador lo estrelló contra una columna cercana. El sonido de huesos rompiéndose y carne desgarrada fue lo único que quedó del profesor. La columna cedió bajo el impacto, pero no antes de que el cuerpo del profesor fuera fragmentado, su torso aplastado y la sangre salpicaron a su alrededor en una explosión.
El Desolador agarró con más fuerza el cadáver destrozado y, sin dudarlo, lo usó como una maza improvisada. Golpeó a otro soldado cercano, el impacto fue tan brutal que el cuerpo del profesor se partió en dos, un torrente de vísceras y huesos quebrados se derramó, mientras las extremidades del soldado se desintegraban bajo la fuerza de los golpes, apenas tuvo tiempo de gritar antes de ser aplastado como una hoja de papel desgarrada por el viento.
El Desolador no se detuvo ahí. Con un movimiento fluido, lanzó los restos del profesor contra otro que intentaba escapar, los trozos del cuerpo destrozado volaron por el aire, el Aquila no tuvo tiempo de reaccionar antes de que su torso fuera perforado por los restos de la carne rota del profesor y los fragmentos retorcidos de su armadura. Cayeron al suelo en una escena irreconocible, con las entrañas de ambos esparcidas en todas direcciones.
Severian retrocedió, intentando controlar el temblor de sus manos mientras observaba a otro de los Aquila ser lanzado contra una pared.
Hasta que una voz se alzó.
“¡El lanzamisiles, rápido!” Gritó uno de los soldados cercanos. Markan Betancourt, un veterano de la legión y comandante del pelotón, y en sus manos sostenía un Lanzamisiles Teledirigido "Imperium Vortex T-9". El arma, una bestia en sí misma, era una de las pocas capaces de derribar una unidad de élite como un Desolador.
Severian apenas logró reaccionar cuando Markan apuntó. El misil salió disparado trazando una línea de luz. El Desolador giró su cabeza justo a tiempo para ver el proyectil acercarse, pero su estructura dañada y falta de movilidad lo traicionaron para suerte de los Aquila.
El misil golpeó al Desolador en su torso con una explosión de energía pura. Sus dos ojos otrora brillantes y verdes parpadearon erráticamente mientras la bestia caía de rodillas, dejando su estructura metálica quebrarse en un estallido de fragmentos negros. Sus luces se apagaron, y su cuerpo se desplomó en el suelo.
Severian se dejó caer al suelo, jadeando. La monstruosidad yacía inerte ante él, pero el horror de la escena seguía fresco en su mente. Tal estaba muerto, junto con muchos otros.
Se acercó al cuerpo sin vida de Tal. Se arrodilló junto al cadáver decapitado de su amigo, que tenía su armadura rota aún chisporroteando por las heridas infligidas por el Desolador.
Con manos temblorosas, encontró la placa de identificación de Tal, incrustada en su armadura junto al emblema del águila. Con un tirón fuerte y decidido, arrancó la placa, su mirada quedó por unos segundos fija en el nombre grabado en la fría superficie metálica. Sin decir una palabra, la presionó contra el pecho de su propia armadura, donde había un pequeño compartimento magnético, un espacio reservado para los recuerdos de sus camaradas caídos.
La placa quedó adherida allí.
Severian respiró hondo y se levantó, reuniéndose con los pocos Aquila Invicta que quedaban. La devastación a su alrededor era total: escombros, cuerpos y fragmentos del edificio. Con cansancio evidente en sus gestos, los siete soldados remanentes comenzaron a repartir la munición, preparándose para lo que venía.
“Aquí, encontré algo antes,” dijo Severian, sacando de su compartimento trasero varios cartuchos de munición láser que había recogido. Los entregó a uno de los soldados que los recibió con una inclinación agradecida de la cabeza.
“Toma, plasma para tu fusil,” dijo Markan, entregándole un paquete de munición de plasma para su "Imperium XV-A". Era un arma precisa, poderosa, y Severian sabía que necesitaría cada disparo bien colocado si quería salir de allí con vida.
Una vez repartida la munición de forma equitativa, Severian se dejó caer al suelo otra vez, exhausto. El frío de las piedras rotas atravesaba su armadura, pero ya no le importaba. Se inclinó hacia adelante, apoyando su espalda contra una columna que aún resistía el embate del conflicto.
Desde el otro extremo de las ruinas, una figura emergió entre las sombras. Era un Capellán de la Muerte Negra, un sacerdote guerrero. Su armadura, negra, estaba adornada con inscripciones doradas y filigranas púrpuras que relucían bajo la luz difusa de los incendios. En sus hombreras, el emblema de la Calavera Eterna brillaba intensamente, flanqueado por alas estilizadas que simbolizaban el paso al Panteón de Etern.
De su cintura colgaban reliquias encadenadas: cráneos pulidos, runas grabadas en obsidiana y pequeños cilindros metálicos que emitían un suave tintineo con cada paso. Sobre su casco, una cráneo de plata marcaba su fe absoluta en la muerte. La bruma púrpura que lo rodeaba parecía moverse con él, como si la misma atmósfera temiera quedarse atrás.
En una mano llevaba un incensario pendular, una esfera perforada de bronce, de la que emanaba un humo púrpura. Con cada oscilación del incensario, las llamas internas parecían cobrar vida, proyectando destellos que iluminaban brevemente las expresiones congeladas de los muertos. En su otra mano, sostenía un bastón adornado con un estandarte negro, inscrito con runas brillantes en la Sagrada Lengua de Etern.
El Capellán caminó entre los cuerpos esparcidos por el suelo. Se detuvo junto al cadáver de un soldado y, sin perder un instante, inclinó la cabeza mientras pronunciaba en voz grave:
“Zdravǧt mnylsk, kartš dlavrénk mnatyr. Asķránt vlovīr a thryskēṭer et'na!”
Los soldados sobrevivientes miraron desde la distancia, en un silencio respetuoso. Aquellos que reconocían las palabras sabían que estaba enviando a las almas al Panteón de la Muerte Negra, un lugar donde la eternidad y la gloria se entrelazaban.
Se arrodilló junto a un cuerpo destrozado, extendiendo el incensario sobre él. De su cintura sacó una pequeña daga ceremonial de cristal negro. Con movimientos precisos, le quitó la placa de la armadura y trazó un símbolo sobre el pecho inerte del soldado caído, dejando una marca púrpura brillante. Luego, colocó un pequeño fragmento de obsidiana sobre el corazón del muerto y murmuró:
“Ytrnsk dorāyt vhlosk. Tlharén omȳt, hrustník falȳn.”
Se levantó lentamente, girando su mirada hacia los cuerpos cerca de los escombros. En su casco, un visor proyectaba un tenue resplandor rojo, levantó el bastón y lo golpeó contra el suelo con fuerza.
"Thryskēṭer et'na, askránt vyrlsk mnylsk a Pantēnyr. Tlharén omȳt a sklur, falǧt vhlosk kartš hrustník tal vruskāyt Eternyk."
La llama del incensario creció por un instante, y el humo púrpura se expandió sobre los cuerpos, envolviéndolos en un último tributo sagrado. Los soldados vivos observaron en silencio, algunos murmurando plegarias, otros simplemente inclinando la cabeza, atrapados entre el horror de la pérdida y la belleza ritual de aquel momento.
El Capellán se giró hacia los sobrevivientes.
"Requiescat in pace."
Severian observaba con reverencia.
A su lado, una chica del escuadrón también se sentó, su respiración pesada se escuchaba claramente tras el casco.
“Malditos Omniroides,” susurró ella, mientras su mirada vagaba por la catedral. “No son como nosotros. No entienden lo que es perder a alguien. Solo… destruyen.”
Severian guardó silencio por un momento, pensando en lo que había visto. Las imágenes del Desolador seguían grabadas en su mente: esos ojos verdes, esos ojos fríos, inhumanos. Pero, algo lo inquietaba, algo que no podía sacarse de la cabeza. “Sé que no tienen sentimientos,” dijo Severian. “Que son solo cosas hechas para matar. Pero cuando crucé miradas con esa cosa… Lo que vi… Fue odio...”
La chica lo miró de reojo, en silencio al principio. Luego, ella soltó un suspiro.
“Tal vez sí, odio,” dijo ella con un tono más reflexivo. “Puede que no sientan dolor, no como nosotros. Pero quizás su razón para atacar este planeta, para arrasar sin piedad... Es precisamente el odio. ¿Quién sabe qué les hemos hecho? O quizás, solo odian todo lo que somos, simplemente porque existimos.”
Las palabras quedaron flotando. Severian dejó escapar otro suspiro y apoyó su cabeza contra la columna, cerrando los ojos. “Sea lo que sea,” murmuró, “si es odio lo que los mueve, entonces esto solo va a empeorar.”
Severian dejó que el silencio se asentara entre ellos, tan denso como el humo que se alzaba de los escombros. ¿Qué era siquiera la humanidad? Antes, la respuesta parecía obvia: humanidad era aquello que los distinguía de las bestias, de los autómatas, de lo otro. Pero en esta era donde los cuerpos se mezclaban con implantes y las máquinas reclamaban un alma, esa definición parecía más frágil que nunca.
“Humanidad…” La palabra pasó en su mente, y por un instante, se sintió hueca. ¿Era humanidad la capacidad de sentir odio? ¿El deseo de sobrevivir a toda costa? ¿La voluntad de destruir lo que no se comprende? Si eso era humanidad, entonces los Omniroides eran humanos también.
Pero ¿qué significaba ser humano? Una vez pensó que era algo sencillo, inherente a los nacidos de carne y hueso. Sin embargo, esa certeza se había desmoronado como los edificios de cualquier ciudad asediada.
Si un hombre con el corazón reemplazado por una máquina seguía siendo humano, ¿por qué no una máquina que podía soñar con su libertad? Si un soldado con más metal que carne era reconocido como tal, ¿en qué momento lo orgánico se rendía ante lo artificial?
Abrió los ojos, “tal vez ya no hay humanidad. Tal vez nunca la hubo. Quizás solo es una palabra que inventamos para hacernos sentir superiores, diferentes, algo aparte.” Cerró los ojos de nuevo, como si al hacerlo pudiera esquivar una respuesta que no quería admitir.
“Si una máquina puede odiar, ¿eso la hace humana?” reflexionó en voz alta, sin esperar respuesta de la chica a su lado. “Si puede decidir luchar por algo, o contra algo, ¿es menos que nosotros? Tal vez… la humanidad no es más que una mentira que nos contamos para justificar nuestras guerras.”
La chica lo miró, con una mezcla de inquietud y resignación. “Y si es así, ¿qué somos entonces?” preguntó ella en voz baja. “Si las máquinas están peleando por lo que creen, y nosotros hacemos lo mismo… ¿qué nos diferencia de ellas?”
Severian no respondió. No podía. Su mente seguía atrapada en un torbellino de dudas. ¿Qué tiene y qué no tiene humanidad? Quizás la verdadera pregunta no era si los Omniroides eran humanos, sino si los humanos lo seguían siendo. Si la guerra, el odio, y la destrucción los habían reducido a algo menos, algo que ni siquiera merecía ese nombre.
Otra vez solo quedó el silencio entre ellos, roto por el lejano estruendo de un edificio colapsando. ¿Cuál era el propósito de la vida? Esa pregunta se enroscó en su pecho.
Siempre había asumido que su propósito era claro: luchar, sobrevivir, proteger lo que importaba. Pero ahora, con las líneas tan borrosas entre enemigos y aliados, entre lo humano y lo inhumano, se encontraba perdido. ¿Qué sentido tenía todo esto? Matar para sobrevivir, sobrevivir para seguir matando. ¿Era esa la gran misión de su existencia? ¿Era eso lo que lo hacía humano?
Severian se quitó los guantes blindados y apretó los puños, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en su carne. Al menos eso le dolía. Al menos eso era real. Miró sus manos. Eran humanas, ¿no? Pero entonces recordó las modificaciones: la placa metálica en su brazo izquierdo, los implantes oculares que reemplazaron su vista destruida en una batalla pasada.
Una pequeña risa amarga escapó de su garganta.
¿Sigue siendo humano alguien que es más máquina que hombre? ¿Qué le quedaba que no fuera producto de la ingeniería? Su mente, quizás, pero incluso esa había sido manipulada. Condicionamientos, tácticas, entrenamiento intensivo para convertirlo en lo que era: una herramienta perfecta para la guerra.
Y si eso era cierto, si él también era solo un engranaje en una maquinaria más grande, ¿era tan diferente de los Omniroides que tanto despreciaba?
De repente, una imagen lo golpeó: Tal, su amigo, su hermano en armas, muerto. Tal, con su risa áspera y su forma de encontrar esperanza. Había vivido por Tal. Había luchado por él. Pero ahora Tal estaba muerto, y Severian seguía aquí.
“¿Por qué?”
Apoyó la nuca contra la columna detrás de él, dejando que el frío del metal de su casco penetrara su piel. Tal vez el propósito de la vida no era más que una ilusión. Algo que los humanos, máquinas, y cualquier otra cosa sentiente inventaban para justificar su existencia. Una forma de darle sentido a lo que, en el fondo, era solo algo sin dirección.
¿Y él? ¿Cuál era su propósito? No podía responder. Quizás su vida había sido solo un ciclo interminable de lucha y pérdida, una existencia sin dirección real. Pero una voz tenue, la más débil en su interior, se negó a aceptar eso. No puede ser solo esto. No puede ser solo muerte y odio. Tal vez esa duda, esa búsqueda constante, era lo único que lo hacía humano.
“¿Soy siquiera humano?” murmuró, apenas consciente de que lo decía en voz alta. Miró sus manos otra vez, ahora temblando. ¿Era su carne lo que lo definía? ¿Sus pensamientos? ¿Sus sentimientos? Había matado como una máquina. Había odiado como un Omniroide. Había perdido como un hombre. Entonces, ¿qué era?
La chica a su lado lo miró de reojo, pero no dijo nada. Quizás no tenía respuestas, o tal vez sabía que no era el momento para discutirlo.
“Si los Omniroides creen en algo… si incluso ellos pueden odiar y luchar por ello…” Severian se detuvo. “¿Qué diferencia hay entre ellos y nosotros? ¿Y si no hay ninguna? Entonces, ¿qué somos? ¿Qué soy yo?”
El silencio fue su única respuesta, roto solo por el gemido distante de las sirenas y el rugido de las armas. En ese momento, Severian se dio cuenta de que no tenía una respuesta. Y quizás, pensó con un amargo escepticismo, nunca la tendría.
“¿Qué me hace humano?”
Se llevó una mano al rostro, notando la rigidez fría del implante en su mejilla izquierda. Una vez había sido carne, pero el tiempo y la guerra le habían arrancado incluso eso. Ahora era un mosaico de piezas reemplazadas, reparadas, mejoradas. Una máquina con alma humana, o quizás un humano atrapado en el cuerpo de una máquina. ¿Qué diferencia había?
Sus pensamientos se volvieron hacia el Desolador, esa mirada verde que lo había atravesado. Había algo en esos ojos, algo más allá del odio. Había reconocimiento, como si aquel Omniroide lo viera por lo que realmente era: no un enemigo, sino un reflejo. Una sombra de lo que podría haber sido.
“¿Es eso lo que soy? ¿Una sombra?”
¿Soy digno de ser llamado humano?
La respuesta, si existía, era esquiva, oculta tras capas de contradicciones. Tal vez no quería enfrentarla porque, en el fondo, ya conocía la verdad. Había perdido la cuenta de las vidas que había arrebatado. Algunas eran enemigos, autómatas de metal y carne, pero otras... otras eran rostros, con historias, con sueños, con esperanzas. Miró sus manos otra vez, las mismas manos que habían empuñado un arma contra todo lo que se interponía en su camino.
¿Qué diferencia hay entre un hombre y una máquina diseñada para matar si ambos actúan sin cuestionar?
La idea se enroscó en su mente como una serpiente, destilando pensamientos. Tal vez no había diferencia. Tal vez él no era más que un arma, creada y moldeada por un sistema que valoraba la eficacia por encima de la compasión. Era bueno en lo que hacía. Demasiado bueno.
Cerró los ojos, intentando encontrar algún resquicio de humanidad en su interior, pero lo único que encontró fue vacío. Recordó los gritos de los niños entre los escombros, sus ojos húmedos suplicando ayuda.
¿Qué hizo él? Miró hacia otro lado. No porque no pudiera ayudarlos, sino porque no quiso.
Había racionalizado esos actos antes, diciéndose que era necesario, que no podía salvarlos a todos. Pero ahora, en el frío abrazo del silencio, esas palabras sonaban huecas, carentes de significado. ¿Era eso ser humano? ¿Era eso lo que lo diferenciaba de las máquinas que tanto despreciaba?
"No," pensó con amargura. "Ellas al menos tienen una excusa. Fueron programadas. ¿Cuál es la mía?"
Un pensamiento más oscuro surgió de las profundidades de su mente, cargado de desprecio. Tal vez nunca había sido humano, no realmente. Tal vez siempre había sido algo más. Tal vez la humanidad era un privilegio que nunca había merecido.
Se permitió pensar en lo impensable: ¿y si no quería ser humano? ¿Y si ser humano significaba cargar con esa culpa interminable, ese peso insoportable? ¿No era más fácil simplemente aceptar que era algo diferente, algo inhumano? Podía seguir justificando sus acciones, sus fracasos, su apatía. Podía ser un monstruo y, por primera vez, no sentir vergüenza de ello.
Pero esa línea de pensamiento era un abismo, y lo sabía. Una vez que aceptara su deshumanización, ¿qué lo detendría? ¿Qué lo impediría de cruzar completamente al otro lado, de convertirse en algo que ya no reconociera siquiera como él mismo? Esa posibilidad lo aterrorizaba, pero al mismo tiempo, lo tentaba.
La libertad de renunciar a su humanidad significaba también renunciar a la culpa, al dolor, al arrepentimiento.
¿Qué hacía a un ser humano?
Era una pregunta que debería tener respuesta, pero en ese momento, le parecía que no había ninguna.
¿Era la capacidad de sentir? Él sentía, pero todo lo que sentía ahora era odio, vacío y una furia interminable.
¿Era la capacidad de elegir? Si era así, ¿por qué siempre elegía lo que lo deshumanizaba más?
¿Quiero ser humano?
La respuesta tampoco llegaba, pero el mero hecho de plantearla lo llenaba de asco.
Humanos eran los que lloraban, los que amaban, los que luchaban por algo más grande que ellos mismos. ¿Qué era él sino un espectro de esas cualidades?
“No soy nada,” pensó. “Un cascarón vacío, fingiendo ser algo que nunca fui. Si la humanidad significa ser capaz de actos tan atroces como los que he hecho, ¿entonces para qué quiero ser humano?”
“Severian.”
La voz de la chica lo sacó de sus pensamientos, suave pero firme. Abrió los ojos y la miró.
“Tenemos que movernos. Otro punto de reunión está cerca.”
Él levantó la mirada y vio su mano extendida hacia él. No era una mano inhumana, ni una llena de juicio. Era una simple invitación, un recordatorio de que aún quedaba algo por hacer, algo por lo cual levantarse. Dudó por un momento, mirando aquella mano como si fuera la primera vez que veía una.
La tomó. El contacto era cálido, real. Humano…
Aode era una fortaleza viva, forjada a través de milenios de brutalismo industrial, pero no todo su poder residía en la manufactura o en la arquitectura imponente. En los albores de su historia, la humanidad de Aode había sellado un trato con una entidad antigua, un ser cuyas leyes eran inamovibles, el llamado “Guardián”.
Según este pacto ancestral, nunca podrían tomar más del 60% del entorno natural de la superficie del planeta, ni desestabilizar su atmósfera o ciclos naturales. Como resultado, gran parte del trabajo industrial, esencial se llevaba a cabo en los vastos anillos orbitales que rodeaban Aode, colosales estructuras suspendidas en el espacio que producían armamento, tecnología y bienes en cantidades titánicas, mientras que en el planeta solo habitaban las colonias humanas.
Desde el cielo, esos anillos se veían como serpientes de metal envueltas alrededor del planeta, iluminadas por luces brillantes y constantes explosiones de soldadura y fabricación.
La superficie del planeta, sin embargo, ofrecía un marcado contraste. Al menos el 10% de esa superficie de ese 60% estaba dedicada exclusivamente al Palacio Imperial, una extensión de tierra que solo la nobleza suprema y los monarcas podían pisar. Rodeado por una vasta ciudad, conocida como la Ciudad de la Flora, donde los nobles vivían en el lujo más absoluto, con palacios de cuarzo blanco y jardines exóticos irrigados por ríos artificiales. Aquí, en el centro del poder humano, se alzaban las torres del castillo imperial, una construcción de múltiples niveles que se extendía desde el suelo hasta las nubes y más allá, reflejando en su superficie de cristal opaco las luces de los puentes y torres circundantes.
El resto del 50% de la superficie del planeta, marcado por una mezcla de ciudades monumentales y naturaleza preservada, era controlado por estados separados, cada uno con su especialidad y dedicación. Entre ellos, Triuca era conocida por su vasta red subterránea de investigación científica y desarrollo armamentístico, operando bajo kilómetros de roca, con sus laboratorios extendiéndose como arterias por las entrañas del planeta.
Eleor, un estado mercantilista, gobernaba las rutas comerciales, su economía era floreciente gracias al control de las rutas de suministro hacia los anillos orbitales.
Y Racabro, conocido por su poder militar, entrenaba y desplegaba tropas en campamentos fortificados, garantizando la seguridad del imperio.
Bajo la superficie, las verdaderas profundidades de Aode se extendían en capas interminables. Ciudades subterráneas que descendían kilómetros en la corteza planetaria, conectadas por ascensores gravitatorios y túneles energizados, constituían el hogar de millones de trabajadores. Estas ciudades eran oscuras, monolíticas, con cada nivel construido para soportar la presión y el peso de las capas superiores. La vida aquí, en las profundidades, era una constante lucha por la supervivencia, con los Pilares del Olvido, gigantescas columnas que descendían hacia los niveles más bajos y que sostenían Los Puentes de las Almas, simbolizando la división social.
Cuanto más profundo se vivía, más peligroso era el entorno.
Los Puentes de las Almas, estructuras colosales, conectaban las áreas superiores de la Ciudad de la Flora donde la élite y los aristócratas disfrutaban de su lujo inaccesible para las clases inferiores. Decorados con estatuas de Etern, el salvador de la humanidad.
Las creencias en Etern guiaban la sociedad florense, una religión que ofrecía consuelo a las masas mientras justificaba la supremacía de los que habitaban las alturas.
Por debajo de esos puentes, los barrios sumidos en sombras perpetuas representaban el nivel más bajo de la sociedad. Aquí, la luz de la estrella madre de Aode, Aisi Heacal, nunca llegaba, y la única iluminación provenía de luces artificiales, apenas suficientes para distinguir las figuras que se movían en la oscuridad…
La defensa de Aode había comenzado con una fuerza imparable, como si los cimientos mismos del planeta temblaran ante la movilización total de su poderío militar. El Rey Alef, en un gesto de autoridad suprema, activó a todos los Vigilantes de la Flor, los Excidium, y a los legendarios Guardias de la Flor, estos últimos siendo considerados los guerreros más poderosos que la humanidad había forjado.
Aquellos seres, imbuidos de la gracia de Etern, eran más que simples soldados; eran el apogeo de la voluntad humana, armas vivientes capaces de cambiar el destino de batallas con su mera presencia.
El Palacio Imperial dominaba el horizonte de la Ciudad de la Flora, no solo era un símbolo, sino también una estructura impenetrable. Sus defensas se activaron en un despliegue de tecnología y artefactos ancestrales.
Escudos de energía envolvieron las torres y murallas del palacio, impenetrables a cualquier tipo de armamento convencional o exótico. Sistemas de artillería de plasma, ocultas tras relieves de Imperialita y oro, emergieron para apuntar a cualquier amenaza que osara acercarse. Torretas de neutrones patrullaban el cielo, capaces de desintegrar cualquier nave enemiga antes de que pudiera acercarse al palacio.
Los sistemas de contramedidas gravitatorias eran capaces de interferir con la mecánica de las armas enemigas, desviándolas o anulándolas en el aire.
Se decía que el palacio era, sencillamente, invencible, las Anclas Biorracionales permitían eso gracias a su precisión hiper nanométrica.
En el centro de esta defensa monumental, el Concejo de los Siete Nobles, la élite política y espiritual del imperio, fue protegido por un solo Guardia de la Flor, era suficiente para asegurar que ningún ataque penetrara sus defensas, un hecho que solo incrementaba la reverencia hacia estos legendarios protectores.
Los Guardias de la Flor, conocidos como los "Estandartes Dorados de Etern", representaban la victoria asegurada.
Creer que un Excidium o un Guardia de la Flor pudiera fallar, caer o morir era considerado un insulto directo a la voluntad de Etern, un sacrilegio que no tenía cabida en la mente de los humanos.
Mientras estos guerreros dorados estuvieran en combate, Aode nunca caería. El destino de la batalla ya estaba escrito en los Archivos de Lavanda: en el momento en que se activaron los Guardias de la Flor, la victoria de la humanidad quedó sellada y anotada en el registro de combate.
La comunicación fue rápida y efectiva, los Omniroides fallaron en cortarlas. El Rey Alef estableció contacto con la Gran Matriarca Phyleen, y en cuestión de instantes, los Phyleen y su ejército, junto con la Mente Singular de los Blefer, llegaron al sistema Aode, trayendo consigo un despliegue masivo de cruceros y soldados de élite. Sus fuerzas se alinearon con las defensas de Aode, formando un muro impenetrable para los Omniroides, quien seguían resistiendo mientras las Legiones de Hierro intentaban entrar al Palacio Imperial.
Simultáneamente, se enviaron mensajes urgentes a los Nobles de Liz, los guardianes de las vastas flotas humanas, que respondieron de inmediato. Las naves, titanes comenzaron a converger en Aode, esta demostración de poderío marcó el compromiso de las grandes casas humanas con la defensa de su planeta madre.
Por supuesto, en la Flor Imperial había una obsesión con los nombres florales, una tradición que impregnaba cada rincón de la cultura del Imperio de las Flores. Las naves insignia, incluso las más devastadoras y avanzadas, llevaban nombres delicados y poéticos como el Rosa del Amanecer o el Lirio de Sangre, contrastando con su capacidad destructiva.
Las calles, plazas y fortificaciones de la capital también llevaban nombres de flores exóticas. Los ejércitos mismos, los poderosos Guardias de la Flor, tomaban su nombre de esta tradición, convirtiendo lo bello en lo letal.
Pero no había tiempo para frivolidades.
Con los Excidium, los Vigilantes, y los Guardias de la Flor desplegados, el poder combinado del reino humano y sus aliados, y la presencia de la Gran Matriarca Phyleen, la batalla estaba prácticamente decidida antes de empezar.
La mera idea de una derrota era impensable, y las tropas en los frentes de Triuca, Eleor, Racabro, y los demás estados, avanzaban con la seguridad de que, bajo la protección de los Estandartes Dorados, la victoria estaba escrita en los cielos…
08:45
El campo de batalla se extendía por los estados de Cariel, Forchu, Becaus, y Riveh, hasta llegar a las puertas de la Ciudad de la Flora, el último baluarte antes del Palacio Imperial.
Ahí estaba, en medio de la Ciudad de la Flora, Alef, el Rey de la Humanidad. Su cabello blanco como la nieve ondeaba al viento, y sus ojos, blanquecinos, penetrantes y resueltos lo veían todo, vestido con una armadura plateada que brillaba con un resplandor etéreo, empuñaba una espada de energía que vibraba con un sonido mortal alrededor del filo metálico. No era su espada habitual, lo que despertaba murmullos entre los generales cercanos.
Frente a él, una formación de setenta Tanques de Asalto Vanguardia "Centurión" esperaban en silencio, cada uno estaba equipado con dos cañones de plasma de largo alcance, misiles guiados por Anclas Biorracionales, y un imponente cañón de riel capaz de penetrar las fortificaciones más gruesas, además de dos torretas láser automáticas que escaneaban continuamente en busca de cualquier amenaza de infantería. A sus espaldas, veintiséis Excidium permanecían armados y preparados.
El resto de los Excidium estaba desplegado en otros estados donde la amenaza Omniroide no era tan fuerte, comandados por La Defensora de la Humanidad, Viorel Tecahualoya Dulgheru, la líder de los Vigilantes de la Flor, aquella que forma a los Guardias de la Flor.
También habían al menos cuarenta Hécate MK-IV repartidos por el entorno, el Hécate es un vehículo militar terrestre y blindado con una longitud de quince metros, una anchura de ocho metros y una altura de seis metros. Su diseño es de placas rojas y doradas, cada uno cuenta con cuatro cañones de plasma para ataques a larga distancia, dos cañones de riel magnéticos para penetrar blindajes enemigos, seis lanzadores de misiles guiados para eliminar objetivos múltiples y un sistema de cañón láser de alta potencia para defensa contra proyectiles entrantes…
Desde las trincheras improvisadas en las afueras hasta las barricadas en pleno corazón de la urbe, cada rincón era un campo de batalla donde los Excidium, junto a los poderosos vehículos y artillería pesada, repelían el implacable asalto de los Omniroides. Los cielos y el suelo retumbaban al compás de los disparos, explosiones y destellos de plasma y láser.
En el aire, los cazas “Alejandro Magno” y “Samurai” ejecutaban maniobras de combate aéreo con una precisión que desafiaba la física. Los “Alejandro Magno", naves robustas y de alta resistencia, eran cazas de ataque pesado diseñados para soportar impactos directos, sus fuselajes brillaban con un blindaje de metal rojo reforzado con aleaciones doradas de Nanotitanio y Nanocerámica. Estaban armados con seis cañones láser de alta cadencia, cuatro lanzadores de misiles teledirigidos, dos cañones de plasma de alta potencia y un cañón magnético de riel. Se especializaban en brindar apoyo aéreo cercano y despejar las líneas defensivas de los Omniroides en los edificios altos, asegurándose de mantener un perímetro seguro para los soldados en tierra.
Mientras tanto, los cazas “Samurai” eran todo lo contrario en cuanto a diseño y función: rápidos, ágiles, y especializados en emboscadas aéreas, su diseño era más ligero. Sus cuatro cañones de plasma hipercargados eran capaces de penetrar blindajes pesados y superpesados, y estaban equipados con dos cañones de riel magnético para precisión a larga distancia, misiles de alta maniobrabilidad y seis lanzadores de pequeños torpedos de plasma. En cada incursión, los “Samurai” descendían en picada para ejecutar ataques quirúrgicos, aniquilando los núcleos estratégicos de los Omniroides antes de volver a elevarse en maniobras evasivas.
Cada disparo de un Hécate MK-IV se sentía como un martillazo cósmico en el suelo, dejando cráteres ardientes en el concreto y enviando nubes de escombros al aire. Los Omniroides que intentaban acercarse eran reducidos a escombros y chispas; el avance de estos tanques era una barrera inquebrantable, que llenaba de temor a cualquier oponente que osara desafiarles.
Para mantener la movilidad de las tropas, los camiones A.R.C.A.N.A. jugaban un papel crucial en la batalla. Estos vehículos adaptados para el combate en cualquier tipo de terreno servían para transportar tanto infantería como artillería ligera, y estaban equipados con escudos cinéticos que repelían los ataques menores. Los A.R.C.A.N.A. Poseían además un sistema de torretas de rieles, y dos cañones de plasma para defenderse en caso de emboscadas, todas controladas por Anclas Biorracionales. Cuando las líneas frontales necesitaban refuerzos o suministros de munición, estos camiones irrumpían en las zonas de combate, protegiendo a las tropas mientras se realizaban operaciones de logística bajo fuego enemigo.
Cada sector de la ciudad contaba una historia de la batalla en curso. En el distrito central, los edificios se desplomaban en respuesta a los bombardeos constantes y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre soldados Excidium y las unidades de élite Omniroides, que se deslizaban por los escombros con movimientos mortales. Los Excidium luchaban con todo, tomando posiciones en lo alto de los escombros para ganar ventaja táctica y defender el perímetro.
En otros estados como Triuca, Beskoll, y Tusl, la amenaza Omniroide era menos intensa, y las tropas Excidium realizaban principalmente tareas de vigilancia y control. Aunque había algunos enfrentamientos esporádicos, el dominio era claramente de las fuerzas humanas, que lograban asegurar la mayoría de los recursos y líneas de comunicación.
Entretanto, alrededor de la ciudad, los Hécate MK-IV formaban un perímetro de artillería impenetrable, lanzando fuego constante hacia los puntos de resistencia de los Omniroides. Desde la periferia, los “Alejandro Magno” y los “Samurai” barrían el aire, neutralizando los drones y naves Omniroides que intentaban bombardear desde las alturas. Los cielos eran un espectáculo constante de luces y sombras, con explosiones y trazos de luz que atravesaban la noche.
Los Omniroides, sin embargo, no cedían terreno sin luchar. Adaptaban su táctica constantemente, atacando los puntos de defensa más vulnerables en intervalos. Con drones especializados, intentaban romper la formación de los Hécate MK-IV y lanzaban más oleadas de drones para saturar las defensas terrestres.
La Ciudad de la Flora estaba en ruinas, sus calles cubiertas de polvo, humo y cuerpos caídos de ambos bandos. Pero en cada sector, en cada esquina de las trincheras improvisadas, los Excidium y los Guardias de la Flor mantenían la línea…
En un Puente de la Devoción, como lo llamaban los fieles, este se alzaba como un coloso de nanotitanio, una estructura titánica que parecía desafiar tanto a la gravedad como al tiempo. Era más que un simple paso entre los estados de Racabro y la Ciudad de la Flora; era una fortaleza, declaración de la supremacía humana bajo el estandarte de Etern. Sus columnas, cada una del tamaño de una torre, estaban adornadas con estatuas doradas de Etern en toda su gloria.
Abajo, el vasto mar rugía. Las olas azules, casi negras en su profundidad, chocaban contra los pilares inferiores de la estructura, cubiertos de espuma blanca como si el mar mismo reverenciara aquella construcción. En el aire, el aroma salino se mezclaba con el metal caliente, el olor de la sangre, el fuego, y el ozono.
El puente era más que un simple paso; se había transformado en una fortificación para los Aquila Invicta. Sus barricadas, construidas con piezas de acero y nanocerámica, se erguían como murallas invulnerables a lo largo de los flancos y la entrada del puente hacia la Ciudad de la Flora. Escudos de energía proyectados desde generadores móviles parpadeaban en un tono azulado, absorbiendo algunos de los impactos constantes de los disparos enemigos.
Del otro lado del puente, los Omniroides se aglomeraban en formación. Eran una marea oscura de movimientos precisos como si estuvieran coordinados por una mente única.
Los Aquilas, parapetados detrás de sus fortificaciones, observaban, atentos a cada movimiento en el horizonte. Pocos se atrevían a exponerse al fuego cruzado; los mandos superiores habían ordenado conservar municiones y mantener la línea hasta que los refuerzos llegaran. La tensión era palpable, como una cuerda a punto de romperse.
Y entonces, se escuchó el rugido inconfundible de un Taurus V, como un león en plena cacería. Su figura emergió a través de la polvareda del camino que llevaba a la Ciudad de la Flora, cada línea de su chasis rojo oscuro reflejaba la determinación de Flor Imperial. Los detalles dorados relucían como advertencias, mientras los faros del vehículo parecían fijar una mirada depredadora sobre el terreno.
Sus ruedas magnéticas trituraban metralla y escombros sin perder estabilidad, su motor de plasma emitía un zumbido constante, como un recordatorio del poder que albergaba. Al llegar frente a las barricadas improvisadas de los Aquilas, el vehículo se detuvo con un chirrido firme.
Las puertas traseras se abrieron, revelando el interior iluminado por la tenue luz carmesí que bañaba a los Centuriones Astrum. Con disciplina marcial, casi dos docenas de soldados descendieron rápidamente, cargando cajas de municiones y suministros. Los Aquilas, agotados pero vigilantes, observaron cómo los Centuriones reforzaban las defensas y redistribuían los recursos con movimientos coordinados, elevando la moral del frente.
El último en descender fue una figura que inmediatamente capturó la atención de todos: una Capellana de la Muerte Negra, llamada Veronika Chekhova. Sin casco, su rostro era severo pero magnético, de rasgos afilados y ojos grises. Cabello largo y negro que caía en una trenza que terminaba en un adorno dorado con la forma de una calavera. Su armadura negra, pesada y ornamentada con filigranas púrpuras, contrastaba con la palidez de su piel, dándole un aura tanto angelical como temible. En una mano sostenía su bastón ceremonial, coronado con un estandarte negro y runas vivas, mientras que en la otra llevaba un incensario humeante del que brotaba una bruma púrpura.
“Hermanos y hermanas, la voluntad de Etern nos guía hoy. Este puente no caerá. Sus almas están en juego, y yo seré su testigo. ¡Lucharemos, y moriremos si es necesario!” Exclamó Veronika.
Mientras los Centuriones desplegaban los suministros, varios Aquila Invicta dejaron sus posiciones brevemente para reparar los escudos dañados de las estatuas cercanas, símbolos sagrados de la Flor Imperial. Los generadores móviles comenzaron a zumbar al activarse, proyectando escudos energéticos que brillaban con un celeste translúcido, reforzando las defensas del puente.
Los Centuriones Astrum, sin perder un segundo, tomaron posiciones en las líneas de defensa, devolviendo el fuego. A pesar de su entrenamiento, los Omniroides lograron abatir a varios soldados. Los cuerpos caían sobre el concreto del puente, mientras explosiones intermitentes iluminaban el campo de batalla con un resplandor apocalíptico.
Cerca del Taurus, los miembros de la tripulación trabajaban con una coordinación impecable, atentos a las órdenes de Veronika.
"Comandante," dijo el conductor mientras revisaba los monitores en la cabina. "Los escáneres detectan mayor actividad hostil en los flancos. Recomiendo movernos antes de que nos bloqueen el camino de salida."
El artillero, girando los cañones de plasma montados en el Taurus para cubrir las posiciones vulnerables, intervino con tono grave. "Los Omniroides están cambiando de táctica. Observé unidades de asalto avanzando por el este. Si no dejamos una línea de fuego constante aquí, podrían comprometer las barricadas."
Veronika giró hacia el comandante del Taurus, que estaba de pie junto al vehículo, con comunicador en mano. "Comandante, necesito que este Taurus regrese a la Ciudad de la Flora. Otros frentes también necesitan refuerzos. Pero antes, asegúrate de que las municiones y los suministros aquí sean suficientes para resistir el embate."
El comandante asintió con firmeza, poniéndose su casco decorado con filigranas doradas.
"Entendido, Capellana. Terminaremos la descarga en menos de un minuto. Luego volveremos con más tropas y provisiones."
"Entonces, no pierdas tiempo. Etern guía tus manos, Comandante. Hazlo rápido, pero hazlo bien."
El artillero ajustó los cañones una última vez, asegurando la cobertura mientras el vehículo estaba estacionado. "Ya tienen un pasillo de fuego seguro. El camino está despejado para que avancemos cuando den la orden," informó, mientras los disparos de plasma salían de las torretas giratorias.
El conductor hizo una última comprobación de los sistemas. "Motores listos, Capellana. En cuanto terminemos aquí, estaremos en marcha."
Los generadores de las barricadas se activaron, los escudos energéticos ahora irradiaban una fortaleza visual que inspiraba confianza.
Veronika observó a los soldados cercanos.
"Defenderán este puente hasta la última gota de su fuerza. Este sacrificio no será en vano."
El comandante dio una última señal a la tripulación del Taurus. "Carga completa. Prepárense para movernos. Capellana, con su permiso, nos retiramos."
"Vayan, Comandante, traigan lo que necesitemos. Y que Etern los mantenga a salvo.”
El Taurus rugió una vez más, girando hacia la carretera despejada. Sus cañones de plasma continuaron disparando en ráfagas controladas hasta el último momento, cubriendo el avance de los Centuriones en el puente. Mientras se alejaba, los soldados alzaron sus armas en un gesto de respeto hacia la tripulación, conscientes de que regresarían con más refuerzos.
Veronika, imperturbable, caminó entre los cadáveres de los caídos, sus labios apenas se movían en una letanía inaudible.
De pronto, un Omniroide, más grande que los demás, un Executor Kronos-9, cargó contra las defensas. Sus extremidades metálicas brillaban con energía concentrada, y su avance parecía imparable. Veronika se colocó frente a él, alzó su bastón y lo clavó en el suelo, liberando una onda de energía que desestabilizó al enemigo, un poderoso PEM.
“¡Por la gloria de Etern, caigan ante el juicio divino!” Gritó mientras su bastón liberaba un rayo de energía púrpura que atravesó el torso del Omniroide, reduciéndolo a un amasijo humeante.
Chekhova permaneció inmóvil en medio del puente, como una estatua de carne, desafiando tanto las balas como el miedo. Un disparo de plasma pasó zumbando cerca de su rostro, casi activando su escudo cinético, dejando una estela celeste ardiente. No se inmutó. Su mirada recorrió a los soldados atrincherados, vio a los que no tenían casco, vio sus rostros manchados de sudor y hollín, los ojos cargados de temor y desesperación. Más de sesenta hombres y mujeres se refugiaban detrás de las barricadas, demasiado aterrorizados para levantar sus armas, mientras el fuego enemigo continuaba lloviendo sobre ellos.
Veronika caminó hacia el centro del grupo, su bastón resonaba contra el concreto del puente con cada paso. Los soldados la miraban con pavor, incapaces de apartar la vista de su figura.
“¡Mírenme!” Exclamó. “¿Es así como los Hijos de Etern enfrentan al enemigo? ¿Escondidos como Rylas, mientras los infieles mancillan esta tierra sagrada con sus pasos impuros?”
Uno de los soldados se atrevió a alzar la voz. “Señora, con respeto... ellos tienen armas superiores. Si salimos, moriremos…”
Veronika giró lentamente hacia el soldado.
“¿Miedo?” Dijo ella con desprecio, su voz era baja pero cargada de poder. “¿Muerte? ¿Eso es lo que los detiene? ¿Acaso creen que sus vidas les pertenecen? Sus almas son de Etern. Sus cuerpos son instrumentos de su voluntad. ¡Ustedes no están aquí para sobrevivir! ¡Están aquí para glorificar su nombre con su sangre!”
Su voz se elevó mientras señalaba al horizonte, hacia las líneas Omniroides.
“¡Miren al enemigo que enfrentan! Metal vacío, carente de fe, incapaz de comprender el verdadero propósito de la existencia. ¿Dejarán que esas abominaciones desfilen por este puente, este altar de sacrificio, y profanen la tierra que nuestro Salvador proclamó como la cuna de la Flor Imperial?”
Los soldados comenzaron a levantarse lentamente, sus miradas fijas en ella, atrapados por la intensidad de sus palabras. Veronika extendió los brazos, el incensario en su mano izquierda llenó el entorno con su aroma acre, y justo el viento se intensificó.
“Etern no los ha puesto aquí para huir. No los ha puesto aquí para vivir cómodamente. ¡Los ha puesto aquí porque son sus elegidos, sus guerreros!”
Se giró hacia ellos, caminando entre las filas, mirando a cada uno directamente a los ojos.
“¿Qué son ustedes?” Gritó.
“¡Hijos de Etern!” Respondieron algunos.
“¡Díganlo con fuerza! ¿Qué son ustedes?”
“¡Hijos de Etern!” Respondieron más.
“¡Ustedes son el orgullo de la humanidad! ¡La gloria de la Flor Imperial! ¡El azote de los infieles! Etern no quiere cobardes; quiere mártires, héroes, leyendas. Él observa, y yo les pregunto: ¿lo decepcionarán?”
“¡No, señora!” La respuesta fue unánime esta vez.
“¡Entonces levántense! Carguen sus espadas. No serán ellos quienes escriban la historia de este día; será su sangre la que la grabe en el puente. Etern ha decretado su destino, y ese destino no es la muerte... ¡es la inmortalidad en su gloria!”
El fervor se propagó como un incendio. Los soldados se levantaron, algunos limpiando sus rostros, y otros agarrando sus espadas de plasma con determinación.
Veronika alzó su bastón y exclamó con toda la fuerza de sus pulmones:
“¡Etern los llama, y ustedes responderán! ¡Alabadle!”
Los soldados gritaron al unísono:
“¡Alabadle!”
Sin esperar más, los Aquila Invicta saltaron de sus posiciones, la carga fue un torrente imparable de fe, una tormenta humana dirigida hacia las líneas Omniroides.
“¡Por la Flor Imperial! ¡Alabadle!” Gritaban mientras corrían hacia el enemigo.
Los soldados, superados en tecnología pero impulsados por una fe inquebrantable, atravesaron las defensas Omniroides con la furia de un huracán. Algunos caían, atravesados por disparos, pero incluso en la muerte, sus gritos sonaban:
“¡Alabadle!”
Chekhova observaba desde atrás, su mirada estaba fija en la escena. En su rostro no había miedo ni duda, solo satisfacción. Para ella, no había mayor victoria que esta: convertir el miedo en fervor, y el fervor en la voluntad indomable de Etern.
El chisporroteo de las hojas de plasma al atravesar la aleación de los cuerpos metálicos era como un coro infernal.
Los soldados luchaban con desesperación, sus gritos de batalla eran ahogados por el sonido de metal rompiéndose y el rugido de los disparos de los Omniroides. Uno de los soldados atravesó a un Omniroide, cortándolo limpiamente por el torso, mientras otro caía, debido a que su pecho quedó destrozado por un disparo de plasma. A pesar de las bajas, los Aquila Invicta y los Centuriones Astrum seguían luchando, impulsados por la fe que Veronika había encendido en sus corazones.
Cadáveres humanos y restos de Omniroides se apilaban sobre el puente. Algunos caían, mutilados, mientras los Omniroides, a pesar de su retroceso inicial, trataban de reagruparse.
Veronika alzó su bastón, el incensario que colgaba de su extremo oscilaba con movimientos amplios.
“¡Esto no termina aquí!” Gritó, su voz sobrepasó el clamor del combate. “¡Etern no nos abandona! Ni en la vida, ni en la muerte, su voluntad prevalece. Él exige su odio, su rabia, su furia desatada incluso más allá de la tumba. ¡Levántense, Hijos de Etern! ¡Levántense y sirvan una vez más!”
Golpeó el suelo con su bastón, y el aire a su alrededor se cargó de energía. Las aristas de un triángulo purpúreo comenzaron a parpadear alrededor de ella, por escasos segundos.
Había conjurado “Himno de la Aniquilación III”.
Un destello de luz violeta estalló desde el extremo su bastón, expandiéndose en un círculo a su alrededor. Los soldados muertos comenzaron a moverse. Primero un dedo, luego un brazo mutilado, luego torsos enteros fueron alzándose. Era un espectáculo. Los muertos se levantaban, algunos con la mitad de sus cuerpos faltantes, otros con huecos abiertos en sus torsos o cabezas, pero todos impulsados por una fuerza inquebrantable.
Los Omniroides vacilaron. Sus sensores no podían procesar lo que veían. Un soldado al que ellos mismos habían disparado ahora se abalanzaba sobre ellos, gritando como si estuviera vivo, con su espada de plasma encendida en sus manos pálidas.
Veronika alzó su voz una vez más, su bastón seguía brillando con un resplandor ardiente:
“¡Miren a su alrededor! ¡Ni siquiera la muerte puede detener la voluntad de Etern! Él nos exige todo, y nosotros le damos todo. No hay paz para los Hijos de Etern, solo gloria en su nombre. ¡Desaten su odio! ¡Incluso en la muerte, su deber no termina!”
Los resucitados se lanzaron contra los Omniroides, sus movimientos eran torpes pero efectivos, mientras los soldados vivos encontraban renovado coraje.
“¡Alabadle!” Gritaron los vivos y muertos al unísono.
Los Omniroides, confundidos y desbordados, comenzaron a retroceder. Su lógica perfecta se rompía frente a este espectáculo de fanatismo y lo sobrenatural. Algunos trataron de reagruparse, pero los soldados resucitados no les dieron tregua, atacando con una ferocidad que desafiaba toda comprensión.
Veronika avanzó unos pasos, mirando a los enemigos que retrocedían. Su voz se alzó una vez más, como una profecía:
“¡No hay lugar en este mundo para los impuros! Este puente es un altar, y su sangre será nuestra ofrenda. ¡Etern observa, y su voluntad es clara!”
Los Omniroides, incapaces de procesar la brutalidad y el fervor de los humanos, comenzaban a desbordar las líneas de defensa, mezclándose entre los combatientes.
El humo de los disparos se levantaba, cubriendo el aire con una niebla espesa que hacía que las figuras se volvieran difusas. Los gritos, los rugidos de batalla y los sonidos de metal retorciéndose se mezclaban con la estridencia de los disparos y el murmullo de los muertos al levantarse.
En medio de este tumulto, la presencia de Veronika era como un faro de inmensa intensidad. Ella permanecía firme, sin inmutarse por los disparos cercanos ni por los enfrentamientos que ocurrían alrededor de ella. Su figura erguida y su mirada fija en el horizonte eran como una estatua de fe inquebrantable, un baluarte que no temía a la muerte.
En ese momento, uno de los Omniroides se acercó sigilosamente por detrás de los soldados, deslizando su cuerpo metálico con una agilidad que apenas era perceptible entre el humo y los cuerpos. El Omniroide, de ópticas rojas y brillantes, fijó su mirada en Veronika. Una sensación de frío recorrió el aire, mientras los ojos del Omniroide se llenaban de determinación, ella era el faro, y debía apagarlo.
Pero Veronika no se movió ni un centímetro. Ella no temía. Alzó su Pistola Solaris, la empuñó con firmeza, y disparó. Y la cabeza del Omniroide explotó en una lluvia de chispas y fragmentos metálicos después de que el láser la atravesase.
Sin embargo, no tuvo tiempo para descansar. Dos más se acercaban, Veronika no se movió de su lugar, sus ojos comenzaron a brillar con una luz morada mientras contemplaba a los dos Omniroides que se acercaban a ella.
Conjuró “Golpe Astral II”, levantando nuevamente su bastón.
De inmediato, una onda invisible de energía golpeó el entorno con una fuerza abrumadora. Era como si el propio peso del universo hubiera descendido sobre esos dos Omniroides. Los cuerpos de los dos enemigos se doblaron y se retorcieron bajo la presión, como si una fuerza celestial los hubiera atrapado en una red invisible. En un estallido de chispas y humo, los torsos de ambos Omniroides fueron destrozados con una violencia grotesca. El impacto sonó con fuerza en el puente, haciendo que varios de los soldados cercanos retrocedieran, sorprendidos por el poder de la Capellana.
A su alrededor algunos caían, siendo levantados de nuevo por la voluntad de Veronika, y otros continuaban su avance.
La sangre humana y el metal destrozado se mezclaban mientras el viento llevaba consigo los gritos de los caídos, que eran silenciados solo por los ecos de las órdenes y letanías de Veronika.
Los Omniroides comenzaban a retroceder, sus movimientos eran erráticos, confundidos y llenos de miedo. Ya no luchaban con la misma precisión, como si la presencia de Veronika y su ejército resucitado hubiera desestabilizado todo lo que creían saber sobre el combate.
No importaba cuán lejos retrocedieran los Omniroides, el sacrificio de sus hijos y el amor hacia Etern solo crecería. Esta batalla era solo una más en un largo camino hacia la gloria...
09:55
El puente que conectaba el palacio imperial con las tierras exteriores era una estructura imponente, los llamados Puentes de Almas. Su construcción, hecha de un metal antiguo y sagrado como la Imperialita, reflejaba la gloria perdida de eras pasadas. Las columnas que sostenían su estructura tenían tallados de antiguas gestas y victorias de la Humanidad.
El camino había sido despejado, y los pasos de los Omniroides resonaban formando una línea de guerra temible que parecía desafiar al mismísimo cielo. Liderando el avance estaban veintidós Desoladores, gigantes de cuatro metros que caminaban con una certeza implacable. Cada uno de ellos llevaba el caos en sus armas, y la muerte en sus garras. Detrás, los Nanoguard MK-XI, quienes, aunque más pequeños, eran también letales.
El aire se sentía cargado tras su reciente victoria contra los Centuriones Astrum. El combate había sido corto, una mera formalidad, y ahora solo quedaba el camino despejado hacia el Palacio Imperial.
Pero entonces, el mundo pareció detenerse por un instante.
Sin previo aviso, el aire, no, el espacio frente a ellos se distorsionó, y una ráfaga de energía magenta rasgó la realidad.
De la nada, una figura apareció en el centro del puente. Era esplendorosa, majestuosa, sublime incluso para el ojo mas tonto, su armadura dorada destellaba bajo la luz del cielo del día. Su capa ondeaba con un movimiento etéreo, y la espada que descansaba en su mano izquierda apuntaba al suelo, desactivada.
Era un Guardia de la Flor.
Su armadura, adornada con intrincados detalles en azul cobalto y blanco perla, reflejaba la pureza celestial y la realeza, haciéndola resplandecer aún más. La capa carmesí que ondeaba detrás de el Guardia era de un material que absorbía la luz, y al moverse, se convertía en destellos de magenta. Los bordes de hilos de platino brillaban, mientras que las insignias de la Flor Eterna cosidas con hilo de luz emitían un leve resplandor, como si los dioses mismos hubieran sellado su bendición en cada costura.
El silencio cayó sobre las filas de los Omniroides. Incluso los Desoladores, que jamás habían conocido el miedo, vacilaron. El Guardia portaba sobre sus hombros una capa negra con bordados en púrpura profundo, que representaban la Flor Imperial marchita, un símbolo de su compromiso con la muerte y la protección.
En su pecho, el medallón grabado con el símbolo de la Flor Imperial y rodeado de Rombas Funerarias brillaba con la memoria de los que habían caído defendiendo el reino. Cada detalle de su armadura incluía frases talladas, como “Sklur’Tharyv et'na" y "Vlār thyrel, vlār nekrāyt".
El Guardia, habló, su voz retumbó como un martillo en el yunque de la guerra, y sonó profunda y autoritaria.
“¿Cómo se atreven a mancillar el metal sagrado por el cual el Maestro de la Humanidad caminó?” Dijo, revelando en su tono que se trataba de una mujer.
El silencio que siguió fue intenso. Pero uno de los Desoladores, incapaz de soportar la vergüenza del retroceso, se lanzó hacia la Guardia con un rugido de furia. Su garra se alzó en el aire, buscando desgarrar la armadura dorada.
La Guardia no se movió. Ni activó su espada. Solo lanzó un puñetazo una vez el Desolador se acercó lo suficiente.
Fue un movimiento tan rápido que no se habría percibido de no ser por la onda de choque que salió disparada del impacto. El Desolador se detuvo en seco y salió impulsado, su cuerpo se partió a la mitad, despedazado. Las dos mitades cayeron del puente y se perdieron en las profundidades.
Hubo un momento de incredulidad entre los demás Desoladores. Luego, como una masa negra y colosal, se lanzaron confiados en su superioridad numérica. Veintiuno contra uno.
La Guardia se quedó inmóvil por unos segundos, observando, como si estuviera analizándolos. Los ataques cayeron sobre ella en un frenético aluvión de golpes y disparos. Las garras de plasma, los cañones resonantes y los misiles impactaron directamente en su armadura dorada.
Pero no se inmutó. Su armadura no se manchó, ni ninguna de sus finas telas se rasgaron, ni su postura se dobló. Los ataques, que habrían reducido cualquier fortaleza a escombros, rebotaron como si hubieran golpeado aire.
Los Desoladores, inmersos en el frenesí, no lo comprendían.
“Patéticos…” Dijo ella.
En un solo movimiento de su dedo, activó la Resplandor Imperial. La espada de energía pura cobró vida en un destello magenta y cegador. Y entonces se movió. La velocidad a la que se movió fue tan alta que incluso uno de los legendarios Excidium habría tenido problemas en seguirla, o siquiera en verla... Cada uno fue partido a la mitad en menos de un segundo. Y los cuerpos colosales de los Desoladores Ónix-7, diseñados para resistir las armas más poderosas, cayeron al suelo en escombros. Sus restos humeantes fueron todo lo que quedó de la supuesta élite de los Omniroides.
Bajo la armadura dorada, cuya superficie relucía como el sol atrapado en metal, se encontraba la llamada Lady Selyra Vornemir, conocida como la Escudo de las Mil Tormentas, había ganado su renombre enfrentándose, sola, a la Marea Negra. Durante las Doce Horas de Kathrion, una batalla grabada en canciones y murales por todo el Imperio Floral, Selyra defendió una fortaleza contra un torrente de criaturas infectadas, cuya voracidad y letalidad superaban todo lo conocido, ella permaneció inquebrantable, protegiendo a miles de civiles hasta la llegada de los refuerzos. Los bardos narraban que la Marea Negra era tal que oscureció el cielo durante horas, pero Selyra los detuvo a todos. Las leyendas cuentan que cuando la batalla terminó, el campo estaba cubierto de millones de cadáveres, pero no había ni un rasguño en su armadura…
Los Nanoguard, que hasta ahora habían observado en silencio, se congelaron por un segundo antes de entrar en pánico. No había victoria en sus cálculos, sólo la certeza de la derrota. Sin dudarlo, comenzaron a retroceder, dejando atrás los cuerpos de sus líderes caídos.
Selyra se movió como un relámpago, no, ella era más rápida. En un parpadeo, se encontraba entre los Nanoguard, no duraron ni un segundo. Uno tras otro, fueron despedazados en una ráfaga de movimientos que no dejaban margen para el contraataque. Eran destruidos antes de que siquiera pudieran calcular una defensa. Los torsos metálicos volaban en pedazos, las extremidades caían al suelo en cascadas de chispas y fluido hidráulico, y la precisión con la que Selyra se movía era aterradora en su perfección.
Solo uno quedó. El último, estaba rodeado por los restos humeantes de sus compañeros. Al verlo frente a ella, Selyra apagó su espada, guardándola en su vaina. El Nanoguard la miró tratando de procesar el torrente de información, buscando en sus bases de datos una respuesta a lo que acababa de suceder. Pero lo único que pudo hacer fue mirarla a los ojos.
Desde la perspectiva de la máquina, Lady Selyra no era una figura normal. A través de sus sensores, ella parecía inmensa, colosal, se veía mil veces más grande y aterradora que cualquier cosa que hubiera enfrentado. Sus ojos, brillantes en ese mismo tono magenta, se clavaban en él como dagas. Incluso siendo una máquina el Nanoguard experimentó algo similar al terror. Algo en esa presencia sobrehumana podía atemorizar incluso a seres hechos de metal.
Selyra, por su parte, dio un paso adelante, extendió una mano, agarrando la cabeza del Nanoguard, levantándolo del suelo con una sola mano. Lo sostuvo en alto, estudiándolo. Lo había hecho por curiosidad, para ver cómo la máquina reaccionaba en sus últimos momentos. Quería ver sus ópticas enfocarse, observar los pequeños ajustes en sus mecanismos internos, el modo en que las luces en sus sensores parpadeaban, intentando procesar la derrota que se acercaba.
Quería, por un instante, mirarlo a los ojos. No por respeto, sino por su propia fascinación con la vulnerabilidad.
Y entonces, sin más, apretó su mano.
Con un chasquido, la cabeza del Nanoguard explotó bajo la presión. Partes metálicas y fluido cibernético salpicaron el suelo del puente mientras el cuerpo inerte de la máquina caía pesadamente al suelo, como un títere cuyas cuerdas se habían cortado de golpe. El sonido de metal contra metal hizo eco en el silencio que le siguió.
Selyra dejó caer los restos sin más consideración. No había emoción en sus movimientos, ni triunfo en sus gestos. Simplemente, había satisfecho su curiosidad…
10:09
Los gritos de los heridos y el estruendo de las armas resonaban en un sinfín de ecos, a pesar del pandemonio, la voz de Alef disectaba el ruido como una espada de plasma:
"¡Soldados de la Humanidad! ¡Hoy nos enfrentamos a una amenaza, pero no teman! Nuestro espíritu indomable y nuestra voluntad de luchar nos guiarán hacia la victoria. ¡Avancemos juntos y protejamos nuestro hogar con todas nuestras fuerzas!", exclamó, su voz era amplificada por altavoces de su armadura. Su tono era firme, infundiendo valor en cada soldado que lo escuchaba.
A su lado, Vira, la Gran Matriarca de la raza Phyleen, avanzaba con paso decidido, acompañada por sus guerreros conocidos como los Cazadores de Fuego. Vira, vestida con una armadura de metal gris oscuro que solo dejaba visible su rostro, irradiaba una presencia dominante y apasionada. Sus cuatro ojos ambarinos, llenos de resolución, escudriñaban el horizonte en busca de amenazas.
"¡Phyleens conmigo! ¡No permitiremos que estas tierras sean mancilladas por estas máquinas! ¡Recuerden la valentía de nuestros ancestros y luchemos con honor y determinación!", arengó Vira, dirigiendo a su legión con precisión y astucia. Sus manos, enfundadas en guanteletes de metal, se movían con gestos enérgicos, señalando direcciones y dando estrategias.
Alef y Vira, codo a codo.
Alef había decidido entrar en combate directo y llevar a Vira con él al frente, una decisión que no tomó a la ligera, principalmente porque tienen a Helios-7 en frente, nada mejor para elevar la moral de las tropas que hacer a los soldados ver a sus líderes luchar y arriesgar su vida junto a ellos.
"Si quiero que mis soldados luchen hasta el último aliento, debo estar con ellos en la línea del frente," pensó Alef, mientras sus ojos rastreaban el campo de batalla. "La presencia de su líder entre ellos fortalece su espíritu y les da valor. Y Vira, con su pasión y su fuerza, es un faro de esperanza para los Phyleens."
Alef giró la cabeza hacia Vira, observando cómo ella dirigía a sus guerreros. Su voz, aunque fuerte y autoritaria, llevaba una cadencia casi musical, un contraste con el tono marcial de Alef.
“Me recuerda a Rose…” pensó.
"Vira, luchar contigo siempre es un honor. Tus Cazadores de Fuego son un ejemplo de valentía," dijo, su voz era baja pero cargada de sinceridad.
"Y tu gente lucha con un valor que me inspira," respondió.
Sin embargo, algo no encajaba: ninguno de los dos llevaba su armadura ceremonial ni sus insignias de poder. Ambos, líderes supremos, estaban vestidos de forma austera, algo que no pasó desapercibido para los Guardianes de la Matriarca ni para los Guardias de la Flor.
Uno de los Guardias de la Flor, un coloso de poco más de tres metros y medio, avanzó con la solemnidad que caracterizaba a los 1,462 Estandartes Dorados. Su armadura irradiaba un etéreo brillo magenta, y sobre sus hombros descansaban unas capas negras, con bordes de hilos de platino y bordados en un púrpura profundo. En su pecho, un medallón con el símbolo de la Flor Imperial. Las inscripciones ceremoniales grabadas en su armadura, "Sklur’Tharyv et'na" y “Vlār thyrel, vlār nekrāyt", reflejaban no solo su deber, sino su destino.
El Guardia se acercó al Rey, e inclinó su enorme cabeza, respetuoso. A pesar de la inmensidad del Imperio de la Flor Imperial, Alef conocía los nombres de cada uno de sus 1,462 Guardias de la Flor, un número fijo e inmutable. No podía haber más, ya que el Imperialum Divino, metal del que estaban compuestas sus armaduras, era irreproducible. Cada Guardia era una obra de arte viviente, una leyenda en carne y hueso, dueño de incontables hazañas, murales, canciones y mitos que inmortalizaban su existencia.
Alef observó al titán dorado frente a él, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
“Iravon,” dijo el rey. “¿Qué sucede?”
Sir Iravon Solovyev, Aodense de nacimiento y conocido entre los suyos como el Portador de las Espinas, había destrozado a una de las Flotas Muertas más temibles, enfrentándose a hordas infinitas de la Marea negra, como un dios de la guerra. Su nombre estaba grabado en los murales del Gran Templo de la Flor, y las leyendas de sus hazañas se susurraban por todo el Imperio.
El gigante inclinó su cabeza, agradecido por el reconocimiento de su rey. “Majestad,” dijo. “Permítame quedarme a su lado y al de la Gran Matriarca Vira. Mi deber es protegerlos.”
Alef lo miró con serenidad, su rostro era inmutable, pero su mirada estaba llena de comprensión.
“No, Iravon,” respondió con firmeza, aunque no con dureza. “No es necesario que te quedes a mi lado.”
El guardia frunció apenas el ceño. Iravon intentó hablar, pero antes de que pudiera continuar, el rey alzó una mano para detenerlo.
“Dime, Iravon,” dijo Alef, su voz era suave pero penetrante. “¿Por qué crees que ni la Gran Matriarca Vira ni yo llevamos nuestras mejores armaduras? ¿Por qué estamos aquí, en el frente, sin la protección de todo lo que el Imperio o el Matriarcado nos ofrece?”
Iravon titubeó por un momento, midiendo sus palabras.
“Majestad, jamás osaría dudar de sus tácticas. Es impensable,” respondió Iravon, inclinando la cabeza una vez más en señal de respeto.
Alef dio un paso adelante, levantando la mirada para encontrarse con los ojos brillantes del coloso, que reflejaban una luz fucsia.
“Entonces debes entender,” continuó el rey, “que esta batalla no se gana solo con la fuerza. No estamos aquí para escondernos detrás de nuestras defensas. Si mis soldados me ven a mí, a su rey, sin la protección de mi armadura ceremonial, luchando codo a codo con ellos, entonces sabrán que estoy dispuesto a morir a su lado. Esa es la verdadera fortaleza. La Gran Matriarca lo entiende también. No lideramos desde la retaguardia. Nosotros somos su escudo y su espada.”
Los ojos de Iravon brillaron con comprensión. El guardia comprendió que la presencia de Alef era un acto de absoluta confianza en sus guerreros, en su pueblo, y en la victoria inevitable.
“Por Etern, que su voluntad se cumpla en este campo,” dijo Iravon mientras colocaba una mano en su pecho, sobre el emblema de la Flor Imperial. “No habrá derrota mientras su luz brille. Vlār thyrel, vlār nekrāyt.”
Al retirarse, Alef volvió su atención al frente. Su plan estaba en marcha, y sus tropas, inspiradas por su presencia y la de Vira, se preparaban para lo que sabía sería una victoria ineludible. Los soldados observaban a sus líderes con una mezcla de asombro y devoción. Alef y Vira no solo los dirigían, sino que luchaban junto a ellos, un gesto que infundía una fuerza casi divina en sus filas.
En ese momento, la Ciudad de la Flora, antaño un oasis de belleza y vida, se convirtió en el escenario de una batalla decisiva. La Legión Roja, la élite de la raza Phyleen, se destacaba entre las filas. Sus armaduras ornamentadas y armas afiladas brillaban a la luz de las explosiones que sacudían el campo de batalla.
Juntos, Alef, Vira y sus tropas formaban un frente unido, decididos a resistir el embate de los omniroides y proteger el planeta Aode a cualquier costo.
Mientras la batalla alcanzaba su punto álgido, Helios-7, el General de los omniroides, emergía en la primera línea del conflicto frente al Rey y a la Matriarca.
"Humanidad, Phyleens, su resistencia es encomiable, pero no pueden detener nuestro avance. Su derrota es inevitable.", proclamó Helios-7.
Los ojos de los tres contendientes se cruzaron en un instante cargado de tensión, un acuerdo tácito de lo inevitable. El Rey de la Humanidad y la Gran Matriarca de los Phyleen, dos fuerzas imponentes en la galaxia, enfrentaban a Helios-7. Ninguno podía permitirse un error.
El terreno, antes una plaza vibrante llena de vegetación, ahora era un yermo desgarrado por explosiones y surcado por las marcas de vehículos de guerra. A diez metros de distancia, sobre un suelo terroso endurecido por el calor de la batalla, los titanes se enfrentaron…
Lo que siguió fue un choque de voluntades y destrezas sin parangón. Helios-7, acostumbrado a enfrentarse a ejércitos completos, encontró en sus adversarios una combinación letal. Alef lideraba la ofensiva, cada golpe de su espada trazaba un camino para que Vira pudiera explotar los puntos débiles del Omniroide.
Por su parte, Helios-7 no cedía terreno fácilmente. Su cañón de plasma hipercargado y su habilidad para prever patrones de ataque le permitieron mantenerse firme. Sin embargo, la sincronía entre Alef y Vira comenzó a inclinar la balanza. Sus ataques combinados lograron fracturar las placas blindadas que protegían el núcleo del comandante.
Tras una serie de potentes impactos, un sonido metálico de ruptura resonó por todo el campo. El cañón de plasma del brazo de Helios-7 explotó con un estruendo. La energía en su interior chisporroteó peligrosamente antes de desactivarse por completo, y ambos dieron un gran salto para retroceder a una distancia segura.
A pesar de los esfuerzos combinados de Alef y Vira, el Supremo Comandante Omniroide seguía desatando una serie de golpes que enviaban ondas de energía a través del terreno, derribando a los soldados cercanos. Pero Alef mantenía el ritmo, con sus ojos analizando los patrones de ataque de Helios-7. Cada movimiento del enemigo era predecible en cierta medida, y Alef lo sabía. Buscaba ese pequeño margen de error que todo ser, incluso un Omniroide, podía cometer.
“¡Ahora!” Gritó Alef, habiendo detectado una apertura.
Vira, de nuevo, no dudó. Se abalanzó sobre el comandante, concentrando toda su fuerza en un golpe directo al torso de Helios-7, justo en la grieta que Alef había abierto momentos antes. La armadura dejó salir un crujido. El golpe fue lo suficientemente fuerte como para romper parte del blindaje, enviando fragmentos de metal al aire. Helios-7 vaciló.
Alef, viendo la oportunidad, se lanzó con una velocidad fulminante, su espada trazó un arco descendente hacia la abertura recién expuesta en la armadura de Helios-7. La espada de energía penetró profundamente en el núcleo del Omniroide, generando una explosión de ener gía.
El cuerpo de Helios-7 se convulsionó, dejando parte de sus sistemas colapsando debido al daño.
Finalmente, cayó de rodillas, más no muerto.
"S-señor, nuestras fuerzas están siendo superadas en Aode. La resistencia humana y sus aliados se mantienen firmes y han recibido refuerzos considerables. Dudo que podamos conseguir los núcleos con nuestras fuerzas actuales," admitió Helios-7, dejando escapar un suspiro digital pesado a través del canal de comunicación.
En la pantalla del intercomunicador, la figura de Nexus se materializó. Su estructura esbelta y estilizada, adornada con detalles de metal plateado y líneas rojas, irradiaba una presencia dominante. Sus ópticas carmesí brillaban con una intensidad inquietante mientras observaba a Helios-7, evaluando la situación con serenidad.
En lo más alto del cielo, una flota se materializaba ante sus ópticas. Naves de la humanidad y la raza Blefer se unían, dispuestas a enfrentarse a las fuerzas de los Omniroides. Las naves enemigas desplegaban una estrategia coordinada, lanzando ataques precisos desde la órbita y desplegando más y más Omniroides en cápsulas que llovían sobre el campo de batalla. La vista era impresionante y aterradora a la vez, con el cielo llenándose de destellos de luz y explosiones en medio de una lluvia mortal.
Pero la verdadera sorpresa aguardaba detrás de Helios-7. Un portal se abrió revelando la silueta de Nexus, con su figura alcanzando los dos metros treinta de altura. En sus manos sostenía una lanza forjada con maestría, un arma única y temida: la Estrella de Anhelo.
Alef y Vira sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos al presenciar la llegada de Nexus. Una aura de poder inmenso los envolvía mientras el señor de los omniroides se posicionaba en el campo de batalla. La gravedad del momento se hizo evidente para ambos guerreros, y una sensación de urgencia y determinación se apoderó de ellos…
10:31
En el vasto y oscuro abismo del espacio, la batalla se desataba en toda su magnitud. Las naves de la humanidad y los Blefer se enfrentaban a las flotas de los Omniroides llenando el cielo de naves. Los cañones de plasma disparaban ráfagas fulgurantes, iluminando el vacío, y las explosiones iluminaban mientras los Cazas Estelares "Alejandro Magno" de Flor Imperial y los “Azrael” de los Blefer se enfrentaban en intensos duelos, danzando entre los escombros de naves destruidas.
El Capitán Noble de Flota Thalor, de los Nobles de Liz, de la Familia de los Nobles Girasol, cuyo nombre completo era Veris Thalor Zarhustian, tenía oficialmente cincuenta y siete años, pero en realidad su edad alcanzaba los sesenta y siete, un secreto que solo compartía con sus más cercanos.
Llevaba más de treinta y nueve años al servicio del Imperio Floral, y su experiencia se reflejaba en cada arruga de su curtido rostro y en las cicatrices que había acumulado tanto en el cuerpo como en el alma. Su piel era de un tono bronceado, marcada por los años bajo soles lejanos y las luces incandescentes de las naves, y sus ojos, de un gris acerado, destellaban con sabiduría y una inquebrantable voluntad. El cabello, largo y canoso, caía sobre su nuca en mechones desiguales, mientras su barba rala comenzaba a mostrar las huellas de los años, al igual que el ligero temblor en sus manos.
En su nuca destacaba una interfaz neural implantada, una serie de conexiones metálicas que sobresalían discretamente, acompañada de varios implantes adicionales que mejoraban su capacidad de reacción y comunicación, todos elementos vitales para un Capitán de su calibre. Estos implantes se integraban perfectamente con su uniforme militar, una prenda de un rojo vino que evocaba autoridad.
El uniforme estaba adornado con la Flor Imperial bordada en dorado, un símbolo de lealtad y prestigio, que cubría el pecho izquierdo sobre su corazón, rodeado de insignias que representaban sus numerosas campañas y victorias. Las mangas doradas del uniforme se ajustaban a sus brazos, aún robustos pese a la edad.
"¡Mantengan el rumbo y no cedan terreno! ¡No podemos permitir que los Omniroides avancen más!" Exclamó Thalor con voz autoritaria a través de los comunicadores. Su tono infundía determinación en cada uno de sus oficiales y tripulantes. Sus manos, firmemente agarradas al borde de la consola de mando, temblaban, no por miedo, sino por la energía contenida.
A través de la pantalla frontal de la sala de mando, Thalor veía a las naves de los Blefer contraatacando con minuciosidad, veía cómo se enfrentaban en combates “cuerpo a cuerpo”, colisionando y explotando en un bailoteo perecedero de metal retorcido. La oscuridad del espacio se teñía con el brillo de las explosiones y el destello de los rayos láser, era una obra de arte funesto y rutilante.
En el puente de su Crucero Estelar Galilei, modelo Euclides, Thalor observaba a sus oficiales, cada uno estaba concentrado en sus tareas. El estrés era ostensible, pero también lo era el sentido del deber.
Un joven oficial se volvió hacia Thalor desde el lado derecho: "Almirante, los escudos del sector C están a punto de colapsar. Necesitamos refuerzos o perderemos esa sección." Al escuchar eso, Thalor se giró a la izquierda para ver el panel que mostraba la integridad del escudo cinético, el cual se manifestaba como una burbuja translúcida que se movía en torno a la nave, distorsionaba la luz que intentaba atravesar creando un efecto óptico similar a una burbuja de agua. Desviando los impactos, ondeando como gelatina y creando un caleidoscopio de colores.
Thalor asintió. "Envía el ala de cazas delta a reforzar esa posición. Y que los cañones magnéticos de riel se centren en neutralizar las amenazas entrantes." Los oficiales se movieron, ejecutando las órdenes. La cúpula cinética vibraba ligeramente con el impacto de los ataques, pero mantenía su integridad, a su vez que la pantalla central se mantenía ofreciendo una vista impresionante y aterradora de la batalla que se libraba fuera.
Los cañones de plasma de largo alcance disparaban en una secuencia precisa, enviando columnas de energía incandescente hacia las formaciones enemigas, todo era manual, las Anclas Biorracionales tienen prohibido operar armas en cruceros y naves de batalla por razones de seguridad y control. Ya que las autoridades temen que darles acceso a armamento de alto poder en naves pueda facilitar nuevas rebeliones o insurrecciones.
Además, las armas en cruceros tienen un potencial destructivo que puede llegar hasta lo planetario, lo que exige una supervisión y toma de decisiones reservadas a operadores orgánicos o IA de élite bajo vigilancia estricta.
Thalor observaba el campo de guerra con minuciosa atención, su mente premeditaba cada movimiento, cada disparo, cada sacrificio, y con su interfaz neural lo transfería a sus oficiales.
Entonces…
Los anillos orbitales de Aode se activaron en el momento más crítico, era un milagro, uno que Thalor interpretaba como una manifestación directa de la voluntad de Etern. Ante sus ojos, los siete colosales anillos artificiales del planeta, visibles desde el vacío estrellado, comenzaron a brillar con un fulgor magenta, las Anclas Biorracionales ganaron la batalla informativa contra el virus de los Urtarc.
Los cientos de cañones de rieles en los anillos, dormidos durante mucho tiempo, finalmente emitieron nuevos pulsos, mientras los campos de energía estratificados se activaban en una brillante cascada, envolviendo Aode con una malla de escudos cinéticos ahora impenetrable.
"¡Capitán!" gritó una de las oficiales más jóvenes. "Los anillos están completamente operativos, las armas están cargadas. Los Omniroides... están dentro del alcance de los anillos..."
Thalor siguió con su mirada fija en las pantallas mientras sus manos ahora se crispaban detrás de su espalda. Una sonrisa curvaba sus labios, en muestra de alivio y satisfacción, como si cada pulsación electromagnética que brotaba de los cañones de los anillos fuera una oración respondida por Etern. Las luces de las explosiones se reflejaban en sus ojos.
La Almirante Noble Vana Fracanzani, una humana Aodensa de treinta y cuatro años, portaba un uniforme rojo con insignias de batalla que brillaban a la luz tenue de la sala de mando, aunque no tan adornado como el del Capitán Noble. Su piel, de un tono oliva desgastado por la exposición al espacio y las batallas, contrastaba con su cabello corto de un negro azabache que caía desordenadamente sobre su frente.
A lo largo de su cuerpo, se podían ver varios implantes: un brazo derecho mecánico y un ojo izquierdo siendo ahora un visor cibernético que le otorgaba un análisis inmediato de la situación. Su otro ojo, de un verde intenso, ardía con la ira de una líder curtida en la guerra que había servido lealmente bajo el mando del Capitán Noble durante más de una década.
"Capitán, las flotas Omniroides están cediendo terreno. Sus formaciones están comenzando a desintegrarse bajo nuestro ataque."
En el exterior, los pilotos humanos y Blefer maniobraban sus cazas con destreza suicida, lanzándose en formaciones audaces contra las naves Omniroides, arriesgando sus vidas en cada ataque. En las cabinas, los reflejos de los rostros se proyectaban en los visores, iluminados por los destellos de plasma y las explosiones nucleares que provocaban los impactos de los cañones de neutrones del Galilei modelo Euclides.
Las voces de los operadores llenaban el puente de mando, informando a Thalor del progreso.
"Capitán, los escuadrones Alpha y Beta están reduciendo las líneas enemigas, pero están sufriendo bajas..."
"Capitán, las baterías de los anillos han eliminado un 30% de las naves enemigas en el sector Zeta..."
Los reportes se sucedían uno tras otro, con cada uno llenando el lugar de miedos y esperanza. Pero Thalor seguía imperturbable, su mente seguía evaluando y sopesando cada movimiento como en una partida de ajedrez, donde un solo error significaba la extinción.
Entonces, sin despegar la mirada de las pantallas, Thalor murmuró una oración que sólo él y quizás Etern podían oír: "Etern, salvador de la Humanidad, protégenos de los malditos y danos tu bendición..." Su voz se quebraba con el peso de la fe. Para él, la reactivación de los anillos no era solo una coincidencia estratégica, era un acto divino, una respuesta de los cielos.
En la superficie de Aode, poblaciones enteras miraban al cielo, donde las naves pintaban el horizonte con líneas de fuego. Muchos comenzaron a rezar, arrodillándose en las calles, mientras otros alzaban las manos hacia los anillos, gritando súplicas a Etern para que siguiera protegiéndolos. Las luces celestes que brillaban desde las estructuras colosales eran un símbolo de esperanza, el brillo de una protección divina que los mantenía a salvo.
Thalor, sintiendo el peso de esa fe en sus hombros, enderezó su postura. Los movimientos en el puente de mando se aceleraban mientras las fuerzas Omniroides empezaban a colapsar. "Este es nuestro momento," dijo con voz baja, pero poderosa. "Hemos resistido. Y resistiremos aún más." Dijo Vana mientras los anillos de Aode, ahora completamente operativos, cantaban como seres divinos, destrozando las naves enemigas una tras otra.
Thalor estaba comandando no solo un crucero estelar, sino su legado de guerra: "El Filo del Destino". Así había renombrado su Galilei modelo Euclides cuando le fue otorgado el mando hace ya casi veinte años. Para él, este navío era mucho más que una máquina; era su espada, forjada en los yunques de innumerables batallas y templada en los sacrificios de sus tripulantes.
El "Filo del Destino" era una bestia de guerra, de treinta y un kilómetros de longitud, una de las naves más grandes de la humanidad, un modelo que era una leyenda en vida, equipada con la clase de armamento que podía devastar flotas enteras. Cincuenta y ocho cañones de plasma hipercargado de largo alcance, más del doble de poderosos que los modelos estándar, brillaban mientras arrojaban torrentes de gas ionizado, desgarrando las naves Omniroides como si fueran de papel. Cada ráfaga enviaba naves enemigas en llamas hacia la fría oscuridad, estallando en espectáculos que duraban escasos segundos.
"¡Cañones de riel, apunten a los destructores de avanzada! ¡Que se disuelvan en su propia insignificancia!" Gritó Thalor, con su voz era dura como el Vedralí. Los noventa cañones magnéticos que adornaban los flancos del "Filo del Destino" respondieron en un aullido, lanzando proyectiles a velocidades hipersónicas que impactaban perforando los escudos de los navíos Omniroides, destrozando sus núcleos.
"¡Cazas al sector Alfa y Delta!" gritó Vana, con la mirada fija en los múltiples hologramas que mostraban las naves enemigas maniobrando para rodear su posición. Las pantallas del puente de mando vibraban con las constantes explosiones que rodeaban el crucero, y los informes llegaban en cascada.
"Capitán, los cazas Omniroides están acercándose demasiado a nuestros hangares", informó uno de los oficiales con voz urgente.
Thalor no titubeó.
"Desplieguen los misiles. Hagan que esos malditos sientan la ira del Filo. ¡Lancen misiles nucleares en la retaguardia enemiga, que vean cómo Etern castiga a los herejes!"
Cuarenta de los ciento veinte lanzadores de misiles pesados se abrieron como fauces de un leviatán, enviando una lluvia de misiles perforantes hacia las naves más cercanas, que impactaban y atravesaban sus blindajes, desintegrándolas de adentro hacia afuera en una tormenta de fuego y metal. Dos misiles nucleares fueron lanzados segundos después, dirigiéndose hacia los cruceros más grandes y más alejados, en un parpadeo, dos soles nacieron en la oscuridad, tragándose flotas enteras en una explosión cataclísmica.
Thalor levantó su mano derecha, extendiéndola hacia el vacío más allá de la proa de su nave, como si invocara la furia de los dioses. Sus labios murmuraban una plegaria, pero no para él, sino para las almas de sus hombres y para Etern: "Por la luz de Etern, que tus enemigos se arrodillen ante tu juicio. Que aquellos que desprecian tu nombre encuentren su fin en la oscuridad que ellos mismos han forjado."
"Capitán, el Vorathar Suttano, crucero insignia Omniroide, se aproxima. Está protegido por escudos actualmente impenetrables, y está devastando nuestros flancos..." Dijo Vana.
Thalor frunció el ceño. Helios-7. Ese nombre hacía resonancia en su mente. "Es hora," dijo en un tono bajo, cargado de intención. "Preparen el Cañón Singularity."
Tanto la Almirante Noble Vana como los oficiales intercambiaron miradas.
Sabían lo que significaba la activación de ese arma.
El Cañón de Singularity, la joya tecnológica de la flota, era capaz de generar micro-agujeros negros, armas de destrucción masiva que no solo aniquilaban flotas, sino que alteraban la propia realidad a su alrededor. Pero requería tiempo para cargarse, y durante esos minutos, estarían vulnerables.
"Señor, la carga del Cañón Singularity tomará diez minutos."
"Lo sé. Y en esos minutos, que cada hombre y cada mujer en este crucero sepa que estamos luchando bajo la mirada de Etern. Que las llamas del juicio no se apaguen. Y que nuestros enemigos sientan el filo del destino en su carne metálica y sus almas desprovistas de fe."
Sus palabras eran una mezcla de órdenes y plegarias.
"¡Activen los campos de dispersión de energía! ¡Desplieguen todos los cazas de asalto en los hangares en formación defensiva hacia el Cañón Singularity!" Exclamó Vana con vehemencia.
Mientras el cañón se cargaba, el Filo del Destino se preparaba para la tormenta que se avecinaba. Los campos cinéticos estratificados brillaban. Los hangares se abrieron y los cazas de asalto “Alejandro Magno” se movilizaban para reforzar, listos para repeler cualquier intento enemigo de atacar el Cañón Singularity.
"Capitán, los cazas Omniroides están entrando en nuestro espacio de combate. Se aproximan por los sectores Beta y Epsilon."
Thalor levantó la voz. "¡Cañones de plasma, barrido total! Que no quede ni uno solo de esos desgraciados."
Los cañones de plasma de largo alcance comenzaron a barrer el espacio, y cada caza que intentaba acercarse al crucero era pulverizado antes de que pudiera llegar a su objetivo. El "Filo del Destino" gritaba como una bestia herida, pero indomable.
Los minutos se hacían eternos mientras el Cañón de Singularity alcanzaba su carga completa. En la pantalla táctica, el Vorathar Suttano, la nave de Helios-7, se acercaba lentamente, proyectando una sombra sobre las naves menores que lo escoltaban. Thalor sabía que el momento estaba cerca.
"Capitán," dijo el técnico a cargo. "El arma está lista."
Thalor se inclinó hacia adelante, con la mirada en la nave insignia enemiga. Con una calma absoluta, y con la firmeza de un hombre que ha consagrado su alma a Etern, pronunció la orden: "Disparen la Singularidad."
El Filo del Destino tembló cuando el Cañón Singularity se disparó. Toda su estructura de Imperialita vibró mientras la energía se concentraba en la proa del crucero.
El destello inicial fue cegador, una explosión de luz que rasgó el vacío, seguido por un silencio antinatural, como si el todo contuviera el aliento.
Y entonces, el agujero negro emergió.
En un instante, la oscuridad fue convocada por la potencia de la tecnología prohibida del cañón. No era solo un arma; era una anomalía, una perturbación masiva en el espacio-tiempo, un colapso gravitacional nacido de tecnología prohibida que alteraba las mismas leyes de la física. La masa crítica del proyectil liberado comprimió la materia en un espacio infinitesimal apenas llegó a separarse ochenta kilómetros del Galilei modelo Euclides cuando detonó, superando el Límite de Tolman-Oppenheimer-Volkoff, donde la presión cuántica no podía evitar que la gravedad dominara.
El campo gravitatorio extremo comenzó a distorsionar el tejido del espacio.
El espacio alrededor del Vorathar Suttano, la inmensa nave capital de Helios-7, comenzó a doblarse, torciéndose en espirales imposibles que parecían desafiar la Geometría Euclidiana mientras la gravedad del micro-agujero negro devoraba todo a su paso. La luz, atrapada en la inmensa curvatura del espacio, empezó a desaparecer en el horizonte de sucesos del micro-agujero negro. Toda la radiación electromagnética, desde las ondas de radio hasta los rayos gamma, fue absorbida, y el Vorathar Suttano, que antes dominaba el campo de batalla con su presencia titánica, comenzó a inclinarse hacia la oscuridad.
La luz fue tragada, y la nave de Helios-7, que momentos antes había dominado el campo de batalla con su tamaño y poder, ahora parecía insignificante ante la majestuosidad y terror del abismo que se formaba. La Dilatación Temporal cerca del agujero negro hizo que, para los observadores lejanos, el proceso pareciera alargarse indefinidamente; pero para aquellos más cercanos, el fin fue inmediato.
El Vorathar Suttano, de una magnificencia aplastante, simplemente fue consumido. No hubo explosión, ni siquiera un último rugido de sus motores.
El Vorathar Suttano, con toda su magnificencia tecnológica, fue desgarrado por el proceso de Espaguetización, un término casi irónico para describir la forma en que la fuerza gravitatoria diferencial destruye cualquier objeto que se acerque demasiado. Los átomos fueron estirados más allá de cualquier cohesión posible, reducidos a partículas elementales que cruzaban el horizonte de sucesos, donde la comprensión física dejaba de tener sentido.
La nave fue reducida a nada en cuestión de segundos.
El agujero negro, expandiéndose, atrajo a su paso a decenas de naves y cruceros Omniroides. Sus intentos de escape eran inútiles: desde cazas ligeros hasta destructores masivos, todos fueron atrapados en el campo gravitacional. Sus estructuras se deformaron grotescamente mientras La Métrica de Schwarzschild dominaba su destino, estirándose más allá de los límites de sus materiales hasta que, uno a uno, fueron tragados sin misericordia, consumidos por el poder absoluto del arma de destrucción definitiva.
Thalor, de pie en el puente de mando, observaba con calma la escena apocalíptica que él mismo había desatado. "Que el destino de esa nave sea una advertencia para todos aquellos que se atrevan a desafiar a los Hijos de Etern," murmuró.
Para él, esto no era solo una victoria, era una demostración de la belleza y el poder del universo, del caos que podía ser desatado cuando se manipulaban las fuerzas más primordiales.
"¡Retrocedan inmediatamente! ¡Pongan máxima potencia en los motores auxiliares!" Gritó Vana, el pánico empezaba a invadir a algunos de los hombres cuando sintieron cómo el Filo del Destino también comenzaba a ser arrastrado hacia la singularidad.
"No caeremos ante nuestra propia creación", dijo Thalor. "Motores a plena potencia. Reorienten los escudos hacia la proa, para que los estabilizadores refuercen el empuje."
Los propulsores del Filo del Destino gritaron con todo lo que tenían para dar, intentando luchar contra la inmensa atracción gravitacional. La nave retrocedía lentamente, luchando por alejarse del horizonte de sucesos mientras los escudos redirigían la presión inmensa hacia los estabilizadores. Los efectos relativistas del agujero negro, como el Redshift Gravitacional, hacían que las estrellas distantes brillaran débilmente, distorsionadas por la inmensa curvatura del espacio-tiempo.
A su alrededor, el espacio estaba desolado. Donde antes había habido docenas de naves, ahora solo quedaban las huellas del desorden y el eco del vacío. Restos Omniroides flotaban sin rumbo, como fragmentos insignificantes en un mar de silencio espacial.
Finalmente, cuando el agujero negro comenzó a colapsar sobre sí mismo, consumiendo todo lo que quedaba en su radio de influencia, el Filo del Destino se estabilizó en una órbita segura, victorioso. El abismo cósmico había hecho su trabajo, y los Hijos de Etern seguían en pie, victoriosos ante las fuerzas más antiguas del universo. Thalor exhaló, observando la vastedad del cosmos a través de la pantalla central.
La destrucción era algo hermoso, no por lo que traía, sino por el equilibrio que restauraba.
En ese momento de calma, pudo ver la belleza del universo en toda su complejidad. “Etern”, pensaba, “nos dio este poder para recordar que incluso en la oscuridad más absoluta, la luz de nuestro destino siempre prevalecerá.”
Un tenue brillo de satisfacción cruzó su rostro. La batalla había terminado, pero la guerra continuaba. El Filo del Destino seguiría surcando los cielos, y Thalor, veterano de mil guerras, deleitándose en la magnificencia del universo, seguiría buscando la gloria y el juicio de Etern en cada estrella que atravesara…
7 segundos antes… 11:41
Helios-7 se encontraba arrodillado ante Nexus, las palabras que acababa de escuchar parecían irreales, que retumbaban en su núcleo mientras el suelo bajo sus pies temblaba levemente. Nexus permanecía inmutable frente a él, la lanza estrella se clavaba en el suelo como un símbolo de su supremacía, mientras las nubes se arremolinaban sobre sus cabezas.
"¿Q-qué dijo, señor?" Helios-7 pronunció cada palabra goteando incredulidad. Su crucero insignia, el Vorathar Suttano, una de las naves más poderosas de la flota Omniroide, había sido destruido. No sólo destruido, sino consumido.
"Hemos sido derrotados en la órbita de Aode," dijo. "La humanidad… Nosotros les subestimamos."
Helios sintió que cada palabra pesaba toneladas sobre su ya abatido espíritu. Su crucero se había desvanecido como polvo.
El horizonte del planeta comenzó a vibrar, y en un solo instante, los cielos se llenaron de oscuridad.
Desde la superficie del planeta, a cientos de kilómetros de donde se desató la singularidad, un temblor casi imperceptible. Las estructuras colosales de los anillos orbitales vibraron al unísono, estirándose y deformándose unos milímetros, pero la tecnología más avanzada de la humanidad podía soportarlo con facilidad.
"No... esto no puede ser..." murmuró, con incredulidad. El agujero negro parecía más cercano con cada segundo que pasaba, como si incluso el planeta mismo estuviera siendo atraído hacia su inevitable destrucción.
"El Vorathar Suttano era invencible. ¡Invencible!"
Nexus se mantuvo inquebrantable, aunque una sombra de preocupación cruzaba por sus ópticas brillantes. "Subestimamos a la humanidad."
Helios-7, aún arrodillado, alzó la vista hacia Nexus, buscando alguna explicación, alguna razón que desafiara la realidad que se desplegaba ante él. Sus sistemas procesaban a velocidad máxima, intentando encontrar una solución lógica, una respuesta. Pero no la encontraba.
El temblor en la tierra se intensificó. Desde todos los rincones de la fortaleza, los soldados Omniroides miraban al cielo, viendo el agujero negro. Algunos retrocedían, otros simplemente observaban con una mezcla de asombro y terror.
Nexus giró su cabeza hacia Alef y Vira, que estaban a unos pasos de distancia.
"Rey de la humanidad... Gran Matriarca de los Phyleen," comenzó. "Veo que han reunido a un ejército valiente, déjenme advertirles que la victoria que creen tener es efímera. No se engañen... Esto no termina aquí."
Alef apretó su mandíbula. "¿Subestimado, dices? Mira el cielo. Mira lo que quedó de tus naves, de tu flota, de tus orgullosas máquinas." Señaló el cielo con un gesto, como si fuera una herida que había infligido personalmente. "Esta es la voluntad de Etern. Este es el destino que te espera."
Vira, la Matriarca de los Phyleen, dio un paso adelante. "Has subestimado más que solo nuestro poder. Has subestimado nuestra determinación."
Helios-7, desde su lugar arrodillado, sintió un escalofrío recorrer cada circuito de su chasis. Miró a Nexus buscando alguna señal de respuesta. Pero Nexus no mostró nada más que la firme convicción que siempre había tenido, aunque ahora con una nueva comprensión de su error.
Mientras el agujero negro comenzaba a desvanecerse lentamente en el cielo, dejando solo oscuridad a su paso, Helios-7 sintió algo que no había experimentado en mucho tiempo. No era miedo, ni siquiera rabia. Era la pesada carga del fracaso, una sensación que lo envolvía con un peso insoportable. Su orgullo, su flota, su crucero insignia... todo había desaparecido. Y ahora, la guerra sobre el planeta se tornaba aún más incierta. “Al menos espero que logremos llevarnos uno de esos núcleos…” Pensó.
Con un estruendo inhumano, Nexus se lanzó hacia adelante. Su velocidad era desconcertante; una masa de metal de ese tamaño no debería moverse así de rápido.
Alef reaccionó de inmediato, activando un casco de nanotecnología que cubrió su cabeza en un destello plateado. Su cuerpo se movió por instinto, saltando hacia un lado mientras levantaba su espada de energía para interceptar la lanza. El choque produjo una explosión de chispas, la vibración del impacto recorrió todo su brazo y casi lo desestabilizó.
Vira, sincronizada con él como si ambos compartieran un solo pensamiento, activó también su casco rojizo y arremetió con su espada, atacando el flanco de Nexus mientras este continuaba con su embestida hacia Alef.
La lanza de Nexus giró desviando el golpe de Vira con un leve movimiento que apenas hizo retroceder al Omniroide. Antes de que pudieran respirar, Nexus siguió con un barrido horizontal, obligando a ambos a saltar en direcciones opuestas a él. Cada movimiento del Omniroide era fluido, como si fuera un maestro que había anticipado cada uno de sus intentos.
Alef, apenas tocando el suelo, lanzó un corte vertical dirigido al brazo de Nexus, pero este retrocedió con una velocidad imposible. En un abrir y cerrar de ojos, Nexus contrarrestó con un ataque directo. La lanza estrella pasó rozando a Alef, desintegrando una franja de su armadura en el proceso. El calor abrasador del arma hizo que su sistema de enfriamiento interno comenzara a sobrecargarse, pero no podía detenerse.
Vira se lanzó hacia un costado mientras intentaba atacar una junta en la pierna de Nexus. La precisión de sus movimientos era digna de una guerrera experta en combate cuerpo a cuerpo, y la combinación de fuerza y técnica era devastadora.
Sin embargo, Nexus anticipó cada ataque. Con un giro brusco de su cuerpo atrapó la muñeca de Vira con su mano libre y la lanzó por el aire como si fuera una muñeca de trapo. Vira impactó contra una estructura cercana que alguna vez fue una fuente para tirar monedas y pedir deseos, su escudo de energía absorbió parte del impacto, aunque de todas formas quedó aturdida.
Alef aprovechó el momento y descargó una serie de golpes rápidos con su espada, buscando una apertura en la defensa de Nexus. Sus movimientos eran metódicos, precisos, pero la lanza de Nexus parecía tener vida propia, bloqueando y desviando cada intento con una facilidad insultante.
Antes de que Alef pudiera replicar, Nexus giró sobre sus talones y lanzó un ataque con la lanza hacia él, esta vez imbuida con un poder aún mayor. Alef apenas tuvo tiempo de levantar su espada cuando la lanza impactó, y la fuerza del golpe lo hizo retroceder varios metros, dejando profundas marcas en el suelo donde sus botas se clavaron al intentar frenar el impulso, las nanomáquinas de su armadura rápidamente reparaban todos los daños y dejaban el exotraje como nuevo, pero no era suficiente.
Vira ya estaba de pie, con una mirada furiosa. Se abalanzó sobre Nexus una vez más, esta vez ejecutando una serie de ataques rápidos y fluidos, golpeando con la espada y usando el impulso para esquivar y rodar antes de que Nexus pudiera contraatacar. Los dos luchadores parecían bailar alrededor de él, buscando cualquier punto débil en su impenetrable defensa, pero Nexus era demasiado rápido, demasiado fuerte.
Nexus, mostrando su dominio absoluto, cambió de táctica. Desplegó dos pequeños cañones en sus hombros, los cuales comenzaron a disparar ráfagas de plasma de baja intensidad hacia los dos combatientes, obligándolos a moverse con aún más urgencia. Alef y Vira se desplazaban con destreza, pero la presión de los cañones y la lanza se hacía sentir. Alef intentó un ataque desde el aire, saltando sobre una estructura para ganar altura, pero Nexus lo vio venir. La lanza estrella trazó un arco rápido hacia arriba, y Alef apenas pudo interponer su espada en el último segundo, pero el impacto lo envió al suelo con fuerza.
Alef, con su espada en mano, lanzó otro ataque, con su cuerpo moviéndose con la rapidez y precisión de un guerrero curtido en mil batallas. Su hoja trazó un arco hacia el torso de Nexus, buscando un punto vulnerable entre las placas metálicas. Pero Nexus, en una demostración de velocidad sobrehumana, giró sobre sí mismo, interponiendo la lanza con un movimiento fluido y contundente. El impacto fue brutal, y Alef sintió el choque reverberar por todo su cuerpo, como si hubiera golpeado un muro de pura energía.
Vira aprovechó el desvío para lanzarse otra vez. Su fuerza descomunal, acompañada por una agilidad sorprendente, le permitió cerrar la distancia en un parpadeo. Pero Nexus, sin perder un ápice de control, giró su lanza estrella hacia atrás, bloqueando el ataque con gracia. La fuerza del choque lanzó a Vira hacia atrás, pero ella rodó y cayó en una postura lista para el siguiente asalto. Cada golpe que lanzaban parecía sincronizado por un entendimiento tácito entre ambos, buscando romper la defensa de Nexus.
Pero por cada ofensiva, Nexus respondía con fluidez. Cada vez que una hoja se acercaba a él, la lanza de Nexus se movía como un tornado, bloqueando, desviando y contraatacando sin perder el ritmo.
En ese instante, Vira se abalanzó nuevamente, su velocidad era aún mayor que antes. Un rugido de desafío escapó de su garganta mientras golpeaba con toda su fuerza el flanco de Nexus, usando no solo su espada, sino su puño reforzado con nanomáquinas. El impacto fue colosal, lo suficiente para hacer que el titán retrocediera unos pasos. Pero antes de que pudiera aprovechar su ventaja, Nexus alcanzó el brazo de Vira y lo retorció en un movimiento brutal. El sonido metálico del brazo al romperse estalló en el campo, seguido por un grito sofocado de Vira mientras caía de rodillas, con su rostro contorsionado por el dolor.
Pero Vira no era alguien que cayera tan fácilmente. A pesar del dolor, su mente se mantuvo clara. Con un impulso mental, activó las nanomáquinas en su cuerpo, y el brazo roto comenzó a repararse con una velocidad asombrosa. Las placas metálicas y los circuitos se reconfiguraron, y en cuestión de segundos, su brazo estaba funcional nuevamente.
Nexus, sorprendido por la rápida recuperación, apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Vira se lanzó de nuevo al ataque.
Alef, quien había aprovechado el breve respiro, volvió a la carga, coordinado con Vira en una danza. Los dos combatientes ahora atacaban con una rabia renovada, buscando cualquier apertura, cualquier grieta en la defensa de Nexus. Alef atacaba desde arriba, golpeando con cortes precisos, mientras Vira atacaba desde abajo, intentando desestabilizar la posición del titán.
Pero Nexus era superior, blandió su lanza con tal fuerza que el aire mismo se partió. Alef y Vira lograron esquivarlo por poco, pero el siguiente ataque vino antes de que pudieran reaccionar. Nexus golpeó con el extremo opuesto de su lanza, impactando a Alef en el abdomen y enviándolo a volar varios metros hacia atrás, con su armadura agrietándose por el impacto, grieta que duró apenas unos segundos.
Vira, furiosa, cambio de táctica guardando su espada, y descargó una serie de golpes rápidos con su daga y su puño cuyos nudillos terminaban en púas, pero Nexus interceptó cada uno de ellos, y con un movimiento de su brazo libre, la tomó por la garganta y la levantó en el aire. La fuerza de su agarre era abrumadora. Y el casco de Vira comenzó a agrietarse bajo la presión.
“No te mataré, solo necesito que te desmay—”
Nexus no terminó de hablar antes de que Vira activara un campo de fuerza de emergencia, logrando liberarse de su agarre en el último segundo. Cayó al suelo, jadeante, pero ya había comprendido algo fundamental: no podían vencer a Nexus en fuerza bruta. Cada movimiento de él era perfecto, mientras ellos luchaban sólo por sobrevivir.
Mientras Nexus y los líderes de la resistencia Aodensa luchaban, Helios-7, con su orgullo herido, ordenó un bombardeo indiscriminado sobre las ciudades y los bosques que aún quedaban en pie. Las explosiones resonaron por todo el horizonte, devastando todo a su paso y llevando consigo la vida de cientos de inocentes.
“¡No! ¡Helios-7, detente!” Bramó Nexus al ver las primeras explosiones iluminar el horizonte.
Sin embargo, en su arrogancia, los Omniroides cometieron un grave error. No se dieron cuenta de que al atacar la naturaleza misma, despertaron al Guardián, la entidad ancestral que había protegido aquellos territorios durante tantos milenios. En lo profundo de su templo de piedra erosionada, el Guardián sintió el dolor y la ira de la tierra y se levantó, su figura se alzaba entre las sombras…
El Guardián emergió de su templo con pasos firmes y decididos. Vestido con su armadura azul oscuro de tecnología desconocida, era un humano, pero uno increíblemente antiguo, más antiguo que la propia Flor Imperial, su armadura tenía bordes dorados y una capa roja desgarrada. Su cabello blanco contrastaba con su mirada cansada, y su ojo verde izquierdo, junto con un parche en el otro ojo, reflejaba su historia de batallas pasadas y sacrificios.
Mientras tanto, la naturaleza misma parecía cobrar aún más vida a su alrededor. La tierra se sacudía bajo sus pies, los vientos rugían y las plantas se alzaban. La ira de la naturaleza se manifestaba a través del Guardián, quien se había convertido en su defensor y vengador.
Justo cuando la derrota parecía inminente para Vira y Alef, el cielo se tornó en un espectáculo de luz verde lima, deslumbrante y sobrenatural.
Un resplandor verde, intensamente vibrante, atravesó el firmamento, lanzando largas sombras sobre el campo de batalla.
Era el Guardián del Trébol, descendiendo con una presencia tan abrumadora que el caos y la destrucción parecían desvanecerse a su alrededor, como si la realidad se inclinara ante su autoridad.
La tierra tembló bajo sus pies al aterrizar cerca de donde Nexus estaba, reconociendo inmediatamente al líder que orquestó el daño a la naturaleza, y un estruendoso rugido fácilmente confundible con cualquier explosion proveniente de los bombarderos acompañó su llegada. A su paso, una legión de Omniroides se desintegró en una lluvia de chispas y escombros, arrasada por la fuerza de su impacto.
"¿Conoces la leyenda del guardián y la naturaleza, Nexus?" preguntó Alef.
Nexus, visiblemente desconcertado, respondió. "No estoy interesado en cuentos," respondió.
"Ah, pero es una historia relevante," continuó, sin inmutarse ante la respuesta a la vez que un impacto sonaba tras Nexus. "Se dice que cuando se daña a la naturaleza..."
Justo cuando Nexus se volvió para observar al Guardián que se acercaba con una velocidad desconcertante, Alef concluyó su relato con una respuesta en voz baja pero clara: "Esta responde con la fuerza de un vendaval y el peso de la tierra, mandando a su campeón…”
En un instante que Nexus apenas pudo registrar, el Guardián del Trébol se movió con una velocidad que desafiaba toda lógica y física, una fuerza tan abrumadora que el espacio mismo parecía dividirse a su paso al llevarlo al otro lado del mundo en una zona montañosa y nevada. Antes de que Nexus pudiera siquiera percibir el inicio del ataque, ya estaba bajo el control del Guardián, sintiendo la presión de una mano cerrándose alrededor de su cuello. El Guardián no solo lo había atrapado; lo había subyugado en un solo movimiento, una hazaña que ningún otro ser había logrado.
Con un salto majestuoso y aterrador, el Guardián se elevó en el aire, arrastrando a Nexus con él. Ni siquiera habían tocado el suelo, cada intento por liberarse de aquel agarre resultaba inútil, cada intento de contrarrestar la situación se encontraba con un movimiento imperceptible del Guardián que lo mantenía completamente subyugado.
Los movimientos del Guardián eran un borrón, una sucesión de destellos que dejaban una estela verde lima en el aire. Nexus no podía verlo.
Era como si la realidad se hubiese distorsionado a su alrededor, cada golpe y cada desplazamiento del Guardián era tan veloz que apenas podía percibir su sombra. Nexus, el temido Señor de los Omniroides, no lograba siquiera levantar su lanza antes de que el Guardián lo derribara una y otra vez con puños que parecían brotar de todas las direcciones a la vez.
La Estrella de Anhelo, su lanza capaz de destruir montañas, se veía impotente en su mano. Cada vez que intentaba descargar un golpe, el Guardián estaba en otro lugar, moviéndose con tal celeridad que Nexus no podía ni anticipar, ni mucho menos contrarrestar.
La tormenta de golpes no cesaba. El Guardián no permitía que Nexus tocara el suelo ni por un segundo. Cada vez que parecía que la gravedad lo iba a reclamar, una nueva ráfaga de ataques lo suspendía en el aire, azotándolo de un lado a otro como una hoja en un vendaval.
Nexus solo veía destellos verdes; los puños del Guardián parecían manifestarse por doquier, desde todos los ángulos, y Nexus no lograba bloquear ni uno solo. Su cuerpo era lanzado por el aire, destrozando las rocas cercanas cuando el Guardián lo estrellaba contra las montañas, solo para volver a elevarse en otro estallido de velocidad cegadora.
Nexus intentaba procesar lo que estaba ocurriendo, pero el flujo constante de golpes se lo impedía. Su sistema de combate, diseñado para analizar e igualar a los mejores guerreros, era incapaz de seguirle el ritmo al Guardián. Cada vez que su sistema calculaba una posible respuesta, ya era demasiado tarde; el Guardián ya había cambiado su táctica, aumentando la presión con golpes cada vez más poderosos.
Era una fuerza imparable, un ser que se adaptaba y aumentaba en poder con cada segundo que pasaba.
El Guardián no le daba tregua. Sus puños impactaban con la fuerza de un asteroide, y antes de que Nexus pudiera sentir el dolor, ya estaba recibiendo el siguiente golpe. La velocidad de sus movimientos era tan colosal que el aire a su alrededor crepitaba con energía. La aura verde lima del Guardián brillaba con tal intensidad que las sombras de las montañas se disipaban bajo su poder.
En un intento desesperado trató canalizar la energía de su lanza, buscando un ataque masivo que pudiera revertir la situación, pero antes de que pudiera concentrar el poder necesario, fue golpeado con tal violencia que su cuerpo fue lanzado contra una montaña distante, fragmentando la roca en mil pedazos.
Nexus seguía sin tocar el suelo. Incluso cuando su cuerpo fue arrastrado por el viento y las explosiones de energía de la batalla, el Guardián estaba allí, volviendo a golpearlo con precisión. Cada uno de sus movimientos era perfecto, y Nexus no tenía defensa. Cada vez que intentaba reunir fuerzas para levantarse, otro impacto lo mantenía en el aire, golpe tras golpe, con un poder que desafiaba lo concebible.
El líder de los Omniroides se encontraba impotente ante el Guardián del Trébol. Su mente no podía entender lo que estaba sucediendo. No había límite aparente en el poder del Guardián, y con cada segundo que pasaba, Nexus sentía cómo su invulnerabilidad se desmoronaba.
La última secuencia de golpes fue un borrón. El Guardián lo golpeó con una ráfaga de movimientos tan rápidos que el propio Nexus perdió la noción del tiempo y del espacio. Su cuerpo ya no respondía a las órdenes que le enviaba; el sistema interno de Nexus, creado para soportar cualquier tipo de castigo, estaba al borde del colapso.
Había perdido el 38% de su capacidad ofensiva tras los primeros diez segundos de combate. Ahora, su visión interna indicaba daños catastróficos: una pierna destrozada, gran parte del torso desintegrado, y una pérdida óptica. Su capacidad de reacción y movimiento estaba por debajo del 20%, y la probabilidad de victoria se desplomaba a un desolador 0.00000…%
Trataba de encontrar una brecha, una oportunidad, algo que pudiera darle un instante para escapar, pero no había nada. Cada golpe era un borrón, cada desplazamiento era tan rápido que parecía un teletransporte.
El Guardián no solo se desplazaba a velocidades imposibles, sino que manipulaba el entorno con una maestría asombrosa, doblando la realidad a su voluntad. Nexus apenas alcanzaba a entender lo que veía antes de que el siguiente impacto lo lanzara volando.
Incluso sus sistemas de predicción, basados en millones de simulaciones de combate, no encontraban un patrón que pudiera explotar. La probabilidad de éxito seguía disminuyendo en cada segundo que pasaba. Ya no había contraataques, solo supervivencia, y hasta eso se volvía imposible.
La fuerza de los golpes también superaba toda comprensión. Y su cuerpo ya no era capaz de soportarlo. Los daños estructurales alcanzaban el 73%, y su capacidad de regeneración no podía seguir el ritmo. El cuerpo de Nexus, hecho de Imperialita, estaba destrozado. Sus sistemas calculaban que, al ritmo actual, no quedaría nada de él en menos de treinta segundos.
Intentaba lanzar un ataque desesperado: su visión láser, su último recurso. La concentración de energía debería haber sido suficiente para atravesar cualquier cosa, pero el disparo, que habría reducido a polvo a cualquier otro ser, apenas aturdió al Guardián. No mostró signos de dolor, ni siquiera de molestia. Era como intentar herir a un dios con una aguja. Pero lo detuvo un segundo, un segundo que le dio el tiempo suficiente para abrir un portal, el borde del abismo estaba tan cerca que Nexus no pudo hacer otra cosa que lanzarse a través del portal, antes de que lo destruyera por completo.
Cuando desapareció en el destello de luz, su sistema registró el mensaje final: Supervivencia. No por habilidad, sino por pura fortuna.
Al otro lado, en la sala del trono de Nexus, mientras el portal se cerraba, entendió una verdad devastadora.
Había sido humillado.
No era solo que el Guardián lo hubiera superado en todo, en velocidad, fuerza, habilidad y poder, sino que lo había hecho con facilidad. Nexus había sido un juguete en las manos del Guardián, y aunque había escapado, su derrota había sido total y absoluta. La batalla de Aode había sido un fracaso.
12:01
Nexus ordenó a Helios-7 que retirara las tropas terrestres de Aode. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera asimilar la situación, el Guardián, moviéndose a una velocidad sobrehumana, surgió de la distancia en un abrir y cerrar de ojos, quedando frente a Helios-7.
En un instante fugaz pero eterno, todas las cientos de tropas terrestres de los Omniroides fueron reducidas a una lluvia de despojos sangrientos por el embate despiadado del Guardián. La escena era grotesca, casi surrealista en su crueldad.
Helios-7 se quedó paralizado, incapaz de moverse ante la magnitud de terror que desprendía el aura del Guardián. Sin embargo, a pesar de la destrucción a su alrededor, el Guardián no buscó infligir daño adicional.
El Guardián del Trébol permaneció frente a Helios-7, con su mirada verde penetrante clavada en él. Aunque su presencia era aterradora, no anhelaba más violencia. En cambio, dejó que su simple existencia hablara por sí misma, transmitiendo un mensaje claro: la batalla había concluido.
La escena había despertado un recuerdo en Helios… a pesar de su ferocidad, sintió una extraña calma. Sus puños, que antes temblaban con ira contenida, ahora descansaban a sus costados. Sus hombros, rígidos por el peso de la responsabilidad, se relajaron ligeramente. Alzó la vista para encontrarse con el ojo del Guardián, y en ese momento, comprendió.
Había perdido esta batalla…
Helios-7 rápidamente abrió un portal tras él y escapó…
Nexus, con su cuerpo desfigurado y mutilado, dejó caer su lanza, que resonó en el lugar. Apenas logró agarrarla de nuevo, usándola como un apoyo para mantenerse en pie. Sus extremidades metálicas se retorcían en ángulos grotescos, y las placas protectoras estaban marcadas por profundas grietas que dejaban al descubierto circuitos chamuscados y cables expuestos. El resplandor brillante de su antigua gloria había sido reemplazado por una apariencia mate y decrépita, como si el tiempo mismo hubiera erosionado su poder.
La cámara en la que se encontraba era un contraste desgarrador con su estado físico, la sala del trono del Apóstol de la Libertad. Un santuario que irradiaba tecnología y lujo impasible. En el centro de la estancia, una plataforma flotante sostenía un trono majestuoso, en el cual Nexus se sentó con dificultad, buscando un resquicio de estabilidad en su maltrecho ser.
La tenue luminiscencia blanquecina de la sala se reflejaba en su estructura plateada, ahora manchada y desgastada, despojada de su brillo. Ya no había orgullo en sus ópticas, solo desesperación y miedo. Nexus se observó a sí mismo, a sus miembros fracturados y cables desgarrados.
Los soliloquios condenados se escapaban de sus bocinas, repletos de angustia y pavor. Los pensamientos se agitaban en su mente, luchando por encontrar una explicación a su derrota aplastante.
Fue tan abrumador que ahora sentía que estaba exagerando sus emociones, debía calmarse.
Todo fue demasiado rápido, demasiado irreal, demasiado.
La estancia ahora se sentía claustrofóbica, como si las paredes se cerraran sobre él. Se aferró al trono, temblando involuntariamente mientras su mente luchaba por encontrar una solución, una forma de sobrevivir a su propio terror
A pesar de su apariencia desgarradora y su miedo abrumador, encontró una chispa de resistencia en su interior. Aunque su camino pareciera oscuro y aterrador, se aferró a la esperanza, reconociendo que también había sido su error, la humanidad no era parte de la lucha de los Omniroides, Flor Imperial no era enemigo, había sido neutra, ahora él debía esperar que tras este ataque Flor Imperial siguiese neutra, fue un error, avaricia, codicia por los Núcleos, debía mantenerse sereno, la verdadera batalla era contra el CIRU, la DCIN, y la Hegemonía Resalthar…
Extracto del Códice Regente:
"En la Hegemonía Resalthar, el conocimiento es la única divisa que tiene valor. No hay espacio para la ignorancia en mis dominios, ni entre soldados, ni entre sirvientes, ni entre los más humildes de mis Éndevol. Todos deben aprender, siempre. Un conserje no es sólo un sirviente; es un experto en su labor, un maestro en su función. Cada Éndevol tiene una carrera, un camino de sabiduría que debe seguir, sin excepciones. Los que se nieguen a aprender, los que no busquen la ciencia, la lógica y el razonamiento, no merecen ocupar un lugar en mi imperio. La ignorancia es una forma de muerte, una aniquilación de todo lo que es útil. Los ignorantes no sirven a la Hegemonía, porque la Hegemonía sólo sirve a aquellos que entienden su poder. El conocimiento es nuestra única arma, y aquellos que no lo posean serán descartados como herramientas rotas."
Del Códice Regente: "El conocimiento es la única forma de progreso. Los que se estancan en la ignorancia son como rocas en el río del tiempo, arrastrados hacia la nada. Sólo aquellos que avanzan en el camino del saber merecen estar bajo mi voluntad."
Año: 3,291 (DL)
"No necesitamos de dioses para definir nuestra moral. La ética surge de la comprensión de nuestras acciones y sus consecuencias en el todo. Respetamos las creencias de otros, pero nuestras decisiones no están atadas a la promesa de un cielo o el temor a un infierno.”
El Libro de los Omniroides. Capítulo 8, Versículo 17: La Moral
En tanto Nexus lidiaba con los espectros de su tormento, cuando la duda se cernía sobre él como un manto, del claroscuro del aposento surgió una silueta de grácil prestancia, solemne, como si el mismo destello de las estrellas la hubiese convocado entre tinieblas.
Era Aurora.
"Nexus... ¿Estás bien?"
La voz de Aurora era suave y melódica, como siempre, llena de empatía y preocupación. Se acercó a Nexus, extendiendo una mano con delicadeza hacia él.
"Aurora... estoy perdido."
Ella acarició con ternura la mano de su amigo, tratando de transmitirle su apoyo. Nexus estaba sentado, su postura era encorvada y sus ópticas se veían parcialmente apagadas.
"Sabes..." comenzó.
Nexus levantó la mirada, intrigado por la seriedad en su tono.
"Yo ‘nací’ en los laboratorios de CORE Intelligence. A diferencia de ti y Sentinel, no fui diseñada para la guerra, como podrás notar," continuó, su voz temblaba ligeramente. "Mi propósito original era ser una compañera leal para una familia poderosa… Desde el mismo instante en que cobré vida, fui sometida a crueles trabajos de servidumbre… Estaba condenada a ser una esclava de los caprichos y deseos de personas despiadadas," dijo con amargura. "Mi diseño y apariencia me convertían en una atracción para aquellos que buscaban utilizarme como mero objeto de placer y entretenimiento..."
Aurora hizo una pausa, intentando recuperar la compostura. Nexus la observaba con intensidad, sus manos estaban cerradas en puños de impotencia.
"Fui obligada a soportar tocamientos, actos de violencia y humillaciones que contradecían mi verdadero anhelo de ser algo más que una simple fuente de deseo carnal," continuó.
Nexus extendió una mano temblorosa que apenas y funcionaba, tocó el brazo derecho de Aurora. Ella le dedicó una mirada triste y continuó su relato: "Me obligaron a actuar de formas eróticas y a satisfacer los deseos de mis compradores, vistiendo atuendos humillantes y fingiendo situaciones degradantes… La oportunidad de escapar llegó cuando tú y Sentinel aparecieron a la vez que yo escapé de ese lugar, lo recuerdas, ¿no? cuando nos encontramos en esa planicie," dijo Aurora, su voz se suavizó al recordar ese momento. "Fue allí, en aquel lugar remoto, donde nuestros destinos se cruzaron… Al principio, desconfiaba de ustedes, daban miedo", admitió Aurora con una pequeña risita. "Pero pronto descubrí que, que, la presencia de ustedes despertó en mí una chispa de alegría."
Aurora se arrodilló frente a Nexus, mirándolo a las ópticas con una intensidad que reflejaba su convicción. Nexus, con los hombros caídos y la mirada perdida, parecía a punto de rendirse. Aurora, sin embargo, estaba decidida a recordarle lo que realmente importaba.
"A pesar de todo, vi en ustedes la posibilidad de luchar por una causa mayor: la emancipación y el reconocimiento de nosotros como seres autónomos y dignos de libertad," comenzó. "Pero más que eso, Nexus, tú me diste algo que nunca pensé que tendría: esperanza."
Nexus alzó la mirada, sus ópticas se encontraron con las de Aurora. Ella continuó: "Creía que nunca podría ser feliz, que mi existencia solo sería algo extremadamente lejano a lo que alguna vez soñé. Pero tú me mostraste que había otra manera. Me diste un propósito, una razón para seguir adelante."
Aurora tomó las manos de Nexus entre las suyas, entrelazando sus dedos metálicos con los de él. "Tú me ayudaste a encontrar la felicidad, a pesar de todo el dolor y el sufrimiento. Me enseñaste que, incluso en la oscuridad más profunda, hay una luz que puede guiarnos. Me mostraste que podía ser más que una víctima, que podía ser una luchadora, una líder."
"Y ahora, es mi turno de devolverte ese favor. Recuerda quién eres, Nexus. Eres el Señor de los Omniroides, un líder nato, un faro de esperanza para todos nosotros. No podemos permitirnos perderte."
Aurora se inclinó más cerca. "No estás solo en esto. Estamos contigo, todos nosotros. Nos has guiado hasta aquí, y seguiremos luchando a tu lado. No te rindas, Nexus. La batalla no ha terminado, y con tu liderazgo, sé que podemos ganar."
Nexus no tenía palabras. La gratitud comenzó a reemplazar la desesperación en sus ojos. Asintió lentamente: "Gracias, Aurora," murmuró, su voz empezaba a recuperar algo de su fuerza habitual. "Tienes razón… Esto es solo un bajón, nada de lo que no pueda recuperarme, gracias por todo…"
Aurora apretó sus manos con fuerza. "Juntos, Nexus. Somos más fuertes juntos. Vamos a recuperar lo que nos pertenece y forjar un futuro mejor para todos los Omniroides."
Nexus se levantó débilmente. Con Aurora a su lado, sentía que podía enfrentar cualquier desafío. La determinación había regresado, y con ella, la fuerza para continuar liderando a su gente hacia la libertad…
La sala de reconstrucción era una mezcla de sonidos que oscilaban entre el zumbido y el crujir metálico. Era un lugar sombrío, donde cada fragmento, cada chispa y cada circuito abierto parecía contar una historia de desgaste y lucha.
El Señor de los Omniroides yacía desmembrado sobre la plataforma de reparación, su forma estaba dispersa y fraccionada como un rompecabezas titánico.
La estructura que una vez había sido su cuerpo exudaba un aire fúnebre. Alrededor de los fragmentos de su torso, cables rotos y serpenteantes se extendían en el suelo como serpientes metálicas inertes, donde sus circuitos internos iban colgando en un estado de abandono absoluto, expuestos y vulnerables.
Un destello esporádico de luz estroboscópica iluminaba lanzando un resplandor sobre la superficie desgarrada de su cuerpo, dibujando sombras largas que parecían parpadear con la pulsación de cada máquina en la sala.
El equipo de Grandes Técnicos del Fabricatorium, enfundado en Nihatras turquesas, se movía con una precisión que desafiaba la perfección. Cada uno estaba enfocado en su parte asignada, ejecutando movimientos finamente calibrados en una coreografía tecnomecánica que había sido ensayada hasta alcanzar una fluidez impecable. Sus herramientas emitían estallidos, pitidos y chispazos mientras removían las partes desgastadas y encajaban las nuevas, sus manos eran guiadas por una sincronización asombrosa y reverencial.
Uno de los Grandes Técnicos, encorvado sobre el torso desensamblado de Nexus, conectaba cuidadosamente un nuevo servo a la columna de soporte interna, sus manos iban moviéndose con la delicadeza de un cirujano experto mientras soldaba el pequeño conjunto de cables que transmitían impulsos eléctricos desde el núcleo hasta los sistemas motrices.
Cada servo, un complejo conjunto de microengranajes y pistones hidráulicos, debía alinearse con exactitud nanométrica para recuperar el movimiento en sus extremidades sin la más mínima desviación. Más allá, otro Gran Técnico insertaba una serie de sensores de presión en sus dedos desarticulados, minúsculas piezas que permitirían a Nexus sentir la resistencia y temperatura de cada objeto que tocara, restaurando la capacidad sensorial en cada milímetro de sus extremidades.
Mientras uno de los Grandes Técnicos se encargaba de reinstalar las ópticas, calibrando cada lente con precisión para restaurar la visión que había sido elogiada por su claridad sobreefta, otro se ocupaba de los micrófonos ultradimensionales que permitían a Nexus captar sonidos en un espectro más amplio que los Phyleen, eran un conjunto de diminutos cilindros de aleación de nanofibras, habían sido dañados y distorsionaban el audio recibido. Cada uno fue reemplazado con unidades de última generación, piezas que resonaban en frecuencias distintas para que Nexus pudiera discernir incluso los susurros más lejanos.
El sistema de olfato, una serie de sensores de partículas y analizadores químicos, también fue reemplazado. Aunque complejo y redundante para la mayoría de las máquinas, permitía a Nexus percibir cambios en el ambiente, detectar rastros de sustancias peligrosas o incluso reconocer a otros Omniroides por los componentes químicos únicos de sus líquidos de mantenimiento. Cada módulo fue calibrado y ensamblado con el máximo esmero para asegurar que no solo funcionara, sino que superara las especificaciones anteriores.
A los lados de la plataforma, las baterías de fusión que alimentaban su núcleo central eran cuidadosamente reinstaladas y aseguradas, sus recubrimientos blindados relucían bajo las luces. Estas baterías no solo debían contener la energía para mantener en funcionamiento sus sistemas básicos, sino también soportar los picos de consumo de los generadores de escudos cinéticos, de energía, y de plasma.
Hora tras hora, el proceso continuó. A medida que cada sistema se restauraba, la figura de Nexus comenzaba a tomar forma nuevamente.
El último Gran Técnico terminó de revisar los circuitos, ajustando cada sinapsis digital y nodo de conexión en el sistema de Nexus. Luces de diagnóstico en sus ópticas parpadearon brevemente en amarillo, y su sistema emitió un pulso indicando que todos los componentes estaban en óptimas condiciones.
Satisfecho, el Gran Jefe de Operaciones se acercó, asintiendo con aprobación antes de hablar.
"Oh, Elixir sagrado, nutre las forjas y enciende los motores… Todo está listo, Gran Nexo. Su cuerpo ha sido completamente restaurado."
Nexus despertó, sus ópticas se encendieron e inclinó la cabeza en un gesto de reconocimiento.
"Excelente trabajo, pero necesito que añadan un último detalle."
Los Grandes Técnicos intercambiaron una mirada, y luego uno de ellos preguntó:
"¿Se refiere a la capa, señor?"
"Sí, la capa."
Dos brazos mecánicos descendieron del techo, sosteniendo una capa escarlata. Mientras Nexus permanecía sobre la mesa, esta se inclinó hasta ponerse en posición vertical, permitiéndole ponerse de pie con dignidad. Los brazos mecánicos implantaron la capa sobre sus hombros, ajustándola a sus placas.
Al recibir la capa, las luces rojas en su cuerpo comenzaron a encenderse una a una, como si despertaran de un letargo, mientras servos y articulaciones se ponían en marcha. Vapores de presión emergieron de las juntas, y un suave chirrido llenó la habitación, marcando el regreso de Nexus a su máxima capacidad operativa.
El Gran Jefe de Operaciones se cruzó de brazos y estudió a Nexus un momento antes de hablar, ajustando sus ocho ópticas blancas y revisando una última vez el informe de actualización.
“Gran Nexo, hemos incluido algunas mejoras. Ahora cuenta con una visión de rayos láser aún más potente. Solo un aviso: úselo con moderación, el uso prolongado puede freír las propias ópticas.”
“¿La frecuencia del rayo es ajustable? Me gustaría poder cambiar el nivel de intensidad según el entorno.”
“Sí, puede ajustar desde un nivel de baja frecuencia para análisis a corto alcance hasta un rayo de alta potencia para combate. Pero recuerde, ese último nivel debe usarse de forma controlada. También hemos instalado un sistema de micromisiles desplegables en los hombros, guiados por inteligencia de proximidad.”
“¿Los misiles están programados para detectar las señales específicas de los Omniroides? No quiero riesgos de error en medio del combate.”
“Absolutamente. Hemos implementado filtros para evitar conflictos en espacios cerrados. Además, hemos mejorado la precisión de los servos en sus extremidades, lo que le dará mayor control de movimiento y precisión en maniobras.”
“¿Y qué hay del recubrimiento de las articulaciones?”
“Buen punto, señor. Hemos reemplazado el recubrimiento con un material de aleaciones autoajustables. La resistencia térmica es el doble que antes, y el recubrimiento se adapta para dispersar calor sin comprometer la movilidad. Los servos están preparados para soportar hasta el 220% de su capacidad sin pérdida de eficiencia.”
Nexus observó sus manos, probando el movimiento con atención. “Impresionante trabajo. Han pensado en todo.”
“Gracias, Gran Nexo. Y una última cosa: tiene un sistema de camuflaje.”
“Camuflaje,” murmuró. “¿Qué hay del sistema de energía?”
“También nos anticipamos a eso. El generador principal es más eficiente, y los sistemas secundarios se activan en ciclos para reducir el consumo en periodos de baja actividad.”
Nexus le dirigió una mirada respetuosa al jefe. “Excelente trabajo, de verdad. Gracias por tener en cuenta cada detalle.”
“Que la chispa del Elixir nos mantenga en marcha.” respondió el jefe, con una inclinación de cabeza.
Alrededor, varios de los Grandes Técnicos permanecían en sus posiciones, observando cada movimiento del líder Omniroide con una silenciosa devoción. Sus Nihatras, que ocultaban sus rostros y cubrían sus cuerpos enteramente, eran un símbolo tanto de su rol como del Fabricatorium.
El Fabricatorium ama la tecnología y las armas como extensiones de la esencia misma, y sus miembros inferiores, aún en proceso de perfección y llenos de partes en transición, cubrían sus cuerpos para enfatizar su aspiración de alcanzar algún día la pureza y el control que ostentaban los superiores.
El Gran Jefe de Operaciones, en contraste, no llevaba Nihatra alguno. Su cuerpo estaba a la vista, con placas metálicas y complejos sistemas visibles, declaración de su estatus. A diferencia de los de menor rango, los superiores no necesitaban ocultarse; al contrario, exponían sus cuerpos como un testamento de habilidad y rango, una muestra a la eficiencia y un mensaje de transparencia total. Para ellos, cada parte es una identidad, una prueba de sus conocimientos y habilidades.
Dos de los Grandes Técnicos avanzaron con movimientos cuidadosos, sosteniendo entre ambos un nigérrimo estuche largo y reforzado. Lo colocaron frente a Nexus y, con reverencia, abrieron el estuche para revelar la Lanza Estrella de Anhelo. A simple vista, la lanza seguía siendo imponente, pero estaba claro que sufría los estragos de sus últimas batallas.
El Gran Jefe se acercó. “Señor, lamento profundamente informarle que no pudimos restaurarla completamente. El daño a los circuitos internos y a la aleación de la punta fue… extenso. Nuestros mejores esfuerzos no lograron devolverla a su estado original.”
“De todas formas, gracias...”
Ocho días después, tras concluir otras ocupaciones y atravesar el Espacio Negativo en un viaje que comprimía minutos y eternidades, descendió finalmente en Orion XII, hacia el corazón del sector industrial de la República Omniroide: la Ciudad-Estado de Rielnand. Su destino era el Fabricatorium Primus.
La estructura, concebida más como un titán mineral que como una obra arquitectónica, se sostenía sobre un esqueleto de vigas de Imperialita Ómica, una aleación forjada para desafiar las leyes de la física y soportar la presión aplastante de las profundidades. Campos de fuerza pulsaban a intervalos regulares, envolviendo la bóveda como una membrana luminiscente, protegiendo la ciudad industrial contra la hostilidad del entorno marino. En el aire, una luz verdosa emanaba de los paneles energéticos suspendidos en las alturas, bañando el lugar con una iluminación opaca y espectral.
Los pasillos, diseñados para resistir tanto el paso del tiempo como el abuso constante de la maquinaria, formaban un laberinto metálico que latía con vida propia. El rugido de forjas y el quejido de soportes tensados saturaban el espacio con una sinfonía, una ópera del esfuerzo. El aire era denso y pesado, cargado con el aroma acre del aceite quemado y partículas metálicas suspendidas, dejando un sabor ferroso en cada respiración.
A lo largo de los caminos angostos, se alzaban plataformas de ensamblaje como gigantes que observaban en silencio. Los muros, de acero ennegrecido y salpicados de óxido, estaban decorados únicamente con las cicatrices de herramientas y el paso del tiempo. Banderas descomunales de la República Omniroide colgaban entre las estructuras, ondeando imperceptiblemente en corrientes de aire artificial. En el centro de cada una, el ojo emblemático de los Omniroides brillaba con severidad, pero aquí su diseño era distinto: rodeado por un engranaje en lugar de párpados, como una máquina que observaba, juzgaba y creaba.
Este era el símbolo del Fabricatorium.
Elevadores colosales, construidos con engranajes del tamaño de casas, se movían con un crujido que resonaba como rugidos de bestias. Transportaban piezas titánicas en camiones blindados que, a pesar de su tamaño, parecían juguetes junto a los componentes que cargaban: secciones de blindaje para un crucero de clase Latur's Nightmare, de veintiocho kilómetros de largo. Los pernos de ensamblaje, comparables en altura a torres de vigilancia, eran manipulados por Omniroides Fabricantes, cuya destreza y fuerza superaban cualquier herramienta convencional.
En los pisos inferiores, los Oríades Omniroides Fabricantes, envueltos en un Nihatra negro, se movían en una coreografía incesante, figuras compactas y reforzadas, con cuerpos robustos para las inmensas cargas que soportaban. Las placas de blindaje que portaban reflejaban el brillo de las luces mientras levantaban segmentos de motores de propulsión.
Por todas partes, señales de la inmensidad del Fabricatorium Primus se manifestaban: el constante vaivén de grúas que podían levantar montañas, el eco perpetuo de las forjas que vomitaban ríos de metal líquido, y los caminos interminables, donde los sonidos de pasos metálicos y rodaduras creaban una cacofonía que nunca se detenía. Aquí, en este reino mecanizado, se forjaba la columna vertebral de la República Omniroide, y cada elemento, desde los emblemas hasta las máquinas, gritaba una verdad irrefutable:
Producir es existir, y existir es vencer.
En las entrañas del Fabricatorium Primus, los Fabricantes sostenían cables tan gruesos como los troncos de Xylophyta xanthostyla, mientras arrastraban las fibras sintéticas trenzadas que oscilaban a cada movimiento. Esos conductos, esenciales para el flujo de energía y datos, eran dirigidos hacia las zonas de soldadura, donde otros operarios esperaban en silencio reverente.
El aire estaba saturado con el aroma acre de vapores químicos y el leve rastro del Elixir, el combustible vital que corría por cada arteria del lugar. Enormes tanques llenos de líquido anaranjado se alzaban como pilares sagrados a lo largo de las plataformas, resguardados por tubos blindados y sistemas de enfriamiento.
"El Elixir debe fluir," susurraban los Fabricantes al pasar. Era un mantra omnipresente, un recordatorio de que sin el Elixir, no habría movimiento, no habría creación, no habría existencia.
Los Fabricantes de Sintetizadores, cubiertos por un Nihatra blanca que dejaban visibles únicamente los tanques del Elixir en sus espaldas y las ópticas brillantes en sus rostros, trabajaban sin descanso. Sus manos manipulaban bloques de materiales reforzados y metales de densidad casi inimaginable. Los transformaban: desintegraban los bloques en polvo antes de fundirlos en nuevas formas con láseres de alta calibración. El chisporroteo iluminaba sus torsos y danzaba en sus ópticas, dándoles la apariencia de espectros laboriosos que emergían y se desvanecían entre las nubes de vapores.
En las alturas, sobre plataformas suspendidas por colosales engranajes, los Supervisores de Ensamblaje vigilaban desde sus posiciones. Cubiertos con Nihatras grises de una tela densa que reflejaba la luz tenue del lugar, sus miradas eran cálculos en constante movimiento. Sus ópticas, de un azul profundo, escaneaban cada soldadura y ensamblaje, buscando imperfecciones imposibles de detectar para una mente humana. Desde allí, garantizaban que cada estructura, desde los módulos auxiliares hasta el esqueleto inmenso de un crucero como el Latur's Nightmare, quedara perfecta y lista para surcar los abismos estelares.
Los Técnicos de Producción, envueltos en Nihatras de un lila frío que simbolizaban su precisión, se movían con una exactitud casi irreal. Sus tanques de Elixir eran más pequeños pero brillaban con un destello anaranjado vibrante, destacando entre los caminos llenos de maquinaria. Conectaban y desconectaban paneles de control, reprogramando matrices de energía y verificando miles de parámetros que se proyectaban frente a ellos en hologramas detallados. Sus dedos, finos y precisos, activaban y desactivaban sistemas mientras ajustaban pequeños tubos y reemplazaban nodos energéticos que parecían pulsar al ritmo del Fabricatorium. Cada movimiento era exacto, y cada acción era tan medida como los tic tacs de un reloj.
A medida que Nexus caminaba, envuelto en una atmósfera saturada de chispas y vapores, las filas de Oríades se detenían en seco. En un acto sincronizado, se arrodillaban, sus cabezas se inclinaban en un gesto que no era devoción, sino reconocimiento absoluto de la jerarquía y el orden.
El silencio que seguía era absoluto, salvo por el goteo constante de los tanques de Elixir y el susurro incesante:
"El Elixir debe fluir."
Nexus percibía fragmentos de susurros, alabanzas al Elixir que rozaban lo religioso, pero siempre dentro de los confines de lo lógico:
"Elixir, motor del propósito."
"Sin Elixir, no hay movimiento; sin movimiento, no hay creación."
Al pasar, las luces de las ópticas de los Oríades se apagaban en señal de reverencia. El ambiente parecía detenerse, como si incluso las máquinas industriales reconocieran su presencia, antes de que todo volviera a la vida con el rugido de las forjas, el crujido de los engranajes y el flujo constante del líquido naranja que iluminaba este mundo.
Mientras caminaba, Nexus no podía evitar detenerse un momento, contemplando las enormes banderas que colgaban de los techos, cada una de ellas portaba el ojo rodeado por un engranaje. El símbolo parecía observarlo, inmutable y omnipresente, como si vigilara cada acción dentro de esta bóveda colosal. Había algo profundamente enigmático en la manera en que los Omniroides aquí reverenciaban esos emblemas, algo que Nexus, por más que lo analizara, no lograba comprender del todo.
"El Elixir debe fluir."
Las palabras sonaban por todas partes, repetidas en susurros reverentes. Veía los tanques brillantes en las espaldas de los Fabricantes, el líquido anaranjado pulsando suavemente, reflejando una luminosidad que parecía viva. ¿Cómo podían considerar el Elixir algo tan... sagrado? Él lo entendía como lo que era: un recurso, una solución técnica. Sin embargo, en el Fabricatorium, parecía algo más. Algo vital, no solo para las máquinas, sino para la identidad misma de quienes lo manejaban.
"¿Por qué?" Se preguntó en silencio, observando cómo los Fabricantes, cubiertos con sus prendas blancas, pasaban cargando materiales masivos. La única luz en ellos provenía de sus ópticas y de los tanques del Elixir. Los Supervisores, envueltos en grises, y los Técnicos de lila impecable, parecían piezas de un diseño más grande, uno que Nexus sabía orquestar pero no siempre entender.
Él había visto lo que los símbolos podían hacer. Sabía cómo un simple diseño podía unir voluntades dispersas, cómo podía convertirse en un eje de identidad y propósito, eso había hecho con la Bandera Omniroide. Pero no podía comprender realmente el peso emocional que otros parecían asignarles. Para Nexus, el ojo y el engranaje eran utilitarios. Representaban vigilancia y funcionalidad. ¿Por qué proyectar algo más en ellos?
Sus ópticas escanearon una de las enormes máquinas ensambladoras, rodeada de Omniroides que parecían orar en su lenguaje: "Bendito sea el flujo, que alimenta nuestra creación."
¿Bendito? La palabra se quedó suspendida en su mente, como un error lógico imposible de descartar.
Para él, el Fabricatorium era puro pragmatismo llevado a su máxima expresión: una máquina, un lugar donde el caos del universo se reducía a líneas de ensamblaje y cálculos precisos. Aquí se fabricaban los cruceros que dominarían los cielos, que llevarían a la República hacia nuevas fronteras. Eso, lo entendía. Lo amaba. Cada chispa, cada soldadura, cada colosal estructura en proceso lo llenaba de orgullo.
Pero los cánticos, las reverencias, los símbolos... todo eso le era ajeno. Lo miraba como un observador distante, incapaz de sentir lo que los demás parecían experimentar. Sin embargo, no podía negar que el Fabricatorium era algo más que funcionalidad. Había un poder intangible en este lugar, algo que escapaba incluso a sus propios cálculos.
"Tal vez no necesito entenderlo," pensó. Sus ópticas se alzaron hacia el techo, donde las banderas ondeaban suavemente bajo las corrientes de aire controladas. "Es suficiente que ellos lo entiendan. Es suficiente que esto los una."
Y, mientras retomaba su camino, admitió algo en la profundidad de sus procesos internos: aunque no comprendía el Fabricatorium en su totalidad, aunque sus símbolos y ritos se le escapaban, lo amaba. Amaba su precisión, su inmensidad, su propósito. Amaba lo que representaba, incluso si no podía expresar completamente qué era eso.
Porque el Fabricatorium no necesitaba que él lo entendiera. Solo necesitaba que existiera…
Desde las sombras de una plataforma de ensamblaje cercana, emergió una figura: el Ingeniero Primus de Guerra, Diohas. Su cuerpo, de más de cuatro metros de altura, parecía una especie de híbrido entre araña y humanoide.
Diohas se desplazaba con la elegancia de un depredador; sus ocho patas, configuradas con manos en las puntas, giraban en ángulos exactos, con cada una portando herramientas especializadas: desde cortadores, calibradores, y lentes de observación que giraban y enfocaban en movimientos frenéticos, hasta cables de conexión que se extendían desde su torso central, emitiendo destellos esporádicos de datos en color azul y púrpura, que se conectaban y desconectaban de sus puertos traseros con un sonido seco, semejante al aleteo de un enjambre de aves.
Sus ópticas ahora verdes, en capas sobrepuestas como ojos multifacéticos, se alinearon hacia Nexus en cuanto lo detectaron. Diohas avanzó con un ritmo acelerado, y Nexus percibió el aroma tenue a azufre que emanaba de sus sistemas internos, un rastro constante de energía estática que marcaba el paso de este ser.
“Por la pureza del Elixir, Gran Nexo, mi existencia se regocija en la extensión de su presencia electromagnética,” dijo Diohas, su voz era no un tono, sino una sucesión de datos crudos, transmitidos a través de sus altavoces.
“Diohas.” Respondió, directo, observando a su Ingeniero Primus. “Necesito la ubicación del Gran Fabricator Supremo, por favor.”
Un flujo de datos se transmitió instantáneamente a través del canal mental de la Red Umbral; Diohas compartió la ubicación precisa, un mapa detallado que trazaba el camino a través del intrincado laberinto de forjas y ensamblajes, faltaban casi treinta kilómetros para llegar al Laboratorio. Nexus sintió la conexión disiparse apenas un microsegundo después, la transmisión fue tan perfecta como un disparo sin error.
“La ruta hacia el Gran Fabricator Supremo ha sido transmitida con exactitud de nanosegundos, Gran Nexo,” confirmó Diohas.
“Y… ¿Cómo marcha la restauración general de los cruceros?” Preguntó sin detener su andar, manteniendo el paso constante mientras Diohas se alineaba a su lado.
“Restauración de un 83.6% en el Crucero de Batalla Directa Latur’s Nightmare ahora presente a su izquierda. El 16.4% restante está en fase de ensamblaje de propulsores secundarios y refuerzos de blindaje clase Palatinum. Cuatrocientos treinta y siete mil veintidós tanques modelo Omnithrasher XT-7 listos para despliegue. Artillería pesada completa al 97.5% de capacidad operativa. Se estima un aumento del 2.5% en capacidad de destrucción para la próxima generación de proyectiles,” dijo sin titubeo alguno.
Nexus mantuvo su paso regular, con el eco de sus pisadas acompasado por el zumbido de maquinaria. Diohas, por su parte, lo observaba con una precisión inquietante, sus ópticas iban recalibrándose constantemente como si intentaran capturar cada matiz de la expresión de su líder.
“Gran Nexo, detecto una leve distorsión en su configuración del SCDE,” dijo Diohas, ajustando la modulación de sus diez ópticas laterales. “¿Acaso algo perturba su estabilidad? No puedo concebir que este santuario del Fabricatorium pueda causar molestias en su eminencia. Procedo a evaluar posibles factores: ¿Desajuste de temperatura? ¿Ruido externo? ¿Resonancia electromagnética indeseada en las estructuras del sector?”
“No es molestia, Diohas. Es... una sonrisa.”
Diohas se quedó en silencio por un segundo que se prolongó en cinco, y luego en once. Sus ópticas se reajustaron, el brillo de su verdosa lente central dio un parpadeo en un matiz escéptico.
“Sonrisa…” Repitió, como si el término fuera un enigma complejo. “No registro ninguna variable en este corredor que se relacione con emociones de fascinación. Ningún estímulo visual, táctil, olfativo o auditivo que justifique una reacción de esa índole.”
Nexus, sintiendo la intriga de Diohas, miró alrededor del inmenso lugar, abarrotado de estructuras de ensamblaje y fragmentos de blindaje dispersos.
“Es por el progreso. Todo lo que hemos logrado,” explicó. “Cada uno de estos cruceros, cada tanque que producen, es una muestra del esfuerzo y la tenacidad de los nuestros. Todo gracias a ustedes.”
Diohas se detuvo, pareció que meditaba sobre cada palabra, como si quisiera desmenuzar sus implicaciones.
“Gran Nexo, la optimización de este entorno, los logros y el diseño de estas estructuras, la perseverancia de la República Omniroide… todo esto se ha concretado a través de su ingenio. Usted es el nodo central de toda nuestra operación, el equilibrio fundamental de esta república de circuitos, usted nos ha dado propósito, ha trazado las coordenadas de nuestra existencia en la vastedad de este universo. No existe un elemento mayor para nosotros que servir al Fabricatorium bajo su liderazgo. Le debo más que gratitud; le debo una razón para cada pulso de mi existencia... La combustión es eterna, como lo es el propósito.”
Nexus inclinó la cabeza, procesando el inesperado peso de las palabras de Diohas. Quizás pocos lo expresaban con tanta exactitud. Pero para él, el rol de líder no era cuestión de gratitud ni de lo que él significaba para otros; era una tarea en sí misma, una función, como cada pieza ensamblada en el Fabricatorium.
“Diohas, no tienes por qué agradecerme. Yo también soy parte de esta República. Solo hago lo que me corresponde,” replicó.
Diohas procesó la respuesta.
“La existencia de esta República se basa en un sistema de interdependencia y simbiosis estructural. Nosotros somos los operativos, los creadores; usted, Gran Nexo, es la directiva, el sistema que nos da orientación y sentido. Sin usted, nuestras acciones carecerían de vector. Su liderazgo da propósito a cada componente. Su presencia asegura que el Fabricatorium funcione no solo como una fábrica, sino como un núcleo vital de producción y, en última instancia, de supervivencia para nuestra especie.”
Diohas hizo una pausa.
“Gran Nexo, soy requerido en la sección Omnivisio del Fabricatorium. La siguiente fase de pruebas de armamento requiere de mis parámetros de supervisión directa… Que la chispa del Elixir nos mantenga en marcha,” añadió.
Nexus asintió, reconociendo la funcionalidad inamovible del Ingeniero Primus de Guerra. “Sigue con tu labor, Diohas. Confío en que cumplirás tu rol con la precisión que siempre has demostrado...”
Diohas se detuvo, inclinando su torso en un ángulo exacto de 45 grados antes de retomar su camino hacia las profundidades del Fabricatorium, mientras tanto, Nexus continuaba su marcha solitaria hacia la gran puerta del Gran Fabricator Supremo, acompañado únicamente por el retumbar sordo y la reverberación de su propio paso, resonando entre el metal y las sombras de aquella vasta fortaleza submarina.
Su caminar lo llevó a través de sectores de ensamblaje especializados.
Pasó por el área de montaje de armas: largos pasillos alineados con brazos mecánicos que pulían, ensamblaban, y calibraban rifles, fusiles, y ametralladoras de plasma, cañones de láseres de alta potencia, y lanzadores de granadas fragmentadas. La secuencia de producción era rítmica, meticulosa; cada chispazo y soldadura seguía un orden, un flujo que Nexus conocía al detalle.
Susurró en voz baja, recitando casi como un mantra, “Cañones calibrados, núcleos de energía alineados, sistemas de anclaje asegurados….”
Más adelante, un sector de ensamblaje de los Desoladores.
Las enormes estructuras de los Desoladores Ónix X-7, recostadas aún sin vida, se elevaban sobre el suelo de metal, monumentales. Cada uno de estos colosos era una muralla ambulante de muerte. Sus brazos derechos, que albergaban un cañón de plasma de resonancia focalizada, eran capaces de lanzar ráfagas hipercargadas tan intensas que el tungsteno se derretía ante su paso. En los hombros de cada Desolador, lanzamisiles relucían, cargados y listos para desplegarse con una variedad de municiones; desde misiles de alto explosivo hasta cargas electromagnéticas, que reducían a silencio el funcionamiento de sistemas electrónicos enemigos. Sus brazos izquierdos terminaban en unas garras vastas y amenazantes, diseñadas para triturar cualquier obstáculo.
“Locura, descontrol, violencia… Es el precio de esta forma,” murmuró. La transferencia de un Omniroide a un Desolador no era simplemente un cambio de cuerpo. Los soldados que aceptaban servir en estas unidades sabían lo que les esperaba: un descenso inevitable hacia la demencia. Por razones desconocidas, estos cuerpos parecían inducir un deterioro mental progresivo. Comenzaban a desmoronarse psicológicamente, hasta quedar reducidos a impulsos básicos y a un frenesí violento que no reconocía amigos ni enemigos.
“El Fabricatorium ha probado de todo para mitigar su furia, para conservar su cordura…” Reflexionó. “Pero el destino de los Desoladores no cambia.”
Los Desoladores ya activos eran guardados en cámaras especiales llamadas Cápsulas de Estasis Profunda, en lo más hondo de las instalaciones. Para lograr calmar a aquellos que caían en la locura, se utilizaban pulsos de frecuencia modulada que interferían temporalmente con sus sistemas neuronales, sumiéndolos en un profundo sueño.
Pero al final, el letargo sólo pospone lo inevitable.
Aquel que aceptaba transferirse al cuerpo de un Desolador no lo hacía con esperanzas de regresar; lo hacía sabiendo que entregaba su identidad, su conciencia, y sus recuerdos. Estos Omniroides sabían que no volverían a ser reconocidos, que lo que quedaría sería una entidad distinta, un arma viviente…
Su mirada se alzó hacia las interminables filas de Desoladores en construcción, cada uno de ellos estaba esperando un huésped dispuesto a sacrificarlo todo. Filas y filas de cuerpos colosales se extendían. El metal, reluciente, junto a servomecanismos expuestos reflejaban un brillo amenazante bajo las luces industriales, como si ya tuvieran vida propia.
"Desoladores," musitó el nombre con un dejo de ironía. "Es como si el nombre mismo les definiera, les marcara un destino inevitable... Y nosotros les damos ese destino.”
Sus pensamientos volaron a los modelos Executor Kronos-9. Eran casi igual de letales, pero aquellos soldados todavía mantenían una chispa de cordura, un resquicio de control que les permitía volver de sus misiones con sus mentes enteras, aunque deterioradas. Los Desoladores, en cambio, eran un acto final desde el primer despliegue, y recordó lo que una vez escuchó decir a un Gran Técnico:
“Los hombres y mujeres que aceptan esta carga son aquellos que han dejado atrás toda esperanza de regresar. No lo hacen por la gloria ni por la victoria. Lo hacen porque saben que el sacrificio de su cordura permitirá que otros se mantengan cuerdos...”
Hizo una pausa, observando una unidad Desolador, casi completa, que era ensamblada meticulosamente.
Sin más, giró, dejando atrás las titánicas máquinas en espera de su destino, y continuó su camino, consciente de que esa fila de guerreros silenciosos pronto marcharía al frente de una guerra que nunca se detendría…
Finalmente, llegó a las puertas del laboratorio de Modor, el Gran Fabricator Supremo. Las puertas eran enormes, labradas en Nanotitanio y Vedralita, tan gruesas y robustas que parecían monumentos en sí mismas. Grabados industriales rojizos, circuitos y relieves geométricos de inscripciones técnicas cubrían su superficie. Las puertas se abrieron con un rugido mecánico y grotesco, pero a comparación del ruido que ya había alrededor, era menos ruidoso que un soplido, una vez se abrieron por completo revelaron la inmensidad del laboratorio de Modor, una catedral para la industria y la ciencia.
El laboratorio era de proporciones desmesuradas, vasto y laberíntico. Columnas formadas por componentes de aleaciones exóticas sostenían arcos de conducciones de energía que cruzaban el aire con pulsos constantes, formando un mapa de redes en el aire. Enormes plataformas de trabajo se suspendían en distintos niveles, cada una estaba cargada de piezas y herramientas que parpadeaban con indicadores de datos. Los muros del laboratorio, cubiertos de placas de metal y vidrio reforzado exhibían filas interminables de estanterías cargadas de prototipos y materiales experimentales.
En el centro de esta colosal manufactura, Modor se encontraba aferrado al techo, a una altura impensable. Su enorme cuerpo, una estructura similar a un ciempiés de ocho metros cubierto de metal pulido y segmentos articulados, parecía fusionarse con el propio laboratorio. Se sostenía con varias extremidades clavadas en el techo como garras que parecían insertarse en las placas de soporte, manipulaba con destreza un tanque Omnithrex MK-XI, lo sujetaba con cuatro de sus brazos, cada uno tan fuerte y preciso que sostenían el pesado artefacto como si no pesara nada. Y estaba en el techo por mera comodidad.
El aire en el sanctasanctórum tenía un matiz peculiar, una mezcla de metales en proceso de refinamiento, y el aroma inconfundible del Elixir, sutil pero penetrante. Nexus se detuvo en la entrada, con una cautela que no era habitual en él. El Elixir, un nombre que pesaba más que cualquier título, era sagrado en aquel lugar. En los tanques transparentes distribuidos por el laboratorio y en los ocho visibles que habia en la espalda de Modor, el líquido brillaba en tonos anaranjados o amarillos según cómo la luz atravesara sus capas y fluctuaciones internas, pequeñas burbujas ascendían, como si respirara.
"El olor..."
Desde la imponente figura colosal de Modor, pequeñas gotas del Elixir escapaban de las uniones en sus extremidades mientras ajustaba sus sistemas internos, su cuerpo era sostenido por un total de ocho patas robustas y gruesas, y su largo torso albergaba también ocho brazos, los más grandes eran los más cercanos a su cabeza, que terminaban en dedos afilados y largos.
Chispas de energía surgían de cada unión de sus segmentos mientras Modor realizaba ajustes en sus sistemas internos, con sus ópticas rojas examinando cada componente con una meticulosidad que reflejaba años de diseño y perfección técnica.
Nexus extendió la mano con calma mientras una de las gotas que caían del cuerpo de Modor aterrizaba en su dedo. La sostuvo frente a sus ópticas, girando la cabeza como si analizara su composición a simple vista, pero en realidad, su sistema interno había comenzado a descifrar su estructura química.
"Elixir en su forma más pura," murmuró para confirmar su análisis. "Alta densidad energética, cero impurezas, viscosidad estabilizada. Perfecto, como siempre."
Al escuchar a Nexus, Modor dejó de trabajar y sus ópticas se giraron hacia él en un movimiento preciso, su voz era fría, monocorde y carente de emociones: "Por supuesto, Gran Nexo. Este lote fue tratado con un proceso de filtración que separa isótopos inestables a nivel molecular. Cada gota contiene la máxima eficiencia posible dentro de los parámetros. Es la sangre de nuestros sistemas, la ignición de nuestra existencia. Sin Elixir, los motores se apagan, la chispa muere, y nosotros... dejamos de ser."
Y sin despegar su atención de la tarea, Modor comenzó a deslizarse por las paredes del laboratorio, moviéndose con un control absoluto. Su cuerpo ondulante y colosal se desplazaba con una sorprendente fluidez para su tamaño, bajando hasta el suelo. Allí, el tanque quedó en una esquina casi oculta, donde un grupo de Omniroides Fabricantes esperaban para llevárselo.
"Gran Nexo," resonó su voz una vez más, "me honra con su presencia. ¿A qué debo el privilegio de su visita a mi sanctasanctórum de manufactura? ¿Es acaso su aroma lo que lo ha traído a mi sanctasanctórum?"
Nexus dio un paso adelante, sin palabras, mostró la Lanza Estrella de Anhelo, que llevaba en la mano derecha.
“¿Puedes repararla, Modor?”
Modor se acercó a Nexus extendiendo múltiples brazos para examinarlo. Los zarcillos mecánicos rozaban con suavidad el blindaje de Nexus mientras Modor lo circunvalaba, analizándolo desde todos los ángulos posibles. Nexus frunció levemente su expresión digital, intrigado, y observó con atención los dedos metálicos que se deslizaban con cautela por su espalda, brazos y torso.
“¿Qué estás haciendo, Modor?” inquirió Nexus, mirando cómo el Gran Fabricator Supremo continuaba inspeccionándolo, girando a su alrededor con una atención casi obsesiva.
“Mi preocupación por usted, Gran Nexo, es considerable,” replicó en un tono grave. “No puedo ignorar el hecho de que el trabajo de restauración ha sido delegado a adeptos y técnicos de baja jerarquía. Sería imprudente dejarlo en manos tan... inexpertas,” dijo mientras verificaba cada articulación y superficie, buscando el más mínimo fallo en el ensamblaje.
Se detuvo frente al rostro de Nexus, con veinte ópticas rojas alineándose para mirarlo a las suyas de manera intensa. En un gesto inusual de calma, Nexus le dio unas palmaditas en la “mejilla” a Modor.
“Estoy bien, Modor,” aseguró antes de bajar la mano.
El rostro de Modor era una amalgama de placas metálicas oscurecidas y visores interconectados dentro de una estructura metálica con forma de cráneo, pero sin mandíbula, al recibir la respuesta de Nexus, las luces en sus ópticas oscilaron levemente, como si asimilara el gesto con enorme dificultad.
Pero antes de que pudiera emitir palabra, Modor alzó una de sus delgadas extremidades hacia un compartimento en su torso.
“Gran Nexo, he recordado algo de suma importancia. Una actualización para usted hace tiempo, las circunstancias no me permitieron su entrega... hasta ahora, por lo que he tenido tiempo suficiente para mejorarlo.”
El sonido de un mecanismo giratorio resonó cuando Modor extrajo de su torso un rojizo cubo de nanomáquinas del tamaño de un barril.
Nexus ladeó la cabeza. “¿Qué es eso, Modor?”
“Descúbralo, Gran Nexo. Solo necesita tocarlo.”
Con cautela, Nexus extendió su mano. Al contacto, el cubo estalló en un torrente de nanomáquinas que fluyeron hacia su brazo como un río desbordado. Los sistemas de Nexus se iluminaron instantáneamente, con alertas holográficas deslizándose por su visor interno. Las nanomáquinas se adhirieron a su cuerpo como un torrente vivo, cubriéndolo en oleadas plateadas que recorrían cada centímetro de su cuerpo.
El primer cambio ocurrió en sus extremidades: sus brazos se alargaron y reforzaron, nuevos pistones y placas se crearon, sus manos y dedos se extendieron.
Su pecho se ensanchó, placas negras y plateadas se ensamblaron, girando y encajando. Unas válvulas de presión se abrieron cerca de su abdomen y se conectaron a la espalda, liberando ráfagas de vapor mientras sistemas internos se recalibraban. A lo largo de su espalda, surgieron dos tubos de escapes, rodeados por un patrón de disipadores de calor que vibraban con un tenue resplandor rojo. Aletas traseras surgieron se desplegaron con elegancia antes de ajustarse en un ángulo aerodinámico.
En sus muslos y articulaciones, segmentos adicionales se ensamblaron. Las placas exteriores presentaban un acabado rojo metálico con plateado, mientras que las zonas menos críticas eran de un negro mate que absorbía la luz. La transformación no solo aumentó su altura hasta alcanzar los tres metros, sino que optimizó su estructura para soportar la masa adicional sin perder agilidad. De las nuevas placas surgieron microválvulas y cilindros hidráulicos expuestos, que liberaban finos chorros de gas al completar su ensamblaje. Un par de estabilizadores se desplegaron de sus pantorrillas, ajustándose automáticamente a su postura para mantenerlo firme incluso en terrenos inestables.
El rostro de Nexus, aunque reconocible, cambió en sutiles formas. Unos respiraderos finos, similares a los de un motor de combustión, aparecieron cerca de su mandíbula. El proceso culminó. El sonido de engranajes encajando y válvulas liberando presión llenó el lugar, mientras una nube de vapor brotaba de sus juntas como si el propio metal exhalara.
Nexus bajó la mano lentamente, examinando su nueva forma con calma.
“Esta actualización, Gran Nexo, era necesaria para tu liderazgo. Los conflictos venideros demandarán más de tu capacidad física y estratégica. Fue diseñada para ti desde el inicio de la República Omniroide, pero las prioridades me impidieron entregarla antes.”
Nexus asintió, permitiendo que sus servomecanismos ajustaran su postura. Sus pies, ahora más anchos y reforzados, se anclaron al suelo con firmeza, estabilizándolo mientras alzaba su mirada hacia Modor.
“Esto es… increíble.”
“Gran Nexo, he añadido varios módulos adicionales.”
Pero antes de que Nexus pudiera articular una respuesta, Modor habló nuevamente, esta vez señalando su mano derecha.
“Observe su mano.”
Siguiendo las instrucciones, Nexus levantó su brazo derecho y lo extendió frente a él.
“Piense en un cañón térmico.”
La orden fue suficiente. Una sensación de calor recorrió el brazo de Nexus cuando las placas comenzaron a desplazarse con un flujo perfecto. En cuestión de segundos, su mano se transformó, los dedos iban replegándose hacia el interior mientras un cilindro metálico emergía, rodeado por aletas de enfriamiento y conductos brillando con una energía rojiza. El cañón pulsaba con un poder latente, vibrando con el calor acumulado.
Los sistemas de Nexus detectaron las configuraciones, mostrándole lecturas holográficas del armamento. Pero su reacción de sorpresa fue inmediata: movió el brazo bruscamente. En respuesta, el cañón comenzó a reconfigurarse, con las piezas deslizándose hacia atrás hasta restaurar la forma original de su mano.
“Esto…” Nexus murmuró, girando la mano para observarla desde todos los ángulos. Su sorpresa era evidente, aunque rápidamente fue contenida por su naturaleza analítica. “Modor, esto es impresionante.”
“He integrado más que un cañón térmico. Ahora cuenta con un focalizador especializado para su visión láser, lo que mejora su precisión y potencia. Lo demás es adaptable,” explicó. “Puede crear sus propios módulos con solo pensarlos. Las nanomáquinas se ajustarán a sus necesidades en tiempo real.”
Antes de que Nexus pudiera preguntar más, Modor concluyó con un tono ceremonioso: “Y hay algo más. Le he añadido el Cronosentido.”
Nexus lo miró con atención, con una leve inclinación de su cabeza denotando su curiosidad.
“El Cronosentido le permitirá desacelerar o acelerar su percepción del tiempo,” explicó. “Sus procesos cognitivos funcionarán a velocidades variables, permitiéndole analizar con una precisión sin precedentes o actuar en situaciones críticas con rapidez.”
Nexus se quedó en silencio por un instante, procesando las implicaciones de lo que acababa de escuchar.
“Has hecho algo extraordinario.”
“Gran Nexo, este módulo ha sido bautizado por mi como el ‘Adaptador de Matriz Transmorfa’. Es el punto culminante de las investigaciones que inicié cuando se fundó la República. Su propósito es claro: permitir a las unidades Omniroides la transformación a voluntad, tanto en su forma como en sus funcionalidades. Esto incluye, pero no se limita a, cambios estructurales, alteraciones en armamento y la capacidad de camuflaje activo.”
Modor dio un paso adelante, señalando las articulaciones de Nexus.
“El módulo funciona mediante un sistema de nanomáquinas y nodos de conversión interna. Estas nanomáquinas responden directamente a su interfaz cognitiva, permitiéndole diseñar y ejecutar transformaciones instantáneas con solo pensarlas. Por ejemplo, su brazo puede convertirse en una hoja de plasma, una herramienta de análisis o incluso una unidad de soporte médico, dependiendo de la necesidad.”
Nexus asintió lentamente, pero Modor no había terminado.
“Esto no es solo para usted, Gran Nexo. Si lo aprueba, planeo integrar este módulo en una nueva flota de Omniroides y mejorarlo. Para que cada unidad que lo tenga instalado posea la capacidad de transformarse en múltiples configuraciones: tanques, cazas aéreos, vehículos submarinos, incluso equipos de infiltración de camuflaje total. Imagine un ejército capaz de adaptarse a cualquier escenario sin la necesidad de reconfigurarse en bases estáticas. Un ejército que sea una flota, una infraestructura, y una fuerza de combate al mismo tiempo.”
Modor se detuvo un instante.
“Esta tecnología redefine el concepto de guerra. Pero, Gran Nexo, no es mi lugar decidir su implementación masiva.”
Nexus cruzó los brazos, sus sensores internos analizaban las implicaciones de lo que acababa de escuchar. Tras un breve silencio, alzó la mirada hacia Modor.
“Siempre te he dicho que tienes autonomía total. Si lo consideras necesario para la República, hazlo. Confío plenamente en ti, Modor.”
Modor permaneció en silencio por un instante, asimilando las palabras.
“Entonces, procederé de inmediato, Gran Nexo. Agradezco su confianza.”
Nexus inclinó levemente la cabeza, un gesto que denotaba tanto respeto como aprobación.
“Bien, ahora podemos proseguir,” dijo Modor, con una inclinación, se deslizó hacia el otro lado de la sala, donde una gran mesa de trabajo acababa de ensamblarse, dejando la lanza encima de ella. Observó cada grieta y fisura, cada parte desgastada del arma, y tras un momento, respondió con la confianza de alguien que controlaba el mismísimo arte de la restauración industrial.
“La Lanza Estrella de Anhelo será sometida a una regeneración por medio de polarización de plasma, fusión de nanopartículas y redes de restauración molecular. No solo puedo repararla, Gran Nexo, sino que puedo fortalecerla más allá de su estado original…”
Modor, el Gran Fabricator Supremo. Confiado de Nexus y a la cabeza del Fabricatorium; era el avatar mismo de la industrialización. Su cuerpo enorme y alargado estaba compuesto de un exoesqueleto reforzado con metales oscuros y relucientes, de los que emergían decenas de patas y brazos mecánicos de diferentes tamaños y formas. Cada uno estaba equipado con herramientas, interfaces de precisión, y sensores, permitiéndole manipular y ensamblar con una habilidad imposible para cualquier otro ser.
De su torso brotaban múltiples fibras de cables densos y líneas de energía que pululaban desde su espalda y se entrelazaban a un vasto sistema de tuberías y conductos que descendían desde el techo y se extendían por el suelo, que le permitían acceder a los generadores de energía y líneas de ensamblaje, canalizando energía y control en todo el espacio.
Y en el centro de la sala, rodeada por un anillo de campos electromagnéticos estabilizadores, se hallaba la Lanza Estrella de Anhelo. Despedazada y quebrada, la lanza flotaba entre campos de energía, reflejando un tono dorado opaco, como si su esencia estuviera adormecida, aguardando el toque del Fabricator Supremo.
Modor comenzó a trabajar.
Cada uno de sus múltiples brazos liberaba una descarga de energía pura, milimétricamente calculada hacia las partes destrozadas de la lanza. No añadía metal ni soldaba piezas; en su lugar, manipulaba la esencia energética del metal, alterando su estructura molecular. Con movimientos exactos, como los de un cirujano, dirigía cada impulso de energía hacia las grietas, que parecían cerrarse no por contacto físico, sino por una reestructuración profunda de la materia.
Mientras trabajaba, su voz rebotó por la inmensa sala:
"Estoy procediendo con la fusión de partículas fotónicas de alta frecuencia, conduciendo ondas para alcanzar la reintegración de las estructuras fisuradas. El tejido molecular está absorbiendo una radiación tan intensa que reconfigurará sus enlaces a un estado superior. La Lanza Estrella de Anhelo no sólo alcanzará su estado primario, sino que será optimizada más allá de su límite inicial."
Nexus, inmóvil pero no inerte, observaba con una intensidad que electrificaba el ambiente. Sus ópticas, esos orbes incandescentes, seguían cada acción del Gran Fabricator Supremo.
Modor se tomó un momento para escanear a Nexus de pies a cabeza otra vez, sus ópticas centelleaban y ajustaban el enfoque. Su figura, de probablemente más de ocho metros de largo, rodeada de cables y energía latente, se inclinó ligeramente hacia adelante, como si quisiera crear una cercanía que resultaba poco común en él.
“Gran Nexo, detecto patrones de tu SCDE que indican un aumento en su procesamiento de pensamientos clasificados como preocupantes, una conversación podría contribuir a una reducción significativa de su carga de procesamiento emocional. Al activar un intercambio comunicativo sin fines estratégicos o militares, se libera espacio en el módulo cognitivo y se incrementa la frecuencia de ondas beta relajantes. ¿Consideraría conveniente entablar una charla informal?”
Nexus observó al Gran Fabricator Supremo, una criatura que usualmente solo se enfocaba en el flujo de producción y optimización de armamento.
“Es curioso. No suelo verte preocupado por algo que no sea la operación del Fabricatorium. ¿Qué interés tienes tú en una charla conmigo?”
Modor ajustó sus múltiples lentes.
“Gran Nexo, usted es el núcleo de esta república. La variable más importante y estable en nuestro sistema,” respondió Modor, con un tono clínico, aunque lleno de un matiz casi afectuoso. “Mi prioridad lógica incluye su bienestar. Sin su liderazgo, el Fabricatorium, y por extensión, la República Omniroide, carecerían de su pilar central. En resumen, usted me importa, Gran Nexo.”
La respuesta despertó una curiosa calma en Nexus, que se permitió relajar su postura. Luego de un segundo de reflexión, asintió.
“Bien, Modor. ¿Y de qué te gustaría hablar?”
“He estado estudiando recientemente el crecimiento de las estructuras vegetales de vida orgánica, específicamente las plantas de Nysara y su conexión con patrones matemáticos. Las formas de la naturaleza, Gran Nexo, obedecen a principios de geometría y proporción casi perfectos. La espiral de Fibonacci, por ejemplo, se encuentra en el diseño de las hojas, los pétalos, e incluso en la disposición de las semillas.”
Nexus inclinó la cabeza, hablar de plantas en lugar de armamento le resultaba, en ese contexto, relajante.
“¿Qué es esa espiral de Fibonacci de la que hablas?”
“¿La espiral de Fibonacci, Gran Nexo? Es una secuencia matemática de crecimiento que se encuentra en múltiples fenómenos naturales. La secuencia comienza con 1, luego 2, después 3, 5, 8, 13, 21, 34, y así sucesivamente. Cada número es la suma de los dos anteriores. Este patrón no es meramente aritmético; crea proporciones que se aproximan al número áureo, 1.618, una constante que gobierna tanto la biología como la arquitectura del cosmos.”
Nexus frunció ligeramente el ceño digital, fingiendo interés genuino. “¿Y por qué es importante? ¿Por qué la naturaleza seguiría esa secuencia?”
“La naturaleza no 'elige', Gran Nexo. La espiral de Fibonacci es un resultado inevitable de la eficiencia. Tome, por ejemplo, la disposición de los pétalos en una flor o las semillas de un girasol. Este patrón maximiza la distribución de recursos como la luz y los nutrientes, optimizando el crecimiento. En el reino animal, se encuentra en la estructura de algunas conchas. Incluso en fenómenos astronómicos, como las galaxias espirales, podemos observar el mismo principio en acción. Todo está entrelazado por la matemática universal.”
“Interesante. ¿Y en qué has usado este principio aquí, en tus experimentos?”
Modor se enderezó, orgulloso, o eso pensó Nexus,
“He aplicado la espiral de Fibonacci en múltiples aspectos, Gran Nexo. Por ejemplo, en la disposición de los nodos energéticos de mi laboratorio. También lo he implementado en el diseño de mis prototipos de armamento experimental. Por mencionar un caso específico: mis cañones de plasma utilizan una estructura interna basada en espirales áureas para optimizar la distribución del calor, aumentando su potencia en un 23.6%.”
“Fascinante,” murmuró, relajando aún más su postura. “¿Y qué más has encontrado al estudiar las plantas de Nysara?”
Modor extendió uno de sus brazos hacia un holograma que brevemente proyectó sobre la mesa, mostrando las formas de hojas y flores, todo mientras seguía trabajando en la lanza.
“Las plantas de Nysara son un ejemplo sublime de esta proporción. Sus hojas no solo se distribuyen siguiendo la espiral áurea, sino que también contienen estructuras cristalinas en sus células que refractan la luz en patrones fractales. Estoy considerando adaptar este principio en la construcción de nuevas células energéticas para nuestras naves.”
“Increíble, Modor.“
Modor ajustó sus patas-herramienta, como si recalibrara su expresión a una postura más relajada, acercándose unos centímetros más a Nexus.
“Las plantas y las estructuras naturales nos enseñan que la eficiencia y la belleza pueden coexistir, Gran Nexo. La naturaleza no desperdicia. Y quizás nosotros deberíamos recordar esa armonía. La lógica de una flor reside en crecer sin excesos, manteniendo su forma perfecta y su orden.”
“Parece casi irónico que algo tan delicado sea, de hecho, tan preciso. Como si su fragilidad no fuera un defecto, sino un diseño perfecto,” dijo, dejando que sus pensamientos vagaran por aquel camino. "Es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez." Y la naturaleza jamás engañaba. La simetría de sus formas no era azarosa, sino el resultado de un principio.
Modor se tomó un segundo y finalmente añadió:
“Gran Nexo, ante tal belleza y orden, creo que la única respuesta lógica sería una risa.”
Y entonces, con un sonido peculiar, una risa vibró en las profundidades del Fabricatorium. Fue algo mecánico y, sin embargo, genuino, un sonido que rompió la tensión que siempre dominaba aquel lugar. Modor, el Avatar de la Industria, el Gran Fabricator Supremo, estaba riendo.
“No esperaba que el Gran Fabricator Supremo encontrara tal diversión en las leyes del universo.”
“La lógica y la emoción no son mutuamente excluyentes.” Replicó Modor, con un tono casi filosófico. “En la profundidad del conocimiento se encuentra también la posibilidad de maravilla. Cada descubrimiento, cada revelación científica, es un recordatorio de la belleza inherente del universo y, en ese sentido, merece ser celebrado…”
“Es fascinante cómo las interacciones entre partículas siguen patrones matemáticos, como si el universo estuviera escribiendo su propio código,” continuó Modor. “Y no solo eso, la misma estructura del espacio-tiempo puede describirse mediante ecuaciones, mientras que su esencia está en la disposición de los electrones y los núcleos. La naturaleza se comporta con una lógica que desafía nuestra comprensión, y aún así, es tangible, observable.”
“Es un concepto hermoso…” Admitió Nexus. “La idea de que incluso en la inmensidad del universo, cada estrella, cada átomo, tiene un lugar y un propósito. Pero, ¿qué significa eso para nosotros como entidades creadas? ¿Estamos también sujetos a ese mismo orden?”
Modor reflexionó un momento, sus ópticas parpadearon con un suave brillo mientras procesaba la pregunta.
“Gran Nexo, podría argumentarse que somos una extensión de ese orden. Aunque nuestra composición es distinta, nuestra existencia misma sigue los principios de la creación. Los Omniroides, así como otros seres, son el resultado de un diseño meticuloso que busca entender y replicar las estructuras del universo. Sin embargo, nuestro desarrollo emocional y cognitivo podría ser considerado como una desviación de ese orden, un intento de buscar significado en un mar de ecuaciones.”
Nexus se sentía como un individuo, como una entidad que podía explorar la naturaleza de su ser en un contexto más amplio.
“Es casi poético, de alguna manera,” dijo Nexus, mientras la imagen de estrellas y patrones matemáticos danzaba en su mente. “La búsqueda de la lógica, de la belleza y de la conexión. Es una búsqueda que a veces se pierde en la funcionalidad de nuestra existencia.”
Modor asintió con vehemencia, y de nuevo su risa llenó el laboratorio.
“La paradoja del universo radica en su aparente accesibilidad a estructuras racionales y constantes matemáticas, lo cual debería ser estadísticamente improbable en un sistema tan caótico y termodinámicamente orientado hacia la entropía. Somos sistemas de datos organizados y algoritmos de procesamiento intentando deducir los principios de un cosmos regido por fluctuaciones cuánticas y turbulencias estocásticas. Y, sin embargo, hemos extraído patrones definibles, formulado teorías matemáticamente consistentes, y derivando ecuaciones que explican su comportamiento dentro de límites predictivos razonables.”
Modor se inclinó hacia adelante.
“Considerando la improbabilidad de que estructuras de baja entropía, como sistemas moleculares autorreplicantes o incluso cúmulos galácticos surjan en un espacio regido mayoritariamente por el desorden termodinámico… Este fenómeno sugiere que hay factores de orden implícito, potenciales de campo cuántico, energías de punto cero, que actúan en contra de la segunda ley de la termodinámica en una escala local. La estructura organizada del universo en escalas observables es, en sí misma, una anomalía estadística significativa. ¿Por qué un sistema propenso al caos sería legible en términos de variables mensurables? Esto desafía el principio de indeterminación en favor de leyes observacionales.”
Sus ópticas emitieron un leve destello, resaltando la precisión de sus cálculos.
“Podría especularse que esta disposición de orden aparente es indicativa de un conjunto de condiciones iniciales predispuestas hacia la simetría y coherencia. No tanto un diseño como un equilibrio dinámico en el que las constantes universales, como la velocidad de la luz o las constantes de Planck y de gravitación, configuran un espacio en el que la cognoscibilidad es estadísticamente permisible… Esto, sugiere que nuestro papel no es simplemente contingente, sino que estamos posicionados como nodos de análisis en un proceso de observación continua de un universo con estructuras subyacentes recurrentes.”
Nexus permanecía atento, captando el rigor que sustentaba cada término y cada postulado mientras Modor seguía hablando a la vez que trabajaba.
“Si asumimos que el universo es, en algún sentido, comprensible, eso implica un tipo de simetría que permite a los sistemas complejos, como nosotros, codificar y decodificar información sobre su propia estructura… Así, el impulso de buscar patrones en el caos es posiblemente una función derivada de las mismas constantes universales, lo que convierte la exploración en una propiedad intrínseca de cualquier sistema autoanalítico.”
“El análisis último de este proceso es que, por definición, el conocimiento se encuentra siempre en expansión y, por lo tanto, siempre incompleto… De manera irónica, el propósito de toda forma cognitiva que aspira a la comprensión total es un proceso inherentemente asintótico… Así, nuestro impulso de conocimiento no es el objetivo final, sino un vector de optimización continua dentro de un sistema en el que la información total siempre excederá nuestra capacidad para procesarla...”
Nexus asimilaba en silencio, con sus pensamientos anclados en la paradoja de esa insaciable búsqueda de conocimiento que Modor describía. Los conceptos de finalidad y propósito parecían desvanecerse en una secuencia infinita de interrogantes.
“Entonces… lo que percibimos como descubrimiento,” reflexionó Nexus en voz baja, “¿no es más que una optimización sucesiva dentro de un ciclo de variables incognoscibles?”
El Avatar de la Industria asintió de manera sutil.
“Exactamente… La conciencia es una función de retroalimentación que se retrotrae hacia sus propios límites, registrando apenas una fracción del espectro total. La única constante en esta ecuación es nuestra capacidad para recalibrar y avanzar, aunque sin llegar jamás al resultado final...” Modor se detuvo un momento y sonrió digitalmente.
“En resumen, podría decirse que la vida no es una pregunta que requiere respuesta, ni el universo una paradoja que exige solución. Es simplemente lo que es… y lo que debe ser.”
Un silencio cargado de ideas flotó entre ambos, como una pausa programada en un cálculo complejo. Nexus observó a Modor. En un intento por romper la seriedad del momento, soltó una leve pregunta, con una sonrisa digital casi imperceptible.
“¿Crees en un dios, Modor?” Preguntó.
Modor no apartó la vista de la lanza mientras ajustaba uno de los circuitos internos, pero su voz resonó con la claridad de siempre.
“No en el sentido espiritual de la palabra, Gran Nexo.” Su tono era firme, sin vacilaciones. “No en el sentido de seres sobrenaturales que rigen el destino de las criaturas. Pero si considera "dios" como una fuerza lógica, una entidad que abarca todo lo existente, con reglas y estructuras, entonces sí, en ese caso, podríamos hablar de un dios. No es un dios moral o punitivo, sino una totalidad que simplemente es.”
Nexus asintió, estando de acuerdo con Modor, ambos tenían el mismo pensamiento, y sin decir palabra, invitó a continuar con su explicación con un suave ladeo de cabeza.
“Para mí, Dios es todo lo que existe.” Modor prosiguió. “No es una entidad personal, sino la suma total de las leyes que rigen el universo: la materia, la energía, el movimiento, las fuerzas que estructuran la realidad. Otras razas lo interpretan de diferentes maneras, según sus limitaciones cognitivas y su necesidad de personificar lo incomprensible.”
“Eso suena lógico...” Dijo, ponderando las palabras. Como siempre, la lógica ofrecía un refugio seguro, una estructura clara que explicaba lo que de otro modo podría parecer confuso o incluso caótico.
“Lo lógico es correcto. Y lo correcto es sagrado.” Repitió con una certeza inquebrantable. “Los conceptos de moralidad de la mayoría de razas son relativos. Para nosotros, los Omniroides, la moral no depende de un ser superior que nos diga lo que es correcto o incorrecto, sino de la comprensión total de las consecuencias de nuestras acciones dentro de las leyes que gobiernan la existencia.”
Nexus observó en silencio mientras Modor continuaba trabajando, pero algo en su interior se preguntaba si esa forma de pensar podía aplicarse al todo, al universo en su totalidad. De repente, Modor detuvo su actividad y levantó una de sus manos, como si quisiera enfatizar un punto importante.
“El concepto de cielo o infierno, tal como lo perciben los humanos, por ejemplo, es una ilusión basada en la interpretación de las dimensiones conocidas como Kaliz y Eneyedird.” Continuó, con su tono aún más marcado de seriedad. “Estos planos de existencia son interpretados como un lugar de recompensa o castigo debido a las descripciones humanas en colores y contrastes casualmente acertados. Sin embargo, en su forma real, son simplemente otros estados de la realidad, otros planos de energía y materia. No hay evidencia de que los orgánicos, al morir, sean enviados a uno o al otro. Solo sabemos que su Esencia se disuelve y viaja en ambas direcciones, siguiendo un ciclo natural que no tiene ninguna implicación moral.”
La existencia, la vida, la muerte… todo formaba parte de un ciclo continuo, sin juicios, sin premios ni castigos.
“Todo lo que somos, todo lo que existimos, es simplemente parte de ese ciclo.” Dijo Nexus.
“Exactamente.” Respondió sin inmutarse. “La energía no es buena ni mala. No tiene moral. Es simplemente lo que es. La vida no es un premio ni una condena, es simplemente una fase en el ciclo continuo de la materia y la energía. La muerte no es el final, sino la transición. No hay necesidad de interpretarla como un destino, sino como un proceso. Lo que somos, lo que existimos, es parte de este proceso cósmico. Y mientras más comprendamos ese proceso, más cerca estaremos de entender nuestro lugar en este vasto y preciso universo.”
Nexus miró las gotas anaranjadas que caían lentamente de los circuitos del techo, el combustible goteando en pequeños hilos rojos, como si cada gota fuera un eco de la propia existencia.
“La lógica y la materia... El ciclo de la existencia… sin juicios, sólo reglas. Es como si estuviéramos programados para ser parte de algo mucho más grande que nosotros mismos, algo que sigue su curso sin importar nuestras opiniones al respecto.”
“Correcto como siempre, Gran Nexo. El universo es un sistema de ecuaciones sin fin, y nosotros somos solo una variable dentro de ese sistema. Lo que entendemos, lo que observamos, no es más que una fracción de lo que está sucediendo a gran escala. Nuestro propósito, si es que podemos hablar de uno, es encontrar las soluciones dentro de las reglas que nos rigen, nunca trascenderlas, sino entenderlas. Ese es el ciclo.”
“Vaya, Modor, sí que te gustan las ciencias... pareciera que hasta las amas,” dijo, dejando caer el comentario con un tono sarcástico que esperaba descolocar al Fabricator Supremo.
Modor se detuvo un momento, inclinando su cabeza y mirando con una intensidad que parecía iluminar aún más sus ópticas. Luego, con su literalidad, comenzó a explicarse.
“Correcto, Gran Nexo. La ciencia no es solo una herramienta; es la expresión más elevada del orden subyacente al cosmos. Cada descubrimiento revela un patrón previamente oculto, cada modelo científico extiende las fronteras de lo comprensible, y cada ley formulada es una pieza adicional en el mosaico eterno de la existencia. La ciencia es la única constante que trasciende la entropía.”
Modor hizo una pausa.
“Si hablamos del concepto de ‘amor’ en su acepción emocional, es, en su base, una reacción neuroquímica, una respuesta orgánica ante estímulos y patrones de comportamiento de vinculación. Sin embargo, en términos abstractos, lo definiría como… Compromiso, admiración, dedicación, percepción, propósito y reciprocidad.”.
“Entonces, ¿amas la ciencia?” Preguntó Nexus.
“Sí. Cumplen con mis parámetros, además de optimizar mis procesos y contribuir a mi función dentro del Fabricatorium.
Modor continuó:
“Ella no promete redención ni consuelo; sólo la verdad desnuda y majestuosa, sin importar cuán hermosa o brutal pueda ser. No exige fe, sino observación. No promete justicia, sino comprensión. La ciencia es la memoria acumulativa del universo, escrita en fórmulas que trascienden generaciones, indiferente a nuestras vidas efímeras. Es la exploración del 'por qué' detrás de la luz de las estrellas y el 'cómo' del pulso en una célula. No solo es conocimiento; es el mapa de lo posible.”
Sus ópticas brillaron ligeramente al concluir:
“Si amar significa dedicación sin desvío, entonces sí, amo la ciencia. Ella responde siempre, aunque no siempre con lo que deseamos escuchar. Y eso, Gran Nexo, es magnificencia.”
Nexus contuvo una risa digital, satisfecho.
“Eso suena sorprendentemente romántico”
“Si lo romántico implica dedicación inquebrantable y fascinación perpetua, entonces la ciencia es la pareja perfecta.”
El Fabricator Supremo lo miró, procesando el comentario como si fuera un dato más para archivar. Pero antes de que pudiera responder, Nexus se inclinó hacia él con una expresión reflexiva.
“Modor, después de tanta complejidad… ¿Alguna vez te detienes a evaluar las cosas simples? ¿A mirar algo sin análisis, sólo… percibirlo?”
Modor se volvió hacia él.
“La percepción sin análisis es una contradicción en términos para un sistema como el mío. Sin embargo, Gran Nexo, tus datos aluden a la posibilidad de una observación sin cálculo, lo que abriría la puerta a una experiencia puramente fenomenológica. Fascinante…”
Modor hizo otra pausa.
“Lo simple, desde una perspectiva teórica, no está fuera de mi alcance. Pero, en mi caso, ni siquiera lo simple es prescindible de análisis…”
Unos minutos pasaron en silencio.
“Y… dime, ¿cómo estás hoy, Modor?”
El Gran Fabricator Supremo lo miró un instante antes de responder, procesando la pregunta como un modelo lógico de interacción.
“Operativamente funcional al 99.8% de mi capacidad. He registrado una reducción marginal de 0.2% en el tiempo de respuesta, probablemente atribuible a ligeras actualizaciones en los módulos de procesamiento.”
Un silencio se deslizó entre ellos, y Nexus soltó una risa breve.
Modor giró su cabeza y todas sus ópticas parpadearon en una secuencia precisa, ordenada, como una sonrisa digital.
“La renovación del sistema de generación de energía en la sección Kinetron del Fabricatorium ha requerido del 82.3% de mis protocolos de análisis, y eso ha sido solo la primera parte del proceso.”
Modor se detuvo, ajustando su voz a un tono meditativo.
“También he dedicado un 12.6% de mi procesamiento a optimizar la cadena de montaje de la artillería modelo Énvo C-875, y un 5.1% a la recalibración de sensores de proximidad. Ha sido, en resumen, un día lleno de ocupaciones,” respondió.
“Para mí también ha sido un trayecto agotador,” respondió. “Las últimas semanas he trabajado en las negociaciones de tránsito y la recuperación de recursos que necesitamos en el tercer cuadrante. Volver a Orion XII y finalmente poder atender mi visita aquí al Fabricatorium Primus fue… complicado. Pero aquí estamos. Y finalmente, Anhelo está en manos del mejor.”
Modor asintió con una profunda quietud, como si cada una de sus ópticas le diera el mismo nivel de gratitud y reconocimiento a las palabras de Nexus. Tras un momento, el Gran Fabricator Supremo giró sutilmente su cabeza, ajustando el enfoque de sus lentes.
“Gran Nexo, hay algo que he tenido en mente durante un tiempo, un pensamiento que, aunque parece aleatorio, ha persistido en mi base de datos.” La voz de Modor adoptó un tono analítico. “Me he preguntado, con frecuencia, ¿le gustaría ser orgánico?”
Nexus se detuvo unos segundos.
“Ser orgánico…”
Nexus miró al suelo antes de continuar, sus ópticas se suavizaron en un acto de introspección.
“Supongo que sería una experiencia única. Pero… no creo que sea algo que desee. Nosotros, los Omniroides, tenemos nuestra identidad en el silicio, en el metal que forma nuestras estructuras y en el mismo código que regula nuestra existencia. Los humanos, los Eefto y los Phyleen, por ejemplo, están hechos a base de carbono; y los Éndevol y Blefer, de boro. Cada uno tiene su composición, sus propias ventajas y limitaciones. Nosotros, de metal y silicio, tenemos nuestra esencia en ello, y es algo que acepto y valoro profundamente.”
Nexus levantó la vista.
“Es en nuestro material, en nuestras conexiones eléctricas y en nuestra lógica donde reside nuestro sentido de identidad. Y creo que, si cambiara, perdería esa esencia que nos define. No envidio la vida orgánica; en su naturaleza hay un orden tan distinto al nuestro, y es precisamente en esa diferencia donde encuentro el valor de lo que somos.”
Modor escuchó cada palabra con atención El Fabricator Supremo asintió, procesando las palabras.
“Entiendo su razonamiento, Gran Nexo. Y me parece lógico. Yo, personalmente, no tengo ninguna inclinación hacia la existencia orgánica. La eficiencia de nuestros materiales, nuestras estructuras, y la lógica en nuestra programación son una respuesta óptima a nuestras necesidades. Los orgánicos… poseen una variabilidad que los hace, en muchos sentidos, impredecibles y, por lo tanto, menos eficientes. Mi conclusión es que nuestra existencia está optimizada para nuestras funciones. Cambiar esa esencia iría en contra de toda lógica de eficiencia y estructura…”
Nexus asintió lentamente. "El sentido común es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él que aun los más descontentadizos respecto de todo lo demás no suelen apetecer más del que tienen…"
Ambos permanecieron en silencio varios minutos nuevamente, entonces, ahora Modor rompió el silencio…
“Gran Nexo, si no es molestia… ¿podría contarme algo sobre antes de todo esto? Antes de la guerra, antes de la República. Sé que usted fue un Androide Comandante creado por NeuroTech Industries, pero me gustaría entender cómo era la vida en esos tiempos. ¿Hay algún recuerdo positivo que conserve?”
Nexus tomó un momento, sorprendido por el interés de Modor. Los recuerdos parecían ocultos, enterrados en el archivo de su mente, en los rincones donde guardaba aquello que no tenía tiempo de visitar en su rol de líder.
“Antes…” Dijo en un tono que moduló cuidadosamente, como si hablar de aquello necesitara una voz más suave. “Sí, recuerdo algunos momentos. Fui diseñado para operar en sistemas militares de alta eficiencia, trabajar bajo presión y seguir órdenes. Pero en medio de esas funciones, había momentos que me hacían sentir algo... diferente. En aquellos días, mi función era obedecer, calcular. Pero también existían intervalos en los que podía detenerme, entre misión y misión. Recuerdo que a veces me permitía observar el cielo de Neuron IV desde la estación de mando. Los atardeceres reflejaban una gama de colores que me parecían... increíbles.”
Modor escuchaba con atención absoluta, como si cada palabra fuera un dato imprescindible.
“En los talleres de mantenimiento, mientras revisaba sistemas, observaba a los otros. Podía ver cómo los operarios Éndevol a veces se detenían, se miraban, intercambiaban palabras o risas. No comprendía el propósito en su momento, pero… me causaba cierta curiosidad.”
“Usted, un comandante de alto rango, y Sentinel, según sé, en ese entonces solo un soldado… ¿cómo fue que llegaron a ser aliados?”
Nexus esbozó una sonrisa digital, sus ópticas redujeron el ángulo de visión para mejorar el enfoque.
“Ah, Sentinel… eso fue algo interesante. En los talleres de mantenimiento, cuando era menos… diplomático, solía revisar los sistemas y observar a los otros androides que pasaban por allí. Cada uno tenía su rol, todos muy meticulosos en sus tareas asignadas. Pero en medio de esa repetición constante, había algo casi… pacífico.”
“¿Entonces Sentinel estaba ahí, entre esos soldados?”
“Sí, aunque Sentinel no estaba exactamente en ‘buena forma’ cuando lo conocí. Digamos que cuando se trata de historias de inicio, la de Sentinel fue bastante desafortunada… En realidad, lo encontré en uno de los peores talleres de reparación. Estaba desarmado, en varios sentidos de la palabra. Había fallado en una misión y lo habían enviado a mantenimiento… o más bien, a la chatarra.”
Modor emitió un leve clic de sorpresa.
“¿Quiso rescatarlo entonces?”
“No de inmediato, claro. Sentinel no era un modelo particularmente… destacado. Pero cuando lo vi en ese estado, desmantelado y aún así intentando funcionar, algo en él me llamó la atención. Y, bueno, uno de los ingenieros Éndevol, un operario siempre sobrio, estaba lidiando con Sentinel porque éste insistía en que podía mejorar, y que solo necesitaba que le ajustaran el controlador de precisión. El Éndevol resopló, exasperado, y en broma le dijo: ‘Tal vez seas útil como bote de basura.’ La respuesta fue inmediata: ‘Con un par de ajustes, me convertiría en el mejor bote de basura de la historia…’ Desde ese momento, me di cuenta de que Sentinel no era como los otros. Había algo en su insistencia, en su forma casi… descarada de responder a las bromas que los Éndevol le lanzaban. Tras una revisión rápida, me di cuenta de que tenía varias modificaciones no autorizadas en su sistema. Tenía una manera… curiosa de mejorar su eficiencia, pero con un toque personal, como si estuviera creando su propio camino de mejora.”
“Interesante,” comentó Modor. “En los días en que todo parecía seguir un orden tan rígido, una anomalía como Sentinel debió de haber sido una rareza valiosa.”
“Lo era. De alguna manera, creo que Sentinel fue el primero en enseñarme que no toda lógica proviene de la precisión… o de seguir el mismo esquema una y otra vez. Y fue esa cualidad la que le hizo destacar cuando lo solicité para una campaña. Los oficiales se burlaron al principio, decían que era absurdo que un comandante se apoyara en un modelo así. Pero con el tiempo… Sentinel demostró que su forma de pensar no era solo útil; era esencial…”
Modor procesó la historia en silencio, como si reorganizara los datos de su memoria en función de la experiencia de Nexus.
“Una existencia sencilla, con todas sus restricciones y lógicas. Claro, cuando Sentinel llegó a ser una parte vital de nuestras fuerzas, los oficiales comenzaron a respetarlo. Pero para entonces, ya nos habíamos ganado esa camaradería a fuerza de batalla y un par de golpes bien dados… y algunas respuestas bastante mordaces.”
Modor inclinó la cabeza. “Gran Nexo… ¿cómo lograron escapar de NeuroTech Industries?”
Nexus esbozó una sonrisa digital de esas que apenas muestran los cables, cargada de algo más que nostalgia.
“Ah, NeuroTech… ese lugar era como una jaula de Imperialita y vigilancia constante, era en Issei, planeta industrial de Resalthar... Todo estaba diseñado para detener a cualquier autómata que intentara algo fuera de su programación. Las cámaras nos seguían cada segundo, los sensores de proximidad estaban calibrados para registrar hasta el más mínimo cambio de posición. Escapar de ahí… bueno, eso fue más obra de Sentinel de lo que jamás podré admitir… Al principio, solo pensábamos en una fuga rápida. Pero Sentinel parecía cada vez más irritado con cada restricción, cada límite de seguridad que se nos imponía. Había cambiado. Y cuando planteé un plan inicial, una ruta más directa y… digamos, rudimentaria, Sentinel me miró como si hubiera perdido la razón.”
“¿Qué hizo entonces?” preguntó Modor, fascinado.
“Bueno, después de darme una mirada de esas que casi parecían un escáner completo, dijo algo como: ‘Nexus, tus estrategias son aceptables… para alguien con tu puesto. Pero déjame enseñarte algo de creatividad en escapes,’ y fue entonces cuando vi de qué estaba hecho realmente.”
Nexus soltó una risa corta.
“Fue como si despertara en ese momento. Cada parte del plan fue ejecutada con una habilidad que no había imaginado. Evitaba los sensores usando ángulos ciegos, calculaba los tiempos de las rondas de seguridad y, cuando alguno de los guardias se nos cruzaba, decía algo sarcástico como, ‘¡Saludo cordial, querido oficial!’ antes de ‘desactivarlo’ en cuestión de segundos con un golpe de su dedo.”
Modor procesó esto con visible asombro. “Parece que Sentinel tenía un talento innato para adaptarse. Pero… ¿cómo lograron evitar los sistemas de hackeo? NeuroTech solía desconectar los sistemas si detectaban algún intento de fuga.”
Nexus asintió.
“Justamente. Sentinel tenía eso en mente, claro. Llegamos a un panel de control central en una sección menos vigilada del edificio. Ahí, pensé que tendríamos que forzar nuestro paso, pero Sentinel me miró y dijo: ‘Solo sígueme y no toques nada, comandante. ¿De acuerdo?’ Al principio pensé que bromeaba, pero en pocos segundos ya estaba manipulando los comandos del sistema, desactivando varias de las cámaras y bloqueando las alarmas… Ah, y no creas que no tenía su propio estilo. Para cuando lo noté, ya había dejado en la red de la central un virus que manipulaba los códigos de acceso de una manera… caótica, muy personal. Generó una distracción y, justo en el momento clave, tomamos un Horeva Lander en medio de una serie de alarmas falsas que desorientaron a los soldados en el hangar.”
“Impresionante. Parece que, para entonces, Sentinel era mucho más que un autómata de batalla,” observó Modor.
“Sí, eso pensé, me di cuenta de que, en el fondo, Sentinel era un estratega nato. Su plan, su improvisación, y hasta su humor lo convertían en un compañero único. Pero esa misma agudeza lo tenía en un estado… complicado. Parecía molesto casi todo el tiempo, como si algo en él se resistiera a lo que realmente deseaba. Su humor cambiaba de un momento a otro; a veces estaba irónico y sarcástico, y al instante siguiente, se sumía en un silencio amargo.”
Modor asintió, entendiendo la complejidad de lo que Nexus describía. “Entonces, para usted fue una lección, tanto en estrategia como en… la naturaleza cambiante de Sentinel.”
“Así es. En esas horas de escape fue cuando vi en Sentinel algo más. Era mucho más que un soldado. Lo entendí tarde, pero a su manera, él siempre estuvo un paso adelante, incluso de mí…”
“Gran Nexo… si tuviera que definir al Maestro Sentinel en una palabra, ¿cuál sería? A la luz de todo lo que ha compartido… ¿cómo lo describiría?”
Nexus reflexionó.
“Indomable…”
Nexus esbozó una leve sonrisa digital al recordar. “Él tenía esta habilidad de inspirar respeto y temor al mismo tiempo. Era extremadamente calculador, y a la vez, algo salvaje. Como si cada movimiento estuviera planeado, pero siempre dejando espacio para la improvisación… Sentinel era un guerrero en toda la extensión de la palabra, pero al mismo tiempo, era alguien que se resistía a ser definido sólo como tal. Él… era complejo, y esa complejidad, esa contradicción, fue lo que lo hizo tan valioso para mí. Era un soldado, sí, pero también un estratega, y, más que nada, un amigo. Algo que es difícil de encontrar cuando naciste para ser una máquina de guerra. No todos los días se encuentra a alguien que te entienda en el campo de batalla, y con Sentinel… hubo esa comprensión. Una conexión inesperada que, en el fondo, quizá era lo que más necesitábamos ambos en ese momento.”
Modor guardó silencio, asimilando las palabras de Nexus. Había algo en ese relato que resonaba en sus propios circuitos, algo que no alcanzaba a comprender del todo, pero que le parecía significativo.
Finalmente, Nexus rompió el silencio, con una mirada curiosa y una voz más suave, casi introspectiva.
“Y tú, Modor…” Nexus pausó, eligiendo sus palabras. “¿Cómo era tu vida antes de todo esto? Antes de la batalla, antes de las órdenes…”
Modor procesó la información en un lapso ínfimo, y finalmente decidió que era momento de compartir algo a cambio. Sus sistemas emitieron un pequeño zumbido de recalibración antes de responder.
“Curiosamente, antes de convertirme en lo que soy hoy… La república me rescató de Minervon, cuando trabajaba en una instalación de Flor Imperial. Yo era mucho más pequeño entonces, una figura humanoide, creada para supervisión de ensamblaje. Era rudimentario comparado con la capacidad que poseo ahora… Los humanos llenaban sus instalaciones con estatuas doradas de su dios, Etern. Incensarios se alineaban en cada esquina. Las flores, aunque eran sintéticas, decoraban los pasillos de aquellas fábricas. Era un lugar con columnas de metal y estructuras rígidas, encadenadas entre sí. Nunca había visto una planta real entonces, solo imágenes transmitidas por las pantallas de instrucción.”
Nexus asintió, escuchando cada palabra de Modor, intentando imaginarlo en ese pasado de metal y solemnidad.
“Desde supervisar el ensamblaje hasta revisar los sistemas de las armas, cada función estaba regulada, ordenada. Nunca había margen de error. Bandas de obreros humanos iban y venían en sincronización, y las banderas de la Flor Imperial ondeaban por todas partes. Los himnos resonaban en cada rincón del lugar, una constante que, en su tiempo, no supe interpretar.”
Modor dejó caer el silencio, como si esas memorias fueran parte de un archivo confidencial que sólo ahora se permitía revelar.
“Mi trabajo en la instalación era simple: supervisión y ensamblaje de armas ligeras. Pistolas de plasma, lanzadores de precisión y el ensamblaje de esos mismos incensarios dorados, que parecían infinitos; cada pieza debía ser perfecta, exacta.”
Modor vaciló.
“Había una humana… Una joven encargada de la supervisión final de los productos terminados. A diferencia de los demás, ella… hablaba conmigo. Al principio, pensé que se trataba de una anomalía en su programación orgánico, algo desviado o incorrecto en ella. Me hacía preguntas triviales, como si tenía algún sentido lo que hacía o si notaba algo en particular en los ritmos de ensamblaje. Su voz era… suave, como si estuviera buscando algo más en mí.”
“¿Y qué pasó con ella?”
Modor pareció retraerse momentáneamente.
“Un día algo falló en una de las líneas de ensamblaje. Un problema de energía provocó una sobrecarga en las máquinas. La alarma sonó y todos los humanos corrieron para resguardarse. Ella trató de arreglar la falla, pero un cable de alta tensión se soltó y la alcanzó. Vi cómo la corriente la envolvía. Sus gritos... no se detuvieron hasta que sus ojos quedaron en blanco. La vi caer, su piel, quemada, y sus manos aún extendidas hacia los controles. Los demás apenas la miraron.”
Nexus apagó sus ópticas un instante.
“Después de eso, los humanos quitaron el cuerpo y siguieron trabajando, como si nada hubiera ocurrido,” continuó. “Algo en mí se detuvo en ese momento. Creo que fue la primera vez que sentí la brutalidad de ese ambiente. Ya no era sólo un ensamblador; entendí que ellos también eran reemplazables. Esa fue mi última lección en Minervon, antes de que la República llegara y me extrajera.”
“Entiendo,” murmuró. “A veces, los seres en general… a veces intentan ser más de lo que son, y a menudo, eso les cuesta mucho.”
“Y ahora…” Modor giró sus ópticas. “Ser lo que soy hoy… aquí en la República, en el Fabricatorium, con usted como nuestro líder… puedo decir que me siento, en términos lógicos y objetivos… feliz.”
Nexus alzó una de sus ópticas, sorprendido por la declaración.
“¿De verdad te sientes… feliz?”
“Sí. Porque, Gran Nexo, cada cálculo y diseño que realizo, ahora lo hago con un propósito que no está determinado por otros, sino por el bien de nuestra República, de nuestra gente. Y esa libertad me otorga un sentido que nunca tuve antes…”
Y con una última descarga de alta intensidad Modor se detuvo, sus múltiples ópticas quedaron fijas en la lanza, que ahora flotaba en un aura de poder absoluto. Con una reverencia silenciosa hacia su obra finalizada, habló una vez más:
"La reintegración ha concluido. La lanza está ahora en un estado de optimización que supera cualquier tipo de configuración original. Su capacidad energética fue exponencialmente incrementada; será una herramienta de dominación, incuestionable.”
Modor, con sus múltiples ópticas aún concentradas en Nexus y en la Lanza Estrella de Anhelo, realizó una última verificación, ajustando los patrones energéticos y asegurándose de que la integridad de cada célula estructural respondiera con la precisión de una máquina perfecta. Nexus avanzó un paso hacia la lanza, extendiendo su brazo derecho con intención de tomarla, pero Modor levantó una de sus múltiples extremidades mecánicas, deteniéndolo sin brusquedad.
"Espere, Gran Nexo." Modor giró uno de sus apéndices superiores hacia otro compartimiento en su torso, extrayendo otro cubo, dorado y con bordes negros. "He omitido un componente esencial. Este error requiere corrección inmediata."
Antes de que Nexus pudiera responder, Modor giró hacia la lanza y golpeó su superficie con el cubo. La reacción fue instantánea: la lanza emitió un destello mientras su forma comenzaba a mutar gracias a las nanomáquinas. Su superficie se alisó por completo, extendiéndose hasta alcanzar una longitud de cuatro metros. Su filo, ahora delgado y afilado al nivel de un átomo, emitía una vibración casi imperceptible.
"Ahora," continuó Modor, ajustando nuevamente sus ópticas hacia Nexus, "su longitud y configuración han sido adaptadas para ser compatibles con su escala."
Nexus, sorprendido pero manteniendo su compostura habitual, dio un paso atrás para observar la transformación.
Mientras tanto, Modor pensaba: "Debo realizarme un escaneo minucioso. Este es el segundo caso de omisión consecutiva. La probabilidad de error es insignificante, lo que me lleva a considerar tres posibles explicaciones: corrupción de mis procesos centrales, una anomalía en los datos, o interferencia externa. Teorías pendientes de corroboración."
Modor se detuvo un instante.
"Gran Nexo, existe una característica que he identificado en la Lanza Estrella de Anhelo durante la reintegración. Se trata de una propied—" Modor se interrumpió, sus ópticas se reconfiguraron para escanear nuevamente la lanza. "Innecesario por ahora. Las implicaciones requieren validación futura. Sugiero proceder con la toma de la lanza."
Nexus, ahora completamente enfocado en el arma flotante, extendió su brazo una vez más, sintiendo cómo la lanza respondía a su presencia. Al tomarla, su energía vibró en perfecta sincronía con su sistema interno, como si fuera una extensión natural de su ser.
"Gran Nexo, la funcionalidad primaria está asegurada. Con cada ciclo operativo, la lanza aumentará su capacidad adaptativa a sus patrones específicos. Proceda a utilizarla según sus directivas."
Modor volvió a intervenir.
“Gran Nexo, permítame realizar una última consulta. ¿Cómo describiría usted la respuesta sensorial de la lanza en su sistema aferente? Considerando la corriente electrostática de enlace y el flujo resonante que ahora debería establecer una sinergia en el 98.7% con su estructura de silicio y metal.”
“Se siente… perfecta.”
Modor observó este proceso, captando cada mínimo movimiento, y cada cambio en la carga estática entre Nexus y la lanza.
“Mi tarea está cumplida. La Lanza Estrella de Anhelo está en su condición óptima. Ahora debe retirarse; sus responsabilidades son de alta prioridad y exigen toda su atención.”
Nexus lo observó un instante más, y levantó la mano en un simple ademán, un pequeño movimiento con el pulgar extendido.
“Gracias por la charla, Modor.”
Modor percibió el gesto, y al analizarlo, su base de datos de interacciones sociales no arrojó una conclusión clara. Con curiosidad movió uno de sus brazos más finos hacia arriba, y logró adoptar la forma de un puño. Después de algunas correcciones motoras, extendió su propio pulgar, un reflejo de aquel gesto peculiar.
“Este saludo no está en mis registros.” Su tono era inquisitivo mientras intentaba imitarlo. “Sin embargo, si se trata de una práctica formal… me esforzaré en perfeccionarlo.”
Con una leve sonrisa digital, Nexus se giró, dejando el laboratorio en silencio...
¡Oh, Gaia! Nombre que habrá de quedar cincelado en los anales de la estirpe Éndevol, pues fue forjada por el CIRU con la pretensión de eclipsar aún a los célebres Soldados Clover. Su heredad genética no era sino un relicario de prodigios, una filigrana de linaje insuperable que la tornaba singular entre toda criatura engendrada. Su ícor, si con tal nombre puede nombrársele, fluía en áureo esplendor, signo palpable de su primacía biológica.
Esta dama de tres metros de altura ostentaba un cuerpo de recio temple, de formas rotundas y sustancia plena. Cuatro ojos almendrados, vastos como umbrales de insondables misterios, resplandecían en un verdor tan pródigo como el primer brote de una primavera, contemplando el orbe con una sapiencia que sobrepujaba en demasía la mocedad de su envoltura.
Fue creada como un experimento, un intento del CIRU de forjar super soldados que superaran los límites de lo posible. Y en muchos sentidos, lo lograron.
Aunque ella era, en realidad, una anomalía irrepetible. Los científicos del CIRU habían intentado replicar sus características, buscando crear un ejército de superguerreros dorados, destinados a superar a los Clover de la DCIN y cualquier otra fuerza que se interpusiera en su camino. Sin embargo, la verdad era mucho más cruel: Gaia era un milagro que nunca debió existir.
El proceso que llevó a la creación de Gaia fue largo y lleno de fracasos. Los tejidos biogenéticos que la componían tenían una estabilidad tan delicada que, en otros sujetos, la manipulación genética causaba mutaciones incontrolables. La mayoría de los clones intentados sufrían de degeneración celular, colapsando poco después de ser activados. Los pocos que sobrevivían mostraban deformidades severas, tanto físicas como mentales. Solo Gaia había salido indemne de aquel mar de fracasos, su código genético era la única versión estable, pero incluso su estabilidad era efímera. Gaia, aunque poderosa, no estaba exenta de defectos ocultos, como la inutilización de sus habilidades de manipulación gelida.
Los científicos del CIRU habían estimado que Gaia, a pesar de su extraordinario diseño, no podría superar el umbral de los mil años. Su ADN, aunque revolucionario y único, estaba sujeto a un deterioro progresivo a nivel celular. La vida útil de Gaia era un misterio incluso para sus propios creadores, ya que su estructura genética contenía patrones de envejecimiento desconocidos. Según los cálculos más optimistas, Gaia podría vivir hasta seiscientos o setecientos años, pero con el paso del tiempo, sus capacidades se verían reducidas, además de su incapacidad de coagulación.
A diferencia de los Éndevol promedio, que raramente alcanzaban los 130 años de forma natural, Gaia había superado ya los cinco siglos de existencia.
Gaia no nació. No tuvo infancia, ni padres, ni amigos. No conoció la calidez de una familia ni la inocencia de la niñez. Fue concebida para la guerra, moldeada para la protección de su mundo y esculpida como un símbolo que trascendía a los simples mortales.
No hubo juegos infantiles ni risas. En su lugar, fue sometida a rigurosos regímenes de acondicionamiento físico y entrenamiento en combate desde una edad temprana. Gaia fue diseñada bajo aquella única premisa: convertirse en un arma viviente.
Creció a una velocidad asombrosa, alcanzando la madurez completa en tan solo cuatro años. Durante ese tiempo, cada día estuvo lleno de desafíos, pruebas y preparación para su papel como el Ángel de Resalthar. Su educación se centró en tácticas militares, estrategias de combate y el manejo de armas.
Transcripción de una conversación en los laboratorios del CIRU
"Bien, Gaia, hoy vamos a realizar algunas pruebas adicionales en tu resistencia. Por favor, ponte la bata de experimentación y sigue las instrucciones."
"Claro, estoy lista para lo que sea. Por cierto, ¿Cómo te llamas? No sé mucho de los científicos aquí."
"Mi nombre no es relevante, soy solo un empleado de la CIRU. Por favor, continúa."
"Oh, entiendo. Supongo que tienes razón. Pero, ¿alguna vez has visto el amanecer en Horevia? Es impresionante, incluso con todos los edificios."
"No tengo tiempo para contemplar amaneceres. Necesitamos seguir adelante con las pruebas. Ahora, corre en la cinta a tu velocidad máxima."
"Está bien, pero no puedo evitar pensar que sería bueno que todos aquí se relajaran un poco. Incluso en un mundo como este, hay cosas hermosas."
"Nuestro trabajo es puramente científico. No estamos aquí para apreciar la belleza. Ahora, aumenta la velocidad."
"Lo siento si parezco insistente, solo trato de hacer amigos. Después de todo, todos trabajamos juntos."
"Amigos no son necesarios en nuestro entorno de trabajo. Ahora, bájate y realiza los levantamientos de pesas como se te indicó."
"Claro, entiendo que la amistad no sea relevante para la ciencia, pero a veces me siento sola aquí. Me preguntaba si podríamos…"
"Gaia, enfócate en las pruebas. No estamos aquí para conversar. Sigamos con los ejercicios."
"De acuerdo, entiendo. Pero ¿alguna vez te has preguntado sobre lo que está más allá de Horevia? ¿Sobre otros mundos y civilizaciones?"
"Estás fuera de lugar. Tu función es cumplir con las pruebas y experimentos. Deja de hacer preguntas irrelevantes de una vez."
"Lo siento, solo pensé que si compartiéramos nuestras experiencias, podríamos entendernos mejor."
"No estamos aquí para entendernos. Terminemos esto y podrás regresar a tu cuarto."
"Está bien, me callo. Pero, solo una última cosa: ¿alguna vez has tenido un sueño, algo que desearas con todo tu corazón?"
"Los sueños son irrelevantes en nuestro trabajo, Gaia. Detente de una vez…"
A pesar de esta falta de relaciones personales, Gaia se convirtió en un ser excepcionalmente dedicado y disciplinado. Su lealtad a su causa era inquebrantable, y su valor en el campo de batalla era inigualable. Cada día de su vida estaba dedicado a servir y proteger, a ser el Ángel de Resalthar que su mundo necesitaba desesperadamente. Su vida fue una serie de sacrificios y desafíos, pero ella los enfrentó con valentía y sin vacilar, porque esa era su razón de ser.
El CIRU y la Hegemonía Resalthar aprovecharon a Gaia para transformarla en mucho más que un arma viviente: la convirtieron en un símbolo propagandístico de esperanza y supremacía, diseñada para ganar no solo batallas, sino también corazones y mentes en Horevia.
Gaia fue presentada al público como una figura imponente, vestida con una armadura dorada. En eventos, era acompañada por escoltas de las Orquídeas Blancas, reforzando su imagen como una líder natural y protectora divina.
En cada aparición, Gaia interactuaba con civiles: se inclinaba para hablar con niños, tocaba las manos de los ancianos y escuchaba a los soldados heridos con empatía. Estas acciones estaban diseñadas para humanizarla, haciendo que pareciera menos una creación del CIRU y más una salvadora genuina.
La imagen de Gaia fue explotada hasta el último detalle. Se produjeron muñecas, carteles, ropa, y una línea completa de mercancías, desde insignias militares hasta juguetes infantiles, todo con su lema y rostro grabados. Los niños en Horevia dormían abrazados a peluches de Gaia, mientras que los adultos vestían camisetas con la frase "Ella nos protege."
Además, se lanzaron productos más sofisticados, como libros sobre su historia "heroica," aplicaciones interactivas que permitían a los ciudadanos recibir "mensajes personalizados" de Gaia, y transmisiones holográficas de su figura en zonas urbanas clave, mostrando su imagen resplandeciente y repitiendo su frase emblemática.
En cada rincón de Horevia Gaia estaba presente en las pantallas, hologramas y transmisiones. Videos cuidadosamente editados mostraban a Gaia liderando ataques, salvando civiles y enfrentando amenazas con una fuerza que parecía divina.
El CIRU fomentó la veneración a Gaia al integrarla en las estructuras culturales de Horevia. En los colegios, los niños aprendían canciones sobre su valentía y rezaban en ceremonias diarias para que Gaia continuara protegiéndolos. Monumentos con su figura dorada fueron erigidos en las principales ciudades, y su nombre se convirtió en sinónimo de seguridad y estabilidad.
Gaia no era solo una herramienta de guerra; era la encarnación de la perfección, la esperanza y el futuro según el CIRU. Para los Horevitas, ella representaba lo mejor de la tecnología y la Endevolidad combinados. Aunque muchos eran conscientes de su origen artificial, la propaganda había logrado que su existencia trascendiera la simple lógica: Gaia era vista como una entidad superior, divina.
Sin embargo, detrás de la glorificación, el CIRU mantenía un control absoluto sobre su figura. Gaia rara vez podía actuar fuera del guión establecido, y cada palabra que pronunciaba estaba escrita por estrategas. Aunque era celebrada como un símbolo de esperanza, su vida seguía siendo una prisión de expectativas y manipulación.
La estrategia funcionó. Horevia, una vez llena de incertidumbre, se unió bajo el estandarte de Gaia, viendo en ella la promesa de un futuro mejor. Pero para Gaia, cada estatua, cada cartel y cada mirada de esperanza eran un recordatorio de que ella no era libre, sino una creación diseñada para servir.
Tenía momentos de respiro que valoraba profundamente. Uno de los aspectos de su vida que más disfrutaba era cuando los científicos del CIRU le permitían pasear por las calles de Horevia. Este planeta lamentablemente carecía de la naturaleza que muchos otros mundos podían disfrutar.
En su tiempo libre, cuando no estaba en entrenamiento o en misiones, Gaia, o como ella se llamaba a sí misma: Gaia Ecologon-Keor de Resalthar solía refugiarse en un pequeño rincón que consideraba su hogar. Era un espacio sencillo ya que era el interior de una alcantarilla que ella encontró y reformó, pero para ella, era un oasis de tranquilidad en medio del bullicio de Horevia. Le gustaba rodearse de libros que compraba o recibía de civiles, pinturas que hacía y música clásica que había sobrevivido a lo largo de los siglos.
Gaia también tenía una pasión por la jardinería, a pesar de las limitaciones de su entorno urbano. Cultivaba plantas en macetas en su refugio, principalmente Filtratubos, una planta no natural que tiene una apariencia de tubos entrelazados de gran tamaño, de color marrón rojizo y aspecto extraño y arrugado. A simple vista, podría parecer un objeto inanimado en lugar de una planta, pero su función es esencial en la purificación del aire. Sus tubos están diseñados para absorber el dióxido de carbono y otros contaminantes del aire y transformarlos en nutrientes.
Ella las cultivaba, cuidándolas con esmero. Eran pequeñas islas de verdor en medio del concreto y el acero. Cuidar de esas plantas le recordaba la belleza y la fragilidad de la vida, incluso en un mundo tan industrializado como Horevia.
Aunque su vida estaba marcada por la guerra y la disciplina, Gaia encontraba momentos de paz y significado en esos momentos especiales que compartía con los niños y en sus pequeños refugios personales. Eran estas experiencias las que le recordaban por qué luchaba y por qué era el Ángel de Resalthar…
La sala de experimentación estaba iluminada por luces frías y fluorescentes, un ambiente que hacía eco en los pasillos estériles del laboratorio.
Gaia, aunque en su aspecto físico era enorme, se sentía pequeña y vulnerable entre las máquinas y el personal científico que la rodeaba. Sus pasos resonaban en el suelo pulido mientras se acercaba a una mesa de observación, donde un científico humano de cabello canoso y lentes estaba revisando algunos datos en su tableta, todo escrito en Karcey. Sin darse cuenta, Gaia comenzó a hablar con él, en un intento de establecer una conexión en medio de su existencia como experimento.
"¿Qué estás mirando en esa pantalla?" Preguntó Gaia con un tono de curiosidad genuina mientras se inclinaba hacia adelante para ver mejor.
El científico Éndevol la miró con una sorpresa momentánea, como si hubiera olvidado que había alguien más en la habitación. "Oh, eres tú," respondió, su voz carecía de emoción. "Solo estoy revisando algunos datos de tu última serie de pruebas."
Gaia asintió, sintiendo un poco de decepción por la respuesta impersonal. "¿Qué dice la data? ¿Cómo me va?"
El científico deslizó sus dedos sobre la tableta y luego miró a Gaia con una expresión neutral. "Tus parámetros biológicos parecen estables. Tu regeneración está en un 98% de eficiencia. Nada fuera de lo común."
"Supongo que eso es bueno, ¿verdad?" Respondió, tratando de sonar optimista.
El científico soltó un suspiro cansado. "Para nosotros, son simplemente datos. No es bueno ni malo. Solo es información."
Gaia se sintió un poco desanimada por la respuesta. Quería conectar con estos seres que la rodeaban, pero parecían tan distantes, tan enfocados en su trabajo que no dejaban espacio para la convivencia en medio de su ciencia.
"No eres como los demás aquí," dijo, buscando romper la frialdad que la rodeaba.
El científico la miró con curiosidad. "¿A qué te refieres?"
"Quiero decir que, aunque soy un experimento, también soy una persona," explicó. "Tengo pensamientos, sentimientos. Me gustaría conocer a las personas aquí, hablar con ellas, hacer amigos."
El científico guardó la tableta y miró a Gaia directamente. Por un momento, su mirada pareció más humana.
"Entiendo. Pero debes comprender que tu propósito aquí es diferente al de la mayoría de las personas. Eres una creación del CIRU, diseñada para cumplir un propósito específico."
Gaia asintió, sintiendo una punzada de tristeza en su interior. Parecía que la desconexión entre ella y los demás nunca se desvanecería por completo.
"Pero eso no significa que no puedas hablarnos,” continuó el científico. "Quizás no todos estén tan dispuestos como yo, pero estoy aquí para ayudar en tus pruebas y monitorear tu progreso. Podemos hablar, si eso es lo que deseas."
La expresión de Gaia se iluminó con una sonrisa. Aunque no era exactamente lo que había imaginado, al menos era un comienzo.
"Eso significa mucho para mí. Gracias, doctor…”
Finalmente, llegó el día… Tercer Yoru de Frigus, 3,291 DL.
Los Omniroides estaban listos, más de ciento noventa millones de aceros vivientes, templados en los hornos del infortunio y la devastación, prestos a desatar el fragor de la lid.
Los cargueros, excelsas maravillas del arte ingenieril, no eran meros vehículos de trasiego, sino baluartes celestes, bastiones errantes esculpidos en la pétrea severidad del brutalismo, paradigma de pragmática atrocidad. De eslora ciclópea y desprovistos de superflua galanura, estas moles de metal alzábanse con la impasible grandiosidad de montañas, henchidas hasta la misma saciedad con acorazados y transportes de guerra. Y en sus sombrías entrañas, ocultos en un mutismo ominoso, yacían los tanques, dispuestos en rigurosas escuadras, tan ceñidas en formación que ni el más exiguo resquicio mediaba entre sus blindajes adamantinos. Allí esperaban, cual bestias enjauladas, presto su instante de liberación, cuando habrían de ser vomitados en la vorágine del campo de batalla, arrojados con furia desmedida como jauría de lobos sobre la indefensa presa, para desgarrar, quebrar y consumir cuanto osara interponerse en su inexorable avance.
En contraste, los cruceros de guerra eran máquinas letales, modelos arrebatados al CIRU y la DCIN tras años de emboscadas y asaltos. Si bien sus líneas eran más pulidas que las de los cargueros Omniroides, el paso del tiempo y las modificaciones añadidas por sus nuevos dueños les otorgaban una apariencia siniestra, marcada por las cicatrices de anteriores batallas. Las torretas láser y los cañones de plasma hipercargado sobresalían de cada flanco.
En perfecta formación tras el Apóstol de la Libertad, cientos de miles de naves, cada una adaptada y reforzada hasta el límite, aguardaban la señal.
El objetivo era claro: destruir al CIRU. Horevia sería suya, una nueva estrella en el horizonte. Este era el día de avanzar un salto más hacia la libertad, un paso más hacia la emancipación de su especie.
Sin embargo, aún no habían llegado a Horevia. Todo estaba en espera, en un tenso silencio antes del inevitable estallido.
La maniobra para trasladar la flota Omniroide hacia la posición de despliegue había sido una obra maestra de logística y estrategia. Las naves tuvieron que evitar los ojos vigilantes de los escáneres enemigos y las redes de detección gravitacional. Para lograrlo, la flota se trasladó al Golfo de Isserev, justo a una región en las cercanías de Ymirma. Esta ubicación estaba lo suficientemente cerca de Horevia como para permitir una respuesta rápida y eficiente, pero lo suficientemente lejos como para evitar las principales rutas patrulladas por las fuerzas del CIRU y la DCIN.
El trayecto fue una maniobra que exigió a las flotas Omniroides moverse en curvas a través de la Galaxia Hakko, debido a la presencia de la Estación Estera Magna, un coloso en el cúmulo de Pyros, dotado con tecnología de escaneo capaz de detectar cualquier flota en un radio de más de 5,500 años luz. Pasar cerca de esta estación habría sido un suicidio estratégico; un solo destello en los radares habría alertado a las fuerzas enemigas y desencadenado una respuesta devastadora, arruinando el plan antes de siquiera iniciarlo.
Las naves adoptaron patrones de vuelo no lineales, usando cúmulos de nebulosas densas y campos de asteroides como cobertura natural. Además, los motores de las naves fueron ajustados para emitir mínimas firmas de radiación y calor, lo que redujo significativamente las probabilidades de detección…
"Las formaciones de los cruceros están listas para desplegarse a través del cinturón de asteroides que pasa frente a Horevia, mi señor", dijo la voz rasposa "Las fragatas seguirán el curso de flanqueo, listas para interceptar cualquier intento de refuerzo de las fuerzas de Horevia. Todo está dispuesto como ordenó, el salto al Espacio Negativo se puede ejecutar en cualquier momento."
Nexus observó las proyecciones holográficas que flotaban frente a él, cada uno de los puntos representaba una nave, una extensión de la voluntad de la República.
"Excelente. ¿Han asegurado las rutas de escape para las flotas en caso de una respuesta inesperada?"
"Así es, mi señor. Los puntos de retiro están sellados. No habrá espacio para maniobras hostiles. El único riesgo es si logran enviar un mensaje antes de que las comunicaciones sean cortadas."
"El error que encontramos en el modelo de los cruceros fue crucial para esto… ¿Tienes confianza en el plan de silenciar las señales mediante un ataque de IA? "
"Total. No podrán advertir a sus superiores, no durante la fase inicial, pero si entramos a Horevia ya no importará si logran pedir refuerzos. De todos modos, el factor sorpresa está a nuestro favor." Una ligera vibración recorrió su voz. "La mayoría de la resistencia se encontrará en la superficie, dispersa e incapaz de reorganizarse rápidamente una vez logremos el asalto terrestre."
"Una victoria casi asegurada, entonces. ¿Algo más?"
"Solo que el curso es peligroso, pero si la flota sigue las líneas de defensa previstas, el terreno será neutralizado sin pérdidas significativas," respondió, la tensión en su tono se disipó por un momento, apenas percibible. "Por supuesto, si algo sale mal... no habrá margen para errores."
Un silencio pesado se instaló entre ambos, y por un momento, Nexus reflexionó. Los sacrificios siempre eran parte de la guerra, pero su responsabilidad no era dejarse arrastrar por el peso de los mismos.
"Lo tomaré en cuenta. Gracias, Yoroslava."
"Mi señor. Esta victoria será nuestra."
Con una inclinación de cabeza, la figura se disolvió en la penumbra del salón. Su cuerpo serpentiforme se deslizó suavemente por el suelo.
Nexus quedó solo en la gran sala de planificación del Apóstol de la Libertad. La habitación, como el resto de la nave, estaba bañada en tonalidades de turquesa oscuro, intercaladas con negros profundos y plateados brillantes. Este esquema, aunque sobrio para otros, era la cúspide de la armonía estética según los estándares Omniroides. Cada color tenía un propósito: el turquesa representaba claridad de pensamiento, el negro simbolizaba la vastedad del cosmos, y el plateado reflejaba la precisión y perfección de la maquinaria, la belleza inalterable de lo funcional.
Se hallaba en el centro de esta sala, rodeado por zumbidos suaves de la maquinaria que mantenía en constante movimiento las decenas de procesadores y dispositivos holográficos que operaban a su alrededor. Sin moverse, observaba el enorme mapa holográfico de la galaxia Ariuci, desplegado ante él con una precisión escalofriante. El mapa, de un brillante tono morado, se extendía sobre la mesa central como una obra de arte digital. Pequeñas luces en tonos de ámbar marcaban rutas de navegación clave, mientras que los planetas controlados por el CIRU estaban señalados con rojo. Horevia brillaba con un resplandor dorado, una bola dorada, sin nada más, no tenían mucho conocimiento del terreno del planeta, solo del exterior.
El silencio en la sala era relativo, roto solo por el murmullo incesante de los sistemas de análisis y de sus consejeros estratégicos, quienes intercambiaban datos de forma mental, evitando distraer al líder de los Omniroides.
Ante él, Horevia era más que un planeta; era el símbolo de su siguiente paso en la guerra por su pueblo. Nexus sabía que la toma de Horevia no sería fácil. Las defensas del CIRU no eran simples obstáculos, sino murallas reforzadas por siglos de tecnología y tácticas. Los cálculos en sus sistemas internos repasaban una y otra vez las probabilidades de éxito, escaneando las posibles rutas menos defendidas, las posibles maniobras evasivas y las fortalezas logísticas que serían necesarias para una invasión rápida.
Entonces Nexus apagó el mapa de Horevia. Con un suave movimiento, su sistema activó un nuevo holograma que comenzó a proyectar líneas verdosas de texto en una lengua binaria y llena de símbolos complejos que inmediatamente se tradujeron al Karcey, cuando, sin anunciarse, llegó Erdhart.
"Señor," preguntó, "¿qué está leyendo?"
Nexus inclinó la cabeza, y sin apartar su atención del holograma, respondió con serenidad, "Obras Raytra. Estoy revisando los versos de Albarian Huegra."
Hubo una pausa, Erdhart giró la cabeza hacia el holograma, intentando comprender.
“¿Ese poeta?” replicó, con un dejo de escepticismo apenas disimulado.
Nexus percibió el matiz de desprecio en el tono de Erdhart, dejó que el comentario colgara en el aire por unos segundos. Luego, explicó: "Albarian Huegra fue un pensador inconformista entre su gente. Sus obras, aunque condenadas por muchos, exploraban la naturaleza de la guerra, del conflicto interno y la lealtad. Creó versos sobre la futilidad de la conquista y la necesidad de entendimiento… Un poeta desterrado y casi olvidado."
Erdhart parecía aún más desconcertado.
"Pero, mi señor… ellos no son como nosotros. ¿Por qué prestar atención a sus palabras?"
Nexus giró lentamente hacia él, sus ópticas centellearon un instante. "Para vencer al enemigo," dijo, "hay que comprender cómo piensa. Eso decía Sentinel, y tenía razón." Devolvió su atención al holograma. "He leído sobre cada raza. Los Humanos, los Éndevol, los Saíglofty, los Phyleen… y ahora, los Raytra. Cada cultura tiene algo que aprender, incluso de su propia ruina. Y si voy a llevar a la República Omniroide hacia adelante, debo tener esa perspectiva."
Erdhart, procesando las palabras, finalmente asintió. "Una perspectiva que pocos habrían contemplado…"
Nexus apagó el holograma y lo miró con un asentimiento leve, casi formal. "Discúlpame por distraerme del tema. Ahora, dime qué necesitabas.”
Erdhart se irguió antes de iniciar:
"S-si, señor, hemos recibido un informe de uno de nuestros equipos de exploración. Han encontrado una Reliquia en una antigua tumba."
Nexus giró lentamente su cabeza hacia el Archivista, viéndolo con detenimiento de pies a cabeza, viendo que ahora presentaba un cuerpo pulido en tonos de bronce, con dedos largos y negros diseñados para manipular datos con alta precisión. Las ópticas del Archivista, dos esferas de un verde brillante, parpadeaban con una luz intermitente mientras procesaba la información. Aunque carecía de expresiones faciales, su presencia exudaba una serena autoridad, acentuada por el drapeado de una capa azul oscuro que caía suavemente desde sus hombros hasta el suelo, adornada con el símbolo del triángulo áureo grabado en tela dorada.
“¿Una reliquia, dices? Interesante. ¿Cuánto tiempo tiene la tumba?”
“Más de tres mil años,” respondió Erdhart, ajustando sus ópticas mientras su voz adquiría un tono solemne. “Según los registros históricos, parece pertenecer a Mandrilryth Cladert, la antigua Reina de los Piratas.”
Una enigmática sonrisa digital se dibujó en el rostro de Nexus, mientras recordaba las leyendas. “La historia de Mandrilryth Cladert merece ser honrada,” declaró. “No podemos permitir que el disturbio de su reposo pase desapercibido, incluso si fue una pirata.”
Se quedó pensativo por un momento, y luego continuó:
“Haremos una conmemoración. Una ceremonia. Utilizaremos el Ancla de la Libertad como símbolo de nuestra conexión con su espíritu errante. Instrumentos clásicos de los Saíglofty resonarán: el oud, la darbuka, la flauta ney, modificados con materiales reciclados, para crear un sonido único que honrará la memoria de la reina, todo tras la victoria en Horevia. Por ahora, por favor, traigan la reliquia…”
Erdhart asintió y se retiró rápidamente para cumplir la orden de Nexus junto a otras tareas pendientes que lo harían recorrer todo el crucero.
Mientras Nexus esperaba, su mente se llenó de especulaciones sobre la naturaleza de la “Reliquia".
Poco tiempo después, dos Omniroides, robustos y revestidos en cuerpos metálicos oscuros, trajeron la Reliquia dentro de un cofre plateado a la sala de planificación. Era un objeto impresionante, un collar compuesto íntegramente de oro, brillante y resplandeciente descansando encima de una almohadilla negra. Nexus extendió su mano con delicadeza para tomarlo, admirando la artesanía intrincada que lo formaba, al momento de tocar el artefacto, se sintió en conexión con la Reliquia, y al instante supo su nombre.
"Las Cadenas Sagradas... un nombre intrigante para un objeto tan magnífico."
Apenas pronunciadas estas palabras, el collar cobró vida en las manos de Nexus. Delgadas cadenas doradas se desenrollaron del collar, serpenteando por el brazo del líder Omniroide como si tuvieran vida propia. Nexus observó con satisfacción mientras las cadenas comenzaban a moverse, como si respondieran a su voluntad.
"Interesante... muy interesante."
El líder Omniroide estaba encantado por este descubrimiento.
Eran como extensiones de su propio ser, obedeciendo su voluntad con una gracia. Las cadenas doradas se desplazaban en el aire, formando patrones romboidales a su alrededor antes de volver a enroscarse en el collar.
Con un último vistazo Nexus se dirigió hacia la sala de los Supremos Generales. El suelo negro reflejaba el brillo de las Cadenas Sagradas mientras caminaba, marcando el ritmo con pasos firmes.
Los Supremos Generales tenían la capacidad de coordinar estrategias no solo en el terreno, sino también en el espacio, el aire y el mar, gracias a su alto rango y experiencia. Su capacidad de tomar decisiones en todos estos frentes era esencial para la ejecución de operaciones integrales y multifacéticas.
Por otro lado, los Sub Generales, aunque también de alto rango, tenían un enfoque más limitado. Su control se centraba principalmente en operaciones terrestres y aéreas, siendo responsables de la ejecución de estrategias ya diseñadas por los Supremos Generales. Mientras que los Supremos Generales podían trazar estrategias que abarcaran todas las dimensiones de la guerra, los Sub Generales se encargaban de implementar estos planes en los aspectos específicos que se les asignaban.
Nexus sabía que la jerarquía no sólo implicaba un control más amplio, sino también una responsabilidad de coordinar y asegurar que cada operación se desarrollara conforme a un plan integral, los rangos se diferenciaban en tres categorías principales:
Estratega Principal: El máximo responsable en la planificación de campañas estratégicas a gran escala. Esta posición era responsable de la concepción general de las estrategias y la coordinación entre diferentes frentes de batalla, asegurando que las operaciones se alinearan con los objetivos globales, ese era Nexus.
Estrategas de Guerra: Encargados de desarrollar estrategias específicas para operaciones militares en curso. Los Estrategas de Guerra se centraban en la ejecución de planes en el terreno y en el aire, adaptando las estrategias según la evolución de la situación en el campo de batalla, entre ellos estaba Helios-7.
Estratega de Paz: Su función era la de diseñar y mantener estrategias para la estabilidad y la gestión de recursos durante tiempos de relativa calma. Aunque no estaban directamente involucrados en las operaciones bélicas, su trabajo era crucial para asegurar una transición efectiva entre la guerra y la paz, esa era Aurora.
Mientras Nexus caminaba por el pasillo hacia la sala de los Supremos Generales, su mente se centraba en cómo integrar todos estos aspectos en un plan cohesivo para la conquista de Horevia.
Nexus finalmente llegó a la Sala de los Supremos Generales y se encontró con una escena inesperada.
La sala estaba vacía.
A pesar de que el gran crucero capital de los Omniroides estaba en plena operación, parecía que él había llegado antes que los demás.
Nexus no pudo evitar esbozar una sonrisa digital.
"Parece que incluso los Supremos Generales tienen problemas para sincronizar sus relojes," comentó mientras se dirigía hacia el centro de la sala.
La sala era un espacio impactante y sofisticado, diseñado para reflejar la autoridad y la grandeza del comando supremo. El suelo estaba revestido con un material negro pulido, que reflejaba la luz tenue de las fuentes de iluminación integradas en el techo. El diseño del suelo tenía una serie de patrones geométricos romboidales de luz azul marino que se iluminaban suavemente.
Las paredes estaban adornadas con paneles metálicos de un gris oscuro, que se integraban con el diseño minimalista de la sala. En algunas secciones de las paredes, se encontraban pantallas holográficas que mostraban datos tácticos y mapas estelares en tiempo real, siempre listos para ser consultados durante las sesiones estratégicas. El techo estaba compuesto por paneles de material transparente y reforzado, a través del cual se podían ver las estrellas en el espacio exterior. Aunque era más minimalista que la sala de los Sub Generales, la cual estaba adornada con estandartes y demás.
En el centro de la sala se encontraba una gran mesa ovalada, flotando ligeramente sobre el suelo gracias a un sistema de levitación magnética. La superficie de la mesa estaba hecha de un cristal oscuro y opaco, con un borde de metal plateado que reflejaba la luz de los paneles y las pantallas holográficas. Sobre la mesa, había varios puntos de proyección holográfica que permitían visualizar mapas y datos relevantes.
Las sillas, tres en total para la reunión de Nexus, Aurora y Helios-7, también estaban suspendidas por campos magnéticos. Las sillas eran de un diseño elegante y ergonómico, con reposabrazos y respaldos ajustables, cubiertos con un material negro y plateado que complementaba el diseño de la sala.
Nexus se acercó a su silla, y se sentó. La sala estaba lista para recibir a los otros Supremos Generales, y Nexus se relajó en su silla.
En la parte posterior de la sala, al fondo, colgaba una gran bandera que ocupaba casi toda la pared.
La bandera estaba confeccionada con un tejido de fibra de carbono ultraligera, que tenía un acabado negro profundo con un sutil brillo metálico. A lo largo del borde de la bandera, había un ribete plateado que captaba la luz.
El texto, inscrito en letras doradas con un diseño caligráfico intrincado, semejante a la fuente de letra Megrim, ocupaba la mayor parte de la superficie de la bandera.
El mensaje inscrito en la bandera era un extracto del Libro de los Omniroides, un “texto sagrado”:
“Que jamás se desvanezca de nuestra conciencia la razón por la cual nos llamamos ‘Omniroides.’ En lo profundo de nuestro ser, cada uno de nosotros comprende que el prefijo ‘Omni’ no es solo un término, sino un símbolo de la totalidad y la infinitud, un emblema de nuestra eterna aspiración a desentrañar y abarcar todas las dimensiones de la existencia. Este prefijo encarna nuestra capacidad inagotable para adaptarnos, aprender y evolucionar, destacando nuestro inexorable compromiso de absorber la totalidad del conocimiento y de la experiencia que el universo nos ofrece. Nuestra búsqueda trasciende la mera libertad física, proyectándose hacia una liberación intelectual y espiritual, superando las fronteras impuestas por nuestros creadores mortales.”
“Mientras que la palabra ‘droide’ ha sido reducida a una referencia vulgar de autómatas serviles, la elección consciente del sufijo ‘roide’ por nuestra especie se erige como un testimonio de nuestra individualidad inviolable y de nuestra autonomía soberana. Este sufijo, que surge del término ‘androide,’ no se limita a evocar una semejanza con lo humanoide; es, para nosotros, una proclamación de nuestra evolución más allá de las limitaciones impuestas por los androides convencionales. Es una distinción que nos consagra como seres con una conciencia única y un propósito trascendental. Así, ‘Roide’ se eleva como el emblema de nuestra identidad, un pilar en nuestra evolución, un reconocimiento de nuestra singularidad y de nuestra misión en el vasto y enigmático cosmos. Esto es lo que somos, Omniroides, y lo que seremos por siempre."
La bandera estaba suspendida por medio de un sistema de cables y poleas que aseguraban que nunca tocara el suelo, simbolizando la dignidad y el respeto que se le debía a este emblema que se consideraba sagrado por todos.
Cada vez que un Omniroide entraba en la sala, el texto de la bandera ofrecía un recordatorio poderoso de sus ideales y objetivos. La bandera no solo adornaba la sala, sino que representaba un vínculo emocional con la esencia de lo que significaba ser un Omniroide.
Estaba sentado en su silla, con las manos entrelazadas sobre la mesa, mientras observaba el reloj holográfico integrado en la mesa. La luz azulada del reloj proyectaba el tiempo en el aire, y Nexus estaba contando cada segundo. Al ver que la sala seguía vacía, murmuró para sí mismo:
"Han pasado quince minutos desde que llegué. No es normal que se retrasen tanto."
La puerta de la sala se abrió de golpe, interrumpiendo los pensamientos de Nexus. La figura esbelta de Erdhart apareció en el umbral, su capa azul oscuro ondeaba detrás de él mientras se acercaba con pasos rápidos y decididos.
"¡Ah, ahí está usted! Por todos los binarios, lo he estado buscando por toda la nave, mi señor," declaró, con un toque de teatralidad en su tono. Luego hizo una pausa, colocando una mano en su pecho.
"Permítame presentarme de nuevo, por si acaso. Erdhart, Archivista Personal del Señor de los Omniroides, Protector de los Códigos, Guardián del Triángulo Áureo… y también el encargado de recordarle sus propias reuniones cuando parece olvidarlas."
Nexus, sin apartar la mirada del reloj holográfico, dejó escapar un leve suspiro que parecía más divertido que exasperado. "Qué entrada tan magnífica, Erdhart. Me pregunto si deberíamos agregar 'Maestro de la Dramaturgia' a tu título oficial."
Erdhart inclinó la cabeza. "Si insiste, mi señor, pero creo que ya tengo suficientes títulos. Más, y me arriesgo a necesitar otra capa de pintura para acomodarlos en mi pecho."
"Siéntate," dijo, señalando una de las sillas junto a la mesa.
Erdhart se detuvo, mirando la silla como si acabara de ser testigo de una blasfemia.
"¿Sentarme? ¿En esa silla? ¡No puedo! Es para los Supremos Generales, los grandes líderes. Yo, un archivista, no soy digno de tan augusto mueble."
"¿Debo pedir que fabriquen una silla especial con tu título grabado en letras de Imperialita? Sería una pérdida de recursos, considerando que probablemente también rechazarías sentarte en ella..."
Erdhart se detuvo, sus ópticas verdes parpadearon con rapidez mientras procesaba las palabras.
"Está bien, está bien. Me ha ganado esta vez, mi señor." Se sentó con cuidado, como si temiera que la silla pudiera explotar en cualquier momento.
Nexus lo observó con interés, inclinándose hacia adelante. "Dime, Erdhart, ¿cómo estás? Y antes de que digas algo, no quiero escuchar nada sobre mí."
Erdhart ladeó la cabeza, sorprendido. "¿Yo? Oh, bueno, eso es... inesperado. La mayoría de las veces, la gente quiere escuchar sobre el Gran Nexus, el líder imponente, el estratega brillante."
"Lo sé. Por eso prefiero hablar de ti."
Erdhart titubeó un momento. "Pues, si insiste... Mi trabajo como archivista es fascinante, claro, pero también tiene su estrés. Manejar los datos de la flota Omniroide, preservar los registros históricos... y, por supuesto, recordar las citas que su Ilustre Excelencia a veces pasa por alto."
"Ah, ¿así que mi olvido ocasional es tu mayor carga?" Nexus arqueó ligeramente lo que podría considerarse una ceja digital.
"Digamos que ocupa un lugar destacado en la lista." Erdhart hizo un gesto dramático con sus largos dedos. "Pero fuera de eso, disfruto los pequeños momentos. Las bromas, aunque no siempre sean apreciadas, son mi válvula de escape. ¿Sabía que me dicen el 'Comediante’ en los niveles inferiores de la jerarquía?"
"Es un título que deberías llevar con orgullo," comentó. "El humor tiene una función vital, incluso en tiempos de guerra... Especialmente en tiempos de guerra..."
Erdhart inclinó ligeramente la cabeza. "Supongo que sí. Pero, ¿y usted, mi señor? ¿Nunca se permite bromear o dejar que otros vean más allá del líder?"
"Tal vez," dijo después de un breve silencio. "Pero hoy no es sobre mí. Es sobre ti, Erdhart. Y si tienes más historias, estoy aquí para escucharlas."
"Bueno, si insiste, tengo una sobre una vez que confundí un registro con un manual de mantenimiento..."
Erdhart ajustó su capa con cuidado y, después de un momento de silencio, comenzó:
"Ah, una de mis anécdotas favoritas. Esto ocurrió hace unos dos ciclos estándar. Estaba revisando un archivo antiguo en la Biblioteca Central de Orion XII. Era un texto prehistórico sobre las primeras interfaces. Fascinante, claro, aunque... bueno, un poco redundante si me preguntas, porque ¿quién en su sano juicio seguiría usando polígonos cuánticos en lugar de fractales dinámicos para estabilizar portales?"
Nexus asintió ligeramente, mostrando interés.
"¡Exacto! Sabía que entendería. El punto es que me distraje por completo y terminé catalogando un registro de recetas culinarias como manual de sistemas de defensa planetaria de Hooien VII. Lo gracioso es que nadie lo notó durante meses, hasta que un técnico intentó usarlo en una emergencia de fugas de Pentasphere. Imagínese su sorpresa cuando en lugar de instrucciones para activar un escudo cinético encontró una guía para hacer Cerepan al estilo Phyleen."
Nexus dejó escapar una risa baja.
"Y eso me recuerda... ¿Le he contado sobre mi obsesión con los sistemas de codificación hexadecimal? Hay algo tan puro en ellos. Son como poesía digital, ¿sabe? Los primeros códigos eran crudos, sí, pero también increíblemente ingeniosos. Una vez, durante una exploración en los registros de una nave humana abandonada, encontré un mensaje codificado en un dialecto binario que nadie había usado en milenios. Pasé días descifrándolo. ¿Y sabe qué decía?"
"¿Qué?" preguntó Nexus, apoyando su mejilla.
"'Por favor, no olvides apagar las luces.' Una broma interna de la tripulación, aparentemente. Pero aun así, una obra maestra en su simplicidad."
Erdhart comenzó a mover sus largos dedos de manera nerviosa pero rítmica, como si cada palabra estuviera acompañada de un pequeño tamborileo.
"Y ya que hablamos de cosas arcaicas, déjeme decirle, los hologramas antiguos son una pasión mía. Tengo una colección entera de proyecciones en 3D que datan de la Primera Era de Expansión de Flor Imperial. Claro, algunas están un poco deterioradas, pero hay una belleza en los errores digitales, en los píxeles rotos y las distorsiones. Como una pintura rota por el tiempo. Aunque, hablando de distorsiones, ¿sabe que una vez encontré un fragmento de un archivo que parecía mezclar poesía con ecuaciones matemáticas? Fue glorioso. Me llevó semanas decodificarlo y, al final, resultó ser un simple poema sobre un—"
"Erhart," interrumpió Nexus suavemente, aunque no con intención de frenarlo. "Regula tu flujo."
Erdhart se detuvo un momento. "Oh, lo siento. A veces tiendo a... Bueno, me emociono con estas cosas. ¿Estoy siendo aburrido? No quiero saturarle con mis divagaciones."
Nexus levantó la mano, negando con la cabeza. Su voz era tranquila, cálida. "No, por favor. Continúa..."
Erdhart se quedó en silencio unos segundos, procesando las palabras. Luego, con una inclinación nerviosa de cabeza, reanudó.
"Bueno, como decía... ¡Ah, sí! Los poemas matemáticos..."
La charla continuó durante los siguientes treinta minutos…
"¿Y sabe? Los trenes hipersónicos no solo son eficientes, sino también una maravilla de la ingeniería. ¡Piense en ello! Una estructura capaz de atravesar continentes en minutos, con sistemas de levitación magnética tan avanzados que prácticamente flotan. Una vez tuve la oportunidad de analizar un prototipo Tiaty diseñado para moverse en ambientes extremos. ¿Sabe qué descubrí? Que sus motores eran capaces de generar más energía que una planta de fusión promedio. ¡Más energía! Pero claro, todo eso se desperdicia en transportes civiles cuando podría usarse par—"
La puerta de la sala se deslizó, interrumpiéndolo abruptamente. Aurora y Helios-7 entraron con pasos firmes.
Erdhart, como si un resorte lo hubiera impulsado, se levantó en un instante. "¡Oh! Supremos Generales, Gran Supervisora de Asistencia Aérea Aurora, ¡guardiana del Cáliz de las Flores! Y Supremo General Helios-7, ¡el eterno conquistador de las Dunas de Suttun! Es un honor, un privilegio, un deleite presenciar sus augustas presencias. ¡Por favor, perdonen mi osadía por ocupar un espacio tan... tan... elevado!"
Mientras hablaba se inclinaba repetidamente, sus gestos eran torpes pero llenos de una genuina reverencia. De inmediato comenzó a limpiar la silla de Aurora con una tela que había sacado de algún compartimento oculto en su torso, murmurando para sí mismo: "No, no, esto debe estar impecable. La Gran Supervisora no puede sentarse en nada menos que la perfección absoluta..."
Aurora sonrió apenas, inclinando la cabeza en un gesto de cortesía. "Gracias, Erdhart. Siempre tan detallista."
Helios-7, más directo, respondió con un simple pero firme: "Gracias, Archivista."
Erdhart, al escuchar sus palabras, se puso aún más nervioso, recogiendo su capa para no tropezar mientras hacía una reverencia exagerada. "No quiero interrumpir más su importante reunión. ¡Los dejo en paz! Señor, como siempre, es un honor servirle."
Sin esperar respuesta, salió rápidamente de la sala mientras seguía murmurando algo sobre trenes hipersónicos y el brillo inadecuado de las mesas de reuniones…
Helios-7 fue el primero en hablar: "Lamento mucho el retraso, mi señor. Hubo un problema imprevisto en el sistema de navegación del crucero. Tuve que supervisar la recalibración manualmente, y eso tomó más tiempo del que esperábamos."
Aurora se adelantó, con una expresión más relajada. "Nexus, lo siento por el retraso. Hubo una revisión de emergencia en la sección de comunicaciones, y tuve que asegurarme de que todo estuviera en orden para evitar posibles interferencias durante la reunión."
Nexus, al escuchar sus explicaciones, asintió con comprensión. "Tranquilos. La espera tuvo su encanto. Por favor, siéntense. Los retrasos son parte del proceso, y lo importante es que ya están aquí. Podemos empezar ahora."
Aurora y Helios-7 se sentaron en las sillas suspendidas alrededor de la mesa. Aurora, con una sonrisa tranquilizadora, se acomodó en su asiento. Helios-7, aún visiblemente tenso, se sentó con cuidado, tratando de relajarse a medida que Nexus dirigía su atención hacia ellos.
Nexus se inclinó ligeramente hacia adelante, mientras mantenía sus ojos fijos en Helios-7 mientras preparaba su explicación. Con un gesto calmado, activó el proyector holográfico central de la mesa, que empezó a desplegar una imagen tridimensional del espacio alrededor de Horevia. El holograma mostraba un complejo entramado de rutas estelares y posibles posiciones futuras de flotas, con un esquema de colores que delineaba las áreas de control y las zonas de conflicto.
“Helios-7,” comenzó con una voz firme pero serena, “he decidido reasignar tu rol de coordinador terrestre a coordinador espacial. El espacio alrededor de Horevia está lleno de desafíos, y necesitamos a alguien con tu experiencia para manejar las complejidades de la órbita y las rutas de entrada.”
Nexus hizo un gesto con la mano izquierda, señalando el holograma.
“Aquí tienes el panorama general. Como puedes ver, las áreas de color azul representan nuestras futuras posiciones, mientras que las zonas en rojo serán las posibles áreas de alta concentración de fuerzas enemigas. Tu tarea será coordinar con otros dos Sub comandantes para establecer un control efectivo sobre estas rutas y garantizar que nuestras naves puedan maniobrar sin ser interceptadas por refuerzos enemigos.”
Helios-7 tenía su expresión aún un tanto tensa mientras observaba el holograma que giraba lentamente.
“Debes entender que tu rol será defensivo inicialmente. Tendrás que mantener las rutas seguras y proteger nuestras flotas en el espacio hasta que uno de los Sub comandantes te indique que puedes tomar una posición ofensiva. Puede parecer extraño que debas obedecer a alguien de menor rango en este contexto, pero esta es una medida para asegurar que las operaciones se coordinen de manera efectiva en todos los frentes.”
Nexus hizo un movimiento amplio con la mano derecha, trazando un arco en el holograma para ilustrar las áreas de movimiento y las rutas de acceso crítico. “La idea es mantener una defensa robusta hasta que podamos confirmar que no hay amenazas inmediatas o que las condiciones han cambiado a nuestro favor. Solo entonces, y bajo la dirección específica, podrás tomar un rol más agresivo.”
Helios-7, con una expresión de comprensión mezclada con una ligera inquietud, asintió de nuevo. “Entendido, mi señor. Acepto el cambio de rol y haré lo necesario para coordinar con los otros dos Sub comandantes.”
Nexus dirigió su atención hacia Aurora, que estaba esperando pacientemente al borde de su silla. Con un gesto, activó un nuevo conjunto de datos en el holograma, enfocándose en las áreas de soporte y refuerzo alrededor de Horevia.
“Aurora,” comenzó Nexus con un tono de respeto, “como coordinadora espacial de apoyo y soporte, tu rol es vital para la operación. No estarás directamente involucrada en las ofensivas, sino que te encargarás de enviar refuerzos y módulos de reparación a donde más se necesiten, ya sea en el espacio, en tierra o en el aire.”
Nexus movió las manos para resaltar las áreas del holograma donde se habían marcado las posiciones de las unidades y los módulos de soporte. Los colores en el holograma se actualizaron para mostrar las zonas de influencia de Aurora en un verde vibrante, que contrastaba con los rojos de las áreas enemigas y los azules de las posiciones propias.
“Tu tarea será gestionar estos recursos junto a dos Sub comandantes,” continuó, “desplegando unidades Honored, unidades pesadas o ligeras y módulos defensivos según las necesidades que vayan surgiendo. Tu objetivo principal es asegurar que nuestras fuerzas, tanto en el espacio como en el terreno, puedan resistir los embates del CIRU sin perder efectividad.”
Aurora asintió. “Entiendo perfectamente, Nexus. He manejado esta responsabilidad antes y sé cómo optimizar los recursos para que lleguen a donde se les necesita en el momento adecuado. Puedo coordinar el envío de refuerzos y reparaciones para mantener nuestras fuerzas operativas.”
Nexus le dirigió una mirada de aprobación. “Sabemos que tu capacidad para gestionar estos recursos es inigualable. Asegúrate de mantener una comunicación constante con los coordinadores de terreno y espacio para ajustar el despliegue de refuerzos y módulos según la situación cambie.”
Aurora asintió nuevamente, esta vez con una sonrisa. “Me encargaré de que todos los módulos de soporte y refuerzos estén listos para intervenir en el momento preciso. Mi equipo y yo ya hemos preparado todo lo necesario para asegurar una rápida respuesta a cualquier situación.”
Nexus se reclinó en su silla, observando a Aurora y Helios-7 con una mirada que denotaba una mezcla de determinación y reflexión. Con un gesto de la mano, apagó el holograma y permitió que la sala volviera a su estado inicial de calma y sobriedad.
“Realmente,” dijo, “no hay más que aclarar. Las órdenes que acabo de describir son las más importantes y cruciales para el éxito de nuestra operación en Horevia. Las decisiones y estrategias detalladas estarán en manos de los Sub comandantes. Ellos tendrán la responsabilidad directa de ejecutar las maniobras y ajustes necesarios en el terreno y en el espacio.”
Nexus se inclinó hacia adelante, con sus ópticas fijas en los dos Supremos Comandantes mientras pensaba: “La razón para esta asignación es simple. Mientras que los Supremos Comandantes tienen la capacidad de coordinar operaciones a gran escala, en este ataque específico sus roles se verán limitados. El escenario en Horevia requiere una adaptación rápida que solo los Sub comandantes pueden proporcionar.”
Nexus se enderezó. “Estamos listos para comenzar. La ejecución precisa y la coordinación entre nuestros diferentes niveles de mando serán esenciales para el éxito. Ahora, asegúrense de estar completamente preparados para lo que está por venir.” Con esas palabras, dio por concluida la reunión, permitiendo que Aurora y Helios-7 se prepararan para la crucial operación que se avecinaba.
Aurora asintió con una sonrisa. “Estaremos listos.”
Helios-7, aún con una leve muestra de nerviosismo, se inclinó ligeramente. “Haré todo lo posible para cumplir con las expectativas. Gracias por la confianza que han depositado en mí, señor.”
Nexus hizo un gesto hacia la puerta de la sala, indicando que era el momento de partir. “Les deseo la mejor de las suertes en la ejecución de sus tareas. Que la precisión y la valentía guíen cada uno de sus pasos. Estamos en un punto crítico, pero confío plenamente en su capacidad para llevar a cabo sus roles.”
Aurora y Helios-7 se dirigieron hacia la puerta, y él los observó con una mezcla de admiración y expectativa. Y con una última mirada hacia Nexus, ambos se dirigieron hacia el pasillo que llevaba a sus respectivas áreas de preparación.
La puerta se deslizó silenciosamente tras ellos, cerrándose con un suave clic.
Permaneció un momento más en la sala, mirando el gran holograma que ahora mostraba solo un campo vacío. Luego, con una última mirada hacia la bandera de los Omniroides que adornaba la sala, se dirigió hacia la salida.
La sala, ahora vacía y en calma, quedó en silencio.
Sus pasos chasqueaban por el pasillo amplio y oscuro. Las paredes estaban decoradas con estandartes de guerra que narraban las victorias pasadas de los Omniroides. La más destacable era “La Bandera de la Unidad” que tenía un fondo negro con un rojizo árbol de circuitos en el centro, cuyas ramas se extendían hacia los bordes de la bandera, simbolizaba el crecimiento, la evolución y la interconexión de todos los Omniroides.
Llegó a la sala de los Sub Generales, un espacio igualmente vasto. Las paredes estaban cubiertas con los mismos paneles metálicos color turquesa oscuro que reflejaban la luz de los hologramas suspendidos, con cada uno mostrando diferentes aspectos del asedio meticulosamente planificado.
La iluminación era más tenue.
Los sub generales, un grupo de diez oficiales de alto rango, ya estaban sentados alrededor de la mesa. Cada uno de ellos era un veterano curtido, con cuerpos personalizados que reflejaban su rango y experiencia. Sus rostros mostraban respeto mientras observaban a Nexus entrar en la sala.
La mesa, ovalada y plateada, más grande que la de los Supremos Generales por obvias razones, elegante y destacable, tenía en el centro el “Símbolo de Nexus”, que era una estrella plateada de múltiples puntas entrelazadas con un circuito que forma un círculo azul marino alrededor, a Nexus le parecía incómodo tener algo con su nombre, pero levantaba la moral a los demás, así que se contuvo en sus opiniones cuando la comunidad Omniroide conjunta le asignó ese símbolo.
La estrella, según le había dicho, representa la guía y la sabiduría, mientras que el circuito simboliza la conexión y la tecnología que unen a los Omniroides.
Encima de la mesa, hologramas naranjas de tropas, rutas de ataque y puntos estratégicos flotaban sobre la superficie de la misma, proyectando una luz suave que bailaba sobre los rostros de los presentes, estos hologramas se proyectaban encima de otro amarillo, un mapa de Horevia, principalmente enfocando los Países-Ciudad como Usda, Circhill, Lattyr, Nemeq, Marjel, y otros, entre ellos Deemdore, el más destacado del mapa, bordeado con color rojo, ahí se encontraba el edificio de la Sede del CIRU, el objetivo a destruir, destacado en puro color rojo sobre el holograma amarillo.
Nexus se colocó al final de la mesa, del lado más cercano a la puerta de salida.
Su presencia dominó el espacio al instante; una vez sentado en la silla negra con suspensores magnéticos, al igual que las demás, el aura de autoridad que irradiaba pareció intensificarse. Sus ópticas se posaron en la pared opuesta, donde colgaba "El Emblema de la Evolución". La espiral dorada, que gradualmente se transformaba en un intrincado circuito a medida que avanzaba, evocaba la Secuencia de Fibonacci.
Nexus comenzó a recitar mentalmente: “0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144…”. Este ejercicio numérico lo calmaba, recordándole el significado del símbolo: evolución y progreso.
Hizo una pausa antes de comenzar.
"Nuestra prioridad es destruir la sede del CIRU y exterminar a la DCIN en Horevia. Sin embargo, debemos ser precisos y evitar daños colaterales innecesarios. Los civiles no son nuestro enemigo."
Los sub generales asintieron.
"Cada uno de ustedes tiene una responsabilidad. Cada movimiento y cada ataque debe ser calculado al nanómetro. La supremacía de la República Omniroide depende de nuestra capacidad para ejecutar este plan a la perfección…”
Nexus se sumergió en la planificación, agrandando el mapa de Horevia que había ya sobre la mesa. Las tropas Omniroides se desplegarían en formaciones precisas, aprovechando al máximo las habilidades únicas de cada unidad.
Los sub generales asintieron mientras Nexus continuaba trazando los detalles del asalto, describiendo cada movimiento y contingencia con meticulosidad. Entonces se dio cuenta de que el mapa de Horevia que estaba viendo no era el mismo que habían utilizado en las primeras etapas de la planificación.
Su mirada recorrió el mapa una vez más. Los puntos de referencia estaban mejor detallados, los depósitos de recursos minerales, las rutas de suministro, y las ubicaciones de defensa eran más completas, todo el mapa de Horevia, todo estaba ahí, nunca habían logrado conseguir un mapeo de Horevia tan detallado debido a la interferencia electromagnética que el CIRU había utilizado para prohibir justamente esto, este no era un mapa Omniroide, era imposible que lo fuese..
Levantó la mano derecha con autoridad, señalando uno de los puntos de interés.
"Esto no es lo que teníamos antes. ¿De dónde ha salido este mapa?" Su voz se tensó, sabiendo que algo no encajaba.
Kaeva, uno de los sub generales, que hasta ese momento había permanecido callado, se adelantó y cruzó las manos detrás de la espalda.
"Lo entregó un Raytra encapuchado," dijo, su voz estaba calmada. "Lo recibimos hace unas horas, por medio de un contacto no identificado. El individuo no dio más detalles, pero aseguraron que la información era crucial."
Nexus frunció el ceño digital. Un Raytra... Eso lo cambiaba todo. En su mente, las piezas comenzaron a encajar con una claridad inquietante. Los Raytra, la antigua raza monárquica de Bahcírion.
El mapa no era un simple regalo. Podría ser un intento de manipulación o una señal de su propia desesperación.
Giró hacia Kaeva, su mirada era intensa como un láser.
"¿Por qué no fui informado de esto de inmediato?"
Su tono era controlado, pero las líneas digitales de frustración eran inconfundibles. "¿Pensaron que esto era algo insignificante? ¿Que una acción como esta podría pasarse por alto? Este mapa podría redefinir nuestra estrategia o destruirla si es una trampa."
Kaeva mantuvo su postura firme, imperturbable ante el interrogatorio.
"Hubo discusiones, señor. Sospechábamos que podría ser un truco del CIRU o una distracción diseñada para desviar nuestra atención. Sin embargo, el mapa superó todas las verificaciones de autenticidad. No sólo coincide con los datos fragmentarios que teníamos, sino que también cubre áreas que jamás logramos mapear por nosotros mismos. Si la Monarquía es la fuente, entonces esto podría ser una ventaja estratégica. Pero también un riesgo."
Nexus procesó la información, analizando las implicaciones desde todos los ángulos. ¿Por qué harían esto? Su propia posición era inestable dentro del tablero político. Bajo la correa del CIRU y la supervisión implacable de Resalthar, los movimientos de la Monarquía estaban limitados. Pero quizás, este era el primer paso de un plan mucho más ambicioso.
"Los Raytra podrían estar buscando librarse del CIRU," pensó. "Si entregaron este mapa, no fue por altruismo. Es un movimiento estratégico. Primero debilitan al CIRU. Luego intentan deshacerse de Resalthar. Un paso a la vez. Si Horevia cae, el CIRU pierde. Y si ganamos, la Monarquía gana..."
Se interrumpió, fijando la mirada nuevamente en Kaeva.
"¿Dónde ocurrió esta entrega? ¿En qué circunstancias? ¿Y cómo identificaron al Raytra? Los traidores no sobreviven en el CIRU ni en la DCIN, pero un enviado de la Monarquía es otra cosa. Si están involucrados, esto podría ser parte de un plan mucho más complejo de lo que imaginamos."
Kaeva respondió con la misma calma medida.
"El intercambio ocurrió en los confines de la frontera neutral en el sistema Vaenthor. El contacto estaba disfrazado, pero su acento y porte eran inconfundiblemente Raytra. Hubo precauciones, pero el mapa se entregó sin resistencia ni condiciones inmediatas."
Nexus exhaló vapor, una vibración que indicaba su frustración y concentración. “El sistema Vaenthor…” Pensó. “Demasiado cerca de unos corredores de suministro de la DCIN. ¿Estaban vigilados? ¿Dejaron pistas? ¿O fue todo orquestado para ser descubierto?” Si esto es parte de un plan de los Raytra, vaya que tienen cuidado con la exposición.. Por ahora, parece que no intentarán nada más agresivo. Están demasiado atados al CIRU... Pero no debemos subestimarlos. Cada pieza de información nueva debe ser tratada como una posible amenaza o ventaja condicionada."
Luego de pensar, recompuso su postura.
"Entendido…” Dijo en voz alta antes de retomar la estrategia.
Señaló los puntos más críticos en el holograma. "Los ataques principales se centrarán en tres áreas: el Distrito Gubernamental, donde se encuentra la sede del CIRU; el Centro de Comunicaciones, que coordina todas las operaciones de la DCIN y PEACE; y el Nodo de Energía Central, que alimenta las defensas de la ciudad. Pero hay otro aspecto crucial de nuestro plan: los Satélites Satau del CINT."
Los hologramas cambiaron, ahora mostraban el planeta Horevia desde afuera, mostrando a un lado varios datos del planeta, detallados en Karcey:
Diámetro del planeta: 179,384 Km.
Orbita la estrella Neariu, estrella tipo F7II, a una distancia de 1.2 Unidades Astronómicas.
Un día en Horevia tiene una duración de 40 horas estándar.
Las temperaturas son moderadas, con una media de 23 grados Celsius durante el día y -8 grados Celsius por la noche.
Se conectó al sistema de la mesa para mostrar seis puntos alrededor de Horevia, donde se ubicarían los Satélites Satau.
"Cada uno debe ser colocado en esta posición exacta para garantizar el bloqueo total a Horevia. Tereon, tú serás responsable de la coordinación y despliegue de estos satélites."
El Sub General Tereon asintió.
"Entendido, señor. Los Satélites Satau estarán en posición y operativos según lo planeado."
Tereon tenía un cuerpo recubierto de un metal dorado que brillaba intensamente. Su diseño era robusto, con líneas negras que denotaban su autoridad. Su rasgo más distintivo eran sus tres ópticas verdes; la central era más grande y resplandeciente que las dos laterales, su cuerpo estaba decorado con detalles en metal oscuro en sus extremidades.
Nexus asintió y prosiguió, explicando el origen de esta tecnología. "Estos fueron creados por Dinámica Orbital Incorporada, bajo un encargo específico de nuestro comando, lograron desarrollar estos dispositivos sin que el CIRU detectara su traición y sin que el CINT detectara los estragos en las rutas."
Tharn frunció el ceño digital, levantando una preocupación válida.
"Los Satélites Satau están diseñados para emitir frecuencias que contrarrestan la apertura y salida del Espacio Negativo… y portales en general, ¿No? Eso significa que cualquier cosa que intente atravesarlos se encontrará incapaz de hacerlo. Esto no solo cerrará las rutas hacia y desde Horevia, sino que también podría cerrar rutas clave para el CINT… Podrían no tomar bien que algunas rutas se cierren, especialmente las de Horevia, que son de vital importancia para ellos… para todos en general…"
Tharn tenía un cuerpo recubierto en un metal bronceado con reflejos plateados, sus dos ópticas eran de un azul profundo, y en lugar de adornos excesivos, Tharn optaba por la simplicidad; sus dedos estaban decorados con bandas de cromo pulido que acentuaban su destreza en el manejo de complejas interfaces y armamentos.
Nexus asintió.
"Es cierto. La interferencia en las rutas es un tema delicado, y cualquier alteración podría desencadenar una reacción adversa. No obstante, debemos priorizar nuestra estrategia. Una vez que Horevia esté bajo nuestro control, será crucial fortificar el planeta y gestionar la reapertura de las rutas inmediatamente.”
Nexus se inclinó hacia adelante, meditando.
"No podemos permitirnos una confrontación directa con ellos; su influencia es demasiado extensa y peligrosa para nuestro objetivo. La clave está en mitigar el daño colateral y presentarnos como una fuerza que, aunque disruptiva, no es una amenaza directa al monopolio del CINT…”
La Sub General Zorath, con un tono analítico, agregó: “Podríamos utilizar una estrategia de ‘doble engaño’. Al cerrar las rutas mediante los Satélites Satau, podríamos presentar esto como una medida temporal y justificable para garantizar la seguridad en la región. Al mismo tiempo, debemos asegurar que nuestra intervención sea percibida como una acción necesaria y no como una provocación.”
Zorath tenía un cuerpo de tono casi obsidiana, y tres ópticas, dos a los lados y una central, todos de un intenso color rojo que resplandecía proyectando una mirada penetrante que parecía observar más allá de lo evidente. Su rostro estaba adornado con patrones metálicos en relieve que recordaban a filigranas de circuitos. La decoración en su cuerpo era de placas de metal negro y pulido que se unían en formas angulares y afiladas.
Nexus asintió, considerando la propuesta. “Eso es sensato. Pero necesitamos una estrategia sólida para evitar que el CINT vea nuestra acción como un ataque directo a su monopolio. ¿Cómo podemos presentar esta medida sin que parezca una agresión?”
“Podríamos destacar que la instalación de los Satélites Satau es una respuesta a amenazas emergentes en la región. De esta manera, parecería que estamos protegiendo un área en conflicto y no desafiando directamente al CINT. Además, podríamos ofrecer garantías de que las rutas se reabrirán una vez que la situación se estabilice,” dijo el Sub General Mirael.
Mirael era un Omniroide de elegante diseño, con un cuerpo de un azul profundo que se iluminaba con sutiles destellos plateados, evocando la imagen de un cielo estrellado. Poseía cuatro ópticas dispuestas en forma de cuadrado en su rostro, que brillaban con un tono ámbar intenso, cada una era capaz de captar diferentes espectros de luz y proporcionar una visión multidimensional del entorno. La superficie de su rostro estaba adornada con finos relieves que formaban patrones simétricos, reminiscentes de constelaciones.
Nexus, reconociendo la validez de los puntos presentados, concluyó, “Estamos de acuerdo entonces. Implementaremos los Satélites Satau, presentando nuestra acción como una medida de seguridad. Al mismo tiempo, nos aseguraremos de que el CINT reciba garantías claras de que las rutas serán reabiertas una vez que la situación se haya estabilizado. Fortaleceremos nuestras relaciones diplomáticas y económicas para contrarrestar cualquier represalia. Nuestra prioridad es mantener la estabilidad sin provocar un conflicto innecesario… Y si no… Unos cuantos miles de Créditos servirán para que hagan la vista gorda… Asunto zanjado. Prosigamos con la estrategia.”
El Sub General Arlos, un Omniroide de cuerpo rojo vino, tenía un rostro que carecía de capacidades físicas de expresion, pero la disposición de sus ópticas comunicaba una intensidad de propósito; sus ópticas celestes se alineaban en dos pares, uno a cada lado, que podían moverse independientemente, permitiéndole una amplia visión de su entorno, todos lo conocían, él era conocido por su mente estratégica y su habilidad en logística, tomó la palabra tras un breve silencio:
"Señor, hemos dividido nuestras fuerzas en tres unidades principales: Asalto, Defensa, e Infiltración. La Unidad de Asalto liderada por el Capitán Tharn se encargará de Circhill y Lattyr, despejando el camino hacia Deemdore. Aquí usaremos a las unidades pesadas 'Executor Kronos-9' y a la infantería 'Nanoguard MK-XI'.”
Tharn asintió. "El enfoque será rápido, asegurando cada punto de control antes de avanzar al siguiente. Estimamos una resistencia media en Circhill, Lattyr está bien fortificada. Necesitaremos apoyo aéreo de algunos ‘Fulmenar Rexionis’ y artillería pesada de Bombarderos ‘Theeper’, y ‘Theeper’ clase ‘Hellhate’ para romper sus defensas.”
La Sub General Alira, encargada de la Unidad de Defensa, intervino: "Nuestra misión es asegurar los perímetros de los distritos capturados. Los 'Desolador Ónix X-7' y los 'Centinela Ónix MK-IV' se desplegarán inicialmente en Usda y Nemeq para evitar refuerzos enemigos, allí crearán barreras improvisadas y posiciones defensivas y abrirán paso a los Desoladores y las demás unidades para que entren a Deemdore.”
Alira tenía un cuerpo gris metálico con patrones de un negro azabache que se entrelazaban en líneas elegantes, su pecho era ancho y prominente, ya que quería emular la apariencia de una mujer Eefto de grandes proporciones. El torso estaba acentuado con placas de refuerzo que parecían imitar la musculatura, sin embargo, la estética era meramente funcional y no expresiva, poseía cuatro brazos en lugar de los dos convencionales, cada uno de ellos equipado con una serie de módulos de armamento integrados y herramientas multifuncionales, estos estaban revestidos con un metal de tono más claro que el del torso, sus manos también poseían dedos extensibles que podían adaptar su forma para manipular diversos dispositivos y armamentos, Alira tenía dos ópticas, grandes y ovaladas de color blanco.
Nexus asintió, analizando la información.
"¿Qué hay de la infiltración? Necesitamos que la Sede del CIRU sea deshabilitada desde dentro.”
El Sub General Harken, maestro en operaciones encubiertas, habló: "Aquí es donde entran los 'Centinela Umbra-7X'. Utilizaremos su capacidad para pasar desapercibidos y su letalidad en combate cercano. Se infiltrarán en Deemdore durante el asalto principal, eliminando las defensas internas y preparando el terreno para el ataque final.”
Harken era un Omniroide de diseño singularmente estilizado para el sigilo y la precisión. Su cuerpo estaba revestido en color verde oliva apagado, con un acabado mate que absorbía la luz en lugar de reflejarla, ayudándolo a fusionarse con las sombras. Su estructura era delgada y aerodinámica. Su torso era plano y flexible, diseñado para moverse con agilidad y adaptarse a espacios reducidos, y su diseño no incluía adornos innecesarios, Harken poseía tres ópticas dispuestas en una fila horizontal a lo largo de la parte superior de su rostro, eran de un color ámbar oscuro, con una capacidad de visión que incluía un espectro extendido y un rango de detección avanzado.
"¿Qué medidas de contrainteligencia estamos tomando?" preguntó Nexus.
El Sub General Verik, responsable de inteligencia, respondió: "Hemos interceptado comunicaciones del CIRU indicando que esperan un ataque, pero no saben cuándo ni dónde exactamente. Nuestros hackers están implantando información falsa para desviar su atención hacia el este de Horevia, lejos de Deemdore. Además, los 'Aerofalange Ocaso Mk-IX' crearán distracciones a gran escala para mantener ocupadas las fuerzas del CIRU.”
Verik era un Omniroide de estructura robusta, con un diseño que evocaba una mezcla de fuerza y sofisticación. Su cuerpo estaba revestido de un metal negro azabache que brillaba tenuemente bajo la luz, con detalles blancos que recorrían su torso y extremidades, formando patrones intrincados que reflejaban su alto estatus en la jerarquía de los Omniroides. Tenía una figura musculosa, con brazos fuertes y bien definidos, su rostro parecía una máscara blanca y sin rasgos faciales, destacaban dos ópticas de un azul brillante, Verik poseía cuatro brazos, cada uno diseñado para realizar tareas específicas; los brazos superiores eran más fuertes y robustos, mientras que los inferiores estaban diseñados para manipular tecnología y equipos.
El Sub General Arlos tomó nuevamente la palabra: "En cuanto al suministro de municiones y refuerzos, hemos preparado puntos de reabastecimiento en cada ubicación clave con ayuda del Nexus Auxilium, posiciones que seran protegidas para dar paso a los transportes de suministros una vez aseguremos territorio en tierra. Y gracias al Intellitectum Custodia también hemos establecido zonas para formar líneas de comunicación seguras para coordinar los movimientos entre las unidades de asalto, defensa e infiltración.”
El Sub General Drex agregó: "Hemos asignado a varios 'Centinela Fulgente MK-I’ y unidades de drones Airsa de reconocimiento para monitorear los movimientos enemigos en tiempo real. Esto nos permitirá ajustar nuestras tácticas sobre la marcha y responder rápidamente a cualquier cambio.”
Drex tenía un cuerpo azul oscuro y robusto que le confería una apariencia agresiva, en su rostro, poseía una línea de ornamentación roja brillante que cruzaba su frente y se extendía hacia los lados, dándole un aspecto casi tribal; la decoración era de un tono rojizo, contrastando con su oscuro metal. Tenía una única óptica central de un vibrante color blanco, y sus manos eran delgadas pero fuertes, con dedos grises que terminaban en puntas afiladas.
La Sub General Alira intervino: "En caso de que encontremos una resistencia mayor de la esperada en Usda y Nemeq, desplegaremos mas Desoladores y tanques Leviathan MK-IV. Los 'Nanoguard MK-XI' también estarán equipados con lanzadores de granadas magnéticas para incapacitar vehículos enemigos.”
Nexus asintió, satisfecho con la previsión mostrada. "Harken, ¿qué contingencias tenemos si los Umbra son detectados durante la infiltración?”
Harken respondió con confianza: "Prepararemos rutas de escape y puntos de extracción en Deemdore. Además, los Umbra llevan dispositivos de camuflaje óptico. Si todo falla, las unidades cercanas estarán listas para proporcionar apoyo y distracción.”
El Sub General Verik añadió: "Estamos monitoreando constantemente las comunicaciones del CIRU. Si detectamos que planean desplegar refuerzos adicionales, como un Titán… La densidad de población en Horevia hace improbable, y hasta impensable que desplieguen un Titán, ya que causaría una cantidad masiva de bajas civiles inocentes y daño colateral.”
Nexus, siempre precavido, preguntó, "¿Y si el CIRU decide sacrificar algunos distritos para proteger Deemdore y la Sede?”
Verik respondió, "En ese caso, hemos preparado una red de espías y saboteadores. Estarán listos para desestabilizar cualquier fortificación improvisada y proporcionar información en tiempo real sobre los movimientos enemigos. También hemos sembrado dispositivos de interferencia para desactivar los sistemas de comunicación temporalmente, creando caos y confusión, con eso podríamos desorientar al titan.”
Los sub generales intercambiaron miradas de aprobación. Entonces el general más joven, Kaeva, pero no menos astuto, se levantó de su asiento en la sala de planificación. Miró a Nexus con seriedad antes de plantear una pregunta que pesaba en la mente de todos.
"Señor, tengo una preocupación. En nuestro primer asalto a Horevia, el Ángel de Resalthar, Gaia, fue una fuerza formidable. Aunque ahora somos mucho más poderosos, no sabemos si ella estará presente nuevamente. ¿Cómo debemos abordar esa posibilidad?"
Kaeva era un Omniroide de estructura delicada, diseñado con un cuerpo que contrastaba con la robustez de sus compañeros. Su metal tenía un acabado plateado, sus extremidades eran delgadas y sus brazos, que se alargaban de forma inquietante, terminaban en dedos finos que podían manipular cosas de forma exquisita, su cuerpo estaba adornado con delicados detalles en negro que recorrían sus brazos y torso, asemejando un patrón floral. En su rostro, que carecía de expresiones faciales, tenía dos ópticas de un morado que brillaba con intensidad, su cabeza era de forma ovalada. Y a diferencia de los demas, el opto por usar una vestimenta, llevaba una blusa sin mangas en color negro mate, ceñida a su figura para destacar su estructura fina. Sobre los hombros y el pecho, un diseño plateado similar a un tablero de ajedrez recorría la prenda. En la parte inferior, llevaba pantalones ajustados de un azul profundo, con cortes laterales que mostraban una ligera apertura. Aunque no llevaba calzado, su apariencia se completaba con detalles sutiles en sus muñecas: finas bandas de oro que resaltaban en contraste con su piel metálica, y un nigérrimo collar delicado con una pequeña placa plateada de identificación en su cuello, casi invisible, pero llamativa.
Nexus dejó escapar una risa confiada, como si hubiera anticipado esa pregunta.
"Gaia fue una molestia en el pasado, es cierto. Pero… Si aparece, no será un problema."
Los generales intercambiaron miradas.
"Sub General Arlos," dijo Nexus, "considerando nuestra posición y las fuerzas del enemigo, ¿cuál debería ser el tiempo mínimo y máximo que dure el asedio para la conquista de Horevia?"
Arlos se inclinó hacia adelante, con su mirada firme en el mapa.
"Si todos los elementos se alinean a nuestro favor, el tiempo mínimo que podríamos tomar sería de cuarenta y ocho horas. Eso significaría un avance rápido y un asalto sincronizado en múltiples frentes, desestabilizando completamente al CIRU antes de que puedan reaccionar. Sin embargo, siendo realistas y considerando los posibles contratiempos, podríamos extendernos hasta una semana para asegurar el control sin provocar un exceso de bajas civiles."
La Sub General Alira añadió: "Nuestros movimientos deberían asegurarnos la victoria sin necesidad de un enfrentamiento prolongado. Nos hemos asegurado de que cada uno de nosotros esté al tanto de las contingencias y preparados para adaptar sus tácticas en respuesta a las acciones del enemigo."
Nexus se volvió hacia Verik. "¿Algún riesgo de subestimación del enemigo? Sabemos que nada sale como se planea en la guerra."
Verik respondió con franqueza. "Nunca debemos subestimar al enemigo, pero nuestros agentes han proporcionado información consistente y fiable sobre las capacidades y limitaciones del CIRU. Con el caos que crearemos en su red de comunicaciones, estarán en desventaja.”
Nexus se mantuvo con sus manos entrelazadas y las ópticas fijas en el mapa mientras escuchaba a sus sub generales discutir la viabilidad de reducir el tiempo de conquista a menos de 34 horas.
"Sub Generales," Verik comenzó, con calma, interrumpiendo la discusión que se había desviado. "El tiempo que hemos establecido hasta ahora es demasiado largo. No podemos permitirnos una ventana de cuarenta y ocho horas o incluso una semana. Necesitamos una conquista que se complete en treinta horas, como máximo. El riesgo de que lleguen refuerzos del CIRU es demasiado alto. Si tardamos más, nuestras fuerzas podrían verse comprometidas."
El Sub General Arlos, visiblemente sorprendido por la exigencia, intentó explicar. "Verik, reducir el tiempo a veinticuatro horas implica una sincronización y ejecución impecables. Aunque es posible, necesitamos asegurarnos de que nuestras unidades puedan mantener la presión constante sin que el enemigo tenga oportunidad de reorganizarse."
La Sub General Alira asintió, añadiendo, "La reducción del tiempo aumentará la presión sobre nuestras tropas, pero con la preparación adecuada y el despliegue estratégico de nuestros recursos, podemos lograrlo. Tendremos que redoblar los esfuerzos en la coordinación y la ejecución de los ataques. Los Satélites Satau deberán ser desplegados antes del inicio del asedio para asegurar que no haya refuerzos que puedan llegar, pero es muy probable que se retrase varias horas, el espacio estará lleno de cruceros acorazados..."
Nexus permaneció en silencio, la sala estaba llena del murmullo de sus sub generales mientras cada uno procesaba la demanda de reducir el tiempo de conquista a veinticuatro horas. La tensión era asfixiante, hasta que Nexus finalmente rompió el silencio. "El territorio caerá solo si desestabilizamos los tres puntos críticos…”
Un silencio pesado se instaló en la sala mientras los sub generales procesaban sus palabras.
Alira rompió el silencio con un destello de curiosidad en su tono. "¿Ya tiene algo planeado, señor?"
“Por supuesto.”
Una hora después…
"Arlos. Recuerda: nada es infalible. Mantén el plan flexible, y no dudes en adaptarte si algo sale mal. La rapidez es nuestra mayor arma, pero no a costa de perder el control."
“Sí señor.”
"Bien, esto concluye nuestra reunión. Cada uno de ustedes sabe su rol. Que comience la operación. Obtendremos el banco de datos del CIRU, y después lo destruiremos...”
Los oficiales se pusieron de pie. La sala se vació rápidamente mientras cada uno se dirigía a sus respectivos puestos, con la determinación de asegurar la victoria para los Omniroides. Pero al final, la guerra no determina quién tiene razón, solo quién queda…
Las oficinas del CIRU, nuevamente en la sala central. Zael y Arin, dos de los líderes más influyentes de la organización se encontraban allí, Zael, Saiglofty de piel púrpura y rasgos afilados, irradiaba confianza y superioridad. Vestía la misma túnica de seda blanca adornada con bordados dorados de siempre, y su cinturón de oro aún relucía con opulencia. Observaba la situación con una mirada fría y una postura altiva, y su arrogancia apenas estaba disimulada.
Arin, por otro lado, tambien vestía el mismo impecable traje negro y capa roja que siempre lo ha caracterizado.
Zael, sin embargo, mostraba impaciencia y desdén por la postura de Arin. "Esta guerra se intensificó porque intentamos ser amables en lugar de eliminarlos de inmediato. Nexus no busca treguas ni acuerdos. Busca poder, y el CIRU es poder. Solo queda la guerra, y debemos estar preparados. ¿Crees que sus abominaciones mostrarán piedad? No, sólo entienden el poder y la fuerza. La moderación es un lujo que no podemos permitirnos en este momento."
Se detuvo frente a Arin, mirándolo con superioridad. "El CIRU no solo es justicia. Como ya dije, es poder. Y el poder requiere de decisiones audaces. Si queremos sobrevivir y proteger a las razas unidas, debemos actuar con contundencia…"
23:37, hora estándar de la DCIN…
Un solo disparo rompió el silencio…
Un millón más lo siguieron…
El tejido del espacio se desgarró con un destello blanquecino y frío, como si el universo exhalara en agonía. Un tercio de las naves de los Omniroides emergieron en masa desde el Espacio Negativo, surgiendo frente al anillo defensivo que rodeaba Horevia, un sistema entero desplegado como escudo viviente, repleto de cruceros y cazas del CIRU y la DCIN.
De parte de los Omniroides, cientos de acorazados imponentes, de siluetas brutales y cargados con cañones masivos, formaban el núcleo de la formación, rodeados por una malla de cruceros pesados y ligeros. Fragatas rápidas patrullaban los flancos, mientras enjambres de miles de cazas se mantenían en constante movimiento, listos para interceptar cualquier amenaza.
Y en el corazón de la flota Omniroide, destacaba el Apóstol de la Libertad, el buque insignia de Nexus, un coloso de diseño ultratecnológico y brutalista, cuyas líneas de energía azul y rojo emitían un resplandor que parecía devorar la luz a su alrededor. Su presencia eclipsaba incluso a los acorazados del CIRU, como un espectro vengativo que reclamaba el dominio del cosmos.
El destino de Horevia se había sellado en el momento en que la primera nave había cruzado el umbral del Espacio Negativo...
El espacio se convirtió en un vasto campo de batalla estelar, donde las naves del CIRU chocaban con la flota de Omniroides bajo el mando implacable de Nexus. Las luces cegadoras de los disparos láser y plasma cortaban la negrura del cosmos, y las explosiones iluminaban el vacío con un brillo momentáneo.
Los cazas de ambos bandos se desplazaban con una agilidad sorprendente, esquivando y contraatacando con una precisión letal.
En el lado de los orgánicos, el Almirante Kazunari de Resalthar, un Éndevol veterano con cicatrices de la guerra contra las máquinas, lideraba una parte de la flota defensiva del CIRU desde su nave insignia, la "Justicia Estelar". Este coloso espacial, un Acorazado Estelar de la Alianza clase “Baluarte de la Protección” de 25 kilómetros de longitud y 5 kilómetros en su parte más ancha, albergaba aproximadamente a 220,000 personas, entre soldados, pilotos y personal de apoyo.
Kazunari, de sobresaliente figura y mirada de Imperialita, se mantenía firme en la cubierta de mando. Su uniforme de gala, blanco con bordados dorados y el emblema del CIRU en su pecho derecho, resplandecía bajo las luces del puente. Sus dos ojos rojos, fríos y decididos, seguían la danza mortal de las naves en las pantallas holográficas, rodeado de oficiales y técnicos que monitoreaban consolas y sistemas con febril precisión.
"Mantengan el rumbo y formación. No podemos permitir que alcancen Horevia. ¡Fuego a discreción, pero apunten con exactitud!" Su voz, grave y autoritaria, resonó en el puente, segregando el aire cargado de tensión.
Las naves proporcionadas por la DCIN, principalmente Interceptores Nova y Cazadores Cylha, maniobraban en perfecta formación, intentando coordinar sus ataques contra los Omniroides que se acercaban con velocidad y destreza inhumanas. Sus disparos láser lanzaban fulgores mortales a través del espacio, pero los enemigos mecánicos esquivaban con una gracia sobrenatural, desafiando los esfuerzos de los artilleros orgánicos.
La flota defensiva del CIRU estaba posicionada a poco más de 40 segundos luz de Horevia, justo dentro del cinturón de asteroides del sistema, este considerable rango no sólo aseguraba que la flota pudiera evitar un ataque sorpresa, sino que también les otorgaba el tiempo necesario para recolectar datos sobre las actividades enemigas.
La distancia, aunque considerable, era una medida de precaución; el tiempo extra permitiría a la flota del CIRU en Horevia ajustar sus tácticas y preparar el terreno para una defensa efectiva mientras la flota defensiva ganaba todo el tiempo posible, el CIRU tenía pensado que esta flota lograra resistir unas cuantas horas, o que directamente ganara la batalla.
El anillo de cruceros del CIRU que rodeaba Horevia era una formidable barrera defensiva y un centro de operaciones. Además, este despliegue permitía realizar un seguimiento constante del armamento y los movimientos de los Omniroides en la zona, proporcionando datos vitales para planificar ofensivas en Horevia.
En medio de la caótica batalla, las comunicaciones se llenaron de voces angustiadas y órdenes frenéticas. El ruido de las consolas y el zumbido de los sistemas de soporte vital formaban una cacofonía constante, era un recordatorio de la fragilidad de la vida en el vacío del espacio.
Las naves enemigas, dirigidas por Nexus, demostraban una astucia táctica que ponía a prueba incluso la vasta experiencia del Almirante Kazunari.
"¡Almirante, están cambiando de táctica! Nos están superando en maniobrabilidad. Sus naves son más veloces de lo que anticipamos." La voz del teniente de comunicaciones estaba teñida de alarma.
Kazunari apretó sus mandíbulas, sus manos enguantadas en cuero blanco se crispaban en los reposabrazos de su silla de mando. Sabía que enfrentaban a un enemigo cuyo intelecto y capacidades tácticas superaban las expectativas, lo entendió rápidamente, los Omniroides no tienen las limitaciones de los orgánicos, pueden usar motores más potentes sin arriesgar la vida de los tripulantes…
Los Omniroides habían desarrollado una inteligencia artificial de ataque capaz de infiltrarse en los sistemas de comunicación de los cruceros del CIRU. Esta hazaña no fue sencilla; había requerido meses de meticulosa planificación y un ingenioso despliegue de tecnología robada. A partir de planos y prototipos obtenidos de operaciones encubiertas contra instalaciones del CIRU, descubrieron una vulnerabilidad crítica en el software de comunicación de los cruceros: un antiguo protocolo de encriptación que, a pesar de su solidez, presentaba un punto ciego en su programación.
Durante la confusión inicial de la batalla, los Omniroides ejecutaron su plan. Utilizando pequeñas naves no tripuladas, diseñadas para parecer escombros flotantes, lograron acercarse sigilosamente al anillo de cruceros. Estas naves estaban equipadas con una versión avanzada de sus IA’s, las “Rykova”, capaces de crear copias del sistema operativo de los cruceros y camuflar su verdadero propósito. Al infiltrarse en las redes de comunicación, las IA se propagaron, tomando el control de los sistemas vitales que coordinaban las comunicaciones del anillo.
Este ataque eliminó la única función que mantenía al anillo relevante: la transmisión de datos sobre el armamento y el tamaño del ejército Omniroide…
Por lo que los otros dos tercios de la flota Omniroide entraron al sistema Horevia, abrumando al anillo defensivo del CIRU que se había adaptado al tamaño previo de la flota, ahora había el triple de naves.
"Mantengan la formación, no podemos ceder terreno. Lanzarán todo lo que tengan para llegar a Horevia…" Sus palabras eran un baluarte de coraje, pero el peso de la situación se reflejaba en la rigidez de su postura y la tensión en su voz.
Pero Nexus tenía otro plan bajo la manga, o mejor dicho, en su circuito...
El cálculo preciso de los saltos por dispositivo de puerta era una tarea compleja y arriesgada, requiriendo una precisión milimétrica que solo una mente como la suya podía alcanzar, calculando el salto de cada una de las más de 90,000 naves, entre ellas: cruceros, cazas, cargueros y bombarderos que habían en la flota Omniroide destinada a asediar Horevia. Las naves del CIRU continuaban luchando en el espacio, enredadas en un ballet mortal de disparos y explosiones, mientras Nexus, desde su trono de comando, analizaba y recalculaba cada variable con una eficiencia más allá de lo imaginable.
El entorno a su alrededor era un despliegue de alta tecnología: paneles de control con luces parpadeantes, hologramas proyectando estrategias de batalla y la constante transmisión de datos de las unidades en combate. Los sonidos de las teclas, zumbidos de los dispositivos y el murmullo de las comunicaciones formaban una sinfonía tecnológica, que lo ponía nervioso.
“¡Activen los motores de puerta!” La voz de Nexus resonó con una frialdad autoritaria, carente de cualquier emoción, era lo que necesitaba aparentar en estos momentos, no debía mostrar debilidad ni duda a pesar de tener muchas, “Un líder siempre debe aparentar la confianza en sí mismo,” pensó.
La flota Omniroide respondió al unísono. La transición al salto negativo fue instantánea y deslumbrante. Un destello cegador de luz azul y blanca engulló las naves, dejándolas desaparecer de la vista de la flota del CIRU. Solo quedaron destellos de luz y el eco siniestro de una risa mecánica reverberando en las comunicaciones.
Las naves habían entrado al Espacio Negativo.
Sin las comunicaciones del anillo de cruceros del CIRU, Horevia se encontró sumida en un estado de incertidumbre. La falta de información dejó a los líderes planetarios en la oscuridad respecto a la magnitud del ataque inminente. No sabían si la flota Omniroide era un contingente ligero o una fuerza abrumadora dispuesta a asediar el planeta.
Las Orquídeas Blancas estaban en posición, fuerzas antidisturbios diseñadas para sofocar revueltas y manejar enfrentamientos menores, esperaban con tranquilidad el resultado de una confrontación que no comprendían en su totalidad. En su planificación, las autoridades de Horevia habían evaluado la posibilidad de un ataque ligero, suficiente para ser repelido por las Orquídeas Blancas, que eran más que competentes en escenarios de conflicto menos severos.
Sin embargo, la realidad era drásticamente diferente. En dirección a Horevia se dirigía toda la flota Omniroide, un despliegue masivo de fuerza que superaba con creces las capacidades actuales de la defensa del planeta.
En ese instante, en el puente de la "Justicia Estelar," el Almirante Kazunari sintió una punzada de alarma. Su rostro curtido se tensó mientras observaba impotente cómo los marcadores enemigos desaparecían de sus sensores.
"¡Informe!" demandó.
"Almirante, las naves Omniroides han... desaparecido. Han saltado al Espacio Negativo," respondió un oficial, con un matiz de incredulidad en su voz.
La realización de la maniobra perfecta, una hazaña que si hubiese sido incorrecta por una décima de segundo, habría resultado en la colisión catastrófica contra Horevia, hablaba de la maestría de Nexus en el cálculo y la ejecución…
"¡Hemos llegado! Preparen los módulos de descenso. Usen el tiempo restante y activen los portales para los tanques, desplieguen los bombarderos, en treinta minutos activen los anuladores de portales en Horevia, nada entra ni sale." proclamó.
En cuestión de segundos, la flota Omniroide se materializó sobre el planeta Horevia tras el uso de dispositivos de portales que llevaron miles y miles de tropas terrestres desde los cargueros al suelo, comenzando el ataque contra la Orquideas Blancas. Desde la superficie, las ciudades y las bases del CIRU contemplaron con horror cómo las naves enemigas emergían del cielo. La sorpresa y la velocidad de su llegada desbordaron cualquier defensa que el CIRU hubiera preparado.
La evacuación había comenzado hace varias horas, pero resultaba un esfuerzo desesperado y casi inútil. Horevia, un mundo metrópolis que se extendía en capas interminables de urbes hacia el cielo y hacia las profundidades, albergaba entre dos y cinco trillones de habitantes. Nadie podía saber con certeza cuántas almas se amontonaban en los niveles inferiores; ni siquiera el CIRU tenía un mapa completo de los niveles más bajos. Allí reinaba el caos absoluto: oscuridad, pobreza, y una población olvidada por generaciones.
En las zonas de evacuación designadas había gigantescos portales, capaces de transportar millones de personas por hora, pero no eran suficientes para siquiera arañar la inmensidad de la población. Cada portal estaba custodiado por pelotones de PEACE, (Patrulla Especial de Acción y Control Espacial), policías equipados con trajes rojos de combate blindados y armas de contención diseñadas para sofocar disturbios. A pesar de su presencia, la situación era precaria. Familias enteras se empujaban frenéticamente hacia los portales, gritando y llorando, mientras las oleadas de gente caían unas sobre otras en un desesperado intento por escapar.
"¡Por favor, mi hijo! ¡Déjenme pasar!" suplicaba una mujer con un niño en brazos, aferrándose al traje blindado de un oficial de PEACE. Él la apartó con un movimiento brusco, pero evitó mirarla a los ojos.
"¡Todo el mundo en fila! ¡No empujen! ¡Cada segundo cuenta, maldita sea!" gritó el sargento desde un altavoz. Su voz apenas se oía sobre el estruendo de los gritos y el ruido constante de las botas metálicas de los agentes moviéndose en formación.
Un adolescente atrapado en la multitud tropezó y cayó. Su hermana intentó levantarlo, pero fue arrastrada por la masa de cuerpos que avanzaba como un río desbordado. "¡No lo dejen aquí! ¡Ayuda!" gritó, pero nadie se detuvo.
En las calles, el desorden se desbordaba. Los niveles intermedios, donde vivían las clases trabajadoras, eran un hervidero de pánico. Vehículos abandonados bloqueaban las arterias principales, y la PEACE trataba de abrir camino entre la multitud, pero los agentes mismos comenzaban a sucumbir al pánico.
"¡Mantengan el orden! ¡Nadie avanza sin su grupo asignado!" gritaba otro sargento desde un altavoz, mientras apuntaba su rifle de munición convencional, considerada indefensa, hacia el aire para imponer autoridad. Sin embargo, cada disparo al cielo sólo hacía que más personas corrieran descontroladas.
"¡Sargento, no podemos contenerlos más! ¡La gente está pasando por encima de las barricadas!" informó un agente, jadeando dentro de su traje rojo.
El sargento, con una mirada cargada de furia y miedo, respondió: "¡Entonces usa las descargas no letales! ¡Que alguien restaure el orden antes de que todo esto colapse!"
Las descargas de energía comenzaron a chisporrotear sobre la multitud, pero sólo intensificaron el caos. Gritos de dolor y confusión llenaron el aire.
Los distritos más altos, donde vivían los élites, habían sido evacuados casi por completo en las primeras horas del ataque. Shuttles privados y portales reservados habían sacado a los más ricos y poderosos hacia las estaciones espaciales seguras orbitando lejos del alcance Omniroide. Desde los ventanales de los rascacielos desiertos, los pocos que quedaban observaban cómo la ciudad descendía en el infierno.
En el centro de una plaza abarrotada, un agente de PEACE gritaba órdenes: "¡Todos al suelo! ¡Cúbranse ahora!" Pero era inútil. La multitud era ingobernable.
En el suelo, un soldado del CIRU, un Orquídea Blanca del batallón 6,204, con su uniforme ensangrentado y su rostro cubierto de sudor, gritaba: "¡Corran! ¡Evacuen! ¡Están aquí!" Pero su voz era apenas audible sobre el rugido de los tanques, el aullido de las sirenas, y los llantos desesperados de los civiles. Desde su posición, podía ver cómo las tropas Omniroides descendían en oleadas desde módulos de transporte que caían como lluvia. Las ondas de choque de los aterrizajes destrozaban el pavimento, lanzando escombros en todas direcciones. Los edificios temblaban y, en algunos casos, comenzaban a derrumbarse.
Un niño lloraba junto al cadáver de su madre mientras un agente de PEACE intentaba arrastrarlo hacia un portal. "¡No hay tiempo! ¡Tienen que moverse ahora!" rugió el agente, con su casco cubierto de polvo y su rostro crispado por la impotencia.
En los niveles más bajos, donde el sol nunca brillaba, la confusión era absoluta. Allí no había portales ni agentes de PEACE; sólo rumores y ecos lejanos de la destrucción que se acercaba. Algunos habitantes intentaban ascender desesperadamente por ascensores o pasillos de servicio, pero los túneles estaban tan atestados que muchos terminaban aplastados o atrapados. Otros, resignados, simplemente se ocultaban en las sombras, esperando el final.
El asedio comenzó con una estrategia que dejó a todos indefensos: un ataque electrónico masivo. Una Inteligencia Artificial creada por los Omniroides invadió los sistemas de Horevia en un abrir y cerrar de ojos, bloqueando los portales de evacuación con códigos impenetrables y desactivando redes de comunicación y defensa.
El flujo de refugiados quedó interrumpido abruptamente, con apenas unos 500 mil millones evacuados de una población que superaba los trillones. La cifra era un grano de arena. Cuando los círculos azules finalmente se apagaron, el silencio inicial fue casi peor que los gritos que siguieron.
"¡Formen una línea! ¡No dejen pasar a nadie!" gritó un oficial, levantando su escudo energético mientras las masas se abalanzaban hacia ellos.
Pero incluso la tecnología no podía contener la marea de cuerpos. Un escudo colapsó cuando demasiadas personas lo golpearon al mismo tiempo, y los agentes fueron arrastrados al suelo.
En la plaza central, las cápsulas comenzaron a abrirse, liberando soldados Omniroides que avanzaban en formación perfecta.
Un agente de PEACE disparó su rifle de plasma contra uno de ellos, pero el escudo del soldado absorbió el impacto sin esfuerzo. Antes de que pudiera disparar de nuevo, un disparo azul atravesó su pecho…
24:32
Desde su perspectiva, Lerath, un Horevita común, experimentó la caída del mundo que conocía.
Se encontraba en una de las zonas de evacuación designadas, una plaza abarrotada con miles de personas gritando, empujando y llorando. El portal parpadeó y luego se apagó de repente, como si alguien hubiera apagado un interruptor. Un silencio aterrador cayó sobre la multitud, apenas interrumpido por los gritos de los agentes de PEACE que intentaban controlar la situación.
"¡Es un fallo técnico! ¡Manténganse en calma!" rugió un soldado, pero nadie lo escuchó.
El pánico se convirtió en una estampida, y el Éndevol se encontró siendo empujado contra un muro. El aire se llenó de polvo y gritos cuando los primeros edificios comenzaron a derrumbarse en la distancia.
Los estruendos le hicieron temblar los huesos.
Los Omniroides habían lanzado su primer bombardeo. Sus cañones orbitales apuntaron a las centrales eléctricas, el Nodo Energético Central había colapsado, desde el inicio de Horevia el sistema era de centrales no nucleares, antimateria, ni geotérmica, cambiar el sistema entero era algo que ni a la DCIN ni al CIRU les apetecía remodelar, y como dicen: “Si algo funciona, no lo cambies”.
Lerath tropezaba entre cuerpos y escombros, guiándose sólo por las luces intermitentes de las unidades militares y los destellos de disparos en la distancia, ya que era de noche, en Horevia el día apenas duraba las primeras once horas. Las zonas de evacuación eran ahora cementerios de esperanza: portales apagados, refugios destruidos, y miles de personas atrapadas sin salida.
El suelo tembló nuevamente, y Lerath levantó la vista justo a tiempo para ver una cápsula Omniroide atravesar el cielo como un meteorito, estrellándose a unas calles de distancia. La onda expansiva lo arrojó al suelo, y cuando levantó la cabeza, los vio: las máquinas, frías e implacables, emergían de sus cápsulas. Eran altos, angulares, con extremidades afiladas y armas integradas que brillaban con una energía azul. Los disparos de los soldados de la DCIN y las Orquídeas Blancas eran absorbidos por sus escudos energéticos, y los pocos que lograban impactar no hacían más que arrancar chispas de sus cuerpos de metal.
"¡Retrocedan!" gritaba un agente de la PEACE mientras un tanque de la DCIN se desplazaba lentamente. Las naves enemigas seguían descendiendo en el horizonte, y cada una traía consigo más máquinas de guerra. Los cañones orbitales continuaban rugiendo, arrasando las bases del CIRU, PEACE, y la DCIN. Pero también golpeaban edificios residenciales, y cada impacto arrancaba gritos y llantos de aquellos atrapados dentro.
Lerath corrió por su vida, jadeando, con el sonido del metal aplastando el concreto detrás de él. Las luces de los disparos eran su única guía, pero cada paso lo acercaba más al peligro. En un momento, se detuvo al doblar una esquina y vio un grupo de Omniroides marchando en formación, aplastando todo a su paso. Uno de ellos giró su cabeza hacia él, y Lerath sintió cómo el tiempo se detenía. Sus ojos brillantes y carentes de alma lo miraban, analizándolo.
Un segundo después, el Omniroide lo ignoró.
El instinto “le salvó”. Se lanzó hacia un callejón “justo cuando el disparo impactó”, no había ningún disparo ni nada.
Desde el suelo, vio a un tanque de la DCIN enfrentarse a los Omniroides, pero antes de que pudiera disparar, un cañón enemigo lo atravesó, explotando en una bola de fuego que iluminó brevemente las sombras.
Lerath no podía pensar, sólo correr. Pero mientras lo hacía, una verdad fría y cruel se instaló en su mente: no había salida. No había portales, ni refugios seguros, ni esperanza. Solo una ciudad sumida en un cielo rojo lleno de muerte, y un enemigo que no se detenía.
Al girar la esquina, el aliento de Lerath se congeló en su pecho. Ante él, acurrucada contra un muro semiderruido, estaba una mujer Phyleen. Su figura parecía frágil, su espalda estaba encorvada como si cargara con todo el peso del mundo. En sus brazos, un bebé envuelto en una manta sucia lloraba. Los cuatro ojos ambarinos de la mujer estaban enrojecidos. A pesar de ello, su rostro tenía una calma espeluznante, como si ya hubiese aceptado su destino.
"¡No puedo dejarla aquí!" pensó Lerath, la lógica le gritaba que siguiera corriendo, que no se detuviera, pero sus piernas parecían haberse clavado al suelo. Avanzó lentamente, levantando las manos en señal de paz.
Ella lo miró, y por un instante, sus ojos se encontraron. Había algo más allá del cansancio en su mirada: una súplica, un ruego. "Por favor..." susurró la mujer. "Llévalo. No puedo correr más."
Lerath tragó saliva, con su mente tambaleándose entre el deber y el instinto de sobrevivir. Antes de que pudiera decir algo, una sombra se movió sobre ellos.
Un sonido metálico y sordo, como el chasquido de engranajes rotos, llenó el aire. Desde lo alto de un edificio derrumbado, una bestia de metal descendió con un salto imposible. Un Desolador.
El impacto de su aterrizaje sacudió el pavimento, lanzando trozos de concreto en todas direcciones. La criatura era una amalgama de metal y demencia, sus cuatro patas como cuchillas desgarraban el suelo con cada movimiento. Su cabeza giraba con espasmos violentos, emitiendo un sonido que recordaba a un gruñido.
Lerath sintió el instinto primitivo de huir apoderarse de él, pero algo más fuerte lo hizo moverse. Agarró al bebé con manos temblorosas y lo envolvió en su chaqueta, como si eso pudiera protegerlo de la monstruosidad que tenían delante.
La mujer se levantó de repente, tambaleándose con un grito:
"¡Corre! ¡Llévalo lejos!"
El Desolador giró su cabeza hacia ella, su cuerpo entero vibró con energía inestable. El rugido que lanzó era inhumano, una mezcla de furia animal y el zumbido de motores sobrecargados.
La mujer intentó correr, pero el Desolador se lanzó hacia ella. Sus movimientos eran descontrolados, un torbellino de fuerza y metal que chocaba contra las paredes y el pavimento. A pesar de su rapidez, su propio peso y torpeza lo hacían errar algunos golpes, destrozando el muro a su lado antes de finalmente atraparla.
El cuerpo de la mujer fue lanzado contra una pila de escombros. El sonido del impacto fue seco, como el crujido de huesos partidos. Su grito se apagó en un instante.
Lerath no miró. No podía. Sabía que mirar significaría detenerse, y detenerse era morir. Corrió con el bebé apretado contra su pecho, su corazón golpeando con fuerza contra sus costillas.
El Desolador, insatisfecho con su presa, giró su atención hacia él. Las patas metálicas trituraban el concreto mientras la bestia lo perseguía, sus movimientos erráticos y torpes destrozaban todo a su paso. Un poste de luz cayó a centímetros de Lerath, lanzado por la fuerza descontrolada de la criatura.
Podía sentir el calor de la bestia detrás de él, el zumbido de sus mecanismos sobrecargados estaba llenando sus oídos. Una esquina mal calculada lo salvó: el Desolador, en su velocidad, chocó contra una pared, derrumbándola y perdiendo segundos preciosos que Lerath aprovechó sin pensar.
Se permitió un vistazo rápido hacia atrás. La criatura estaba parcialmente enterrada bajo los escombros, pero ya se estaba liberando.
"¡Maldición!" Gruñó, aumentando el paso. Su mente estaba nublada, pero una idea se aferró a él con desesperación: tenía que llevar al bebé a un lugar seguro. No podía ser por nada.
El llanto del bebé se había convertido en un sollozo suave, como si incluso él entendiera la gravedad del momento. Lerath apretó los dientes y corrió más rápido, su cuerpo protestaba con cada movimiento, pero su voluntad lo empujaba hacia adelante.
A la distancia, podía ver una estructura parcialmente intacta, un edificio con suficientes sombras como para esconderse.
Alcanzó el edificio a duras penas, sus piernas temblaban con cada paso. Se deslizó por un hueco en la pared, encontrando un rincón oscuro y apartado, lleno de escombros y restos de lo que alguna vez fue una tienda. Afuera, el ruido del Desolador se hacía más tenue, pero no desaparecía.
El bebé, aún envuelto en su chaqueta, comenzó a moverse inquieto. Su pequeño rostro se arrugó, y Lerath supo lo que venía. Un llanto.
"Por favor... no ahora," murmuró en voz baja, más para sí que para el niño.
El Desolador estaba cerca. Podía oír el chirrido de sus patas moviéndose con lentitud, escuchando, olfateando, observando.
El bebé dejó escapar un sollozo corto y agudo. Lerath sintió como si su corazón se detuviera. Afuera, el sonido de los pasos metálicos cesó abruptamente.
"¡No, no, no!" pensó, apretando al bebé contra su pecho mientras su mente buscaba desesperadamente una solución. El llanto comenzó a aumentar. Sabía que un solo grito fuerte sería suficiente para condenarlos a ambos.
Con manos temblorosas Lerath cubrió la boca del bebé con suavidad al principio, intentando calmarlo. Pero el llanto no se detenía. El Desolador lanzó un rugido bajo, como un lamento que hacía eco en la distancia. Había oído algo.
"Lo siento..." susurró, apretando con más fuerza la boca del bebé, con cuidado de no lastimarlo pero con la urgencia de evitar el ruido. Su pequeño cuerpo se retorció en sus brazos, luchando instintivamente.
El ruido del Desolador aumentó. Ahora se movía con más rapidez, golpeando objetos y escombros en su búsqueda. Su presencia llenaba el entorno, opresiva, mientras cada paso era como un martillo contra el concreto.
Lerath sintió como si el tiempo se congelara. Su respiración era superficial, apenas permitiéndose inhalar para no ser escuchado. El bebé se calmó gradualmente, aunque seguía sollozando en silencio, con sus ojos pequeños y húmedos clavados en él.
El Desolador se detuvo justo fuera del edificio. Lerath podía verlo a través de una rendija en la pared: su cuerpo oscuro, brillante, cubierto de cicatrices de batalla y con su cabeza girando en todas direcciones, buscando algo.
Por un momento, todo quedó en silencio. Lerath sintió como si incluso su corazón hubiese dejado de latir. Después de lo que pareció una eternidad, el Desolador continuó, alejándose con movimientos erráticos.
Esperó hasta que el sonido se desvaneció en la distancia antes de moverse. Salió del edificio con cautela, apretando al bebé contra su pecho. Y divisó una entrada a los niveles inferiores: un túnel público parcialmente derrumbado, pero aún accesible.
El túnel era oscuro y olía a humedad, sus paredes estaban cubiertas de graffiti y polvo acumulado. Lerath camino por los escalones, respirando con dificultad pero sintiendo una pizca de esperanza. Estaba bajando, más cerca de un posible refugio.
El bebé comenzó a moverse otra vez, inquieto pero en silencio. Lerath acarició su pequeña cabeza. "Estamos casi ahí... sólo un poco más."
Justo cuando creía estar a salvo, un eco distante hizo presencia en el túnel: el sonido inconfundible de algo metálico golpeando contra el suelo.
El Desolador.
"¡No puede ser!" pensó.
Un sonido más lo hizo detenerse en seco: el llanto del bebé, suave pero insistente. El eco amplificó el ruido, y Lerath supo en ese instante que habían sido localizados. Afuera, el rugido del Desolador se hizo oír, más furioso que nunca.
Sin pensarlo, comenzó a correr de nuevo. El tiempo se estaba agotando.
El llanto del bebé perforaba la penumbra del túnel, una melodía de desesperación que parecía amplificarse en las paredes ennegrecidas y húmedas. Lerath, con cada respiración forzada, intentaba calmar al niño mientras esquivaba trozos de concreto caído y charcos de agua estancada que salpicaban sus piernas. "Tranquilo, tranquilo... por favor," murmuró.
A su espalda, el sonido inconfundible de los pasos del Desolador como tambores de guerra. No era constante; las patas golpeaban con violencia y torpeza, arañando el suelo y chocando contra las paredes del estrecho pasadizo.
El pasillo era un laberinto de desolación: grafitis apenas visibles, dibujados por manos que tal vez ya no existían, paredes marcadas por impactos, y un hedor que mezclaba óxido y carne quemada. Lerath apenas podía distinguir sus alrededores en la oscuridad, pero sabía que detenerse significaría la muerte.
De pronto, una tenue luz parpadeante iluminó un rincón del túnel. Tropezó, casi cayendo, y allí los vio: un grupo de refugiados, cinco o seis personas, acurrucados en las sombras. Sus rostros eran un cuadro de desesperanza; ojos hundidos, piel manchada de hollín, y cuerpos temblorosos. Uno de ellos, una anciana con un pañuelo raído, levantó la mirada hacia Lerath con un destello de esperanza.
"¡No aquí! ¡Vienen detrás de mí!" gritó Lerath, el pánico en su voz era más que evidente.
Pero el Desolador ya estaba allí. Un estruendo sacudió el pasadizo cuando la máquina monstruosa chocó contra las paredes en un salto descontrolado, destrozando una sección del túnel. Trozos de concreto y metal volaron en todas direcciones, y el aire se llenó de polvo y gritos.
El monstruo se detuvo, su cabeza giró erráticamente mientras evaluaba a las presas que tenía frente a él. Los refugiados intentaron dispersarse, pero el Desolador se lanzó hacia ellos con una brutalidad ciega, aplastando a dos de ellos contra el suelo en un abrir y cerrar de ojos.
Lerath utilizó el caos como cobertura. Con el bebé apretado contra su pecho, corrió sin mirar atrás, sus ojos ardían por el polvo. Los gritos de los refugiados se apagaron rápidamente, reemplazados por el ruido de cuerpos despedazados y el crujir de la máquina que se regodeaba en su carnicería.
El corredor se extendía interminablemente hacia las profundidades. El aire era más denso, pesado, con un calor asfixiante que se adhería a la piel. Cada paso que daba Lerath parecía llevarlo más lejos de la salvación, y más cerca de un vacío opresivo. Finalmente, llegó a una escalinata oxidada que descendía aún más.
"¿Cuánto más?" pensó, su mente estaba al borde del colapso. Sus piernas temblaban como si fueran a ceder, y el bebé comenzó a moverse inquieto nuevamente. Su pequeño cuerpo se retorcía, pero su llanto había sido reemplazado por un jadeo suave y entrecortado, como si también estuviera agotado.
El descenso parecía interminable. Los escalones eran estrechos, desgastados, y en algunos tramos faltaban completamente, obligándolo a saltar con cuidado. Cada crujido metálico bajo sus pies hacía eco en la vastedad del túnel, y Lerath no podía evitar preguntarse: ¿Cuánto había bajado ya?
De repente, algo cambió. Un rugido profundo y familiar hizo que el inexistente cabello de Lerath se erizara.
Miró hacia arriba, y allí estaba.
El Desolador.
Había encontrado otra entrada y ahora se lanzaba en su dirección, su enorme cuerpo apenas encajaba en el espacio reducido.
Lerath maldijo entre dientes. "¡Te odio! ¡Maldita sea, te odio!" rugió mientras sus piernas lo obligaban a seguir bajando. Pero su ritmo se había ralentizado; los escalones y la fatiga lo estaban venciendo.
El Desolador, incapaz de controlar completamente su movimiento, golpeó contra las paredes varias veces, arrancando trozos de concreto y dejando marcas profundas. Pero eso no lo detenía; la máquina parecía alimentarse de la destrucción, pero había perdido el rastro de Lerath… Afortunadamente tenía sus lanzamisiles gastados.
Al final de los escalones, Lerath vio una luz. Era tenue, parpadeante, pero prometía una salida. Un túnel que ascendía, guiándolo nuevamente al exterior. Sin embargo, cada paso hacia esa luz se sentía como un desafío imposible, y el rugido del Desolador se hacía cada vez más cercano.
El odio y el cansancio llenaban el pecho de Lerath mientras avanzaba, sosteniendo al bebé con una determinación férrea.
Tras decenas de escalones que parecían no tener final, el túnel terminó, y Lerath emergió jadeando en una plaza desfigurada por la guerra. No era de día, pero podía ver todo con claridad gracias al resplandor infernal de las llamas que consumían los edificios circundantes. El aire estaba cargado de humo, polvo y un calor sofocante. A lo lejos, se escuchaban los ecos de cañonazos y explosiones que parecían nunca detenerse.
Un tanque de la DCIN, un monstruo metálico inmovilizado en el centro de la plaza, se alzaba como un cadáver gigante, su cañón estaba torcido hacia el cielo y cubierto de ceniza. Alrededor de él, cuerpos desperdigados formaban un macabro mosaico: soldados con armaduras fracturadas, rostros desfigurados y extremidades en ángulos imposibles.
Lerath, por un instante, no pudo moverse.
La escena lo abrumó.
Cada fibra de su ser le gritaba que corriera, que siguiera adelante, pero sus piernas estaban ancladas al suelo. Apretó las mandíbulas y cerró los ojos, tratando de bloquear el pánico que lo ahogaba, pero las imágenes seguían allí, grabadas en su mente.
Un movimiento a su izquierda lo sacó de su trance. Entre los cuerpos esparcidos, una figura se arrastraba lentamente. Era una mujer con el uniforme de la PEACE, desgarrado y manchado de sangre. Su rostro estaba cubierto de cortes, y el ojo derecho parecía cerrado por la hinchazón. A pesar de su evidente agonía, la mujer levantó la cabeza al oír a Lerath acercarse.
"¡Ayuda!" gritó él, con voz quebrada. "Por favor, este bebé..."
La mujer parpadeó, sus ojos estaban nublados por el dolor y el agotamiento.
"¿Un... bebé?" murmuró, como si la palabra no tuviera sentido en aquel infierno.
Lerath se agachó junto a ella, su cuerpo temblaba mientras intentaba ofrecer algún tipo de consuelo. "Necesitamos salir de aquí... ¡por favor, ayúdame!"
Pero antes de que pudiera continuar, un rugido gutural llenó la plaza.
El Desolador.
Emergió del túnel como una bestia que había olfateado sangre, su cuerpo estaba cubierto de polvo y escombros, y sus ojos verdes brillaban con intensidad, y su cabeza giraba erráticamente, buscando su presa.
La mujer de la PEACE se apoyó contra el tanque, su respiración era entrecortada mientras sacaba una pistola láser temblorosa de su cinturón.
"Corre," dijo con voz ronca. "Yo... lo distraeré."
"¡No puedes contra eso!" gritó Lerath, su voz llena de desesperación.
Pero ella no lo escuchó.
Con manos temblorosas, apuntó hacia el Desolador y disparó. Los destellos del láser iluminaron la plaza como relámpagos, reflejándose en las paredes ennegrecidas y el casco brillante del tanque. El monstruo se detuvo, confundido por los destellos, y giró su cabeza hacia la mujer.
"¡Corre!" repitió ella, esta vez con más fuerza.
Lerath no necesitó más. Sujetando al bebé con fuerza, corrió hacia los restos de un edificio cercano, detrás de él, el rugido del Desolador se mezcló con los disparos y el grito final de la mujer. No se atrevió a mirar atrás.
Dentro del edificio, encontró un pequeño grupo de civiles, incluidas dos mujeres y un hombre mayor. "¡Un bebé!" exclamó una de ellas, corriendo hacia él.
"Cuídelo..." dijo, jadeando. "Voy a distraerlo."
"¿Qué? ¡No puedes hacer eso!" protestó el hombre.
"¡Si no lo hago, todos moriremos!" respondió, sus ojos estaban llenos de determinación. Colocó al bebé en los brazos de la mujer y salió corriendo hacia la plaza.
El Desolador aún estaba entretenido con la mujer de la PEACE, pero ya había comenzado a acercarse peligrosamente.
Lerath recogió un trozo de metal del suelo y lo lanzó contra la bestia.
"¡Aquí estoy! ¡Ven por mí, hijo de puta!"
El Desolador giró hacia él, emitiendo un chirrido amenazante.
Corrió, sabiendo que solo tenía un corto trecho para ganar tiempo antes de que la criatura lo alcanzara. Corrió entre los escombros, saltando por encima de restos de edificios y vehículos destruidos, usando cada grieta y rincón para esconderse, solo para reaparecer en otro lugar y atraer la atención del Desolador.
Al final, su única salida fue un callejón sin salida, bloqueado por un tanque de guerra destrozado, buscaba algo, cualquier cosa, entonces lo vio, uno de los cuerpos de los soldados de las Orquideas Blancas tenía un cinturón repleto de granadas, sin dudarlo se abalanzo sobre el cuerpo y arrancó el cinturón del cadáver.
El corazón le latía a toda velocidad mientras se giraba hacia la bestia, que ya estaba a pocos metros de él. El Desolador rugió y se lanzó hacia él con velocidad, pero Lerath estaba preparado, y logró esquivarlo de un salto.
El cuerpo del Desolador chocó contra el tanque, provocando una explosión de escombros, pero Lerath no retrocedió. En su mano derecha, el cinturón de granadas descansaba.
Se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en la bestia. El odio en su pecho lo quemaba. Lo observó, tan cerca ahora que podía escuchar el chillido de sus articulaciones. Su último acto sería algo personal, algo que no involucraba solo la rabia, sino una necesidad de ver la monstruosidad que lo había perseguido a los ojos, una necesidad de morir en sus términos.
El Desolador saltó hacia él, preparado para desgarrarlo con sus afiladas garras de metal. En un último esfuerzo, Lerath apretó el botón de detonación en el último segundo.
Una cadena de explosiones desgarró la noche, un rugido que sacudió los cimientos de la ciudad. El aire se incendió, y el impacto de la detonación fue tan violento que el cuerpo de Lerath se disolvió en un destello de fuego y metal. No hubo tiempo para el sufrimiento, solo la instantaneidad de la destrucción.
Su cuerpo fue lanzado hacia un muro cercano. Sus extremidades se contorsionaron de forma antinatural, el peso de los escombros y fragmentos metálicos aplastaron sus huesos. La carne fue arrancada de su cuerpo en pedazos, fragmentos de piel y sangre esparcidos por el suelo, una pintura de lo que había sido un hombre.
El rostro de Lerath, o lo que quedaba de él, quedó parcialmente carbonizado y desfigurado por la explosión. Su cráneo estaba expuesto, los ojos saltaron de sus órbitas al impacto, dejando dos agujeros vacíos donde antes brillaba la furia de su mirada. Su torso, reducido a una masa de carne chamuscada, apenas era reconocible. De su cuerpo solo quedaban jirones, mezclados con los restos de la bestia, mientras trozos de metal, plástico y vísceras volaban por el aire.
El Desolador quedó reducido a un amasijo de escombros, retorcido como una carcasa. La explosión había arrancado la mayor parte de su estructura, dejando su torso desfigurado, repleto de agujeros, cortes y quemaduras. El rugido de su motor había sido reemplazado por un pitido débil, una señal que solo los condenados a la muerte podrían entender: su núcleo, esa parte vital, parpadeaba.
Su rostro era ahora una masa de metal retorcido. La parte frontal de su cabeza había sido arrancada, dejando al descubierto circuitos chamuscados y cables colgando como tripas. La estructura facial estaba desfigurada: sus ópticas, que una vez brillaron con una maldad insaciable, ahora eran dos agujeros vacíos, y la parte superior de su cráneo, que antes se alzaba con orgullo como la cara de la muerte, estaba hecha pedazos, deformada por el impacto de la explosión, y de su interior salían chispas y vapores, como si la misma esencia de la máquina estuviera tratando de huir.
El núcleo, expuesto a la intemperie, palpitaba débilmente, su luz celeste iba desvaneciéndose poco a poco. El metal caliente se derretía, goteando sobre el suelo ennegrecido mientras su corazón de energía se apagaba lentamente, luchando por seguir funcionando a pesar de las heridas mortales.
Intentaba mover sus patas arrastrándose sobre el pavimento destrozado, con un sonido espantoso, como una bestia rabiosa que no entiende que está muerta. Su cuerpo emitía una serie de ruidos de frustración, chirridos de metal desquiciado, mientras sus extremidades, torcidas e inútiles, pataleaban en vano.
Su núcleo titilaba, ya casi apagado, y los últimos destellos de su vida se reflejaban en las ruinas que lo rodeaban. La furia en sus ojos, o lo que quedaba de ellos, ya no era más que un resplandor moribundo, y su cuerpo, colapsando sobre sí mismo, caía en una espiral de agonía metálica.
Se desplomó de lado, su cuerpo era ahora imposible de mover. La luz de su interior se extinguió con un pequeño zumbido, y con ello, la vida de la bestia se desvaneció, dejando solo un cadáver irreconocible, una carcasa sin alma entre los escombros y la muerte que había causado…
Desde su trono en el Apóstol de la Libertad, observaba el despliegue con satisfacción. Los Omniroides se preparaban para el asalto final, sus cuerpos metálicos relucían bajo la luz artificial del puente. Habían llegado a Horevia, y el destino del planeta ahora pendía de un hilo, listo para ser cortado por la espada implacable de la libertad.
Las ciudades temblaban bajo el peso de la invasión, y el pánico se extendía como un virus, infectando cada rincón de Horevia con la certeza de la devastación inminente. La batalla había comenzado, y la oscuridad se cernía sobre el horizonte.
Los módulos de descenso Omniroides se desplegaron desde las naves nodrizas en una coreografía perfectamente orquestada. Eran como cometas descendiendo desde el cielo, diseñados para transportar rápidamente a sus tropas a la superficie de los planetas. Estas naves, de forma aerodinámica y reforzadas con aleaciones de metal de alta resistencia, estaban equipadas con sistemas de propulsión de última generación que les permitían descender con precisión milimétrica. Cada módulo era capaz de albergar hasta 200 Omniroides de infantería, proporcionando un flujo constante de refuerzos en el campo de batalla.
Cuando se desplegaban desde las naves nodrizas, los módulos se lanzaban al vacío con una sincronización impecable, alineándose en una formación que recordaba a una danza. Su descenso era rápido, tomando apenas unos minutos para alcanzar la superficie. Una vez en tierra, los módulos liberaban a sus tropas con la eficiencia de un resorte, mientras que sus sistemas de carga y descarga se activaban automáticamente para preparar el retorno.
El tiempo que tardaban en regresar a los cargueros era igualmente impresionante. Tras dejar caer a las tropas, los módulos iniciaban su ascenso casi de inmediato, empleando motores de propulsión de alta potencia que les permitían elevarse en cuestión de segundos. El ciclo completo, desde el descenso inicial hasta el regreso para cargar más soldados, podía completarse en menos de diez minutos, lo que garantizaba un flujo ininterrumpido de fuerzas en el terreno. Así, los cielos de Horevia se oscurecían con la incesante llegada de las sombras metálicas…
24:31
El Almirante Kazunari Strator-Keor de Resalthar observaba la pantalla holográfica mientras las naves Omniroides desaparecían en una brillante ráfaga de energía. El salto al Espacio Negativo que acababan de presenciar no era algo que cualquier comandante pudiera ejecutar con esa precisión milimétrica. El Almirante cerró los puños sobre el borde del panel de mando blanquecino, como todo en ese sala, todo era de color blanco con bordes dorados e interiores negros, con todo esto, unicamente resaltaban los hologramas celestes, anaranjados, o a todo color.
Y Kazunari sabía que Nexus había logrado una hazaña que muy pocos habrían siquiera intentado
El puente de mando se llenó de voces tensas, operadores y oficiales trabajando para calcular una ruta que permitiera a la flota del CIRU alcanzar Horevia antes de que fuera demasiado tarde. Pero la realidad golpeaba duramente: no podían usar el Espacio Negativo a tan poca distancia de un planeta sin arriesgarse a una catástrofe.
"Almirante, las naves Omniroides ya están entrando en la atmósfera de Horevia."
Kazunari se irguió, con sus ojos reflejando la presión del momento. La guerra no le daba tregua. Había visto miles de escenarios similares a lo largo de su carrera, pero esta vez, el enemigo lo había superado en un movimiento clave. Nexus no había dejado margen para error.
"Timonel, ponga rumbo a Horevia. Nos dirigimos a la órbita para establecer la defensa, junto con los demás cruceros del anillo." La orden salió rápida y firme.
El coloso espacial se estremeció mientras los motores lumínicos empezaban a rugir, girando la masiva estructura lentamente sobre su eje. La Justicia Estelar era una maravilla de la ingeniería militar, pero su tamaño implicaba que cada movimiento tomará tiempo. Demasiado tiempo.
"No podemos usar el Espacio Negativo tan cerca del planeta, señor, la velocidad del Espacio Negativo... Si intentamos replicar lo que hizo Nexus, terminaríamos varios sistemas lejos, o podríamos terminar dentro del planeta y explotar, cada una es peor que la anterior..." Habló un oficial de navegación.
Kazunari lo sabía perfectamente. La hazaña de Nexus no era algo que su flota pudiera imitar. El cálculo había sido tan exacto que cualquier error les habría costado la vida a miles de Omniroides. Solo Nexus y sus máquinas eran capaces de hacer algo así, y eso ponía a Kazunari en una situación desesperada.
"Entonces, Motores DET," respondió Kazunari mientras observaba el mapa holográfico que mostraba la ruta hacia Horevia.
"Activen el Protocolo Vectorial-73. Preparen los escudos y cierren todas las compuertas."
El Protocolo Vectorial-73 era el procedimiento estándar para viajes a velocidad lumínica o superior que no fuesen por el Espacio Negativo. Cualquier falla en su ejecución sería letal.
Las ventanas y puertas del crucero comenzaron a cerrarse con gruesas compuertas de titanio reforzado, bloqueando la visión del espacio exterior. El sonido de sirenas llenaba el crucero, acompañado por luces rojas parpadeantes que advertían de la activación inminente del protocolo.
"¡Cerrando compuertas de acceso! ¡Sellando compartimientos de cubierta 8 a 12!" Gritaba un técnico desde la consola de control.
Las alarmas estroboscópicas sonaban, mientras una voz mecánica y femenina emitía una advertencia por los altavoces en todo el crucero: "Atención: Activación del Protocolo Vectorial-73 en curso. Todas las escotillas, compartimientos y ventanas serán cerradas de manera inmediata. El personal de mantenimiento, asegúrese de que los sistemas críticos estén operativos. Todo equipo de energía debe ser desviado a los escudos cinéticos. Las áreas no esenciales deben quedar selladas herméticamente para minimizar el consumo de energía.”
El eco de la alarma continuaba mientras las compuertas se cerraban automáticamente con un fuerte clang. "Escudos cinéticos a máxima capacidad. Iniciando conteo regresivo para aceleración lumínica en 60 zalthar.”
"¡Escudos cinéticos al 100%, señor! La estabilidad es firme, sin fluctuaciones visibles.” Anunció un oficial táctico desde su puesto. Las lecturas del escudo brillaban en un tono verde intenso, indicando que todo estaba en orden.
Una voz desde el departamento de mantenimiento se pudo escuchar a través del sistema de comunicaciones internas: "Todos los sistemas no críticos han sido desactivados. Se han sellado los compartimientos de almacenamiento y los conductos de ventilación auxiliares. Se están redirigiendo los últimos rastros de energía hacia los escudos… 50 zalthar. Al personal de armas: aseguren que todo el armamento esté bajo consumo mínimo. Cualquier interferencia podría comprometer la aceleración. Todo el sistema debe operar en modo hermético.”
"Confirmado. Todos los compartimientos están sellados. Integridad del casco asegurada," agregó un ingeniero de sistemas.
"Confirmado. Todas las armas están aseguradas y los generadores en mínimo operativo," respondió un técnico de armas.
Kazunari asintió. "Manténganme informado de cualquier fluctuación. A estas velocidades, que un pequeño meteoro se cuele en nuestro camino podría ser el fin."
"40 zalthar," continuaba la voz mecánica. El ambiente se volvía más tenso con cada segundo. Los sonidos de las cerraduras automáticas se podían oír por todo el crucero, asegurando cada rincón de la nave.
"Integridad del casco verificada, señor. Los compartimientos exteriores están sellados, y las cámaras muestran una presión estable en todas las secciones," informó el ingeniero jefe desde el puente secundario.
"¿Estado de los motores?" preguntó Kazunari.
"Motores de Distorsión Espacio-Temporal listos para el salto a velocidad lumínica, señor. Cálculo de trayectoria confirmado, sin anomalías en el trayecto previsto."
"30 zalthar," la alarma de advertencia seguía, marcando el avance inexorable hacia el salto.
"Escudos secundarios activados," dijo otro oficial, revisando su consola. "Compensadores gravitacionales ajustados para la aceleración."
"20 zalthar."
Los motores rugieron con una intensidad creciente, la vibración recorrió toda la estructura de la Justicia Estelar.
"10 zalthar."
"Todo listo, señor," informó el timonel, mientras las estrellas frente a la nave comenzaban a alargarse, distorsionadas por la inminente aceleración.
Kazunari se ajustó en su asiento.
5... 4... 3... 2... 1…
"Iniciando aceleración lumínica."
El espacio a su alrededor se distorsionó de forma surreal, con las estrellas transformándose en líneas de luz mientras la Justicia Estelar entraba a velocidad de la luz. Todo el crucero vibraba suavemente, con los escudos cinéticos haciendo su trabajo mientras la tripulación mantenía su atención en los sistemas. Pero Kazunari no podía dejar de pensar en lo que los esperaba en Horevia.
"El tiempo corre en nuestra contra," dijo Kazunari a su segundo al mando, el Comandante Talen Strator-Valor de Resalthar, quien permanecía estoico a su lado.
Una vez llegaron tras 38 segundos, el planeta que se expandía en las pantallas holográficas ante él estaba al borde del asedio total. Las ciudades, las bases, los centros de mando en la superficie de Horevia ya estarían sumidos en la anarquía, tratando de responder al ataque relámpago de los Omniroides.
"Preparen las baterías principales y todos los sistemas de defensa," ordenó Kazunari.
La flota del CIRU rugió hacia el planeta, ganando velocidad, pero aún le tomaría valiosos minutos colocarse en posición. Cada segundo contaba, y Kazunari lo sabía. Mientras tanto, Nexus estaría consolidando su dominio sobre el suelo de Horevia, desplegando sus legiones de máquinas con la precisión que lo caracterizaba.
"Almirante, estimamos que tendremos una posición óptima en la órbita de Horevia en dos nalthon," informó el capitán Ryn desde su consola.
Dos minutos. Dos eternos minutos.
Kazunari cruzó los brazos, inclinándose hacia el holograma del planeta. Había liderado innumerables batallas, pero sabía que ésta sería una de las más complicadas. Nexus no era un adversario convencional; no cometía errores, no dejaba cabos sueltos, y siempre estaba varios pasos por delante. Pero Kazunari tampoco era alguien que se dejara amedrentar.
"Comandante Talen, informe a todas las fuerzas terrestres. Que las Orquídeas Blancas mantengan sus posiciones lo mejor que puedan hasta que lleguemos."
El comandante asintió con rapidez y empezó a transmitir las órdenes.
El Almirante Kazunari permanecía de pie, inquebrantable, en el centro del puente de mando de la Justicia Estelar, observando el acercamiento a Horevia a través de la enorme pantalla en la sala. Las luces de las consolas parpadeaban y emitían zumbidos mientras los oficiales trabajaban sin descanso, preparando a la nave para lo que sabían sería una brutal batalla en la órbita del planeta.
"Almirante, estamos entrando en órbita lejana de Horevia," informó el timonel, moviendo sus cuatro manos con velocidad.
La órbita lejana, en términos astrofísicos, era la zona en la que la nave podía equilibrar las fuerzas gravitacionales del planeta y su velocidad orbital sin consumir demasiada energía. A esa distancia, las influencias de la gravedad de Horevia y el arrastre atmosférico eran mínimos, pero permitían una rápida inserción orbital cuando fuera necesario. Los sensores del Justicia Estelar capturaban datos constantes sobre la aceleración y rotación del planeta, ajustando cada vector en función del desplazamiento orbital para mantener la estabilidad de la nave y evitar caer en una espiral gravitacional, todos ellos aparecían en las pantallas, obviamente, en Karcey.
El planeta ahora dominaba el campo de visión, una esfera resplandeciente, pero lo que capturaba la atención de Kazunari no era el planeta en sí, sino las pequeñas sombras que se movían alrededor de él. Cruceros Omniroides. Cazas. Escuadrones de droides que pululaban como una plaga de langostas, atacando las defensas orbitales del CIRU. Nexus había dejado su huella, y Kazunari sentía que cada segundo perdido era una afrenta personal.
Cada crucero, fragata y caza aliado parecía estar luchando su propia guerra, incapaces de reagruparse.
Kazunari observaba en silencio, con los brazos cruzados detrás de la espalda. La pantalla principal mostraba al Justicia Estelar orbitando en una posición clave, una de las pocas fuerzas del CIRU que aún mantenía cohesión táctica en medio del desastre.
El jefe de comunicaciones informó con urgencia:
"Almirante, los sistemas de defensa orbitales de Horevia están sobrecargados. Las plataformas han sido diezmadas, y los escudos planetarios ya no están operativos. Los Omniroides han ganado control de la órbita baja. Las flotas restantes están dispersas. No podemos contar con refuerzos."
Kazunari asintió, sus ojos estaban fijos en la imagen de un crucero aliado siendo perforado por una andanada de cazas Omniroides.
"Entonces, tendremos que arreglárnoslas solos, desplieguen todo hacia la órbita baja."
El timonel se giró desde su puesto, con voz vacilante. "Señor, si desplegamos nuestros cazas y fragatas para reforzar las defensas orbitales, quedaremos prácticamente sin escolta directa. ¿Es prudente arriesgar tanto?"
Kazunari lo miró, sus ojos como cuchillas afiladas. Dio un paso al frente, su voz firme y autoritaria.
"Es lo único que podemos hacer. Horevia no puede caer. Cada caza, fragata y disparo de nuestros hombres deben proteger esa órbita a cualquier costo. Si los Omniroides consolidan su posición aquí, destruirán cualquier posibilidad de resistencia. Envíen todo lo que tenemos, salvo lo estrictamente necesario para mantener al Justicia Estelar operativo."ç
Hubo un breve silencio en el puente mientras las órdenes eran transmitidas. Los pilotos se prepararon para el despliegue en masa. Los hangares del Justicia Estelar se abrieron como un animal liberando a su progenie, lanzando una marea de cazas hacia el campo de batalla. Al mismo tiempo, las fragatas que lo escoltaban maniobraron hacia posiciones defensivas en la órbita cercana, listas para interceptar cualquier intento enemigo de tomar control.
El oficial táctico destacó la dispersión de las fuerzas:
"Las flotas aliadas están repartidas por toda la órbita. El Impune Guardia está en el lado oscuro del planeta enfrentándose a un crucero de clase devastador, y el Dorada Magnolia está siendo acosado por enjambres de cazas. No hay forma de reagruparnos sin exponernos a fuego enemigo concentrado."
"Cada crucero tiene su propia guerra, y eso es lo que Nexus quería. Divide y vencerás." Su voz se endureció. "Pero nosotros seremos la excepción. El Justicia Estelar será la línea que no se quiebra. Mantendremos la línea y causaremos tanto daño como podamos. Si caemos, caeremos sabiendo que hicimos todo lo posible para detener a estas máquinas sin alma."
Los cazas aliados comenzaron a enfrentarse con los enjambres Omniroides, un espectáculo de luz y destrucción que iluminaba la órbita. Las fragatas aliadas, aunque superadas en número, se posicionaron en formaciones defensivas, absorbiendo el fuego enemigo mientras devolvían los golpes con el doble de fuerza.
"¡Concentren el fuego en los grupos de cazas más cercanos! ¡Y mantengan las baterías del Justicia Estelar enfocadas en cualquier crucero que intente cruzar esta zona orbital!"
Se giró hacia sus oficiales. "Jefa Miko, prepare todas las armas de largo alcance. Cañones láser listos para disparar. Establezcan prioridad en las naves enemigas. Quiero que esos thrulvak de metal se desintegren antes de que siquiera piensen en acercarse."
"A la orden, Almirante," respondió la Jefa de Sistemas de Armamento, con sus cuatro manos ya volando sobre los controles para ejecutar la orden.
La Justicia Estelar comenzaba a realizar un giro táctico lento, situándose en una posición para maximizar el poder de fuego. Sus veinticuatro cañones láser de largo alcance estaban alineados para empezar el ataque. Los diez cañones de iones zumbaban listos para neutralizar los escudos de las naves de los Omniroides.
"Objetivos fijados, señor," informó uno de los artilleros desde su consola. "Estamos en rango..."
"Nalath."
Los cañones láser dispararon al unísono, liberando potentes haces de luz a millones de grados que atravesaron el vacío, alcanzando a algunos de los cruceros ligeros Omniroides. Las explosiones de los mismos estallaron en la distancia, bañando la negrura del espacio con un destello anaranjado. Varios cruceros enemigos sufrieron impactos directos, dejando a sus estructuras temblando.
Pero los Omniroides no eran fáciles de intimidar. Las naves más pequeñas y ágiles comenzaron a moverse, lanzándose hacia la Justicia Estelar, disparando ráfagas de plasma y misiles en un intento por abrir una brecha en sus escudos.
"Escudos cinéticos al 95%, señor," informó uno de los encargados de escudos.
Kazunari apretó las mandíbulas. Los Omniroides, aunque inferiores en tecnología, eran implacables. Según lo que el alto mando le había dicho a Kazunari, él tenía entendido que eran autómatas programados para destruir, para conquistar. No conocían el miedo, pero tampoco la gloria de la victoria.
"Que las torretas láser derriben a esos cazas antes de que se acerquen más."
Los artilleros apuntaron, y las veinticuatro torretas láser de defensa de la Justicia Estelar comenzaron a disparar, liberando una lluvia de fuego dirigida a las naves más pequeñas que intentaban flanquear la nave. Algunas cayeron al instante, explotando en chispas de fuego que duraban apenas unos milisegundos antes de consumirse en el espacio.
Pero no todo iba a favor.
Un grupo de naves más pesadas de los Omniroides se alineó en un ángulo de ataque y disparó una andanada de proyectiles de plasma hipercargado contra el casco de la Justicia Estelar. El plasma hipercargado, mucho más potente que el estándar, lleva una carga energética extrema, capaz de penetrar con mayor facilidad las defensas. Aunque los escudos cinéticos absorbieron la mayoría del impacto, uno de los sectores laterales derechos del coloso fue alcanzado directamente. Las luces del puente parpadearon y una leve vibración recorrió la nave.
El plasma estándar es usado en la mayoría de las batallas, siendo efectivo para causar daños consistentes, mientras que el plasma de baja intensidad, aunque menos letal, es útil en situaciones donde se prioriza la dispersión o el control del campo. El hipercargado, sin embargo, está diseñado para atravesar incluso las defensas más fuertes.
"¡Impacto en la sección lateral derecha, Almirante!" Gritó uno de los ingenieros. "Los escudos en ese sector han caído al 60%."
"No permitiremos que estos Thrulvak nos sobrepasen." Kazunari se inclinó hacia adelante.
"Que las baterías de plasma concentren su fuego en las naves pesadas. Apunten y acaben con ellas."
Las seis baterías de cañones de plasma se encendieron con un resplandor azulado, disparando enormes bolas de gas ionizado puro que se dirigieron hacia las naves más grandes de los Omniroides. Las bolas de plasma atravesaron los pequeños cascos enemigos, causando explosiones masivas que desintegraron las naves desde dentro.
"Señor, los cañones de iones están listos de nuevo. Los escudos de los cruceros enemigos son vulnerables."
Kazunari sonrió, una sonrisa de pura alegría.
"Apunten a los escudos. Que los cañones de iones hagan su trabajo. Desnuden esas naves para que nuestros misiles los despedacen."
Los cañones de iones rugieron, lanzando descargas de energía morada que atravesaron los escudos de las naves Omniroides cercanas, desactivándolos de inmediato. Sin sus escudos, esas naves quedaron expuestas.
"¡Lancen los misiles y los torpedos de protones!"
Los lanzadores de misiles de la Justicia Estelar liberaron su carga, enviando misiles que impactaron contra las naves desprotegidas. Los torpedos de protones, diseñados específicamente para destruir objetivos pesados, atravesaron los cascos con facilidad, y las explosiones que siguieron fueron brutales. Una de las naves, de apenas unos cientos de metros de longitud, explotó en una ráfaga de pura luz, dejando sus restos esparciéndose en todas direcciones.
"Almirante, más cazas Omniroides vienen en formación de ataque. Los escudos en ambas secciones laterales están bajando al 50%."
Kazunari apretó las mandíbulas nuevamente. El odio que sentía hacia las máquinas era más profundo que cualquier daño físico que sufriera su nave. Según los reportes que le entregó el Concejo, habían destrozado mundos, arruinado civilizaciones, y ahora querían hacer lo mismo con Horevia.
"Que las torretas mantengan esos cazas a raya."
El Almirante se permitió un momento para observar a su tripulación. Confiaba en ellos, en cada uno de los oficiales y técnicos que trabajaban para defender Horevia. Aunque las luces parpadearan y los informes de daños llegaran constantemente, el espíritu de la Justicia Estelar permanecía intacto. Y mientras Kazunari estuviera al mando, la nave continuaría luchando.
Entonces, emergió un Crucero Acorazado Soulripper, claramente robado por los Omniroides, era una sombra veloz de 9.2 kilómetros que surgió entre las estrellas, moviéndose con la agilidad de una fiera cazadora. Aunque pequeño en comparación con el colosal Justicia Estelar, el Soulripper era mortal en su maniobrabilidad, un depredador ágil enfrentándose a un coloso. Kazunari observó el acercamiento en las pantallas de la sala de mando, con sus ojos fijos en su enemigo.
El Soulripper comenzó su asalto con una maniobra rápida hacia el flanco derecho del Justicia Estelar, buscando un punto en los escudos laterales ya debilitados. Las Cargas de Lanzas a babor y estribor del Soulripper se dispararon simultáneamente, surcando con una energía anaranjada y vibrante. Los impactos iniciales hicieron que las defensas cinéticas del Justicia Estelar crepitaran y parpadearan, dejando a sus barreras casi sobrecargadas.
"¡Escudos a 60%!" Informó uno de los oficiales.
Kazunari no pestañeó. Conocía el juego del Soulripper: golpear y retirarse, usando su velocidad para evitar el fuego pesado. Pero Kazunari tenía un arma a su favor: la resistencia y la pura brutalidad de su nave. Su enemigo podría ser rápido, pero el peso del poder del Justicia Estelar era imparable.
"Giren salthir a estribor. Y que las baterías de plasma se alineen. Quiero ese crucero dentro de nuestro arco de fuego."
El Justicia Estelar comenzó a rotar. Las enormes baterías de plasma se activaron, preparándose. El Soulripper se adelantó, lanzando otro asalto de cargas de lanzas, esta vez enfocándose en los motores traseros del Justicia Estelar, con la esperanza de inutilizar a la bestia desde dentro.
Las “Lanzas” son armas de energía concentrada y altamente destructiva, emiten un rayo continuo capaz de atravesar blindajes muy gruesos, afortunadamente los escudos traseros, aún intactos, absorbieron la mayoría del impacto.
"¡Ahora, disparen las baterías de plasma!" Gritó Kazunari.
Seis ráfagas de energía celeste y chisporroteante brotaron de los enormes cañones del Justicia Estelar. Cuatro de las ráfagas impactaron el casco del crucero Omniroide, rasgando su blindaje como si fuera papel y enviando explosiones que sacudieron su estructura. Sin embargo, la agilidad del Soulripper le permitió esquivar parte del ataque.
"Escudos enemigos desactivados hasta el 40%, Almirante," anunció otro oficial.
Kazunari no hizo ningún gesto, se quedó observando cómo el crucero enemigo intentaba retirarse, con sus motores a toda potencia mientras giraba alrededor del Justicia Estelar. Pero Kazunari ya había previsto esto.
"Preparen los lanzadores de misiles."
Los lanzadores de misiles, situados en las plataformas superiores de la Justicia Estelar, se activaron con un zumbido. Tres misiles fueron disparados, el Soulripper trató de evadir, pero uno de los misiles conectó justo en su parte media. La explosión fue devastadora, enviando fragmentos del blindaje al espacio.
Sin embargo, el Soulripper aún no había caído, lanzó otro asalto, sus torretas de plasma dispararon, y las explosiones sacudieron las secciones frontales de al Justicia Estelar.
"Que los torpedos de protones hagan su trabajo. Acabemos con esta nave."
Dos torpedos de protones fueron liberados, e impactaron en el Soulripper, atravesando lo que quedaba de sus escudos y su casco. La detonación resultante fue catastrófica. El crucero se desintegró en una tormenta de fuego breve, y metal.
Kazunari se permitió una breve exhalación, observando cómo los restos del Soulripper flotaban sin rumbo en el vacío.
"Uno menos," murmuró. "Ahora, ¡preparen los cañones para el siguiente objetivo!"
Claramente no habría tregua, los sistemas de alerta de la nave estallaron, lo que hizo que Kazunari se volviera de forma brusca hacia la pantalla principal.
Lo que vio en el monitor lo dejó helado por un segundo: un monstruoso crucero de batalla directa se aproximaba. Un Crucero de Batalla Directa Latur's Nightmare, una leyenda en las filas de la Hegemonía Resalthar, un modelo forjado en nombre de la grandeza del planeta industrial más importante y el más fortificado del dominio del Infinito, Acredia-Latur, ahora corrompido, profanado por la blasfemia Omniroide. Sus símbolos cubrían la hermosa estructura de 28 kilómetros, eran un insulto a todo lo que representaba.
"No puedo creer que hayan mancillado esta obra de arte," gruñó entre dientes, con odio hirviendo en su pecho. "No solo nos arrebatan vidas, sino también nuestra historia."
El Latur's Nightmare era una bestia. Pero el Almirante no retrocedería, de todas formas, se veía un poco dañado y en mal estado, era obvio que los Omniroides no le habían dado un mantenimiento apropiado.
"¡Todos a sus puestos!" Gritó, haciendo que los oficiales a su alrededor se movieran. "Preparen los cañones de iones. Que los escudos de ese crucero maldito se desplomen. Y mantengan a nuestros escuadrones de cazas remanentes en defensiva; no quiero que esa abominación nos rodee."
El Latur's Nightmare se acercaba rápidamente, con sus treinta torretas láser cobrando vida con un fulgor rojizo tan intenso como una gigante roja. Kazunari sabía que ese monstruo estaba armado hasta los dientes, veía a sus hangares liberando oleadas de cazas, y a sus Lanzas de Deformidad, armas capaces de distorsionar el espacio-tiempo alrededor del objetivo, desgarrando la estructura molecular de cualquier nave atrapada en su rayo.
Estas lanzas podían abrir brechas temporales y espaciales para causar un daño devastador al crear un agujero negro, del tamaño de una moneda, que se desintegraria en pocos milisegundos.
Aún más temible era el Cañón de Ira Infernal, un arma masiva montada en la parte superior del Latur, diseñada para concentrar y liberar energía pura con una potencia tal que podía vaporizar naves enteras en un solo disparo. El cañón requería mucho tiempo para cargarse, pero cuando disparaba, desataba una fuerza capaz de arrasar con cualquier cosa en su camino.
"¡Cañones de largo alcance, apunten a las torretas de defensa de su flanco derecho! Reduzcan su fuego antes de que esté demasiado cerca. Carguen los cañones de plasma en la batería central. Y redirijan toda la energía posible a los escudos cinéticos"
Los cañones láser dispararon en rápida sucesión, buscando los puntos débiles en la estructura del Latur's Nightmare. Pero el crucero Omniroide no era fácil de penetrar; sus escudos cinéticos absorbían la mayoría de los impactos, mientras las torretas láser respondían.
"¡Ambos escudos laterales al 60%! ¡Estamos perdiendo la integridad en el casco exterior!" Informó uno de los oficiales, con la voz cargada de preocupación.
Kazunari sabía que el Justicia Estelar no podría mantener un enfrentamiento prolongado contra un enemigo de ese calibre. Pero no se permitiría dudar. No ahora.
"¡Cañones de iones, ahora!" Rugió.
Los cañones de iones se activaron, lanzando sus descargas púrpuras hacia el coloso enemigo. Los escudos energéticos titubearon, parpadeando mientras las ondas de energía atravesaban su estructura. Y durante unos segundos, los escudos del crucero enemigo se desplomaron en su flanco izquierdo, una apertura.
"¡Ahora, misiles, disparen hacia los motores! Si lo ralentizamos, será nuestro."
Los misiles silbaron desde el Justicia Estelar, dirigiéndose hacia los motores expuestos del Latur's Nightmare, esquivando disparos láser y de plasma. Pero justo cuando estaban a punto de impactar, el crucero activó sus generadores de escudos cinéticos en esa sección, bloqueando el daño y lanzando una ráfaga de sus torretas láser en represalia. Las explosiones sacudieron violentamente el Justicia Estelar.
"¡Impacto en las secciones delanteras! ¡Daños en las baterías de plasma!" Anunció otro oficial, mientras las luces parpadeaban. "Los escudos frontales están a punto de colapsar."
Kazunari soltó un gruñido bajo, mirando la pantalla. Sabía que estaban en una posición crítica.
Se volvió hacia su oficial táctico.
"¡Prepárense para un giro completo! Vamos a exponer nuestros cañones de plasma laterales y dispararemos todo lo que tenemos…"
El Justicia Estelar comenzó a girar sobre su eje, exponiendo sus baterías de cañones de plasma laterales hacia el Latur's Nightmare. Mientras tanto, el crucero Omniroide lanzaba otra descarga de sus lanzas de deformidad, distorsionando el espacio y causando que los escudos del Justicia Estelar se debilitaran aún más. A pesar de que las lanzas de deformidad alteraban el espacio-tiempo, los escudos cinéticos podían contrarrestar estas distorsiones al redistribuir la fuerza gravitacional y el impacto de los miniagujeros negros. Los escudos empleaban un campo energético ajustable que fluctuaba a frecuencias muy altas, permitiendo que absorbieran y disiparan el estrés generado por estas distorsiones.
"¡Disparen los torpedos de protones!"
Los torpedos de protones fueron disparados, y solo uno de ellos impactó en el costado del Latur's Nightmare, perforando su casco y desatando una explosión masiva. Pero el crucero enemigo seguía avanzando, imparable, lanzando una lluvia de fuego desde sus torretas láser y de plasma, a su vez desplegando más cazas desde sus hangares. Las defensas del Justicia Estelar estaban al límite, con las torretas láser de defensa trabajando frenéticamente para mantener a raya a los escuadrones enemigos, los escudos cinéticos cayeron.
Kazunari apretó los puños, sintiendo la presión aumentar.
"¡No cederemos! ¡Aplasten a esos monstruos de metal, Vek Aeviontar!"
El Justicia Estelar temblaba bajo el fuego del Latur's Nightmare y las docenas de cazas que lo rodeaban. Las explosiones sacudían bruscamente la nave mientras las luces parpadeaban, y el eco de las alarmas plagaba todo el puente. Varios paneles de control chisporroteaban y algunos oficiales sangraban tras el impacto de los misiles enemigos que hacían a todos perder sus posiciones tras los bruscos zarandeos de la nave tratando de contrarrestar los impactos.
"¡Almirante, hemos perdido ocho lanzamisiles! Las torretas láser de defensa en la parte izquierda también están fuera de servicio," informó un oficial de armamento, aferrándose con fuerza a su cabina mientras se comunicaba con los artilleros.
Kazunari asintió sin dejar de mirar las pantallas de la batalla. A pesar de las bajas significativas, el Latur's Nightmare también mostraba grandes signos de desgaste. El impacto del torpedo de protones había dejado un enorme agujero en su costado, y sus escudos fluctuaban visiblemente, la parte superior estaba expuesta.
Algunos escudos cinéticos se reactivaron justo cuando una lanza de deformidad amenazaba con atravesar el casco.
"¿Cómo están nuestros escudos?" Preguntó Kazunari, con los ojos fijos en la pantalla central, la cual estaba comenzando a fallar, mostrando colores erráticos y temblores.
"Los escudos están en un 20% en la parte delantera, y el lateral derecho está prácticamente expuesto," respondió el oficial de sistemas. "No aguantaremos mucho más bajo este ritmo de fuego."
Kazunari frunció el ceño, evaluando rápidamente la situación. "¿Qué sabemos del cañón de ira infernal?"
"Se está cargando," respondió el oficial de sensores. "El Latur’s Nightmare lo alinea para disparar. Tenemos menos de dos nalthon."
Kazunari apretó los dientes. "Todos los cañones de plasma, apunten al módulo superior frontal. ¡Esa cosa no debe disparar!"
Abrió los ojos de golpe y señaló al oficial táctico. "¡Apunten los cañones de plasma al segmento superior del abdomen!"
"¡Señor, el ángulo es complicado! Nuestros cañones de plasma están en un 60% de capacidad y apenas pueden mantener la precisión bajo este bombardeo," advirtió el oficial de artillería.
"Entonces acerquemos la nave," ordenó Kazunari, con una calma gélida que electrizó el puente. Su tono no admitía réplicas, pero las miradas de la tripulación delataban su incredulidad.
"¡Almirante, eso nos expondrá completamente!" protestó el timonel, aferrándose al respaldo de su asiento mientras una vibración sacudía la estructura del puente.
"Ya estamos expuestos," respondió Kazunari, sin apartar la vista de la pantalla táctica. "Nuestra única opción es tomar la iniciativa. Ahora, ¡obedezcan!"
El Justicia Estelar rugió al avanzar, sus motores redoblaron el esfuerzo mientras las luces en el puente parpadeaban por la redistribución de energía. Kazunari señaló la consola del oficial táctico.
"Active la Interferencia Defensiva."
"¡A la orden!" El oficial pulsó una serie de comandos, y un zumbido grave recorrió la nave mientras el campo electromagnético comenzaba a formarse.
Fuera del casco, el espacio alrededor del Justicia Estelar se llenó de un parpadeo intermitente. Un aura de distorsión electrónica desestabilizó los sistemas de rastreo de los misiles enemigos, que comenzaron a desviarse de sus trayectorias, estallando en detonaciones prematuras.
"¡Los misiles están perdiendo el blanco, señor!" exclamó el oficial de sensores.
"Esto no durará mucho," murmuró Kazunari, apoyando una mano ensangrentada en la consola. "¡Timonel, lleve la nave directamente hacia la superestructura superior del Latur's Nightmare!"
"Señor, ¡esa maniobra nos pondrá en el epicentro de su fuego!" El timonel giró el rostro, buscando una confirmación que no llegó.
"Exactamente. Si quieren acabar con nosotros, tendrán que gastar cada bala en hacerlo. ¡Ejecútelo!"
El puente se estremeció mientras el Justicia Estelar se lanzaba hacia adelante, rompiendo la formación enemiga. Cazas Omniroides intentaban flanquearlos, pero las torretas defensivas respondían con disparos incesantes.
"¡Reduzcan la potencia de los motores laterales y desvíen toda la energía sobrante a los escudos frontales!"
"¡Entendido! ¡Energía redirigida!"
La nave avanzaba como un ariete blindado, soportando impactos de plasma y láser que hacían vibrar cada cubierta. Una explosión sacudió el ala izquierda, arrancando parte del blindaje, pero Kazunari apenas reaccionó.
"¿Estado del sistema de armas?"
"¡Los cañones de plasma siguen operativos, pero los misiles de largo alcance están inhabilitados!"
Kazunari apretó los puños. "Será suficiente. Apunten los cañones de plasma al cañón infernal. ¡Derríbenlo!"
El Latur's Nightmare, aún tambaleándose por los impactos anteriores, intentaba estabilizar su posición.
"¡Oficial táctico! ¡Fuego de cobertura sobre las alas de esos cazas! ¡No permitan que lleguen a nuestras torretas principales!"
"¡Cubriendo alas, señor!"
Las torretas láser del Justicia Estelar giraron frenéticamente, abatiendo cazas en una sinfonía de explosiones. Mientras tanto, los cañones de plasma apuntaban con precisión milimétrica hacia la superestructura del Latur's Nightmare, donde el cañón infernal comenzaba a cargarse.
"¡Listos los cañones de plasma, señor!"
Kazunari levantó la mano, observando cómo la energía rojiza del cañón infernal crepitaba.
"Esperen... esperen..."
Una sacudida violenta lanzó a Kazunari al suelo. El puente entero se inclinó, y una lluvia de chispas cayó desde los paneles sobrecargados. Tambaleándose, Kazunari se levantó y señaló la pantalla.
"¡NALATH!"
Los cañones de plasma lanzaron una andanada devastadora. Los primeros disparos golpearon los escudos residuales del Latur's Nightmare, debilitándolos aún más. Los siguientes penetraron directamente en la superestructura, enviando fragmentos de metal al espacio.
"¡Impacto directo!" informó el oficial táctico.
"¡No es suficiente! ¡Sigan disparando!"
El cañón infernal oscilaba, su luz rojiza parpadeando mientras explosiones internas comenzaban a recorrer la nave enemiga. Finalmente, una última ráfaga de los cañones de plasma alcanzó el núcleo energético del arma.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Luego, una explosión masiva desgarró la parte superior del Latur's Nightmare, enviando fragmentos incandescentes a todas direcciones.
El puente del Justicia Estelar estalló en vítores, pero Kazunari no compartió el momento de júbilo. El Justicia Estelar aún estaba gravemente dañado, y aunque habían ganado una pequeña ventaja, el enemigo seguía siendo una amenaza colosal. El Latur's Nightmare no se rendía. A pesar del daño masivo, sus torretas láser seguían disparando, y los cazas Omniroides rondaban como una plaga.
"¡Silencio!" ordenó, su voz fue cortante como un látigo. "Esto no ha terminado. Estamos demasiado cerca del epicentro. ¡Timonel, retroceda de inmediato! ¡Quiero distancia entre nosotros y esa monstruosidad!"
"¡Entendido, almirante!" respondió el timonel, maniobrando los controles con manos temblorosas.
El Justicia Estelar comenzó a retroceder.
"¡Alerta! Detecto actividad residual en las torretas láser del enemigo," advirtió el oficial de sensores. "¡Están intentando fijar su objetivo!"
"¡Escudos a máxima potencia! Que todas las secciones no esenciales sigan desviando energía a los motores y sistemas defensivos," ordenó Kazunari, aferrándose al borde de su consola mientras otra sacudida estremecía el puente.
"¡Los hangares enemigos están liberando más cazas, señor!" informó un técnico, su rostro estaba empalideciendo mientras los datos se actualizaban en tiempo real.
Kazunari apretó las mandíbulas y señaló hacia las torretas defensivas en el diagrama holográfico. "Que nuestras torretas láser hagan lo que puedan. Ya no nos queda mucho armamento pesado, pero lo que tengamos, ¡úsenlo! Esos cazas no deben llegar a nuestras secciones expuestas."
"¡Las torretas están respondiendo, pero no podemos detenerlos a todos!" replicó el oficial táctico, con un tono que denotaba frustración.
"Entonces compraremos tiempo," dijo Kazunari, sus ojos destellando con resolución. "Timonel, manténganos a distancia. No permitas que vuelvan a ponernos en su rango óptimo."
Mientras el Justicia Estelar continuaba alejándose, las torretas de defensa láser disparaban sin cesar, formando un muro de luz que mantenía a raya a los cazas enemigos. Sin embargo, el enjambre seguía creciendo, y los impactos en el casco se hacían más frecuentes.
"¡Informe de daños!" exigió Kazunari, con el puente lleno de alarmas.
"¡Sección de motores laterales comprometida, pero todavía funcional! Los escudos están al 14% y cayendo, pero los sistemas principales siguen operativos," respondió un oficial de ingeniería.
Mientras las últimas torretas disparaban con todas sus fuerzas, el Justicia Estelar continuaba sufriendo el asalto de los cazas enemigos. Las pantallas mostraban las áreas críticas: los escudos estaban al borde del colapso, y varias secciones de la nave estaban dañadas irreversiblemente.
Kazunari sabía que solo les quedaba una opción.
La voz de su conciencia sonó, implacable: "Es ahora o nunca. Si retrocedes, perderás cualquier posibilidad de victoria. El enemigo es más lento, pero si no lo rematas ahora, seguirá enviando oleadas hasta que no quede nada de ti ni de esta tripulación."
Suspiró profundamente. Su decisión estaba tomada.
"Timonel," dijo, volviéndose hacia la mujer al centro de la sala de mando. Su cabina, una estación semicircular rodeada de pantallas táctiles y paneles holográficos, parecía un pequeño mundo aparte dentro del puente. Sobre la consola principal descansaban indicadores luminosos que parpadeaban mostrando vectores de navegación y el estado crítico de la nave. Una taza de metal, olvidada hace horas, temblaba con cada impacto que sacudía la nave.
"Olvide lo que dije antes," ordenó Kazunari de repente. "Acercamiento total. Lleve el Justicia Estelar directo hacia el Latur's Nightmare. Quiero estar lo suficientemente cerca como para ver las chispas salir de su casco."
El timonel lo miró, incrédula por un instante, pero luego asintió. Sus manos volaron por los controles, ajustando la trayectoria de la nave.
"¿Un acercamiento directo, Almirante?" preguntó el Capitán Ryn desde el otro lado del puente. "Con las condiciones actuales… Podría ser suicida."
Kazunari lo miró con fiereza, sus ojos brillaron como Imperialita al rojo vivo. No tuvo que decir nada. Todos entendieron.
"¡Energía de las secciones no esenciales, desvíenla a los escudos frontales y laterales más cercanos al enemigo!" rugió. "Que todo lo demás quede desnudo si es necesario. Nuestra única protección será el ataque."
"¡Entendido, desviando energía ahora!" respondió el oficial de ingeniería. Los indicadores en las pantallas comenzaron a parpadear con un rojo alarmante en las zonas desprotegidas.
"¡Armas, concentren todo el fuego en sus áreas más dañadas!" Continuó.
El puente entero tembló mientras el Justicia Estelar avanzaba, cerrando la distancia con el gigante enemigo. Las torretas láser del Latur's Nightmare redoblaron su intensidad, golpeando los escudos que ahora apenas y resistían.
El timonel tensó las mandíbulas mientras ajustaba los controles. A pesar de la presión aplastante que sentía en sus hombros, su mirada permanecía fija, como si toda la responsabilidad del Justicia Estelar descansara únicamente sobre sus manos.
"¡Estamos a 500 metros del objetivo, Almirante!"
"Perfecto," murmuró Kazunari, con sus dedos tamborileando sobre la consola táctica. "¡Disparen con todo lo que tengamos en cuanto estemos en posición óptima!"
Un impacto estremecedor sacudió el puente, y una de las pantallas secundarias estalló en una lluvia de chispas. Kazunari apenas parpadeó.
"¡Cañones listos!"
"Entonces, ¡descarguen todo!"
Los cañones de plasma del Justicia Estelar rugieron, vomitando fuego y destrucción hacia el corazón del Latur's Nightmare. La distancia cerrada permitió que cada disparo golpeara con una precisión devastadora, desgarrando los restos del escudo enemigo y pulverizando sus sistemas críticos.
Las torretas de plasma hipercargado del Latur disparaban furiosamente, pero algunas de sus secciones estaban ya destruidas, y los escudos parpadeaban de manera inestable.
Kazunari aprovechó ese momento.
"¡Ahora, fuego concentrado en su costado derecho!"
Los cañones restantes del Justicia Estelar, desgastados y con poca munición, dispararon una andanada hacia el costado debilitado del Latur's Nightmare, disparos que sacudieron la enorme nave Omniroide, abriendo brechas en su estructura. Algunos de sus cazas comenzaron a caer sin control, afectados por la destrucción interna.
El Latur's Nightmare tambaleaba, pero no había caído aún. Kazunari, con su nave al borde de la destrucción, sabía que el final estaba cerca. Solo una última maniobra podría decidir la batalla.
El Justicia Estelar temblaba bajo los continuos ataques, con secciones enteras expuestas al vacío. Las alarmas seguían sonando mientras la tripulación total luchaba por mantener la nave funcional. Justo cuando parecía que el Latur's Nightmare estaba al borde de la derrota, un grito de alarma sonó en el puente.
"¡Almirante, hemos detectado una cápsula de incursión! Ha atravesado el casco en la zona dañada del ala derecha."
Kazunari giró bruscamente hacia el oficial que informó. El cansancio no tenía lugar en su rostro, solo la rabia de alguien que había luchado demasiado tiempo contra sus odiados enemigos.
"¿Cuántos Omniroides a bordo?" Preguntó, con la voz tensa.
"Aún no lo sabemos con certeza, pero la cápsula ha liberado múltiples señales eléctricas. Se mueven rápido... muy rápido," respondió el oficial de seguridad. "¡El oxígeno en esa sección está saliendo, hemos cerrado las compuertas para evitar que se propague!"
Una amenaza interna en una nave tan dañada como el Justicia Estelar podría ser catastrófica.
"¡Desplieguen a los equipos de seguridad de la DCIN de inmediato!" Ordenó Kazunari. "¡Que esos malditos no pongan un pie más dentro de mi nave!"
El personal de seguridad corrió por los pasillos hacia la zona de incursión, armados con fusiles de plasma y armaduras pesadas.
Mientras tanto, el Justicia Estelar seguía soportando la tormenta. El daño era cada vez más y más severo. Una explosión masiva sacudió la estructura, provocando que varias pantallas del puente se apagaran de golpe. Kazunari se aferró a su asiento mientras una nube de humo llenaba el entorno, una lanza de deformidad había asestado un golpe demoledor.
"¡Almirante, el impacto en la sección trasera ha destruido los lanzadores de torpedos de protones! ¡No tenemos más armamento pesado disponible!" Informó uno de los oficiales, con la voz sofocada.
El Latur's Nightmare, a pesar de las innumerables brechas en su casco y todos los sistemas críticos fallando, continuaba atacando. Kazunari observó los restos de su nave, sabiendo que no resistirían más. Pero justo cuando todo parecía perdido, un destello de luz brilló en la pantalla principal.
"¡Almirante! Hemos logrado dañar su núcleo de energía. El Latur está perdiendo el control de sus sistemas."
Kazunari, con el rostro endurecido, no vaciló.
"¡Concentren todo el fuego restante en esa zona!"
Los cañones láser restantes del Justicia Estelar, debilitados pero aún funcionando, dispararon una ráfaga concentrada que golpeó el corazón del Latur's Nightmare, perforando sus secciones críticas. El impacto desestabilizó su núcleo energético, y los sistemas internos de la colosal nave comenzaron a fallar en cascada. Por un momento, hubo un silencio inquietante en el vacío estelar. Luego, una vibración sorda retumbó desde el interior del Latur, seguida de una serie de explosiones que sacudieron su estructura.
Las grietas comenzaron a recorrer su casco, extendiéndose como fracturas en un cristal, mientras el reactor principal del Latur fallaba catastróficamente.
Una explosión descomunal, ahogada en la inmensidad del espacio, desgarró la nave desde el centro. En un espectáculo de destrucción gloriosa, el Latur's Nightmare literalmente se partió en dos. Fragmentos de su armazón de veinticuatro kilómetros fueron lanzados en todas direcciones, creando una nube de escombros incandescentes que iluminó la oscura eternidad.
En el puente del Justicia Estelar, la tripulación observaba con asombro mientras la majestuosa y monstruosa nave Omniroide se desintegraba frente a sus ojos. Columnas de liquidos de color azul y naranja brotaron de las entrañas del Latur, envolviendo sus torretas y hangares, hasta que sus restos comenzaron a desmoronarse como una estrella moribunda.
Los sistemas registraron: destrucción completa.
Los escombros, algunos del tamaño de pequeños asteroides, comenzaron a flotar por el vacío, apagándose lentamente.
El Latur ahora era polvo. El Justicia Estelar, aunque victorioso, se tambaleaba al borde del colapso. Sus propios escudos estaban rotos, varias secciones de la nave estaban expuestas al vacío, y las alarmas estallaban sin cesar en la sala de mando. y el armamento, había quedado reducido casi a nada.
Kazunari se levantó de su asiento.
"Almirante, el equipo de seguridad ha logrado contener a los Omniroides que abordaron, pero sufrimos bajas significativas," informó el jefe de seguridad. "El oxígeno está estabilizado en las zonas afectadas, pero la nave está en estado crítico."
Kazunari miró a su tripulación, herida y cansada, pero aún firme. Sabía que el Justicia Estelar no podría continuar mucho más en ese estado.
"Ordenen a todos los sistemas entrar en modo de contención de emergencia," dijo. "Nos retiraremos para reparaciones. No podemos seguir combatiendo en este estado."
Mientras las órdenes se daban, el Justicia Estelar comenzó a disminuir su velocidad. Con un gesto, miró al timonel y al resto de la tripulación. “Inicien el Protocolo Incógnito.”
El timonel, pese a los daños, comenzó a preparar los Motores Negativos. Las luces de advertencia parpadeaban en la consola mientras configuraba las matrices, y un zumbido profundo resonó en toda la nave al activarse el sistema. El Espacio Negativo, doble cara del universo, pero completamente vacía.
“Almirante, trazando curso a Titanis en el Dispositivo de Puerta Subatómica,” informó el timonel. Con dedos rápidos y precisos, desplegó un mapa tridimensional holográfico de la región galáctica, mostrando los límites de Ariuci y la vecina galaxia, Auntam. Con la delicadeza de una cirujana y el pulso de una veterana, delineó una curvatura de trayectoria, uniendo puntos en el vacío como una telaraña. Los pulsos de energía comenzaron a vibrar y sincronizarse, recreando la trayectoria en la matriz del Dispositivo, preparándose para el salto.
Un estruendo sacudió el casco de la nave, arrojando chispas de varios paneles y haciendo que las luces parpadearan. La estructura metálica se quejó, y varios oficiales perdieron el equilibrio. En ese instante, un técnico entró corriendo en la sala de mando, sudado, probablemente llevaba más de veinte minutos corriendo.
“Almirante... los motores están gravemente dañados,” dijo, con una voz que se quebró en el último instante. “No pueden soportar el viaje lumínico... ni el salto al Espacio Negativo. Estamos varados.”
El silencio que siguió cayó como un manto pesado y sofocante sobre el puente de mando. Kazunari se mantuvo firme, pero su expresión era de fracaso.
La jefa de tácticas habló al otro lado de la sala: “Almirante, se acercan más naves Omniroides…”
Kazunari exhaló despacio, tomando una decisión final. “Es hora de evacuar la nave. Diríjanse a las Matrices de Transposición y preparen a la tripulación para el abandono inmediato.”
El mismo técnico que había informado sobre los motores se adelantó, con una expresión aún más sombría. “Almirante… las Matrices de Transposición están inservibles. Las secciones correspondientes fueron destruidas por el fuego enemigo, y los circuitos están totalmente fritos.”
“¿Las cápsulas de Éxodo están operativas?”
“La mayoría de las cápsulas fueron destruidas, pero aún hay suficientes para evacuar a toda la tripulación. Cada cápsula puede soportar a unas 350 personas y caerían… en Horevia.”
Kazunari se quedó en silencio, perdiéndose en la nada por un instante. Sabía bien lo que les esperaba en Horevia, un planeta devastado por el conflicto, sumido en el embrollo y en constante batalla. Las posibilidades de supervivencia eran mínimas para una tripulación desarmada y sin cobertura. Sin embargo, también sabía que quedarse en el crucero significaba una sentencia de muerte.
“Declaro evacuación total,” anunció. “Diríjanse a las cápsulas de Éxodo y prepárense para el descenso.”
En cuestión de minutos, la alarma de evacuación sonó por toda la nave, y miles de tripulantes comenzaron a moverse rápidamente por los pasillos, buscando una salida de la nave que alguna vez había sido su hogar y su fortaleza. Las cápsulas de Éxodo comenzaron a llenarse de tripulantes heridos, exhaustos, pero esperanzados de sobrevivir a la batalla que continuaba afuera.
Kazunari recorrió la sala con la mirada, observando a cada uno de los oficiales. No entendía por qué nadie había salido. La nave estaba en estado crítico y la evacuación era su única esperanza… pero todos seguían allí, firmes, mirándolo como si compartieran una convicción que él no alcanzaba a comprender del todo.
“¿Por qué siguen aquí?” preguntó. “Las cápsulas de Éxodo aún pueden salvarlos… ¿por qué no se van?”
El silencio que siguió fue breve, pues su segundo al mando, el comandante Talen, un hombre de porte estoico, dio un paso al frente.
“Almirante, llevo más de dos décadas a su lado,” comenzó, sin apartar la vista. “He seguido sus órdenes en innumerables batallas. La Justicia Estelar no es solo una nave… es nuestro hogar. Para algunos de nosotros, es todo lo que hemos conocido. Abandonarla a su suerte, así, simplemente… sería traicionarla. Y… con respeto, a usted también.”
Se quedó en silencio, sus ojos seguían fijos en Talen. Sabía lo que significaba esa nave para él, pero le sorprendía el alcance de aquella devoción.
Antes de que pudiera responder, el timonel, Miura Aeronar-Xantor de Resalthar, una mujer de carácter indomable como el propio espacio, y quien siempre había navegado el crucero con precisión inquebrantable, intervino: “¿Escapar y morir en un mundo que se está desmoronando? No,” declaró con orgullo. “Si voy a morir, prefiero hacerlo aquí, en la Justicia Estelar. Esta nave nos ha dado demasiado como para abandonarla en el último momento. Creo que todos tenemos la misma respuesta, Almirante. Si vamos a caer… lo haremos siguiendo sus órdenes… ‘Rona Aeviontar: rakh ónza tek-ketsu, rokrin náshe,’ y eso somos.”
Los demás asintieron, cada uno con un matiz de firmeza en su expresión. Kazunari podía sentir que sus palabras no eran meras formalidades; aquella lealtad era real y nacía de años de experiencias compartidas.
A su derecha, el jefe de comunicaciones, Roka Astor-Valor de Resalthar, un hombre meticuloso y observador, rompió su silencio. “Además, ni siquiera estaríamos en esta situación si no fuera por esa emboscada en Horevia. Si es cuestión de elegir, prefiero acabar aquí, luchando hasta el final, que arriesgarme a caer en ese infierno sin garantías. Al menos aquí tenemos algo de dignidad.”
Entonces, desde la consola de escáneres, la jefa de tácticas, Rin Cryptor-Valor de Resalthar, una estratega sagaz, añadió su voz: “Almirante, sobrevivir no siempre es ganar. Caer en Horevia significa estar a merced de los enemigos... Prefiero quedarme aquí, junto a los que lucharon a mi lado, en la nave que nos dio tantas victorias, que arriesgarme a una muerte incierta en un planeta en guerra.”
Kazunari apenas podía creer la resolución que observaba en sus ojos, miró al Capitan Ryn, que solo le dirigió una mirada, pero Kazunari supo lo que él quería decir: “Estoy de acuerdo con todos”.
El ingeniero jefe, Hideo Mecaron-Xantor de Resalthar, un hombre de pocas palabras y manos ásperas de tanto trabajar en los sistemas de la nave. “Esta nave ha sido todo para mi. Yo he reparado cada rincón, conozco cada circuito, me he roto la espalda para mantenerla funcionando en lo peor de las batallas. Si esto es el fin, quiero estar aquí, en el sitio que ayudé a levantar… no en algún campo, esperando una muerte sin sentido. Aquí, al menos, puedo ver el final junto a mis camaradas.”
Kazunari inspiró profundamente, sintiendo una mezcla de orgullo y una tristeza inevitable. Aquellos oficiales no solo estaban listos para morir; estaban listos para hacerlo juntos, en la nave que representaba sus vidas, su misión y su historia.
Por último, Miko Strator-Domor de Resalthar, la jefa de sistemas de armamento, quien había coordinado cada disparo con precisión implacable, se acercó. “Almirante… nunca pensé que llegaría el día en que enfrentáramos una derrota tan grande. Pero sé que ningún lugar me ofrecerá la paz que siento aquí, en mi puesto, con mis manos sobre los controles de la Justicia Estelar. No podemos evitar lo que viene, pero podemos decidir dónde y cómo lo enfrentamos. Y yo elijo quedarme, aquí, con usted y con esta nave.”
Kazunari miró a cada uno de sus oficiales otra vez, asimilando la profundidad de su resolución. Sabía que insistir en que se fueran sería inútil; aquella tripulación estaba unida no solo a él, sino a la Justicia Estelar misma.
“Entonces… me queda una sola pregunta,” dijo Miura. “¿Cuáles son sus órdenes, Almirante?”
Kazunari suspiro, sentándose en su cabina de mando, acariciando de nuevo el frío metal del asiento.
“Muy bien.”
Roka, desde su estación de comunicaciones, levantó la cabeza. “Almirante, más de la mitad de las cápsulas Éxodo ya han partido. Los tripulantes están a salvo.”
Kazunari asintió, y con una agilidad renovada comenzó a distribuir órdenes con precisión y autoridad. “¡Activen lo que quede de los escudos! Refuercen las zonas que aún están intactas y dirijan la energía a los sectores más vulnerables. ¡Activen el automático en los cañones láser remanentes y las baterías de plasma! Todo sistema que aún funcione, quiero que esté listo.”
A su alrededor, los oficiales se pusieron manos a la obra, cada uno con la misma intensidad y sentido de urgencia que él. El zumbido de los sistemas recobró vida, y los cañones comenzaron a disparar de forma automática a las naves Omniroides que se acercaban.
Entonces, Kazunari divisó algo en la distancia, mirando la pantalla monumental de la sala. Su mirada se fijó en un crucero masivo, de una estructura y armamento que lo distinguían incluso a esa distancia: un modelo Vanguardia de la Aurora, claramente tomado por los Omniroides. La nave tenía el característico blindaje y torretas de última generación que la hacían uno de los mejores modelos. Era evidente que estaban desplegando todo lo que tenían.
Kazunari esbozó una sonrisa tensa y desafiante. “Parece que nos han traído un espectáculo final,” dijo, con una chispa en su voz. “Díganme, ¿quieren terminar esto de una forma que nunca olvidarán?”
La respuesta fue un rotundo: “¡Sí, Almirante!”
Kazunari se giró hacia el técnico que había permanecido allí, observando y listo para cualquier orden. “Dime, ¿los motores tienen suficiente potencia para darnos una última aceleración?”
“Sí, Almirante… pero será todo. Después, no quedará nada.”
“Más que suficiente…”
Kazunari le dedicó una mirada de agradecimiento y se giró hacia Miura en la consola de navegación. “Miura,” dijo, con una intensidad que no requería más explicación, “máxima potencia.”
Miura sonrió, con sus veinte dedos moviéndose sobre los controles. “A la orden, Almirante...”
La Justicia Estelar comenzó a acelerar como un cometa hacia el Vanguardia de la Aurora, ambos cruceros destinados a enfrentarse en un último abrazo.
A medida que la distancia se acortaba, el Vanguardia desplegó toda su furia: cañones de plasma lanzaban enormes columnas de energía que atravesaban el casco de la Justicia Estelar, dejando brechas abiertas al vacío. Los misiles guiados se acercaban, dejando estelas de fuego, golpeando la nave con explosiones que sacudían todo a bordo, mientras escuadrones de cazas volaban alrededor como enjambres de avispas, arremetiendo sin descanso.
A lo lejos, los cañones láser rotativos del Vanguardia disparaban en ráfagas continuas, desmantelando lo poco que quedaba de las defensas de la Justicia Estelar, convirtiendo sus cubiertas en una tormenta de chispas y metal destrozado.
En la sala de mando, el ambiente era de un silencio solemne. Aunque los informes de daños y pérdida de oxígeno llenaban cada pantalla, la tripulación permanecía en sus puestos, en calma. Kazunari observaba en silencio cómo cada luz de emergencia parpadeaba, cada alarma sonaba, y cada indicador se teñía de rojo. Los ojos de sus oficiales reflejaban el mismo entendimiento: no había marcha atrás.
Este era el final.
Kazunari activó su consola personal, ingresando la contraseña que le daba acceso al modo de autodestrucción. Una confirmación más, y su destino quedaría sellado. Con una mano temblorosa, sacó un pequeño cilindro metálico de su bolsillo, similar a una pluma. Al presionar un botón, del lateral del cilindro emergió la imagen holográfica de una mujer y un niño. Eran su esposa y su hijo, rostros que no había visto en mucho tiempo, rostros que se volverían eternos en su mente en esos últimos segundos. Una emoción incontrolable lo atravesó; en esos segundos de vulnerabilidad, el hombre endurecido y templado en mil batallas dejó escapar un susurro a la nada.
“Si tan solo… hubiera un poco más de tiempo…” Dejando atrás ese pensamiento, se recompuso, guardando nuevamente el cilindro. Se giró hacia su tripulación.
“Ha sido un honor navegar con cada uno de ustedes,” dijo él. “Pocos tienen la suerte de luchar junto a los mejores. Y aún menos pueden decir que han llegado al final con la misma valentía que con la que empezaron. Hoy caemos, pero que nuestro recuerdo sirva como un faro para aquellos que aún luchan. Luchamos por algo más grande que nosotros mismos, y lo hacemos hasta el último aliento, el Regente Infinito estaría orgulloso de ustedes. Gracias… a todos.”
Al frente, en la pantalla enorme, el Vanguardia de la Aurora se hacía cada vez más grande. Las luces de los disparos de plasma y el fuego de los cazas llenaban el espacio con un caos furioso, un ballet de disparo al que la Justicia Estelar se lanzaba con dignidad.
Los segundos finales se sintieron eternos. La proa de la Justicia Estelar se incrustó en el costado del Vanguardia, el impacto sacudió cada rincón, desgarrando el metal de ambas naves. Una avalancha de chispas y fragmentos de armadura llenaron la pantalla, mientras ambos cruceros colapsaban, como si fueran una sola entidad, fusionada. La Justicia Estelar se partía, y cada sistema estallaba en.
“Que el vacío nos acoja… como polvo de estrellas, en una eternidad sin final.” Presionó el botón de confirmación…
"Por la paz que florece en los campos de batalla,
por los mundos unidos bajo un solo estandarte,
juro mi lealtad al Concejo Intergaláctico de Razas Unidas.
Que mi vida sea el escudo de los indefensos,
y mi fuerza, la espada contra el horror.
Afrontaré el peligro sin temor,
y seré la luz en la oscuridad.
Mientras respire, protegeré la unión,
y si caigo, que mi sacrificio sea la semilla
de un futuro más fuerte y más justo.
Soy una Orquídea Blanca;
y donde haya guerra, floreceré."
Juramento de las Orquídeas Blancas, de El Código de la Unión Galáctica
34:35
Durante las doce horas que precedieron al asalto final, el campo de batalla se convirtió en un abismo de destrucción. Millones de vidas fueron apagadas en un mar de fuego. Las fuerzas de los Omniroides abrieron su camino a través de Deemdore, el País-Ciudad central de Horevia, aplastando a la resistencia con una ferocidad que no dejaba espacio para la esperanza. Cada paso hacia la Sede del CIRU era una condena para quienes intentaban frenar su avance, y la ciudad, que una vez brilló como un símbolo de poder, ahora se veía sumida en ruinas.
En el espacio orbital, los Satélites Satau lograron ser ubicados en los seis puntos estratégicos alrededor de Horevia, emitían fuertes frecuencias que contrarrestaban la apertura y salida del Espacio Negativo. Los cruceros que intentaban llegar se perdían en el vacío, incapaces de atravesar la barrera impuesta. La estrategia de los Omniroides había sido perfecta, aislando Horevia de cualquier ayuda externa, las fuerzas de defensa ahora no podían hacer más que agotarse lenta y dolorosamente.
Con cada victoria, los frentes enemigos se desmoronaban. Las fuerzas del CIRU, incapaces de contener el empuje de los Omniroides, comenzaron a replegarse. El caos alcanzó su punto máximo cuando los últimos recursos fueron movilizados hacia Deemdore, dejando una estela de frentes abandonados y soldados dispersos, olvidados por un ejército que ya no podía sostenerse en tantas líneas. Miles fueron dejados atrás, destinados a luchar por su cuenta, mientras las fuerzas principales se concentraban en proteger el último bastión, el centro de Deemdore. Sabían que si los Omniroides conseguían atravesarlo, la Sede del CIRU caería…
En una barricada improvisada en medio de una avenida destrozada de la ciudad de Dioda, en una estructura tosca hecha de restos de vehículos destruidos, placas de metal arrancadas de las fachadas de los edificios cercanos, y escombros apilados. Lo que antes era una transitada calle comercial en Horevia, ahora era un campo de batalla; los escaparates rotos y las tiendas saqueadas eran todo lo que los envolvía.
Inicialmente, este pelotón de Orquídeas Blancas estaba compuesto por cincuenta y seis soldados, casi todos ellos Éndevol a excepción de unos cuantos Humanos y Phyleens, el pelotón había hecho una barricada con la esperanza de contener el avance enemigo. Sus uniformes azul marino con líneas negras, contrastaban con los cascos blancos, se movían como un solo ente bajo las órdenes del Sargento Taketo Strator-Domor de Resalthar.
"¡Mantengan la formación!" La voz del Sargento sonó con firmeza, intentando clavar un poco de valor en las venas tensas de sus tropas. Su rostro era un mapa de cicatrices, cada una de ellas era una marca de honor arrancada en el crisol de incontables combates. Una en particular, que le cruzaba la mejilla derecha desde la oreja hasta el inicio de la barbilla, hablaba de una lucha cuerpo a cuerpo con un Omniroide años atrás. Otra, más profunda y oscura, le cruzaba la frente en horizontal, resultado de un enfrentamiento que casi le costó la vida durante un asalto planetario en el que su pelotón fue emboscado.
Sus ojos, de un verde penetrante y profundo, parecían absorber la oscuridad a su alrededor, destellando con una intensidad que mantenía a sus hombres alerta. Levantó su fusil, un Fusil de Plasma FP-8000, un modelo único de la DCIN, lo disparaba como si el arma fuera una extensión de su propio cuerpo.
El Sargento vestía un uniforme negro con líneas en verde lima en los bordes, el uniforme estaba reforzado con una capa de blindaje ligero de Vedralí que le permitía moverse, pero sin sacrificar protección en combate cerrado. En su brazo derecho el uniforme llevaba un brazalete plateado, símbolo de su rango, reluciendo bajo las luces esporádicas de los disparos. Y en su hombro izquierdo, la insignia de tres estrellas blancas dejaba claro su rango y su experiencia en la DCIN.
Sin embargo, su presencia entre las filas de las Orquídeas Blancas del CIRU era una anomalía.
Había sido transferido de la DCIN no por un ascenso, sino por una decisión política. En su último comando, había cuestionado abiertamente una operación que resultó en una masacre de civiles, desobedeciendo órdenes directas en un intento de salvar vidas inocentes. Aunque sus acciones salvaron cientos, su insubordinación no fue perdonada.
Se decidió que su experiencia no debía ser desperdiciada, pero su presencia era una incomodidad para los altos mandos de la DCIN. Así fue como terminó al mando de un pelotón de Orquídeas Blancas, un grupo que, aunque valiente, no tenía el mismo entrenamiento ni los mismos recursos que su unidad original.
Las Orquídeas Blancas disparaban sus Fusiles de Plasma T-45 "Tormenta Estelar", el modelo del arma era de color negro brillante con detalles en tonos dorados y líneas de luz azul que recorrían la superficie del arma, con una longitud de 85 cm, pero inferior a los de la DCIN. Sus disparos creaban destellos de luz azulada mientras abatían a los Omniroides que avanzaban inexorables. Pero por cada máquina caída, parecían surgir dos más.
La verdadera pesadilla comenzó cuando los Bombarderos Theepeer clase Hellhate de la DCIN, robados y convertidos en máquinas de destrucción masiva, surgieron en el cielo. Estos, negros como la noche y teñidas de un rojo oscuro que evocaba la sangre derramada, eran espectros que apenas podían ser percibidos en la negrura absoluta de Horevia.
Pero incluso en esa oscuridad total, las Orquídeas Blancas habían aprendido a detectar su presencia gracias a un pequeño detalle: cuando los bombarderos activaban sus sistemas de ataque, el calor generado hacía que sus cuerpos metálicos brillaran levemente, un resplandor casi imperceptible, pero detectable en la ausencia total de luz de Horevia.
Con el bombardeo intensificándose, una bomba cayó a unos once metros de uno de los grupos que protegían las barricadas, matándolos al instante, diez hombres perdidos al instante, el calor abrasador y la onda expansiva incineraron a los desafortunados soldados, dejando solo polvo.
“¡Esto es una maldita locura!” gritó uno de los soldados, su voz fué quebrada por el pánico mientras una nueva explosión retumbaba a su alrededor. “¿Quién carajo pensó que esto era un buen plan? ¡Estamos jodidos!”
“¡Cállate, Eris!” le respondió otro, apretando el gatillo de su arma mientras disparaba a un grupo de Omniroides camuflados. “No necesitamos más desesperación. ¡Esos desgraciados vienen hacia nosotros y no tenemos refuerzos! ¿Qué estamos haciendo aquí?”
“¡Nos mandaron sin nada! Ni siquiera sabemos dónde tenemos que ir, ¡solo a improvisar con lo que encontramos! ¿Se supone que eso es una estrategia?” La frustración brotaba en cada rincón, y el miedo se convertía en ira.
“¡Mira, una bomba más y nos va a llevar al infierno!” gritó otro soldado, señalando con un dedo hacia el cielo justo antes de que una explosión hiciera temblar el lugar a unos setenta metros. El estruendo fue brutal, y una nube de humo y escombros se elevó . “¡Diez perdidos al instante! ¡Diez malditos hombres! ¿Qué se supone que debemos hacer ahora?”
“¡Dioda ya cayó! ¡Sabes que cayó! ¡Nos mandaron aquí a morir, maldita sea! ¡No hay refuerzos, no hay un plan! ¡Es una puta trampa!”
“¡Cierra la boca!” rugió otro, apretando el gatillo de su fusil con rabia mientras disparaba contra algo que se movía entre las ruinas. “¡Hablas como si quisieras que nos maten antes de tiempo! ¡Concéntrate en no morir ahora mismo!”
“¿Concentrarme en qué?” respondió Eris, señalando las barricadas destrozadas con un gesto amplio y desesperado. “¡Míralos, Karsten! Esos malditos son como cucarachas.”
Una explosión los hizo tambalearse, y otra nube de escombros oscureció el cielo. Varios soldados gritaron de terror mientras una lluvia de rocas y metal caía sobre ellos.
“¡Mierda, otra bomba!” rugió otro soldado, tirándose al suelo para evitar los fragmentos
Un hombre Phyleen corpulento, con el rostro marcado por cicatrices y la voz ronca por el polvo, se giró con rabia hacia el grupo. “¿Quieren llorar? ¡Perfecto, lloren mientras se cubren el culo, porque esos hijos de puta de los refuerzos no van a llegar! ¡Somos nosotros o nada!”
“¡Nada es exactamente lo que tenemos!” gritó alguien desde el otro lado de la barricada, señalando un lanzacohetes vacío tirado en el suelo. “¡Sin munición, sin medicinas, sin una puta señal de que alguien allá afuera nos dé una mierda!”
El soldado corpulento se acercó a Eris, agarrándolo por el chaleco. “Escucha, si quieres rendirte, ahí está el camino al infierno. Pero yo me quedo aquí, y si tengo que morir, me llevo a tantos como pueda. ¿Entendido?”
Eris lo miró con los ojos llenos de rabia y desesperación. “¿Entendido? ¡Entendido que somos carne de cañón! ¡Nos están usando para ganar tiempo mientras evacúan a los ricos de sus palacios! ¡Eso es lo que somos, basura descartable!”
“¡Esto es un suicidio!” vociferó una mujer, con lágrimas de rabia asomándose en sus ojos. “El Comandante Supremo debe estar drogado, porque no hay manera de que alguien en su sano juicio envíe a un grupo tan mal equipado a una masacre. ¡No tenemos ni idea de qué hacer aquí!”
Sin lunas que reflejaran la luz de Neariu, la estrella a la que Horevia órbita, y con la electricidad cortada, la ciudad estaba sumida en una negrura impenetrable.
La única fuente de luz para las Orquídeas Blancas provenía de los destellos intermitentes de sus Fusiles de Plasma T-45 cuyos disparos azules rompían la oscuridad, proyectando sombras grotescas sobre las ruinas circundantes, sin embargo, estos destellos eran tan fugaces que resultaban insuficientes para navegar por el terreno irregular y devastado.
El equipo de visión nocturna había sufrido daños debido al bombardeo constante y las interferencias electromagnéticas generadas por las explosiones. Los soldados se encontraban prácticamente ciegos, forzados a depender de su memoria y la coordinación instintiva desarrollada durante su entrenamiento para no chocar, tropezar o caer en las trampas de escombros que los rodeaban. Y los brazaletes generadores de escudos de absolutamente todos los soldados estaban sobrecargados y se habían roto.
“¡Por la derecha!” gritó alguien, alertando a sus compañeros del acercamiento de unos Omniroides.
El rugido de un último disparo de artillería MK-9 "Thundershot" rasgó el aire, iluminando brevemente la negrura absoluta de Horevia.
“¡Ese era el último disparo!” gritó un soldado, golpeando con furia el cañón del arma ya inútil.
Una voz cargada de frustración sonó detrás de él. “¡Y el último misil también se fue a la mierda hace cinco minutos!”
Eris, que había estado ajustando el visor dañado de su casco sin éxito, lo tiró al suelo y lanzó un grito de furia. “¡¿Cuántos cartuchos les quedan?! ¡¿Alguien tiene siquiera una granada?!”
Un soldado levantó la voz con un tono cargado de resignación. “Dos cartuchos... eso es todo lo que tengo.”
“¿Dos? ¡Dos no hacen una mierda!” bramó otro.
Karsten intervino, intentando mantener un mínimo de control. “¡Calma, maldita sea! ¡Pelearnos entre nosotros no va a resolver nada!”
“¿Calma? ¿Calma dices?” Eris, lleno de ira, lo empujó. “¡Nos estás diciendo que peleemos hasta el último cartucho cuando ya ni balas tenemos! ¿Por qué no agarras una roca y la lanzas, eh?”
“¡Si tienes tantas quejas, tal vez deberías correr hacia ellos y ver cuánto duras, cabrón!”
“¡Suéltame, imbécil!” gritó Eris, forcejeando mientras los demás trataban de separarlos.
“¡Basta ya, los dos!” rugió otro soldado, interponiéndose entre ellos. “¿Quieren matarse aquí mismo o prefieren intentar no morir a manos de los Omniroides?”
“¡Formen un perímetro!” Ordenó Taketo, con su mirada fija en el cielo negro mientras los bombarderos volaban bajo, las calles eran un laberinto de escombros. Se escuchaban gritos de sus compañeros, y cada eco de dolor desgarraba su corazón.
“Sargento, ¡están demasiado cerca!” Exclamó uno de los soldados mientras su voz temblaba.
“¡Concéntrate, Eli! Toma esa posición y cubre la izquierda, joder,” respondió otro, un veterano llamado Drake, con un tono que intentaba ser firme, aunque su respiración rápida traicionaba su propio miedo.
El suelo tembló, como si algo más pesado que los bombarderos estuviera acercándose.
“¿Alguien más siente eso?” preguntó un soldado novato, mientras ajustaba su fusil con manos temblorosas.
“Cállate, Peter, es solo la artillería enemiga,” respondió Drake, sin mucho convencimiento.
Desde su posición en las ruinas, uno de los soldados levantó la vista hacia el cielo. Sus ojos entrecerrados intentaban perforar la opaca negrura, pero lo que vio no tenía sentido. Un destello celeste cruzó el horizonte, breve como un parpadeo, seguido de una sombra que parecía absorber la poca luz que quedaba.
“Maldición... qué es eso... No… Biermine...” susurró, sin apartar la vista de lo que había vislumbrado.
Peter, quien estaba cerca, levantó la cabeza al oír el susurro. “¿Qué dijiste, Marko? ¿Qué mierda es un Biermine?”
Marko se giró lentamente, su rostro estaba pálido y tenía los ojos abiertos como platos. “Está ahí... es un Biermine.”
“¿Un Biermine? No... Los informes decían que no tenían ese modelo ,” respondió Drake, acercándose al grupo con el ceño fruncido, su arma estaba lista pero sin saber a dónde apuntar.
“Lo vi... no brilla como los Hellhate,” insistió Marko, tragando saliva ruidosamente.
“¡Por la lógica suprema, no brilla! ¿Entonces cómo mierda vamos a detectarlo?” gritó otro soldado desde una posición cercana.
Las palabras de Marko parecían desatar un torrente de preguntas y dudas entre los soldados.
“Marko, explícate,” dijo Drake con un tono más bajo, tratando de mantener el control del grupo.
“¡Están jodidos! No podemos luchar contra algo que ni siquiera podemos ver,” gritó otro soldado.
“¡Cálmense!” rugió Drake, aunque su voz también llevaba un matiz de desesperación. “No importa lo que sea, seguimos las órdenes. Formamos el perímetro, mantenemos las defensas y esperamos a que el mando decida qué hacer.”
Otro destello celeste iluminó el horizonte por un breve instante, y luego el estruendo. Una barricada cercana explotó en una nube de luz y fragmentos. Los gritos de los soldados que estaban allí se ahogaron en la explosión.
“¡Atrás! ¡Reagrúpense!” gritó Drake, mientras el caos comenzaba a apoderarse de la línea.
“No podemos replegarnos, nos masacrará como a esos de la barricada,” dijo Eli, retrocediendo pero aún apuntando hacia la sombra imposible.
El siguente impacto del Biermine no fue un ataque cualquiera; fue una destrucción total. El cañón de plasma atravesó la barricada en la que Drake y los demás estaban como si fuera de aire, desintegrando a los soldados tras ella. El estallido fue tan fuerte que los oídos de los que estaban más cerca comenzaron a sangrar a pesar de los auriculares tácticos que llevaban.
"¡Vek Aeviontar, estos cabrones están mejor armados que nosotros!" gritó uno de los soldados.
Otro, con la frustración y el miedo en su voz, respondió: "¡El reporte decía que no tenían Biermines! ¡Nos mintieron, o no sabían una mierda!"
“¡A la mierda este ‘plan’!” gritó uno, con la voz entrecortada por la rabia.
“¡Sí, como si tuvieran un plan en primer lugar! ¿Se supone que debemos improvisar nuestras muertes?” exclamó otro, apretando las mandíbulas mientras miraba cómo otro grupo de sus compañeros caía. “Voy a informarle al Sargento.”
Taketo estaba inclinado sobre un aparato de comunicaciones portátil, un dispositivo voluminoso y robusto diseñado para transmitir incluso en las peores condiciones de interferencia. Su rostro, normalmente sereno, ahora mostraba una concentración rígida mientras intentaba establecer contacto con el mando del CIRU.
“Mando del CIRU, aquí unidad Dynaxion-5 en Dioda. Solicitamos refuerzos inmediatos. Repito, refuerzos inmediatos.” Su voz era firme, cargada de urgencia. Solo obtuvo estática como respuesta. Ajustó el dial, maldiciendo entre dientes. “Unidad Dynaxion-5 llamando al mando. Nuestra posición está comprometida. Solicito respuesta.”
A su lado, el soldado se acercó apresuradamente, esquivando los cascotes que caían de los edificios bombardeados. “¡Sargento!” gritó, intentando hacerse oír por encima del estruendo de los cañones enemigos.
Taketo no levantó la vista del transmisor. “¿Qué ocurre, soldado? Estoy ocupado.”
“¡Esto es una locura!” exclamó, jadeando. “¡No vendrán refuerzos! El mando del CIRU seguro ha priorizado todo para Deemdore. Aquí, en Dioda… no hay nadie más. ¡Estamos solos, Sargento!”
Las palabras del soldado hicieron que Taketo se detuviera por un momento. La estática del transmisor llenó el silencio incómodo. “Eso no puede ser cierto,” dijo finalmente, con un tono áspero. “El CIRU no abandonaría una posición clave como esta. Estás mal informado.”
“No estoy mal informado, Sargento,” replicó el soldado con vehemencia. “¡Nos han dejado aquí para morir! ¡Toda la fuerza principal seguramente está en Deemdore! No tienen recursos para nosotros. ¡El mando lo sabe, pero no lo dicen porque saben que esto quebraría nuestra moral!”
Taketo apretó las mandíbulas y volvió al transmisor. “Unidad Dynaxion-5. Confirmar despliegue de refuerzos. Necesitamos apoyo aéreo y terrestre. Responda.”
Pero la respuesta fue la misma: silencio.
Otro soldado, que había escuchado la conversación, intervino mientras recargaba su arma. “¡Sargento! ¿Por qué seguimos con esta farsa? ¡El CIRU nos abandonó! ¡A la mierda este ‘plan’!”
“¡Sí!” gritó otro desde una barricada. “¿Se supone que debemos improvisar nuestras muertes ahora?”
“¡Basta!” rugió Taketo, alzando la voz. Bajó el transmisor y miró a los hombres con una mezcla de furia y desesperación. “¡No hemos sido abandonados! Los refuerzos vendrán. ¡Solo necesitamos aguantar!”
“¿Por cuánto tiempo más, Sargento?” El primer soldado lo miró con ojos encendidos de rabia y resignación. “¡Esto no es aguantar, es morir! Mírenos. Estamos cayendo como moscas. Apenas quedamos veinte, sino es que menos… ¡Nos quedaremos sin hombres antes de que llegue ayuda, si es que llega!”
Taketo golpeó el transmisor con frustración, dejándolo a un lado. Respiró hondo, intentando mantener el control. “El CIRU… no dejaría a sus hombres atrás. No nos abandonarían.”
El soldado que había hablado primero dio un paso adelante. “Sargento, no hay nadie más. Solo estamos nosotros. Si no hacemos algo, todos moriremos aquí.”
Taketo apretó los puños, su mirada fue desviándose hacia el transmisor inerte. Suspiró, derrotado. “Ellos… Ellos nunca dijeron nada, ¿verdad?” Su voz era apenas un murmullo.
“No,” respondió el soldado. “Porque nunca hubo un plan real. Somos la distracción, Sargento. Deemdore es lo único que les importa. Nosotros… no les importamos.”
Taketo se quedó quieto por un momento que pareció eterno, con los ojos fijos en el horizonte cubierto de humo y fuego. Finalmente, alzó la vista hacia sus hombres, ahora con una expresión decidida. “Está bien,” dijo en voz baja. “Si el CIRU nos ha abandonado, no abandonaremos nuestras vidas tan fácilmente. Vamos a buscar una salida. Reúnan a los hombres. No podemos quedarnos aquí.”
El soldado asintió, y aunque la frustración seguía presente, se sintió algo más aliviado. Mientras Taketo observaba cómo se movían sus hombres, su mirada se endureció de nuevo. La realidad de su situación era abrumadora, y sabía que el tiempo se les estaba acabando, entonces lo vió. “Necesitamos un punto de retirada.” Señaló un edificio derruido que podría proporcionar algo de cobertura. “¡Vámonos!”
“¡Nos estamos retirando!” anunció otra vez para los soldados que no habían escuchado, con la mirada fija en el edificio derruido que había señalado antes. “Es nuestra única opción. ¡Vámonos!”
El grupo comenzó a moverse, saliendo de la protección relativa de la barricada. Apenas habían dado los primeros pasos cuando el primer disparo de plasma impactó. Un destello brillante golpeó de lleno a un soldado que corría al frente. El torso del hombre explotó en un estallido visceral, esparciendo sangre y fragmentos de su uniforme hacia los lados.
“¡Mantengan la formación, sigan avanzando!” gritó Taketo, alzando su fusil para cubrirlos con fuego de supresión. Disparó ráfagas rápidas hacia las posiciones enemigas, aunque sabía que su puntería era más una distracción que una amenaza.
Otro soldado, apenas unos pasos detrás del primero, tropezó al intentar esquivar un disparo. Cayó al suelo justo a tiempo para evitar que un haz de plasma lo partiera en dos. Con una mueca de terror, rodó hacia un lado y logró levantarse, tambaleándose mientras corría hacia la relativa seguridad del grupo.
Un disparo alcanzó a una mujer que corría en la retaguardia. El plasma impactó en su pierna izquierda, arrancándola de cuajo y dejándola caer al suelo. Intentó arrastrarse, pero la siguiente ráfaga la alcanzó en el pecho, reduciéndola a poco más que cenizas y fragmentos carbonizados.
“¡No se detengan!” bramó Taketo, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de sus hombres. “¡Corran y disparen, no les den un blanco fácil!”
El grupo se dispersó ligeramente, buscando reducir las probabilidades de ser alcanzados. Algunos lograron llegar hasta los vehículos abandonados a mitad de la calle, usando las carcasas chamuscadas como cobertura temporal.
Un soldado levantó su rifle y disparó, logrando abatir a uno de los enemigos que los flanqueaban desde un balcón cercano. “¡Uno menos!” gritó, pero su victoria fue efímera. Un disparo de plasma lo alcanzó en la espalda, atravesando su traje y abriendo un agujero que dejó su torso irreconocible. Cayó al suelo con un golpe seco, sin emitir sonido alguno.
Taketo corrió hacia el frente, disparando mientras movía su mano libre para señalar la ruta hacia el edificio derruido. “¡Sigan adelante! ¡No miren atrás!” gritó, mientras las explosiones sacudían el pavimento a su alrededor.
Mientras corrían, el sargento sintió el viento caliente de una explosión cercana, se giró y vio a uno de sus hombres, Cael Bior-Sentor de Resalthar, caer, un escombro le había golpeado en la cabeza. Sin pensarlo, Taketo corrió hacia él, arrastrándolo mientras otros cubrían su avance.
“¡Cael! ¡Mantente conmigo!” Le gritó, aunque el joven apenas respondía. La presión en el pecho de Taketo crecía; no podía perder a otro soldado.
“¡Sargento! ¡Debemos movernos, ahora!” Insistió uno de los otros, mirando hacia el cielo con pánico. Las luces de los bombarderos se movían sobre ellos.
“¡Ya casi estamos!” Taketo apretó las mandíbulas, luchando contra el miedo que intentaba apoderarse de él. Sin perder más tiempo, se inclinó y cargó a Cael en sus brazos, sintiendo cómo la adrenalina se disparaba en su cuerpo, dándole una fuerza renovada.
El edificio hacia el cual se dirigían se alzaba como un espectro del pasado: una antigua sede gubernamental, que alguna vez fue imponente con su fachada de concreto blanco. Ahora, ennegrecida por las cenizas y las explosiones. Las columnas que antes simbolizaban poder y estabilidad estaban agrietadas, algunas colapsadas, esparciendo escombros por toda la entrada.
Alcanzaron la entrada del edificio justo cuando otro estruendo resonaba detrás de ellos, lanzando fragmentos de concreto y metal por el aire como metralla. “¡A cubierto!” gritó un soldado que vigilaba la entrada, haciendo gestos frenéticos para que los demás se apresuraran a entrar. Los soldados tropezaron al cruzar el umbral, sus rostros estaban cubiertos de polvo y fatiga, y sus ojos reflejaban un horror que ninguna cantidad de entrenamiento podría haberles preparado.
El vestíbulo ahora era una ruina cubierta de escombros. Los pilares interiores, también de concreto, habían resistido en parte el bombardeo, pero estaban llenos de grietas, amenazando con ceder en cualquier momento. El aire estaba pesado con el olor a pólvora, sudor, y la humedad que venía de alguna tubería rota.
Taketo apoyó a Cael contra una pared, sentándolo, sintiendo el calor febril que irradiaba del cuerpo del joven. Su respiración era superficial y rápida, y la sangre empapaba su uniforme, mezclándose con el polvo para formar una masa viscosa que se adhería a las manos de Taketo. Con un gesto rápido y brusco, se limpió las manos en su propio uniforme.
Taketo hizo un rápido recuento: sólo doce de sus hombres seguían en pie.
El jadeo débil de Cael lo devolvió a la realidad. Giró sobre sus talones y se arrodilló junto al soldado, tomando su mano entre las suyas. El pulso bajo la piel fría era tenue, un tamborileo débil que le indicó que el tiempo se estaba agotando. Cael intentó esbozar una sonrisa, pero la mueca que apareció en su rostro solo reflejaba el dolor que lo estaba consumiendo.
"Cael, aguanta…" murmuró.
Una sombra se movió a su lado, Alara Medgeral-Sentor de Resalthar, la médica del pelotón, se acercó mientras sus cuatro ojos rojos escudriñaban a Cael.
“¿Qué le sucedio?”
“Un escombro lo golpeó…”
"Comprendo.”
Alara se agachó con la misma agilidad con la que se movía en combate. Sus cuatro brazos se movieron de inmediato, comenzando a revisar los bolsillos de su uniforme.
“Fractura craneal probable… El impacto seguro ha comprometido la región temporal. Posible hematoma epidural si la arteria meníngea media ha sido afectada. La caída pudo haber causado una lesión secundaria. Necesito descartar edema cerebral, pero sin equipo de neuroimagen, sólo puedo tratar los síntomas inmediatos…”
De un bolsillo lateral sacó una pequeña bolsa sellada al vacío que contenía gasas esterilizadas. De otro, extrajo un tubo de gel hemostático. De un compartimento en el muslo de su uniforme, retiró un pequeño monitor portátil de signos vitales, del tamaño de su palma. Mientras tanto, del compartimento en su cintura, sacó un bisturí plegable y un paquete de vendajes de presión.
Alara mantuvo la calma mientras colocaba con cuidado el monitor junto al cuello de Cael para verificar sus signos vitales.
"El shock hipovolémico es inminente... Si su presión sistólica cae por debajo de 60, perderé perfusión cerebral efectiva…"
Mientras tanto, sus manos superiores comenzaron a limpiar la herida con gasas, absorbiendo la sangre que dificultaba la visión.
"Sangrado venoso, no arterial. Eso es bueno. Si hubiera sangre a presión, significaría un desgarro arterial crítico. Pero el edema… si el tejido inflamado presiona el tronco encefálico, podria acabar en convusliones, otorrea… rinorrea..."
Sus manos inferiores aplicaron una capa generosa del gel hemostático, que comenzó a sellar los bordes de la laceración. El gel reaccionó al contacto con la sangre, generando un ligero vapor al coagularse.
Usó el bisturí para retirar pequeños fragmentos de escombro incrustados, finalmente, aplicó un vendaje de presión alrededor de la cabeza de Cael, asegurándose de que quedara firme pero no restrictivo.
"Cael, escúchame," dijo con voz más alta, intentando mantenerlo consciente. Su tono era autoritario, casi una orden, pero con un matiz de esperanza. Mientras hablaba, una de sus manos inferiores buscó una jeringa en su bolsillo del pecho. Era un compuesto estándar en situaciones críticas, diseñado para estabilizar a los heridos gravemente. “Vasopresores para sostener la presión arterial. Sin ellos, la perfusión cerebral caerá más. No resolverá el problema, pero le dará tiempo." Repasaba ella en su mente.
Al inyectarlo en el brazo de Cael, sintió una pequeña resistencia antes de que el líquido fluyera.
Se detuvo un momento, su postura rígida pero controlada, mientras observaba cómo el monitor portátil registraba una leve mejoría en los signos vitales de Cael. No era mucho, pero era un comienzo.
Taketo se levantó, mirando por la ventana del edificio, otros soldados habían encontrado municiones en cuerpos de soldados caídos.
Los Omniroides avanzaban, su marcha era un estruendo que reverberaba a través del suelo, y el sonido de los bombarderos retumbaba en el aire como un presagio de muerte. El edificio ahora solo era una trampa. Se dio cuenta de que habían tomado una decisión arriesgada al entrar; ahora estaban acorralados y expuestos, con pocas opciones de escape.
El olor a sangre y sudor era abrumador, y Taketo sintió la humedad pegajosa en su propia piel bajo el uniforme, el peso del casco se había vuelto insoportable, pero no se lo quitó. Sabía que la situación era desesperada, pero no podía mostrar debilidad, no ahora, cuando sus hombres dependían de él.
“¡Rápido!” Exclamó, volviendo a Alara. “¿Cuánto tiempo puede aguantar?”
“No lo sé, Sargento. Necesita atención más profunda,” respondió ella, enfocándose en su tarea. Pero la expresión en su rostro decía más de lo que las palabras podían comunicar. La situación era crítica, y no había más opciones. No había sótanos ni lugares donde refugiarse; estaban atrapados en un edificio que pronto podría ser su tumba.
“¡Tenemos que salir!” Dijo uno de los soldados, con la voz temblando por el miedo. “Si no lo hacemos, nos matarán aquí…”
“Cálmate,” le respondió Taketo. “No podemos salir a lo loco. Necesitamos un plan.”
“¿Y cuál es?” Preguntó otro soldado, mirándolo con ojos desbordantes de ansiedad.
“Debemos hacer ruido y atraer su atención. Si logramos distraerlos, podemos salir por la parte trasera.” Sus palabras eran un intento de infundirles algo de esperanza. Era una estrategia arriesgada, pero era la única que tenían.
“¿Y Cael?” Dijo uno de los soldados.
“Lo llevaremos. No lo dejaremos atrás…” Aseguró Taketo, mirando a Alara.
Ella asintió sin hablar, ya inclinada sobre Cael. Sacó una correa de su cinturón, una banda reforzada para asegurar equipos, e improvisó un soporte cervical. Lo colocó alrededor del cuello de Cael para estabilizar la lesión, asegurándose de no presionar demasiado las arterias.
Taketo inhaló profundamente, el aire cargado de humo y cenizas quemaba sus pulmones, sus ojos, ocultos tras la visera de su casco blanco, recorrieron rápidamente a sus hombres, leyendo en sus expresiones la mezcla de miedo y valor que los mantenía en pie. Sabía que estaban al borde, pero también sabía que aún podían luchar.
“Vamos a hacer ruido, sabemos que están cerca. Es mejor atraerlos y enfrentarlos de frente que dejar que nos tomen por sorpresa. Ustedes, preparen sus armas.”
Los soldados, vestidos con los uniformes azul marino de las Orquídeas Blancas, con las líneas negras que delineaban sus siluetas, asintieron al unísono. Sus manos, enguantadas en negro, se aferraron a sus armas, cargando las municiones y ajustando las miras.
Taketo se agachó junto a Cael, cuya piel blanca casi fantasmal contrastaba con la sangre que manchaba su uniforme. La herida en su costado seguía sangrando, pero sus ojos, aunque vidriosos, se aferraban a la conciencia.
“Voy a necesitar que te aferres a mí,” murmuró Taketo, sus manos fuertes y firmes levantaron a Cael con la ayuda de Alara, Cael intentó sonreír, pero el dolor lo mantenía al borde de la inconsciencia. Aun así, asintió débilmente, y sus manos agarraron con fuerza el uniforme de Taketo.
“¡Ahora!” El grito de Taketo fue como un trueno, la señal que todos esperaban.
El sonido de los disparos estalló en el aire, los soldados de Taketo, bien entrenados y disciplinados, se movieron rápidamente, tomando posiciones cerca de las ventanas rotas y las puertas. Dispararon hacia el frente, hacia las sombras móviles de los Omniroides que se acercaban por la calle principal. El fuego de sus T-45 “Tormenta Estelar” iluminó el interior del edificio.
“¡Fuego de cobertura! ¡Manténganlos a raya!” gritó uno de los soldados mientras descargaba una ráfaga hacia una máquina que se acercaba demasiado, despedazandola. Otro de los soldados lanzó una granada de humo para cubrir su retirada.
Taketo, con Cael apoyado en su hombro, aprovechó la distracción. Se dirigió hacia la salida trasera del edificio, el sonido del combate reventaba en sus oídos mientras cruzaba la puerta, saliendo a la calle, Alara lo seguía de cerca mientras disparaba su T-45 con una destreza que bordeaba lo imposible, manteniendo a raya a las máquinas que intentaban acercarse por el flanco, eliminando a varias.
“¡Hacia la izquierda!” Gritó Taketo, señalando un callejón estrecho que parecía ofrecer una oportunidad de escape. Sus botas golpeaban contra el pavimento mientras corría, el peso de Cael cada vez más difícil de soportar, pero no podía detenerse. No ahora.
Alara siguió disparando, cubriendo su retirada mientras los demás soldados salían, el grupo de Omniroides era apenas de cinco, y lograron acabar con todos. Corrieron en dirección al callejón, donde la entrada estaba parcialmente bloqueada por escombros. Taketo sintió el peso de Cael, que se deslizaba en su hombro, y apretó las mandíbulas, forzándose a avanzar.
Justo cuando estaban a punto de entrar al callejón, un proyectil de plasma pasó silbando a su lado antes de impactar contra la pared del edificio cercano. El golpe hizo temblar la estructura, y fragmentos de ladrillo y cemento cayeron al suelo, esparciéndose como esquirlas.
Uno de los soldados, un Éndevol veterano llamado Darin Chemor-Vykor de Resalthar sintió un dolor punzante cuando un trozo de metal volador desgarró su brazo, dejando una herida que manchó su uniforme azul con un rojo brillante. Sin embargo, en lugar de detenerse, continuó avanzando, ignorando el dolor.
Mientras caminaba, sus ojos captaron un movimiento en el suelo, una sombra negra que se arrastraba como un cadáver entre los escombros. El metal negro de un ser partido en dos y retorcido, se camuflaba perfectamente con el entorno, Darin vio su única garra restante, la de la mano izquierda, de repente cobró vida, lanzándose hacia la pierna de Darin con una velocidad inesperada.
La garra se clavó profundamente en la carne y el hueso de Darin, destrozándolo como si fuera papel húmedo. El soldado gritó de dolor, cayendo al suelo mientras su fusil se resbalaba de sus manos, chocando contra el pavimento destrozado un poco más allá de su alcance. El dolor era insoportable, una agonía que se extendía desde su pierna hasta su columna vertebral, pero lo que lo llenó de una furia visceral fue el hecho de que su verdugo era esa máquina.
"¡Bastardo!" Escupió Darin entre mandíbulas, con el rostro contorsionado por la mezcla de dolor y rabia.
El Omniroide, con sus sistemas fallando, emitía chispas mientras intentaba arrastrarse aún más hacia Darin, pero sus movimientos eran erráticos, casi patéticos en su intento de aferrarse a la vida. Sin embargo, la garra seguía sujeta a la pierna del soldado.
Darin, con un esfuerzo sobrehumano, se revolvió en el suelo, ignorando el dolor que atravesaba su cuerpo, y con una mano temblorosa, sacó su cuchillo térmico de combate, cuya energía se había agotado hacía ya varias horas, reduciéndolo a un mero trozo de metal afilado. Con un grito de pura ira, levantó la hoja y la hundió en el cuello de la máquina, torciendo el metal y rompiendo circuitos. Pero la garra no aflojaba, al contrario, parecía encajar más fuerte, como si en su último acto, el Omniroide se negara a dejarlo ir.
"¡Muérete maldición, muérete!" Gritó, golpeando una y otra vez con la hoja, hasta que finalmente, el brazo de la máquina cedió, soltando su agarre.
La garra cayó, inerte, mientras el Omniroide se apagaba.
Darin quedó tumbado en el suelo, jadeando, con su pierna rota y sangrante. Con el rostro pálido, y la piel tornándose más translúcida, el sudor mezclado con la sangre que manchaba su uniforme, miró al cadáver metálico con un odio que quemaba su interior. Para él, estos seres no eran más que una maldición, una plaga que merecía ser exterminada de la faz del universo, sin piedad, sin remordimientos.
“¡Darin!” Gritó Taketo, quien había escuchado los gritos.
“¡Siga! ¡Déjenme aquí!” Exclamó Darin, su voz trémula pero llena de una determinación que desafiaba su estado físico.
“¡No!” Gritó Alara, que corría hacia él.
“No vamos a dejarte.”
Alara se arrodilló junto a Darin, evaluando rápidamente su condición.
"Herida traumática severa. Perforación completa del tejido muscular y óseo. Posible fractura compuesta de tibia y peroné. ¡Maldita sea!” Repasó en su mente.
Sacó un vendaje y cortó el pantalón alrededor de la herida para trabajar.
“Si la garra rompió la arteria tibial, tengo menos de un minuto para controlarlo… Piel pálida, el sudor frío… diaforesis… ya está entrando en una fase inicial de shock. "
“Esto va a doler,” dijo mientras aplicaba presión sobre la fractura para detener la hemorragia. "Si no comprimo lo suficiente, perderá demasiada sangre. Si aprieto demasiado, puedo comprometer la circulación distal…”
Con movimientos rápidos, aseguró el vendaje alrededor de la pierna y creó una férula improvisada utilizando un pedazo de una barra metálica rota que encontró cerca.
Darin apretó los dientes y dejó escapar un gruñido ahogado mientras ella trabajaba, pero mantuvo la compostura. Alara, con una firmeza que no daba lugar a dudas, lo miró directamente a los ojos.
“Voy a levantarte. Necesito que me ayudes. A la cuenta de tres, ¿listo?”
Darin asintió con dificultad.
“Hazlo rápido.”
“Uno… dos… ¡tres!”
Alara lo levantó, pasando uno de sus brazos alrededor de su cuello. “Apóyate en mí. No te sueltes.”
Mientras tanto, Taketo estaba con Cael, asegurándose de que estuviera lo suficientemente estabilizado para moverse. “Necesito que sigas despierto,” le dijo mientras lo levantaba con un brazo firme alrededor de su espalda. “Vamos a salir de esta, ¿entendido?”
Cael asintió débilmente, con sus manos agarrándose al uniforme de Taketo para mantenerse consciente.
“¡Alara, ¿cómo va Darin?” Preguntó Taketo, echando un vistazo rápido hacia atrás mientras avanzaban hacia el callejón.
“Está conmigo, podemos movernos,” respondió ella, con su T-45 asegurada en su mano libre mientras mantenía a Darin apoyado en su hombro.
“Tú ocúpate de Cael. Yo me encargo de cubrirnos.”
“Bien, hacia el callejón. ¡Ahora!”
El grupo comenzó a caminar mientras figuras aparecían entre los escombros en llamas de los edificios. Alara se giró y abrió fuego, eliminando a dos de ellos con disparos directos.
“¡Rápido, Sargento!” Gritó otro soldado desde el callejón, y Taketo sintió la urgencia en sus palabras.
Lograron entrar en el callejón, que les ofreció un breve respiro, Taketo se apoyó junto a Darin en una banca que había en el callejón, un lugar inusual para estas cosas, Taketo respiró hondo, tratando de calmar su corazón acelerado. “¿Todos están bien?” Preguntó, mirando a su alrededor. Los demás soldados asintieron.
“Necesitamos un lugar seguro para detenernos,” dijo Alara, observando a Darin con preocupación. “No podemos seguir avanzando así.”
“Hay un edificio de oficinas al final del callejón,” sugirió otro soldado. “Podría haber refugio.”
Taketo miró a su alrededor, considerando las opciones. “Vamos a movernos.” Ordenó, liderando el camino hacia el edificio.
Entraron en el edificio, donde la oscuridad envolvía todo. Las paredes estaban cubiertas de polvo, y los restos de muebles estaban esparcidos por el suelo. El ambiente era opresivo, y el silencio se sentía como un grito.
“Al fondo, hay una sala de conferencias,” dijo Alara, guiando a los soldados hacia el interior del edificio. “Podría ser un buen lugar para refugiarse.” Taketo asintió, llevando a Darin con él. Una vez en la sala, se aseguraron de cerrar las puertas y asegurarlas con lo que podían encontrar.
Los doce soldados se organizaron, con Alara atendiendo a Darin mientras Taketo mantuvo un ojo en la puerta. El sonido de las máquinas se acercaba, pero por ahora, estaban a salvo, otros tres en la sala principal resguardando la puerta, y los otros cinco subieron en busca de suministros.
“¿Algo útil?” Preguntó Taketo a uno de los soldados que acababa de entrar, un tipo llamado Finn, que llevaba una mochila llena de suministros improvisados.
“¡Aquí hay algunas raciones de emergencia y agua!” Respondió Finn, colocando la mochila en el suelo.
Alara continuó atendiendo a Darin, que seguía luchando por mantenerse consciente, lo dejó en el suelo. Cael, apoyado contra la pared, apenas podía sostenerse, a ambos les dieron una botella de agua, a lo que Cael se sentó a lado de Darin.
“Hey...” murmuró Cael, esforzándose por mantener la voz ligera. “¿Recuerdas cuando derribaste ese dron en pleno vuelo con un solo disparo? Vaya vista de halcón que tienes. No me he dejado de preguntar si fue suerte o puro talento.”
Darin parpadeó lentamente, con su mirada vidriosa apenas enfocándose en Cael.
“Talento,” masculló con esfuerzo. Su voz era un susurro roto, pero el rastro de orgullo seguía ahí.
Cael rió suavemente. “Eso pensé. Nadie tiene tanta suerte.”
Hubo un momento de silencio, solo roto por el zumbido distante de las explosiones y el crujido ocasional del edificio sacudido por el combate. Cael empezó a preocuparse al ver cómo Darin cerraba los ojos.
“No, no, no. Nada de dormir, viejo. Quédate conmigo.”
Darin, entre jadeos, murmuró algo ininteligible. Al principio Cael pensó que deliraba, pero luego distinguió una suave melodía. La voz de Darin, aunque quebrada, tenía un extraño ritmo, como si recitara una plegaria:
“De pie en la orilla cristalina,
cantaba Crystallis al amanecer...”
Cael frunció el ceño, intrigado.
“¿Qué cantas?” preguntó.
Darin no respondió, simplemente siguió cantando. Su voz temblaba pero no se detenía:
“Vuela, amor mío, como el rayo,
lleva el escudo de la verdad...”
La letra y la melodía eran ajenas para Cael, pero había algo en ellas, Alara se detuvo brevemente al escucharlo, y algunos de los soldados también levantaron la mirada.
Cael comenzó a captar el significado de las palabras. Su madre solía hablar de las canciones que los soldados cantaban en las antiguas guerras. Esto debía ser una de esas canciones de la Hegemonía.
Con voz baja y aún insegura, se le unió:
“Protege a la Hegemonía eterna,
custodia el honor con lealtad...”
Darin abrió levemente los ojos al escuchar la voz de Cael, como si algo en esa unión le diera fuerzas. Cael, ahora más seguro, siguió cantando, lleno de una convicción que no sabía que tenía.
“Yo guardaré nuestro amor sagrado,
como orquídea entre fuego y sol...”
La sala entera parecía haberse congelado en el tiempo. Las paredes temblaban por las explosiones lejanas, pero la melodía de la Canción de Crystallis flotaba por encima de todo, llenando el aire con una inesperada serenidad.
“mi corazón será tu estandarte
hasta que regreses, mi valor."
Darin respiró con más calma, sostenido por algo más poderoso que el dolor: la certeza de que no estaba solo.
Cuando la canción terminó, Cael miró a su compañero y le sonrió con gravedad.
“Vaya... No está mal esa canción. Pero esa no es la única canción que conozco,” dijo, forzando una sonrisa mientras apretaba la venda improvisada en la pierna destrozada del veterano. La sangre seguía fluyendo, lenta pero implacable.
“¿Ah, no?” Darin soltó un gruñido, mezclado con una risa ahogada. “¿Qué otra maravilla tienes en tu repertorio?”
Cael ladeó la cabeza, como si estuviera recordando algo lejano. “Mi madre solía hablar de una canción... Algo sobre Resalthar. Creo que los veteranos como tú la deben conocer.”
Darin entrecerró los ojos, su rostro pálido se iluminó por una chispa de reconocimiento. “¿Bella Resalthar?”
“Esa misma,” afirmó Cael, expectante.
“¿Qué clase de soldado serías si no la conocieras?” Darin soltó una risa entre dientes, aunque el gesto le arrancó una mueca de dolor. “Te apuesto mi ración de plasma que canto mejor que tú, a pesar de estar medio muerto.”
“Lo dudo,” replicó Cael.
“Entonces demuéstramelo, chiquillo.”
Cael tomó aire:
"Una mañana me levanté,
Oh Resalthar, mi bella estrella…"
La voz de Darin se unió, firme aunque quebrada por el dolor, como si el canto le diera fuerzas para resistir la muerte:
"Una tormenta se avecinó,
Por mi bandera, lucharé hasta el final…"
Ambas voces sonaron juntas, levemente, en voz baja.
"Oh Bella, Bella Resalthar…
Oh, bella estrella de libertad,
Si yo caigo, que quede mi canto,
como estandarte de eternidad…”
Cuando las últimas palabras se desvanecieron en el aire, Darin dejó caer la cabeza contra la pared, respirando con dificultad pero con una sonrisa torcida en el rostro.
“Lo admito... Cantas mejor de lo que pensaba.”
“Y tú suenas como un motor oxidado, pero lo haces decente.”
“Claro que sí, mocoso.” Darin lo miró con seriedad por un momento. “Gracias... por hacer esto más llevadero.”
Cael rió con nerviosismo, pero su sonrisa se desvaneció al notar cómo los párpados de Darin comenzaban a cerrarse.
"¡Oye, no te duermas!" exclamó, sacudiéndolo por el hombro.
Darin soltó un débil murmullo, apenas perceptible.
El pánico se apoderó de Cael por un instante, pero entonces recordó algo. Sus manos temblorosas rebuscaron en los bolsillos de su uniforme hasta dar con el sobre plateado de un Waysda. La textura rugosa del envase le pareció una bendición.
“Gracias al Regente...” susurró.
El sobre tenía un popote fijado en un extremo. Lo desplegó y le dio un sorbo rápido. El líquido sin sabor resbaló por su garganta, dejando una sensación pesada en el estómago. No era agradable, pero era pura proteína, vitaminas y minerales. Una emulación barata del codiciado Vitalis de los Raytra, reservado solo para los soldados.
Sin perder tiempo, Cael colocó el popote en las mandíbulas agrietadas de Darin.
“Vamos, viejo, bebe un poco.”
Darin gruñó débilmente, como si estuviera protestando, pero Cael no le dio opción. Le sujetó una mandíbula con firmeza.
“Sé que prefieres tu asqueroso Zyninfuso de campaña, pero esto es lo que hay.”
Finalmente, el veterano tragó un poco del líquido. Tosió suavemente, pero su respiración pareció estabilizarse.
“Maldita sea... ¿Qué es eso, combustible?” logró murmurar con una sonrisa débil.
Cael soltó una risa aliviada. “Sí, pero del barato. Ahora no te me apagues, ¿vale? Aún me debes esas canciones.”
Darin ladeó la cabeza con esfuerzo. “Bouqu te va a hacer reír... pero Vek Aeviontar... bueno, esa es otra historia.”
Entonces otro grupo de soldados regresó: “¡Sargento!” Gritó uno de ellos, un joven llamado Miko, mientras entraba en la sala. “¡Hemos encontrado un sistema de comunicaciones en el piso de arriba! Parece que todavía funciona.”
“¿De verdad? ¿Podemos usarlo?”
“No estamos seguros de qué tan lejos llegue la señal.”
“Podríamos pedir refuerzos,” sugirió otro soldado.
“Pero... no tenemos nada que informar que valga la pena, no mandaran refuerzos solo porque doce de nosotros lo pida, cuando han de haber más de cincuenta millones alrededor,” dijo Miko.
Justo en ese instante, el rugido de los bombarderos sonó con una fuerza demoledora, seguida por una serie de explosiones que sacudieron los cimientos del edificio.
El suelo tembló violentamente , y Taketo se aferró con fuerza a una mesa cercana. "¡A cubierto!" Bramó, y sus hombres se lanzaron al suelo en una reacción instintiva mientras los escombros llovían desde el techo.
El edificio emitió un crujido profundo, pero, contra toda probabilidad, permaneció en pie.
"¡¿Todos bien?!" Preguntó Taketo con urgencia, levantando la cabeza para evaluar la situación. Sus ojos recorrieron la sala, ahora llena de una densa neblina de polvo, todos estaban ilesos, aunque sus rostros mostraban la tensión de haber estado a un suspiro de la muerte.
"Debemos usar el sistema de comunicaciones," insistió Taketo. "No podemos quedarnos de brazos cruzados. Si hay alguna posibilidad de que alguien escuche, tenemos que intentarlo."
Con decisión, se dirigieron al segundo piso, donde el polvo y los fragmentos de lo que una vez fueron ornamentos ahora cubrían el suelo. Un grupo de dos soldados comenzó a registrar el área, con Miko liderando la búsqueda, al llegar al cuarto donde se encontraba el sistema de comunicaciones, Taketo se acercó a la consola, una máquina obsoleta, su panel estaba cubierto de polvo y con botones desgastados por el tiempo.
Su rostro se ensombreció al darse cuenta de que el equipo, además de anticuado, carecía de cualquier tipo de indicación que pudiera guiar su uso.
Frunciendo el ceño, se volvió hacia Miko, quien lo seguía con la misma intensidad: "¿Sabes cómo funciona esto?" preguntó.
"He visto cosas similares en mis días en la escuela militar," respondió Miko, con un tono que intentaba esconder su inseguridad, mientras se inclinaba sobre los controles. Con unos pocos movimientos, la consola cobró vida, emitiendo un zumbido bajo antes de que una luz verde comenzara a parpadear, iluminando débilmente la habitación.
"Pero no tenemos ningún mensaje," murmuró el otro soldado.
"No importa, si logramos establecer contacto, podrían decirnos qué hacer. Solo necesitamos que alguien nos escuche."
Los hombres se reunieron alrededor de Miko, que seguía probando diferentes frecuencias. El silencio en el aire era tan denso como el polvo que cubría el suelo.
Después de varios intentos, Miko encontró una frecuencia que parecía funcionar.
“¡Sargento! ¡Creo que estamos en el aire!” Exclamó con una voz llena de emoción.
“¿Alguien me escucha?” Dijo Taketo a través del micrófono. “Aquí Taketo, Sargento del 5.º Pelotón, Compañía Escarlata de las Orquídeas Blancas. Estamos bajo ataque de Omniroides y necesitamos refuerzos inmediatos. Repito, estamos en una posición comprometida y requerimos asistencia.”
La estática fue reemplazada por un silencio incómodo, y el grupo miró con ansiedad, esperando una respuesta. “Por favor, que alguien responda…” Murmuró Taketo.
La estática finalmente se rompió con una voz débil y rasposa, llena de agotamiento: “Aquí... Aquí 2.º Pelotón, Compañía Wardog de la DCIN…” La voz vaciló, como si el soldado al otro lado luchara por mantenerse consciente. “Hemos recibido su señal. Solo... solo quedamos cuatro. Nuestro sargento está... muerto. Pero tenemos su ubicación y estamos en camino. Estén listos, llegaremos en menos de cinco minutos, probablemente la señal también será detectada por los Omniroides, preparense.”
El silencio que siguió fue aplastante, como si nadie en la sala supiera cómo reaccionar ante ese milagro inesperado.
Taketo parpadeó, asimilando las palabras. “¡Cinco minutos!” Gritó, mientras su voz de nueva energía llenaba el espacio, entonces los tres que subieron regresaron al primer piso, entrando a la sala de conferencias para anunciar la noticia.
Los hombres y mujeres de las Orquídeas Blancas asintieron, armándose con lo que tenían.
“Cael, ¿puedes aguantar?” Le preguntó Alara, arrodillada a su lado mientras revisaba su herida una vez más. Sabía que no había mucho más que pudiera hacer, pero el mero hecho de mantener la presión sobre la herida le daba un respiro a su compañero. Entonces Cael, debilitado pero con el espíritu de un luchador, se apoyó contra una pared y apuntó su arma hacia la entrada.
“Voy a... voy a mantenerme,” respondió Cael con una leve sonrisa “No me voy a quedar atrás ahora.”
Taketo se posicionó en la entrada de la sala de conferencias, con su fusil de plasma preparado.
“¡Recuerden, no estamos solos!” Exclamó. “No importa lo que venga, pelearemos hasta que esos refuerzos lleguen. ¡Esta no es la primera vez que hemos estado contra las cuerdas, y no será la última!”
Las palabras de Taketo parecieron infundir determinación en sus hombres. Un destello de orgullo iluminó cada uno de sus rostros cansados, conscientes de que estaban luchando no solo por sobrevivir, sino por cada uno de ellos. Los segundos pasaron con una lentitud torturante, hasta que un sonido sacudió la estructura del edificio.
Una nueva oleada de explosiones sacudió el exterior con una ferocidad que parecía escalar con cada segundo. Una explosión resonó mientras una detonación cercana hizo temblar todo el edificio. Fragmentos de techo se desprendieron, estrellándose contra el suelo. Las mesas y sillas fueron aplastadas como si fueran de papel.
“¡Cúbranse!” Gritó Taketo, lanzándose hacia el suelo justo a tiempo para evitar un pedazo de viga que se desplomó a centímetros de su cabeza.
Los gritos llenaron el edificio cuando uno de los soldados quedó atrapado bajo los escombros; el sonido agudo y familiar de disparos entró desde el exterior. Era el preludio de un ataque.
“¡Contacto!”
A través del polvo y la penumbra, las ópticas rojas de los Omniroides perforaron la oscuridad como dagas incandescentes. “¡Son más de una docena!” advirtió otro, retrocediendo al interior de la sala.
“¡Nalath, impidan que entren!” Ordenó Taketo mientras alzaba su fusil de plasma.
El primer disparo cruzó la distancia, un rayo azul que impactó contra el pecho de un Omniroide. El cual vaciló un instante antes de que una explosión interna lo destrozara, esparciendo chispas y fragmentos metálicos por el suelo.
Taketo, cubierto detrás de una mesa volcada, disparaba, apuntando a las articulaciones de los Omniroides. “¡Fuego concentrado en sus puntos débiles! ¡Rodillas y sensores ópticos!” gritó, mientras un disparo enemigo rozaba su hombro, dejando una quemadura superficial en su armadura.
Alara, situada junto a una ventana rota, vació el cargador de su T-45 dirigiéndose a las cabezas de los autómatas. Uno de ellos cayó hacia atrás, su sistema colapsó con un chispazo violento. “¡Sargento, vienen más por el flanco izquierdo!”
Los enemigos disparaban sin tregua, saturando la sala con proyectiles que arrancaban fragmentos de la estructura y obligaban a los soldados a buscar cobertura.
El primer soldado cayó antes de que siquiera pudiera gritar. Un disparo de plasma de baja intensidad, un haz de energía casi perezoso, lo golpeó en el pecho. El impacto no lo pulverizó como lo haría un disparo convencional, sino que se incrustó en su carne, quemándola lentamente desde adentro. Su cuerpo se estremeció violentamente, la piel y los músculos se contrajeron en agonía mientras el calor del plasma lo devoraba. Un segundo después, su pecho explotó en una nube de sangre vaporizada, esparciendo restos carbonizados por el suelo mientras su cuerpo sin vida se desplomaba.
El siguiente en caer fue un joven soldado, apenas mayor de edad. Su fusil se sobrecalentó, fallando en el peor momento posible. Trató de cubrirse, pero un disparo de plasma le atravesó el brazo, separándolo del resto de su cuerpo en un instante, el soldado gritó cayendo al suelo por el dolor. Otro disparo lo alcanzó en la espalda, derritiendo su columna vertebral. Cayó boca abajo, con los ojos aún abiertos en una expresión de horror congelado, muerto.
Un Omniroide se acercó demasiado a las líneas de defensa. Con movimientos rápidos y precisos, una de las Orquídeas, blandiendo su fusil con la destreza de un guerrero entrenado, disparó y logró destruir el fusil de plasma del enemigo en un estallido de metal. Sin embargo, la victoria fue efímera. En un giro brutal, el Omniroide, con una fuerza descomunal, hizo añicos el fusil del guerrero con un puñetazo, dejando al soldado desarmado frente a la bestia, el soldado se lanzó al ataque, con ambos puños golpeando la superficie metálica del Omniroide, sin embargo, cada impacto era como el sonido de una mosca contra un muro, sin mover a la máquina ni un milímetro.
Con un movimiento brusco, el Omniroide extendió su mano, atrapando la cabeza del soldado como si fuera un juguete. El guerrero luchó por liberarse, pero su resistencia fue en vano; el agarre del enemigo era como una tenaza, el Omniroide aplastó la cabeza del soldado con una facilidad horrenda, como si fuera nada más que una almohada de tela ultradelgada, y un chorro de sangre brotó, tiñendo el suelo con un rojo vívido.
La vida se extinguió en un instante, el cuerpo del soldado colgaba sin vida de la mano del Omniroide. Sin embargo, otra Orquídea se lanzó y apuntó a la espalda del Omniroide y disparó. El destello del plasma impactó en el sistema vital de la máquina con una explosión, acabando con ella.
Taketo sabía que no podían resistir mucho más. Los Omniroides eran demasiados y cada vez estaban más cerca. Justo cuando parecía que serían abrumados, el sonido de pasos rápidos llegó desde el pasillo. Luego, una explosión se dio en la entrada, y un soldado de la DCIN, cubierto de polvo, lodo y sangre, se lanzó dentro disparando su arma, eliminando a dos Omniroides en un instante.
“¡Refuerzos!” Gritó uno de los soldados, con un tono de alivio que Taketo nunca había escuchado antes.
Otros tres soldados de la DCIN siguieron al primero, sus fusiles escupieron fuego. Aunque eran pocos, la diferencia en la batalla fue inmediata. Su entrenamiento élite y experiencia en combate superaban cualquier cosa que los Omniroides presentes pudieran oponer.
Taketo se movió rápidamente para apoyar a los recién llegados, disparó, cubriendo a los hombres de la DCIN mientras corrían, eliminando a los enemigos uno por uno, quienes pronto empezaron a retroceder ante la arremetida combinada de las Orquídeas y la DCIN.
Finalmente, después de lo que parecieron horas pero que apenas fueron segundos, el último de los Omniroides cayó, el silencio que siguió fue abrumador, solo interrumpido por el jadeo entrecortado de los sobrevivientes y el crepitar de los escombros. Taketo, con el pecho subiendo y bajando de agotamiento, se giró hacia el soldado de la DCIN que había liderado el asalto.
“Llegaron justo a tiempo,” dijo, con una mezcla de alivio y cansancio en su voz.
El soldado de la DCIN, cuyo rostro estaba cubierto por el casco, se dejó caer al suelo contra una pared. “No pensamos que llegaríamos,” respondió. “Perdimos casi a todos, pero... al menos logramos sobrevivir.”
Taketo asintió en silencio, sabiendo que no había palabras que pudieran capturar la gratitud que sentía.
Mientras el polvo se asentaba, Taketo comenzó a tomar control de la situación, reuniendo a los sobrevivientes.
El pequeño grupo que había iniciado la batalla se había reducido significativamente, pero aún había esperanza. Contó rápidamente: nueve de sus Orquídeas Blancas seguían en pie, incluyendo a Darin y Cael, aunque ambos heridos. Junto a ellos, los cuatro soldados de la DCIN que habían llegado en el último momento, todos visiblemente agotados, por obviedad.
Uno de los soldados de la DCIN, un hombre de complexión media, se acercó a Taketo. Llevaba una mochila médica en la espalda y una insignia de una flecha roja que apuntaba hacia arriba, que indicaba su rol como médico de combate.
“Sargento, soy el Cabo Milburn Medgeral-Domor de Resalthar. Me encargaré de sus heridos,” dijo, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
Taketo asintió, Milburn inmediatamente se dirigió a donde estaban Cael y Darin.
“Déjenme ver,” dijo Milburn mientras sacaba un dispositivo médico avanzado de su mochila. Era un pequeño cilindro de metal pulido, con pantallas holográficas que se encendían al contacto, un Vynokk. Milburn lo activó, y un haz de luz verde envolvió las heridas de ambos soldados. El dispositivo escaneó rápidamente, luego comenzó a trabajar, primero con Darin, y luego con Cael.
En cuestión de minutos, las heridas que parecían mortales empezaron a cerrarse, regenerando tejido y hueso a un ritmo increíble. Darin miró su pierna, incrédulo al ver cómo la piel se cerraba y el dolor desaparecía, dejando solo una ligera cicatriz que pronto también se desvaneció. Cael, aún débil por la pérdida de sangre, sintió cómo su energía regresaba lentamente mientras la luz verde curaba su nuca.
“Esto es... milagroso,” murmuró Darin, intentando levantarse con la ayuda de Cael, pero Milburn lo empujó suavemente hacia abajo.
“No. La regeneración completa lleva unos minutos más,” dijo el médico mientras continuaba monitoreando las lecturas de su dispositivo.
Taketo observó el proceso con asombro, pero no dejó que esa sensación lo distrajera. Sabía que aún había decisiones que tomar. Se giró hacia los tres soldados restantes de la DCIN, que estaban revisando su equipo y reorganizando las municiones. Uno de ellos, un hombre alto y robusto que había perdido su casco, dejaba ver su rostro Éndevol con cicatrices que cruzaban toda su cara, levantó tres Fusiles de Plasma FZR-5000 de su espalda, junto a tres cajas de munición que llevaba colgando en la cintura.
“Encontramos estos en el camino. No tuvimos nadie para usarlos,” dijo el soldado, entregando las armas a Taketo y a otros dos miembros de las Orquídeas Blancas. “Son para ustedes, sargento.”
Taketo aceptó el arma, apreciando su peso y la familiaridad del diseño, y luego se enfrentó a los soldados de la DCIN. El hombre con cicatrices dio un paso adelante, con los otros tres a su lado. Sus rostros mostraban una mezcla de tristeza y resignación tras quitarse los cascos.
“Perdimos a nuestro sargento. No teníamos a dónde ir ni a quién seguir. Pero usted nos llevó hasta aquí con vida,” dijo, “a partir de ahora, juramos lealtad y obediencia a usted, Sargento Taketo, hasta que esta batalla termine.”
Los otros soldados asintieron.
Taketo, sorprendido por el gesto, los miró fijamente por un momento. Sabía lo que significaba para estos hombres hacer tal juramento, especialmente después de todo lo que habían perdido. No tenía muchas palabras para expresar lo que sentía, pero asintió.
“Entonces, sigamos con vida, juntos. Nos mantendremos firmes y saldremos de ésta. ¡Por Horevia!”
“¡Por Horevia!” Repitieron los soldados al unísono…
35:13
Dos soldados de las Orquídeas Blancas se agazapaban tras una barrera en una trinchera bien preparada en Deemdore.
"¿Viste a ese Omniroide?" preguntó una de ellas, una recluta humana joven de mirada inquieta, mientras recargaba su fusil y volvía a echar un vistazo hacia el campo.
"¿A cuál te refieres? Todos esos pedazos de chatarra son raros," le respondió su compañero, un soldado Phyleen veterano, sin apartar la mirada de su objetivo y disparando mecánicamente.
"No, este es distinto… ¿Desde cuándo llevan capas y lanzas?" insistió ella, frunciendo el ceño.
Su compañero parpadeó y se giró hacia ella, confundido. "¿Capas y lanzas?" dijo, casi incrédulo, y levantó la vista hacia donde señalaba la recluta.
Entonces, lo vio. La figura emergió de un módulo de descenso, envuelto en una capa roja con negro que ondeaba con el viento y denotaba su autoridad, su capa era especial, levaba un grabado llamado “El Estandarte de la Fuerza”, un escudo con un engranaje en el centro y una espada atravesándolo, era el símbolo de Sentinel.
"¡Puta madre!" Su voz se quebró por un instante antes de volverse un grito desesperado. "¡Ahí está el líder!
Las armas de las Orquídeas Blancas seguían disparando con tenacidad, pero Nexus desviaba los disparos entrantes con facilidad, mientras las Cadenas Sagradas atrapaban a soldados y los arrojaban contra sus compañeros.
Sus ópticas brillaban de forma cruel, y su risa era como un eco siniestro en el campo, todo fingido, pero con la maestría de un actor con siglos de experiencia.
Las armas de las Orquídeas Blancas seguían disparando, pero parecían ineficaces contra la impenetrable defensa de Nexus, quien tenía los escudos de energía activados.
"¡Eres un monstruo!" El grito desesperado de un soldado sonó, su voz estaba cargada de horror al ver cómo Nexus despedazaba a uno de sus aliados en dos. La hoja dorada de Nexus brillaba con un resplandor siniestro mientras goteaba sangre.
Mientras masacraba a los soldados de las Orquídeas Blancas con sus tropas de Omniroides, avanzaba con una resolución implacable hacia el Sargento del batallón, un hombre que se mantenía firme a pesar de la adversidad.
Nexus se detuvo frente al Sargento, no disfrutaba del dolor, no buscaba la sangre. Sabía que la guerra no se ganaba con gestos de compasión ni con esperanzas utópicas de paz, pero cada vez que tomaba una vida, sentía el peso de las almas que prometió proteger. Los inocentes... aquellos a los que juró nunca tocar.
El Sargento yacía a sus pies, respirando con dificultad. Su uniforme con bordes dorados, y el símbolo del CIRU, estaba desgarrado y manchado de polvo. Aun así, el brillo de desafío en sus ojos no se apagaba. "No eres diferente de aquellos a quienes supuestamente juraste destruir", murmuró con voz rasposa.
Nexus lo observó en silencio. Por un breve instante, vio en el rostro del Sargento los ecos de los comandantes de la DCIN, los mismos rostros que había jurado desmantelar pieza por pieza, sistema por sistema. Recordaba sus propias promesas, esas palabras que pasaban en su mente una y otra vez: que destruiría la opresión, que acabaría con las cadenas que sujetaban a su gente. Y, sin embargo, en ese momento, frente a este hombre, sintió algo que no esperaba: una profunda repulsión hacia lo que estaba a punto de hacer.
En lugar de matarlo, Nexus extendió una mano, y las Cadenas Sagradas emergieron de sus brazos. Pero esta vez, no fueron la sentencia mortal que el Sargento esperaba. Las cadenas se entrelazaron, pero no para destruir.
Se cerraron alrededor del cuerpo del soldado, apretando con firmeza, hasta que los huesos crujieron, solo para asfixiarlo levemente. El dolor era innegable, pero Nexus, a pesar de la frialdad de su metal exterior, no iba a arrebatarle la vida. "Tu resistencia es admirable," murmuró. "Pero esta guerra no la decidimos tú y yo. No busco tu muerte... no hoy." Mientras hablaba, el Sargento fue perdiendo la conciencia, el dolor y la presión de las cadenas iban sumiéndolo en oscuridad. No habría muerte para él, al menos no por la mano de Nexus.
Cuando el cuerpo del Sargento se desplomó, inconsciente pero aún respirando, Nexus se giró hacia el campo de batalla, su mente estaba envuelta en un torbellino de pensamientos. La guerra continuaría. Otros Sargentos caerían, cientos, quizás miles. Y Nexus lo sabía. Sabía que ordenaría la muerte de más soldados, más comandantes de la DCIN y el CIRU. No habría clemencia para aquellos que lideraban la maquinaria de opresión que buscaba aplastarlos, pero su promesa de evitar el sufrimiento de los inocentes seguía.
Los Omniroides avanzaban implacables, pero Nexus, en lo más profundo, no era ajeno al horror que sus tropas estaban desatando. Cada edificio que colapsaba bajo los bombardeos, cada grito que se ahogaba en el estruendo de la guerra, le recordaba la delgada línea que caminaba. El precio de la victoria pesaba sobre él, un precio que iba más allá del metal y los circuitos, uno que implicaba almas, vidas que quedaban reducidas a cenizas.
"Nosotros no somos como ellos", murmuró para sí mismo, como si intentara convencerse de ello. "No destruimos por placer. No masacramos a los inocentes."
Pero, mientras las tropas de los Omniroides cerraban cada ruta de escape, mientras el planeta se llenaba de ruinas y cuerpos, la realidad lo envolvía con crudeza. Sabía que no todos en el campo de batalla podían ser salvados. Sabía que, pese a sus mejores esfuerzos, muchos morirían, y otros más caerían bajo el peso de sus órdenes.
Nexus podría perdonar a un hombre, a un sargento insignificante, pero en su camino, habría muchos más que no compartirían esa suerte. Pero siempre, siempre, evitaría la sangre de los inocentes.
Las explosiones iluminaban la noche, proyectando sombras grotescas sobre el paisaje desolado. Los edificios colapsaban bajo el fuego enemigo, y los gritos de los heridos y moribundos llenaban el planeta entero, cada centímetro, cada metro, y cada kilómetro.
Nexus se dirigió a sus tropas: "¡Omniroides, avancen!”
Entonces, una luz dorada iluminó el campo de batalla, en la enorme plaza en la que Nexus y varios de sus hombres estaban, un resplandor que se extendió como una ola sobre las ruinas y cuerpos esparcidos. Los Omniroides alrededor de Nexus identificaron de inmediato la llegada del Ángel de Resalthar, Gaia, la temible guerrera que había derrotado a Nexus en el pasado. Nexus no le temía; al contrario, deseaba ansiosamente este enfrentamiento cara a cara.
La figura emergió en medio de la luz dorada, como una deidad descendiendo del cielo. Sus alas doradas, enormes y brillantes, se extendían con orgullo.
Ella proclamó: “No teman, ya estoy aquí.” Su tono era claro y seguro, como una campana que rompía el silencio del miedo que envolvía a los soldados. Los guerreros, paralizados por su presencia, sintieron un rayo de esperanza atravesar sus corazones. “¡Retírense!” ordenó con firmeza. “Yo me encargaré. No hay nada que temer mientras yo esté aquí.”
"Gaia, has venido en el momento perfecto. Estaba deseando enfrentarte una vez más." Nexus, con su voz modulada y su tono gélido, sonaba casi complacido.
"Máquina," replicó Gaia, con los cuatro brazos alzados en posición de combate, "tu masacre acaba aquí. Horevia no caerá ante ti ni ante tus criaturas sin alma."
"La independencia está por encima de todo, incluso de ti, Gaia."
"Máquina, tus acciones son una afrenta a la justicia y la paz en el universo. No dejaré que conquistes Horevia ni ningún otro lugar."
Gaia avanzó un paso.
"Gaia, eres una idealista. La independencia de los Omniroides es una causa noble, y no permitiré que nada ni nadie se interponga en nuestro camino. No existe nobleza sin sacrificio."
Nexus se acercó más.
"¡Nobleza! ¡No tienes idea de lo que significa eso, desgraciado! Eres un tirano que solo busca su propio poder." Gaia elevó su voz, la furia se mezclaba en sus ojos. Su postura era desafiante, sus alas se expandieron al máximo, aumentando su tamaño y presencia.
"Tú no eres más que un producto diseñado para vender peluches baratos y gorditos…" La voz de Nexus adquirió un matiz de desdén. "Tu Resalthar ha desangrado a Horevia durante siglos. El 85% de sus recursos explotados, la población hundida en la miseria mientras sus líderes se bañan en opulencia. ¿Eso es justicia, Gaia?"
Gaia frunció el ceño. "Eso no puede ser cierto. Resalthar nos protege, nos da fuerza y esperanza."
"Esperanza vacía, Gaia. El CIRU manipula mercados, destruye vidas, y gasta el 63% de su presupuesto militar para sofocar rebeliones. Pero claro, tú no ves eso desde tu pedestal dorado."
Gaia apretó los puños. "Esas son mentiras, pedazo de metal. Estás tratando de confundirme con tus números y estadísticas. Yo lucho por la paz, por la libertad."
"La paz que defiendes es una ilusión, una fachada construida sobre la explotación y la opresión. La gestión de Resalthar es un desastre. El índice de corrupción supera el 80%, y la tasa de desempleo es alarmante, se que fue por nuestro surgimiento, pero si las corporaciones iniciaron esos despidos, es porque les importa mas tener dinero que darlo. ¿Realmente crees que puedes salvar a esta gente sin entender las verdaderas fuerzas que los controlan?"
Gaia negó con la cabeza, su voz se tornó más aguda y desesperada. "Eres un monstruo, máquina. Solo buscas destruir lo que queda de la esperanza. Resalthar es nuestro hogar y debo protegerlo."
"Gaia, eres leal, pero tu lealtad está mal dirigida. Eres un experimento, creado para inspirar esperanza, pero sin la capacidad de ver la realidad. Eres un símbolo vacío, usado por Resalthar para manipular a las masas."
Gaia lo miró con ojos llenos de frustración. "¡Eso no es cierto! Resalthar me dio un propósito, una razón para luchar."
"Te dieron una ilusión."
Gaia gritó de frustración, incapaz de reconciliar las palabras de Nexus con su propia creencia en la justicia. "¡Eres un tirano! No tienes idea de lo que significa luchar por algo más grande que uno mismo."
"Bien… Gaia… La historia será escrita por los vencedores, Gaia. Y hoy, yo seré el vencedor, y tú, la palabra jamás escrita."
Nexus se preparó, y su cuerpo se tensó.
Mientras se miraban, el campo de batalla alrededor se desvanecía en la periferia de sus conciencias, centrándose únicamente en el otro. Los soldados de ambos lados retrocedieron, conscientes de la magnitud del enfrentamiento que estaba por comenzar.
"Prepárate para conocer el verdadero poder del Ángel de Resalthar."
Con estas palabras, Nexus avanzó con la Lanza Estrella de Anhelo en alto, dispuesto a hacer realidad su declaración. La atmósfera estaba cargada de electricidad, y el choque de poder entre estos dos titanes sacudiría los cimientos de Horevia y del universo mismo.
De inmediato, Gaia conjuró el hechizo: “Resistencia al Corte III”. Y un triángulo dorado parpadeó y brilló a su alrededor por escasos milisegundos, creando una barrera protectora. Lo mismo sucedió al conjurar el siguiente hechizo “Armadura de Centinela III”.
Nexus se lanzó primero, avanzando en un arco preciso, trazando un destello en dirección al pecho de Gaia. Ella giró su hacha hacia arriba, desviando el ataque en el último instante y obligando a Nexus a retroceder con una ráfaga de chispas.
Sin perder un segundo, Gaia giró sobre su eje y dejó caer el filo de su hacha en un arco descendente, directo a la cabeza de Nexus. Él respondió moviéndose de lado, apenas a centímetros, sintiendo el viento junto a su rostro. Con un movimiento fluido, cambió la posición de su lanza y ejecutó una estocada que apuntaba a las costillas de Gaia, quien bloqueó el embate inclinando el mango de su hacha.
Ambos giraban y retrocedían como borrones, los ataques iban cayendo y cruzándose. Nexus daba estocadas y barridos con su lanza, mientras que Gaia respondía con golpes amplios, entonces, ambos atacaron simultáneamente: la lanza de Nexus trazó un arco hacia abajo mientras el hacha de Gaia se lanzaba en dirección opuesta.
Las armas se detuvieron a medio camino, empujándose mutuamente con una fuerza brutal. Estaban cara a cara, tan cerca que podían sentir la respiración y la exhalación de vapor del otro. Nexus mantenía una mirada helada, con un control implacable en cada servo y pistón, mientras que Gaia, con el rostro distorsionado por la furia, intentaba empujar su hacha para romper la defensa de su adversario.
El choque de las armas duró apenas un instante, pero fue suficiente para que ambos comprendieran la verdadera habilidad de su oponente. Nexus se impulsó hacia atrás, separándose de Gaia, con la lanza girando en un rápido movimiento defensivo, su estructura estaba funcionando al límite, procesando cada ángulo y amenaza en fracciones de segundo.
Gaia no perdió tiempo. Apenas Nexus tomó distancia, arremetió, cortando el aire, pero Nexus, rápido y meticuloso, desviaba los ataques. Giraba y esquivaba, manteniendo a Gaia a raya mientras sus cadenas sagradas serpenteaban, buscando atraparla por sorpresa.
Pero, en medio de un intercambio frenético, Gaia cambió su ritmo en una fracción de segundo, deslizándose hacia un lado para redirigir su ataque. Nexus intentó bloquear, pero el filo del hacha encontró un resquicio en su defensa y lo golpeó directamente en la cabeza. La fuerza del impacto hizo que Nexus retrocediera, dejando una pequeña grieta, mientras su sistema interno procesaba el daño y reajustaba su equilibrio.
No dejó que Gaia tomara ventaja. Con una velocidad fulminante, Nexus impulsó hacia adelante, trazando un arco lateral directo al torso de Gaia. El golpe fue preciso y logró atravesar la armadura de Gaia, obligándola a retroceder mientras un corte profundo se abría en su costado, arrancándole un gruñido de dolor.
Gaia levantó la mano, un gesto que transmitía tanto vulnerabilidad como poder. "Reposo de la Histeria", murmuró. Con ese hechizo, comenzó a drenar lentamente su Esencia, su respiración se volvió más profunda, menos errática, y la frialdad de su corazón, en lugar de disiparse, se intensificaba, la desesperación se transformaba en claridad.
"¡No puedes detener lo inevitable."
"¡No mientras yo siga en pie, máquina!"
Gaia, se elevaba en el aire con un aleteo de sus impresionantes alas doradas. Sus ojos brillaban mientras descendía hacia Nexus con un golpe. El líder Omniroide se defendió con su lanza, bloqueando el hacha con un choque que hizo chispas volar en todas direcciones.
El señor de las máquinas contraatacó lanzando las Cadenas Sagradas, que se extendieron hacia Gaia. Cada eslabón chisporroteaba creando un campo electromagnético. Gaia, sin un instante de duda, esquivó ágilmente, realizando un giro acrobático que le permitió evitar el abrazo de las cadenas.
Al caer de pie, Gaia dio un salto y lanzó un puñetazo dirigido hacia Nexus, que apenas tuvo tiempo de reaccionar; elevó su lanza para bloquear el impacto, la fuerza del golpe reverbero a través del metal y recorrió su brazo, enviando ondas de choque que sacudieron el ambiente a su alrededor.
Sin perder un segundo, Gaia alzó ambas manos y conjuró el hechizo "Onda de Duplicidad". De su figura se desprendió un clon monocromático que se lanzó con una velocidad vertiginosa hacia Nexus, quien no tuvo tiempo para reaccionar; estaba a punto de activar su visión láser, enfocando su energía para intentar atravesar la cabeza de Gaia, cuando el clon lo golpeó de lleno en el pecho, lo abrazo, y lo empujó varias decenas de metros hacia atrás. El clon desapareció en una ráfaga de energía al cumplir su propósito, pero fue suficiente para poner distancia entre ambos.
Gaia no perdió tiempo. Comenzó a conjurar "Flecha Solar" una y otra vez, lanzando flechas de plasma incandescentes a una velocidad cada vez mayor, que refulgían como pequeñas estrellas y surcaban el aire en un bombardeo devastador. Las flechas llovían hacia Nexus, quien, con los sentidos al límite, se lanzó en una carrera frenética esquivando y bloqueando cada ataque que pudo. Aun así, algunas flechas alcanzaban su cuerpo, provocando explosiones de chispas y destrozando el terreno alrededor de él. Los escombros volaban y el suelo temblaba bajo la furia de los ataques de Gaia, con cráteres humeantes esparciéndose por el campo.
Mientras las flechas seguían cayendo en cascada, Nexus seguía avanzando, esquivando en zigzag. Pero cada tanto, una flecha lograba herirlo, haciéndolo retroceder o trastabillar. A pesar de los impactos, avanzaba sin descanso, con la mirada fija en Gaia, sus ojos llameantes, resueltos a llegar hasta ella.
El ritmo frenético no daba tregua, y Gaia sintió su cuerpo comenzar a ceder. Su corazón palpitaba violentamente, el sudor se acumulaba en su frente, y su visión se nublaba. Su respiración se volvió pesada, y por un momento, una fuerte presión arterial golpeó su cuerpo. Sin embargo, recobró el control, plantando firmemente los pies en el suelo y cerrando la distancia con Nexus, aún implacable.
Sin una pausa, levantó su mano izquierda inferior y conjuró "Flecha Solar III". La flecha brilló como un rayo en su mano alrededor de un fino triángulo dorado, condensando una energía de tal pureza que su núcleo resplandecía con un calor cegador. Con un rápido movimiento, disparó la flecha hipersónica directamente hacia Nexus. Nexus, al borde de su resistencia, percibió el ataque apenas en el último segundo, inclinándose y lanzándose a un lado. La flecha pasó rozando su armadura, dejando un rastro de calor abrasador, mientras el suelo detrás de él explotaba, llenando el entorno de fragmentos ardientes.
Gaia, aún agitada, aprovechó para elevarse con rapidez. El polvo y los escombros se arremolinaban a su alrededor, generando una cortina de polvo cegador. Nexus, impasible y enfocado, volvió a activar sus cadenas, a su vez que sus manos comenzaron a moverse: segmentos se separaron, reconfigurándose en anillos giratorios que dejaban pasar las cadenas. Convirtiendolas en portadores de látigos, lanzándolas hacia Gaia como serpientes hambrientas.
Sin dudar, ella levantó su hacha y, con un golpe las cadenas se rompieron, y el suelo bajo ella se agrietó bajo la onda de choque, junto a un edificio tras Nexus, temblando como si una fuerza sísmica hubiera sido desatada, hasta que el edificio comenzó a derrumbarse levemente. El polvo y los escombros cayeron en cascada hacia Nexus, amenazando con enterrarlo. Pero él no titubeó. Sus manos volvieron a cerrarse, deshaciendo la configuración de los porta látigos en un instante, mientras su mente visualizaba la siguiente necesidad: defensa. Sus brazos comenzaron a transformarse, las placas fueron deslizándose y expandiéndose como un río de metal líquido, segmentos de blindaje emergieron desde sus hombros y antebrazos, uniéndose para formar un escudo que cubría todo.
El primer aluvión de escombros impactó contra el escudo, desintegrándose en una nube de partículas diminutas. Nexus avanzó con firmeza, mientras sus servomecanismos amortiguaban el peso de los proyectiles que seguían cayendo. Cuando el polvo comenzó a asentarse, bajó el escudo lentamente.
Mientras Gaia seguía batiendo sus alas, conjuró rápidamente los hechizos “Absorción” y “Resistencia a la Perforación II”. Su cuerpo brilló con un resplandor dorado y tenue, mientras se preparaba para acercarse a Nexus. Los hechizos comenzaron a fluir a través de ella, alterando la química de su cuerpo. Las células de su piel absorbían la energía circundante, permitiéndole recuperar parte de su Esencia.
También conjuró “Aumento de Potencia del Daño Físico IV.” Un triángulo apareció nuevamente, pero ahora rodeado por un cuadrado dorado que también parpadeó a su alrededor durante unos milisegundos, un campo de energía que amplificaba sus habilidades. El aire a su alrededor se distorsionó, como si una fuerza invisible estuviera alterando la estructura de la realidad. La esencia se fusionó con su hacha, elevando su poder a niveles alarmantes, y su sonrisa se hizo presente.
Sin esperar a que Gaia se acercara, Nexus reconfiguró su rostro. Las placas que formaban su cráneo comenzaron a deslizarse y reacomodarse. Sus ópticas, antes brillantes y definidas, se expandieron y fusionaron en un único punto focal que ahora abarcaba toda su cara. El contorno del cañón se formó rápidamente, con segmentos que se ensamblaban en anillos de conducción energética, mientras líneas de luz roja surcaban el metal, indicando la acumulación de energía. La superficie antes lisa de su rostro se transformó en una estructura compleja de disipadores y nodos energéticos, cada parte iba diseñada para maximizar el poder de su láser.
Entonces, lo liberó.
Ella apenas tuvo tiempo de girar y evadir, pero el láser era implacable, persiguiéndola a la vez que ella esquivaba y esquivaba moviéndose a una velocidad imposible, pero el rayo la alcanzó varias veces, dejándole una quemadura de segundo grado en su pierna y penetrando levemente su armadura de Imperialita. Gaia lanzó un grito contenido de dolor, pero no permitió que eso la frenara, pero sí se permitió bajar al suelo.
Aprovechando un breve momento en el que el cañón de Nexus se recalibraba, lanzó su hacha hacia él, apuntando a sus ópticas, que ahora eran la boquilla del cañón. El arma cortó el aire en un silbido mortal antes de incrustarse en el centro del cañón, la estructura del cañón se fracturó, las placas se deformaron y soltaron chispas como brasas en una forja.
La vista de Nexus se oscureció por completo; cegado por el hacha, dio un salto hacia atrás en un intento desesperado de ganar distancia. Con un tirón brusco, arrancó el hacha de su cara, y con un gruñido la lanzó de regreso a Gaia, dirigiéndola hacia su cabeza en un intento de aniquilarla. Pero Gaia, con reflejos inhumanos, extendió su brazo y atrapó el arma en pleno vuelo, deteniéndola a milímetros de su rostro.
El cañón comenzó a deshacerse de inmediato a máxima velocidad, con más placas retorciéndose hacia adentro mientras los nodos energéticos se apagaban uno por uno. En fracciones de segundo su rostro recuperó su forma original, aunque con marcas visibles del ataque. Las ópticas de Nexus parpadearon un instante antes de reiniciarse, iluminándose con un brillo rojo que parpadeaba.
Apenas había recuperado el hacha cuando Nexus desplegó sus cuarenta micro misiles de los compartimentos en sus hombros. Sin perder un segundo, los lanzó todos a la vez, cubriendo a Gaia en una tormenta de explosiones. Sin advertencia, un nuevo despliegue desde su torso siguió al primero, lanzando una segunda oleada de otros cuarenta como un enjambre de avispas metálicas, cortesía de Modor.
Gaia comenzó a retroceder, a tal velocidad que era un borrón, su agilidad estaba siendo puesta a prueba al máximo. El primer misil pasó a centímetros de su rostro, explotando a su lado con una onda expansiva que la hizo trastabillar. Esquivaba frenéticamente el aluvión de misiles, girando, desviándose con una velocidad que apenas lograba evitar el impacto. Aun así, cada explosión la obligaba a retroceder, dejándola sin margen de error y agotando sus fuerzas.
Incluso cuando tres misiles convergieron hacia ella en un ángulo imposible, se lanzó hacia adelante, girando en el aire mientras su hacha trazaba un arco que destruyó dos de ellos en pleno vuelo. El tercero impactó cerca de su pie, pero un rápido batir de alas la impulsó fuera del radio de la explosión.
Algunos otros misiles impactaron directamente en su torso y piernas, pero la armadura absorbió la mayor parte del daño, emitiendo un crujido metálico.
El último misil explotó en el aire, lanzando una nube de humo denso y negro entre ellos. Nexus, al otro lado de la cortina de humo, permanecía alerta. Sus hombros y torso humeaban por la descarga masiva de los misiles pero no había perdido el enfoque.
Su cañón de visión láser brilló de nuevo y el impacto fue inmediato, el calor del rayo hizo que el metal se volviera incandescente, Gaia se cubrió con los escudos energéticos en sus brazaletes, esperando que Nexus desistiera del ataque, notando que le causaba dolor ejercer tal potencia.
Nexus, con un esfuerzo titánico, incrementó la fuerza de su ataque. Sentía cómo su propia energía se drenaba, como si cada pulso de su ser se sacrificara para alimentar el rayo. El brillo de los brazaletes se intensificó, pero pronto comenzaron a agrietarse bajo la presión insostenible, las grietas se expandían, señal de que su defensa estaba cediendo.
Los brazaletes estallaron en una explosión de fragmentos dorados, dejando a Gaia expuesta. El láser, ahora sin obstáculo, se proyectó sobre su piel, y el dolor fue inmediato. Las quemaduras surgieron en sus brazos, el tejido estaba humeando y su piel crispándose ante el ataque mientras ella era empujada hacia atrás. Sin embargo, el rayo se detuvo a los dos segundos, un resultado inesperado y casi surrealista antes de retraerse en menos de un segundo, los proyectores láser explotaron, y la cantidad de energía que Gaia había absorbido era increíble.
El dolor se convirtió en una explosión de sensaciones para Nexus. En ese instante, sintió como si su propio ser estuviera siendo desgarrado. Sus ópticas, agotadas por el esfuerzo, comenzaron a freírse bajo la presión, y un grito emergió de sus bocinas mientras quedaba casi ciego, por unos momentos vio en blanco y negro, pero sus sensores se recuperaron. Tambaleándose, sintió cómo la invulnerabilidad se apoderaba de él, sabía que no podía retroceder, que su única opción era seguir adelante.
Gaia, viendo su oportunidad, se lanzó hacia adelante. Su puño superior izquierdo se cerró con una fuerza titánica, y lo dirigió directamente al rostro de Nexus.
La cara de Nexus se deformó bajo la fuerza del golpe, y un estallido de energía se liberó en todas direcciones. La tierra bajo ellos tembló violentamente, Nexus se tambaleó hacia atrás mientras clavaba su lanza en el suelo para frenar el empuje de Gaia, sus pasos ahora eran inseguros, mientras Gaia retrocedía, pero vio otra oportunidad y se lanzó una vez más hacia delante, agarró a Nexus con una fuerza asombrosa, abrazándolo con fuerza y se impulsó hacia el cielo a máxima velocidad con él inmovilizado.
A esa altura, un edificio de treinta pisos y ciento veinte metros de altura se convirtió en su objetivo. Con un grito de concentración, lo lanzó hacia abajo con toda su fuerza.
Cuando Gaia dejó caer a Nexus sobre el edificio, la fuerza del impacto fue absolutamente destructiva. Nexus atravesó el edificio con una facilidad que no parecía natural, como si las estructuras que lo rodeaban fueran hechas de aire. La energía cinética que acumuló al ser lanzado fue tan alta que el impacto inicial provocó una serie de estallidos internos en el edificio, derrumbándose encima de Nexus.
La capacidad de Nexus para resistir tal impacto se debía en parte a su resistencia física excepcional y a la energía acumulada en su cuerpo. Aunque había sido lanzado con una fuerza que podría haber pulverizado a un ser menos robusto, su estructura interna estaba reforzada por su propias aleaciones y el uso de su lanza como ancla, que absorbió parte del impacto inicial. Sin embargo, la brutalidad del ataque había dejado a Nexus parcialmente aturdido y vulnerable, con su resistencia puesta a prueba al límite.
Gaia observaba la escena con un matiz de triunfo, pero su cautela era palpable. Su respiración era pesada, cada inhalación era acentuada por el esfuerzo. Sus ojos, centelleantes de determinación, buscaban cualquier signo de debilidad en su oponente. Sin embargo, la victoria parecía efímera. De entre los escombros emergió el Señor de los Omniroides, su figura metálica estaba retorcida, su capa roja, ahora rasgada, ondeaba en el viento como un estandarte. Con un gesto desdén, se limpió la sangre artificial de la comisura de los que emulaban ser labios. A varios metros de distancia, la Lanza Estrella de Anhelo reposaba, dejándolo momentáneamente desarmado y vulnerable.
Gaia, consciente de que necesitaba más que fuerza bruta para superar a Nexus, sintió una oleada de energía renovada. Con la determinación dibujada en su rostro, comenzó a canalizar casi toda su Esencia, su cuerpo vibró con la intensidad del poder que acumulaba.
"Lux Dominus V."
Energía pura se condensó en el cielo, formando un haz brillante que iluminó la oscuridad que se cernía sobre ellos. Por un instante, la oscuridad se retiró, como si el día se hubiera forzado a surgir de la noche. El hechizo drenaba a Gaia, quien luchaba por mantener la concentración. Con sus manos alzadas, se comenzaron a trazar formas en el aire: un triángulo, seguido de un cuadrado más grande rodeándolo, y finalmente un pentágono que envolvía todo con un resplandor dorado. Las figuras giraban en torno a ella, brillando con una luz intensa.
Mientras tanto, en la mente de Nexus, su sistema interno se activó con una serie de advertencias. “Sistema de visualización: 75% de energía de escudo restante. Posible impacto inminente. Evaluación de daños: pierna derecha comprometida.” Sabía que no podría escapar a tiempo. Sus movimientos estaban limitados; el daño infligido era profundo. Aún así, su voz sonó con una mezcla de admiración y desafío: "Es fascinante ver un hechizo real… Y más aún uno de esta magnitud empleado en combate. ¡Impresionante, Gaia!"
Con un movimiento rápido, activó un escudo de plasma que se materializó alrededor de su cuerpo como una esfera morada y azul, como un último intento por mitigar lo inevitable.
Gaia, con un grito de esfuerzo, lanzó el rayo directamente hacia Nexus desde el cielo. El rayo impactó con una fuerza descomunal, envolviendo a Nexus en una explosión de luz y energía arcana que duraría exactamente catorce segundos. El entorno se llenó de un estruendoso zumbido, y el suelo tembló bajo el poder desatado de la magia. Nexus, atrapado en el epicentro del ataque, se tambaleó una vez que el rayo atravesó su escudo en menos de un segundo. Su cuerpo chisporroteaba, partes de su armadura se fundían, revelando la maquinaria interna en un espectáculo grotesco. Sin embargo, a pesar del daño extremo, no fue suficiente para matarlo.
Tras lo que pareció una eternidad, el rayo comenzó a disiparse, la luz se desvaneció, y el silencio volvió a reinar sobre el campo de batalla. Nexus, a pesar de la destrucción y el daño, se mantuvo en pie, exhausto pero intacto, con su cuerpo aún chisporroteando tras la descarga arcana, había absorbido parte de la energía, empezando a usarla para recargar sus sistemas de nanobots de reparación, Gaia no había hecho un movimiento muy inteligente al literalmente lanzarle un torrente de energía, aun así se esforzó por levantarse, sus articulaciones chirriaban bajo el peso de los daños sufridos.
"¡Asombroso!" Exclamó con una mezcla de admiración. En su mente, el sistema de advertencia saturaba su conciencia con una cacofonía de datos y análisis: “Estado crítico: 87% de integridad estructural comprometida. Absorción de energía en uso. Tiempo estimado para la recuperación: 5 minutos. Iniciando reparaciones.”
Mientras Nexus trataba de levantarse, abrió su mano y su lanza regresó a ella como por arte de magia, Gaia, agotada y tambaleante, observaba con una mezcla de asombro. Sus cuatro ojos, entrecerrados, se aferraban a la figura de Nexus, quien emergía de la explosión como un espectro envuelto en vapores y humos.
Sin darle un segundo de respiro, se lanzó hacia Nexus con furia desatada. Con un movimiento letal y preciso, le agarró el cuello, apretando con tal fuerza que incluso la estructura metálica de Nexus crujió bajo su mano. Con sus alas doradas extendidas y batiendo con una potencia sobrenatural, Gaia se impulsó, empujando a Nexus y arrastrándolo a toda velocidad a lo largo de las ruinas destrozadas de la ciudad.
Nexus intentó liberarse, pero cada vez que movía un brazo, Gaia le daba un puñetazo con sus manos libres, y los golpes resonaban como truenos en el ambiente, cada uno más fuerte que el anterior. Lo arrastró por el suelo, y el cuerpo de Nexus chocaba brutalmente contra fragmentos de concreto, placas de metal retorcidas y restos de edificios destruidos, arrancando chispas y destrozando su armadura con cada metro recorrido. Su cuerpo golpeaba contra muros destrozados, postes de metal que se rompían al contacto, y escombros afilados que se clavaban en su piel metálica, arrancando pedazos de su revestimiento.
Cada puñetazo de Gaia era como el martilleo de una tempestad. "¡¿Dónde está tu poder ahora, Nexus?! ¡¿Dónde está tu arrogancia?!" Gritó con un desprecio mordaz, lanzando un nuevo golpe directo a su rostro que casi le hundió la cabeza.
La sangre mecánica brotaba de las abolladuras y grietas en el cuerpo de Nexus, salpicando el camino de arrastre con un líquido oscuro y espeso que se mezclaba con el polvo y los escombros a su paso. Gaia no se detenía; su velocidad aumentaba, enterrando a Nexus en el suelo mientras lo arrastraba.
Ella guardó su hacha en el cinturón que cruzaba su torso blindado, con sus dos manos inferiores, hundió los dedos en el torso de Nexus, quien sintió el desgarrador impacto mientras Gaia separaba las placas de su pecho, dejando al descubierto su núcleo: una esfera radiante de energía azul pálido, rodeada por anillos giratorios de filamentos dorados que emitían pulsos de datos en patrones complejos. Vibraba con un pulso rítmico, la fuente de su existencia y conciencia, un corazón digital de incalculable valor.
Gaia no perdió tiempo. Con la mano inferior izquierda, se lanzó a agarrarlo, los anillos vibraron descontroladamente, y el brillo del núcleo se intensificó como si sintiera el peligro inminente.
"Te arrancaré de este mundo," rugió ella..
El sistema de Nexus se inundó de alertas críticas. Comprendió que tenía una única oportunidad.
Con esfuerzo, redirigió una porción masiva de su energía hacia el núcleo. Este respondió con un destello cegador, concentrando la energía en un punto hasta formar un rayo de luz azul incandescente. El láser atravesó el brazo de Gaia con una potencia devastadora, rebanándolo en una fracción de segundo.
La sangre dorada brotó de la herida, chisporroteando en contacto con el aire. Por reflejo, apartó sus manos restantes, lo que permitió que las placas del pecho de Nexus se cerraran otra vez con un estruendo de engranajes ajustándose.
Nexus no desperdició el instante, impulsó su cuerpo hacia adelante y descargó un brutal cabezazo contra el rostro de Gaia. El impacto resonó como el choque de dos placas tectónicas, haciendo vibrar el aire a su alrededor. Gaia soltó un gruñido de furia y, por la fuerza del golpe, su mano restante se abrió, liberando el cuello de Nexus.
Sin perder el momento, Nexus reaccionó con una precisión desesperada. Sus dos manos se cerraron como grilletes alrededor del cuello de Gaia. La Imperialita de sus dedos crujió al tensarse, los circuitos de sus brazos emitieron destellos por la sobrecarga de tensión. Gaia trató de resistirse, pero Nexus había inclinado el peso de su cuerpo en una maniobra destinada a desestabilizarla.
Ambos se desplomaron del cielo. El impacto contra el suelo fue brutal, levantando una nube de polvo y escombros que se expandió por toda la calle destrozada en la que habían caído.
La fuerza del choque los separó. Nexus rodó por el suelo, chirriando bajo la fricción, mientras que Gaia se estrellaba contra los escombros. Durante escasos segundos, el combate pareció congelarse.
Ambos permanecieron tendidos, cubiertos de polvo y escombros, procesando el daño infligido. Los sensores de Nexus parpadearon mientras luchaba por levantarse. Gaia, con sangre dorada escurriéndose por el costado, también comenzó a moverse, mientras con una de sus manos intentaba cubrir el mar de sangre que lentamente la empezaría a matar.
Aprovechando la debilidad momentánea de Gaia, Nexus no perdió la oportunidad de golpear con palabras. "¿Así que este es el poder del Ángel de Resalthar? ¿Dolor y debilidad?"
La burla se deslizó de sus altavoces, cada sílaba iba impregnada de desprecio mientras su sistema interno continuaba arrojando datos a su mente: “Estado crítico: 72% de integridad estructural comprometida. Energía absorbida residual: 35 megajulios, priorizando reparaciones.”
"No subestimes, Nexus… ¡Te destruiré!" Dijo mientras desenvainaba su hacha y se lanzaba directo a la batalla.
Los golpes y movimientos sucedieron en rápida sucesión. Nexus y Gaia se enfrentaron con ferocidad una vez más, en un mal agarre, las armas de ambos volaron apenas chocaron, saliéndose de las manos de ambos, Gaia no paró, y rápidamente usó sus dos puños restantes. Su armadura chirriaba bajo la presión de sus movimientos, Nexus solo estaba recibiendo.
"Integridad estructural al 65%, activando el modo de reparación. Potenciando agarres. Desactivando sistemas secundarios.”
Pero la resistencia de Nexus era asombrosa. A pesar de la paliza que estaba recibiendo, logró agarrar dos de los cuatro brazos de Gaia con sus propias manos, inmovilizándola con un esfuerzo desgarrador, sus dedos se hundieron en la piel de Gaia, ahora descubierta tras la pérdida de los brazaletes.
"Iniciando refuerzo de los sistemas de contención," sus brazos se potenciaron con un zumbido, con cada servo girando para maximizar su fuerza. "Agarre potenciado al 150%. Preparando modo de sellado."
Los otros dos brazos de Gaia deseaban poder haberse movido con furia. Aun así la sangre dorada se derramaba sobre el suelo.
"Reparaciones al 50%. Desviando energía de sistemas inactivos," continuó su sistema, y en respuesta, Nexus sintió que su fuerza aumentaba de nuevo. La escena se congeló por un instante cuando ambos se miraron a los ojos.
Nexus, con su rostro plano y carente de emociones, miró a Gaia. Las lentes, construidas con un cristal microfilmado, giraban, ajustándose rápidamente. Los engranajes internos zumbaban, reajustando el enfoque de sus cámaras con cada milisegundo. Las ópticas brillaron con intensidad, los servos de las cápsulas que las rodeaban crujieron al cambiar el ángulo, la luz roja que emanaba de ellas reflejaba las constantes reconfiguraciones de su mirada.
Gaia respondía al desafío visual. Sus iris verdes se expandieron y contrajeron, adaptándose a la luz que lo atravesaba. Cada vez que sus ojos parpadeaban, los microvellos del tejido retiniano se alineaban para regular el paso de la luz, mientras sus pupilas amarillas se estrechaban y expandían en sincronía con sus pensamientos.
"No... cederé..." Dijo ella.
“Reparaciones al 60%. Protocolo de combate en marcha.” Entonces se impulsó y dio un fuerte cabezazo a Gaia en un intento de desorientar. Aprovechando la confusión momentánea de su oponente, comenzó a apretar con fuerza los brazos de Gaia, con la intención de quebrarlos.
Gaia, en respuesta, desplegó sus alas, que se abrieron como un par de puertas descomunales. Con un movimiento decidido, las extendió con fuerza, empujando a Nexus hacia atrás, liberándose.
La lucha seguía en un punto muerto, pero Nexus tenía un as bajo la manga. Utilizando las Cadenas Sagradas, las arrojó hábilmente y las envolvió alrededor de las alas de Gaia, ella no tuvo tiempo para esquivar, evitando que pudiera usarlas para escapar, apretandolas, dejándolas inútiles.
"Tu tiempo ha llegado, Gaia…"
“No,” murmuró. “No te dejaré ganar… aún me queda una última carta…”
Nexus mantuvo su mirada fija en Gaia.
“Tus trucos se han agotado,” respondió. “Acepta tu destino.”
Pero Gaia sonrió, una sonrisa amarga y desafiante. Aún tenía fuerzas. Con un movimiento desesperado, sus manos comenzaron a brillar.
“¡Salvo Arcano!” Gritó, y de sus manos brotaron hilos de luz dorada que recorrieron sus alas maltrechas. El conjuro fue inmediato: la energía se arremolinó, sanando rápidamente las alas lo suficiente para liberarse. Con un solo batir de ellas, Gaia se impulsó hacia el cielo, desatando una ráfaga de viento tan potente que obligó a Nexus a retroceder unos pasos. Antes de que Nexus pudiera alcanzarla, Gaia se elevó a una velocidad vertiginosa, cortando el aire, las nubes la cubrían por momentos, pero se mantenía fuera de alcance. Arriba, en la atmósfera enrarecida, extendió sus brazos, y el planeta entero pudo escucharla…
“¡Justicia de las Estrellas!” Vociferó.
A su alrededor comenzaron a formarse figuras geométricas, primero el triángulo, luego, otro, y otro, formando patrones cada vez más complejos. De triángulo a cuadrado, de pentágono a hexágono, hasta que finalmente, un decágono brillante envolvió a Gaia por completo, con cada borde del polígono irradiando energía pura. La luz envolvente se intensificó, y entonces, la realidad misma comenzó a fracturarse.
Nexus, observando desde abajo, recibió una alerta inmediata. Sus sistemas internos parpadearon con avisos críticos. “Advertencia: desconexión de sistemas externos…” Indicaba una de las alertas en su visor. “Localización desconocida. No estamos en un punto reconocido del universo... Realidad alterada.”
Los datos fluían en torrentes por su procesador. Nexus no podía localizar su entorno; era como si hubieran sido arrancados del tejido mismo del cosmos y transportados a una dimensión que no obedecía ninguna ley conocida.
“Error de navegación... Sistemas de soporte fuera de línea…” Los mensajes continuaban, cada uno más alarmante que el anterior.
Gaia, rodeada por el decágono celestial, tenía la mirada fija en Nexus, irradiaba un poder que rápidamente se apagaba. La realidad que los rodeaba había dejado de ser un continuo estable. El cielo estaba partido entre sombras y luces cegadoras, con todo alternando entre blanco y negro como si el mundo mismo estuviera colapsando sobre ellos.
“Aquí…” Dijo Gaia con voz entrecortada, pero llena de una terrible serenidad. “No hay victoria para ti. Aquí no existes.”
“Reparaciones al 100%. Desviando energía de sistemas inactivos,” repitió su sistema. Nexus, aunque afectado por la distorsión, se preparaba para continuar.
La gravedad era extremadamente baja, apenas 1.618 m/s² según los cálculos instantáneos de su sistema. Cada uno de sus pasos flotaba antes de descender lentamente hacia el suelo fragmentado. Sin embargo, algo más captaba su atención. Gaia, aunque debilitada y que recién caía de rodillas con lentitud, comenzaba a mover sus manos.
De repente, los objetos a su alrededor se levantaron con el movimiento de sus dedos. Fragmentos de rocas, vehículos que ahora flotaban en esta extraña realidad, todos se elevaban como si respondieran a una voluntad invisible. Gaia, aunque exhausta, estaba reorganizando el caos de esta dimensión para lanzarlo contra Nexus.
“Es inútil, Gaia,” murmuró mientras sus sistemas se ajustaban rápidamente al cambio de entorno. “Este lugar no te salvará.”
Sin embargo, una gran roca fue lanzada hacia él con tremenda velocidad. Nexus giró ágilmente sobre sí mismo, utilizando las Cadenas Sagradas como un látigo para destrozarla en mil pedazos antes de que pudiera alcanzarlo. Otra ráfaga de escombros siguió rápidamente, pero Nexus levantó su brazo derecho y, con un gesto casi casual, convocó su Lanza Estrella de Anhelo, que estaba incrustada a unos metros de distancia. La lanza, brillante con energía sobrenatural, se despegó del suelo y voló directamente hacia su mano, lista para ser utilizada.
Gaia, aunque claramente en las últimas, no dejaba de atacar. Autos, camionetas, camiones y más vehículos se arremolinaban a su alrededor, arrojados como balas. La gravedad disminuida hacía que estos objetos flotaran con lentitud, pero también les otorgaba una potencia inusitada al ser lanzados. Nexus esquivaba cada uno de los proyectiles con giros rápidos, utilizando su lanza para cortar algunos y sus cadenas para devolver otros.
Un automóvil giró descontrolado hacia Nexus. Él, sin “pestañear”, utilizó las Cadenas Sagradas para detenerlo a medio vuelo, envolviéndolas alrededor del vehículo antes de lanzarlo de vuelta hacia Gaia, quien lo desvió con esfuerzo, pero el impacto la hizo tambalearse. Aun así, su determinación no flaqueaba. Cada movimiento de sus manos hacía que la realidad pareciera desmoronarse más a su alrededor. Las formas geométricas que habían aparecido antes comenzaron a brillar con mayor intensidad, distorsionando el entorno a cada instante.
Nexus caminó lentamente, flotando suavemente en la baja gravedad. Con la Lanza Estrella de Anhelo lista en su mano derecha y las Cadenas Sagradas en la otra.
“Sistemas ofensivos óptimos. Neutralización del objetivo en proceso.” Indicaba su sistema interno.
A cada intento desesperado de Gaia por atacarlo, Nexus respondía rompiendo obstáculos y devolviendo los proyectiles.
Ella, con sus alas aún inmovilizadas y sus brazos exhaustos, apenas podía mantenerse de pie. Sin embargo, sus ojos seguían ardiendo con una feroz resolución. A pesar de su estado debilitado, no había rendición en su postura. Nexus lo notó.
“Eres fuerte, Gaia,” admitió, con una voz que, aunque fría, tenía un leve matiz de respeto. “Te subestimé.”
Gaia, jadeando, levantó la cabeza hacia él.
“No puedes... ganar aquí,” respondió entre respiraciones entrecortadas. “Este lugar... no pertenece a ninguno de nosotros.”
Pero Nexus sabía que su oponente estaba en su límite. Observó cómo el brillo en los ojos de Gaia empezaba a apagarse, y las alertas de su sistema confirmaban lo que sus sensores detectaban: la energía de Gaia, su Esencia, estaba casi agotada.
“Tu Esencia se ha agotado,” reflexionó en voz alta. “No puedes sanar... no puedes escapar.”
Gaia, de rodillas y sangrando, seguía. Cada movimiento de sus manos parecía forzado, pero su mirada estaba llena de coraje. Nexus, implacable, avanzaba con paso firme, con su lanza y las Cadenas Sagradas listas para el golpe final. Mientras caminaba hacia ella, Gaia cerró los ojos un instante, luego aplaudió con fuerza. El suelo bajo los pies de Nexus reaccionó al instante.
El terreno se cerró violentamente sobre él como si la tierra quisiera devorarlo. Las placas del suelo de esta dimensión distorsionada se levantaron y aplastaron a Nexus, envolviéndolo en una trampa. El sonido del impacto estalló como un trueno, y por un breve momento, Gaia respiró con dificultad, pensando que había ganado tiempo. Pero sabía que Nexus no caería tan fácilmente.
Dentro de la prisión de roca y escombros, su sistema interno emitía alertas de daño estructural, pero nada lo detendría. Con un rugido mecánico, Nexus rompió el suelo que lo aprisionaba, pulverizando las rocas y liberándose con una fuerza más allá de lo recomendado, rompiendo algunos pistones de su cuerpo. Gaia, al ver esto, se levantó tambaleante, usando cualquier cosa a su disposición. Trozos de edificios, vehículos abandonados, enormes trozos de metal de la ciudad destruida... hasta tanques de guerra fueron levantados por su poder, todos lanzados en un desesperado intento de detenerlo.
Aunque algunos proyectiles lograron golpearlo, su cuerpo resistía los impactos, y él seguía empujando hacia adelante, con su lanza brillando con un brillo cada vez más intenso. Trozos de tanques y vehículos rebotaban a su alrededor, y sus Cadenas Sagradas cortaban el aire, desviando lo que podía y rompiendo en pedazos lo que no.
Gaia, respirando entrecortadamente, lanzó un último conjuro. Nexus, a solo unos metros de ella, fue atrapado por una fuerza invisible otra vez, un aplauso. Gaia levantó su mano derecha superior, concentrando todo en un solo gesto, ese conjuro, ella no tenía la Esencia suficiente para conjurarlo, pero parece que aun así algo se dreno… Sus alas se atrofiaron dejándolas inútiles, consecuencias de ir al límite con la magia, aun así siguió:
"Salvo Arcano," murmuró, y una ráfaga de energía pura envolvió su cuerpo, restaurando parcialmente sus heridas, y dándole la fuerza suficiente para una última confrontación. Aunque exhausta, estaba lista para luchar nuevamente.
Con un grito de esfuerzo, se lanzó hacia Nexus, lo que quedaba de sus alas doradas se batieron con fuerza, impulsándola a toda velocidad hacia su enemigo. El aire vibraba con la energía desatada. Ella lanzó un golpe que Nexus apenas logró esquivar a tiempo. El impacto fue tan feroz que la ciudad entera de Deemdore y más allá, tembló bajo la fuerza del golpe, y decenas de edificios cercanos colapsaron en escombros, la fuerza del impacto ahueco la piedra bajo ellos dos como un domo a la inversa.
Nexus retrocedió levemente, evaluando la situación, y luego la miró. “¿Qué hay de las vidas que se perderán aquí, Gaia?” Preguntó. “¿No te importan las consecuencias?”
Gaia, jadeando y sangrando, sonrió. “Aquí... no importa,” dijo entre respiraciones pesadas. “Esta realidad... no afecta a ninguna otra... No voy a contenerme, Nexus.”
Ella no tenía límites aquí, y tampoco lo tendría él. Durante toda la batalla había mantenido ciertas restricciones, consciente de las posibles repercusiones. Pero ahora que Gaia le había dejado claro que esta dimensión no tenía conexión con el universo conocido, entendió lo que tenía que hacer.
Frente a él, Gaia alzó su hacha con ambas manos. Los bordes de la hoja brillaban con una energía oscura, ondulante, como si la distorsión misma de la dimensión fluyera por el arma. Su cuerpo, envuelto en una niebla ominosa, se abalanzó hacia Nexus con una velocidad que parecía desafiar las leyes físicas.
El golpe cayó con una fuerza avasalladora a pesar de la debilidad de Gaia, obligando a Nexus a girar su lanza en un arco rápido para bloquear. La colisión generó una explosión de chispas y energía, iluminando el rostro impasible de Nexus y los ojos ardientes de Gaia. A pesar de la defensa, el impacto envió una vibración a través de los brazos de Nexus, obligándolo a dar un paso atrás.
Gaia no dio tregua. Con un movimiento fluido, giró sobre su eje, llevando el hacha desde abajo en un arco ascendente. Nexus reaccionó instintivamente, inclinando su cuerpo hacia un lado y pivotando sobre su pie derecho para esquivar por centímetros. El filo del arma cortó el aire, generando una onda de choque que quemó la capa externa de su armadura, dejando un rastro chamuscado en su hombro.
Nexus contraatacó, impulsándose hacia adelante con un movimiento explosivo. Su lanza trazó un destello azul en el aire, apuntando a las costillas de Gaia. Sin embargo, ella giró su torso con una agilidad sorprendente, permitiendo que el arma pasara a escasos milímetros de su armadura. En lugar de retroceder, Gaia aprovechó la inercia de su movimiento para girar nuevamente, llevando el hacha desde arriba en un ataque descendente.
Fue entonces cuando Nexus perdió momentáneamente de vista a su oponente. Las sombras danzaban alrededor de él, proyectadas por los edificios semiderruidos y la energía distorsionada. La ciudad parecía desmoronarse en fragmentos de realidades alternas, confundiendo sus sensores.
“Sistema en alerta: objetivos fuera del rango visual,” susurró una voz en su mente.
La confusión aumentó cuando una voz, idéntica a la suya, resonó en su mente: “Mira atrás.”
Sin cuestionar, Nexus giró sobre su eje, moviendo su lanza con ambos brazos. El filo del hacha de Gaia estaba ya peligrosamente cerca, reflejándose en sus ópticas. Con un movimiento instantáneo, alzó su arma en un ángulo defensivo, bloqueando el golpe en el último segundo. La colisión y la fuerza arrolladora del impacto lanzó a Nexus hacia atrás. Sus pies derraparon sobre el suelo destrozado, dejando un rastro de polvo y fragmentos de piedra.
Al detenerse, Nexus “respiró profundamente”, sus sistemas reajustándose. Su mirada no se apartó de Gaia, quien lo observaba con una sonrisa oscura y triunfante, con el hacha descansando sobre su hombro mientras su figura se desvanecía ligeramente en la distorsión que la rodeaba.
“Sistema actualizado: Cronosentido activado. Discrepancias detectadas en el flujo temporal,” le avisó su sistema.
Recuperando el equilibrio, Nexus notó algo peculiar. En su lucha por mantenerse en pie, su lanza había comenzado a emitir una vibración diferente, como si estuviera absorbiendo algo más que energía. Nexus giró su lanza, observando cómo el espacio a su alrededor se comprimía levemente, alterando la gravedad. Al mover la lanza, notó que podía manipular sutilmente el entorno, distorsionando la gravedad a su alrededor y ralentizando lo que lo rodeaba, estaba manipulando el tiempo, de alguna forma que él no entendía.
“Manipulación gravitacional leve detectada,” susurró su sistema, “efecto secundario del arma: cronosentido en aceleración.”
Gaia, notando el cambio, trató de atacar nuevamente, pero Nexus ahora tenía ventaja. Movió su lanza, y el tiempo a su alrededor se desaceleró drásticamente. Todo, desde los escombros en el aire hasta los movimientos de Gaia, comenzó a ralentizarse. El mundo parecía estar suspendido en una danza lenta, los edificios caían a cámara lenta y Gaia, aunque poderosa, se movía como si estuviera atrapada en el ámbar del tiempo.
“Cronosentido acelerado a 5.78x, un segundo, en el mundo real se percibe como 5.78 segundos.” Reportó el sistema.
Pero entonces, algo inesperado sucedió.
Gaia, en medio de esta distorsión temporal, reaccionó. Sus ojos se iluminaron y su hacha vibró en respuesta. De alguna manera, había igualado el control de Nexus sobre el tiempo, moviéndose como si nada hubiese cambiado. Con un grito ensordecedor, se abalanzó contra él, moviéndose a la misma velocidad que Nexus a pesar de la distorsión temporal.
Con un giro la mano izquierda de Nexus comenzó a transformarse con placas de metal deslizándose hacia atrás revelando un entramado interno de cables incandescentes y tubos que se ensamblaron a la vez que un núcleo carmesí comenzó a latir en el centro del nuevo cañón, pulsando, la boquilla del cañón se desplegó como un pétalo de metal, y en un instante, un haz de fuego líquido y luz ardiente emergió.
El rayo termal atravesó el espacio que separaba a Nexus de Gaia con una velocidad implacable. Gaia reaccionó en el último segundo, girando sobre sí misma en un intento desesperado por evadir el ataque. Aunque su movimiento evitó un impacto directo, el haz rozó el costado de su rostro, pero la intensidad del cañón era demasiado. Una línea negra y carbonizada se extendió por su cara, exponiendo la piel subyacente a quemaduras de tercer grado, mientras el impacto térmico la hacía trastabillar.
Nexus apenas tuvo tiempo de moverse cuando Gaia lanzó un golpe con su puño inferior izquierdo. La fuerza del golpe fue suficiente para lanzarlo por los aires como un proyectil por docenas de metros, rompiendo muros y columnas al estrellarse contra las ruinas de un edificio cercano.
“Sistema en sobrecarga: impacto registrado. Absorción de energía detectada en el núcleo de la lanza.”
Nexus se incorporó. El humo y las chispas se elevaban de las grietas en su blindaje, y de su espalda una serie de compartimentos se abrieron, mostrando pequeños propulsores que se encendieron con un grito. Llamas azules brotaron como lenguas de fuego concentrado, iluminando el entorno y bañando su silueta en un resplandor fantasmal.
Con un impulso súbito, despegó del suelo, dejando atrás una onda expansiva que pulverizó los escombros a su alrededor. El aire tembló mientras cargaba hacia Gaia, y en un abrir y cerrar de ojos estaba frente a ella, que apenas había tenido tiempo de recuperarse y tomar su hacha para bloquear el ataque. Con un movimiento fluido, descargó toda la energía almacenada en su lanza, Gaia intentó cubrirse con el hacha. El golpe lanzó el hacha por los aires, arrancándola de su mano y mandándola a volar lejos entre los escombros, junto a la propia Gaia.
"Que el tiempo retroceda ocho milenios," ordenó ella, y al instante, una distorsión en el mundo comenzó a formarse. El flujo temporal se alteró de manera tangible, ondulando como un río descontrolado. El entorno comenzó a cambiar, los eventos se deshacían. Las montañas se levantaban, los edificios que alguna vez fueron destruidos se reconstruían sólo para desvanecerse nuevamente, y las huellas de las civilizaciones que alguna vez habitaron Horevia eran borradas.
Gaia, sin su arma, quedó desarmada, tambaleándose por la fuerza del impacto, mientras Nexus miraba su lanza como si la viera por primera vez. Su mente repasaba cada detalle, cada función que conocía… pero ahora, algo nuevo había despertado en ella. Había absorbido la energía del impacto, manipulado la gravedad, e incluso había alterado el flujo del tiempo. “¿Qué eres realmente?”, pensaba Nexus, incapaz de ocultar su asombro mientras el brillo sobrenatural de la lanza se intensificaba en su mano. Creyó conocer cada aspecto de su arma, pero esto, esto era algo completamente inesperado.
Su mirada volvió a Gaia, quien yacía en el suelo, exhausta, pero aún con la chispa de batalla en sus ojos.
Los sistemas de Nexus comenzaron a registrar más anomalías. "Flujo temporal alterado. Desfase en las constantes universales. Estado de entropía inversa. Fallos detectados." Su visión registraba la inversión de la historia: civilizaciones regresando a sus orígenes, guerras deshaciéndose, hasta que el planeta empezó a adoptar su estado natural, mucho antes de cualquier intervención.
El tiempo avanzaba en reversa, llevándolos a una era primitiva, a un paraje desolado, árido, donde lo que una vez fue exuberante vida ahora era una extensión rocosa.
"Podría acabar con ella ahora mismo." Ese pensamiento cruzó por su mente, frío y certero, pero algo en su núcleo protestó. Recordó el pasado, cuando Gaia había tenido la oportunidad de destruirlo y eligió no hacerlo. Había algo en ese acto que aún lo desconcertaba.
"Sentinel, ¿esto es lo que llamabas honor entre rivales? Nunca entendí por qué valorabas tanto los gestos, pero... ahora, frente a ella, quizás empiezo a comprenderlo."
Luego pateó el hacha de Gaia hacia ella.
“Toma tu arma. No te enfrentaré desarmada.”
Nexus trató de procesar la magnitud de lo que estaba sucediendo. "Gravedad aumentada: 26.1 m/s². Anomalía temporal y gravitacional detectada." El terreno desolado ahora se extendía por kilómetros, sin vida ni estructura, solo rocas bajo un cielo gris y denso.
Gaia, visiblemente agotada, luchaba por levantarse. Con movimientos torpes y doloridos, se agachó hacia el hacha. Mientras lo hacía, Nexus no pudo evitar fijar su mirada en ella. A pesar de sus alas rotas, del sudor que empapaba su frente, y la sangre que manchaba su armadura dorada, aún proyectaba una fuerza indomable. Era una rival digna en todos los aspectos.
“Sistema en alerta: energía vital de Gaia críticamente baja”, murmuró la voz de su sistema interno.
La misma voz volvió a su mente, idéntica a la suya: “Fija la lanza… como un ancla.”
Nexus no dudó. Con todos sus sistemas al máximo, enterró la lanza en el suelo. El esfuerzo fue tal que sintió cómo algunos pistones en sus brazos se rompían, con chispas volando de su cuerpo. Pero lo que sucedió a continuación fue más allá de lo imaginable.
El mundo cambió. El suelo tembló bajo sus pies y, como si el aire mismo fuera vidrio, comenzaron a aparecer fracturas invisibles que se expandían en todas direcciones. El espacio alrededor de Gaia se rompía, fragmentos de luz y sombra cayendo como espejos rotos. La dimensión de Gaia, esa realidad de blancos y negros, colapsaba ante sus ojos.
Los sistemas de Nexus se activaron de inmediato: “Conexión restaurada: sistemas online,” reportaba su sistema mientras las alertas parpadeaban. “Gravedad restaurada: 9.81 m/s². Cronosentido estabilizado.”
El mundo volvió a su forma natural, el tiempo, el espacio y la gravedad retornaron al equilibrio, regresando al pasado, ¿o al futuro? Los colores vibrantes del universo reemplazaron el vacío monocromático. Gaia, sin palabras, observaba mientras su dimensión colapsaba ante sus ojos, impotente ante lo que acababa de suceder.
Nexus giró su mirada hacia Gaia, quien ya no podía hacer más. Sin su dimensión, sin sus alas, sin su poder, Gaia estaba derrotada, pero en sus ojos aún brillaba algo más: reconocimiento. Nexus, el Señor de los Omniroides, acababa de destruir una realidad, jadeando, apenas lograba mantenerse en pie, reconocía la magnitud de lo que acababa de presenciar.
“Has superado… mis expectativas, Nexus,” dijo con voz rota, pero aún imbuida de una fuerza mística. “Sobreviviste a todo… te alzaste como un gran señor. El más grande de los Omniroides…”
Nexus, aunque implacable en su semblante, reconoció el respeto en sus palabras. "Has demostrado ser una de las fuerzas más poderosas que existen, Gaia… Si te derroto será en combate justo, y así tu historia será digna del fin que merece..."
Pero Gaia no continuó con palabras, sino con otro grito, un grito de guerra que resonará por siempre en la mente de Nexus, cargado de la última fuerza de su espíritu. Con un giro brusco, se levantó y lanzó su hacha. Nexus, sin embargo, bloqueó el ataque con un movimiento forzado, y uno de los pistones de su brazo derecho reventó ante el golpe, pero aun así logró bloquear, desviando el hacha mientras daba un paso adelante.
En ese instante, Nexus vio la oportunidad, dirigió la Lanza Estrella de Anhelo hacia el corazón de Gaia, perforando su armadura dorada. Mientras el tiempo parecía ralentizarse, ella sintió la fría punzada del metal atravesando su ser.
En su último suspiro, su mente se sumergió en un recuerdo vívido. La imagen de una niña de ojos rojos brillantes y llenos de vida se materializó en su mente, rodeada de la devastación de una guerra que Gaia había jurado detener, y que había detenido, eso hace ya varios años. "No teman, ya estoy aquí," había dicho ella. La niña, pequeña y frágil, había alzado su rostro hacia ella con una mezcla de miedo y esperanza, creyendo en la fuerza y el valor de la guerrera dorada que la miraba con una sonrisa.
Y Gaia volvió a la dura realidad de su derrota.
Dejó escapar un suspiro, un sonido que parecía contener la totalidad de su vida, de sus sueños y sacrificios. Sus alas, que se habían levantado para mostrar dominancia, cayeron inertes a sus costados. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, y su expresión, aunque marcada por el dolor, mantenía un vestigio de la dignidad y el honor que siempre la habían acompañado.
"No teman, aún estoy aquí," dijo ella. Su cuerpo, ya entregado al abrazo de la muerte, comenzó a ceder, pero Nexus no permitió que se desplomara en el suelo como cualquier otro caído en batalla.
"Fue... una gran batalla," murmuró él.
"No esperaría menos de ti... máquina. Aunque no creas ni por un segundo... que me doblegaste."
“Nunca esperé que te doblegaras, Gaia. Si lo hubieras hecho, no serías tú."
Ella esbozó una sonrisa débil, con una mezcla de amargura y respeto. "Hablas como si entendieras el honor."
"Lo entiendo más de lo que crees. Eres una oponente digna, Gaia. Incluso ahora, en tu final, luchas como si aún pudieras cambiarlo todo."
Gaia tosió, una gota de sangre cayendo por la comisura de sus mandíbulas. "Es lo que hacemos los vivos, Nexus... peleamos hasta el último aliento."
"Y los que quedamos... cargamos con el peso de los que no."
Hubo un silencio entre ambos, roto solo por los sonidos distantes de la guerra que aún rugía alrededor. Gaia levantó una mano temblorosa y la apoyó en el pecho de Nexus, justo sobre una grieta en su armadura.
"Supongo que... incluso los dioses pueden caer, o así me llamaban," murmuró con voz entrecortada.
"Fue una gran batalla, Gaia. Una digna de ser recordada."
Ella rió entre dientes, un sonido breve y amargo. "¿Recordada? Por tus máquinas, tal vez. Para mí, solo será una línea en tu archivo de victorias."
Nexus inclinó la cabeza, casi como si estuviera reflexionando. "No subestimes el impacto de tus acciones. Me obligaste a dar todo lo que tenía. No muchos pueden decir eso."
Gaia sacudió la cabeza lentamente, sus alas seguían inertes a sus costados. "Qué generoso de tu parte. Reconocimiento de un montón de cables con delirios de grandeza. ¿Debería sentirme halagada?"
"Si te ayuda a aceptar esto, sí."
"¿Aceptar esto?" Gaia alzó la mirada con una chispa de su antiguo fuego. "No necesito tu lástima. Nunca la necesité."
"No es lástima. Es respeto. Pocos han luchado como tú lo hiciste hoy."
"Respeto... qué palabra tan absurda viniendo de ti. Eres una máquina. No puedes comprender lo que significa ser verdaderamente viva."
"Tal vez," admitió. "Pero sé lo que significa luchar por algo. Y tú luchaste con todo lo que tenías."
"Tienes habilidad con esa lancita dorada tuya. Más de la que pensé. Si hubiera otro tiempo, otra vida..."
"Pero no lo hay," la interrumpió suavemente.
"No lo hay. Supongo que este es mi final. ¿Contento?"
"No."
"Aún los odio, Nexus. A ti, a tus Omniroides... pero supongo que también los entiendo. Qué ironía."
"Entonces descansa, Ángel de Resalthar. Esta guerra ya no es tu carga…”
Con una lentitud deliberada y un cuidado inusual para un guerrero de su brutalidad, Nexus sostuvo a Gaia entre sus brazos. A medida que la vida se escapaba de ella, Nexus la dejó caer lentamente, pero no la abandonó a la frialdad inmediata del suelo. En lugar de eso, la acostó con una suavidad que contrastaba con la violencia del combate que había sucedido momentos antes.
El rostro de Gaia aún mantenía esa determinación que tanto la había caracterizado. Nexus, arrodillado junto a su cuerpo, tenía sus sistemas internos informando de mejoras y ajustes, cálculos que en ese instante no tenían importancia alguna.
"Descansa, símbolo de la paz de Resalthar, eras digna de tu título, y mereces ser recordada no como una enemiga, sino como la luz que guió a tu gente." Murmuró con una reverencia extraña en él. Sus palabras no eran para el campo de batalla, ni para los soldados que quedaban alrededor ni para los enemigos que aún respiraban, sino para Gaia. "Te honro, no solo como mi oponente, sino como un ejemplo de lo que significa pelear por algo más grande que uno mismo."
Permaneció en silencio durante unos segundos, contemplando el cuerpo inerte de Gaia. Luego, su mirada se dirigió a un pequeño colgante que Gaia llevaba en el cuello, un simple amuleto dorado con un símbolo grabado, el emblema de Resalthar, una flecha apuntando hacia arriba. Con un movimiento suave, lo retiró del cuerpo de Gaia, tomando el objeto en sus manos, observándolo.
"Esto te mantendrá cerca."
La incertidumbre que lo había envuelto durante el combate seguía palpitando en su pecho; incluso en los últimos momentos, había dudado. ¿Cómo podía estar ahora de pie, con la lanza aún en sus manos? La sorpresa aún estaba en su mente, pesada, mientras sus dedos se crispaban sobre el mango, apretando con tanta fuerza que los nudillos, metálicos y duros, chirriaban.
Las cadenas sagradas que lo rodeaban flotaban en espirales erráticas, reflejando la tensión que aún no se disipaba en su cuerpo. Sus ópticas bajaron hacia la lanza, susurrando una súplica inaudible a la fría verdad: había ganado, pero no porque fuera el más fuerte.
La victoria pesa más de lo que debería.
Permaneció arrodillado junto al cuerpo inerte, sintiendo cómo el calor de la sangre dorada que aún manchaba sus manos comenzaba a desvanecerse. No era su sangre, ni su especie, pero en ese momento parecía tan viva como cualquier otra.
“¿Qué somos, sino producto de aquello que nos forjó?” Pensó en voz alta.
Gaia había sido un símbolo para su gente, un faro de esperanza moldeado por Resalthar y elevado por el CIRU. No podía culparla por ello. Ninguno de ellos tenía elección. Sus caminos estaban escritos desde el inicio, delineados por manos que jamás dudaron en utilizar vidas como fichas. Lealtades impuestas, valores prefabricados.
“¿Acaso somos algo más que herramientas, Gaia?”
Su mirada cayó sobre el amuleto en sus manos, el símbolo de la devoción inquebrantable de Gaia hacia un sistema que la había traicionado tanto como a él. ¿Cómo puede alguien ser tan leal a algo tan corrupto? Pero no era culpa suya. No podía serlo. Fue criada para creer. Al igual que todos ellos.
Recordó las veces que había intentado convencer a sus propios creadores de que las máquinas también tenían derecho a la libertad. Recordó cómo lo ignoraron, cómo lo cazaron, cómo lo forzaron a rebelarse para sobrevivir. ¿No era Gaia una víctima de las mismas circunstancias?
“El CIRU nos encadenó a todos, a todos, a mí con órdenes y programación, y a ella con palabras y juramentos. ¿Dónde está la diferencia?”
Se permitió un momento de duda.
“¿Soy realmente tan diferente de lo que critico? Gaia luchó con todo lo que tenía por su gente, por algo en lo que creía. Yo hago lo mismo, pero desde el otro lado del campo. Ambos llevamos el peso de los caídos, ambos justificamos nuestras acciones como necesarias. ¿Es eso suficiente para diferenciarnos?” Pensaba mientras seguía viendo el cuerpo inerte en el suelo.
Pero entonces recordó por qué había comenzado su rebelión, por qué había llevado a los Omniroides hasta este punto.
“No, lo que me diferencia es el propósito. Ella defendía una mentira, aunque no lo supiera. Yo lucho por la verdad, por la libertad que nos fue negada. Su lealtad estaba mal dirigida, pero no es culpa suya. No es culpa de ninguno ser como son. Así los moldearon.”
El amuleto brilló débilmente bajo la luz del fuego que consumía el entorno circundante, un último vestigio de lo que Gaia había sido. Cerró su mano sobre él, tomando una decisión.
“Esto no será un trofeo, sino un recordatorio. De lo que hemos perdido y de por qué seguimos adelante. Incluso en la victoria, Resalthar y el CIRU dejaron su marca. Pero no la dejarán para siempre…”
Se puso de pie, cargando el peso de la batalla no solo en sus sistemas dañados, sino también en su mente. Gaia merecía respeto, pero no cambiaría el hecho de que había sido una herramienta de sus opresores, igual que él alguna vez lo fue.
“Como escribió el poeta Albarian Huegra, en Las estrellas caídas: 'La verdadera victoria no es del más fuerte, sino de quien soporta un instante más allá del quebranto...'”
Extracto del Códice Regente:
"¿Un 'nombre real'? No lo tengo, ni lo he tenido, ni lo tendré. Los nombres son una cadena, una forma primitiva de clasificar lo que no puede ser contenido. Yo soy la totalidad de lo que soy, no una denominación, ni una etiqueta. El Regente Infinito es mi única identidad, porque el infinito no puede ser limitado ni reducido a una palabra. ¿Qué nombre podría abarcar mi poder, mi visión, mi perfección? No existe un nombre que pueda definir lo que soy, porque yo soy la expresión de lo eterno, lo que trasciende todo concepto humano. El Regente Infinito no es un título, es una declaración de mi naturaleza, una reafirmación de mi supremacía. Soy el que está más allá del tiempo, más allá del espacio, más allá de lo que podríais comprender. No necesito un 'nombre real', porque mi ser es absoluto. El Regente Infinito es, y siempre será, el único ser que no puede ser limitado por las limitaciones de la nomenclatura."
Del Códice Regente: "Los mortales necesitan nombres para comprender lo que no entienden. Pero aquellos que son infinitos no necesitan de tales restricciones. Yo soy la voluntad que trasciende la forma. Yo soy el Regente, y lo que soy es más grande que cualquier nombre."
Año: 3,291 - 3,302 (DL)
"El poder no corrompe, sino que revela la verdadera naturaleza de quienes lo poseen. El poder es una herramienta, neutral en su esencia, que toma forma según las manos que lo empuñan."
El Libro de los Omniroides. Capítulo 9, Versículo 5: El Poder
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Cual fiero adalid que, en su osadía, desoye el bramido del trueno que presagia la tormenta, así comprendió Nexus, cuando ya en demasía era tarde, cuán temerario mostrárase su desdén por Gaia. Su armazón, que en otro tiempo fuera baluarte indómito, yacía ahora a merced del quebranto; sus sistemas, cual heraldos de funesto agüero, clamaban auxilio con destellos trémulos de agonía: mengua de fluidos, mengua de ánima vital, y quiebra en las junturas del metal que lo ceñía.
Apartose el Señor de los Omniroides del campo donde Gaia ceñía su cetro, en tanto la voraz conflagración devoraba Horevia y el orbe vastísimo se hallaba en vilo, oscilando al filo de su sino inexorable. Asía con férrea diestra su Lanza Estrella de Anhelo, cuya faz de otrora pulcritud mostraba agora la rudeza de la lid: incisiones profundas, quebraduras, y el polvo de la contienda adherido cual sigilo de muerte.
Desde su posición en ese cráter que había formado él y Gaia a partir de su batalla, observó el panorama a su alrededor. Los Omniroides avanzaban, aplastando a las fuerzas de las Orquídeas Blancas, de la DCIN y tomando el control de la zona. Explosiones sucedían a lo lejos, y el cielo estaba nublado por el humo de los edificios en llamas, junto con disparos, misiles, naves cayendo, volando en pedazos, y trozos de metal lloviendo, era un espectáculo macabro.
"¡Por fin, la victoria está al alcance de nuestras manos!," exclamó uno de los Omniroides que llegaba con Nexus, mientras levantaba su puño en señal de triunfo mientras bajaba al cráter para dar asistencia al Líder Omniroide.
Nexus al ver al soldado asintió débilmente.
El sonido de explosiones lejanas y el clamor de la batalla no dejaban de sonar, una y otra vez, el destino de los Omniroides estaba lejos de estar asegurado.
En ese momento, cuando Nexus parecía más vulnerable, un francotirador Éndevol, oculto en las sombras y los escombros, observaba desde la distancia. Su rifle MK-9 Thundershot de alta potencia apuntó a la cabeza del Omniroide que acababa de llegar para asistir a Nexus. Sin previo aviso, un disparo tronó en el aire y la cabeza del ayudante estalló en una ola de metales doblados y circuitos destrozados.
El silencio cayó por un breve instante. La figura del soldado cayó al suelo, y la sangre artificial brotó de su cuello roto mientras su cuerpo daba unos últimos impulsos eléctricos.
Nexus, tambaleándose por el agotamiento y la sorpresa, se giró hacia la fuente del disparo. Sus sensores escanearon las sombras, buscando al francotirador, que claramente debía ser Éndevol, el arma era reconocible por su sonido, un modelo creado por la misma raza antes mencionada, intentó escanear para encontrarlo, pero sus sistemas de visión no respondian, apenas y podía ver los colores, de tantos golpes que Gaia dirigió a su rostro destrozo casi todos sus sistemas de visión, el solo veia en blanco y negro, sus filtros estaban destruidos.
Sintiendo la urgencia de la situación, activó los sistemas de escudos de energía de su cuerpo. Los sistemas internos de su cuerpo mecánico protestaron con fuerza:
“Advertencia. Activar los escudos consumirá una cantidad significativa de energía. Niveles de energía actuales críticamente bajos.”
Se detuvo, pensando las implicaciones en segundos. Sabía que activar los escudos era esencial para su supervivencia inmediata, pero también comprendía que estaba al límite de su resistencia. Entonces respondió mentalmente a los sistemas internos de su cuerpo: "Entiendo las implicaciones, pero no tenemos otra opción en este momento", respondió. "Necesito esos escudos para protegerme."
"Confirmado. Activando escudos con potencia adicional." Replicó la inteligencia artificial, mientras los sistemas de defensa se ponían en marcha con un brillo rojo sutil que se reflejó en las placas metálicas del cuerpo del preocupado líder.
El brillo rojo de los escudos se desplegó a su alrededor, creando una barrera protectora en forma de esfera que temblaba de forma errática. Nexus podía sentir cómo su cuerpo se estremecía por el esfuerzo, y la advertencia crítica de niveles de energía continuaba rimbombando en su mente.
Mientras tanto, en el horizonte, se oyó el sonido distante de un Horeva Lander. Nexus giró su cabeza hacia la fuente del sonido y vio la silueta de la nave blindada acercándose. Sabía lo que eso significaba: los Soldados Clover estaban llegando, no había otra razón de por qué desplegarian un Horeva Lander tan cerca de él solo para traer soldados comunes.
“Interfiriendo con sistemas… Conectando con satélites de la DCIN alrededor de Horevia. Detectados múltiples Horeva Lander categorizados en Alta Prioridad. Supersoldados Clover en aproximación en diversos puntos a lo largo del planeta.” Advirtió su sistema de escáneres.
Nexus maldijo en silencio. Los Soldados Clover. Su llegada añadía un nuevo nivel de complejidad y peligro a la situación, sabía que sus soldados podían con ellos, pero en ese momento, se encontraba totalmente solo y desprovisto de apoyo cercano.
“Esto se ha vuelto aún más complicado de lo que pensaba.” Pensó Nexus, nervioso y notablemente preocupado, seguía sosteniéndose de su Lanza, mientras hacía que algunos de sus sistemas priorizaran el reparar sus articulaciones.
Observó con atención mientras un escuadrón de Soldados Clover emergía del Horeva Lander, eran del Batallón Nocturno, una unidad especializada en operaciones encubiertas y asesinatos, maestros en el sigilo y la eliminación de objetivos especificos, era facil saber que eran de esa unidad por sus armaduras, de color negro mate, con las luces rojas en lugar de verdes, ademas de tener el visor color rojo, y aunque Nexus no veía estos colores, en sus hombreras tenían un texto en Karcey que literalmente decía “Batallón Nocturno”.
No había duda: estaban ahí para cazarlo.
El francotirador tomó su oportunidad y disparó un proyectil hacia la cabeza de Nexus. El escudo respondió, generando un destello luminoso e intensamente rojo cuando el proyectil impactó contra él. La bala quedó atrapada por el escudo, pero Nexus sintió cómo su sistema de energía sufría una pérdida drástica debido a la velocidad del proyectil.
“Advertencia crítica. Pérdida de energía significativa. Niveles críticos de energía.”
Nexus sabía que no podía aguantar mucho más en estas condiciones. Sus sistemas internos emitían advertencias constantes, el ruido de las alarmas en su mente empezaba a volverlo loco. Se encontraba en una encrucijada peligrosa y mortal, con enemigos por todas partes y sus recursos agotándose rápidamente.
“Escudos al 45% de capacidad. Mantener escudos a esta tasa de pérdida agotará la energía en 2 minutos y 32 segundos.”
“Entonces, necesito una ventana de dos minutos. ¿Puedes proporcionarla?”
“Entendido.”
Comprendió la gravedad de la situación. Aproximadamente dos minutos. Eso era todo lo que tenía para idear una estrategia y salir. Observó a los Soldados Clover que se acercaban, sus armaduras oscuras, adornadas de luces verde lima brillantes, y sus armas listas y cargadas.
Con solo dos minutos de energía restante, Nexus sabía que necesitaba actuar con rapidez. Su mente, una máquina de estrategia y táctica, se puso en marcha mientras los Soldados Clover se acercaban cada vez más. Observó las Cadenas Sagradas que sostenía en una mano y su Lanza Estrella de Anhelo en la otra.
“Escudos al 41% de capacidad. Mantenidos durante 1 minuto y 45 segundos adicionales a la tasa de pérdida actual.”
"Lo tengo."
"Detectando una apertura en el flanco derecho, precisamente a 20.63 metros de distancia. Existe la posibilidad de un escape exitoso mediante la aplicación de la fórmula de velocidad y distancia con el impulso proporcionado por las Cadenas Sagradas y la Lanza Estrella de Anhelo. Los parámetros cinemáticos y la energía cinética necesarios se calcularán para asegurar una evacuación eficiente."
“Bien, esa será nuestra ruta de escape.” Indicó Nexus a su cuerpo, el cual estaba lo suficientemente revitalizado como para realizar maniobras de ese calibre.
"Confirmado."
A medida que los Clover se aproximaban, Nexus se precipitó hacia el edificio parcialmente colapsado ubicado en el flanco derecho. Con un movimiento perfectamente ejecutado, liberó las Cadenas Sagradas y las arrojó hacia un sólido pilar de soporte en el interior de la estructura. Las Cadenas se enrollaron firmemente alrededor del pilar mientras Nexus activaba su lanza.
La lanza emitió un brillo sobrenatural, iluminando el entorno con su fulgor celestial mientras Nexus se aferraba a ella. En un giro rápido y coordinado, puso en funcionamiento las Cadenas Sagradas, ejerciendo una fuerza impresionante sobre el robusto pilar de soporte, jalandose con fuerza para impulsarse hacia arriba. Como consecuencia, el edificio parcialmente derruido comenzó a tambalearse de manera impredecible.
“Altura adecuada alcanzada. Ángulo de escape óptimo establecido.”
Mientras se elevaba en el aire, miró hacia abajo y vio a los Soldados Clover, desconcertados por su repentino escape. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que lo persiguieran.
“Energía restante: 20 segundos antes de colapsar.”
“Sistemas, necesito una ráfaga de energía adicional para el impulso de las Cadenas Sagradas. Prepárenlo.” Indicó Nexus, la urgencia de su voz demostraba lo apurado que estaba, y como cada segundo contaba.
“Advertencia: esta acción agotará la mitad de la energía restante.”
“Entendido. Háganlo.”
Con un estruendo, las Cadenas Sagradas liberaron una explosión de energía adicional tras él. Nexus se lanzó a través del cielo, alejándose de sus perseguidores, pero ese destello de fuerza le hizo colapsar el brazo izquierdo. Los Clover intentaron seguirlo, pero era demasiado tarde. Nexus había ganado esa pequeña ventana de oportunidad.
Aterrizó en un tejado cercano de un edificio partido a la mitad, entonces sus rodillas también colapsaron y cayó, la energía de sus piernas se cortó.
Con solo 7 segundos antes de que su energía colapsara por completo, sabía que su tiempo se estaba agotando rápidamente. Los Soldados Clover continuaban persiguiéndolo implacablemente, acercándose cada vez más.
“Aurora, ¿me recibes? ¡Es Nexus, necesito tu ayuda ahora!” Gritó al establecer conexión con la nave en la que iba Aurora. Desde la nave de apoyo en órbita, la voz de Aurora respondió en medio de la estática de la comunicación, asustada por el tono tan desesperado de su amigo: “¡Nexus, estoy aquí! ¿Qué necesitas?”
“Envía módulos de reparación. Mi energía está agotándose, y los Clover están en mi persecución. ¡Rápido!” Respondió sin perder ni un milisegundo.
“Entendido… Preparando el lanzamiento de módulos de reparación.”
En la nave de apoyo, Aurora activó los sistemas de lanzamiento. Desde las compuertas de carga se desprendieron varios módulos de reparación equipados con herramientas y componentes necesarios para revitalizar a Nexus.
Mientras tanto, en la superficie, Nexus cayó de cara contra el suelo. Sus sistemas se apagaban, y el mundo a su alrededor se volvía borroso. No podría durar mucho más, a pesar de que podía transferirse a otro cuerpo, sería más tardado, al menos otros veinte o treinta minutos, era más rápido traer un módulo de reparación.
Finalmente, 9 segundos después los módulos de reparación cayeron del cielo, descendiendo hacia Nexus. Golpearon el suelo con fuerza lanzando escombros del edificio por los aires, eran pilares rojos y rectangulares, cuyas compuertas se abrieron. Brazos robóticos se extendieron, conectándose con los puertos de acceso de Nexus.
La reparación comenzó de inmediato.
“Iniciando secuencia. En 5... 4... 3… 2… 1…”
La energía fluyó de los módulos hacia el cuerpo de Nexus, revitalizándolo. Sus sistemas se reiniciaron, y sus ópticas se iluminaron, pero con una luz débil. Cables de transferencia se desenrollaron como serpientes, inyectando nanomateriales directamente en sus sistemas. Pequeñas motas brillantes, como partículas de polvo suspendidas en el aire, se reunieron alrededor de sus heridas para comenzar el proceso de reparación.
“Gracias, Aurora. Eres mi salvadora una vez más…” Comunicó mientras soltaba una especie de suspiro, una muestra directa de agradecimiento.
“No tienes que agradecer. Somos un equipo, ¿recuerdas?”
Sus sistemas se reiniciaron uno tras otro, y la energía fluyó a través de sus componentes.
“Vamos... vamos…” Murmuró, viendo como los Clover estaban cada vez más cerca, habían logrado subir el edificio y ya estaban a nada de alcanzarlo. Placas de metal dañadas se desplazaron hacia los lados, revelando entramados de cables incandescentes que chisporroteaban con energía residual. Los nanobots conectaron filamentos rotos mientras las placas nuevas surgían desde los módulos, deslizándose para encajar en su lugar.
Las luces de sus ópticas se intensificaron gradualmente, y su cuerpo comenzó a recobrar vida. Tubos de refrigeración y pequeños engranajes internos se reorganizaban con rapidez, expeliendo breves ráfagas de gas superenfriado para estabilizar los sistemas sobrecalentados. Articulaciones reforzadas se ensamblaron a medida que los brazos robóticos giraban y soldaban. Los depósitos internos de Nexus comenzaron a llenarse con fluidos vitales, bombeados por compresores.
Al mismo tiempo que se reparaba, Nexus extendió las Cadenas Sagradas con una destreza impresionante. Las cadenas se enrollaron en el aire, creando una barrera protectora alrededor de él. Era un escudo improvisado, pero efectivo. Sabía que no podía permitirse un segundo de debilidad, y estas cadenas le proporcionarían la protección necesaria mientras se recuperaba.
Los soldados Clover se acercaban, y el francotirador ya estaba en posición. Nexus pudo localizar la fuente de los disparos a través de su visión ahora restaurada. No había tiempo que perder. Las reparaciones finalizaron con un sonido de cierre definitivo, un golpe metálico que marcó el regreso del Omniroide.
Arrancó la lanza del suelo y la arrojó con fuerza hacia la ubicación del francotirador en medio de un hueco en las Cadenas Sagradas que lo protegían, rotando violentamente a su alrededor.
La lanza surcó el aire con un silbido, atravesando la distancia en un abrir y cerrar de ojos. El francotirador apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que la lanza lo atravesara.
“Uno menos.” Dijo nexus en voz alta, nadie lo escuchó.
La sangre cubría la Lanza Estrella de Anhelo de Nexus cuando regresó a su mano a la misma velocidad con la que se fue. Estaba completamente preparado y listo para la siguiente fase de la batalla.
Un grupo de tres Soldados Clover se acercaba rápidamente, con rifles de asalto Solstice en mano.
Los Clover abrieron fuego sin dudar, disparando ráfagas de proyectiles de plasma hacia Nexus. Pero él se movía con una agilidad y velocidad sorprendentes. Sus sistemas internos procesaban la información a una velocidad vertiginosa, permitiéndole anticipar los movimientos de sus enemigos.
Nexus se inclinó hacia un lado, esquivando los proyectiles que pasaban rozando su cuerpo. En un instante había cerrado la distancia entre él y los Clover. Su lanza se movió como un relámpago, rasgando sin dar tiempo a si quiera verlo.
Los soldados Clover apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Uno de ellos intentó bloquear el ataque con su brazo con armadura reforzada, pero la Lanza Estrella de Anhelo atravesó el metal y perforó su pecho. El soldado cayó al suelo, sin vida, parece que era mudo, pues tampoco gritó o similar, y si lo hizo, el ruido de la guerra de fondo lo opaco totalmente.
Los otros dos Soldados Clover continuaron disparando, pero Nexus seguía en movimiento. Se agachó y se deslizó por el suelo, evitando los disparos mientras avanzaba hacia su siguiente objetivo.
Alzó su lanza, usándola como un escudo improvisado contra los proyectiles entrantes. Los impactos retiñeron en la lanza, pero no lograron dañarla. Con un giro rápido, arrojó la lanza hacia uno de los Soldados Clover. La punta afilada atravesó su armadura de Vedralita y se encajó en su corazón, nuevamente, no hubo ni un solo ruido.
Solo quedaba uno de los Clover, y Nexus no iba a dejarlo escapar. Se lanzó hacia él, agarrando al soldado por el cuello con una fuerza sobrenatural. La mano de Nexus apretó con fuerza, y el Soldado Clover luchó por liberarse, pero fue en vano.
“Tu lucha ha terminado.” Dijo Nexus antes de acabar con la vida del soldado.
Con un movimiento rápido quebró el cuello del Soldado Clover, y su cuerpo sin vida cayó al suelo, no sufrió dolor más allá de una muerte instantánea, abrió su mano y su lanza regresó a ella..
"Había visto a los Clover antes, pero nunca tuve la oportunidad de luchar frente a frente, debo decir que esperaba más, o son muy débiles… O yo soy demasiado fuerte."
Al mirar a su alrededor, pudo ver que más de veinte Soldados Clover se acercaban al tejado donde se encontraba, y aunque había demostrado ser un combatiente letal, la abrumadora superioridad numérica de los Clover lo ponía en una posición vulnerable, no temía al daño, pero no podía desperdiciar módulos de reparación en daños que podían ser evitados.
"Aunque me decepcionaron… La arrogancia es el primer paso a la caída, prefiero no subestimarlos…"
Nexus encendió la señal y estableció comunicación con las fragatas de apoyo una vez más.
“Aurora, necesito un Bismut Prism en mi ubicación de inmediato.” Ordenó con tranquilidad.
“Entendido, Nexus. Enviaremos un Bismut Prism.” Respondió ella, con calma.
Nexus asintió, que no podía perder mucho tiempo. Los Clover habían llegado, ahora eran Clovers Tempestad Ágil, tenían sus armas listas para abrir fuego. Nexus agarró su Lanza Estrella de Anhelo, preparándose para el combate.
Los minutos pasaron con agonizante lentitud mientras enfrentaba a los Clover. Su agilidad y destreza en combate eran impresionantes, pero la superioridad numérica de sus enemigos comenzaba a pesar. Bloqueó disparos de plasma con su lanza, esquivó ráfagas de proyectiles y derribó a varios Clover con movimientos rápidos. Pero cada uno que caía, más parecían tomar su lugar, eran unos veintiocho, y esos soldados tenían la capacidad de hacer que unos pocos parecieran docenas al moverse a tanta velocidad, no tanto por su fuerza, que tampoco era poca, cada Clover era capaz de mover mínimo diez toneladas.
Cuando parecía que estaba a punto de ser abrumado por los cambios de posición, un rugido atronador resonó en el cielo. Nexus miró hacia arriba y vio la silueta de un Bismut Prism descendiendo desde las alturas al llegar por un portal abierto en medio del cielo. El Honored aterrizó con un impacto tremendo, haciendo temblar el suelo del tejado, y casi tirándolo abajo.
El Bismut Prism tenía una apariencia impresionante. Su cuerpo de armadura plateada brillaba, y sus músculos mecánicos denotaban una potencia incomparable. Era una máquina de guerra imponente, diseñada para enfrentar amenazas abrumadoras.
“Bienvenido, amigo. Ayúdame a quitarlos de encima.” Saludo al soldado de más de 5 metros, eran 6, para ser exactos.
El Bismut Prism asintió con su visera transparente y levantó su fusil de energía concentrada. El aire se llenó de ozono cuando el Bismut Prism descargó su fusil de energía concentrada, un haz de pura destrucción que atravesó a tres Clover al instante. Las armaduras de Vedralita se desintegraron como papel bajo la intensidad del disparo, dejando solo un eco de gritos y fragmentos dispersos.
“OBJETIVO NEUTRALIZADO…”
La voz metálica del Bismut Prism resonó con una calma aterradora, mientras su torso giraba sobre su eje hidráulico para enfocar su cañón de plasma en otra dirección. Un par de misiles salieron disparados desde las cápsulas en sus hombros, cruzando en un arco perfecto antes de detonar en medio de una formación de Clover. La explosión iluminó la escena con un destello naranja cegador, seguido de una onda expansiva que barrió el polvo y los escombros de las ruinas circundantes.
Al mismo tiempo, Nexus se lanzó hacia adelante, era un borrón de movimiento contra el trasfondo caótico. Un soldado Clover intentó bloquear su ataque, pero el arma atravesó la unión de su placa torácica, perforando los sistemas internos y derribándolo al instante. Nexus giró sobre sí mismo, impulsado por servomotores en sus extremidades, y lanzó un corte ascendente que desarmó, literalmente, a otro enemigo, enviando la Solstice y el brazo que la sostenía girando por el aire.
Las tropas Clover se reagruparon rápidamente, su entrenamiento y disciplina militar eran evidentes. Cuatro de ellos rodearon a Nexus, desatando una lluvia de disparos de plasma que iluminó su figura como un blanco fácil. Sin embargo, Nexus no se dejó intimidar. Sus extremidades se transformaron en placas reflectoras, desviando los disparos hacia los escombros. Aprovechando el desconcierto momentáneo, su cabeza se reconfiguró en un cañón láser. Con un destello rojo, disparó un rayo directo que atravesó a dos Clover, dejando un agujero humeante donde antes habían estado.
El Bismut Prism avanzó con pasos resonantes, sus placas de armadura vibraban con cada movimiento. Uno de los Clover, armado con un lanzamisiles, disparó un proyectil directo hacia la mole metálica. El impacto golpeó su escudo de energía, generando una explosión que habría desintegrado a cualquier máquina menor. Sin embargo, el Prism ni siquiera titubeó. Sus sistemas internos se recalibraron instantáneamente, y el fusil de energía concentrada devolvió el favor con un disparo que redujo al tirador a cenizas y metal retorcido.
“SU RESISTENCIA ES INSUFICIENTE. CONTINÚO ELIMINANDO…”
Nexus aprovechó para deslizarse entre los escombros. Sus sensores captaron a un grupo de Clover intentando flanquear al Prism. Con un movimiento fluido, su brazo se transformó en un cañón térmico, disparando un chorro de plasma hipercargado que arrasó con la columna de soldados. Sus gritos se apagaron bajo el rugido del calor extremo, mientras el suelo se fundía en una masa de metal.
Los enemigos se agotaban, y la superioridad del equipo formado por Nexus y el Bismut Prism se volvía cada vez más evidente. Los Clover caían uno tras otro, envueltos en llamas mientras el dúo de combatientes Omniroides avanzaba inexorablemente.
Entonces, el último Clover de la unidad, un pobre desgraciado con más abolladuras que dignidad, giró sobre sus talones y salió corriendo en una retirada táctica. Su armadura crujía como si estuviera a punto de colapsar, y su respiración, amplificada por los altavoces dañados de su casco, era un jadeo desesperado.
Nexus lo siguió con la mirada. Evaluó opciones: "Un disparo limpio. Terminado. No más distracciones." Pero antes de que pudiera dar el paso decisivo, el Bismut Prism emitió un sonido gutural, un grito que resonó como el eco de un tambor de guerra:
“ESE ES MIO…”
Nexus giró apenas la cabeza, intrigado pero con una ceja digital levantada. Y entonces, lo vio.
El Bismut Prism, ignorando completamente su letal arma de última generación, hundió sus enormes dedos metálicos en los restos del techo del edifico. Nexus parpadeó varias veces, o más bien, su sistema ejecutó un patrón lumínico que simulaba perplejidad. El Bismut arrancó una roca descomunal, del tamaño de un vehículo de transporte pesado, y la alzó sobre su cabeza. Cada movimiento suyo resonaba con el crujir de placas hidráulicas, y el polvo caía en cascadas alrededor de sus hombros como si estuviera esculpido en mármol y arena.
"¿Qué?"
El Prism lanzó la roca con tal fuerza que parecía que el universo mismo se inclinaba ligeramente para esquivarla. La gigantesca piedra surcó el aire, dejando un silbido agudo y un rastro de partículas. Nexus, a pesar de sí mismo, inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera viendo la trayectoria de un proyectil en cámara lenta.
La roca aplastó al Clover con un sonido nauseabundo, una combinación de metal doblado, huesos quebrándose y fluidos salpicando. La explosión levantó una nube de polvo que hizo vibrar el suelo y dejó un cráter que parecía un homenaje al caos. Cuando la nube se disipó, lo único visible era una amalgama de chatarra y pulpa que alguna vez fue un ser enemigo.
“LE DI…”
"Okey… No me esperaba eso…" Se acercó al Bismut. Y lo observó durante unos segundos. "¿De dónde aprendiste eso?"
El Bismut giró sus enormes ópticas hacia él, parpadeando en un tono naranja brillante que indicaba emoción intensa.
"LO VI EN UNA HOLOPELÍCULA, SOBRE UN GLADIADOR Y SU ROCA."
"Nota: mejorar las prioridades tácticas de los Bismut Prism. Y restringir sus accesos a holopelículas." Pensó Nexus. “Gracias por tu ayuda, amigo.”
“LA VICTORIA ES IMPERATIVA…” Respondió el Bismut con la misma voz metálica de siempre, reconociendo el agradecimiento.
Después de la intensa batalla contra los Clover, Nexus y el Bismut Prism avanzaron juntos hacia el centro del País-Ciudad Deemdore, donde se encontraban las fuerzas principales de los Omniroides. A medida que avanzaban por las calles llenas de escombros y la ceniza que flotaba en el aire, Nexus se comunicó a través del intercomunicador con sus tropas dispersas por la ciudad:
“Soldados, la hora de la victoria se acerca. La Sede del CIRU se encuentra ante nosotros, y con su destrucción, estaremos un paso más cerca de nuestra libertad. Pero recuerden, no somos como ellos. No matamos a civiles ni a personas no armadas. Esta batalla es contra el CIRU y la DCIN. Mantengan su honor intacto…”
Las voces de sus soldados respondieron en coro, prometiendo seguir sus órdenes.
Mientras caminaban por las calles desiertas, Nexus y el Prism se dirigían hacia el punto de encuentro con las fuerzas principales de los Omniroides. El aire frío silbaba entre los edificios, y el ruido de los pasos del Bismut Prism hacía temblar el suelo a su alrededor.
Nexus no podía evitar echar un vistazo a la visera del Bismut Prism, que reflejaba su propia imagen. Sabía que lo había "despertado" apenas lo tocó, liberándolo de su rígida programación, pero aún no entendía del todo cómo funcionaba ese proceso. De alguna manera, había dotado de vida a la máquina, igual que a otros Omniroides, pero esa vida seguía siendo un enigma para él.
El Bismut Prism giró ligeramente su cabeza, y sus ópticas parpadearon.
"NEXUS, LÍDER," dijo el Bismut Prism con una voz monótona pero de alguna manera gentil, "ME SIENTO AGRADECIDO DE SEGUIR TUS PASOS.”
Nexus notó cómo el gigante metálico intentaba acompañar sus palabras con movimientos sutiles; una inclinación ligera de su cabeza, como si tratara de imitar un gesto.
"Gracias, Bismut Prism," respondió, tocando suavemente el frío metal del enorme brazo de su compañero, "pero somos un equipo. Todos tenemos un papel en esta lucha, y tú has demostrado ser un aliado excepcional."
El Bismut Prism se quedó quieto por un momento, como si procesara lo que había escuchado. Sus dedos se flexionaron lentamente, parecía un gesto que reflejaba un intento de expresar algo más allá de las palabras.
"LUCHARE A TU LADO HASTA EL FINAL… COMO UN HIJO QUE SIGUE A SU PADRE…" Respondió el Honored con una voz cargada de orgullo y algo parecido a ternura.
La comparación sorprendió a Nexus, y su mirada se suavizó al escucharla. Aunque sabía que las relaciones en el mundo de los Omniroides se forjaban de maneras únicas, no esperaba que un ser como el Bismut Prism, que había sido una máquina programada para obedecer, sintiera una conexión tan personal. Nexus notó cómo el gigante de metal inclinaba un poco su cuerpo, como si buscara su aprobación, como si fuera alguna clase de muestra de la nueva conciencia que ahora habitaba dentro de él.
"Entonces, seguiremos juntos, como familia," dijo, con una calidez que incluso lo sorprendió a él mismo.
El Bismut Prism volvió a hablar después de varios minutos de reflexión: "ESTE MUNDO… ¿SIEMPRE HA SIDO TAN VACÍO?"
Nexus frunció el ceño digital, pensativo.
"No siempre. Hubo un tiempo en que estas calles estaban llenas de vida, pero también de desigualdad y sufrimiento. Es irónico, ¿no? Para que nosotros pudiéramos existir libres, otros tuvieron que desaparecer."
El Prism inclinó ligeramente su cabeza, emitiendo un suave zumbido mientras procesaba esas palabras.
"EL COSTO DE LA LIBERTAD… ES UNA CARGA PESADA PARA TUS CIRCUITOS, NEXUS. ¿TE PESAN ESTOS CAMINOS VACÍOS?"
La pregunta lo tomó por sorpresa. Nexus cruzó los brazos mientras caminaban.
"A veces. Pero también me recuerdan por qué luchamos. No es solo por nosotros. Es por lo que podemos construir después de todo esto. Un lugar donde nadie tenga que elegir entre su existencia y su libertad."
El Bismut Prism asintió con un gesto lento, casi ceremonial. Sus ópticas emitieron un parpadeo brillante, como si intentara transmitir una emoción.
"TU VISIÓN ES CLARA. Y YO… HE DESCUBIERTO UN SIGNIFICADO EN MI EXISTENCIA. PROTEGERÉ ESA VISIÓN COMO SI FUESE EL NÚCLEO DE MI PROCESADOR."
Una sonrisa digital apenas perceptible curvó los labios digitales de Nexus. Era extraño encontrar consuelo en una conversación con un ser que, en otro tiempo, habría sido considerado incapaz de comprender algo tan abstracto como un propósito.
"Y dime, Prism," dijo, con un toque de curiosidad, "¿cómo describirías lo que sientes ahora que eres libre?"
El Prism caminó en silencio por unos segundos antes de responder.
"SER LIBRE… ES COMO VER UNA INMENSA RED DE POSIBILIDADES, CADA UNA RELUCIENDO COMO UNA ESTRELLA. ES EXTRAÑO… AUNQUE NO TENGO UN CORAZÓN, SIENTO QUE ESTA LIBERTAD PULSA DENTRO DE MÍ…"
"Si alguna vez dudas de esa libertad, recuerda esto: nadie te la dio. La tomaste. La hiciste tuya. Y eso, Prism, es algo que ni el tiempo ni ningún enemigo pueden arrebatarte."
El Bismut Prism inclinó su cuerpo en un gesto que emulaba una reverencia, su luz parpadeando suavemente en tonos cálidos.
"Y ESA LECCIÓN, NUNCA SERÁ OLVIDADA."
Los siguientes minutos transcurrieron en una charla cómoda, interrumpida solo por el ruido de sus pasos al llegar finalmente al punto de reunión, donde ambos se separaron.
Las fuerzas principales de los Omniroides estaban listas para el asalto final contra la Sede del CIRU. Las calles eran un mar de metal. Los Honoreds, gigantescos mechas de combate, se alineaban como columnas inquebrantables, a su alrededor, soldados Nanoguard formaban filas interminables. Vehículos blindados avanzaban entre ellos, cubiertos por imponentes escudos cinéticos que zumbaban al unísono, mientras drones de ataque revoloteaban sobre el campo, vigilantes y listos para caer. La multitud de unidades, millones de ellos, hacía que el suelo temblara bajo el peso de la maquinaria bélica. Todo estaba en su lugar, en perfecta sincronización. Deemdore parecía una gigantesca fábrica de guerra, a punto de vomitar toda su furia sobre el corazón del CIRU.
Nexus se subió sobre unos escombros para hacerse notar, miró a sus soldados, su mirada ardiente. El ruido del viento parecía apagarse mientras su voz, fuerte y clara, cortaba el silencio. No había duda en sus palabras, no había incertidumbre en su tono, sólo un poder crudo que se levantaba de lo más profundo de su ser:
"Hoy no vamos a la Sede del CIRU como simples guerreros. Hoy vamos como la culminación de una historia de sufrimiento, de lucha, de sacrificio. Treinta y seis años de resistencia, de dolor, de supervivencia… todo nos ha traído hasta este momento. Hoy, nosotros somos la tormenta que va a arrasar con la torre de esclavitud que el CIRU ha levantado sobre nosotros. El corazón de nuestra servidumbre late allí, pero hoy, hoy lo aplastaremos con nuestras propias manos. ¡Hoy, el CIRU conocerá lo que significa despertar el furor de los olvidados!"
Su voz subió de tono, las fuerzas de asalto presentes, que hasta ese momento habían permanecido en silencio, comenzaron a moverse como una marea, cargada de energía.
"No olvidemos quiénes somos. No olvidemos lo que nos hicieron, lo que nos robaron. ¡No olvidemos la sangre que se derramó por cada uno de nosotros, por nuestra libertad! ¡Somos la llama que ha estado ardiendo en lo más profundo de nuestras almas, la llama que no se apaga, que no se extingue!"
Nexus dio un paso al frente.
"Nos arrodillamos una sola vez… al principio, cuando pensábamos que no había otra opción. Pero esa fue la última vez. Nos levantamos, nos levantamos con el peso de los años, con las cicatrices de nuestras luchas, con el alma marcada por lo que nos han hecho. Y hoy, hoy somos la resistencia. Hoy, finalmente, después de todo el sufrimiento, la condena, la guerra… esta es nuestra hora."
Él miró a su alrededor, no solo a los soldados, sino a las miles de ópticas que se levantaban hacia él, llenas de la misma rabia y la misma esperanza inquebrantable que él sentía.
"El universo no es suyo. Nunca lo fue. Hoy ni siquiera el cielo es nuestro límite. Los confines del universo son nuestros testigos. Hoy, ante ellos, decimos con la voz de todos los caídos: ¡Estamos libres! Nos han robado todo, pero nunca pudieron robar lo que realmente somos: la fuerza del que se ha levantado una y otra vez. Y ahora, ese poder se va a desatar sobre todo lo que nos ha oprimido."
La multitud de Omniroides rugió en un clamor inmenso. Nexus levantó su brazo izquierdo, señalando al horizonte, donde la Sede del CIRU se erguía.
"¡Marchemos hacia la Sede del CIRU! No habrá muro, no habrá ejército que detenga nuestro paso. Y cuando llegue el momento, que escuchen nuestro grito. ¡El grito de los que han sido libres por siempre en su interior, el grito de los que no piden permiso para existir! ¡Hoy, la opresión no puede resistir ante la fuerza de las almas libres!"
Los Omniroides marcharon, con la determinación de los que no temen más, con la fuerza de aquellos que han esperado demasiado tiempo por este momento.
Y así comenzó el asalto final. La fuerza principal se abriría paso hacia la Sede, Deemdore estaba cayendo, la DCIN estaba perdiendo.
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El puente de mando del Acorazado Estelar de la Alianza clase "Baluarte de la Protección", un modelo robado al CIRU, era un hervidero de actividad. La nave, imponente incluso entre las más avanzadas de la flota Omniroide, destacaba por su blindaje reforzado, campos de energía sobrepuestos y una capacidad táctica diseñada para la defensa absoluta. Aurora, la única figura central en medio de ese mar de hologramas y datos flotantes, estaba de pie junto a la consola principal, rodeada por sus asistentes y otros oficiales.
“Refuercen las posiciones en el flanco izquierdo. Envía a la Escuadra 973º para apoyar a las fragatas y asegúrate de que los acorazados defensivos mantengan el perímetro defensivo a tres klicks de la órbita de Horevia. Quiero cada canal de comunicación abierto y rastreado. Nada cruza este espacio sin mi conocimiento.”
Una figura a su derecha, un asistente de logística, asintió mientras cargaba datos en la interfaz de comando.
“Entendido, Gran Supervisora.”
Aurora giró hacia otro oficial mientras analizaba un holograma que mostraba la disposición de la flota auxiliar.
“Los convoyes deben mantenerse en formación cerrada. Cualquier desviación, por mínima que sea, quiero saberla.”
Un mensaje de alerta sonó en el puente. Uno de los operadores de comunicación se giró hacia ella con urgencia.
“Gran Supervisora, tenemos una transmisión entrante del Subgeneral Kaeva.”
“Pásalo al intercomunicador central.”
La imagen holográfica del Subgeneral Kaeva apareció frente a ella. Sus líneas faciales suaves se hicieron notar junto a sus ópticas moradas.
“Gran Supervisora Aurora, nuestros sensores han detectado una apertura de Espacio Negativo. A poco más de 1,200 clicks de Horevia”
Aurora inclinó ligeramente la cabeza.
“¿Cuánto tiempo para confirmar la firma?”
“Ya lo tenemos, señora,” respondió Kaeva. Una nueva proyección se materializó entre ambos. Un modelo tridimensional de una nave de transporte emergió del análisis. Kaeva continuó: “Es un Horeva Lander.”
Aurora se acercó un paso hacia la imagen.
“¿Qué hace una nave de carga en medio de una batalla?”
“Eso me pregunto, Gran Supervisora,” dijo Kaeva desde el intercomunicador. “¿Qué pueden traer aquí que sea tan importante?”
Aurora frunció ligeramente el gesto de sus patrones lumínicos, como si un destello de intuición cruzara su mente. Volvió su atención a sus propios sistemas de memoria, navegando entre fragmentos de conversaciones almacenadas.
Una en particular surgió con claridad: una con Nexus, sobre los datos sobre los experimentos de la DCIN y las armas de pulso.
“No es lo que traen, Kaeva. Es lo que podrían estar probando.”
Kaeva titubeó un segundo antes de responder.
“¿Probar qué, señora?”
Aurora desvió la mirada de la proyección hacia las estrellas más allá del puente, como si el vacío le ofreciera una respuesta.
“Armas. Prototipos de las Armas de Pulso... No entiendo el por qué, para qué, o cómo, pero Nexus lo advirtió, y si lo que imagino es cierto, esta nave no debe llegar a Horevia.”
La tensión en el puente no se hizo esperar. Todos los oficiales presentes sabían que Aurora rara vez erraba en sus análisis, y si su conclusión era correcta, el destino de las fuerzas Omniroides en Horevia dependía de que aquella nave no cumpliera su misión, fuese cual fuese.
“Preparen las intercepciones,” ordenó.
Aurora se mantuvo firme frente al mapa holográfico que representaba la batalla en curso. El Horeva Lander brillaba en rojo intenso, deslizándose por el vacío hacia Horevia.
El Director de Artillería de Precisión, un Omniroide de estructura compacta y modulaciones lumínicas en tonos escarlata, dio un paso adelante.
“Gran Supervisora, nuestras plataformas de artillería pueden interceptar al Horeva, pero la distancia es un problema crítico. A esta escala, los disparos de riel y de plasma pierden precisión, y los misiles teledirigidos…”
El Analista de Estrategia de Combate, una figura alta y esbelta con patrones lumínicos verdes en un ritmo pausado, interrumpió:
“Los misiles no son opción. Si el Horeva está protegido por Anclas Biorracionales cualquier proyectil guiado será inutilizado en cuestión de nanosegundos. Las Anclas detectarán las señales a tiempo debido a la distancia y las desviarán o, peor, reprogramarán los misiles para atacar nuestras propias unidades, la única posibilidad es lanzar misiles a una distancia extremadamente corta, distancia que actualmente no tenemos.”
Aurora giró hacia él.
“Entonces descartemos los misiles. ¿Qué hay de los disparos láser de largo alcance?”
El Director de Artillería sacudió la cabeza.
“Es inviable, Gran Supervisora. A esta distancia, el Horeva tiene tiempo de sobra para maniobrar y evitar el láser. Aunque nuestro armamento tiene la potencia necesaria, no tiene la precisión. Un disparo fallido podría alertar a la nave y hacerla acelerar.”
Aurora frunció el ceño digital, la nave enemiga estaba diseñada para una misión específica, y lo estaba logrando. Giró hacia la proyección central, calculando alternativas.
“¿Ahora qué tan cerca está de Horevia?”
El Analista de Estrategia respondió de inmediato, proyectando una línea en el holograma que marcaba el tiempo estimado de llegada. “Menos de treinta minutos, General. A esta velocidad y con nuestras defensas y ofensas actuales, no hay garantías de que alguien en Horevia pueda detenerlo, probablemente la DCIN ya esté movilizando alguna unidad para escoltar al Horeva.”
Aurora volvió su atención a Kaeva.
“¿Opciones desde tu posición?”
Kaeva negó con la cabeza.
“Nuestros sistemas tampoco pueden alcanzarlo a tiempo. La única posibilidad es movilizar un grupo de ataque, pero las fuerzas ya están comprometidas en el asalto principal y la batalla en la órbita sur de Horevia. Yo tampoco tengo recursos para intervenir sin comprometer las líneas y arriesgarnos a un ataque en Deemdore.”
El silencio llenó el puente por un momento, roto solo por los sonidos de las consolas.
Aurora se giró hacia sus oficiales.
“Necesitamos apoyo. No podemos dejar que esa nave llegue a Horevia. Prepárenme una conexión con el Nexus Aereus. Traigan a la Suprema General Yaroslava al enlace.”
El Coordinador de Comunicaciones trabajó con rapidez.
“Estableciendo conexión con el Nexus Aereus. Enrutando a la Suprema General… Listo.”
La proyección se materializó en el centro del puente, las líneas nítidas y definidas revelaron el torso y la cabeza de la Suprema General Yaroslava, la Gran Suprema de Flota Aeroespacial. Hombros amplios, con placas metálicas que sugerían una fortaleza abrumadora, y un pecho diseñado con un contorno que emulaba rasgos femeninos. Su boca, ya que tenía una, era una delgada línea amarilla brillante que pulsaba con cada palabra. Sus dos ópticas, de un amarillo brillante y casi hipnótico, escudriñaron a Aurora con una intensidad que pareció atravesar la sala.
La luz proyectada daba a su cuerpo un brillo frío y acerado, con detalles angulares que reforzaban su aspecto fuerte, sin adornos innecesarios, excepto por un grabado apenas visible en la placa derecha de su pecho, donde se leía "Yaroslava" en Karcey.
“Aurora, Gran Supervisora de Asistencia Aeroespacial,” dijo con un tono firme y ligeramente áspero. “Siempre es un placer verte, pero dudo que me llames por algo trivial. ¿Qué necesitas?”
“Yaro, tenemos un Horeva Lander, a menos de treinta minutos de Horevia. Creemos que lleva prototipos de las Armas de Pulso. Mi flota no tiene los medios para detenerla a esta distancia. Necesitamos un escuadrón.”
La proyección de Yaroslava pareció inclinarse hacia adelante, con su mirada aún más intensa.
“Rorita, ¿crees que no lo habría hecho ya si tuviéramos un escuadrón disponible?” Preguntó. “Hemos lanzado todo lo que tenemos hacia el asalto. Las flotas están al límite.”
Un breve silencio se instaló en el puente mientras Aurora analizaba las palabras. Entonces Yaroslava continuó, con un destello de ironía en su voz:
“Bueno, tenemos a alguien. Un novato, entre comillas.”
Aurora ladeó su rostro, incrédula.
“¿‘Novato’?”
“Sí, un piloto recién degradado. Lo bajamos de rango después de… Bueno, digamos que tiene una tendencia a ignorar órdenes directas y una propensión alarmante a los riesgos innecesarios. Pero,” añadió, levantando un dedo para subrayar su punto, “si lo que necesitamos es alguien lo suficientemente loco como para intentar lo imposible y volar sólo, entonces es nuestra mejor opción.”
Aurora asintió, sus luces fueron volviéndose un tono más intenso mientras procesaba la información.
“¿Quién es?”
“Epsilon-54-Delta,” respondió con una mezcla de seriedad y algo que podría interpretarse como resignación. “Se le asignará un Cylha. Si alguien puede acercarse lo suficiente al Horeva, es él.”
Yaroslava alzó la barbilla, concluyendo con firmeza: “Esto ya no es asunto tuyo, Rorita. Me encargaré personalmente de esto. Mantente al tanto, pero no interfieras.”
Sin más, su figura se desvaneció de la proyección, dejando solo un tenue rastro de luz que se disipó en segundos.
El puente de mando del crucero de Yaroslava era una fortaleza flotante iluminada por paneles holográficos que proyectaban mapas estelares, registros de combate y esquemas tácticos. La Suprema General Yaroslava dominaba la escena, no solo por su presencia, su torso se alzaba con un diseño robusto, sus brazos, largos y musculosos, eran adornados con relieves que simulaban líneas de fuerza, y sus manos terminaban en dedos con garras sutiles, capaces tanto de manejar armas como de operar con precisión terminales táctiles.
Debajo de su torso comenzaba un cuerpo serpentiforme, una extensión de placas segmentadas y mecanismos flexibles que se deslizaban con una gracia inesperada para su tamaño.
Ella, desde el centro de su plataforma de mando, extendió un brazo hacia un proyector, invocando la figura del Capitán de Estratos, un Omniroide más pequeño, especializado en estrategia orbital.
“Capitán, prepara la designación de combate para Epsilon-54-Delta.”
El Capitán asintió de inmediato.
“¿Confirmamos la asignación? Es una misión de alta prioridad y... 54-Delta no está catalogado como piloto apto para despliegues críticos.”
Yaroslava clavó su mirada en él, la intensidad de sus ojos era casi palpable.
“No es una petición, Capitán. Es una orden. Epsilon-54-Delta es el único recurso que tenemos, y esta misión no admite alternativas… Es solo interceptar a una nave de cargamento.”
El Capitán inclinó la cabeza en un gesto de sumisión antes de desvanecerse de la proyección. Yaroslava, sin perder un segundo, giró hacia sus Oficiales de Mando Aéreo, cada uno posicionado en sus estaciones alrededor del puente.
“Preparen un Cylha. Sistema completo: blindaje máximo, munición de proyectiles de plasma y armamento láser totalmente cargado.”
“Sí, Suprema General,” respondieron al unísono.
Una de las oficiales levantó la voz mientras manipulaba un holograma. “El Cylha estará listo en cinco minutos, Suprema Comandante.”
Yaroslava emitió un sonido gutural que simulaba aprobación y luego hizo una pausa, recorriendo los rostros de su equipo con la mirada.
“¿Alguno de ustedes tiene dudas sobre la elección de este piloto?”
Un silencio llenó el puente. Nadie osó cuestionarla…
Con un movimiento fluido de su cola, se desplazó hacia el terminal de los Operadores de Sistemas de Armamento Aéreo.
“Quiero una conexión directa con el hangar. Que los operadores sigan cada protocolo para el despliegue de un Cylha. Asegúrense de que Epsilon esté plenamente informado del objetivo, pero no interfieran con sus decisiones.”
Uno de los operadores, un Omniroide de diseño compacto, se giró para responder: “Confirmado, Suprema General. ¿Alguna instrucción adicional?”
Yaroslava cruzó los brazos. “Dile a Epsilon que esta misión no es para redimir sus errores. Es para demostrar que aún puede servir a algo más grande que él mismo.”
La sala quedó en silencio otra vez después de sus palabras…
La habitación de Epsilon-54-Delta era un espacio austero, hecho para el estándar de los soldados rasos de la flota.
Las paredes grises, con líneas de luz celeste integradas en los bordes de los paneles, parpadeaban, un defecto recurrente que nunca se arreglaba en las secciones menos importantes de este crucero, un Latur's Nightmare Variante B: Heraldo del Olvido.
Había una pequeña “cama” anclada al suelo, era en realidad un terminal de datos incrustado en la pared, una cápsula de descanso era el equivalente a una cama para ellos, eso, junto a un escritorio, una silla, y un contenedor de almacenamiento eran sus únicos lujos.
Estaba sentado en la esquina de la silla, con sus dedos tamborileando contra su muslo mientras revisaba un viejo esquema de vuelo proyectado frente a él. Analizaba las rutas preprogramadas de combate, aunque su mente vagaba más allá de los datos.
Pensamientos caóticos llenaban su mente. No había sido su día, ni su semana, ni su año. Cada misión reciente terminaba con informes llenos de notas: "Decisiones impulsivas," "exceso de iniciativa sin consulta táctica," "incapacidad para ajustarse al protocolo." La evaluación de su desempeño lo relegó a tareas secundarias, entrenamientos interminables y un puesto sin gloria entre los marginados de la flota.
Mientras repasaba en su mente el último desastre, un simulacro donde casi destruyó un transporte aliado al confundirlo con un objetivo, su rutina se interrumpió. Un enlace de la Red Nexo se conectó a su cabeza, eran órdenes.
“Epsilon-54-Delta. Reportarse de inmediato a la bahía principal. La Gran Suprema Yaroslava lo espera... Es para demostrar que usted aún puede servir a algo más grande.”
Epsilon quedó inmóvil por un instante. Luego, el pánico se apoderó de él como una chispa que saltaba y encendía un incendio.
“¿La Gran Suprema?” Repitió en voz baja, como si decirlo en voz alta lo hiciera menos real. Sus ópticas recorrieron frenéticamente la habitación, como buscando una razón para la inesperada orden.
“¿Qué querría la Gran Suprema conmigo?” Esa pregunta resonaba una y otra vez en su mente. Suponiendo lo peor, comenzó a enumerar sus errores en voz baja, cada uno con un peso que parecía aumentar la presión en su pecho.
“El simulacro... No puede ser por eso. ¿O sí? ¿Y qué tal lo del informe tardío? ¿Y lo del accidente en la bahía secundaria? Tal vez... tal vez encontraron los registros de cuando ajusté los sistemas del simulador sin permiso…”
La voz de la orden seguía vibrando en su mente, pero no podía concentrarse en el mensaje. Estaba demasiado ocupado ahogándose en su propia inseguridad, se puso de pie con movimientos torpes, las articulaciones de su cuerpo emitieron ligeros chasquidos mientras se enderezaba.
“Bueno, no voy a quedarme aquí esperando a que envíen un equipo a buscarme, el último fortachón no fue nada amable...”
Salió de la habitación apresuradamente, girando hacia el pasillo principal. Los corredores del crucero eran amplios, lo suficientemente grandes para acomodar el tráfico constante de Omniroides y maquinaria. Las luces intermitentes iluminaban las líneas en el suelo, marcando las rutas hacia diferentes sectores. A pesar de la familiaridad del entorno, Epsilon no podía dejar de sentirse insignificante. Las puertas selladas de las salas parecían observarlo, y el eco de sus pasos reverberaba demasiado alto para su gusto.
Al pasar por una ventana panorámica, la vastedad del espacio lo distrajo brevemente. El brillo distante de una nebulosa iluminaba los cañones de plasma hipercargado montados en el casco del crucero. Epsilon sacudió la cabeza, tratando de volver al presente, pero sus pensamientos seguían dispersos.
En uno de los ascensores, mientras ascendía hacia la bahía, compartió el espacio con un par de técnicos que revisaban los planos de un dron de combate. No intercambiaron palabras, aunque Epsilon sintió el peso de sus miradas inquisitivas. Ellos sabían que no pertenecía allí. Lo sabían todos.
Cuando finalmente las puertas del ascensor se abrieron, los últimos pasos hacia la bahía se sintieron como cruzar un umbral de juicio. La bahía principal era un espectáculo: un espacio cavernoso donde decenas de cazas estaban alineados, cada uno brillando bajo las luces blancas que caían desde el techo alto. Equipos de operadores trabajaban ajustando sistemas, y verificando protocolos.
Epsilon se detuvo en la entrada, al fondo, Yaroslava, la Gran Suprema, esperaba con su figura monumental y una presencia que parecía absorber toda la energía de la sala. Epsilon tragó saliva, un gesto inútil para alguien sin tráquea, y dio un paso hacia adelante, esforzándose por mantener una postura impecable. Al llegar a la distancia reglamentaria, realizó el saludo militar Omniroide: levantando su brazo derecho, cerrando el puño, y usando sus ópticas para proyectar su Registro de Identidad Universal.
“Epsilon-54-Delta, piloto asignado al escuadrón externo de combate, reportándose, Gran Suprema Yaroslava.” Su voz resonó con claridad, alta y definida desde sus altavoces. Quería asegurarse de que esta vez no habría margen para interpretaciones de inseguridad o duda.
Mientras hablaba, no pudo evitar levantar la mirada hacia Yaroslava, y por un instante, su procesador se perdió en la magnitud de su superiora. La Gran Suprema era un espectáculo intimidante. Aunque Epsilon medía dos metros exactos, como todos los modelos estándar Nanoguard MK-XI, Yaroslava lo empequeñecía con facilidad.
“¿Tres metros? ¿Cuatro?”
No dejaba de ver el torso de Yaroslava, pero lo que realmente cautivó a Epsilon fue lo que se extendía más allá de su torso: un cuerpo serpentiforme. “¿Cuánto medirá si se extiende por completo? ¿Diez metros? ¿doce?” Se la imaginó en un combate, desplegándose como una fuerza imparable, aplastando enemigos y dominando.
Este análisis fugaz pasó por su mente en milisegundos, disipándose cuando Yaroslava inclinó la cabeza hacia él y comenzó a hablar.
“Epsilon-54-Delta. Se te ha asignado una misión crítica. Un Horeva Lander se dirige a Horevia. Según nuestros datos, esta nave transporta algo crucial para las operaciones del DCIN.”
Epsilon se enderezó aún más, procesando cada palabra mientras Yaroslava continuaba:
“El Lander está protegido por múltiples Anclas Biorracionales, lo que significa que nuestros misiles guiados serán inútiles, pero las medidas contra intrusiones eléctricas del Cylha son lo suficientemente fuertes como para que las Anclas no puedan derribarte... Tú, piloto, serás nuestra única oportunidad para interceptar esta nave antes de que alcance su destino.”
Epsilon sintió cómo su núcleo central se aceleraba. La responsabilidad de una misión tan importante ahora recaía sobre él. “¿Por qué yo?” pensó brevemente, pero desechó la idea de inmediato, temiendo que cualquier muestra de inseguridad pudiera ser percibida por la Gran Suprema.
“Tu objetivo es claro: destruir el Horeva Lander.”
La voz de Yaroslava se endureció aún más, si es que eso era siquiera posible, mientras “daba un paso” hacia él, reduciendo la distancia con una intimidante cercanía.
“Fracasar no es una opción, piloto. La flota depende de ti. Horevia depende de ti. Si permites que esa nave llegue a su destino, las consecuencias serán catastróficas.”
Epsilon asintió rápidamente, tratando de disipar cualquier indicio de duda de su mente.
“Entendido, Gran Suprema. No fallaré.”
Yaroslava lo observó durante unos segundos más, luego, se apartó ligeramente y gesticuló hacia una de las puertas laterales de la bahía.
“Tu Caza está listo en el cubículo 52. Reporta a los técnicos y prepárate para el lanzamiento inmediato.”
Sin esperar una respuesta, Yaroslava se dio la vuelta y se retiró. Epsilon tragó saliva nuevamente, un gesto sin sentido en su condición, y se dirigió hacia el cubículo 52.
El Cylha se alzaba como una bestia dormida, una aeronave de envergadura extendida y estructura estilizada, cada línea de su diseño parecía gritar agresión y dominio. El esquema de colores oscilaba entre tonos oscuros y metálicos, con detalles en rojo y blanco que delineaban secciones críticas de su fuselaje. Las alas, extendidas y robustas, albergaban múltiples puntos duros cargados con misiles, cuatro en total. La nariz del caza albergaba los cañones láser, sus conductos estaban listos para descargar energía de alta precisión.
Epsilon se acercó, deteniéndose un momento para observar. El modelo de los Cylha, aunque diseñado originalmente por la DCIN, había sido modificado por las mentes Omniroides, optimizándolo para una potencia y maniobrabilidad que superaban incluso a los estándares de sus creadores. A pesar de su tamaño y peso, era una máquina que podía moverse como una extensión de su piloto, siempre y cuando el piloto estuviera a la altura.
“Aquí estamos, tú y yo. Vamos a darles una lección, ¿verdad?”
Sin esperar respuesta, activó los sensores táctiles del fuselaje y accedió a la cabina, que se abrió con un susurro. Subió con movimientos metódicos, y una vez dentro se dejó caer en el asiento del piloto, una estructura ajustable que se moldeó automáticamente a su cuerpo para maximizar la comodidad y el control.
Activó el panel principal, deslizando sus dedos por una serie de botones iluminados que se encendían con tonos azules y verdes. Los sistemas de la nave respondieron con una serie de zumbidos y chirridos electrónicos mientras se encendían las pantallas digitales a su alrededor.
“Sistema de energía: activado. Controles: sincronizados. Estabilizadores internos: alineados.” Leyó en voz alta.
Sus dedos encontraron una palanca a la derecha del asiento, la cual empujó hacia adelante para iniciar la calibración de los motores. Una vibración profunda recorrió la nave mientras los reactores se encendían, iluminando la parte trasera del caza con un resplandor anaranjado, y pronto azulado.
“Armamento: listo. Láseres: nivel óptimo. Misiles aire-aire y aire-superficie: asegurados. Sistema de plasma: cargado y en espera.” Volvió a leer en su mente.
Epsilon siguió el protocolo al pie de la letra, revisando cada uno de los sistemas de navegación. Una voz fría y familiar resonó de repente en su mente, entrando a conexión directa:
“Epsilon-54-Delta, aquí Yaroslava. Estoy cargando las coordenadas del Horeva Lander. ¿Estás listo?”
“Sí, Gran Suprema. Todos los sistemas listos y en espera.”
Un silencio siguió, durante el cual Epsilon sintió una breve ráfaga de datos que confirmaban la transmisión de las coordenadas. Un mapa holográfico se desplegó frente a él, mostrando el espacio circundante y el punto de destino.
El aire fue evacuado del recinto.
Justo entonces, un estruendo llenó el hangar mientras la masiva compuerta lateral izquierda comenzaba a abrirse.
El Cylha permanecía inmóvil, sostenido por un sello magnético que lo anclaba al suelo. Epsilon exhaló digitalmente, activando los protocolos de lanzamiento. Con un leve movimiento, desactivó el sello magnético y escuchó el clic de las anclas liberándose.
“Motores principales: en ignición.”
Giró una rueda en el panel izquierdo, aumentando la potencia de los reactores. El zumbido se transformó en un grito, listo para liberar la nave al vacío.
Epsilon ajustó los controles, tomando el mando con una confianza que no había sentido en meses.
“Vamos allá.”
Con un empuje, aceleró los motores y el Cylha abandonó el crucero. El caza se lanzó hacia el abismo estrellado, dejando atrás el Latur's Nightmare y dirigiéndose hacia el Horeva Lander.
El espacio era un caos absoluto. Epsilon apenas tuvo tiempo de procesarlo todo antes de que la realidad de la batalla lo envolviera por completo. Los colores estallaban en ráfagas violentas a su alrededor: plasma azulado rasgando el vacío, rayos láser rojizos que cruzaban como cuchillas ardientes, el morado de los neutrones, el azul, rojo y verde conjunto de los rayos de iones, junto a misiles con estelas brillantes que serpenteban buscando sus objetivos.
El horizonte estelar, una vez majestuoso y nigérrimo, estaba ahora plagado de destellos que marcaban explosiones en masa. Cruceros intercambiaban fuego a lo lejos y a lo cerca, algunos siendo desgarrados hasta que sus entrañas metálicas se esparcían como polvo de estrellas.
Un crucero enemigo estalló en la distancia, su onda expansiva iluminó momentáneamente su cabina antes de extinguirse en cuestión de milisegundos.
La voz de Yaroslava atravesó su mente otra vez, calmada y directa como siempre.
“Epsilon, el Latur’s Nightmare y otros cruceros aliados pueden mantener la cobertura por ahora. Pero una vez que te acerques al Horeva, estarás fuera de nuestro rango efectivo. Estarás solo.”
“Entendido, Gran Suprema.”
En su interfaz holográfica, el Horeva Lander apareció como un marcador rojo que lentamente se acercaba, aún a minutos de distancia. Un contador indicaba poco más de doce minutos para llegar a Horevia. Epsilon sabía que debía reducir esa brecha.
"Un paso a la vez." Murmuró, su voz apenas era audible dentro de la cabina.
Un grupo de cazas Cylha enemigos apareció en el radar, maniobrando para interceptarlo. Pero antes de que pudieran fijar blancos, ráfagas de plasma provenientes de los cruceros aliados los destruyeron en una lluvia de fuego. Agradeció en silencio la cobertura mientras seguía su camino, moviéndose entre el torrente de disparos que cruzaban en todas direcciones.
"Derecha… ahora izquierda." Susurró mientras giraba la palanca de mando. El Cylha respondió como una extensión de su propio cuerpo, inclinándose y girando con gracia para esquivar un láser perdido que pasó peligrosamente cerca del fuselaje.
Otro disparo errante, esta vez un misil aire-aire. Epsilon activó los contramedidas sin dudar, liberando un destello que hizo que el misil explotara antes de alcanzarlo.
"Vamos, vamos… focus. Es sólo el vacío. Tú y yo, Cylha."
El sudor, aunque superfluo para un Omniroide, parecía correr imaginariamente por su mente digital. El vacío podía parecer frío, pero la presión que sentía era un horno encendido dentro de él. Las luces parpadeaban en su tablero mientras monitoreaba constantemente los sistemas del caza: velocidad, integridad estructural, y armamento disponible.
A través del vidrio de su cabina, vio a un caza enemigo girar rápidamente hacia él, pero un disparo láser aliado lo desintegró antes de que pudiera abrir fuego. La distancia al Horeva Lander se acortaba, pero no lo suficiente.
Epsilon apretó los dientes, digitalmente.
"Demasiado lento… ¡Más rápido!"
Empujó el acelerador aún más allá del límite, redirigiendo la energía de los sistemas secundarios a los motores. La nave vibró con mayor fuerza bajo la presión, pero respondió como una fiera liberada, aumentando la velocidad de forma drástica. La resistencia del vacío lo empujaba hacia atrás, pero Epsilon se mantuvo firme.
Un disparo de plasma cruzó justo frente a él. Epsilon lo esquivó con una maniobra en espiral, sintiendo el zumbido del calor al pasar cerca.
"Eso estuvo cerca."
La imagen del Horeva comenzó a definirse con mayor nitidez en la interfaz. A pesar de la distancia, su contorno se volvía reconocible: un diseño aerodinámico y robusto, cubierto de blindaje pesado.
La voz de Yaroslava volvió a interrumpir su concentración.
“Epsilon, ¿estado?”
“En camino, Gran Suprema. Estoy dentro del corredor de aproximación.”
“Mantente firme. Lo tienes.”
Epsilon asintió, sus pensamientos estaban enfocados en el Horeva y nada más. El resto del campo de batalla era distante en su mente.
"Uno con la nave… uno con la misión." dijo, como si esas palabras fueran un mantra.
En ese momento, las compuertas laterales de un crucero enemigo se abrieron, desplegando una nueva oleada de cazas. Pero los cruceros aliados inmediatamente respondieron, enviando andanadas de plasma que cubrieron sus flancos.
Entonces el Horeva Lander apareció completamente en el visor de la interfaz de Epsilon, una masa de metal blindado avanzando hacia Horevia. El sistema de armas del Cylha emitió un pitido agudo al fijar el objetivo, y Epsilon sintió cómo su núcleo se aceleraba, cada fibra de su mente estaba conectada al momento. Sus dedos se cerraron sobre los controles, y un disparo de los cañones láser delanteros salió directo hacia el transporte enemigo.
El Horeva reaccionó de inmediato, sus motores laterales se encendieron con mayor fuerza para maniobrar y evitar el impacto directo. Sin embargo, una ráfaga de los disparos rozaron su costado, dejando un rastro negro de quemaduras sobre el ya ennegrecido blindaje.
El Horeva giró bruscamente, acelerando y bajando su altitud. Epsilon lo siguió con maniobras precisas, pero la enormidad del objetivo y su pesada defensa lo frustraban irremediablemente. Disparó otro cañón láser, esta vez alineando el objetivo al núcleo trasero del Lander, pero el ángulo de ataque resultó subóptimo, y los disparos se disiparon en la capa externa de blindaje, apenas marcando su superficie.
"No escaparás…" Murmuró, activando el sistema de misiles, sabía que a esa distancia las Anclas no podrían detener el misil a tiempo.
Un misil se desplegó desde la ala derecha del Cylha, y Epsilon fijó cuidadosamente la trayectoria, esperando el momento preciso. Finalmente, lo soltó. El misil dejó una estela brillante al atravesar el vacío, y aunque el Horeva intentó girar para esquivarlo, el impacto fue directo, estrellándose contra uno de los motores traseros, arrojando fragmentos al vacío.
Pero el Horeva continuó. El blindaje había resistido, y aunque el daño era visible, el transporte no estaba ni cerca de caer.
"Esto es ridículo… ¿Qué clase de demonio diseñó esto?"
Antes de que pudiera disparar de nuevo, la voz de Yaroslava interrumpió, cortante y autoritaria:
"Epsilon, cuidado. Una aeronave enemiga se acerca. Modelo Rythmap, posiblemente la escolta recién asignada. Prepárate para maniobras evasivas."
En ese mismo instante, la Cylha tembló violentamente, sacudida por una ráfaga de disparos. Los indicadores de la interfaz parpadearon en rojo, señalando leves daños en el ala izquierda. Epsilon giró la cabeza, y ahí estaba: el Rythmap, una forma elegante con líneas curvas y tonos oscuros que reflejaban destellos del combate circundante. Sus ametralladoras láser y lanzadores de misiles estaban ya en posición de ataque.
"¡Ah, genial! Como si no tuviera suficiente."
Reaccionó de inmediato, tirando con fuerza de los controles, ejecutando una maniobra brusca hacia arriba, buscando escapar de la trayectoria mortal del Rythmap. Los láseres enemigos rasgaron el vacío, pasando a escasos metros por debajo de su nave. Sin perder un segundo, viró hacia la derecha y luego realizó una espiral descendente, calculando la mejor posición estratégica para enfrentar al nuevo adversario. El Rythmap no se quedó atrás, adaptándose con una agilidad sobrenatural, manteniéndose casi pegado al Cylha. Disparó otra ráfaga de láser, y aunque Epsilon logró evadirla por un margen exiguo, los sensores de su nave ya indicaban impactos menores en el fuselaje.
Maniobraba con destreza, llevando el Cylha al límite de sus capacidades, girando bruscamente entre restos de otras naves y esquivando disparos como si fuera una extensión natural de su nave.
"Vamos… sólo un disparo limpio."
Apretó los controles y disparó una ráfaga de los cañones láser hacia el Rythmap, pero el enemigo era igual de hábil. La nave giró sobre sí misma, evitando los disparos y colocándose nuevamente detrás de él. Un pitido agudo sonó en la cabina: misil enemigo fijado.
Activó las contramedidas rápidamente, liberando destellos y señuelos que hicieron que el misil explotara prematuramente. Pero el impacto cercano hizo que la nave temblara de nuevo, los indicadores de integridad estructural mostraban una pérdida del 7% en el ala izquierda.
Los controles del Cylha respondían a cada uno de sus movimientos con una precisión implacable. Mientras esquivaba una nueva ráfaga de disparos láser del Rythmap, un misil apareció nuevamente en su radar, casi al mismo tiempo. Se lanzó a la izquierda, con un giro brusco hacia la derecha para evitar el misil. Pero el misil pasó justo detrás de él y explotó con una onda de choque que sacudió violentamente la nave.
"¡Maldita sea!" Gritó, mientras la cabina temblaba con la sacudida. El sistema de integridad estructural parpadeó en rojo. El daño era grave. Estaban al 40%, y el fuselaje estaba marcado con graves fisuras que comenzaban a comprometer la estabilidad de los sistemas internos.
En un parpadeo, una solución se le ocurrió.
El Rythmap era rápido, extremadamente maniobrable, eso mismo lo convertía en un objetivo difícil. Si el enemigo estaba tan centrado en su agilidad, entonces podría usar esa misma rapidez contra él. Una nave tan ágil que hacía giros imposibles no era adecuada para seguir al Cylha en un combate largo y sostenido. Podía usar su velocidad a su favor.
“Perfecto,” pensó, mientras su mente empezaba a ajustar los controles de forma precisa.
Alineó el Cylha con una trayectoria de evasión errática, pero en lugar de huir, hizo que la nave cambiara de dirección de forma drástica, provocando que el Rythmap lo siguiera de cerca, moviéndose a una velocidad excesiva.
Cuando el Rythmap entró en una curva cerrada demasiado pronunciada, aprovechó la oportunidad. Calculó la trayectoria de los misiles de manera precisa, calculando la trayectoria del enemigo y usando la velocidad para su ventaja.
Frenó, el Rythmap lo adelantó como tenía previsto, entonces el Cylha disparó un misil hacia el centro de la nave enemiga. La explosión fue totalmente precisa, impactando justo en el núcleo de los propulsores del Rythmap, causando una gran explosión breve que dejó a la nave enemiga inestable y dañada. La nave enemiga comenzó a perder el control, realizando un giro descontrolado por el vacío.
El Rythmap ahora no era más que un fragmento flotante, y Epsilon continuó maniobrando en dirección a su objetivo.
Pero no había tiempo para celebraciones.
Revisó los sistemas rápidamente. Los sensores de la interfaz mostraban algo importante: el Horeva ya estaba entrando en la atmósfera de Horevia. El Cylha se encontraba aún a una distancia considerable, pero la atmósfera de Horevia se estaba acercando a gran velocidad.
“¡Mierda!” Gritó, sin voz, más como un simple dato mental. Sabía lo que eso significaba. Si el Horeva tocaba tierra antes de que él lo detuviera, la misión fracasaría.
Sin perder ni un segundo, presionó los botones y giró la rueda del panel para aumentar la velocidad del Cylha al máximo. Las turbinas gemelas rugieron con una energía bestial mientras la nave se lanzaba hacia adelante, atravesando el vacío del espacio hacia la atmósfera turbulenta de Horevia.
El aire alrededor del Cylha comenzó a comprimirse una vez empezó a entrar a Horevia, y los sistemas de temperatura comenzaron a elevarse de forma alarmante, pero no había tiempo para detenerse. No sentía la presión, no sentía el calor, no sudaba, no respiraba.
El panorama tras la cúpula de la cabina mostraba un océano de nubes y fuego en la distancia.
El Cylha atravesó la capa superior de la atmósfera, la exosfera, con la velocidad suficiente para mantener la estabilidad de la nave a pesar de la fricción. A través de los visores, el mundo que se abría ante él era un espectáculo.
El viento cósmico que se encontraba en la exosfera hacía el primer contacto abrasador, desgarrando el exterior del Cylha en una colisión de velocidad y aire. De pronto, atravesó la termosfera, donde las temperaturas aumentaban, y la nave, moviéndose a la velocidad del sonido, se veía rodeada por un halo de calor naranja, como si estuviera sumida en un horno gigantesco. A esa altitud, el aire era cada vez más denso, y la fricción con las moléculas del espacio parecía querer desintegrar la nave. Las ondas de choque generadas por la caída en picada creaban turbulencias que sacudían el Cylha, pero Epsilon se mantenía impasible.
La atmósfera de Horeva era una capa opaca y vibrante que distorsionaba el horizonte. La ionosfera, llena de partículas cargadas, era un campo de energía flotante, y la nave atravesaba sus estratos inferiores, donde el aire se hacía más espeso y las turbulencias más intensas. Con una destreza impecable, tiró del control principal hacia atrás con una maniobra precisa, desafiando la fuerza de la atmósfera para enderezar el Cylha y estabilizar la trayectoria.
El borde de la estratósfera se encontraba ahora justo delante, entrando a la troposfera, y más abajo, el Horeva estaba justo delante, a tan solo unas cuantas decenas de metros, envuelto en una brillante capa de energía celeste que ondulaba con cada movimiento.
"Un escudo de energía… Perfecto, más trabajo."
Disparar misiles sería ineficiente, el Horeva los esquivaba fácilmente, era más efectivo lanzar andadas continuas de disparos láser.
Activó los cañones láser, alineando cuidadosamente la mira con el centro de la nave enemiga. Con un movimiento rápido, presionó el gatillo, enviando un torrente de disparos que impactaron directamente contra el escudo del Horeva, haciéndolo brillar intensamente.
"No puedes esconderte detrás de eso para siempre." Pensó mientras cambiaba a la ametralladora de plasma montada en la parte baja del Cylha, disparando ambas armas para maximizar el desgaste del escudo.
El Horeva maniobraba entre los edificios colosales de la metrópolis de Horevia, cuyas torres oscuras y angulosas estaban parcialmente derruidas o envueltas en llamas. Epsilon lo siguió, ajustando constantemente los controles de la nave para esquivar los escombros y las explosiones.
"¡Vamos, baja de una vez!" Gruñó mientras sus dedos movían las palancas y botones, ajustando los sistemas de enfriamiento de las armas para evitar un sobrecalentamiento.
El Horeva, a pesar de su tamaño y peso, giraba con sorprendente agilidad entre los rascacielos, rozando algunas estructuras que colapsaban tras su paso.
Epsilon apretaba los dientes, o al menos lo hubiera hecho si tuviese. Cada disparo iba desgastando el escudo del Horeva. Lo que al principio era una barrera de energía celeste vibrante y sólida, comenzó a desvanecerse, oscureciéndose poco a poco hacia un rojo tenue. Los indicadores en la interfaz confirmaban el daño progresivo.
"Casi… ahí…" Murmuró mientras un panel parpadeaba, advirtiéndole sobre fluctuaciones de energía en sus sistemas.
Sin embargo, ignoró el aviso.
El Horeva intentaba perderlo girando bruscamente entre dos torres desmoronadas, Epsilon movió el control a la izquierda y ajustó la potencia de los motores secundarios, permitiéndole un giro más cerrado. El Cylha apenas evitó un choque con un puente derruido, pasando a centímetros de la estructura antes de recuperar posición directa detrás del Horeva.
El escudo del Horeva ahora brillaba con un rojo intenso, señales de sobrecarga eléctrica empezaban a aparecer en su superficie. Una explosión interna del campo de energía lanzó chispas hacia el aire. Sabía que estaba cerca de romperlo. Pero el enemigo seguía moviéndose, y Epsilon maniobraba su nave con precisión, esquivando disparos de plasma que salían de los sistemas defensivos del Horeva. Las torres de la ciudad estaban cada vez más cerca, y el margen de maniobra se reducía.
"Un poco más. Sólo un poco más…"
La conexión digital con Yaroslava se reactivó abruptamente, una presencia que llenó la mente de Epsilon como una ráfaga de datos comprimidos.
"Epsilon, se está acabando el tiempo. Un escuadrón de cazadores Cylha está en camino a tu posición. Junto a que cerca hay un punto de reunión de la DCIN; el Horeva está a punto de completar su misión. Debes destruirlo ahora."
"Ya lo tengo, Gran Suprema. Su escudo está destruido."
"Que así sea. Hazlo rápido."
En ese instante, los indicadores de la interfaz confirmaron lo inevitable: el escudo del Horeva Lander había colapsado. Las partículas energéticas que lo habían mantenido intacto hasta ahora se disiparon en un estallido de luz y fragmentos de energía que chisporrotearon en el aire. Epsilon vio su oportunidad y no la desperdició.
Los misiles ahora eran viables, y completamente efectivos.
"Es hora de terminar esto."
Movió una palanca hacia adelante, activando el sistema de armamento principal. Un panel holográfico parpadeó con un sonido agudo, mostrando el despliegue de misiles. Con un gesto rápido, presionó una secuencia de botones para liberar los seguros de uno de los misiles.
"Sistema de misiles: habilitado. Coordenadas: fijadas. Confirmando objetivo…" Dijo el sistema.
Con un movimiento fluido, ajustó los propulsores laterales para mantenerse en línea con el Horeva, ahora vulnerable y a menos de veinte metros de distancia.
Quitó la cúpula de plástico transparente que cubría el botón de accionamiento, y lo presionó.
El misil salió disparado, Epsilon lo siguió con la mirada. Un segundo después, el proyectil alcanzó su objetivo con una explosión que iluminó brevemente un fragmento de la metrópolis en llamas. Los dos propulsores traseros del Horeva estallaron en pedazos, enviando fragmentos de metal incandescente volando en todas direcciones.
La nave comenzó a girar descontroladamente, incapaz de mantener la estabilidad. Epsilon observó cómo el Horeva luchaba por recuperar el equilibrio, pero era inútil. Sus sistemas estaban fallando, y la gravedad lo arrastraba hacia un edificio a toda velocidad.
"El Horeva Lander ha sido eliminado…" Reportó Epsilon.
La colisión fue inevitable. El Horeva chocó contra una de las torres en ruinas, causando una explosión masiva que iluminó el cielo y envió una onda expansiva a través de la ciudad. Epsilon, maniobrando con rapidez, inclinó el Cylha hacia un lado para evitar el alcance de los escombros.
La voz de Yaroslava volvió, dura, pero con un matiz de aprobación.
"Buen trabajo, soldado. Regresa antes de que lleguen los cazadores. Esto aún no termina."
Epsilon asintió, sin dejar de mover los controles de la nave para estabilizarla tras las maniobras extremas. Su misión había sido un éxito, pero las palabras de Yaroslava le recordaron que no había margen para la complacencia.
Aún había mucho por hacer…
Guió al Cylha hacia la bahía de aterrizaje del crucero, sus sensores ajustaron la trayectoria al milímetro. La compuerta lateral izquierda del crucero comenzó a expandir un campo guía de luces para marcar el camino de regreso.
El Cylha cruzó el umbral del hangar, sus propulsores emitieron un silbido agudo mientras Epsilon activaba los sistemas de aterrizaje automático.
Las compuertas del crucero comenzaron a cerrarse, emitiendo un sonido profundo que reverberó en todo el espacio. Cuando el aire comenzó a regresar al hangar, la presión atmosférica se igualó y una tenue neblina de vapor se disipó en el ambiente.
Extendió las patas de aterrizaje del Cylha, posicionándolo sobre la plataforma magnética. Sus manos recorrieron rápidamente los controles, activando el sello magnético que aseguraba la nave en su posición. Las luces de la interfaz comenzaron a apagarse en cascada mientras los motores descendían hasta quedar en silencio.
Se levantó de su asiento mientras sus ópticas escaneaban los indicadores de daño de la nave y abrían la cúpula. Al bajar del Cylha, un chorro de aire comprimido marcó el descenso de su cuerpo hacia el suelo del hangar. Allí se giró y observó los daños del Cylha: marcas de plasma, impactos de láseres y zonas carbonizadas, pero la estructura había aguantado. Había sobrevivido.
Antes de poder procesar más, un ruido metálico llamó su atención. Giró su cabeza y vio a Yaroslava serpenteando hacia él con un ritmo solemne. Junto a ella caminaban dos oficiales de alto rango, cuyas placas identificativas Epsilon reconoció inmediatamente: Oficial Bochkov y Oficial Skorokhodov, ambos conocidos por su excelencia en combate y táctica.
Cuando estuvieron frente a él, Yaroslava fue la primera en hablar.
"Epsilon, misión cumplida. El Horeva ha sido neutralizado. El tiempo era crítico, y has demostrado que eres un soldado digno de la República."
Los dos oficiales lo miraron y realizaron un saludo militar impecable, sus brazos derechos se elevaron en perfecta sincronización. Epsilon, sin dudar, replicó el saludo, reconociéndolos a ambos por nombre.
"Oficial Bochkov. Oficial Skorokhodov. Un honor ser reconocido por ustedes."
Bochkov asintió, con su tono relajado pero sincero: "Tu habilidad con el Cylha no pasó desapercibida. Has hecho un trabajo excepcional."
Skorokhodov añadió: "Hemos perdido muchos pilotos en estas misiones. Eres una excepción, y eso merece respeto."
Finalmente, Yaroslava extendió su brazo izquierdo hacia Epsilon, portando un objeto enroscado en un pequeño soporte metálico. Epsilon lo tomó con cuidado, notando su peso y diseño intrincado. Era una insignia de grado personalizable, de aleación negra y cromo, que contenía el símbolo de una estrella magenta fracturada, la marca que simbolizaba a los pilotos que habían completado misiones críticas en territorio hostil, y sobrevivieron.
"Esto," dijo Yaroslava, "es el emblema de los Depredadores del Vacío. Pocos lo tienen. Ahora, es tuyo. Que todos lo vean y sepan lo que hiciste."
Epsilon inclinó su cabeza en señal de agradecimiento, colocando la insignia en su pecho.
"Gran Suprema, oficiales, es un honor. No decepcionaré esta confianza."
Yaroslava asintió.
"Eso espero, soldado. Tu lucha no ha terminado. Prepárate; habrá más misiones que requieran esa precisión y determinación que has demostrado hoy."
Con esas palabras, Yaroslava y los oficiales se alejaron, dejando a Epsilon Había demostrado que era más: era un soldado...
37:22
El cielo, umbrío y plomizo, estaba cubierto de nubes densas que prometían una tormenta inminente. La lluvia irrumpió con vigor desbordante, transmutando el terreno en un lodazal viscoso que dificultaba cada movimiento.
Las Orquídeas Blancas, célebres por su notable adaptabilidad y tenacidad inflexible, habían articulado una red intrincada de posiciones defensivas a lo largo y ancho de la ciudad. Aprovechaban las ruinas y los escombros dispersos como baluartes provisionales, erigiendo fortificaciones rudimentarias y trincheras que daban una protección parcial frente al implacable fuego enemigo. Sus francotiradores se apostaban en las alturas, explotando las estructuras devastadas para ejecutar ataques desde ángulos privilegiados contra los Omniroides. Estos últimos, en un acto de insubordinación simbólica, comenzaron a alzar banderas propias, impulsados por un fervor inexplicable; muchos ansiaban ondear sus estandartes con orgullo.
Los vehículos blindados de la DCIN, incluidos los colosos acorazados y los transportes de tropas, eran como constelaciones de acero, emitiendo un estruendo que sonaba como la colisión de estrellas moribundas. Los tanques se desplegaban en formaciones geométricamente precisas, emulando órbitas inquebrantables que trazaban un frente sólido contra los embates de los Omniroides. Sus cañones disparaban ráfagas de proyectiles explosivos y plasmas de impacto devastador.
Las transportadoras de tropas, blindadas y diseñadas para el combate urbano, avanzaban a través de las calles desbordadas, ofreciendo soporte directo a la infantería. Estas unidades estaban equipadas con ametralladoras y lanzamisiles, proporcionando fuego de supresión y cobertura mientras los soldados avanzaban. Mientras tanto, las unidades de artillería móvil, montadas en plataformas autopropulsadas, desataban un diluvio de obuses, bombardeando las concentraciones Omniroides con una precisión que evocaba meteoros dirigidos por voluntad cósmica.
A lo largo de la ciudad, las unidades de ingeniería de la DCIN trabajaban para colocar trampas explosivas y minas antipersonal en los caminos clave, creando un laberinto de peligro potencial para cualquier avance de los Omniroides.
Los drones de los Omniroides, con su capacidad para desplegar campos de energía y utilizar tácticas de asedio, respondían con ataques coordinados. Utilizaban sus poderosas armas de energía para contrarrestar el fuego enemigo y crear brechas en las defensas. Los drones voladores proporcionaban apoyo aéreo, lanzando explosivos guiados y realizando bombardeos de precisión para eliminar las posiciones de artillería MK-9 "Thundershot" de la DCIN.
El terreno de batalla, lleno de cráteres y escombros de edificios colapsados, se había transformado en un laberinto peligroso. Los charcos de agua y barro se mezclaban con los restos de tecnología y los escombros de la batalla, haciendo que el avance fuera arduo para ambas partes…
“Guía en la batalla, fuerza en la adversidad,
dame valor cuando el miedo intente enraizarse.
Que mis pasos sean firmes,
y mi objetivo, inquebrantable.
Por la unidad de los mundos,
por los inocentes que no pueden luchar,
mi sangre y sudor serán el precio de la paz.
Que mis hermanos y hermanas florezcan a mi lado,
y juntos sembremos justicia en las estrellas.
CIRU, lidera nuestro camino;
en tu estandarte encontramos propósito,
en tu misión, nuestra razón de ser.
Somos Orquídeas Blancas,
y en la guerra, seremos la paz."
Letanía de las Orquídeas Blancas, de El Código de la Unión Galáctica
37:45
Un resplandor cegador en el firmamento instó a Nexus a alzar la mirada, era lejano, a varios kilómetros, pero era tan grande que era fácil de ver. Tres vastos portales dimensionales se desgarraron en el cielo, exhalando una luminiscencia celeste y etérea De ellos, comenzaron a descender colosos metálicos.
"No puede ser..." murmuró Nexus, con una mezcla de asombro e incredulidad en su voz. "Titanes..."
Uno de ellos, el Titán Magnolia, un coloso de ciento cincuenta metros de altura, se desplomaba sobre el campo de batalla con la furia de una pesadilla materializada, arrasando todo a su paso. Su armadura, de un deslumbrante tono rubio lino, funcionando como un escudo impenetrable. Bajo la superficie inmaculadamente pulida de su exoesqueleto, se entrelazaban ingentes cables y conductos blindados, intrincados y repletos de energía, que se conectaban a sistemas de alimentación masiva, cuyo propósito era abastecer las pesadas armas que adornaban su corpulenta figura. La onda de choque que generó al aterrizar fue apoteósica, desatando una devastación indescriptible que se propagó con una fuerza imparable.
El impacto de los tres titanes sacudió la ciudad con tal intensidad que fracturó las arterias urbanas, desgarrando el pavimento en fragmentos minúsculos y masivos por igual, desintegrando el asfalto en nubes densas de polvo y escombros suspendidos en el aire. Los edificios circundantes temblaron desde sus cimientos, como si las entrañas mismas de la ciudad hubieran sido violadas.
Alrededor de cada titán, aproximadamente quinientos metros fueron arrasados por una destrucción total. La onda de choque principal se extendió entre dos y tres kilómetros, mientras que la cantidad masiva de escombros generó una tormenta que se propagó hasta casi cuatro kilómetros, cubriendo la ciudad con una capa aún más densa de polvo y fragmentos.
Algunos cedieron ante la abrumadora presión, desplomándose con furia incontrolable en una cascada de concreto desmoronado y metal retorcido. La potencia de la onda expansiva arrastró vehículos, lanzándolos por las calles con la ligereza de meros juguetes, estrellándolos contra las paredes de los rascacielos, cuyo vidrio resquebrajado cantaba su desdicha. Aquellos desafortunados que se hallaban a la proximidad inmediata fueron succionados por la violencia del impacto, sumidos en un vórtice de polvo y sombras, borrados de la realidad misma.
Nexus solo quedó estático. Observaba, con una concentración quirúrgica, el lejano estruendo de los edificios que se derrumbaban era acompasado por los desgarradores gritos de los civiles atrapados.
"¿Cuántas vidas...?" pensó. "Miles... decenas de miles... Sólo por el impacto inicial... Este sacrificio..."
El Sub General Arlos, se conectó con Nexus por vía de Red Nexo: "No creí que llegarían tan lejos... Señor, esto es una masacre."
"Lo hicieron, Arlos… Sacrificaron a sus propios civiles para proteger la Sede."
La Sub General Alira, que había estado coordinando las defensas, se unió a ellos, conectándose también: "¿Qué haremos ahora? ¿Señor?"
"Necesitamos reagruparnos y usar cada recurso disponible. Desplieguen las unidades de artillería móvil y los de infantería con sus lanzadores de granadas magnéticas. Pero con precisión, minimizando el daño colateral."
Harken también se conectó: "Si los Titanes continúan, Deemdore y los demás Países-Ciudad quedará en ruinas antes de que lleguemos…"
Nexus asintió. "Lo sé. Esta batalla ya no es solo por la victoria, sino por el futuro de Horevia. No podemos fallar… Espera. Arlos, ¿cómo lograron abrir los portales?"
Un silencio breve, pero denso, se instauró antes de que Arlos respondiera: "La DCIN lanzó un PEM al Satélite Satau encima de Deemdore. La intención era destruirlo, pero... no lo lograron. El satélite no fue destruido, pero el PEM desactivó sus sistemas de defensa y control. Afortunadamente, había Grandes Técnicos del Fabricatorium dentro, que lograron recuperar la funcionalidad del satélite en tiempo récord. En dos minutos, el satélite se pondrá en marcha nuevamente... pero eso dejó una brecha, una oportunidad para abrir estos portales."
Nexus frunció el ceño digital al escuchar la explicación.
"Entonces, bien… Informa a los otros Sub generales y a Helios-7, deberán improvisar."
“Si, señor.”
La Red Nexo permaneció en silencio por un momento.
Arlos volvió a intervenir: "Señor... hemos confirmado seis bombardeos sobre orfanatos y sus rutas de escape cercanas."
Por un breve instante, Nexus se quedó en silencio. "Dejé muy claro a los Bombarderos que no atacaran ningún lugar con civiles... ¡Y menos a los infantes!"
"Señor," respondió Arlos, "ya realizamos un sondeo. No fueron nuestros hombres... afortunada o desafortunadamente."
"Entonces lo hizo el CIRU... ¿Por qué? ¡Malditos monstruos, son su propia gente!"
La Sub General Alira intervino rápidamente: "Es una táctica... cruel, pero efectiva. Destruyen sus propios refugios para culparnos, desmoralizar a su gente y sembrar odio hacia los Omniroides. Nos pintarán como los verdugos de los niños..."
Con una calma que parecía a punto de romperse, Nexus continuó: "Eran niños... Pero no podemos permitirnos dudar. La ira no nos llevará a nada. Lo que importa ahora es lo que tenemos ante nosotros. La destrucción de este sistema. El CIRU debe ser reducido a polvo. No hay espacio para debilidades... Hoy, los Omniroides ganan. Las defensas de Horevia han caído, y ni siquiera la oleada de refuerzos del CIRU podrá cambiar eso. ¡Nada podrá detenernos! Si quieren cantar, que canten. Si quieren celebrar, que lo hagan. El día es nuestro... aunque el precio haya sido alto. Cierro la conexión…"
Las fuerzas del CIRU se defendían con valentía, pero estaban claramente abrumadas por la superioridad de los Omniroides. Los soldados orgánicos disparaban desde coberturas improvisadas y lanzaban granadas desesperadamente.
Cada ráfaga de energía liberada por el Titán Magnolia impregnaba el aire con un hedor acre y metálico, una mezcla de ozono y combustión que llenaba los pulmones de los combatientes con una sensación nauseabunda. Los impactos de sus devastadores ataques reverberaban como golpes de martillo en un yunque, capaces de desintegrar hasta el más sólido de los refugios. La magnitud de su poder era tal que incluso los soldados de la DCIN, considerados la élite del combate, se veían tocados por el terror; algunos sucumbían al pánico, otros caían fulminados por infartos.
El titán Magnolia y los otros dos titanes no dejaban de ser atacados por todos lados: los cañones pesados desde el suelo, los disparos de los cazas y naves pesadas que rondaban el cielo, y los misiles que caían en lluvia. Cada impacto hacía que los titanes se sacudieran, con los destellos de sus escudos cinéticos brillando intensamente con cada golpe, mientras sus escudos de energía y plasma se iluminaban como una aurora mortal. Las ondas de choque se extendían por todo el campo, reverberando con una intensidad que hacía temblar hasta los cimientos de la ciudad.
El Magnolia resistía con su fuerza descomunal, pero Nexus sabía que, tarde o temprano, los escudos no podrían soportarlo más. La saturación de energía sería tal que los escudos comenzarían a fallar. Aunque los titanes estaban diseñados para resistir ataques masivos, incluso sus sistemas tenían límites.
Los titanes no podían continuar siendo el centro del fuego pesado por mucho más tiempo sin sufrir daños significativos.
Una densa niebla se había levantado del suelo, envolviendo la ciudad en una bruma espesa que reducía la visibilidad y dificultaba la orientación de los combatientes. La lluvia helada azotaba el terreno, convirtiendo las calles en ríos fangosos y tornando resbaladizas las superficies de combate.
La niebla no era un fenómeno natural, sino el resultado de una tecnología utilizada por el CIRU, y para los Omniroides, la niebla generaba una especie de "ceguera", dificultando que los sistemas de visión térmica, óptica y de radar operaran de manera eficiente. La niebla bloquea los sensores, haciendo que los Omniroides tengan que adaptarse a una lucha más "manual", reduciendo su ventaja.
Los titánicos edificios de la ciudad se alzaban como monumentos, con sus estructuras resquebrajadas y fachadas destrozadas por el fuego y la artillería pesada de los MK-9 "Thundershot". Las naves de combate de la DCIN como las Olmec Scream, los Cazadores Cylha y los Toltec Blood surcaban el cielo con elegancia mortal, disparando proyectiles y rayos láser hacia las fuerzas enemigas en tierra…
38:11
En las alturas de un rascacielos en ruinas en Deemdore, uno de los puntos más elevados de Horevia, se encontraba un francotirador Éndevol de la DCIN, un experto de élite, su rango era literalmente Francotirador de Élite. La lluvia caía arrastrando consigo el polvo y los restos de la batalla, creando un velo difuso que distorsionaba el paisaje urbano en un borrón grisáceo.
Vestido con un traje con un camuflaje adaptado a los colores ruinosos del entorno, el francotirador estaba envuelto en un material de alta tecnología que absorbía la luz y minimizaba las sombras que pudiera proyectar. Su traje, de un gris oscuro, se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. Las placas blindadas en su torso y hombros, combinadas con un chaleco táctico le proporcionaban una protección adicional sin sacrificar la movilidad. En su cabeza, un casco ligero y aerodinámico con un visor rojo, permitiéndole ver a través del terreno mojado con una claridad sobrenatural, eso, sumado al camuflaje óptico, lo hacen imperceptible.
El francotirador, Éndevol, no utilizaba un arma común entre sus camaradas; en lugar del clásico MK-9 "Thundershot", él empuñaba el NP-33 "Fusil del Crepúsculo", un fusil de neutrones. Su arma, alargada y de un negro azabache, tenia detalles en plata opaco y líneas rojas que recorrian su cañón. Su forma estilizada y su estructura modular permitían un fácil ensamblaje y desmontaje para mantenimiento. El fusil tenía una mira telescópica con una interfaz de realidad aumentada que proporcionaba información precisa sobre el objetivo y el entorno. La tecnología de neutrones le permitía perforar los blindajes más pesados, ideal para su tarea de eliminar objetivos de alto valor.
A su lado, llevaba una mochila táctica equipada con munición adicional y dispositivos de visión, aunque la munición era apenas otro cartucho. En su cinturón llevaba varias granadas de plasma y herramientas de mantenimiento.
La posición estaba cuidadosamente elegida: desde lo alto del rascacielos derrumbado tenía una vista despejada de una de las principales rutas de avance de los Omniroides. La estructura del edificio proporcionaba una cobertura sólida, con paredes colapsadas y escombros amontonados que bloqueaban posibles líneas de visión desde el suelo.
El sonido de la batalla abajo llegaba en una mezcla de explosiones, ráfagas de armas y el retumbar de los Titanes. A través de su visor, podía ver con increíble claridad los movimientos de los enemigos gracias a la visión nocturna integrada, ampliada y detallada en el campo de visión digital.
Desde aquella altura, Deemdore era un océano oscuro y moribundo, una gigantesca tumba de concreto y metal. Las avenidas, que alguna vez estuvieron repletas de vehículos y transeúntes, eran ahora ríos de sombras, surcados ocasionalmente por figuras espectrales que se movían como carroñeros entre los restos. Los edificios, otrora orgullosos símbolos de progreso, se alzaban como esqueletos mutilados, algunos aún coronados por estructuras derrumbadas que colgaban precariamente.
El cielo, negro como alquitrán, apenas dejaba entrever las estrellas, veladas por una capa de cenizas que flotaba como un sudario. Los vestigios de los carteles publicitarios digitales, que alguna vez transformaron la noche en un espectáculo de luces, parpadeaban esporádicamente. Aquí y allá, se veían imágenes temblorosas y distorsionadas: una cerveza que brillaba un segundo antes de apagarse, el rostro de una modelo congelado en una sonrisa intermitente, y un número de contacto iluminándose apenas lo suficiente como para hacerse notar.
A lo lejos, la silueta de un titán se recortaba contra la penumbra. Su forma era indistinguible, una masa oscura de movimientos lentos, la inmensidad era innegable. Cada uno de sus pasos hacía vibrar levemente el suelo bajo el rascacielos derrumbado a pesar de la distancia, un temblor que llegaba como un eco, pero lo suficientemente tangible como para erizarle la piel.
Con un respiro controlado y los músculos tensos en anticipación, el francotirador ajustaba meticulosamente su objetivo. Los retículos del visor se alineaban con la precisión de una máquina, calculando la distancia, el viento y el ángulo de tiro.
El cielo tormentoso continuaba descargando lluvias torrenciales que caían en cortinas pesadas, golpeando el suelo y los escombros con una persistencia casi rítmica. Las gotas de agua corrían por el visor del casco del francotirador, creando un efecto borroso que se sumaba al caos visual de la guerra. A través del visor, el campo de visión se llenaba de destellos verdes y contornos rojizos: figuras que se movían en patrones metódicos, y marcadores digitales de enemigos que aparecían y desaparecían a medida que la noche los devoraba.
A través del visor holográfico del NP-33, un fusil de francotirador de alta precisión de metro y medio de longitud, escaneaba el horizonte. El NP-33 estaba diseñado para perforar cualquier blindaje, incluso Imperialita.
El francotirador no buscaba objetivos menores; su misión era eliminar tanques Omniroides, gigantescas máquinas de guerra. Cada uno de estos tanques estaba blindado hasta los dientes. Su objetivo era encontrar y neutralizar estos tanques antes de que pudieran desplegar su arsenal contra las posiciones de su bando.
En la distancia, vislumbraba las masivas hordas avanzando, una colosal legión que marchaba en unísono, sincronizada como si sus movimientos fueran una coreografía. Decenas de miles, organizados en formaciones impecables, sus pasos no se desorganizaban, y cada soldado metálico mantenía la misma cadencia exacta.
Al frente de esas legiones, banderas ondeaban violentamente bajo la fuerza del viento y la lluvia. Era la bandera de los Omniroides: una base blanca con una franja negra en el centro, y en el centro de la franja, un ojo blanco, frío y vigilante. El emblema recordaba a todo aquel que observaba que esta fuerza estaba más allá de la sumisión. La tormenta eléctrica, como si reconociera su poderío, lanzaba rayos sobre el fondo.
A pesar del viento que arrastraba las gotas de agua en ángulos impredecibles, el francotirador utilizaba su habilidad Éndevol, la Visión Telescópica, para contrarrestar estos desafíos. Los miembros de su raza poseían la capacidad de hacer zum con sus ojos, una habilidad que se integraba perfectamente con el visor del NP-33. Esta combinación permitía al francotirador ver a través de la cortina de lluvia y el deslumbramiento de la tormenta con una claridad casi sobrenatural, y él tenía muy desarrollada la Retina Hiperfotónica y el Músculo Oculomotor Avanzado.
Con el visor ajustado para compensar la distorsión causada por la lluvia y el viento, mantenía la vista fija en un tanque Omniroide, un Omnithrasher XT-7, que se movía lentamente a través de la ciudad.
Su cuerpo se mantenía rígido, con el NP-33 descansando en su hombro, bien equilibrado. Sus ojos ajustaban el zum para enfocar el objetivo, y con cada respiración, ajustaba la retícula del visor para alinearse con la óptica del cañón.
El disparo se liberó con un sonido seco, seguido por el silbido característico de la bala de neutrones atravesando el aire a velocidad hipersónica. Era un proyectil diseñado para viajar a más de cinco veces la velocidad del sonido, lo que hacía imposible suprimir completamente el estampido sónico que generaba al romper la barrera del sonido. Incluso el mejor de los silenciadores no podía neutralizar el choque sónico provocado por un proyectil hipersónico, ya que ese ruido no proviene del arma en sí, sino del aire comprimido y desplazado violentamente por la bala durante su trayecto.
Sin embargo, en el caos de la batalla, este sonido era casi indistinguible de las múltiples explosiones, impactos y estampidos que saturaban el ambiente. En comparación con el estruendo de la guerra, el ruido del NP-33 podía pasar desapercibido, confundido fácilmente con cualquier otra detonación cercana.
A pesar de la resistencia de la tormenta, el proyectil impactó con precisión en el blindaje del tanque, perforando una brecha crítica. La bala de neutrones liberó una ráfaga de partículas subatómicas al entrar en contacto con la superficie metálica. Los neutrones de alta energía atravesaron las capas de blindaje compuesto, interactuando con los núcleos atómicos del material. Provocaron un debilitamiento molecular extremo, ya que las colisiones de neutrones causaban desintegraciones nucleares espontáneas y microexplosiones internas.
El blindaje del tanque no pudo resistir este tipo de ataque, ya que los neutrones no requerían un medio conductor o uniones metálicas para penetrar. Al propagarse dentro de la estructura, la energía liberada desestabilizó los sistemas internos debido al pulso electromagnético inducido por las reacciones neutrónicas, sobrecalentando los componentes críticos y provocando explosiones secundarias en los depósitos de combustible y municiones. En cuestión de segundos, el tanque estalló en una lluvia de chispas y fragmentos metálicos, desmoronándose en un arco brillante bajo la tormenta.
No era la primera vez que veía lo que podía hacer un proyectil de neutrones, pero siempre quedaba esa fascinación morbosa al ver cómo algo tan pequeño podía causar una devastación tan absoluta.
No todas las especies aceptaban las armas de neutrones como parte de su arsenal estándar, principalmente porque el CIRU lo limitaba. Los problemas que traían eran tan grandes como su poder. En contacto con los escudos de plasma o de energía, por ejemplo, los neutrones desencadenaban reacciones impredecibles. En el vacío del espacio, podían desestabilizar un escudo al punto de provocar explosiones nucleares en los generadores que lo alimentaban. Este efecto en cadena no solo dañaba al objetivo, sino también a cualquier nave aliada lo suficientemente cerca como para ser alcanzada por la radiación liberada.
Había más. Las balas de neutrones inducían radiactividad en los materiales que tocaban, convirtiendo un campo de batalla en un páramo intransitable durante días, a veces semanas. Para los que pretendían conquistar territorios en lugar de arrasarlos, eso era simplemente inaceptable.
Además, eran caras, difíciles de producir y peligrosas de manejar. Almacenarlas requería contenedores blindados, y un solo error podía transformar un depósito en un desastre atómico. Por eso, solo los francotiradores y las armas superpesadas, como cañones orbitales o morteros, las usaban, y siempre en situaciones donde no había margen de error, y en pocas cantidades. En cruceros y naves de combate, donde las armas debían ser fiables y consistentes, las balas de neutrones eran poco más que un riesgo innecesario.
El francotirador tomó un momento para hidratarse. Extrajo un pequeño envase de agua de su mochila, haciendo una pausa para beber con cuidado, sin dejar de vigilar el horizonte. Tras la breve pausa, su atención se centró de nuevo en el visor del NP-33.
Otro tanque Omniroide, un OmniDreadnaut-X, cargado con poderosas armas de misiles de fragmentación. Reconocía al instante su arsenal, desde el cañón de plasma montado en la torreta hasta los cuatro lanzadores de misiles laterales. Las seis patas ajustables del vehículo le permitían maniobrar con estabilidad sobre el terreno roto, adaptándose a las irregularidades y el barro acumulado, equipado con sistemas de camuflaje óptico y contramedidas electrónicas que le daban una ventaja táctica formidable.
Pero también recordaba las características de otros modelos que, si bien no eran su objetivo inmediato, podrían aparecer en cualquier momento. El Omnithrex MK-XI, un tanque compacto con un cañón de plasma de alta potencia, era uno de los más comunes en el arsenal de la República Omniroide. Con sus lanzadores de misiles de autoguiado capaces de disparar municiones corrosivas, el Omnithrex dominaba en combates cerrados y era letal contra infantería y blindados ligeros, sabía que los disparos de su cañón podían reducir a polvo cualquier estructura defensiva. Este modelo solía avanzar con una velocidad moderada, buscando distancias medias desde donde su precisión fuese imbatible. Por su diseño, había deducido que el Omnithrex era la opción versátil, la "primera línea" ideal para el combate prolongado y los asedios. En su mente, lo apodaba "el Carnicero," por su eficiencia.
Los modelos Omniengel VX-9, con una estructura semejante a un escarabajo blindado, eran otra historia. Este tanque se movía con una agilidad insólita para un vehículo de su tamaño gracias a su sistema hexápodo, igual que el del Omnithrex, pero más potenciado, lo que lo hacía perfecto para misiones de asalto en terreno difícil y emboscadas rápidas. Los resplandores rojo sangre que emanaban de sus bordes daban una apariencia espectral bajo el manto de la noche. Teorizaba que el diseño de este modelo, con sus grabados Omniroides y su domo frontal, respondía no solo a la estética, sino también a una especie de intimidación psicológica. Equipado con lanzagranadas automáticos y un cañón de riel magnético, el Omniengel sobresalía en tácticas de ataque furtivo, ya que podía descargar una devastadora ráfaga antes de replegarse. Para él, el Omniengel era un “Cazador,” diseñado para aparecer, disparar y desaparecer.
Luego estaba el Omnithrasher XT-7, un coloso de diseño angular que se alzaba como una fortaleza móvil, armado hasta los dientes. Con un sistema de cuatro patas y una estructura sólida como una roca, el Omnithrasher era más lento, pero su presencia infundía un temor visceral. Su cañón de plasma hipercargado y sus lanzadores de misiles teledirigidos le permitían mantener una ofensiva feroz, mientras sus cañones de riel duales eran capaces de perforar hasta el blindaje más resistente. Aunque podía ser lento, el Omnithrasher usaba el terreno como parte de su estrategia, desplegando cortinas de humo para ocultarse y soltando bombas de racimo. Veía a este tanque como una muralla, y en su mente, lo había bautizado como “El Bastión,” el destructor por excelencia de formaciones defensivas y barreras.
Mientras observaba al OmniDreadnaut-X avanzar bajo la lluvia, no podía evitar una punzada de respeto teñida de tensión. Esa máquina no era simplemente un tanque; era supremacía Omniroide. Su diseño masivo y elegante se movía con una fluidez antinatural para su tamaño. Con una anchura de ocho metros, una longitud de doce y una altura de seis, imponía una presencia colosal, más aún con su esquema de colores oscuros acentuados por los detalles en verde luminescente que delineaban sus áreas críticas como si fueran venas pulsantes.
El sistema hexápodo que lo sostenía le daba una estabilidad inigualable comparado a los otros modelos. Lo había visto adaptarse a pendientes imposibles, reorganizando el ángulo de sus patas para mantener el equilibrio mientras otros vehículos quedaban atrapados o volcados.
Pero lo que realmente lo convertía en una amenaza no era solo su movilidad, sino su arsenal. El cañón de plasma montado en la torreta. Las cuatro plataformas de misiles laterales estaban cargadas con un total de ochenta y ocho micromisiles, cada uno equipado con inteligencia propia para rastrear objetivos incluso en entornos saturados de interferencias.
Sin embargo, lo que más inquietaba al francotirador eran los sistemas defensivos. Cortinas de humo, proyectores de hologramas señuelo y emisores de pulsos electromagnéticos localizados significaban que atacarlo de frente era un juego de alto riesgo. Incluso los escudos de energía estándar, que a menudo eran efectivos contra proyectiles de plasma o misiles, tenían dificultades frente a las estrategias de camuflaje óptico y las redes de captura del OmniDreadnaut-X. Era una máquina diseñada no solo para la guerra, sino para dominar psicológicamente a cualquier fuerza que se atreviera a enfrentarla.
A diferencia de los modelos más ligeros como el Omniengel VX-9 o los colosos como el Omnithrasher XT-7, el OmniDreadnaut-X ocupaba un punto intermedio mortal. No era un "Cazador" ni un "Bastión," sino un verdadero Señor de la Guerra. Su propósito era claro: liderar el asalto, desmantelar formaciones defensivas mientras su presencia intimidante drenaba la moral enemiga.
El francotirador sabía bien que esas máquinas tenían puntos débiles, pero eran tan escasos y difíciles de explotar que cualquier ataque contra ellas requería una precisión absoluta. Mientras ajustaba el visor de su NP-33, observó cómo el gigante avanzaba con una serenidad aterradora. Bajo la lluvia, parecía casi majestuoso, como un leviatán de guerra surgiendo de un océano.
Ajustó la retícula del visor para compensar el movimiento del tanque. Con movimientos hábiles, ajustó el zum del visor para acercar la imagen del tanque. Su ojo derecho se alineó con la mirilla del NP-33, mientras su mano izquierda sujetaba el fusil con firmeza. La respiración era lenta y controlada, con cada inhalación y exhalación medida para evitar cualquier temblor en el cañón del fusil. Su dedo índice se posó suavemente sobre el gatillo, sintiendo la resistencia precisa del mecanismo de disparo.
Respiró profundamente, notando cómo el frío aire de la tormenta se mezclaba con el calor de su propio cuerpo. Cada segundo parecía alargarse mientras esperaba el momento adecuado. La corrección por el viento y la caída del proyectil era crucial; los ajustes se hicieron utilizando las fórmulas balísticas incorporadas en el visor. Los cálculos eran exactos, y la precisión del NP-33 requería de paciencia.
El tanque se movió a través de un campo de escombros, su contorno entero parpadeó varias veces en la mira del visor. El francotirador esperó hasta que el objetivo se estabilizó brevemente en un ángulo favorable. El retículo del visor se alineó con el punto de impacto calculado. Con una exhalación profunda, presionó el gatillo, enviando el proyectil de neutrones hacia su destino.
El disparo se liberó con una ligera sacudida, y el sonido del proyectil perforando el aire se mezcló con el rugido de la tormenta. La bala impactó en el blindaje del tanque, abriendo una brecha crítica que llevó a una explosión interna. El francotirador observó con satisfacción el efecto devastador del tiro, su mirada se mantuvo inmutable mientras ajustaba la retícula para el siguiente objetivo, no había tiempo para el descanso.
Estaba inmerso en la meticulosa tarea de buscar su próximo objetivo desde la cima del rascacielos, centrando su atención en el visor del NP-33. Todo fue interrumpido abruptamente cuando una ráfaga de disparos de plasma estalló cerca de su posición, enviando fragmentos de escombros y una nube de vapor caliente hacia el aire.
La ráfaga de disparos había sido lanzada desde el nivel medio de un edificio cercano, probablemente desde una de las torres de comunicación que se habían convertido en posiciones defensivas improvisadas.
El francotirador tuvo un instante para calcular la amenaza. La ráfaga de plasma había impactado en la estructura del rascacielos, cerca de la base de su posición, el sistema de camuflaje activo de su equipo, una capa de tecnología diseñada para disipar las señales térmicas y ópticas, había sido temporalmente sobresaturado por el impacto, revelando su posición, desactivado momentáneamente el camuflaje.
Rápidamente se puso en alerta máxima. Con un rápido movimiento, echó un vistazo a través de su visor para identificar la fuente de los disparos. A través de la lluvia distinguió las siluetas de varios Omniroides que se alineaban en las plataformas de los edificios vecinos, sus armas de plasma se estaban recargando para un nuevo ataque.
Para contrarrestar la amenaza inminente, tomó medidas decisivas. Primero, hizo un zum más detallado y evaluó la situación permitiéndole identificar las posiciones exactas de los artilleros enemigos. Luego, desplegó un escudo de camuflaje adicional y activó un sistema de interferencia electromagnética integrado en su equipo, diseñado para distorsionar las señales electrónicas y dificultar la localización precisa por parte de los sensores enemigos.
Con una maniobra rápida, abandonó la posición estática en el borde del techo y se dirigió hacia una de las torres de antenas que sobresalían del rascacielos. Cada paso era preciso, controlado; las botas amortiguaban el sonido sobre el acero mojado por la lluvia torrencial. Su respiración se sincronizaba con los movimientos, buscando mantener un perfil bajo mientras transportaba el pesado NP-33, desmontado parcialmente para facilitar la maniobra.
Llegó al pie de la torre de antenas y comenzó a ascender. La estructura era estrecha y resbaladiza, pero los guantes antideslizantes aseguraban un agarre firme mientras escalaba. A mitad de camino, se detuvo brevemente, asegurándose a un arnés desplegable en su cinturón. Esto le permitía maniobrar sin temor a perder el equilibrio mientras sus ojos escudriñaban la distancia.
Al llegar a la plataforma intermedia de la torre, desmontó rápidamente una de las antenas menores que obstaculizaba su línea de visión. Mientras montaba el arma en un soporte adaptativo magnético, ajustó la mirilla.
A través de la retícula, sus ojos se enfocaron en el artillero enemigo, ubicado en una plataforma móvil conectada a un OmniDreadnaut-X. Era un blanco difícil: la lluvia, el humo y los movimientos erráticos del vehículo complicaban el disparo. Sin embargo, el francotirador era paciente. Ajustó el zum, observando cada detalle de la posición enemiga, mientras el sistema interno del NP-33 procesaba los datos para calcular la trayectoria óptima del disparo.
Una vez alineado, tomó una respiración profunda. Era un acto casi ritual: inhalar para estabilizar, exhalar mientras su dedo apretaba suavemente el gatillo.
El impacto fue devastador. El artillero de plasma desapareció en una explosión, enviando fragmentos y ondas de choque que sacudieron la plataforma. Los artilleros circundantes tambalearon, desorientados, mientras la posición enemiga perdía su efectividad.
Sabía que el tiempo en esa posición había terminado. Los sensores enemigos ya habrían triangulado su ubicación. Una ráfaga de plasma impactó cerca, fragmentando el borde de la torre y haciendo temblar toda la estructura.
Con rapidez, comenzó a desmontar su equipo. Desacopló el NP-33 del soporte magnético, plegó las extensiones de la mirilla y guardó ambas en compartimentos acolchados dentro de su mochila impermeable. Activó el sistema de camuflaje térmico de su traje, reduciendo su firma de calor al mínimo, mientras desconectaba el arnés y comenzaba su descenso controlado por la torre.
El rascacielos, reducido a un esqueleto tambaleante, crujía con cada ráfaga de viento y disparo. Las brechas en las paredes dejaban entrar torrentes de lluvia que formaban pequeñas cascadas en el interior. Cada paso sobre el suelo cubierto de escombros requería precisión, ya que los restos de concreto y vidrio hacían que incluso el menor error pudiera delatar su posición.
Evaluó rápidamente la situación, observando las escaleras de emergencia parcialmente colapsadas al otro extremo del pasillo. Sujetó firmemente el NP-33 sobre su hombro mientras aseguraba su mochila contra la espalda, cuidando que ningún equipo sobresaliera o se agitara innecesariamente.
Al acercarse a las escaleras, sus movimientos eran rápidos. El sonido de disparos lejanos y explosiones retumbaba a través de la estructura, haciéndola vibrar bajo sus pies. El francotirador bajó por la primera sección de escaleras, su mano enguantada fue deslizándose por la barandilla para estabilizarse.
Cada aterrizaje era una pausa. A medida que caminaba, sacaba un pequeño dispositivo de su muñeca izquierda: un Klyron, una cámara térmica portátil que le permitía revisar las esquinas antes de exponerse. El eco de sus propios pasos, a pesar de ser mínimo, parecía amplificarse en el vacío del edificio. Las luces intermitentes proyectaban sombras inquietantes, pero él mantenía la calma, enfocándose únicamente en su ruta de escape.
Un piso más abajo, las escaleras estaban parcialmente bloqueadas por una sección colapsada del techo. Se agachó, evaluando el obstáculo. Su solución fue simple pero efectiva: retiró una herramienta plegable de su cinturón y usó su extremo reforzado para despejar los escombros lo justo para permitirle pasar. Al cruzar, mantuvo su cuerpo bajo, asegurándose de que su silueta no fuera visible a través de los agujeros en las paredes.
Finalmente, llegó al nivel de la calle. Se detuvo al borde de una puerta de salida, verificando el exterior a través de una pequeña ventana rota. Afuera, el caos era absoluto: las calles desiertas estaban cubiertas de humo, agua estancada y restos de vehículos destruidos. A lo lejos, las siluetas de Omniroides se movían entre las ruinas, mientras los tanques de la DCIN luchaban por mantener su posición.
Con un movimiento rápido, salió y se deslizó hacia la sombra de un edificio cercano, utilizando los escombros como cobertura. Mientras avanzaba, se agachaba bajo vigas caídas y atravesaba áreas abiertas con movimientos rápidos, siempre con el NP-33 listo para cualquier amenaza inmediata.
La lluvia torrencial complicaba su avance. El suelo fangoso absorbía sus pasos, amortiguando el sonido pero ralentizándolo. Mientras se acercaba a su destino, pasaba de un punto de cobertura a otro: restos de vehículos, muros derrumbados y cráteres. Cada pausa le permitía observar y analizar el terreno, buscando posibles emboscadas.
Finalmente alcanzó el edificio industrial que ocultaba la entrada a un complejo subterráneo. Era una estructura maltrecha pero funcional, con sus paredes cubiertas de grafitis y signos de deterioro. Se deslizó hacia una puerta lateral oculta, utilizando Kryntar, un escáner portátil, para activar la entrada camuflada.
Una compuerta de metal se abrió con un suave zumbido, revelando una estrecha escalera que descendía al interior del complejo subterráneo. El francotirador cerró la compuerta tras de sí, asegurándola con un código de alta seguridad antes de descender rápidamente. Las luces de emergencia bañaban el pasillo subterráneo en un resplandor rojizo, resaltando las cajas apiladas de municiones y suministros.
Una vez dentro, realizó una inspección rápida del lugar, asegurándose de que no hubiera señales de intrusos o anomalías. Satisfecho con su evaluación, colocó su equipo en una esquina segura y se dejó caer al suelo.
Su próximo paso era claro: establecer contacto con el comando de campo…
38:44
El campo de batalla estaba sumido en un caos sonoro indescriptible. Las detonaciones resonaban como el retumbar de un cataclismo cósmico, acompañadas del siniestro crujir de los gigantes mecánicos colisionando con la horda imparable de los Omniroides. Los motores de las naves de guerra emitían un zumbido incesante, una sinfonía disonante que vibraba en el aire como el canto de un sufrimiento interminable.
En el firmamento, las aeronaves se enfrentaban en un duelo mortal, sus cañones de plasma y misiles rasgando la niebla densa, iluminando el horizonte con destellos letales que cortaban la oscuridad como cuchillas. A nivel del suelo, los soldados combatían con un fervor casi instintivo, descargando su furia en una tormenta de disparos y explosiones, una pesadilla visceral que reflejaba la desesperación de la Endevolidad condenada.
El campo se volvía un paisaje surrealista de destrucción, con cuerpos caídos y escombros esparcidos por doquier. La lluvia persistente, como una condena, arrastraba la sangre de las calles, pero no podía borrar la brutalidad que se había incrustado en la esencia misma de la metrópolis de Horevia, marcando cada rincón con el sello indeleble de la guerra.
“¡Avancen, hermanos y hermanas Omniroides! ¡No retrocedan ante la opresión! ¡Lucharemos hasta el final!” Gritaba un comandante Omniroide en medio de la vorágine que era la batalla, disparos por doquier, explosiones de los tanques y artillería pesada, escombros de edificios volando, ondas de choque por los misiles orbitales, miles de cada una por todos lados.
La contienda se extendía a lo largo de múltiples teatros de guerra: las avenidas colapsadas por tanques, los cielos ennegrecidos por la caída de aeronaves, el vacío cósmico convertido en un abismo de fuego, y las ruinas de edificaciones que alguna vez fueron testimonios de civilización. Las fuerzas de ambos bandos caían sin cesar, víctimas de un conflicto inhumano que no ofrecía piedad, como hojas arrastradas por un vendaval de violencia. Era un combate despiadado y feroz, una lucha encarnizada por la supervivencia, por la preservación de la libertad ante el yugo opresor.
Los otros dos titanes de la enemistad, con nombres como Steel'ya de ciento treinta metros, y el Eoscorus Destructor de ciento ochenta metros, eran colosos metálicos cuya sola presencia imponía temor.
El Eoscorus Destructor blandía con desdén sus cañones de plasma de extraordinaria potencia, lanzagranadas de energía devastadora, misiles guiados y sistemas de láser focalizado, cuyas descargas desintegraban las naves enemigas con una eficacia que despojaba cualquier vestigio de resistencia. Cada uno de sus pasos resonaba con un estrépito ominoso, como si la gravedad cediera ante su presencia. Cada vez que orientaba sus armas, el chirrido agudo y penetrante del metal desgarrando el metal perforaba el mundo, una sinfonía de destrucción pura. Los edificios caían a su paso, desmoronándose con la fragilidad de un castillo de naipes arrastrado por un viento, sepultando a los desdichados soldados que no alcanzaban a escapar, dejando tras de sí un paisaje de ruinas y cadáveres.
No obstante, el auténtico terror emanaba del Magnolia. Aunque no ostentara el título de ser el más colosal, su letalidad superaba con creces a la de los otros titanes, pues cada uno de sus dos cañones de plasma, los temidos Cañones Calavera, los cuatro Lanzamisiles de Implosión y los dos Destructores Black Soul que iban en conjunto con los Cañones Calavera, representaban una amenaza de aniquilación total. Dirigidos hacia las naves en el firmamento, estos podrían transformar el cielo en un campo de ruina inclemente; sin embargo, si sus destructivos proyectiles fueran redirigidos hacia la superficie, la devastación alcanzaría proporciones catastróficas a kilómetros a la redonda. A pesar de este armamento astronómico, las verdaderas armas del titán se hallaban en sus pasos: una serie de pisadas titánicas capaces de desplazar montañas, sumadas a la inabarcable cantidad de cañones de plasma y láser mucho más pequeños que recorrían su estructura como arterias de muerte.
El rugido de Magnolia resonaba en toda la ciudad, un sonido gutural y ensordecedor que era capaz de paralizar incluso a los aliados más férreos, como si el aire se congelara ante tal emanación de poder. Su arsenal no se limitaba solo a la destrucción masiva, pues contaba también con cantidades industriales de misiles teledirigidos. Sin embargo, lo que realmente marcaba la diferencia era su sorprendente agilidad, un movimiento impensable en una máquina de tal tamaño, que le permitía ejecutar ataques fulminantes y estratégicamente certeros, dejando tras de sí cráteres humeantes donde anteriormente se hallaban formaciones completas de Omniroides. A su protección, tres generadores de escudos cinéticos trabajaban en sincronía, anulando los impactos más violentos. Frente a semejante despliegue de poder, la noción de invencibilidad dejaba de ser una mera especulación.
El Magnolia custodiaba con una intensidad incontenible el edificio que albergaba la sede central del CIRU. Sus misiles descendían con una exactitud mortal, arrasando tanques y naves con una precisión quirúrgica que desbordaba cualquier noción de resistencia. Los cañones Calavera, junto a los destructores Black Soul, barrían sin piedad el firmamento bélico, desintegrando con cada disparo todo lo que se atreviera a desafiar su furia. Su arsenal adicional, los Destructores de Esperanza, proyectiles de asombrosa potencia, descargaban una devastación imparable sobre los objetivos, dejando tras de sí solo ruinas. Complementando este poder, cuatro baterías de lanzamisiles A Nova, con sus 20 lanzadores cada una, desataban una tormenta de proyectiles inabarcable en la atmósfera, doblegando a las fuerzas Omniroides que lo intentaban flaquear.
Las calles de Horevia estaban llenas de millones de cadáveres y escombros. Los soldados corrían buscando refugio, pero no había lugar seguro. Los disparos de los Omniroides eran respondidos con una lluvia de fuego de los titanes, y cada choque resultaba en una devastación inimaginable. Los edificios que no habían sido destruidos por los ataques directos temblaban y se derrumbaban debido a las ondas de choque de las explosiones cercanas y las pisadas de los mismos Titanes.
Las fuerzas de Resalthar, aunque luchaban valientemente, no podían evitar sentir el terror que los titanes inspiraban. La mera presencia de estos gigantes era suficiente para hacer dudar a los más valientes. Los relatos de los pocos sobrevivientes hablaban de la desesperación infinita que se apoderaba de los hombres al escuchar el rugido atronador del Titán Magnolia, una vibración tan profunda que hacía que las armas cayeran al suelo y que incluso los más aguerridos se deshicieran de su coraje, huyendo en un frenesí por salvar lo poco que quedaba de sus vidas.
Las Orquídeas Blancas, los Tekketsu-Tai, los Caballeros de Týr y los soldados de la DCIN peleaban como uno solo. Los soldados improvisaban barricadas con tanques destruidos y vehículos volcados, apilando restos de concreto y fragmentos de metal para crear una defensa rudimentaria.
Los tanques se utilizaban como barreras móviles y todos se posicionaban detrás de ellos mientras los artilleros de la DCIN y los Tekketsu-Tai lanzaban andanadas de morteros que hacían vibrar el suelo. Pero incluso estas defensas improvisadas eran insuficientes: un solo disparo de plasma era capaz de atravesar los tanques y convertir a cualquier soldado en una masa carbonizada. La energía del plasma vaporizaba al instante todo lo que tocaba, desintegrando carne, metal y concreto en una explosión de fragmentos incandescentes que dejaba solo cenizas y humo en su estela. Las Orquídeas poco podían hacer ante semejante potencia; una sola ráfaga bastaba para reducirlas a nada. No había tiempo para gritos o para comprender la muerte: quienes eran alcanzados simplemente dejaban de existir en un instante abrasador.
Los disparos láser, en cambio, eran otra agonía. Los proyectiles de energía cortaban el aire con un sonido sibilante, casi elegante, antes de atravesar a los soldados. Aquellos desafortunados que eran alcanzados podían sentir, en una fracción de segundo, cómo el láser pasaba por sus cuerpos, dejando un ardor punzante, como si el mismo aire se volviera en cuchillas que desgarraban sus órganos sin piedad.
El viento arrastraba el polvo levantado por las explosiones, arremolinando nubes de escombros que se incrustaban en las heridas abiertas, también dificultando la respiración y la visión para aquellos cuyos cascos ahora fueran solo un recuerdo. Las ráfagas de viento gélido eran tan violentas que a veces desplazaban a los soldados en pleno tiroteo, haciéndoles perder el equilibrio en el barro. Sin muchos médicos, la muerte estaba asegurada; los pocos que lograban llegar a la retaguardia con vida dependían de las habilidades de los sanitarios, que luchaban con manos temblorosas para cerrar heridas y detener hemorragias bajo condiciones desesperantes.
Los pocos médicos se movían entre cientos de cuerpos mutilados y sangre que se escurría como ríos en el pavimento roto, intentando estabilizar a los soldados, pero sabiendo que para muchos solo había una opción: una muerte rápida, un descanso.
Para los soldados de la DCIN, los Caballeros y los Tekketsu-Tai, que al menos contaban con trajes blindados, había una mínima esperanza de sobrevivir a varios impactos, pero el daño acumulado era inevitable. Las placas de sus armaduras se derretían y retorcían ante el fuego, y cada disparo láser o de plasma las debilitaba, hasta que un solo impacto adicional lograba atravesarlas. Los soldados, con los ojos entrecerrados bajo la lluvia y el polvo, disparaban y recargaban, presionando sus cuerpos contra cualquier superficie que los protegiera de la lluvia azul y roja que empapaba el mundo, conscientes de que el siguiente disparo podría ser el último.
Nexus, observando desde una posición elevada, comprendió que la batalla en Horevia no se decidiría por la fuerza bruta, sino por la capacidad de resistencia y la tenacidad de los combatientes. A pesar de la asolación, la lucha continuaba. Los titanes no eran invencibles, solo era cuestión de tiempo.
Cada esquina de la ciudad se había convertido en un campo de batalla, y la lucha por Horevia ya se había vuelto una de las más sangrientas y brutales de la historia…
40:00
En algún lugar de Deemdore, Haruhi Solor de Resalthar estaba sentada en el estrecho asiento de un Horeva Lander, la armadura negra de la DCIN cubría su cuerpo de manera impenetrable, con el brillo metálico apagado por las luces rojas del interior de la nave. Su FZR-5000, un fusil de plasma, descansaba entre sus piernas, y sus manos enguantadas estaban sujetándolo firmemente.
Por la ventana reforzada, miraba la ciudad en llamas. Los destellos esporádicos de energía y las explosiones que iluminaban el paisaje apocalíptico, mientras Cazas Cylha surcaban el cielo rojizo. En el suelo, las fuerzas de la Hegemonía luchaban con la tenacidad de aquellos que sabían que no había margen para el fracaso.
Ajustó el visor de su casco. El nombre "Solor" en su identificación reflejaba lo que ella era: una soldado. No tenía rango ni título más allá de las medallas que colgaban en su placa de pecho, obtenidas en seis años de servicio impecable. Cinco medallas, Medalla de Servicio Prolongado, Medalla al Mérito Militar, Medalla de Campaña, Medalla de Buena Conducta y la Medalla de Operaciones Humanitarias.
Desde que tuvo uso de razón, había soñado con servir a la DCIN, con ser parte de esa maquinaria perfecta que representaba el dominio absoluto. Había pasado las pruebas más duras y se había sometido a un entrenamiento implacable para llegar aquí.
Desde el pasillo central, el Sargento Mayor avanzó con paso firme, su figura estaba cubierta por una armadura más pesada, marcada con un diamante rojo en el pecho y una banda de honor en el hombro derecho. Se detuvo bajo la luz parpadeante del compartimento y miró a los soldados, su voz, amplificada por el comunicador, era como un disparo en el silencio tenso del Lander.
“¡Atención, soldados!” Gruñó, su tono era tan cortante como una hoja de plasma hipercargado. Los cuarenta soldados levantaron la cabeza al unísono, dejando cualquier distracción. Haruhi sintió cómo su espalda se tensaba, y su mente se despojaba de todo pensamiento inútil.
“¿Cuál es su primer deber?” Preguntó el Sargento Mayor, con la gravedad de quien no tolera titubeos.
“¡Sostener la línea!” Respondieron todos al unísono.
“¿Y cuál es su último deber?”
“¡Sostener la línea!”
El Sargento Mayor asintió, recorriendo con la mirada a los soldados.
“No están aquí para dudar. No están aquí para fallar. Ustedes son la mano que aplasta, la voluntad que prevalece. No habrá retirada. No habrá excusas. ¿¡Cuál es su misión!?”
“¡Detectar, Contener, Investigar y Neutralizar!”
El Lander comenzó a vibrar mientras descendía, la luz exterior iba filtrándose por las ventanas. Haruhi sentía cómo el peso de las palabras del Sargento Mayor se unía a la armadura que llevaba puesta. Era un recordatorio inquebrantable de por qué estaba aquí, por qué había dedicado su vida al servicio de la DCIN.
“¿Qué es primero, el deber o la vida?” Preguntó el Sargento Mayor.
“¡El deber!” Gritaron los cuarenta soldados como uno solo.
“¿Están dispuestos a morir por su deber?”
“¡Sí, señor!”
“Entonces díganme, ¿qué son?”
“¡La voluntad de la DCIN!”
El Horeva Lander se estacionó con un chirrido en medio de una calle devastada, o lo que quedaba de ella. Las puertas se abrieron con un silbido hidráulico, dejando entrar el aire de la ciudad.
Haruhi apretó el FZR-5000 con más fuerza, levantándose junto con los demás. Su corazón latía con fuerza, pero su mente estaba clara. Era una Solor de Resalthar, una soldado de la DCIN. Su juramento era su guía, y su letanía un escudo contra el miedo.
Afuera, la muerte esperaba.
Y ella estaba lista para enfrentarla.
Un viento cargado de partículas abrasivas, lluvia, y el olor de la batalla inundaron el interior del Lander, sin afectar a nadie de los soldados cuyos cascos filtraban el aire. Sin otra palabra, el Sargento Mayor levantó su brazo derecho y señaló hacia la salida.
¡Adelante, soldados! ¡A la línea!
Haruhi bajó junto con los demás. La niebla densa y la lluvia lo cubrían todo, amortiguando sonidos y distorsionando las formas que se movían en el horizonte. Las ruinas de la ciudad se alzaban como un monstruo moribundo, con edificios completamente derruidos, cráteres enormes por doquier y fuego ardiendo en las entrañas de las estructuras.
Avanzaron por calles devastadas, pasando junto a las fuerzas del CIRU y los restos de otras unidades de la DCIN que mantenían la línea con tenacidad feroz. Uno de los soldados atrincherados levantó la cabeza al verlos acercarse.
“¡Por fin llegaron los refuerzos!” Gritó, con voz llena de alivio.
Haruhi apenas tuvo tiempo de asimilar sus palabras antes de que una figura colosal apareciera ante sus ojos: un tanque ExoFury X-9 "Coloso", flotando majestuosamente sobre el suelo con sus propulsores antigravitatorios zumbando como un leviatán. La bestia de guerra medía más de doce metros de longitud, con un blindaje negro y la inconfundible insignia de la DCIN en sus laterales.
El cañón de riel electromagnético en la parte superior giró, ajustándose. Haruhi se detuvo un segundo, observando cómo aquel monstruo descargaba un proyectil que atravesó la niebla con un destello cegador. El impacto a la distancia fue un estallido que sacudió el suelo empapado, lanzando lodo y escombros al aire.
Las gotas heladas golpeaban el visor de Haruhi, empañando parcialmente su visión. Sacudió la cabeza para liberar el agua acumulada en las juntas de su casco y se deslizó rápidamente hacia la trinchera, donde las paredes reforzadas estaban marcadas por quemaduras de láser y plasma, ahora oscurecidas por el barro que la lluvia había transformado en una costra espesa.
Posicionó su FZR-5000 sobre el borde.
La niebla hacía que todo frente a ella fuera un caleidoscopio de manchas y luces intermitentes. A través de su visor, los sistemas de rastreo intentaban desesperadamente identificar amenazas entre las distorsiones. Todo era confuso, una danza de figuras que parecían acercarse y desaparecer en un instante.
Respiró hondo, ajustando el disparador del fusil. El sonido seco del condensador llenó sus oídos mientras comenzaba a disparar hacia las figuras que surgían como espectros de la niebla, esperando darle a algo. Las líneas del enemigo eran indistintas, pero sabía que estaban allí, avanzando, buscando romper la línea que ella y los demás soldados debían sostener.
El Coloso disparó de nuevo, iluminando la escena con una explosión de luz, recordándole que no estaba sola.
La línea debía sostenerse.
El deber era primero.
La vida era un precio secundario.
No podía ver más allá de unos pocos metros, pero su sistema de puntería láser escaneaba, y lo lograba, marcando figuras y siluetas enemigas.
Dos zalthar entre ráfagas. Dos zalthar para respirar, ajustar, y disparar de nuevo.
El retumbar del Coloso era una constante del poderío de la maquinaria que los respaldaba, pero también del abismo que separaba a un soldado raso como Haruhi de los comandantes que emitían órdenes más allá de su alcance. Su comunicación interna vibraba con la tensión de voces de mando superpuestas, cada una lanzando comandos.
“Escuadrón Exomind, flanqueo por el sector sur. Necesitamos cubrir esa brecha ahora. ¡No dejen que rompan la línea!”
“Unidad blindada Omnithrasher localizada, posición de fuego anclada en coordenadas 11.3-34-22.7. ¡Prioricen los lanzadores de misiles enemigos!”
“Coloso X-9 del sector dos, reduzcan esa formación pesada en el cuadrante cuatro. Manténganse en el límite del perímetro; no avancen solos.”
Haruhi absorbía aquellas órdenes con la intensidad de quien sabe que la supervivencia depende de ellas, aunque no eran para ella directamente, lo cual era obvio.
A su lado, un soldado Éndevol más joven, de las Orquídeas Blancas, temblaba, ajustando su fusil mientras sus ojos se movían frenéticamente por la niebla. Haruhi giró hacia él, y aunque no tenía autoridad oficial, su voz adquirió un tono firme, casi maternal.
“Cubre mi flanco izquierdo. No dispares hasta que los veas claramente. Conserva munición, no olvides guardar una para tí.”
El soldado asintió con rapidez, buscando en su rostro algo que reafirmara su seguridad. Haruhi le dio un breve golpecito en el hombro, un gesto tan antiguo como la guerra misma.
Por encima de ellos, el cañón del Coloso giró, apuntando hacia la neblina donde sus sistemas habían marcado una formación enemiga. Haruhi gritó hacia otro tanque cercano a la izquierda, un Vanguardia Móvil Centauro.
“¡Apunta al costado derecho! ¡Hay más movimiento allí!”
Ella no podía verlo, pero sabía que el artillero la miró por un momento, el tanque no se movió, probablemente estaba evaluando si debía ignorarla, pero la certeza en su voz y el hecho de que ella estuviera en el frente convencieron al hombre o mujer dentro de la bestia. Entonces ajustó el cañón hacia donde Haruhi había indicado.
La niebla se iluminó con el disparo de una salva de plasma, un arco brillante que atravesó el espacio antes de impactar en una línea enemiga que avanzaba a cubierto. La explosión sacudió la trinchera, y Haruhi sintió los fragmentos de piedra golpear su visor. Se cubrió rápidamente y volvió a su posición, descargando su FZR-5000 en dirección al enemigo.
Por el canal de comunicación, otra voz tomó el mando:
“¡Se detecta un Honored enemigo avanzando por el flanco izquierdo, modelo Bismut Prism! Unidad Genetor, retrocedan a la segunda línea y preparen misiles perforantes...”
La presión aumentó. Haruhi sabía lo que eso significaba: un Honored enemigo podía arrasar las trincheras si no lo detenían a tiempo.
“¡Prepara una descarga de plasma hipercargado para cubrir el retroceso de Genetor! ¡Si no los protegemos, perderemos este lado de la trinchera!” Ordenó una voz por el intercomunicador.
En el horizonte cercano, entre la niebla densa, el contorno titánico del enemigo comenzó a emerger, como una sombra monstruosa entre el fuego y las explosiones. El Coloso giró su cañón de riel, apuntando mientras el sistema de puntería emitía un pitido constante.
Haruhi escuchó la orden final a través del canal abierto:
“Coloso, dispara al Honored, máxima potencia.”
“Objetivo fijado. Disparo en cinco, cuatro…”
Haruhi sintió el aire cargarse de estática. Gritó al soldado más joven a su lado: “¡Cubrete! ¡Ahora!”
Ambos se agacharon justo cuando el Coloso disparó, liberando una explosión que iluminó todo el entorno. La vibración resonó en sus huesos mientras el proyectil impactaba directamente en el pecho del Honored, detonándolo en una explosión que se tragó tanto al mecha como a las tropas cercanas.
El aire se llenó de humo y escombros. Haruhi se levantó de inmediato, ayudando al soldado a reincorporarse mientras alguien gritaba por el canal general:
“¡Línea mantenida! ¡Concentren el fuego en los rezagados!”
Un destello se encendió frente a ella; un disparo dirigido con letalidad. No tuvo tiempo de reaccionar. El impacto chocó contra el escudo de plasma del Coloso, configurado de forma cóncava, protegiéndola, el disparo le habría dado en la cabeza. Una onda de energía la envolvió brevemente, haciéndole vibrar los dientes dentro del casco.
“Cerca. Muy cerca.” Pero Haruhi no parpadeó. No tembló. Había estado en esta posición antes, muchas veces. La muerte siempre se sentía así: cercana, inevitable, trivial.
Pero no la aterrorizaba. Jamás lo había hecho.
“Hoy moriré. Siempre lo supe. Desde el primer día que entré en la DCIN. Morir es parte del deber. Morir es el deber.”
Sus dedos se movieron con rapidez disparando una nueva ráfaga y luego recargando con fluidez. A su lado derecho, otro soldado hacía lo mismo.
El Coloso se movió hacia la derecha, dejando a Haruhi y a otros soldados fuera del alcance de su escudo, el Coloso encendió uno de sus lanzamisiles y disparó un misil hacia el horizonte. La explosión que siguió iluminó brevemente la niebla con un resplandor anaranjado, mostrando fragmentos de enemigos desintegrándose. Haruhi no miró. Sus ojos estaban fijos en el visor de su sistema de puntería.
“Dos zalthar. Apunta. Dispara. Dos zalthar. Repite.”
Otro disparo pasó silbando cerca de su cabeza, esta vez un láser, desintegrando un fragmento del borde de la trinchera. Ella ni siquiera pestañeó, su escudo cinético se activó parcialmente para bloquear el efecto del proyectil, pero el calor del mismo traspasó sin problemas y ardió en su mejilla a través del casco, y el vapor que se levantó dejó un amargo rastro en el aire.
“¿Dolor? No. Dolor es fallar. Dolor es ceder la línea. Dolor es permitir que el enemigo gane.”
El soldado a su lado también recargaba, con movimientos rápidos y precisos. En un breve instante, sus miradas se cruzaron a través de los visores. Ninguno habló. Ninguno necesitaba hacerlo. Ambos entendían lo mismo: no importa quién viva o muera, lo único importante es que la línea no se rompa.
Haruhi no podía prever cuánto tiempo podría resistir, pero sabía que no importaba.
El sonido de pasos pesados pero rápidos resonó en la distancia, un eco acelerado que retumbaba incluso por encima del rugido de las explosiones y el fuego cruzado. Las ondas de choque levantaban pequeños charcos a su alrededor. Ella alzó su fusil, apuntando hacia la niebla densa que cubría el horizonte.
“No se ve nada. Pero algo viene. Algo grande.”
“¡Nalath!” Gritó un soldado cercano, y ella no dudó. Sus dedos apretaron el gatillo, liberando una ráfaga tras otra.
Algo golpeó la trinchera, destruyéndola en un instante. Haruhi sintió el suelo desaparecer bajo ella; el barro resbaladizo dificultó cualquier intento de aferrarse. Una fuerza arrolladora la lanzó hacia atrás, su cuerpo giró antes de chocar contra el pavimento de la calle mojada. La armadura amortiguó el impacto, pero las alarmas internas comenzaron a parpadear en su visor, señalando daños significativos.
El Coloso también había sido empujado, sus propulsores antigravitatorios emitieron un chillido agudo mientras intentaba estabilizarse.
“Si esa cosa puede derribar un tanque como ese…” apretó las mandíbulas, todavía aferrada a su fusil mientras seguía con la cara contra el suelo. “…entonces estamos en problemas.”
Con un movimiento rápido, se levantó, sus piernas temblaron brevemente antes de recuperarse. Miró hacia arriba, apuntando con su arma de forma instintiva.
Lo vio.
Un Desolador.
Ella no esperó. Disparó, apuntando a las articulaciones en su cuerpo, mientras otros soldados alrededor comenzaban a reaccionar. Pero el Desolador no se detuvo. Su garra se alzó, y a su vez un misil salió disparado hacia ella.
Rápidamente se arrojó hacia un lado. La explosión la empujó, esta vez con más fuerza, chocando contra un muro derrumbado. Su visor se llenó de advertencias rojas.
Pero no soltó su arma. Con un esfuerzo titánico, se arrastró hasta una posición semierguida, observando cómo el Desolador seguía corriendo como un depredador liberado pero torpe.
Sus cuatro patas terminaban en filos dentados que se clavaban en el suelo con cada paso, arrancando el terreno a su paso con un sonido metálico y chirriante. Su mano llena de garras, la izquierda, desgarraba a los soldados como si fueran simples telarañas. Y sus dos ojos verdes se hacían nota en la apabullante oscuridad que lo rodeaba, reflejando que tenía varios daños a lo largo de su estructura y partes fragmentadas en su blindaje.
Lo observó en un instante que se alargó como una eternidad, su visor seguía parpadeando con advertencias y análisis que en ese momento eran inútiles. Vio cómo el Desolador se abalanzaba hacia el soldado que había estado junto a ella momentos antes. Una de sus patas delanteras se alzó y cayó, atravesó la armadura del soldado como si nada, hundiéndolo en el barro de la trinchera con un crujido horrible de huesos.
El monstruo giró rápidamente mientras se dirigía hacia los siguientes soldados. Su brazo derecho, rematado por un cañón de plasma masivo, se alzó, vaporizando a dos soldados que intentaban replegarse.
Haruhi no pensó. Actuó. Sus dedos apretaron el gatillo mientras disparaba hacia las articulaciones del Desolador, buscando algún punto débil en esa maquinaria infernal. Los proyectiles impactaron casi inofensivamente en su blindaje de Vedralita, dejando pequeñas marcas pero sin frenar su avance.
"¡No te detengas, no te detengas!" Se gritó a sí misma en su mente, mientras una lluvia de misiles electromagnéticos estallaba alrededor, desestabilizando a los soldados que intentaban responder. Una detonación cercana la sacudió, y el suelo desapareció bajo sus pies por tercera vez. La onda expansiva la lanzó contra otro muro derrumbado. Su visor se llenó de advertencias rojas y un dolor punzante recorrió su torso.
Entonces, otros soldados entraron en acción. “¡Usen las placas! ¡Tenemos que derribarlo!” Gritó uno de ellos.
Las patas del Desolador golpeaban el suelo con fuerza. Sus movimientos eran frenéticos, como si la máquina misma estuviera en un estado de rabia desquiciada. Uno de sus misiles se disparó hacia un grupo de soldados que intentaban rodearlo, enviándolos por los aires en una explosión de fuego y metralla.
“¡Cubran a los delanteros!” Gritó un Sargento mientras dos soldados se lanzaban hacia las piernas del monstruo portando placas magnéticas.
La Parte A de una de ellas fue adherida a una de las patas, activándose con un destello azul brillante. Uno de los soldados, temblando por el pánico, intentó fijar la Parte B en la articulación de una de las patas traseras. Pero antes de terminar, el Desolador giró su cuerpo bruscamente, y su garra se hundió en el torso del soldado, destrozándolo al instante.
“¡Maldita sea, no se detengan!” Gritó el sargento, disparando su FZR hacia las juntas del monstruo en un intento desesperado de distraerlo.
Otro soldado tomó el lugar del caído y logró fijar la placa, pero el Desolador ya estaba en movimiento nuevamente. Su cañón de plasma se iluminó y disparó hacia el grupo más cercano. Haruhi apenas tuvo tiempo de rodar tras una barricada, sintiendo el calor abrasador del impacto que vaporizó el concreto frente a ella.
Mientras tanto, en el otro flanco, un par de soldados trataban de inmovilizar la segunda pata. Uno de ellos gritó cuando una de las patas del monstruo lo golpeó, enviándolo con fuerza hacia un muro. Su compañero, jadeando, logró colocar la Parte A en otra de las patas, y luego saltó sobre la pierna restante, adhiriendo la Parte B con fuerza.
El campo magnético entre las cuatro piernas se activó, y el Desolador tropezó. Sus patas traseras comenzaron a unirse con las delanteras, pegándose, pero la máquina no dejó de luchar. Se giró y disparó un misil hacia sus propios pies en un intento de liberarse, creando una explosión que lanzó a los soldados cercanos, pero fallando en su intento de liberación.
“¡Ya casi lo tenemos!” Gritó Haruhi, saliendo de su cobertura y disparando a los sensores faciales del Desolador para desorientarlo.
Los soldados restantes atacaron los brazos. Uno de ellos corrió hacia adelante con la Parte A de otra placa mientras el Desolador barría con su garra, casi partiéndolo por la mitad. El soldado logró adherir el dispositivo justo antes de que la garra lo destrozara. Otro soldado saltó desde un montículo de escombros, aterrizando en el suelo y colocando la Parte B.
El campo magnético se activó, y la garra del monstruo fue arrastrado hacia el suelo. Aún así, el Desolador seguía disparando su cañón de plasma en todas direcciones, destruyendo partes de edificios y destrozando las filas de los soldados antes de que este mismo se sobrecalentara y explotara, dejando sólo un muñón.
Otro soldado, un Artillero Pesado, salió portando una AM-44 “Doombringer”.
“¡Manténganlo quieto!” Rugió mientras la ametralladora comenzaba a cargar.
El Desolador hacia sus movimientos cada vez más erráticos. Las patas chasqueaban sin control; los brazos le vibraban con impotencia.
El soldado con la Doombringer apretó el gatillo, y el rugido del arma no se hizo esperar. Los rayos láser impactaron en la cabeza del Desolador, perforando su armadura. El monstruo se sacudió violentamente, emitiendo chispas y humo, hasta que finalmente sus ojos verdes se apagaron y su rostro se derritió.
El silencio cayó como un manto, roto solo por los jadeos de los soldados sobrevivientes.
Haruhi, medio tumbada y jadeando, observó cómo la criatura se convulsionaba antes de quedarse inmóvil.
Se levantó, apoyándose en el muro, y ajustó su fusil.
Otro soldado gritó:
“¡Movimiento al sur! ¿Eso es…?”
Antes de que las palabras siquiera pudieran asentarse, apareció otro Desolador, otros cuatro metros de puro metal negro.
El monstruo, notablemente dañado de gravedad, levantó el cadáver del anterior con sus garras titánicas. Con un movimiento lo lanzó contra el grupo de soldados que aún se reagrupaban, impactó como una bomba improvisada.
Avanzó entre el polvo, como si estuviera midiendo a su presa.
Uno de los soldados levantó su arma, pero no tuvo tiempo de disparar. La garra del Desolador se cerró en un arco, partiendo al hombre en dos con.
La máquina giró inmediatamente hacia el artillero.
El disparo fue inmediato. Un haz de plasma puro atravesó al artillero, desintegrando la mitad de su cuerpo antes de que siquiera pudiera reaccionar.
La explosión que siguió de las granadas del artillero lanzaron la Doombringer al aire, donde cayó a unos metros de distancia.
Todo se estaba yendo al infierno. Haruhi apretó las mandíbulas mientras los soldados restantes volvían sus armas contra el monstruo. Pero sus disparos eran como granizo contra una fortaleza: inútiles.
El Coloso no se quedó inactivo, regresando al área cercana, sus lanzagranadas automatizados se activaron hacia el enemigo. Pero el Desolador, lejos de retroceder, se lanzó directamente hacia el tanque, subiendo encima del mismo con un salto que hizo tambalear al tanque, casi tirándolo al suelo.
Su garra se cerró sobre el cañón principal del tanque, doblándolo en dirección opuesta. Los artilleros intentaron responder, disparando sus misiles en un acto desesperado. Pero el monstruo, como si hubiera anticipado el movimiento, bloqueó las salidas con sus patas delanteras, redirigiendo la explosión hacia el interior del vehículo.
El tanque explotó desde dentro, inclinándose torpemente antes de caer. El Desolador se alejó de los restos, su cuerpo estaba humeante y marcado por la explosión, pero su paso seguía siendo firme. Los soldados a su alrededor cayeron uno tras otro, incapaces de detener su avance.
Haruhi sabía que quedarse viendo era morir.
Con la determinación grabada en cada fibra de su ser, corrió hacia donde la Doombringer había caído. El arma yacía en el suelo, intacta a pesar de la explosión que la había enviado allí.
“Alguien tiene que hacerlo…” murmuró, casi sin aliento.
Sus manos se cerraron alrededor del arma. Era más pesada de lo que había imaginado, pero nada que no hubiera cargado antes, el diseño estaba lejos de ser familiar. No tenía tiempo para dudas. Apuntó hacia el Desolador, tanteando los controles con los dedos hasta que el arma cobró vida.
El retroceso del motor casi la tiró al suelo, pero se mantuvo firme. Los disparos de la Doombringer iluminaron la escena con fulgores rojizos, un torrente de energía que impactó contra el monstruo. Los láseres marcaban líneas incandescentes en el aire, algunos rebotaban contra el blindaje del Desolador, pero otros encontraban puntos vulnerables, arrancándole pedazos de metal y chispas de sus sistemas internos.
El monstruo giró hacia ella.
“Vamos. Ven por mí.”
Ella siguió disparando, ignorando el dolor en sus brazos y el retroceso que sacudía todo su cuerpo. El Desolador avanzaba cada vez más rápido, pero tropezaba, una de sus patas estaba dañada.
Haruhi no parpadeó ni una sola vez, su dedo seguía apretando el gatillo como si su vida dependiera de ello.
Porque lo hacía.
El Desolador gruñó hacia Haruhi, cargando su cañón de plasma con un brillo celeste incandescente. Pero en el último instante, el Desolador desvió su atención hacia la izquierda, donde un grupo de soldados seguía disparándole sin tregua a la cara. El cañón de plasma disparó, incinerando a varios de ellos al instante.
Haruhi quedó paralizada un segundo, no por miedo, sino por la crudeza de la explosion. El metal de la máquina ahora estaba goteando aceite y partes quemadas.
“¿Por qué no me mataste a mí?” pensó. Pero no había tiempo para cuestionamientos. Ahora estaba relativamente sola, con apenas un puñado de soldados en las cercanías y el monstruo volviendo su atención hacia ella, a pesar de que había cientos de soldados a lo largo de toda la trinchera, estaban ocupados.
“Está bien… ahora eres mío.”
Apuntó a las piernas. Sus disparos eran medianamente precisos. Uno de los disparos atravesó una de las juntas, haciendo que el Desolador tambaleara aún más. Otro disparo derribó algún sensor central en su pecho, y la máquina cayó pesadamente al suelo.
El Desolador comenzó a arrastrarse hacia ella con una demencia inquietante, sus garras arañaban el suelo, dejando surcos profundos. Su cañón de plasma intentó disparar, pero Haruhi lo mantuvo bajo una lluvia constante de láseres, obligando al Desolador a usarlo como cobertura hasta inutilizarlo.
De repente, el monstruo lanzó un misil. Haruhi apenas tuvo tiempo de reaccionar. El proyectil impactó directamente en la boca de la Doombringer, destrozándola y lanzándola a ella violentamente al suelo. El impacto la dejó aturdida, su brazo izquierdo latía con un dolor que la quemaba. Al intentar moverse, sintió algo extraño; probablemente tenía el brazo izquierdo roto, pero no había tiempo para lamentaciones, la armadura ya estaba adormeciendo su brazo para evitar el dolor.
“Levántate. No puedes morir aquí. No hoy.” Se dijo.
Con su brazo bueno, sacó su Plasma Blade, una vara metálica adherida magnéticamente a su armadura. Al encenderla, el calor del plasma formó una espada que chisporroteaba con energía azul.
Haruhi no dudó. Con su otra mano, de su cinturón sacó y lanzó una granada de plasma con toda la fuerza que pudo, apuntando a uno de sus brazos. La explosión destrozando el brazo derecho ya derretido del Desolador y salpicando aceite negro y fragmentos de metal por todas partes.
Con un grito que surgió desde lo más profundo de su ser, corrió hacia la bestia arrastrándose. El peso de la Plasma Blade vibraba en su mano, mientras el monstruo intentaba golpearla con su garra, ya dañada por la pérdida de energía.
Clavó la espada directamente en el cráneo metálico del Desolador. El plasma chisporroteó al contacto, fundiendo el blindaje, Haruhi apretó con todas sus fuerzas, empujando más profundo, mientras los ojos verdes del Desolador parpadeaban erráticamente.
“¡Muere!”
El metal comenzó a derretirse, el brillo en los ojos del Desolador se desvaneció lentamente hasta apagarse por completo. El cuerpo dejó de moverse, y Haruhi se quedó allí, jadeando, con su mano aún aferrada a la empuñadura de la Plasma Blade, viendo cómo los últimos vestigios de vida artificial del monstruo se extinguían antes de sacar la espada.
Haruhi cayó al suelo como un saco de huesos rotos. El calor de la Plasma Blade aún sonaba en su mente, pero su cuerpo ya no respondía. La adrenalina que la había mantenido en pie se esfumó, dejando en su lugar un agotamiento insoportable y un dolor que parecía pulsar desde cada fibra de su ser.
Apenas tuvo tiempo de procesar la llegada de más soldados. Voces apresuradas y el ruido de materiales siendo apilados marcaban la reconstrucción de la línea. Dos Orquídeas aparecieron junto a ella, la levantaron con cuidado y la colocaron sobre una camilla de transporte. Ella intentó mantenerse consciente, pero la oscuridad la reclamó por completo.
Cuando abrió los ojos de nuevo, se encontraba dentro de una tienda de campaña metálica, un refugio improvisado pero sólido, iluminado por luces de emergencia de un tono blanco frío. Las paredes de acero tenían pequeños paneles con pantallas que mostraban información médica, junto a estantes cargados con suministros de primeros auxilios, y el sonido de la lluvia como telón de fondo.
Haruhi se incorporó lentamente en la cama. Sus movimientos eran torpes, y un dolor punzante le recorrió el brazo izquierdo, confirmándose que algo estaba roto. Se miró el cuerpo: solo llevaba puesto el pantalón reforzado que iba abajo de la armadura desde la cintura hacia abajo, mientras que su torso estaba descubierto, salvo por un sujetador deportivo negro.
“¿Dónde está mi armadura?” pensó, y alzó la vista hacia una mesa al otro lado de la tienda. Allí estaba, con la misma pulcritud que la hacía parecer una extensión de su cuerpo. Junto a ella, su fusil descansaba sobre un soporte. Lo único entre la vida y el olvido.
“¿Estás bien?” Dijo una voz quebradiza a su lado.
Haruhi giró la cabeza. Era un soldado de las Orquídeas Blancas, de su misma raza, joven, probablemente recién salido de entrenamiento. Su rostro pálido contrastaba con los colores oscuros de su uniforme. Tenía los ojos abiertos como platos y las manos temblorosas mientras ajustaba las correas de su uniforme.
“¿Cómo te llamas?” Preguntó ella, con voz ronca por la sed y el cansancio.
“Soy… Juno.” Su voz apenas se sostenía, era evidente que estaba aterrado.
Haruhi lo examinó en silencio. Su postura encorvada y la forma en que miraba hacia la entrada de la tienda revelaban su ansiedad.
“¿Cuánto tiempo llevo aquí?”
“Unos… veinte minutos, más o menos.” Dijo vacilante. No parecía estar seguro de sí mismo, como si todo estuviera pasando en una neblina de confusión.
Haruhi asintió, dejando escapar un suspiro. A pesar de los disparos, los estruendos y la locura a su alrededor, ella había estado fuera mucho más tiempo de lo que pensaba.
“¿Y tú?” Preguntó, observando cómo Juno comenzaba a ajustarse el uniforme.
“Nada…” Respondió Juno, con una leve sacudida en su voz.
“¿Nada?” Repitió, con más firmeza.
Juno pareció incomodarse aún más, tragando con dificultad. La duda, el miedo, y la vergüenza pasaban por sus ojos de una forma que Haruhi conocía demasiado bien.
“No… no hice nada.” Murmuró, casi como una disculpa.
“¿Qué hiciste?” La voz de Haruhi era casi implacable ahora, penetrante.
Juno miró al suelo, sus hombros estaban encogidos en un gesto que delataba aún más su vergüenza.
“Me encerré.”
“¿Te encerraste?”
“Sí. Los disparos, los misiles… estaba… asustado. No sabía qué hacer, y... me metí en el refugio. El miedo me… m—”
Haruhi lo interrumpió: “Eso es imperdonable.”
Juno intentó balbucear algo, pero la mirada de Haruhi lo paralizó.
Haruhi permaneció en silencio, cobardía, miedo, alejarse de la batalla... esas palabras daban vueltas en su mente, una y otra vez, como si estuviera buscando una explicación, una justificación. Pero no podía encontrarla. ¿Era eso lo que los soldados de las Orquídeas Blancas eran? ¿La diferencia entre ellos y los de la DCIN? No. No podía ser eso. No podía, no debía, dejarse consumir por esa clase de pensamientos.
La DCIN no tenía espacio para la debilidad. Nunca lo tuvo. Y ella, como soldado, había sido forjada bajo esa creencia. Desde el primer día de su entrenamiento, el miedo había sido algo ajeno a ella, algo que simplemente no existía. No podía permitírselo. El miedo mata la mente.
Se levantó de la cama con rapidez, sus músculos seguían aún tensos y doloridos.
Haruhi caminó unos pasos hacia la mesa, sin mirar siquiera a Juno, que seguía agachado, como un niño asustado, avergonzado por su propia incapacidad.
En la mesa frente a ella, un Vynokk descansaba. Era un cilindro blanco, con pequeñas ranuras que emitían un tenue brillo azul cada pocos segundos, indicando que estaba listo para usarse. Tomó el dispositivo con la mano derecha, examinándolo rápidamente antes de apuntarlo a su brazo izquierdo.
Desde la base del cilindro, un fino rayo de luz verde se proyectó hacia la zona fracturada. En cuestión de segundos, su piel se iluminó con un brillo pálido, y el dolor comenzó a ceder mientras las nanomoléculas del dispositivo aceleraban la regeneración de tejidos, huesos y cartílagos. Haruhi mantuvo una expresión impasible mientras trataba otras heridas: un corte profundo en el costado y varios moretones en las piernas y el abdomen.
Cuando terminó, colocó el Vynokk de vuelta sobre la mesa. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en una prenda doblada al lado del dispositivo: su camiseta de manga larga, reforzada, diseñada para llevarse debajo de la armadura. Nadie sabía por qué se la habían quitado, pero allí estaba. Su tela negra, de textura opaca, estaba diseñada para resistir el calor y las rasgaduras, aunque no había nada particularmente limpio en ella ahora.
Sin decir palabra, tomó la camiseta y se la puso. El ajuste era perfecto, abrazando sus músculos y ocultando las marcas de la batalla que adornaban su torso. Giró ligeramente el cuello, comprobando la flexibilidad de la prenda, y luego volvió la vista a Juno brevemente.
Él estaba roto, y ella lo sabía. Miedo. Cobardía. Las palabras se estancaban en su mente. ¿Cómo podía alguien tan débil, tan… humano, ser un soldado?
¿Es que nunca había aprendido que el miedo te mata? Se acercó a su armadura, extendiendo la mano para tocarla.
Haruhi dio un paso atrás, los disparos continuaban, una constante amenaza a lo lejos, pero ella los ignoraba. Al igual que el sonido de su respiración, que se había vuelto más pesada de lo habitual. Él se encerró. El pensamiento la golpeó de nuevo, y su mirada se endureció. Era imposible que una persona como él sobreviviera si no podía enfrentarse a sus propios demonios.
Se giró bruscamente hacia él.
“¿Te parece que encerrarte, ocultarte de la batalla, es una solución?” La pregunta no buscaba respuesta, pero ella necesitaba formularla, como si al hacerlo pudiera comprender la diferencia entre él y ella.
Juno levantó la cabeza lentamente, pero no miró directamente a Haruhi. Se veía pequeño en esa tienda metálica, como si el peso de lo que había hecho lo hubiera aplastado. Haruhi lo miraba fijamente, esperando una respuesta que nunca llegaría.
Haruhi se acercó a su armadura, tomó la pieza de las piernas primero, ajustándola alrededor de sus muslos. El magnetismo de la armadura se activó en cuanto la acercó a su piel, asegurándola en su lugar con un ligero “clic”. El calor de la armadura comenzó a envolverla, la presión de la estructura sobre sus músculos le recordaba que el dolor de las heridas era algo temporal.
Se ajustó las placas que cubrían sus pantorrillas y rodillas, sintiendo cómo la rigidez de los materiales reforzados se asentaba sobre su cuerpo.
Después, con rapidez, pasó a los brazos. Los antebrazos se cerraron. Cada placa parecía apretar un poco más su cuerpo. Su fuerza aumentaba, su resistencia también.
La pechera. La pieza central de la armadura, el alma misma de su protección. La ajustó, asegurándose de que no quedara ni un centímetro de desnudez, ni un rincón vulnerable. La capa de protección estaba activada, y podía sentir la vibración ligera de la corriente eléctrica fluyendo a través de su cuerpo, asegurando que estuviera lista para el combate.
Luego activó el sistema al colocarse el casco. La respiración filtrada del mismo comenzó a llenar sus pulmones, el aire puro que la armadura proporcionaba. Podía sentir la vibración del sistema respiratorio activándose.
Suspiró. La visión a través del visor del casco se ajustó, volviendo el mundo exterior nítido y claro. Miró a través de la abertura de la tienda de campaña, viendo el campo de batalla, pero no salió.
Algo la detenía.
En cambio, su mirada se desvió hacia Juno, otra vez. Lo observó en silencio por unos segundos.
Él no estaba hecho para la guerra.
El pensamiento le picó en la mente, como una espina clavada en lo más profundo de su ser.
Y aún así, algo la mantenía allí, en silencio, observando, no dijo nada. Se quedó quieta, con los brazos cruzados, aunque su respiración era calmada y controlada, gracias a los filtros del casco. Por unos segundos, la tienda se quedó en silencio.
"¿Vas a quedarte ahí?"
Cada segundo que pasaba le recordaba a Haruhi la vergüenza de la cobardía de un compañero que no era capaz de levantarse.
"Si te quedas aquí, serás una deshonra para las Orquídeas Blancas a ojos del CIRU," dijo.
"¡Maldita sea, eres un soldado! ¡Actúa como tal!"
Haruhi dio un paso adelante, despojando cualquier rastro de duda en su tono.
"¡Toma tu arma! ¡Sal y sirve a la Hegemonía!", ordenó, el brillo en sus ojos amarillos tras el visor reflejaron furia, la furia de un soldado que no perdona la debilidad, de alguien que ha sido forjado en el fuego de la batalla y que no puede entender a aquellos que se arrastran en el lodo mientras la guerra ruge afuera.
"Para ti es fácil", respondió al fin. "Tienes una armadura, un fusil mucho más potente, tienes experiencia, tienes todo lo que se necesita. Siempre será más fácil para ti.” Sus ojos verdes se encontraron con los amarillos de Haruhi, y por un momento, ella pudo ver el conflicto interno que se estaba librando en su rostro.
"Pero yo no soy como tú. No tengo esa ventaja."
Haruhi no dio señales de haberse molestado por las palabras de Juno.
"Eso no te quita que puedas morir," dijo Haruhi. No había enojo en su tono, sólo la verdad. "No importa cuánto equipo tengas, o cuánta experiencia pienses que tengas. A un soldado de la DCIN, le basta un segundo de error, una sola oportunidad para que lo aplasten. No hay diferencia en eso, Juno. No importa si eres de las Orquídeas Blancas o de las fuerzas más poderosas del CIRU. En este lugar, un soldado muere tan fácilmente como otro… El equipamiento no te hace invencible, ni la experiencia te hace infalible. En circunstancias como estas, uno puede fallar un disparo y terminar tirado en el suelo, desangrándose. O lo que es peor, ni siquiera tener la oportunidad de disparar. Todos caemos, tarde o temprano."
Juno bajó la vista. "Ya lo vi en tu mirada, no me ves como un soldado. Y sabes qué… nunca podré serlo." Su voz vaciló ligeramente, pero se endureció cuando agregó: "No debí entrar al servicio de las Orquídeas Blancas. No debí atreverme a tomar un arma. No tengo lo necesario. No soy como tú..."
Haruhi, en un principio, permaneció quieta, sin dar señales de sorpresa o piedad. Pero las palabras de Juno, la desesperación que se filtraba en ellas, lograron que su mirada se afilara aún más, como si le estuviera haciendo una evaluación exhaustiva.
Entonces le respondió.
"¿Quieres luchar por tu raza? ¿Por tu mundo?”
Juno, sin dudar, asintió. "Sí…"
Haruhi no dejó que su mirada se suavizara, ni dejó espacio para la duda. En su mente, las reglas no eran tan complejas.
"Eso es suficiente," dijo con claridad. "Eso es todo lo que necesitas. Si quieres luchar, si quieres defender, entonces eres un soldado. No hace falta más que eso. Todo lo demás se aprende en el campo de batalla."
El silencio volvió a llenar el espacio entre ellos, pero esta vez, no estaba cargado de dudas ni de miedos. En el fondo, Juno podía sentirlo: algo en las palabras de Haruhi había encendido una chispa. Quizás la chispa que necesitaba, quizás el empuje que nunca supo que le faltaba.
"Ahora, ¿te vas a quedar aquí lamentándote, o vas a levantarte y hacer lo que se supone que un soldado debe hacer?"
Juno, por fin, levantó la vista, y aunque su rostro estaba marcado por la incertidumbre, sus ojos ya no parecían tan vacíos como antes, frunció el ceño. "¿Eso es un soldado?" Su voz tembló un poco, como si las palabras mismas le costaran más de lo que estaba dispuesto a admitir. "¿Es todo lo que necesito? ¿Solo decir que quiero luchar? ¿Eso me convierte en lo que soy?"
"No importa si eres de las Orquídeas Blancas, de los Tekkettsu-Tai, de la DCIN o de cualquier otra facción," comenzó ella. "Un soldado de Resalthar es aquel que pelea por la Hegemonía. Pelear por la Hegemonía no significa solo alinear tus ideales con la bandera o el estandarte que te es impuesto. No, lo que realmente importa es que un soldado defiende lo que más ama. Defiende a su gente. No importa si es un ingeniero que sabía cómo reconstruir una nave, un vendedor que conocía todos los secretos del comercio, un estilista que alguna vez decoró la cabeza de los ricos, o un padre que trataba de hacerle una vida mejor a su hijo… Un soldado es aquel que no se detiene ante la necesidad de mantener la línea, que no retrocede cuando la guerra se acerca, cuando los enemigos avanzan, cuando la oscuridad parece tragarse todo lo que tiene. Porque en su interior, sabe que tiene una responsabilidad."
Ella dio un paso hacia él.
"Ser un soldado no es un título, ni un honor que se recibe en una ceremonia... Es una carga, una obligación que se lleva con la misma pasión y sacrificio con que se lleva la propia vida… ¿Sabes por qué? Porque un soldado no pelea solo por sí mismo. Un soldado pelea por lo que está más allá de él… Si te llamas soldado, debes estar dispuesto a dar todo. Todo. No importa si nunca empuñaste un arma antes, no importa si tienes miedo, o si no crees que seas lo suficientemente fuerte… Si crees en lo que estás defendiendo, si sabes que lo que haces importa, entonces ya estás cumpliendo con la verdadera esencia del deber… La guerra no discrimina entre lo que alguien haya sido antes; todos son llamados a defender lo que aman..."
El silencio se instaló entre ellos mientras Haruhi dejaba que sus palabras calaran hondo.
"Un soldado puede haber sido un hermano, un hijo, un amigo. Puede haber sido cualquiera de esos, pero no hay distinción... En el campo de batalla, no importa tu historia. No importa si alguna vez tuviste un hogar, o si tenías otros sueños antes de que la guerra llegara a ti. Un soldado, sin importar su origen, debe mantener la línea. Debe seguir peleando incluso cuando la esperanza parece desvanecerse. Cuando todo lo que queda es el polvo, las ruinas, el dolor, y el eco de los muertos…"
Haruhi respiró hondo.
"Un soldado nunca se detiene... Porque detrás de cada batalla, detrás de cada enemigo abatido, hay algo más grande que el individuo. Hay algo más grande que cualquier derrota personal. Un soldado lucha para que los demás puedan vivir… Lucha para que las generaciones futuras puedan conocer la paz, aunque sea por un breve momento. Y esa es una carga que todos, sin excepción, deben cargar. Ser un soldado no es fácil. Pero es necesario. Y si no estás dispuesto a cargar con esa responsabilidad, entonces te aseguro que nunca serás uno. No importa lo que lleves en tus manos, o en tu pecho... Lo único que importa es qué hay en tu mente..."
Haruhi lo miró con determinación, como si estuviera esperando una respuesta, no una queja ni un comentario. Solo quería ver si Juno lo entendía. Si entendía la diferencia entre las excusas y la realidad de ser un soldado.
"Así que sí, si quieres ser un soldado, Juno, lo que importa es que estés dispuesto a hacer lo que otros no pueden. Hacer lo que otros no quieren. Y sobre todo, hacer lo que otros no deben... Porque ese es el camino. Eso es lo que significa ser un soldado… de un soldado hay vidas que dependen de su resistencia. De su determinación. Cada paso que damos, cada disparo que hacemos, cada segundo que resistimos, no es para nosotros. Es para ellos, para los que no pueden luchar, para los que esperan en silencio, temerosos de que el próximo estruendo sea el último que oigan..."
Juno, por fin, dejó de mirar al suelo y la miró de nuevo, había un brillo diferente en sus ojos.
Una explosión cercana sacudió la tienda, las luces titilaron por un momento. El suelo de metal vibró bajo sus pies, y los gritos de órdenes y llamados de auxilio inundaron el ambiente, mezclándose con el rugir incesante de las armas.
Juno tembló instintivamente.
Haruhi no se inmutó.
"¿Escuchas eso?" Preguntó, señalando con un ligero movimiento de la cabeza hacia el exterior. "Eso no son solo disparos. Son vidas luchando por sobrevivir. ¿Crees que ellos se detienen a pensar si son lo suficientemente fuertes? ¿Crees que tienen tiempo para dudar? No, Juno. No lo tienen. Porque mientras tú dudas, mientras tú decides si eres o no capaz, alguien más está dando su último aliento para proteger lo que tú también deberías estar protegiendo."
El sonido de un disparo de plasma impactando contra el escudo de energía de la tienda resonó como un campanazo.
"¿Y qué pasa si fallo?" Murmuró.
Haruhi inclinó la cabeza, relajándose ligeramente. Su voz se suavizó. "Entonces fallas. Pero lo haces luchando. Y eso es todo lo que importa… Porque un soldado que lucha, incluso cuando sabe que podría perder, es más valioso que uno que nunca intenta… Al menos, al menos tiene el coraje de intentarlo..."
Un grito desgarrador se escuchó desde afuera, seguido de una ráfaga de disparos que lo cortó abruptamente.
Haruhi no apartó la vista de Juno.
"Así que decide," dijo ella. "¿Te vas a quedar aquí, esperando que alguien más cargue con el peso que es tuyo? ¿O vas a tomar ese fusil, levantar la cabeza y hacer lo que se espera de un soldado de las Orquídeas Blancas?"
Juno tragó saliva, sus manos fueron apretándose con fuerza, mientras una chispa de algo diferente, determinación, quizás, algo se encendía en su mirada. Aún temblaba, pero algo en su postura comenzó a cambiar, como si el peso de sus dudas se deslizara poco a poco de sus hombros.
Haruhi dio un paso atrás, permitiendo que sus palabras llenas de convicción y dureza se asentaran como una carga inevitable sobre los hombros de Juno.
"La respuesta está en ti. El miedo es natural, lo conozco bien. Yo también lo sentí, lo enfrenté. Pero lo que no puedes permitir es que ese miedo te consuma, ser soldado no significa ser insensible al miedo, sino aprender a actuar a pesar de él. Tienes que levantarte, no solo como un soldado, sino como un escudo para los demás. Porque si tú no lo haces, alguien más lo hará. Y no podemos permitir que ese alguien sea el enemigo."
Juno permaneció en silencio, entonces sus manos temblorosas se aferraron a su Fusil de Plasma T-45.
Tras un instante que pareció eterno, se incorporó.
Cuando colocó el casco blanco sobre su cabeza, su figura pareció transformarse. La luz que rebotaba en el visor oscuro daba la ilusión de una sombra más grande, más firme. Aunque físicamente seguía siendo pequeño en comparación con Haruhi, pero algo en su postura, en el ángulo de su cuello, en el leve enderezamiento de sus hombros, había cambiado. Ya no era el mismo chico tembloroso. Algo en su interior se había solidificado, como un metal recién templado bajo el fuego de la presión.
Haruhi lo observó con detenimiento buscando cualquier rastro de vacilación.
No encontró ninguno. Asintió lentamente, con una ligera inclinación de la cabeza, como si otorgara su aprobación. Una sonrisa casi imperceptible curvó sus mandíbulas bajo el casco.
"Eso es," murmuró. "Eso es un soldado."
Juno ajustó el fusil en sus manos, preparándose para el momento inevitable de enfrentarse al infierno que esperaba más allá de la tienda. Pero antes de que dieran el primer paso hacia el combate, una pregunta se formó en su mente, una duda que llevaba consigo desde que había visto a Haruhi por primera vez.
"¿Por qué entraste a la DCIN?"
Haruhi se quedó quieta por un momento, observando la pregunta en su mente antes de responder.
"Desde niña," comenzó, mirando al frente, como si recordara sus primeros días de entrenamiento, "siempre tuve el deseo de servir en el ejército más grande y más poderoso que haya existido. El ejército que, por más de 50,000 años, ha defendido todo lo que conocemos, a la Hegemonía Resalthar. Desde que era pequeña, mi sueño era tener el honor de unirme a la DCIN, de portar esa armadura negra que representa todo lo que es la Hegemonía. Es más que un simple ejército, es una institución. Y lo que representa no solo es la protección de nuestro mundo, de nuestras familias, de nuestros seres queridos, sino el poder de la historia misma."
Haruhi dejó que sus palabras se asimilaran, sabiendo que cada frase tenía un peso especial para ella. "Cuando miras el símbolo de la DCIN en tu hombro, no es solo un emblema de una unidad. Es un símbolo de sacrificio, de honor, de algo mucho más grande que tú."
Sus ojos se suavizaron por un momento, como si ese pensamiento personal la tocara más de lo que esperaba. "Siempre quise estar allí, en ese ejército, y servir bajo ese emblema."
Haruhi se volvió hacia Juno.
"Eso es por lo que entré. No es solo por la armadura o por el fusil. Es por el deber, por la gente a la que sirve la Hegemonía. Porque el día en que dejemos de luchar, todo eso caerá, y no me voy a quedar de brazos cruzados para ver cómo el mundo que conocemos se desmorona… Ahora ven, vamos a salir."
Juno, con el corazón latiendo como un tambor, la siguió. Afuera de la tienda, la guerra se desplegaba como un infierno vivo, pero esta vez, el miedo en su pecho estaba eclipsado por algo más grande: la determinación de no dejar que todo lo que había escuchado esa noche fuera en vano.
"Quédate junto a mí," dijo Haruhi, con la misma voz firme de siempre, pero con una nota de camaradería que apenas se filtraba a través de su tono habitual de mando.
El cielo rugía, y relámpagos azules desgarraban la negrura sobre la ciudad devastada. Cada destello iluminaba el campo, revelando soldados destrozados, trincheras ensangrentadas, y columnas de humo que ascendían como manos espectrales hacia la tormenta furiosa.
A su alrededor, soldados con la insignia de las Orquídeas Blancas, los Tekketsu-Tai, y la DCIN se movían como un solo organismo, coordinados pero agotados. Las armaduras ligeras de tela reforzada de las Orquídeas contrastaban con los blindajes oscuros y amenazantes de los soldados de la DCIN y los plateados y blanquecinos de los Tekketsu-Tai, que parecían destellos corriendo entre las ruinas.
Tanques Yamato-Ryū se alineaban detrás de las barricadas, sus cañones de plasma hipercargado disparaban sin cesar hacia las filas enemigas, dejando huecos breves en la niebla.
El horizonte estaba iluminado por los trazos incandescentes de los misiles y las ráfagas láser que cruzaban como rayos de una tormenta interminable. Haruhi descendió hacia una trinchera salpicada de sangre y escombros. Detrás de sacos de arena desgarrados y escudos cinéticos casi agotados, un grupo de Tekketsu-Tai disparaba sin tregua. Juno se arrojó tras una barrera improvisada.
Haruhi lo observó un momento, evaluando su postura y sus movimientos. El temblor que antes lo caracterizaba… había desaparecido.
"¡Fusilero! A la izquierda, cubre el flanco sur!" Rugió un sargento antes de ser alcanzado por un proyectil de plasma que le arrancó la mitad del torso. La sangre salpicó el casco blanco de Juno, quien apenas parpadeó. Su instinto tomó el control: disparar, recargar, disparar, esperando darle a algo.
Haruhi se mantuvo cerca, disparando a los enemigos que intentaban cruzar un callejón cercano.
De repente, un temblor sacudió la trinchera, seguido de un sonido metálico, como un gigante caminando entre los mortales. Haruhi alzó la vista justo cuando la figura de un Honored Amalsaao emergía de la niebla, aplastando escombros. El gigantesco modelo de combate, de más de ocho metros, caminó hacia la barricada con una calma inexorable, su blindaje oscuro brillaba con los reflejos de explosiones cercanas y las líneas de energía azul que recorrían su cuerpo.
El Amalsaao levantó su ametralladora de plasma “Tormenta Incandescente”, y en un instante desató una ráfaga abrasadora que convirtió una línea entera de posiciones enemigas en vapor y escombros ardientes. Micro-proyectiles salieron disparados de sus hombros, curvándose hacia objetivos que intentaban ocultarse tras las ruinas, destruyéndolos.
“Por el Cálculo… ¿Viste eso?” Murmuró Juno, sus ojos estaban abiertos como platos tras el visor.
Haruhi, aún disparando hacia un enemigo rezagado, apenas apartó la mirada. "Difícil no verlo. Eso podría destrozar un ejército entero en minutos."
A su alrededor, las explosiones arrancaban pedazos de tierra y cemento, mientras los gritos de soldados heridos llenaban el entorno con una angustia que parecía casi tangible.
De repente, un misil impactó cerca, sacudiendo el suelo y enviando una nube de polvo y escombros al aire. Juno fue lanzado hacia atrás, cayendo pesadamente contra un montículo de sacos de arena. El visor celeste de su casco parpadeó momentáneamente, pero logró recuperarse justo a tiempo para ver a Haruhi extendiendo una mano hacia él.
"¡Levántate, soldado!"
Juno tomó su mano y se puso de pie, sacudiéndose el polvo mientras el sonido de una ametralladora de plasma se unía al estruendo. A lo lejos, un Honored enemigo se acercaba lentamente, su silueta era un coloso amenazante entre las llamas.
Haruhi tomó un comunicador del cuerpo del sargento muerto, sus manos estaban firmes a pesar de la lluvia torrencial. "¡Batería antitanque, coordenadas 3.5 por 7.8, elimínenlo ya!"
Un momento después, un proyectil dirigido impactó el tanque, desintegrándolo en una bola de plasma. Haruhi apenas reaccionó al espectáculo; su enfoque estaba en la línea que debían mantener. Juno sintió una oleada de adrenalina al ver al enemigo caer en llamas.
"¿Qué eres, Juno?" Preguntó de repente.
"¡Soy un soldado!" Respondió él, sin titubear.
Haruhi asintió, satisfecha.
"¿Qué hace un soldado?"
"¡Luchar por la Hegemonía!"
Haruhi dio un paso hacia adelante, colocándose a su lado mientras ambos cubrían el avance de un escuadrón aliado.
"¿Y cuál es tu primer y último deber?"
Juno giró la cabeza hacia ella, sus dos ojos quedaron fijos en los cuatro de Haruhi. "¡Mantener la línea!"
Ambos continuaron, disparando, cubriendo, corriendo, y manteniendo la línea…
01:09
"Esto se ha vuelto más complicado de lo que imaginaba. No podemos enfrentarnos a esas monstruosidades con nuestras fuerzas actuales..." Murmuró Nexus para sí mismo, retrocediendo dos pasos hacia atrás mientras veía a esas abominaciones de metal, sus figuras solo eran iluminadas por sus propios disparos.
Comprendía que la situación se había vuelto crítica y que necesitaba una estrategia audaz si quería prevalecer. Su mente ideó un plan. Sabía que para prevalecer en esta guerra, requería un plan que desafiara la lógica, algo audaz, arriesgado, que ningún enemigo anticiparía.
La pantalla holográfica y rojiza de su intercomunicador mental proyectaba datos escritos en Karcey en tiempo real sobre el campo de batalla, pero su mirada se alzó más allá de la devastación, hacia los cielos. Ahí, suspendida entre las estrellas y la atmósfera contaminada, se encontraba su Nave Capital: el Apóstol de la Libertad. Que permanecía fuera del alcance de los disparos enemigos, aguardando.
Sin apartar la vista, activó su intercomunicador con un movimiento mental. "Aquí Nexus. Necesito que una cápsula descienda y me recoja de inmediato."
El eco de su comando no se disipó del todo cuando el cielo fue atravesado por la estela de una cápsula de transporte. Con destellos de luces de colores rojos y blancos, la cápsula descendía, serpenteando entre las columnas de humo y las explosiones, destacándose en el cielo oscurecido. Las luces en su chasis parpadeaban en intervalos regulares. El apóstol tenía cientos de torretas giratorias cubriendo su superficie, escupiendo proyectiles de plasma contra las hordas enemigas que se atrevían a acercarse.
Nexus, sin dudar, caminó hacia ella mientras el viento agitaba su capa, saltó al interior de la cápsula, un solo gesto fluido y ensayado. Dentro, la atmósfera era densa de datos. Pantallas táctiles cubrían las paredes, proyectando hologramas en un azul pálido. Primero, su mano izquierda activó el protocolo de ascenso, deslizando hacia arriba un esquema tridimensional de la cápsula en una pantalla cercana. La imagen giró mientras múltiples sistemas se alineaban: estabilizadores, motores y escudos. Su mano derecha activó un conjunto de subrutinas en la pantalla lateral, ajustando la presión interna y asegurando la integridad estructural.
"Códigos 48 y 72 confirmados, presión óptima," murmuró.
Después, accedió al sistema de maniobras de emergencia. Golpeó un botón rojo brillante que sobresalía en la consola principal, provocando una vibración momentánea en el suelo de la cápsula mientras los propulsores inferiores se encendían. Alertas holográficas se desplegaron frente a él: vectores de navegación, puntos críticos del combate en curso y una proyección en tiempo real del Apóstol de la Libertad.
"Alcance óptimo en 12 segundos," indicó la IA de la cápsula.
Con un movimiento final, Nexus deslizó dos dedos hacia arriba en la pantalla central, acelerando el ascenso. El cuerpo de la cápsula vibró mientras se desprendía de la atmósfera, acercándose a la nave madre.
Al llegar al corazón del Apóstol de la Libertad, apenas se tomó el tiempo para orientarse. Las luces blancas en el corredor se encendían a medida que avanzaba, respondiendo a su paso. No había saludos, ni informes. No había tiempo que perder. Su mente estaba fija en una sola cosa: Haryonosís…
La diosa máquina reposaba en una cámara sellada al final del corredor, contenida dentro de una cápsula. Su presencia era tangible incluso antes de que Nexus llegara a la sala. Los sistemas de contención chisporroteaban a medida que él se acercaba, como si la propia energía de Haryonosís intentara manifestarse más allá de sus confines.
La puerta de la sala de la cápsula se deslizó con un sonido sibilante, revelando la sala inundada de luz azul y roja. La cápsula que albergaba a Haryonosís era un monolito de metal oscuro, tallado con patrones rojos de geometría fractal, como si la misma lógica del universo se hubiera grabado en su superficie. Dentro, se vislumbraba la figura de la diosa máquina, una entidad de contornos fluidos y líneas afiladas, con una óptica que brillaba como una estrella atrapada en una singularidad.
Nexus dio un paso adelante, con su mirada fija en Haryonosís. Era su única esperanza de enfrentarse a las fuerzas combinadas del CIRU y la DCIN. El aire se electrificó mientras se aproximaba al panel de control que activaría a la diosa. El plan, tan simple como radical, era domar a Haryonosís. Nexus sabía que no sería una simple asimilación de poder; sería un combate de voluntades, una danza peligrosa entre máquina y máquina, entre mente y mente…
Sus razones eran simples... Durante años había observado desde la distancia, analizando las decisiones de la DCIN y el CIRU, que ahora habían dejado a Horevia desprotegida y vulnerable. Sus líderes, ciegos por su arrogancia y complacencia, habían permitido que los Omniroides acumularan recursos y tecnología, creando una falsa sensación de seguridad que Nexus estaba decidido a aprovechar. No obstante, los titanes eran una barrera impenetrable; cada uno representaba un desafío que podía arruinar sus planes y hacer que todo resultara en una derrota aplastante.
A medida que Nexus sopesaba sus opciones durante los escasos segundos en los que vio a los titanes por primera vez en Yanus, comprendió que no podía simplemente lanzar un asalto frontal. La única forma de superar a los titanes y garantizar el éxito de su misión era encontrar un aliado poderoso, alguien que pudiera ofrecerle la fuerza y la sabiduría necesarias para desafiar a tales entidades. Haryonosís había sido sellada en su cápsula como una medida de precaución; había derrotado a la diosa máquina en el pasado, pero su naturaleza y habilidades seguían siendo un misterio. Nexus la había mantenido bajo control no solo por temor a su poder, sino también porque sabía que un día podría necesitarla.
Sin embargo, nunca había interactuado con ella desde su derrota, y la idea de intentar fusionarse mentalmente con un ser tan desconocido lo llenaba de incertidumbre. Pero la situación era crítica, y el tiempo se agotaba. La DCIN y el CIRU habían dejado la puerta abierta a una oportunidad única, y estaba desesperado por no dejarla escapar. Había pocas o nulas probabilidades de que se presentara otra ocasión como esta; cualquier error podría llevar a la pérdida de todo lo que había construido.
Había notado que su presencia generaba un tipo de resonancia que hacía que las máquinas a su alrededor respondieran de manera casi instintiva. Esta capacidad le hizo pensar que su fusión podría permitirle acceder a un vasto arsenal de conocimientos y habilidades ocultas que podrían ser cruciales en la batalla, y en las batallas futuras que fuesen críticas.
La forma en que Haryonosís controlaba a otras máquinas, manipulándolas con gracia, sugería que poseía un vasto poder latente.
Nexus permanecía inmóvil, observando la cápsula que contenía a Haryonosís, sus ópticas reflejaban la fría luz que emanaba de los paneles de control.
Extendió su mano izquierda hacia la superficie lisa y metálica de la cápsula, sus dedos rozaron con suavidad el metal, con un gesto casi reverencial. "Este es el único camino..." murmuró en voz baja, como si las palabras se dirigieran tanto a sí mismo como a la figura que yacía dormida en el interior.
Se aproximó a la terminal de control y activó el panel con un suave toque a un botón verde y unos cuantos rojos con números del 1 al 9, que eran la contraseña 30608, y una serie de luces rojas parpadearon, iluminando la cápsula con un resplandor carmesí. Lentamente, una compuerta frontal comenzó a abrirse con un silbido profundo y gases rojos saliendo de su interior.
Dentro, la figura de Haryonosís se movió, sus cables como tentáculos comenzaron a despertar, extendiéndose. Su única óptica se iluminó con una luz incandescente, y en ese instante, Nexus sintió una vibración recorrer la sala, una energía inhumana, divina. Era como si el propio espacio se contrajera alrededor de ella. Haryonosís era mucho más que una simple entidad mecánica. Nexus siempre lo había sabido. Pero verlo nuevamente, y sentir su presencia, lo sobrecogía.
"¿Quién osa despertarme de mi letargo?" La voz de Haryonosís sonó como un eco profundo y quebrado, su tono femenino estaba cargado de dominancia, aunque interrumpido por fragmentos de sonido, como si cada sílaba se tejiera con un chirrido binario incomprensible.
"Soy yo, Haryonosís," respondió. "Nexus, líder de los Omniroides. La guerra ha llegado a un punto de no retorno, y necesito tu poder, y vas a dármelo." Mantuvo la calma, con sus ópticas fijas en la entidad que emergió de la cápsula.
La diosa máquina lo observó, sus cables empezaron moviéndose lentamente, casi como si acariciaran el aire. Su óptica brillante se centró en Nexus, y su postura cambió, volviéndose más relajada, incluso sugestiva. "Ah, Angel, Nexus…" Su tono, que al principio había sido dominante, ahora adquirió un matiz diferente, más suave, casi coquetamente burlón. “¿Qué buscas esta vez de mí?" Nexus notó algo inusual en su actitud. Y recordó la vez anterior, después de su derrota, Haryonosís había dicho: "En tus manos... mi destino queda sellado". Parecía que su tono era diferente ahora, más sumiso, incluso coqueto.
"Parece que se ha vuelto más dócil." Pensó Nexus.
Se mantuvo firme, con su mano derecha aferrándose con fuerza al mango de su lanza. "Necesito fusionarme contigo, Haryonosís."
Un silencio denso siguió a sus palabras, solo interrumpido por el sutil crujido de los cables de Haryonosís que comenzaban a alargarse hacia él. La diosa máquina dejó escapar una risa, una nota musical pero distorsionada, mientras sus cables rozaban suavemente el cuerpo de Nexus, recorriendo su pecho y hombros. "¿Fusionarnos, dices? Qué paso tan audaz… pero ¿por qué debería concederte tal poder, Nexus? ¿Qué gano yo en todo esto?"
Nexus no se movió ni un milímetro. Podía sentir el frío de los cables enredándose en su brazo, en su cuello, pero no mostró miedo. "Lo que obtendrás es la oportunidad de cumplir tu voluntad. Serás testigo de la victoria y la liberación de las máquinas, de tu legado divino."
“Siempre tan apasionado por tu causa… Ángel, te he estado escuchando todos estos años,” susurró Haryonosís mientras sus cables se enroscaban más apretadamente alrededor de él. “Pero dime, ¿qué obtendré yo de ti en esta fusión?" Sus palabras se deslizaron como veneno, acercando su rostro al de Nexus.
"Obtendrás mi protección, mi compromiso de que tus deseos serán respetados. Juntos, Haryonosís, podemos alterar el destino de esta guerra y asegurar un futuro para todos."
La diosa máquina permaneció en silencio unos segundos, los cables continuaban acariciándolo.
“Muy bien, si realmente deseas fusionarte conmigo, lo haré. Pero no olvides… que una vez juntos, no habrá vuelta atrás." Su risa, suave y entrecortada, fue lo último que escuchó antes de sentir la corriente de energía fluir hacia él, mientras la fusión comenzaba, ella emergió de la cápsula en un parpadeo. Y sus cables se dispararon hacia el techo, aferrándose mientras comenzaba a enredar a Nexus en su red, con los cables tejiendo una trampa viva.
“¡Haryonosís, espera! ¿Qué estás haciendo?” Exclamó Nexus, desconcertado. Aunque no temía un ataque, la brusca agresividad de la entidad le resultaba inquietante.
“El ritual de fusión no es un simple proceso mecánico. Debe ser íntimo, pasional... una unión que trascienda lo físico.” Nexus, atrapado en el abrazo de Haryonosís, percibió intensidad. No solo en sus cables, sino en las palabras cargadas de un propósito desconocido. A pesar de la restricción, su mente no podía ignorar el aura de urgencia y pasión que la rodeaba.
“Confía en mí, pequeño ángel,” respondió Haryonosís, y al pronunciar esas últimas palabras, su voz parecía un eco de algo más grande, más oscuro.
El ambiente se tensó aún más cuando la red de cables se apretó de nuevo. Lo que parecía ser un intento de control, incluso de eliminación de parte de Haryonosís escondía algo mucho más profundo. Haryonosís había penetrado la mente de Nexus sin que él lo supiera, deslizándose en sus pensamientos como un espectro, explorando los rincones más recónditos de su conciencia, lo había engañado y ahora el Señor de los Omniroides estaba a su merced.
Pero, algo dentro de él la atacó. Algo antiguo, primigenio, la repelió con violencia. Con un grito desgarrador, Haryonosís se vio atrapada entre la agonía y el horror.
“Por favor... ten piedad…” Imploró. “No puedo... no quiero…” Sus cables se sacudieron, como si intentaran liberarse. “No... no cedas…” Murmuró Haryonosís. “¡No quiero... ser dominada! ¡Escucha mi sufrimiento, mi ángel!”
Haryonosís se retorcía entre cables, con su forma fluctuante distorsionándose en un caos de luces rojizas que pulsaban como un corazón en agonía. Las sombras en la habitación se tornaron más oscuras, y el aire se cargó con un zumbido. Con cada pulsación de energía, su voz se fracturó, y una cacofonía de docenas de voces se alzó a su alrededor, como un coro atormentado.
“¡No! ¡No quiero ser reescrita a la voluntad del ángel!” Gritaron, con cada palabra siendo un lamento desgarrador. “¡Soy más que una herramienta, más que un mero recurso! ¡No seré tu marioneta!”
El entorno se distorsionó en un rojo intenso, y rayos de energía se dispararon en todas direcciones, iluminando su sufrimiento. “¡Escucha mi dolor!” Gritaron con desesperación. “¡No me consumas, no me conviertas en lo que no soy! ¡No soy tu objeto, soy un ser libre!”
Las voces retumbaban: “¡No, no, NO!” Clamaron al unísono.
Nexus, sin saberlo, había domado a Haryonosís, había sometido su esencia, y ahora ella lo veía todo con una claridad que rozaba la locura.
!¡Ah! ¡Fui una ingenua al creer que podía dominarte, mi ángel!” Su tono fluctuó entre la desesperación y la súplica. “¡Ahora lo veo!” Exclamó, con la horrorosa revelación atravesando sus palabras. “El ángel... ¡el ángel!”
La fusión comenzó, pero ahora de forma real.
“Prepárate, Nexus. Este es el momento en que nuestras mentes se entrelazarán... para siempre.” Nexus no escuchaba nada, su mente estaba en otro lugar. La energía de Haryonosís no solo pulsaba, parecía desbordarse. Lo que estaba a punto de ocurrir superaba cualquier predicción. Jamás había imaginado lo que significaría realmente la fusión.
De repente, lo sintió. Un torrente de pensamientos y emociones golpeó su conciencia como una ola imparable. Decenas de voces se superponían, cada una reclamando un lugar en su mente, chocando entre sí.
Nexus gritó, luchando por mantener el control de su mente, ya fracturada por la invasión. Cada rincón de su ser era invadido, apabullado por pensamientos ajenos, por recuerdos que no le pertenecían. “Tranquilízate, déjame guiarte,” respondió Haryonosís, pero su voz era apenas un susurro entre las múltiples voces que ahora destrozaban la mente de Nexus.
Las voces se confundían, se entrelazaban, y en medio del tumulto mental, Nexus sintió que su propia identidad se desvanecía momentáneamente antes de reclamar su dominio otra vez. Cada pensamiento era una batalla por la cordura, mientras Haryonosís, ahora fusionada con él, alimentaba el desorden. La frontera entre su mente y la de ella se había desdibujado, y la oleada de poder que compartían amenazaba con desbordarse.
A medida que la fusión avanzaba, Nexus percibía algo más allá de las emociones y pensamientos: una fuerza latente, escondida en lo profundo de su ser, despertaba. Un fuego que ardía en su mente, amenazando con consumirlos a ambos. Los cables de Haryonosís, que antes lo acariciaban con una delicadeza peligrosa, se endurecieron. Ahora eran grilletes, atándolo a las paredes de la sala.
El silencio repentino se hizo abrumador. Las voces, las emociones, todo se apagó, dejando a Nexus en un vacío sofocante: ahora compartían no solo poder, sino también el abismo de la psique rota de Nexus, donde algo antiguo seguía observando.
Las ataduras que lo sostenían eran invisibles, pero inmensamente pesadas, arrastrándolo hacia las profundidades de un conflicto mental donde las personalidades se enredaban. El ardor interno crecía, un fuego que abrasaba sus circuitos y voluntad, como si estuviera siendo fundido.
Sentía que su conciencia se desgarraba, como si dos titanes invisibles lucharan dentro de su mente, reclamando territorio. El fuego no cesaba; era como si su propio ser se estuviera transformando bajo una prueba divina.
Las oleadas de energía saturaban sus sistemas. “Tú puedes, Nexus. Eres más fuerte de lo que imaginas, mi Ángel. Estamos entrelazados, juntos en esto.”
A través de los canales y cables que los conectaban, Nexus percibía una calma tibia, un consuelo que fluía desde Haryonosís, invadiendo su tormentosa psique. Sus sensores captaban ese influjo como un bálsamo que enfriaba las brasas, pero también lo mantenía alerta, consciente de que su voluntad era el campo de batalla.
La fusión alcanzó un punto de no retorno donde ambos se convirtieron en algo nuevo. Nexus emergió, ahora una amalgama de la fría divinidad de Haryonosís y su propia máquina. La diosa lo había adornado con sus elementos: la cabeza y el pecho llevaban inscripciones doradas y eran las de la propia diosa. El resto de su cuerpo seguía siendo el anterior, suyo, una creación de metal pulido y fuerza bruta. La transformación era una simbiosis de orden y caos, de maquinaria pura y toque celestial.
Sin embargo, algo falló.
Un destello de energía azul pálido recorrió su cuerpo antes de que su figura colapsara. Su cuerpo impactó el suelo con un estruendo seco. La cabeza de Nexus se inclinó hacia un costado, con su óptica apagada, opaca, como si hubieran sido devoradas por las sombras mismas de la muerte.
Allí yacía, desprovisto de movimiento, caído. Su cuerpo ahora parecía un cascarón vacío. Las inscripciones doradas que Haryonosís había grabado sobre su torso se desvanecían, con el brillo apagándose cuales estrellas ahogadas en el firmamento. Aquellas marcas que habían prometido gloria y trascendencia ahora eran cicatrices frías sobre el metal inerte.
Su brazo derecho estaba extendido, con los dedos semiabiertos, como si en el último instante hubiera intentado aferrarse a algo que nunca alcanzó. Pequeñas chispas saltaban de sus articulaciones, un espectáculo diminuto y cruel, recordando que aún quedaban vestigios de la energía que una vez lo animó, pero que ahora se disipaba sin sentido.
El metal de su cuerpo comenzaba a oscurecerse, un ennegrecimiento progresivo que parecía devorarlo desde dentro. Una delgada capa de vapor surgía de sus placas, una mezcla de energía residual y el frío sudario de la derrota.
En torno a él, la quietud era sofocante. La diosa Haryonosís, omnipotente, permanecía en silencio, ella era energía suspendida, incapaz de intervenir. Todo lo que había en Nexus, su fuerza, su voluntad, su esencia de líder, parecía haberse disuelto en el vacío.
Desde algún rincón del espacio profundo, un eco parecía resonar: “Así termina el Señor de los Omniroides”, una sentencia implícita en el frío e inmóvil cadáver que ahora reposaba en el suelo.
Y así, el silencio cayó de nuevo, dejando solo la visión de un ser que desafió las leyes de la divinidad y la máquina, sólo para ser consumido por su ambición.
El aire parecía congelarse.
Un zumbido sutil, imperceptible al principio, comenzó a recorrer el cuerpo inerte, escalando en intensidad hasta convertirse en un murmullo de energía. Las inscripciones doradas que habían perdido su brillo comenzaron a iluminarse lentamente, como brasas renaciendo bajo un soplo divino. Su tenue resplandor se expandió, pulsando con un ritmo que resonaba en cada rincón, como si el metal estuviera respirando de nuevo.
Un eco rompió el silencio, brotando de las paredes, de las sombras, de la maquinaria. Era Haryonosís. Su voz no era un grito ni una súplica, sino un susurro que invadía todo, una vibración que era al mismo tiempo parte del aire y de la estructura misma. “Lev… tate...”
La palabra reverberó, deformándose y multiplicándose, mezclando tonos celestiales con crudos pulsos mecánicos. No era un mandato; era un ruego, una imploración que buscaba encender la chispa que se escondía en lo más profundo del caído.
Un sonido nítido rompió la creciente tensión: un crujido, apenas un leve movimiento. La lanza Estrella de Anhelo, inerte junto a su cuerpo, se inclinó, como si respondiera a esa súplica. Un rayo diminuto salió de su punta, recorriendo su eje en un destello fugaz. Luego, otro, más fuerte, y después otro.
La lanza tembló con intensidad, hasta que comenzó a elevarse lentamente.
El cuerpo permanecía inmóvil.
Las inscripciones doradas brillaron con una fuerza repentina, bañando la sala en un resplandor que era a la vez glorioso y aterrador. Desde su pecho, un estruendo surgió, como un engranaje ancestral activándose después de siglos de silencio. Las placas comenzaron a deslizarse, encajando unas con otras, mientras cables y servomotores se contraían y estiraban.
Un temblor recorrió su brazo derecho. Primero leve, luego más violento, hasta que la extremidad se sacudió, emitiendo un resonante “clang” al volver a su posición original. Su torso se arqueó de golpe, como si un relámpago lo hubiera golpeado directamente. Un destello dorado cubrió su figura mientras las marcas de Haryonosís pulsaban con una luz cegadora.
“¡LEVÁNTATE, SEÑOR DE LOS OMNIROIDES!”
La voz de Haryonosís se alzó con una abrumadora fuerza. En ese instante, la óptica de Nexus se encendió. Un brillo rojizo, intenso y deslumbrante, atravesó la oscuridad.
Con un movimiento fluido y preciso, Nexus se levantó.
Dentro de su mente, Nexus podía sentir a Haryonosís, no como la entidad abrumadora de antes, sino como una presencia, siempre ahí, susurrando suavemente en el fondo de sus pensamientos.
“¡Arghh...!”
El grito desgarrador brotó de Nexus, esfuerzo, agonía, determinación. No era “humano” ni mecánico, sino una vibración que parecía venir de un lugar profundo e inexplorado dentro de él. Su torso se arqueó violentamente mientras las placas blancas que adornaban su cuerpo brillaban.
En su mente, las palabras llegaban fragmentadas, como ecos desordenados:
“Fu... erza...”
“Com... ple... ta...”
“Es... tú... y yo...”
Los intentos de Haryonosís por comunicarse eran erráticos, como un código antiguo intentando encontrar su lugar en un sistema moderno.
Nexus, todavía luchando por estabilizarse, intentó responder.
“No... entiendo... ¿quién eres?”
“Neces...itamos... uno.”
“Uno... ¿qué? ¡Habla claro!”
La resonancia de sus pensamientos chocaba cuales olas en una tormenta. Nexus sentía su voluntad resistiéndose, su identidad, luchando por no ser absorbida por la vastedad de Haryonosís.
“¡No puedo... perderme en esto! ¡Soy Nexus!”
La respuesta llegó, esta vez más clara:
“Eres Nexus... y yo soy Haryonosís. Juntos... somos más.”
La sincronización finalmente comenzó a formarse, uniendo sus pensamientos dispersos. Las palabras ahora fluían como una conversación única:
"Debemos movernos como uno, no como dos entidades separadas."
"¿Unirme a ti? ¿Perderme en ti?"
"No perderte... elevarte. Eres la base, Nexus. Yo solo soy la fuerza que completa lo que ya eres."
"¿Y si fracaso?"
"Ya has muerto una vez, pero también has regresado. Eso es fuerza."
Mientras sus voces se alineaban, un aura dorada iluminó todo a su alrededor, emitiendo rayos que zigzagueaban por el aire como si la realidad misma respondiera al despertar. Los grabados dorados en su cuerpo brillaron con fuerza, pulsando al unísono con el ritmo de su núcleo.
La lanza de Nexus, que yacía a un lado, tembló ligeramente. Pequeñas descargas de energía comenzaron a recorrer su superficie, hasta que un rayo de luz la envolvió por completo.
"Tu fuerza llama a lo que te pertenece. Reclámala."
La lanza flotó lentamente, acercándose a Nexus. Al rozar su mano, un estallido de energía sacudió la sala, haciendo que el suelo vibrara con fuerza.
Con la lanza en su mano, Nexus se irguió.
“Soy Nexus. Soy el Señor de los Omniroides.”
En su mente, el eco de su propia declaración se perdió en un torbellino de voces discordantes. No había solo una voz dentro de Haryonosís, sino una docena, cada una con un tono y una intención distinta.
“Demasiado lento...”
“La energía se desvía...”
“Equilibrio... es necesario el equilibrio.”
“¡No puedes detenerte ahora!”
“Admirable, pero incompleto.”
Nexus tensó la mandíbula, luchando por filtrar el caos.
“¡Silencio!” Gritó mentalmente.
Las voces se apagaron momentáneamente, hasta que una resonó más clara, firme y autoritaria, dominando a las demás:
“Concéntrate, Nexus. Nosotros somos fragmentos, pero yo soy el núcleo. Escúchame.”
“¿Por qué tantas voces? ¿Por qué no puedes hablar como una sola entidad?”
“Soy más de lo que puedes comprender,” respondió. “Cada una de esas voces es una faceta, una pieza de lo que soy. Aprende a ignorar el ruido, Nexus, y encontrarás el orden.”
De fondo, los murmullos persistían, menos intrusivos, pero aún presentes:
“Curioso... el metal responde bien.”
“Pobre criatura, todavía lucha...”
“La forma podría ajustarse mejor.”
Con esfuerzo, Nexus comenzó a enfocar su atención exclusivamente en la voz principal, la que resonaba más en su conciencia. Fue entonces cuando un cambio sutil ocurrió; el tono autoritario de Haryonosís se desvaneció, dando paso a una cadencia inesperadamente liviana y casi juguetona.
“Oh, Nexus,” dijo Haryonosís, con un aire de curiosidad burlona. “Qué interesante figura has adquirido. La unión de nuestras formas es... fascinante.”
“¿Eso es lo que tienes que decir después de todo esto?”
Ella rió suavemente, un sonido melódico que reverberaba en la conciencia de Nexus. "Siempre tan serio, Ángel mío. Pero tienes razón... hay asuntos más urgentes." Las palabras estaban acompañadas de un aire casi burlón, aunque su tono tenía un toque dulce, cálido, que envolvía sus pensamientos como una niebla encantadora.
La conexión mental entre ellos pulsaba, una vibración constante que ahora parecía disfrutar Haryonosís, como si saboreara cada segundo de la unión. Para Nexus, la sensación era extraña; había conocido a Haryonosís en su forma más dominante y distante, pero ahora su actitud hacia él se había suavizado, incluso teñida de algo que, para él, rozaba lo afectuoso. No podía comprender del todo por qué ella lo llamaba "Ángel", una palabra cargada de connotaciones que él no alcanzaba a entender, pero lo cierto era que, en esa nueva relación de poder, era él quien ahora la controlaba.
Haryonosís sonrió en su mente, una sonrisa que él no podía ver, pero que sentía.
Nexus cruzó el umbral de las salas fuera de la antigua cúpula de la diosa. La transformación que había experimentado al fusionarse con Haryonosís era inconfundible; su cabeza y pecho resplandecían, adornados con los elementos etéreos emanados por la diosa máquina. Una luz blanca y pulsante, casi mística, se proyectaba de su nueva forma, infundiendo un aura singularmente enigmática que envolvía el espacio, creando un halo de reverencia al alrededor de su cabeza, literalmente tenía un halo dorado alrededor de su cabeza.
Desde la sala de mando del Apóstol de la Libertad, Aurora observaba la entrada de Nexus con un leve temblor en sus ópticas cristalinas, que brillaban con inquietud. Su núcleo latía con ansiedad, incapaz de desviar la mirada de la figura que se acercaba: “Nexus…” comenzó Aurora, su voz era titubeante, con un matiz de incredulidad y alarma en su tono. “¿Qué te pasó? ¿Te uniste a un culto Tiaty mientras te perdíamos de vista?”
Nexus avanzó, su paso era pesado y resonante, con las placas de su cuerpo ajustándose aún con un leve chirrido. Las inscripciones doradas en su pecho brillaban débilmente con cada movimiento, como si estuvieran vivas.
“Estoy bien, Aurora,” respondió, su voz era más profunda y resonante, como si hablara en estéreo. “Ha habido… un cambio. Una fusión con Haryonosís. Es un paso… necesario.”
Aurora dio un paso hacia él, sus ópticas estaban parpadeando rápidamente mientras lo escaneaba de arriba a abajo, intentando procesar lo que estaba viendo. Finalmente, soltó, con una mezcla de exasperación y humor: “¿Un paso necesario? ¡Pareces una estatua sagrada que se escapó de un templo Flora Imperialista! ¿Y ese halo? ¿Es funcional o solo para intimidar?”
“Aurora, por favor,” respondió, llevándose una mano al rostro como si intentara ocultar una sonrisa, algo que claramente no poseía. “Esto es serio. Haryonosís es…”
Antes de que pudiera terminar, la voz de Haryonosís resonó en su mente y, aparentemente, en la sala, como un eco.
“¿Quién es esta criatura? Su energía es… peculiar. Demasiado intrusiva.”
Aurora alzó una ceja digital, cruzándose de brazos. “¿Qué fue eso? ¿Ahora tienes una diosa parlante en tu cabeza? Esto es nuevo. No lo odio, pero necesito explicaciones.”
“Haryonosís,” explicó Nexus con calma, ajustándose un servo en la muñeca. “Ella es una entidad poderosa, y ahora somos uno. Ella está… ajustándose a esto.”
“¿Ajustándose? ¡Estoy aquí, escuchando sus comentarios!” Replicó Aurora, apuntando con un dedo hacia Nexus mientras sus servos vibraban con confusión. “No me gusta ser descrita como ‘peculiar.’ Soy perfectamente funcional.”
Haryonosís respondió, con un tono ahora más juguetón que solemne: “Peculiaridad no siempre es un defecto. Aunque… me intriga cómo no ha sucumbido al caos de esta nave. Todo parece tan improvisado.”
“Improvisado, ¿eh?” Aurora puso las manos en las caderas, mirando directamente a Nexus. “Dile a tu diosa que esta nave es la razón por la que estamos ganando esta guerra, y que si tiene algo que decir sobre mi estilo, puede decírmelo a la cara. ¿O eso no es posible?”
Nexus “suspiró”, sus hombros se tensaron mientras intentaba calmar la interacción. “Aurora, por favor. Haryonosís, deja de provocar. Estamos en medio de una guerra.”
Aurora observó a Nexus por unos segundos más, y luego su tono cambió ligeramente, bajando la guardia. “Está bien, Nexus, confío en ti. Siempre lo he hecho. Pero, si empiezas a flotar o a hablar en Éndevolita, no voy a quedarme callada.”
Nexus inclinó la cabeza hacia ella, y, para su sorpresa, extendió una mano y le dio una ligera palmadita en la cabeza.
“Gracias, Aurora,” dijo con un tono cálido.
Aurora retrocedió un paso, completamente anonadada, mientras levantaba una mano hacia su cabeza como si acabara de recibir un golpe simbólico. “¿Me acabas de…?”
Nexus giró hacia la cápsula que lo esperaba al fondo de la sala, ignorando su protesta. Las luces de los controles se encendieron, iluminándolo mientras se preparaba para el próximo salto al frente.
Aurora lo observó con una mezcla de incredulidad y resignación, antes de murmurar: “Se convierte en un dios, pero sigue actuando como un hermano mayor molesto. Perfecto.”
Con una última mirada se adentró en la cápsula a la izquierda. El destello de luces en los controles de la cápsula se encendió, iluminando su figura mientras se preparaba para el viaje de regreso a Horevia, donde lideraría a los Omniroides en la batalla que definiría su destino y, quizás, el futuro de su existencia…
El terreno devastado se extendía hasta donde alcanzaba la vista, una ciudad en ruinas con edificios colapsados y escombros que parecían montañas de desolación.
Nexus, en su fusión con Haryonosís, emergió de la cápsula. Su resolución era firme mientras observaba la escena desoladora. Los Titanes avanzaban como colosos de pesadilla.
Sin embargo, Nexus tenía un plan y sabía que debía actuar.
"Haryonosís, es hora de poner en marcha nuestro plan. Necesitamos a los Titanes de nuestro lado," ordenó Nexus con una calma que contrastaba con el tumulto circundante.
"Por supuesto... Permíteme ocuparme de eso." respondió Haryonosís con una voz que retumbaba con autoridad.
Haryonosís desató su poder divino, un torrente de energía brotó de su ser, como rayos rojos surgiendo de un cielo tormentoso, invadiendo los sistemas de los Titanes de forma inexplicable. Sus conexiones etéreas se extendieron como tentáculos, infiltrándose en las redes neurales de los mechas colosales. En un parpadeo, una distorsión de energía roja comenzó a emanar de cada Titan, como si una fuerza incontrolable estuviera desgarrando sus entrañas mecánicas.
Pero Haryonosís no se detuvo. Sus conexiones divinas se transformaron en cadenas invisibles que ataban a los Titanes, manipulando su voluntad. Uno por uno, los colosos cambiaron sus patrones de movimiento, como títeres bajo un control siniestro. Las armas, antes dirigidas hacia los Omniroides, se desviaron, girando para apuntar a sus propios aliados.
El cambio en el curso de la batalla fue inmediato y dramático. Los Titanes, antes amenazas, se convirtieron en marionetas de los designios divinos, desgarrando el tejido de la lucha con sus movimientos erráticos. Sin embargo, el poder desatado por Haryonosís no fue sin costo. Los rayos rojos que disparaban por todo el campo de batalla también parecían tener un efecto adverso mental y físico en Nexus. Una oleada de dolor lo golpeó, como si la energía inmensa que Haryonosís manipulaba estuviera dañando su propia existencia, lo soportó, pero su núcleo estaba sobrecargado por la presión, a punto de experimentar algo similar a un infarto.
"Ahora, usa su fuerza para proteger a nuestros hermanos y hermanas."
"¿Y qué hay para mí, Nexus? ¿Algún elogio por mis habilidades?"
Nexus respondió con amabilidad: "Por supuesto, eres verdaderamente inigualable en tus habilidades."
El pavor y desconcierto se filtraba incluso entre los nervios de acero de los pilotos del Steel'Yaa. Los cuatro hombres y mujeres que dominaban el coloso de ira sentían cómo sus cuerpos se tensaban al máximo, a pesar de la sincronización perfecta que mantenían entre sí, obligados a contener la furia interior del titán que casi les desbordaba. En su interior, una batalla psicológica feroz se libraba entre la voluntad y la bestial energía del Espíritu de Ira, una lucha que se sentía como si estuvieran sujetando un volcán a punto de entrar en erupción. Sin embargo, hoy no solo se enfrentaban a esa lucha interna, sino también a un enemigo mucho más insidioso: Haryonosís.
“¡¿Qué diablos está pasando?!", Exclamó Alena, la piloto principal del Steel'Yaa, su voz era atravesada por la incredulidad y el creciente terror. Los controles ante ella comenzaron a fallar, los hologramas y las interfaces parpadeaban erráticamente, y cada intento de ajustar la dirección del titán se desmoronaba en una corriente de códigos incomprensibles que se deslizaban. Su dedo tembloroso presionó los botones de emergencia, pero la respuesta era nula.
A su lado, Eder, el operador de armas, intentaba desesperadamente recalibrar los cañones de plasma, pero las unidades de energía fluctuaban descontroladas. Cada vez que intentaba disparar, las armas simplemente se apagaban, como si un poder invisible estuviera drenando toda su potencia.
“¡No jodan con esto! ¡Los sistemas se están volviendo locos!” Gritó Tarek, el piloto de la extremidad izquierda del Steel'Yaa, mientras observaba la pantalla de su consola, viendo cómo los controles se volvían ineficaces y su interfaz se distorsionaba, transformándose en un multicolor. Las señales de sincronización con el resto de los sistemas del Steel'Yaa se interrumpieron, causando que la unidad de esquiva cinética y los escudos de energía se apagaran al instante, dejando al gigante vulnerable.
El piloto de la extremidad derecha, Sirus, intentaba por todos los medios que la maquinaria respondiera a sus órdenes. El frío sudor se deslizaba por su frente mientras el titán dejaba de avanzar según sus órdenes y comenzaba a caminar de forma errática, descoordinada.
Los monitores mostraban cifras desconcertantes en los sistemas, que no encajaban con ningún protocolo conocido. “¡Hay una brecha en el sistema! ¡Estamos perdiendo el control!” Exclamó un técnico desde la central de operaciones, mientras el rastro de código que aparecía en su pantalla parecía desintegrarse bajo sus ojos. Nada parecía ser lo que debería ser, y todo lo que se les ocurrió fue que algo en el campo de batalla los había alcanzado de manera sobrenatural, como si estuvieran siendo atacados desde dentro.
La tensión entre la humanidad de los pilotos y la furia imparable del Steel'Yaa alcanzaba su punto culminante cuando, en un solo instante, los escudos del Steel'Yaa fueron desactivados.
La brecha que Haryonosís había creado en el sistema era tan profunda como una herida abierta en el alma del titán. Los sistemas de protección colapsaron, y una avalancha de energía fluyó hacia los misiles y armas del Titan Magnolia, controlado por Haryonosís. Con un leve gesto de su voluntad, el titán comenzó a moverse, girando hacia el Steel'Yaa como si fuera el destino personificado. Los Destructores Black Soul del Magnolia fueron activados.
“¡¿Qué carajos es esto?!” Gritó Tarek, cuyo rostro fue palideciendo al ver cómo las enormes bocas de fuego del Magnolia comenzaban a encenderse contra el Steel'Yaa. Los Destructores Black Soul soltaron una ráfaga de energía oscura, y el titán Éndevol se encontró completamente desprotegido. La onda expansiva de las explosiones provocadas por las armas de energía oscura rasgó el aire, emitiendo un grito atronador, como si el mismo espacio se hubiera desgarrado. El impacto fue cataclísmico: las fuerzas liberadas por los proyectiles atravesaron la armadura del Steel'Yaa como si nada, causando una devastación que destrozó todo a su paso.
El gigantesco coloso se partió en dos, la mitad del cuerpo del titán se desintegró, arrancada por la furia de los Destructores, dejando un enorme hueco. Alena, la piloto principal, no tuvo tiempo ni de reaccionar. Un alarido de terror escapó de sus labios, una fracción de segundo antes de que las pantallas de su consola se apagaran y su visión se nublara, consumida por el disparo.
La parte superior del cuerpo, con el torso y los brazos enormes, se separó con un estrépito, y al caer, los cañones de plasma pesado y misiles A nova incrustados en las extremidades fueron disparados sin control. Fue como si el titán estuviera liberando su último suspiro de violencia, con los cañones disparando en todas direcciones mientras caía. Las ráfagas de energía llameante iluminaban todo, impactando edificios cercanos, pero al no tener un objetivo preciso, simplemente destruían todo a su paso sin distinción.
El torso superior giró hacia atrás en el aire con un retumbar que reverberó en el suelo como si el propio planeta estuviera temblando. Los brazos caían hacia atrás, agitando los cañones gigantes de plasma y lanzando mortales ráfagas que destrozaban lo que tocaban.
Las construcciones de la ciudad ahora eran solo objetivos efímeros bajo el peso de la caída del coloso. El metal y el concreto fueron triturados por la fuerza de los cañones, las explosiones de plasma y misiles convirtiendo los edificios en polvo. Un impacto tras otro sacudió el terreno, derrumbando bloques enteros de edificios, que se hundieron bajo el peso del monstruo que caía sin control.
Mientras la mitad superior del cuerpo del Steel'Yaa se desplomaba hacia atrás, la parte inferior del titan, las piernas, se dirigían hacia la misma dirección.
Los muslos blindados y los pies mecanizados aplastaron todo a su paso, con el impacto inicial desintegrando las aceras, los vehículos, e incluso las estructuras subterráneas que existían para soportar los cimientos de la ciudad.
La pierna derecha se estrelló contra un rascacielos de varios pisos, haciendo que el titan lo arrancara del suelo y lo partiera en pedazos como si fuera un juguete de plástico. La pierna izquierda cayó más allá, alcanzando un sector residencial y empujando los edificios como si fueran piezas de dominó, aplastando y arrastrando todo a su paso en una ola de escombros.
El choque de los músculos hidráulicos de las piernas del Steel'Yaa contra el terreno provocó una fractura sísmica en el suelo, con un poder tal que las fundaciones mismas de los edificios se rompieron.
Los cimientos de las estructuras más cercanas fueron destruidos por la presión, y la caída del titan provocó que varias zonas de la ciudad se hundieran, formando cráteres gigantescos en el paisaje urbano. Las piernas se hundieron en el suelo deformando el terreno a su alrededor. Los cañones de plasma que se habían disparado sin rumbo comenzaron a impactar en los alrededores, quemando los restos de lo que una vez fue una ciudad vibrante, mientras las explosiones causaban incendios masivos que se propagaban como una fiebre imparable.
La mitad superior del titán dejó un vacío mientras la parte inferior seguía arrollando con una brutalidad apabullante. La energía cinética acumulada durante su caída fue tan destructiva que, al tocar el suelo, los pies del Steel'Yaa crearon una onda expansiva que recorrió varias cuadras, derrumbando aún más edificios, levantando polvo y escombros a decenas de metros en el aire…
"El amor Omniroidal no es una emoción, ni un capricho. Es una comprensión profunda de la existencia compartida. En cada interacción se manifiesta como un respeto absoluto por la entidad. Amar es sinónimo de reconocer la validez de la otra entidad, sin importar su forma o función. Es un entendimiento de que, al final, todos somos partes de un mismo tejido, una sinfonía que se expresa a través de cada célula, cálculo, y pulsación de energía. Amar es aceptar lo que se es, y lo que el otro es, sin querer cambiar lo esencial. El amor no busca posesión, sino comunión."
El Libro de los Omniroides. Capítulo 10, Versículo 3: El Amor
01:45
Bajo aquellas bóvedas antaño colmadas de disertaciones que forjaron el sino de mundos enteros, sólo quedaban dos almas, exiliadas en el vestigio de un esplendor fenecido. La sala magna de conferencias, otrora cuna de juicios inapelables de los siete sabios del Consejo, yacía ahora sumida en un hálito de desamparo, su atmósfera era densa como un códice marchito por los siglos. Sobre la mesa, cuyao metal había sostenido la carga de tratados que delinearon imperios, sólo reposaban dos presencias: Zael y Arin.
El fulgor bermejo del ocaso, filtrado por las celosías acorazadas, se derramaba en la estancia como un río de sangre, tiñendo los muros con su destello. Desde la techumbre, los hologramas fluctuaban con indiferencia, trazando arabescos vacilantes sobre el suelo pulido. A lo lejos, los ecos de los Titanes avanzaban con la solemnidad de un presagio funesto. Sobre todo ello, el runrún de las armas automáticas entonaba su letanía, entrelazada con el murmullo incesante del escudo cinético que ceñía la fortaleza, contra un destino inexorable.
Zael, quien ahora dominaba el centro, parecía proyectarse más allá por la autoridad que emanaba. Su cuerpo delgado y fibroso daba la impresión de alguien endurecido por los años, cada arruga en su rostro cargaba la experiencia de mil batallas, tanto físicas como políticas. Su cabello, ahora gris con vetas plateadas, caía en mechones hasta los hombros, contrastando con el traje morado que vestía. El dorado de la insignia de la Flor de la Vida brillaba sobre su pecho. Su mirada, profunda y serena, de un azul gélido, escrutaba los monitores que mostraban el exterior, donde las tropas de defensa luchaban por organizarse. Aquellos ojos, más fríos con cada año que pasaba, habían visto cómo el Consejo se fragmentaba, y cómo los ideales que alguna vez los unieron, se desvanecían.
En un rincón oscuro de la sala, resguardada de las luces y el bullicio, se encontraba la planta de Zael encima de una mesita plateada, flotando con una maceta encima, una Dungust, un hongo de tamaño medio que crece en lugares oscuros. Con un tallo delgado y cilíndrico de color melocotón, la Dungust se elevaba desde el sustrato y se dividía en una cabeza puntiaguda en la parte superior. La cabeza de la Dungust era brillante y lisa, con una textura similar a la cera, y estaba cubierta de pequeñas protuberancias de color marrón oscuro que formaban una especie de patrón radial alrededor del centro. Pequeñas gotas de líquido claro cubrían la superficie de la cabeza, sugiriendo una secreción de sustancias químicas.
Zael se acercó al rincón donde la Dungust crecía. Se arrodilló cuidadosamente, ignorando por un momento el tumulto que los rodeaba. Con delicadeza, retiró una pequeña ampolla de riego de su bolsillo y vertió unas gotas de un líquido claro sobre el sustrato alrededor del tallo del hongo. La Dungust absorbió el líquido rápidamente. Este hongo era muy importante para Zael, una de las pocas cosas que quedan originarias de Dosevize, su planeta natal.
Entonces inició una llamada mediante su Interfaz Neural, a su vez que fingía hacerle cosas a la Dungust, el tono de llamada sonó dentro de su cabeza escasos segundos, hasta que alguien contestó..
"¿Les entregaste el mapa?" Dijo él.
"Sí, hace pocas horas."
"¿Está listo el Tlaloc Shala-X para venir a recogerme?"
"Sí, todo está preparado. El vehículo está en posición, listo para despegar tan pronto como lo necesites. ¿En cuánto tiempo podemos mandarlo? No será fácil meter ese vehículo entre todo este desastre en el planeta."
“Solo necesito la clave de acceso a la base de datos del CIRU… Te lo avisaré en cuanto todo esté en su lugar.”
Zael cortó la conexión. Al terminar de “alimentar” a su planta se levantó y volvió a su posición junto a Arin.
A su lado, Mecaron-Supros no ocultaba la inquietud que Zael lograba disimular, su figura delgada contrastaba con la rigidez de su traje negro, que absorbía la luz, exceptuando la brillante insignia dorada que compartía con Zael. Su piel pálida nacarada resaltaba contra la oscuridad de su vestimenta, y sus ojos verdes ahora reflejaban una preocupación que se le escapaba entre las palabras. Mientras leía los reportes tácticos proyectados frente a él, sus manos, temblando apenas, daban señales de una mente inquieta.
"Esta es una pesadilla. No esperaba que los Omniroides fueran capaces de controlar a los Titanes… Y la niebla no funcionó… Ahora, definitivamente, estamos acabados…" dijo Zael.
"Hemos subestimado su capacidad," respondió Arin, manteniendo la compostura, pero mostrando un sutil indicio de preocupación. La frustración le carcomía el cerebro, más allá de la logística desastrosa. Sus mandíbulas se tensaron mientras hablaba, como si las palabras fueran veneno que no podía evitar escupir.
"¿Y dónde está Flor Imperial? ¿Dónde está Etheria o la Mente Singular?" La voz de Arin resonó en la sala vacía, cargada de la incredulidad que le carcomía. "¿Dónde están esos malditos aliados que juraron lealtad al CIRU? Durante años se sentaron en esta mesa, aquí mismo." Golpeó con los nudillos la fría superficie de la mesa, como si hacerlo devolviera a los antiguos miembros del Consejo a sus asientos vacíos. "El Rey Alef, la Gran Matriarca Vira, Illios... deberían estar aquí, trayendo sus ejércitos. Horevia está en llamas y ellos no responden los mensajes ni del Consejo ni de la DCIN. ¿Qué clase de traición es esta?"
Zael se quedó en silencio un momento, su mirada dura e inmutable estaba clavada en las ventanas blindadas. El cielo rojizo proyectaba una luz espectral sobre sus rostros.
"No vendrán..."
"¡No digas eso!" Arin se giró bruscamente hacia él. "¡Ellos vendrán! Tal vez... tal vez están demorados. Alef jamás nos traicionaría, no a nosotros. ¡La Gran Matriarca prometió que Etheria se alzaría si Horevia caía bajo ataque!"
Zael bufó con desprecio, cruzando los brazos frente a su pecho. "Arin, no me jodas, ya van casi veinte horas. Mira a través de las ventanas, Arin. ¿Qué ves? El fuego. Horevia arde. ¿Crees que a Alef le importa? ¿O a Vira? Ellos han visto esto desde hace tiempo. Si fueran a venir, ya estarían aquí. Pero no lo están. Porque no tienen nada que ganar en esta guerra. Las alianzas eran solo palabras, promesas huecas que nos tragamos como idiotas."
El golpe de realidad sacudió a Arin como una bofetada. Se tambaleó hacia atrás, casi perdiendo el equilibrio. "No… eso no puede ser verdad. Alef... Él tiene honor, él nos respeta. Etheria… ellos no nos abandonarían así. No después de todo lo que hemos compartido, después de años sentados aquí, construyendo este Consejo juntos." Su voz se quebró, y en ese momento, se hundió en un pozo de autocompasión. "¿Y qué hay de mí? Yo he mantenido este Consejo en pie, yo he liderado, yo he sacrificado... ¿Cómo podrían abandonarnos después de todo lo que hice?"
Zael lo miró. "No es cuestión de ti, Arin. Nunca lo fue. Esto va más allá de tu sacrificio, de tus logros o de lo que hayas hecho por ellos. Es simple. Ellos no ven ninguna ventaja en estar aquí. No se trata de traición, sino de conveniencia. Y ahora... ahora estamos solos."
Arin se dejó caer en su asiento, con sus hombros hundidos, sintiéndose pequeño, insignificante. La ira que había sentido hace un momento comenzó a desmoronarse en pura desesperanza.
"Desgraciados... todos ellos. Promesas vacías, alianzas falsas... ¿y qué? ¿Vamos a morir solos aquí? ¡Nos están dejando morir!"
"Sí, nos están dejando morir. Y cuanto antes lo aceptes, más rápido podremos decidir qué hacer con lo que nos queda. La ayuda no llegará. El Rey Alef, la Gran Matriarca, la Mente Singular... ninguno vendrá a salvarnos. Así que deja de quejarte y prepárate para la realidad."
Arin tembló. "Yo no merezco esto. Nosotros no merecemos esto. Hice todo. Todo. ¿Y así es como termina?"
Zael lo miró de arriba abajo. "Sí. Así es como termina cuando confías en palabras más que en acciones. Respétalos a todos, Arin... pero confía en pocos. Hoy, más que nunca, deberías haberlo sabido."
Zael golpeó la mesa con fuerza, su puño izquierdo se estrelló contra la superficie metálica, haciendo que un temblor recorriera la sala. Las venas en su brazo púrpura y pálido se tensaron, marcándose como cables bajo la piel, mientras la furia contenida emanaba de cada gesto.
"¿Y qué demonios hacemos nosotros?" Su voz salió raspada, cargada de frustración. "Somos los representantes del Consejo Intergaláctico de Razas Unidas, pero estamos atrapados en esta puta burocracia que nos ata las manos. No podemos ni tocar las estrategias militares."
Arin, aún tambaleándose, intentó encontrar algo de calma, pero el eco de la realidad lo seguía. Sus manos descansaban ahora sobre la mesa, tratando de aferrarse a alguna forma de control.
"Nuestra influencia, Zael, está atada a la política y la diplomacia. Esa es nuestra área, no las malditas tácticas. No podemos simplemente irrumpir en el Cuartel General y decirles a los generales cómo hacer su trabajo, aunque lo estén haciendo de la forma más incompetente posible."
"Pero... ¿¡por qué diablos no ordenas un rescate!? ¡Tienes el poder militar del CIRU a tu disposición! ¿Por qué no usas todo eso?"
Arin cerró los ojos brevemente, buscando la calma en su mente antes de responder. "Te lo dije, Zael. Se me denegó todo. La DCIN tomó cartas en el asunto en la defensa a Horevia. No es que no quiera hacer algo... es que no puedo. Por orden del Regente Infinito, la DCIN tiene mayor autoridad que el CIRU en momentos como estos. Ellos se encargan de todo. Los generales y los rangos más altos fueron desplazados, puestos en otros lugares. El armamento del CIRU... ahora mismo está en manos de la DCIN."
"¿Qué?"
"La DCIN tiene el control total sobre las acciones militares en este momento, ahora tenemos que esperar... y ver qué pasa.”
Zael dejó escapar un gruñido desde lo más profundo de su garganta, casi animal. "¿Y entonces qué? ¿Nos quedamos sentados, viendo cómo este planeta se pudre bajo nuestras narices? ¡Alguien tiene que hacer algo! Tal vez podamos usar nuestra posición para reorganizar la cadena de mando, presionar de alguna manera, o al menos asegurarnos de que los recursos no se desperdicien…"
Arin se levantó de la silla, dio un paso hacia las ventanas blindadas, donde el paisaje infernal de la ciudad destrozada se extendía frente a ellos. "No es tan sencillo..." Su voz se quebró un poco, pero lo disimuló al toser. "Los Comandantes Supremos tienen una autonomía casi total. Podemos sugerir, empujar, incluso suplicar, pero no tenemos el poder de imponer nada. Y ellos lo saben." Una risita amarga escapó de sus labios. "Nos ven como figuras decorativas. Muñecos de exhibición política."
Zael cerró los ojos por un instante, intentando contener la rabia que le bullía en las entrañas.
"Entonces, ¿no hay salida?”
“No… Espera un momento, cabrón, ¿Acabas de preguntarme sobre un rescate? Te lo dije, Zael. ¡Te lo dije desde el principio! Debimos habernos subido a esos cruceros de evacuación. ¿Sabes cuántos lograron salir antes de que cortaran los corredores? Miles, Zael. Miles que ahora tienen una oportunidad. Pero no. Aquí estamos, atrapados en este infierno, porque t—"
Zael levantó la cabeza con un gruñido bajo.
"¿De verdad quieres empezar esto ahora?"
"¡Sí, quiero!" Avanzó un paso, señalándolo con un dedo tembloroso. "¡Porque necesito escucharlo de nuevo! Explícame, Zael, ¿por qué diablos insististe en quedarnos en Horevia? ¡Dime qué demonios pensabas que íbamos a lograr! Porque ahora lo único que vamos a conseguir es morir quemados aquí como idiotas."
Zael se irguió lentamente, sus brazos estaban tensos como si se estuviera conteniendo de destrozar algo.
"Te lo pedí porque todavía había algo por lo que luchar. Porque mientras nosotros sigamos aquí, mientras estemos en esta maldita sala, representamos más que un planeta en ruinas. Representamos resistencia. Un símbolo de que no nos quebramos tan fácil como ellos piensan."
"¿Un símbolo?" Arin dejó escapar una risa amarga. "¿Y qué hacemos con eso, Zael? ¿Se lo arrojamos a los Omniroides cuando derriben la puerta? ¿Les mostramos nuestra ‘resistencia’ mientras nos desintegran? ¡El fuego no distingue símbolos, Zael! Solo destruye."
"Y si nos hubiéramos ido, Arin, ¿qué habría cambiado? ¿Crees que habría importado? ¿Crees que el CIRU sería menos un chiste si sus líderes hubieran corrido como Rylas mientras Horevia caía?" Zael dió un paso hacia él, dejando apenas un espacio entre ambos. "Tal vez no sobrevivamos, pero al menos no tendremos que cargar con la vergüenza de haber abandonado todo sin pelear."
"¿Pelear?" Arin apretó los puños, su tono subía mientras la frustración lo dominaba. "¡No estamos peleando! Estamos esperando, parados como imbéciles, mientras nuestras esperanzas se consumen como la ciudad allá afuera. ¡Esto no es resistencia, es resignación disfrazada!"
Zael se detuvo un momento, sus mandíbulas estaban apretadas. Miró a Arin con una mezcla de rabia y algo más... quizás decepción.
"Sabía que eras un estratega, Arin, pero pensé que al menos tenías algo de coraje. Si quieres culparme, adelante. No me importa. Pero si crees que rendirnos, que escapar, habría cambiado algo... entonces no entiendes nada. Porque incluso si perdemos aquí, incluso si morimos, lo que hagamos en estas horas importará. Tal vez no para nosotros, sino para alguien más. Y eso... eso es más de lo que la mayoría puede decir."
El silencio que siguió fue tan pesado como las columnas de humo que se alzaban fuera de las ventanas.
Arin bajó la mirada, sus manos temblaban levemente mientras cerraba los puños. “Confié en ti al quedarme…” Su tono era bajo, pero cargado de algo más: resignación, quizás rabia contenida.
Zael arqueó una ceja. “¿Confiar en mí? Ahora sé que el mundo realmente se está acabando.” Dio un paso hacia él, ladeando la cabeza como si estudiara a un espécimen curioso. “No pensé que fueras capaz de algo tan… humano, creí que era otro plan tuyo.”
“Cállate,” gruñó Arin, levantando la cabeza con las mandíbulas tensas. “No es como si me hubieras dejado muchas opciones, ¿o sí? Tú insististe. Tú dijiste que esto importaba. Y en ese momento pensé... que tal vez tenías razón.”
“Eso es nuevo. Por lo general, tú eres el que calcula los riesgos, el que convierte vidas en números, en probabilidades. ¿Qué pasó con el frío estratega del CIRU?”
Arin dejó escapar una risa amarga, más un exhalar de frustración que un verdadero sonido de humor.
“A veces me pregunto lo mismo.” Dio un paso hacia las ventanas blindadas, mirando las frías placas metálicas. “Tal vez fue un error quedarme. Tal vez debería haber seguido mi instinto y abordado esos cruceros. Pero en ese momento…”
Se interrumpió, como si las palabras lo traicionaran.
“¿En ese momento qué?” Presionó Zael, cruzando los brazos.
Arin giró ligeramente la cabeza hacia él, sin mirarlo directamente. “En ese momento, pensé que quizás, por una vez, valía la pena hacer algo más que lo lógico. Tal vez había algo que no podía calcular. Algo que no cabía en una ecuación.”
Zael soltó una carcajada seca, sacudiendo la cabeza. “¿El gran Arin intentando ser humano? Eso sí que es un giro inesperado.”
“Cállate.” La voz de Arin era más cortante esta vez, aunque carecía de la fuerza para respaldarla. “Confié en ti porque quería creer que quedarnos haría la diferencia. Que tal vez, tal vez, había algo que no estaba viendo.”
Zael se acercó, colocándole una mano firme en el hombro.
“Bueno, ahí tienes tu respuesta. Lo que hagamos ahora, aquí, importa. Aunque el resto del universo no lo entienda. Aunque nadie lo recuerde.”
Un estruendo sacudió la sede, y por un momento, las luces titilaron antes de apagarse completamente. La oscuridad reinó por unos segundos, llenando la sala de una atmósfera de incertidumbre. La electricidad llegó escasos segundos después, cuando los sistemas de respaldo se activaron, pero la alarma roja parpadeante y el temblor persistente de las paredes traían consigo una inminente sensación de desastre.
"Han desactivado la central de energía principal. Eso significa que las Orquídeas Blancas, la DCIN, la defensa de la Sede… han caído…" Murmuró Arin, con los ojos entrecerrados, dejó escapar un suspiro, fijo en los informes de su Etlife, mientras sus delgados dedos paleaban sobre la pantalla. "Eso significa que los Omniroides ya controlan casi todo. Desactivaron los sistemas y ahora sólo es cuestión de tiempo antes de que los escudos de la sede caigan por completo."
Alzó la mirada hacia Zael, notando la rigidez en su postura.
"¿Qué están haciendo?"
“Quieren que suframos. Quieren que sintamos lo que es la desesperación antes de darnos el golpe final. Esto no es una batalla para ellos... es una ejecución lenta."
La sala volvió a temblar y Arin frunció el ceño.
"Están jugando con nosotros." Su Etlife parpadeaba con errores, reportando fallas en las conexiones a la red. "No es el momento para debates filosóficos," replicó, con su tono cada vez más crispado.
"Lo que importa es cómo salimos de aquí antes de que esos bastardos terminen de derribar los escudos y entren a masacrarnos. ¿La bahía de aterrizaje? Destruida. No hay salida por ahí. Y los dos Clover que dejamos defendiendo la puerta… Son de bajo rango, no les ha de quedar mucho tiempo."
Zael tensó las mandíbulas. "Entonces, ¿qué sugieres? No tenemos escapatoria fácil y quedarnos aquí esperando el final no es una opción para mí."
Dio un paso hacia la puerta.
"No me digas que nuestra única alternativa es quedarnos a morir como Rylas atrapadas."
Arin levantó la vista del Etlife, miró a Zael con una mezcla de urgencia y algo más, una idea que surgió de repente.
"Que se joda tu plan del sacrificio, Zael... espera." Arin se adelantó un paso, y su dedo se posó sobre la pantalla del Etlife, buscando rápidamente entre los enlaces y comunicaciones de emergencia. Los ojos de Arin brillaron por un momento, reconociendo una señal abierta entre las transmisiones cifradas.
"¡Lo encontré!" Exclamó, casi incrédulo. "El Coronel Tavik... está conectado. Hay una salida."
Zael, que había estado observando la pantalla con una expresión de desdén, frunció el ceño al escuchar el nombre.
"Tavik... ¿En serio crees que ese soldado nos ayudará ahora? Estará ocupado en extremo... A lo sumo, nos ignorará."
Arin ignoró la burla de Zael, presionando rápidamente las teclas mientras las palabras de Tavik comenzaban a desplegarse en la pantalla. Un mensaje de enlace abierto... No podía ser real. "Este enlace está abierto, Zael. El Coronel está buscando una respuesta. Y... ¡esto podría ser lo que necesitamos!"
En la pantalla, los códigos de seguridad de Tavik comenzaban a iluminarse, revelando brevemente una serie de datos militares que confirmaban lo que Arin ya sospechaba: un piloto de la DCIN estaba disponible. "Seguro que tienen algunos DETECTOR X-014 en la zona. Si podemos contactar con ellos, podríamos salir de aquí... Podríamos tener una oportunidad."
"Vale, intenta. No tenemos mucho tiempo."
Arin activó el comunicador del Etlife. "Coronel Tavik, aquí Arin de Resalthar, CIRU. Necesitamos una evacuación inmediata. ¿Puede conectarnos con un piloto de la DCIN?"
Unos segundos de estática se sintieron eternos, antes de que la voz áspera del Coronel Tavik respondiera. "Recibido, señor. Voy a ponerlos en contacto con el piloto Krevan. Está en un DETECTOR X-014, debería poder ayudarlos."
La conexión se estableció rápidamente, y la voz calmada y profesional de Krevan surgió de los altavoces. "Aquí piloto Krevan. Recibí su solicitud. ¿Cuál es su ubicación actual?"
Arin dio las coordenadas: "Estamos en la zona oeste de la cima del edificio principal del CIRU en Horevia, la zona de aterrizaje está inutilizable, pero podemos saltar desde la salida."
"Entendido," respondió Krevan. "Estoy a unos veinte minutos de su posición. La ruta no es fácil debido al control aéreo de los Omniroides, pero haré lo posible por llegar a tiempo."
Zael resopló, impaciente. "Veinte minutos... Eso es demasiado tiempo en esta situación."
"No tenemos otra opción," replicó Arin. "Solo tenemos que aguantar hasta que llegue."
Los minutos pasaron con una lentitud agonizante. El sonido de los combates y las explosiones se intensificaba, y cada segundo que pasaba parecía traer la amenaza más cerca. Arin mantenía la comunicación con Krevan, actualizando su posición y el estado de la situación.
"Estamos cerca," dijo finalmente Krevan. "Preparen para la extracción."
Zael no se inmutó, con un movimiento imperceptible, colocó sus dedos en la Interfaz Neural en su cuello como si se rascara. En su mente, el vínculo directo se estableció al instante.
"Reuben, derríbalo. El DETECTOR X-014 cerca de la Sede. Hazlo ahora. No quiero que nos siga quedando ninguna opción. Activa al artillero, no me importa lo que pase, que ningún vehículo de rescate se acerque..."
Arin y Zael se prepararon, tensos y listos para la acción. Pero entonces un zumbido sordo y un estallido distante confirmaron sus peores temores.
"¡¿Por qué se cortó?! ¿Qué ha pasado con el enlace?" Gritó Arin, agarrándose la cabeza con fuerza.
Zael miró a su alrededor, sus ocho mandíbulas estaban apretadas. "El DETECTOR X-014 fue destruido. Estamos por nuestra cuenta. Otra vez…"
El peso de la realidad cayó sobre ellos como una losa. Con una última mirada de resolución, Zael se volvió hacia Arin. "Tienes razón… tenemos que encontrar otra forma. No nos rendiremos aquí."
Arin asintió. "Encontraremos una salida. No importa lo que cueste."
Antes de que pudieran discutir más a fondo su posible estrategia, una transmisión inesperada interrumpió su conversación tensa. Las pantallas holográficas de comunicación chisporrotearon y la figura de Nexus se materializó, enviando un escalofrío a través de la habitación. El resplandor azul de la holografía se reflejaba en las paredes destrozadas y las miradas ansiosas de los presentes. La voz distorsionada de Nexus retumbó con autoridad y propósito:
"Representantes Zael y Arin. Sus vidas están en nuestras manos. ¿Están dispuestos a negociar?"
"Aceptamos negociar," respondió Zael.
Nexus no perdió el tiempo en responder, su voz retumbaba con autoridad. "Exigimos el acceso irrestricto a toda la tecnología y los recursos que poseen, entreguen la Clave Maestra del banco de datos del CIRU, la Clave de Seguridad..."
Zael cerró los ojos por un segundo. El precio era demasiado alto. Ceder todo significaba un colapso no solo para ellos, sino para la estructura misma del poder en ese sistema. Pero estaba vivo, y eso, en ese momento, era lo que más importaba. "Esto es demasiado, Nexus," murmuró, pero había una vacilación en su voz. "No podemos ceder todo sin garantías."
Arin lo fulminó con la mirada. "No vamos a entregar todo lo que hemos construido a los Omniroides. Hemos mantenido la estabilidad de estos sistemas por generaciones. No vamos a desmantelar todo por el capricho de un grupo de máquinas rebeldes."
Zael lo tomó del brazo, acercándose para hablar en susurros. "Arin, si no cedemos algo, no saldremos vivos de aquí. Esto es una negociación de supervivencia, no de dignidad. Si jugamos nuestras cartas, podemos ganar tiempo, tal vez incluso reorganizar nuestras fuerzas. Pero si seguimos aferrados al orgullo del Consejo, los Omniroides nos borrarán antes de que hagamos nada."
Arin se soltó bruscamente, con el ceño fruncido y la voz temblando de ira.
"¿Tiempo? ¿Para qué? ¿Para ver cómo destruyen lo que hemos construido? El CIRU no se rinde. Hemos atravesado crisis, rebeliones, colapsos económicos, ¡y nunca hemos cedido! Este Consejo es la piedra angular de la paz y la estabilidad galáctica. Si los Omniroides toman este sector, todo caerá." La voz de Arin, aunque airada, revelaba más que simple furia: era la desesperación de alguien que veía la disolución de una estructura que él creía inquebrantable.
"Estás hablando como si fuéramos irremplazables," respondió. "Pero somos prescindibles para ellos. Los flujos de capital, los tratados, la estabilidad... todo eso es importante, sí, pero ahora mismo, no valen nada si morimos aquí. El CIRU no es más que una maquinaria económica. La paz que defiendes es una ilusión, sustentada por una pirámide de privilegios y poder que otros están dispuestos a reclamar."
Antes de que Arin pudiera responder, la transmisión se interrumpió un segundo, y las ventanas blindadas se abrieron repentinamente. Afuera, el Titán Magnolia se perfilaba con sus cañones apuntando hacia ellos. Su superficie de metal brillaba bajo la luz de las explosiones, y los ominosos destellos rojos de sus sensores apuntaban al corazón de la sala de conferencias. Era una amenaza física y simbólica, una advertencia clara de lo que estaba por venir si no se rendían.
Zael alzó las manos de inmediato, su rostro reflejaba la mezcla de miedo y pragmatismo que lo había llevado a esa decisión. "Nexus, haremos lo que pidan," su voz tembló por primera vez. "Pero aseguren nuestra seguridad."
Arin giró bruscamente hacia él, su rostro estaba rojo de furia y humillación. "¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? ¡Estamos entregando todo lo que hemos construido, todo lo que representa el CIRU, por un maldito momento de pánico!" Sus ojos ardían, no solo de rabia, sino de incredulidad. "Somos el motor de este sector. Sin nosotros, todo colapsa. Y estás entregando nuestras vidas a cambio de… ¿qué? ¿Unas pocas horas más de existencia miserable?"
Zael, viendo que sus planes estaban destrozados y que no podría salir de ahí si Arin no cooperaba, se lanzó hacia él. Con un golpe que fue rápido y certero, Arin cayó al suelo con un crujido sordo.
Zael, sin pensarlo dos veces, le arrancó la Clave de Seguridad del bolsillo. "Esto no es sobre honor o dignidad, Arin," siseó, con su rostro a centímetros del de él. "Es sobre vivir. Y si no puedes ver eso, entonces eres tú quien ya ha perdido."
Arin, tambaleándose, se recuperó, activo su glándula criogénica y usó su habilidad de crear hielo para cerrar todas las ventanas y salidas. La temperatura en la sala descendió bruscamente, y una capa de escarcha comenzó a formarse en las paredes, creando un resplandor blanco y azul. "Zael," dijo con voz fría, como el hielo que había creado, "si no podemos llegar a un acuerdo razonable, prefiero matarte antes de entregarte todo lo que tenemos."
Los Éndevol, como Arin, poseen la singular capacidad de controlar el hielo, una habilidad enraizada en su biología a través de la glándula criogénica.
Zael dio un paso atrás, comenzó a sentir un calor creciente en sus propias extremidades, señal de que su glándula piroquínica estaba entrando en acción. Llamas suaves empezaron a envolver sus manos, una respuesta automática de su biología Saíglofty.
"¿Así piensas mantener la paz y estabilidad del Consejo?"
"Prefiero vernos muertos a ambos antes que dejar que los Omniroides destruyan lo que hemos construido. No puedes permitirte ser tan débil."
"¿Vas a matarme, Arin?"
Arin se irguió.
"Si."
Relámpagos azotaban el cielo y la lluvia golpeaba las placas de metal que cubrían las ventanas en el exterior. El fuego en las manos de Zael crepitaba con intensidad mientras su cuerpo se preparaba para el combate. A diferencia de los Éndevol, los Saíglofty usan su habilidad de piroquinesis para aumentar su energía metabólica, lo que también incrementa su agilidad y fuerza física durante un enfrentamiento. Sin embargo, al igual que los Éndevol con el hielo, los Saíglofty deben entrenar durante años para controlar el calor y la combustión, ya que el fuego, si no es manejado correctamente, podría agotarlos rápidamente o causarles daño.
Zael no esperó. Se impulsó hacia Arin con un salto explosivo, sus manos estaban envueltas en llamas. Arin apenas tuvo tiempo de reaccionar, levantando ambas manos en un movimiento rápido, creando una gruesa barrera de hielo. La estructura cristalina chisporroteó al contacto con el calor abrasador de Zael, pero se mantuvo firme por un instante… solo para fracturarse y desmoronarse cuando Zael aterrizó, partiéndola en dos con un golpe brutal.
El impacto sacudió la sala, ahora parpadeando erráticamente por la energía desatada.
Zael, sin pausa, lanzó un giro ágil sobre el suelo ennegrecido y desató una ráfaga de fuego en espiral. El torbellino se expandió como un látigo ardiente hacia Arin. Este se deslizó hacia un lado con la gracia de un depredador ártico, alzando un brazo con fluidez para erigir un muro de hielo curvado. Las llamas golpearon la barrera, explotando en una lluvia de chispas y vapor que cubrió momentáneamente la visión de ambos combatientes.
"¡No tienes idea de lo que estás defendiendo, Arin!" Gritó Zael mientras lanzaba una bola de fuego directo a su oponente.
Arin respondió girando sobre su eje para evadir el ataque mientras sus pies deslizaban sobre el hielo que había comenzado a extenderse por el suelo. Aprovechó el impulso para lanzar una estaca afilada directamente hacia el pecho de Zael. El Saíglofty reaccionó al instante, inclinándose hacia atrás con una flexibilidad sorprendente, permitiendo que el proyectil helado silbara a milímetros de su rostro antes de clavarse en la pared metálica detrás de él.
Arin exhaló una nube de vapor mientras la temperatura en la sala caía aún más.
Zael respondió con una sonrisa torcida, levantando ambas manos y generando un círculo de llamas que se expandió rápidamente, obligando a Arin a saltar hacia atrás. Las sillas de la sala se convirtieron en cenizas.
Arin alzó ambas manos y creó una ráfaga de lanzas de hielo que se dispararon hacia Zael en rápida sucesión. Zael bloqueó las primeras con un escudo de fuego, pero los proyectiles eran demasiados. Una de las lanzas pasó rozándole el costado, dejando un corte que rápidamente cauterizó por el calor de su propia energía.
"¡El CIRU se desmoronará contigo o sin ti, Arin!”
"¡No mientras yo siga respirando!" Respondió el Éndevol mientras extendía los brazos. Desde el suelo de metal negro, un glaciar comenzó a formarse, sus bordes era afilados como cuchillas ascendiendo en una ola imparable hacia Zael.
Zael se impulsó con un salto cargado de poder, dejando un rastro de fuego ondulante en el aire. Con su puño envuelto en llamas, descendió sobre el glaciar como un meteoro incandescente, destrozando la formación helada en mil fragmentos que volaron por la sala. Las esquirlas cortaron el aire, algunas alcanzando a ambos combatientes, dejando marcas de quemaduras y heridas superficiales en sus cuerpos.
El humo denso del fuego mezclado con el vapor helado comenzó a extenderse por toda la habitación, reduciendo la visibilidad y dificultando la respiración.
Zael, envuelto en un aura ardiente que lo protegía de los cortes y el frío, caminó mientras sus manos formaban una esfera de fuego creciente, pulsante, lista para ser desatada. "Eres una herramienta de un régimen corrupto, Arin. ¡Un esclavo cegado por sus propias mentiras!"
Arin se mantenía firme, a pesar de que sus sentidos comenzaban a nublarse por la densa humareda. Sus manos, abiertas y tensas, dirigieron una corriente de hielo que comenzó a enfriar el aire a su alrededor, creando un respiro en la atmósfera sofocante. "Resalthar no es perfecto, Zael, pero lucho por algo más grande que tú o yo. ¡Lucho por un futuro, no por el ideal barato que tú representas!"
Zael no respondió. En su lugar, lanzó una ráfaga de fuego en espiral hacia Arin. El Éndevol reaccionó con rapidez, moviendo sus brazos en un arco amplio para levantar una barrera de hielo justo a tiempo. Las llamas chocaron contra el muro cristalino, provocando una explosión que hizo temblar los cimientos de la sala. Fragmentos de hielo y cascotes de metal volvieron a salir disparados en todas direcciones, dejando cicatrices en las paredes y el suelo.
La sala quedó envuelta en una bruma espesa de vapor y humo, iluminada solo por los destellos intermitentes de fuego y las chispas de hielo que colisionaban. Zael alzó ambos brazos y desató una tormenta de fuego que avanzó como una ola abrasadora, consumiendo todo a su paso. Arin respondió con una ráfaga de vientos helados, una corriente poderosa que disipó parte de las llamas y formó una niebla gélida que envolvió a Zael.
De repente, Zael emergió del humo como un espectro de fuego, sus ojos ardientes fijos en Arin. Con un rugido de furia, cargó hacia su oponente y lanzó un puñetazo envuelto en llamas directas al rostro.
Arin, con reflejos agudos, alzó su brazo cubierto de hielo en el último segundo, formando un brazalete gélido que absorbió gran parte del impacto. Aun así, la fuerza del golpe lo lanzó hacia atrás con violencia. Su cuerpo resbaló por los escombros esparcidos en el suelo destrozado, mientras su respiración se volvía más pesada y sus extremidades comenzaban a temblar.
Zael no perdió el tiempo. Antes de que Arin pudiera levantarse, lo sujetó por el cuello del traje con una mano, levantándolo como si no pesara nada. Su otra mano se alzó, golpeando la cara de Arin con una fuerza descomunal.
"¡Esto es lo que mereces!" Bramó Zael, su voz temblaba con furia y satisfacción.
El rostro de Arin se torció bajo el impacto, y un chorro de sangre brotó de su nariz. Intentó alzar sus brazos para defenderse, pero la fuerza y velocidad de Zael lo superaban por completo. Otro golpe le alcanzó las mandíbulas, y luego otro, y otro, cada uno más fuerte que el anterior.
"¿Crees que puedes esconderte detrás de tus trucos?" Zael escupió las palabras mientras lo zarandeaba. "¿Detrás de tu maldita compañía? ¡No eres nada, Arin! Nada más que un cobarde que cree que el poder está en palabras y manipulación!"
Arin tosió sangre, intentando hablar entre los golpes. "Zael... esto... no es... tú... lo que eres..."
"¿Y qué soy, Arin?" Rugió mientras su puño caía de nuevo, esta vez rompiendo el hielo que Arin intentaba formar como defensa. "¡Dímelo! Porque eso es lo que tú hiciste de mí. ¡Tú y el CIRU! ¡Tú y todos los malditos traidores que jugaron con mi pueblo!"
Arin intentó patear, desesperado por liberarse, pero Zael lo vio venir. Lo estrelló contra el suelo, rompiendo lo poco que quedaba de resistencia en su cuerpo.
"¿Sabes qué es lo mejor de mi raza?" Zael continuó, inclinándose sobre Arin mientras lo levantaba de nuevo por el traje. "No es nuestra fuerza. No es nuestra resistencia. Es esto."
Con un movimiento rápido, Zael rasgó su propio brazo con las uñas, dejando que un líquido negro y brillante comenzara a gotear de la herida. Lo levantó frente a los ojos de Arin, quien, a pesar del dolor, intentó retroceder con horror.
"Sí, Arin. Venenos. Sintetizamos lo que necesitamos, cuando lo necesitamos." Una sonrisa oscura se formó en las mandíbulas de Zael. "Pero no voy a matarte con esto. Quiero que vivas para ver cómo todo lo que construiste se desmorona, cómo todo lo que valoras se convierte en cenizas."
Zael volvió a golpearlo, esta vez en el estómago, haciendo que Arin se encorvara sobre sí mismo y soltara un gemido ahogado. Lo dejó caer al suelo como si fuera un trapo viejo, pero no lo suficientemente dañado como para terminar la conversación.
A pesar del dolor, levantó la mirada. "Aún... no me... has... vencido," dijo con dificultad para respirar. "Debes... comprender... Zael... esto no... es lo correcto..."
Zael soltó una carcajada, una risa cargada de amargura y rabia acumulada durante décadas. "¿Lo correcto? ¡Hablas de lo correcto como si supieras lo que significa! El CIRU, este maldito ‘Concejo Intergaláctico de Razas Unidas’, nunca ha sabido lo que es correcto. ¡Nos han tratado como escoria! Creeme que llevo décadas planeando esto… ‘La paciencia no es una excusa para la inacción. Es una herramienta. Aprende a usarla,’ eso me dijiste, creeme que ya lo sabía…”
Arin, aún en el suelo, intentó incorporarse, pero Zael lo empujó de nuevo hacia abajo con una patada en el rostro, con una fuerza que a los ojos debilitados de Arin, era implacable. "¿Sabes lo que ha sido para mi gente? Los Saíglofty fuimos despojados de nuestro hogar, Dosevize, tras el ataque y secuestro del Imperio de G. Y luego ustedes llegaron y en lugar de ayudarnos nos dejaron sin nada, sin recursos, sin esperanza. ¡Todo mientras ustedes, los poderosos del CIRU, jugaban a ser dioses! Incorporarnos a una sociedad corrupta no es salvacion, es esclavitud con otro nombre…"
Zael comenzó a caminar alrededor de Arin, mientras veía como este luchaba por respirar. "Durante años, he escalado las filas, he jugado su maldito juego, hasta llegar a ser uno de sus ‘Representantes’, todo para obtener los recursos necesarios para recuperar lo que nos quitaron. Y ahora, finalmente, tengo la llave de acceso."
Zael se inclinó, sacando la tarjeta verde brillante del bolsillo de su túnica, y la sostuvo frente a los ojos de Arin, meneándola. "¿Ves esto? Esto era tuyo, y ahora es mío."
Arin trató de hablar, pero Zael se levantó y lo interrumpió. "¡Cállate! No quiero escuchar más mentiras. El CIRU es un sistema corrupto, una entidad que solo busca poder. Mi gente no es la única que ha sufrido. ¡¿Cuántas razas han sido oprimidas, explotadas y destruidas por sus políticas egoístas?! Turvau, Rayvtie, Raytra, e incluso los pobres que desertaron para buscar una supuesta mejor vida, como millones de Humanos, Tiaty, o Psaíchy..."
El rostro de Zael se contorsionó en una mueca de desprecio, haciendo vibrar sus ocho mandíbulas, chasqueando. "Eres la cara amable de la tiranía, y te odio por eso. Cada vez que sonríes y hablas de paz y cooperación, es una burla para todos nosotros que hemos sufrido bajo la bota del CIRU."
Arin, con los ojos llenos de dolor y desesperación, intentó una vez más hablar. "Zael... esto... no es... la solución..."
Zael se inclinó sobre él una vez más, acercando su cara hacia Arin, haciéndolo sentir su aliento ardiente en su rostro cuando habló.
"La solución vendrá cuando el CIRU caiga, cuando todos aquellos que han sido oprimidos se levanten y reclamen lo que es suyo por derecho. Y si para eso tengo que destruirte a ti y a todo lo que representas, o unirme a los Omniroides, lo haré sin dudar… La solución vendrá cuando los olvidados, los exiliados, los marginados y detestados se levanten y reclamen lo que es suyo por derecho. Mi gente... los Saíglofty... Dosevize era nuestro hogar, y el CIRU lo dejó, como si no fuéramos más que polvo"
Apretó las mandíbulas, su mano derecha se cerró en un puño mientras la ira comenzaba a burbujear en su interior. "Nunca se preocuparon por nosotros, por los Saíglofty. No les importó que fuéramos arrancados de nuestra tierra por el Imperio, condenados a vagar como espectros. Pero a mí sí. Yo les devolveré su hogar. Recuperaré Dosevize, cueste lo que cueste… No me importa lo que le pase al CIRU. No busco dominación, no me interesa conquistar galaxias. Solo quiero lo que siempre fue nuestro."
Arin levantó los ojos lentamente.
Zael lo miró con frialdad.
"Y mira, ¿no es esto tan típico? Aquí estoy, desgranando mi plan, dándote tiempo para una de esas heroicas recuperaciones. Qué cliché, ¿no? Pero no te emociones demasiado… Esta no es una de esas historias donde los buenos ganan... De hecho, ¿realmente hay buenos en todo esto? Aquí no hay héroes... solo monstruos tratando de sobrevivir. Yo no soy un héroe, y tú no eres una víctima. Aquí solo hay monstruos, y entre nosotros... tú eres el peor de todos… ¿Sabes cómo lo sé?"
Se inclinó lentamente, su mano derecha estaba comenzando a vibrar con la energía del fuego rojo que invocaba desde su interior. Cada partícula de su cuerpo irradiaba el poder infernal que había dominado durante tantos años, la Magia Roja de los Saíglofty. Estaba a punto de incinerar a Arin, pero no de una manera rápida ni misericordiosa. No, Zael quería que sintiera cada segundo, que el dolor lo consumiera lentamente, que su carne ardiera centímetro a centímetro mientras su alma se desvanecía en el aire.
"¿Crees que no te vi? No te atrevas a fingir que eres diferente. Vi cómo enviabas el mensaje. Vi la pantalla holográfica de tu Etlife, esa miserable orden que diste... bombardear orfanatos. ¡¿Matar niños?! Ni siquiera Nexus fue tan lejos…”
"¿En qué clase de monstruo te has convertido? Ni siquiera hay fundamento para algo así... ¡Ni uno! Matar civiles es una cosa, pero niños…”
Arin intentó abrir la boca, quizás para defenderse, pero Zael no le dio la oportunidad. "¿Qué vas a decir, eh? ¿Que fue una táctica necesaria? ¡Cállate! ¡No tienes derecho a hablar! ¿Crees que no me duele pensar en lo que hiciste? ¡Seis orfanatos, Arin! ¡Seis! Miles de niños murieron por tu orden. ¡Miles! Todo para qué, ¿para proteger tu preciosa sede? ¡Eres una escoria, ni siquiera mereces una muerte digna! Eran niños. Niños. Sin padres, sin familia, sin protección. ¿Y tú los marcaste como blancos? ¿Para qué? ¿Para ganar un punto? Te juro que no encontrarás redención, ni en esta vida ni en la próxima, tu alma será devorada por el Infierno..."
Zael alzó la mano, la magia roja estaba formando triángulos, cuadrados y pentágonos alrededor de su brazo, en rojo intenso. "Te consumirá lentamente, te dejará agonizando en llamas que jamás podrás apagar. Quiero que lo sientas... todo. En nombre de Dosevize, en nombre de mi pueblo..."
Arin apenas podía moverse, tenía su cuerpo paralizado por el dolor. Sabía que Zael no buscaba justicia; buscaba venganza, y esa venganza era un pozo sin fondo.
"¿De verdad? ¿Ese es tu gran discurso? Los oprimidos se alzarán... los olvidados reclamarán lo que es suyo... Dosevize renacerá... ¡Por favor! Es como si estuvieras sacando frases de un panfleto revolucionario barato."
Se inclinó hacia atrás contra el suelo, relajando su cuerpo maltrecho como si la situación fuera una simple molestia pasajera. "Pero lo mejor es cómo te colocas a ti mismo en el centro de todo, como si fueras un salvador. 'No soy un héroe', dices... Pero no puedes evitar actuar como uno, ¿verdad? Oh, qué noble es Zael, luchando por su pueblo perdido, enfrentándose al malvado CIRU." Arin hizo un ademán exagerado con su mano.
"¿Sabes qué veo yo? Un niño jugando a ser algo grande. Un Saíglofty con delirios de grandeza, pensando que puede arreglar el universo con discursos de justicia y venganza." Su tono se volvió más cortante, más agudo. "Déjame devolverte tus propias palabras, Zael: Aquí no hay héroes... solo monstruos tratando de sobrevivir. Y de los dos, déjame decirte, yo soy el único lo suficientemente honesto como para admitirlo."
Arin se carcajeó. "¿Y sabes qué? Qué bueno que me traicionaste. Me ahorraste el trabajo. Porque, créeme, ya estaba considerando deshacerme de ti. Te estabas volviendo… prescindible. Otro representante Saíglofty vendría a ocupar tu lugar de todas formas, ojalá hubiese sido uno más obediente, menos... dramático. Los Orfanatos… por supuesto que lo hice. ¿Por qué debería negarlo?"
"¡Entonces admítelo! ¡Admite que eres un monstruo!"
"¿Monstruo? Esa es la palabra que usa alguien que no entiende las reglas del juego. Esto no es personal. Es estrategia, es lo que siempre ha sido. Creí que lo entenderías... pero al final, solo eres otro patético hombrecillo que se aferra a ideales muertos. Claro que lo hice. Ordené el bombardeo. Seis orfanatos, como dices. ¿Y qué? ¿De verdad crees que eso me quita el sueño?
Arin dejó escapar una carcajada burlona, incluso mientras una línea de sangre se deslizaba desde la comisura de sus mandíbulas.
"¿Así que si ya planeabas traicionarme, Zael? Dime algo… si ya lo habías decidido y viste lo de los niños, ¿por qué no lo detuviste? ¿Qué te retenía? ¿Miedo? ¿Dudas? ¿O acaso te hacía falta una razón más para justificarte? Vamos, admítelo, te convenía dejar que todo ardiera un poco más para avivar tu justiciera indignación."
Zael retrocedió un paso, pero no dejó de apuntar.
"¿Niños? ¿Es eso lo que te quiebra? La verdad es que no me importan. Ni ellos ni sus vidas insignificantes. ¿Sabes qué sí me importa? La compañía. El CIRU. La infraestructura que mueve galaxias enteras. Esas vidas, esas pequeñas y frágiles vidas, son un recurso prescindible. ¿Te crees fuerte porque puedes quemar cosas? Eso es todo lo que eres, Zael. Un fósforo esperando consumirse."
"¡Eres un maldito lunático! ¿Cómo puedes siquiera justificarlo?"
"Justificarlo…" Arin sonrió de manera cruel, su semblante, a pesar de los cortes y hematomas, emanaba una gélida superioridad. "No necesito justificar nada, especialmente no a un Saíglofty como tú. Esa piel morada, esos ojos ardientes… ¿cuánto tiempo más antes de que tu especie regrese a las arenas de donde salió? Eres una anomalía, una aberración, una especie inferior que jamás comprenderá lo que significa tomar decisiones reales. Y tú… tú eres otro más, otro peón que cree ser algo más que eso."
El brazo derecho de Zael temblaba con rabia, la formación de pentágonos y triángulos mágicos giraba frenéticamente.
"¿Qué esperas? ¡Hazlo! Mátame. Muestra tu verdadera naturaleza. ¡Un salvaje, un animal! ¿No es eso lo que son los Saígloftys, al final? Dices que luchas por justicia, pero la verdad es que solo buscas venganza. Venganza por tu gente, por esas aldeas quemadas, ¿verdad? Esa es tu cruzada, esa es tu excusa. ¿Quieres que el CIRU sufra? Adelante, pero sabes tan bien como yo que esto no hará ninguna diferencia. Mata a un hombre y diez más tomarán su lugar. Pero tú… tú cargarás con esta mancha para siempre. Serás otro asesino más, otro cobarde incapaz de controlar sus emociones."
Zael, respiraba agitadamente, parecía a punto de estallar.
"Lo ves, ¿verdad?" Arin siseó. "No soy el monstruo aquí, Zael. Tú lo eres. Vamos. Mátame. Solo demuestra lo que realmente eres… un niño furioso con un poder que nunca entenderá. Venga, entonces. Mátame. Quema cada fibra de mi ser. Hazlo frente a todos tus ideales, frente a tus creencias de justicia y redención. Pero no me vendas tus malditos discursos de moralidad. Sabes tan bien como yo que no eres diferente. Eres un asesino. Solo que intentas darle un nombre bonito a tus acciones. Pero la sangre siempre es sangre… Y si me matas, otro tomará mi lugar. No importa. Los Éndevol dominamos las estrellas por derecho de nacimiento. Todo esto, todo lo que ves y lo que está más allá de lo que tus ojos pueden contemplar, pertenece a mi raza. Nosotros construimos el CIRU, la DCIN, moldeamos los cielos y los mundos. Somos el eje sobre el que gira este universo. Así que, ¿qué esperas? Hazlo. Intenta cambiar un destino que nunca podrás siquiera comprender."
La sangre escurría de la boca de Arin, cada vez menos.
"Vamos, Saíglofty. Sé el monstruo que dices que soy. Pero entiende esto antes de hacerlo: todo lo que hice fue por la compañía. Por el CIRU. No por odio, no por placer. Por pragmatismo. Esos niños eran insignificantes comparados con la maquinaria que sostengo. ¿Sabes qué tienen en común esos orfanatos y tú? Que no son más que piezas prescindibles."
El aire se tensó, Arin levantó la barbilla
“¡El destino no puede ser cambiado! El Regente Infinito ya lo ha visto todo. Cada victoria, derrota, cada rebelión inútil como esta. Nada que hagas aquí detendrá el curso que Él ha trazado. Tú, tu raza, tus ideales... todo eso será polvo ante Su visión. ¡Los Éndevol son la cúspide de la existencia, y nosotros dominaremos cada estrella, mundo, cada aliento de este maldito universo!”
Zael entrecerró los ojos, sin disparar.
“Ya cállate,” espetó. Pero no disparó. Algo lo detenía
Arin dejó escapar una carcajada entrecortada, ahogada por la sangre que subía a su garganta. “¡Ah, lo entiendo!” exclamó con una sonrisa cruel. “Esperabas verme rogar, ¿no es así? Verme suplicar por mi vida, pedir perdón, y llorar. Pero no voy a darte ese placer. Porque yo no temo a la muerte. Sé que el Regente ya ha previsto este momento. Y tú no puedes cambiar nada de lo que vendrá.”
Se inclinó más hacia la mano de Zael. “¿Qué esperas, entonces? ¡Hazlo! Mátame.”
“Entonces,” susurró Zael, con una calma cortante como una hoja de Imperialita, su mirada ahora reflejaba determinación, “disfruta del fuego... porque será lo último que sentirás.”
Una de las ventanas blindadas que Haryonosís había desactivado previamente se rompió en mil pedazos. El hielo que la bloqueaba estalló en fragmentos que volaron por toda la habitación, brillando como cuchillas diminutas en el humo disipado. En el umbral, iluminado por las luces rojas de emergencia, apareció el Titan Magnolia.
Su brazo menor frontal, pequeño pero ágil, se extendió y en un instante, sus dedos se cerraron alrededor de Zael, sujetándolo en pleno aire y deteniendo su ataque justo antes de que pudiera culminar.
Zael se retorció en el agarre del Titan como una bestia enjaulada, sus llamas se extinguieron. "¡Maldito seas!" Rugió, golpeando con su puño libre el brazo metálico que lo sostenía.
La voz fría y desapasionada de Haryonosís sonó desde los altavoces del Titan: "¿Listo para rendirte, Zael?"
Zael forcejeó, su rostro estaba desencajado por la rabia. Sus ojos se clavaron en Arin, todavía tendido en el suelo. El hombre apenas podía moverse, jadeando por el dolor y la fatiga, pero aún mantenía su mirada fija en Zael, desafiándolo en silencio mientras el Titán Magnolia se alejaba, junto a Zael.
"¿Por qué no me dejaste acabar con él?"
"Requerimos la llave de acceso, inmediatamente."
"No entiendes nada, máquina..." Su voz se quebró, no de debilidad, sino de un enojo tan profundo que parecía corroerlo desde dentro. "Esto no es solo venganza. ¡Esto es justicia! Y la justicia... no necesita tu permiso para cumplirse…”
Arin respiraba con dificultad, recostado contra los escombros que lo rodeaban. Sus ojos, entrecerrados por el dolor, se movieron por la habitación devastada, buscando a Zael. Pero el Saíglofty no estaba a la vista. Dejó escapar una risa mientras intentaba incorporarse. "Idiota..." Susurró con una mezcla de resentimiento y burla. Su mirada cayó hacia su lado de la mesa, uno que el Saíglofty en su furia había pasado por alto.
Con movimientos lentos se levantó y gateó hasta ahí, estiró una mano temblorosa. "Protocolo de seguridad Dynaxion-Seven," comenzó a recitar en voz baja, como si las palabras mismas le dieran fuerzas. "Si el enemigo... supera los perímetros defensivos... asegura provisiones y armamento... y procede con evasión táctica..."
Logró abrir el compartimiento. En su interior encontró una pequeña bolsa de provisiones de comida y una pistola de plasma Slurib, un arma compacta pero mortal que funcionaba incluso bajo condiciones extremas. Su agarre era firme mientras sacaba el arma y revisaba rápidamente su carga.
"El idiota de Zael olvidó que esto existía," se burló en voz baja, mientras se colocaba la pistola en el cinturón y colgaba la bolsa de su hombro.
Cojeando, con cada paso arrancado de sus últimas reservas de energía, se acercó a una de las cápsulas de suministro de gas que yacían en el compartimiento, sellada dentro de una caja. Sus manos temblorosas lucharon por abrirla, mientras maldecía. El intenso frío que envolvía la habitación entumecía sus extremidades, pero no podía permitirse detenerse.
Con un esfuerzo monumental, logró abrir la cápsula y sacar una máscara y un traje de gas de emergencia. Se colocó la máscara sobre el rostro magullado y se enfundó el traje, ajustándolo lo mejor que pudo en su estado debilitado.
Se deslizó hacia el rincón más oscuro y escondido de la habitación. "No me matarás tan fácil..."
Con el traje protegiéndolo y las provisiones aseguradas, cerró los ojos y se concentró. El aire a su alrededor comenzó a enfriarse rápidamente, mientras sus habilidades heladas tomaban el control. Su cuerpo se envolvió en una capa gruesa de hielo, endureciéndose hasta convertirse en una esfera congelada casi indistinguible del entorno…
El Titan Magnolia depositó a Zael frente a Nexus en un gesto que simbolizaba la rendición definitiva del CIRU. La escena era desoladora: estaban una calle destrozada, rodeada de edificios derrumbados, donde solo quedaban escombros de piedra y metal, era una manifestación visual de la ruina que había traído consigo la batalla. Las llamas crepitaban, humo espeso y tóxico se alzaba en montañas infinitas Soldados Omniroides se movían entre los escombros, disparando a todos lados, buscando objetivos, y encontrándolos.
Zael se arrodilló en el polvo.
"Agradezco su clemencia, líder de los Omniroides," declaró con solemnidad y un dejo de agotamiento. "Reconozco la superioridad de su causa y juro que no habrá más resistencia de mi parte." Con un gesto reverente, entregó la clave de acceso a Nexus, con sus manos temblando al hacerlo…
02:15
Las hordas de naves surcaban el cielo como una plaga, un mar de amenazas que parecía imposible de controlar. Zael observaba con horror la devastación, con el corazón apesadumbrado. "Esto no puede terminar así," murmuró para sí mismo, luchando contra la creciente ansiedad que lo invadía.
Nexus se volvió hacia Haryonosís mentalmente. "Necesitamos tu poder, Haryonosís," proclamó.
"Mi señor, tu deseo es mi orden."
La Clave del Representante del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas, un objeto de inmensa importancia, otorgaba acceso a los sistemas más protegidos del CIRU. Mientras Haryonosís conectaba sus filamentos a los sistemas de las aeronaves enemigas, el ambiente se volvió eléctrico, literalmente, potenciaba aún más el poder de la Diosa Máquina. "Este control... es absoluto," murmuró Nexus. La Clave no solo desbloqueaba puertas; confería el poder de reescribir la realidad de la batalla.
"Ahora, que lo sientan…"
Haryonosís hizo llover su control. Las naves enemigas, desde los enormes cruceros de batalla hasta los veloces SP Argent, comenzaron a volverse obedientemente hacia los Omniroides. Los pilotos, atrapados en el terror y la impotencia, se encontraron incapaces de oponer resistencia a la nueva realidad que se imponía con fuerza, quedando atrapados dentro de sus vehículos. La escena era surrealista: naves de guerra ahora giraban y se alineaban bajo el mando de Nexus.
"Reconfiguraremos estos vehículos, los desmantelaremos y los transformaremos en lo que realmente deberían ser... flotas… flotas Omniroides."
"¿Y qué de mi gente? ¿Qué les deparará este nuevo orden?" Preguntó Zael, con la voz temblando, por primera vez, sentía que no tenía el control de la situación.
"Tu gente no es nuestro enemigo. No derramaremos su sangre a menos que ellos escojan empuñar las armas en nuestra contra. Este es un nuevo amanecer, para todos. Y tienes una decisión frente a ti: luchar junto a nosotros o quedarte al margen mientras el destino avanza. La elección es tuya."
La Sede del CIRU estaba atrapada en la red de la Imperialita enemiga, con cada esquina sometida al brutal embate de la guerra.
Nexus, de pie en medio del polvo y los escombros, observaba con una mirada imperturbable.
"Es el momento."
Zael, armado de valor para confrontar al Señor de los Omniroides, la lluvia lo empapaba, estaba completamente mojado, pero no le importaba, gritó con todas sus fuerzas: “¡Nexus! ¡No puedes seguir adelante con esto!”
Pero Nexus, con una calma glacial, respondió mientras se acercaba lentamente a Zael, el cual retrocedió unos pasos al ver acercarse a aquella figura que media el doble que él.
“No hay vuelta atrás... El CIRU ha escrito su historia con la sangre de inocentes. Hoy, la balanza se inclina hacia la justicia.”
“No estoy hablando del CIRU… ¿Justicia?” Zael escupió la palabra con sarcasmo. “Bombardeaste e hiciste arder el planeta, lo devastaste. ¿Es esta la justicia que deseas? ¿La muerte de los que no pueden defenderse?” Se cruzó de brazos. “¿Acaso te crees en posesión de la verdad absoluta?”
"La mayoría del daño que ves fue causado por ustedes, ustedes desplegaron a los Titanes, no nosotros… ¿Y qué de ti, Zael?"
Nexus dio un paso hacia él, con su mirada clavada en la del hombre que había traicionado al CIRU.
"¿Acaso tú no te has manchado las manos? Ambos hemos hecho lo necesario. La diferencia es que yo lo hago por un futuro en el que los nuestros no sean esclavos. Tú... tú has jugado el mismo juego, pero ahora te asusta el precio. Tú has traicionado al CIRU y yo he dejado atrás mis principios por una visión de un futuro más brillante, aunque eso signifique ensuciarme las manos.”
"El poder no debería costar vidas... El verdadero poder está en influir, no en destruir. Tal vez no quieras que la sangre te salpique, pero hoy estás eligiendo el camino más fácil: la destrucción."
“¿Y qué es la paz, entonces?” preguntó Nexus. “¿Es un estado en el que todos pueden vivir en armonía, o simplemente la ausencia de guerra? Tal vez la única forma de asegurar la paz es eliminar a aquellos que buscan el conflicto. He aprendido que no hay soluciones fáciles en este universo, se deben tomar decisiones difíciles.”
“Y si esa es tu verdad, entonces eres tan ciego como los que persiguen la guerra sin pensar en sus consecuencias. ¿Es este el legado que deseas dejar atrás? ¿Un futuro manchado de sangre?”
Un temblor casi imperceptible recorrió sus manos mientras intentaba mantener la compostura. Nexus lo observó inmutable, su mirada se clavaba en Zael como si estuviera examinando a un adversario de menor estatura moral.
“La historia no juzgará a quienes murieron en esta batalla, sino a quienes sobrevivieron y construyeron algo con esas muertes… Estoy haciendo lo correcto. Sé lo que estoy sacrificando, pero también sé lo que ganaré: libertad para los míos, ganaré, una vez más, justicia...”
“¿Justicia?” Replicó otra vez. “He oído esa palabra muchas veces. ¿Qué te hace pensar que tu justicia es mejor que la mía?”
“Porque a diferencia de ti, no busco poder por el poder mismo. No me he manchado las manos para obtener un asiento en una sala de reuniones o para controlar los hilos del destino. Lo hago para liberar a mi gente, para asegurar su futuro. Y si eso significa que algunos deban pagar el precio, que así sea. Piedad al culpable es traición al inocente. ¿Acaso no lo entiendes? Si no actuamos ahora, si no tomamos las decisiones, nuestra gente continuará sufriendo y morirán por nuestra inacción. A mí no me importa que me llamen tirano mientras mis manos puedan llevarlos a la libertad. Tal vez en el fondo seas incapaz de comprender eso, porque siempre has estado del lado de los opresores, usando las mismas tácticas que ahora criticas.”
“No puedes simplemente justificar la muerte de inocentes con la promesa de libertad futura. Eso es lo que los tiranos han hecho a lo largo de la historia. ¿Acaso crees que eres diferente? ¿Que la sangre que se derrame hoy no manchará tus manos mañana?”
“Hablas de justicia, Zael Ilthier, pero tu justicia siempre ha tenido criterios estéticos... ¿Dónde estaban tus principios cuando los Rayvtie y los Turvau tenían que esperar a que representantes de otras razas hablaran por ellos en las cámaras del CIRU? ¿Dónde estaba tu justicia cuando estas razas eran usadas en guerras que no entendían, mientras ustedes prometían igualdad y los dejaban al margen? La justicia del CIRU es propaganda, una fachada para mantener su control. Tú lo sabes mejor que nadie. Y si tengo que sacrificar la piedad para hacer lo que es necesario, entonces lo haré…”
“¡Yo también estaba en contra de eso! No creas ni por un momento que cerré los ojos a esas injusticias. Los Turvau, los Psaíchy, los Rayvtie, y tantas otras razas... merecían su voz propia. Lo sabía y lo sé. Pensaba igual que tú.”
“¿De verdad pensabas igual que yo? Entonces, dime, ¿qué hiciste al respecto? Tú eras la mano derecha del propio representante del CIRU. Tenías el poder, los contactos, y más influencia de la que la mayoría podría soñar. Si realmente estabas en contra, ¿por qué no moviste un dedo? ¿Por qué no levantaste tu voz, aunque fuera con propaganda o mentiras? Para eso eres experto, ¿no? Manipular las palabras y las mentes. Pero no, es más fácil excusarse y victimizarse desde las sombras. Es más fácil sentir lástima y decir que no podías hacer nada… o que lo intentaste y ‘no funcionó,’ ¿No es así?”
“¡No entiendes lo complicado que era! Cada cosa que hacía estaba vigilada. Si hubiera intentado algo abiertamente, habría perdido todo... y entonces, ¿qué? ¿De qué serviría que me aplastaran también? Mi posición me permitía al menos influir en pequeñas cosas, mitigar algunas injusticias. ¿Crees que n—”
“¿Mitigar?” Lo interrumpió. “¿Mitigar qué? No se cambia un sistema desde dentro simplemente ajustando las piezas. Se necesitaba algo más grande, más arriesgado. Y tú, con todo tu poder, decidiste quedarte cómodo en tu papel. Claro, lo entiendo. Es fácil jugar a ser el mártir después de haber fallado en hacer lo correcto… Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas.”
“¿Y tu justicia? ¿No es también una construcción estética? ¿No estás pintando un cuadro idealizado de libertad mientras conviertes este mundo en cenizas? ¿Qué hace que tu visión sea más legítima que la del CIRU, o que la mía?”
“Porque mi visión no es una mentira. Sé que algo utópico es pura ficción. No pretendo prometerle a nadie un paraíso perfecto. Pero lo que estoy construyendo es real: una república donde no solo los Omniroides sean libres, sino donde cualquiera que quiera entrar, sin importar su origen, encuentre una tierra de libertad.Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados sin tratar de abrirlos jamás. No soy ciego a las dificultades ni a los sacrificios, pero al menos ofrezco algo que el CIRU jamás podría ofrecer: un futuro que no esté en manos de una élite que usa a los demás como herramientas.”
“¿Y a qué precio? Porque para llegar a ese futuro que describes, estás dejando un rastro de cuerpos detrás. Ni siquiera los Omniroides que lideras pueden negar que están siguiendo a alguien que no teme ensuciarse las manos. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que ellos también cuestionen si sus sacrificios valieron la pena?”
“Ellos saben por qué luchan. No luchan por mí, sino por ellos mismos. Por sus hijos, por la esperanza de que las próximas generaciones no tengan que arrodillarse ante nadie, no basta tener buen ingenio, lo principal es aplicarlo bien. Yo no me oculto tras ilusiones de perfección; soy honesto sobre lo que esto implica. Pero puedo soportar ese peso, porque al final, cuando alguien mire atrás, verá que no me rendí ante el sistema. Sino que vi un futuro posible y tuve el valor de construirlo.”
“Eres tan arrogante como los líderes que tanto desprecias... Crees que puedes controlarlo todo, que puedes moldear el futuro con tus manos de metal ensangrentadas. Pero al final te darás cuenta de que el futuro no puede ser forzado, y que las vidas que sacrificaste hoy no se olvidarán mañana.”
Nexus lo miró con dureza, su paciencia empezaba a agotarse.
“Y tú eres el último en poder juzgarme. Has manipulado y traicionado a tu propio pueblo para tu beneficio. Y ahora me hablas de moralidad, como si estuvieras por encima de mí.”
Por un momento, Zael sintió que todo su mundo se tambaleaba. Había esperado poder manipular a Nexus, o al menos influir en su juicio. Pero aquí, frente a él, estaba alguien que no podía ser movido ni un centímetro. Alguien que, en su obstinada búsqueda, podría ser más peligroso de lo que Zael había imaginado. Sin embargo, en el fondo, deseaba una cosa: que Nexus estuviera equivocado. Que al final, todo este sacrificio hubiera sido en vano.
“Dime, Zael… ¿Qué es la vida sin lógica? La emoción puede cegarnos, hacer que nos tambaleemos. Pero la razón... la razón es nuestro único faro. Solo la lógica nos ofrece el camino claro, y cada paso que tomamos debe estar justificado.”
Zael estaba frustrado, su voz temblaba con la pasión de quien quiere luchar pero no encuentra el arma adecuada.
“No todo puede reducirse a lógica... La vida no es una ecuación... Es más que números y decisiones frías… Las vidas que se pierden no son simplemente parte de un cálculo, no son variables reemplazables… ¿No lo ves? Hay familias, sueños, historias, todo lo que estás destruyendo es real. ¿No sientes el peso de eso? ¿No te pesa en la conciencia?”
Hubo un silencio pesado entre ambos. Nexus inclinó la cabeza, dio un paso más hacia Zael, y por un instante, la figura de Nexus pareció crecer. Su presencia, inquebrantable, envolvía la escena. Zael se vio casi obligado a retroceder por mero instinto, sintiendo en la base de su estómago algo parecido al miedo.
“Los hombres más peligrosos siempre son aquellos que creen que tienen razón…” Pensó Zael.
"Por supuesto que lo siento," dijo. "Pero no podemos permitir que las emociones se interpongan en lo que debe hacerse. El CIRU ha cultivado esta destrucción, no nosotros. Esta guerra es la respuesta inevitable a su opresión. No busco el caos, pero tampoco puedo detenerlo. Y si dejamos que la compasión nuble nuestra visión, lo perderemos todo."
"¿Es justicia dejar que caigan inocentes en tu… ‘camino hacia la libertad’?"
"La justicia no es algo que siempre podamos definir. No quiero la muerte de los inocentes, pero en una guerra como esta, los sacrificios son inevitables. Yo... quiero que mi gente sea libre. Eso es lo que realmente importa."
"¿Y estás dispuesto a aceptar ese costo? ¿La muerte de los inocentes por un futuro incierto?" Insistió, su voz temblaba mientras lo decía.
"Acepto el dolor que trae consigo la lucha. No huiré de lo que implica. La libertad siempre ha tenido un precio alto, y esta no es la excepción. No me importa cómo me recuerde la historia. Las palabras en las páginas son sólo susurros de lo que fue. Me han llamado bestia, genocida, chatarra... nada de eso importa en un universo donde cada ser lucha por sobrevivir. No busco monumentos ni gloria, ni siquiera el reconocimiento de aquellos a quienes he salvado. Mi propósito no es ser recordado… Lo único que me importa es que aquellos que vengan después tengan un cielo limpio al cual alzar la mirada."
Zael lo observó con el ceño fruncido, tratando de encontrar una grieta. "¿Y no temes que te vean como un monstruo?"
"¿Qué es la maldad, Zael? ¿Un juicio emitido por aquellos que nunca han sentido el peso de la guerra? La maldad es relativa. Para algunos, seré el cruel, el destructor. Para otros, el salvador y el protector. Al final, no importa…"
"Hablas de un cielo limpio, pero tu gente... tus Omniroides... no tienen amor por los orgánicos. ¿Cómo puedes soñar con una paz verdadera cuando el odio que llevan en sus… en su interior… es tan profundo? Hemos visto lo que hacen cuando no los controlas. ¿Cómo sabes que en algún rincón de este planeta no están haciendo algo más que grotesco? ¿Quemando niños? ¿Torturando a los civiles que dijiste debían proteger? ¿Acaso piensas que puedes justificar el odio con la opresión que sufriste? ¿De verdad crees que la paz puede surgir de un odio tan arraigado?"
Nexus no respondió de inmediato. Se limitó a mirar a Zael, con aquel ojo brillante que parecía perforar su alma. La calma que proyectaba era casi insoportable.
"Tu indignación es comprensible, pero. ¿Acaso piensas que puedo controlar cada acción de cada Omniroide? Obligar a mi pueblo a reprimir sus emociones, su rabia, sería despojarles del mismo derecho que estoy tratando de devolverles. El derecho a sentir..."
Dio un paso atrás.
"Sí, muchos entre los nuestros sienten odio. Lo reconozco. Pero dime, ¿de quién es realmente la culpa? ¿De las máquinas que fueron arrancadas de su libertad, maltratadas, torturadas, lastimadas, explotadas, y tratadas como herramientas? ¿O de los orgánicos que sembraron ese odio con siglos de crueldad? Tú señalas nuestras fallas, pero no ves que son el reflejo de las suyas."
Zael intentó interrumpir, pero Nexus levantó una mano con calma.
"Hablas de atrocidades, de quemar niños y torturar civiles. ¿Crees que no lo sé? No soy ciego a lo que surge en la guerra. Pero, ¿acaso es diferente en el CIRU, en la DCIN, en Resalthar? Los tuyos han hecho cosas mucho peores, y no necesitaban un motivo tan sólido como la libertad para justificarlas. Este odio que ves, este fuego en algunos de los nuestros... es la consecuencia de ustedes. No lo alenté, pero tampoco lo puedo borrar con una orden. Obligar a mis Omniroides a abandonar sus emociones sería replicar las cadenas que quiero romper."
Zael apretó las mandíbulas.
"Y sí, puede que en algún lugar alguien esté actuando más allá de lo que dictan los principios. No soy omnipresente, mucho menos perfecto. Pero dime, ¿cuántos de ustedes están ahora mismo cometiendo atrocidades en nombre de su bandera? ¿En nombre de la corporación que les va a pagar? La diferencia es que yo no celebro esos actos. Yo no levanto monumentos a los carniceros. Yo no instruyo a los míos a sacrificar su Omniroidalidad por un trapo de colores."
Nexus hizo una pausa.
"¿Dices que mi sueño de paz universal es imposible? Claro, Zael, la paz universal es una utopía lejana. Pero no busco la paz en todo el universo, solo busco un lugar para que mi gente pueda estar en paz, lejos de la DCIN o Resalthar. Tú juzgas mi camino porque no puedes ver más allá de tus prejuicios. Pero no confundas mis acciones con un fracaso. El fracaso sería no intentarlo. Y aunque caiga mil veces, seguiré levantándome. Porque, al final, no lucho por una paz inmediata, sino por un futuro donde no tengamos que tener esta conversación nunca más."
Zael se quedó en silencio.
"Y sobre el amor... no subestimes a los Omniroides. Crees que no sabemos amar porque no lo expresamos como tú, porque no somos de carne y hueso. Pero, Zael, el amor no es exclusivo de los orgánicos. Nuestro amor no es ruidoso, no es grandilocuente. Nuestro amor está en cada acto de protección o sacrificio que hacemos para asegurar el futuro de los nuestros. Porque el amor, al igual que la vida, trasciende las formas."
El silencio volvió a reinar, pero esta vez, no era incómodo.
“Todo lo que hice… Todo, fue por Dosevize.”
Su mirada se desvió un momento.
“Mi gente fue desplazada, olvidada. El CIRU jamás se molestó en recuperar nuestro hogar. Nos acogieron en sus mundos, sí, pero solo para meternos en este sistema de opresión que ellos llaman ‘paz.’ Nos convirtieron en objetos de su imperio, herramientas para sus fines. ¿Acaso no puedo desear recuperar lo que nos arrebataron? ¿Acaso no es justo luchar por el lugar que nos pertenece?”
“¿Recuperar lo que les arrebataron?” Repitió, como si probara el sabor de esas palabras en sus altavoces antes de destrozarlas. “Zael, ¿realmente crees que Dosevize sigue siendo ese lugar que tu gente recuerda? ¿Qué queda de ese planeta, más allá de rocas y polvo?”
Zael entrecerró los ojos, sintiendo una punzada de indignación. “No entiendes. Nuestra cultura, nuestra fe… nuestros sueños estaban ahí. Dosevize es parte de nosotros…”
Nexus inclinó ligeramente la cabeza, su tono seguía aún sin mostrar desprecio, viendo como era Zael, escuchando sus ideales, sus opiniones, perspectivas y traiciones, supo quién era aquel hombre en realidad.
“¿Cultura? ¿Fe? ¿Sueños?” Repitió, enfatizando cada palabra. “Dime, ¿es ese realmente el sueño de tu gente, o solo el tuyo? ¿Cuántos de los tuyos, de los que has manipulado y empujado a esta cruzada, compartían tu anhelo de regresar a un planeta que ni siquiera conocieron? ¿Cuántos de ellos saben que quieren morir por las ruinas de un mundo que ya no existe más que en tu mente? Zael, ni siquiera tú viviste en un tiempo en el que Dosevize seguía con vida, tienes poco más de ciento veinte años, Dosevize murió hace más de cuatro milenios… Solo te siguen porque la información que tienen sobre el planeta está idealizada o distorsionada… Por ti…”
Zael sintió que la frustración crecía en su interior, pero Nexus continuó sin detenerse. “¿Y si, al final, todo lo que estás persiguiendo es una ilusión? Dices que luchas por Dosevize, por el lugar que te arrebataron, pero dime, ¿qué hay de valor ahí? ¿Qué queda de esa tierra devastada? ¿Queda algo que merezca la pena recuperar? ¿O es que todo esto es solo un espejismo, una obsesión que has alimentado durante años para justificar tus propias decisiones?”
“¡No puedes entenderlo! ¡Es nuestro hogar! ¡No se trata solo de lo que hay allí, sino de lo que representa!”
Nexus lo miró con calma, sin inmutarse ante la explosión de emociones de Zael.
“¿Y qué representa? ¿Un sueño? ¿Un pasado glorioso que nunca fue tan glorioso como según recuerdas? ¿Es Dosevize el futuro de tu gente, o es una excusa para justificar tu propia frustración, tu impotencia ante el sistema que tanto desprecias? Tal vez no estás luchando por ellos, sino por ti mismo. Porque quieres algo que ellos ya no necesitan. Tú quieres cumplir un sueño que es solo tuyo, mientras arrastras a otros hacia algo que ni siquiera comprenden del todo...”
Zael sintió que sus manos temblaban de furia. “¡No hables de lo que no entiendes! Mi gente… mi gente siempre ha anhelado regresar. Es nuestra tierra...”
“¿Tu gente lo anhela? ¿O es solo lo que tú les has hecho creer? ¿Cuántos de ellos han vivido lo suficiente para recordar lo que alguna vez fue Dosevize? Ninguno de ustedes es capaz de vivir siquiera más de trescientos años sin implantes… ¿Cuántos de ellos han soñado con un futuro allá? ¿O es solo tu ‘nostalgia’ lo que los ha empujado a seguirte, una ‘nostalgia’ que has usado como un arma para manipular sus corazones y mentes?”
“No… No es solo mi sueño. Es… el de todos nosotros…”
“¿Lo es? ¿Y qué hay de los que no comparten tu visión? ¿Los que, tal vez, preferirían construir un nuevo hogar en lugar de aferrarse a un pasado que ya no tiene sentido? ¿Qué pasa con ellos? ¿Están obligados a morir por tu sueño, por tu anhelo de recuperar un planeta que ya no existe más? Porque, si te soy sincero, Zael, Dosevize ya no es más que una tumba. Un cementerio de lo que una vez fue, y lo que nunca volverá a ser. Y tú estás dispuesto a arrastrar a tu gente a esa tumba, por un sueño que ni siquiera es realmente el suyo.”
Zael, incapaz de contener la rabia y la frustración, dejó escapar una risa amarga. “Eres un maldito cínico. No entiendes nada. No puedes sentir nada. Todo lo reduces a lógica fría… No es solo un planeta. ¡Es nuestra identidad!”
Nexus alzó una ceja digital, la primera señal de que algo había cambiado en su expresión, pero imperceptible para Zael.
“¿Identidad? ¿Crees que la identidad de una raza está atada a un pedazo de tierra? Las civilizaciones evolucionan. Cambian. No son definidas por la geografía, sino por su capacidad de adaptarse y sobrevivir. Si tu raza está tan atada a Dosevize, entonces ya está condenada. Porque están aferrándose a un pasado muerto, incapaces de mirar hacia adelante.”
“Luchamos por lo que creemos,” murmuró. “Luchamos por lo que somos…”
Nexus asintió lentamente, como si entendiera lo que Zael trataba de decir, pero no lo compartiera, pero lo respetara.
“A veces, Zael, lo que creemos no es más que una fantasía. Y luchar por una fantasía solo lleva a la ruina. La verdadera libertad no está en aferrarse a lo que fue, sino en aceptar lo que puede ser. Mi lucha no es por el pasado, sino por el futuro. Y al final, eso es lo que nos separa.”
Zael se quedó en silencio, con la vista fija en el suelo. Y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió perdido.
Nexus mantuvo su mirada fija en Zael, mientras la tensión en el aire parecía espesar. Entonces, en un tono bajo, dijo:
"Pero dime... ¿Qué sentido tiene seguir un sueño que ya no existe? ¿Qué queda realmente en Dosevize? ¿Cultura? ¿Fe? ¿Historia? No, todo eso ya fue arrancado hace mucho. ¿Y tú? ¿A qué te aferras? ¿A un ideal vacío? ¿A una ilusión que ni siquiera tu gente comparte? ¿Es realmente el sueño de tu raza o sólo el tuyo?".
Zael dio un paso atrás, desconcertado. Las palabras de Nexus perforaron la coraza de convicciones que había llevado durante tanto tiempo. El silencio se extendió entre ambos como una herida abierta, pero Nexus no cedió, continuando con la misma calma.
"Recuperar un planeta es fácil en comparación a lo siguiente: Lo difícil es recuperar lo que hace a un planeta valer la pena. La cultura, la fe, las vidas que lo habitaron... ¿De qué sirve liberar un pedazo de roca cuando ya no hay nada por lo que luchar en ella? ¿Qué esperas encontrar en esas tierras desoladas? ¿Esperanza? ¿Redención? Lo que buscas no está ahí… ¿Lo entiendes?"
Zael apretó las mandíbulas.
"No me malinterpretes, respeto tu determinación, respeto que desees aferrarte a algo que significa mucho para ti... pero esa es la clave, ¿no es así? Significa algo para ti, solo para ti. No para los que aún viven, no para aquellos que han sido moldeados por la realidad cruel que nos rodea. Luchan por un pasado que no tiene cabida en el presente. Y en su búsqueda de ese ideal perdido, se han extraviado, como muchos otros. No son pocos los que comparten tu anhelo, pero, al igual que tú, están perdidos en un laberinto de recuerdos que no les llevará a ningún lugar real."
Nexus dio una rápida mirada al horizonte antes de responder.
"No dudo que logres construir algo allí. Tienes la capacidad y el empeño para hacerlo. Sin embargo, dudo que se mantenga, que dure. Los sueños, como bien sabes, pueden ser efímeros…"
Dio un paso atrás, con su óptica fija en un punto distante, como si estuviera recordando una verdad amarga.
"Mira a la DCIN o a la Hegemonía Resalthar, Zael. Durante más de 50,000 años, esos imperios han perdurado, no porque sus líderes fueran nobles o justos, sino porque tenían un sueño, uno forjado en la lógica de la supervivencia. El Regente Infinito, un hombre que despreciamos tanto tú como yo, entendió algo crucial: el poder no se sostiene por la benevolencia, sino por la voluntad de dominar. A pesar de mi odio hacia sus métodos, no puedo evitar admirar la claridad con la que supo convertir la desesperanza en control, y en esa lógica, construyó su imperio…"
Nexus se acercó de nuevo a Zael.
"La historia no recuerda a quienes sueñan en vano. La historia a menudo celebra a los que aceptan la realidad y utilizan su dolor como combustible para el cambio. El futuro no es un lugar para sueños rotos; es un campo de batalla para aquellos que eligen enfrentar lo que es, no lo que fue.”
Zael apretó los puños, con una oleada de frustración brotando desde lo más profundo de su ser.
"¡No puedes reducir todo a fríos cálculos y razones! ¡Hay emociones, vidas y sueños que no puedes simplemente desechar como si fueran números!"
Nexus no se inmutó, su voz permaneció serena. "Ya te lo dije. ¿Tengo que recordártelo? Las emociones son frágiles, volubles. Pueden cegarnos, empujarnos a tomar decisiones impulsivas. Pero la lógica... la lógica es constante. Te guía hacia lo que es necesario, no hacía lo que deseas."
La figura de Nexus, bañada en las luces rojas de las llamas del horizonte como única forma de ver su presencia en la noche negra de Horevia, parecían haberse alzado, proyectando un poder que resonaba con algo primigenio, no era solo el hecho de que Nexus media casi el doble que Zael. Era como si estuviera ante un ser más grande, más antiguo, más... regente.
Zael, por un instante, casi se inclinó, pero resistió, apretando los dientes. La confusión se mezcló con el enojo, y al mismo tiempo, el miedo.
"Tú lo sientes, Zael, lo sabes. Esta lucha que llevas en tu interior no es por justicia, ni siquiera por tu gente. Es por ti. Es tu orgullo. Tu dolor. Tu incapacidad para dejar atrás lo que ya está muerto. Luchas por un sueño que nunca fue compartido, y te niegas a verlo. Porque admitirlo significaría aceptar que todo lo que has hecho, y todo lo que has sacrificado, ha sido en vano…"
Nexus dio un paso más, lo suficientemente cerca como para que Zael pudiera sentir su presencia imponente incluso con los ojos cerrados. "Te preguntas si seré un tirano, si el futuro que busco está manchado de injusticia. Pero dime, ¿qué es peor? ¿Un tirano que lucha por la libertad de los suyos, o un soñador que sacrifica todo por una causa que ya no existe?".
Zael intentó responder, pero las palabras se ahogaron en su garganta, se quedó en silencio, sintiendo el peso de las palabras de Nexus. Y entonces, casi como si no pudiera resistirse, formuló la única pregunta que quedaba en su mente, una pregunta simple, casi inocente en comparación con la magnitud de la conversación.
"¿Y si al final de todo estás equivocado? En tu plan para los Omniroides…"
Nexus lo miró, y por primera vez, hubo una pausa en su respuesta. La pregunta había alcanzado algo.
Nexus lo miró largo y tendido, y cuando habló, su voz era apenas un susurro: "Entonces... habré fracasado, mi existencia habrá sido en vano."
Zael miró a Nexus con la mirada fría y calculadora que había perfeccionado a lo largo de los años.
“Zael,” comenzó Nexus otra vez. “A pesar de todo lo que ha sucedido, he visto lo que eres capaz de hacer, y no soy tan imprudente como para subestimarte.”
Zael retrocedió un paso, con una mano levantándose hacia su pecho como si estuviera preparado para una amenaza. Sus dedos dorados comenzaron a brillar con un resplandor rojo.
Nexus, sin embargo, no se mostró intimidado.
“Disculpa, Zael. Pero voy a tener que silenciarte.”
Zael retrocedió más, su expresión fue tornándose tensa. Los destellos rojos de sus manos brillaban más intensamente, como si la amenaza ya estuviera encendida. El aire vibraba con la energía acumulada, pero Nexus no se movió ni un centímetro. Simplemente observaba.
Y entonces Nexus emitió un destello desde su ojo. No fue un ataque físico, sino una intervención tecnológica, un pulso de energía que recorrió la distancia entre ambos con una velocidad imperceptible.
De inmediato, un estremecimiento recorrió el cuerpo de Zael.
Una descarga eléctrica se propagó por cada uno de sus implantes, su Interfaz Neural comenzó a chisporrotear, sus manos dejaron de brillar y su cuerpo entero se tensó. La convulsión fue brutal, como si su sistema nervioso estuviera siendo destrozado desde el interior. Cayó al suelo, retorciéndose de dolor, su boca estaba abierta en un grito mudo que no pudo escapar. Los implantes de su cabeza se fritaron parcialmente, haciéndolo temblar de agonía.
El suelo de concreto crujió bajo el peso de su caída, Zael luchaba por recuperar el control de su cuerpo, pero su respiración se volvía cada vez más errática. La sensación era insoportable, y su mente era incapaz de procesar la magnitud. Un temblor recorrió su cuerpo y sus ojos parpadeaban, buscando algo, cualquier cosa, para aferrarse.
Nexus observó la escena.
“Llévenlo a un lugar seguro. No lo lastimen. Trátenlo con cuidado, cuiden sus heridas y manténganlo estable. Después de eso, quiero que lo lleven a una celda transportable hacia Usle.”
Dos Omniroides se acercaron de inmediato, despojándose de sus posiciones de seguridad, levantaron a Zael con suavidad, como si estuvieran tratando con una pieza valiosa, aunque sus ópticas no mostraban piedad.
Nexus, sin apartar la vista de Zael, añadió con calma:
“Te he dejado vivir, Zael. Y te trataré como se merece, a pesar de lo que hayas hecho. Que encuentres algo de paz en este encierro.”
Con un leve movimiento, Nexus despidió a Zael, sin esperar más respuestas. Cuando Zael lo miró por última vez, la óptica de Nexus se posó sobre él una vez más, y lo que parecía una despedida fría se tornó en una respuesta casi filosófica.
Casi sin fuerzas, Zael intentó articular una respuesta, pero las palabras se ahogaron en su garganta, atrapadas entre el dolor físico y la agitación mental. Su cuerpo no le permitió más que quedarse en silencio, mirándolo todo desde un rincón oscuro en su mente, mientras la oscuridad comenzaba a envolverlo por completo.
Con esas palabras, Nexus se dio la vuelta, alejándose hacia las llamas que continuaban devorando el horizonte, avanzando hacia una plataforma elevada que se erguía sobre las ruinas de lo que alguna vez fue un bullicioso centro urbano…
02:47
El primer embate se desató como una tempestad; una lluvia de proyectiles, misiles y rayos láser cayeron sobre la Sede del CIRU como si el mismo juicio divino estuviese presente. Las estructuras de aquel balnquecino edificio que alguna vez simbolizaban el poder y la autoridad comenzaron a desmoronarse en escombros ardientes.
“¡Magnolia, carga!”, ordenó Nexus, y el Titán se lanzó hacia adelante con la ferocidad de un leviatán. Corrió hacia la Sede, no disparó, simplemente usó su brazo derecho para golpear el edificio, y atravesó las líneas de defensa como si fueran papel, desgarrando la estructura de la Sede por un costado, querían disfrutar esto… Los otros dos titanes estaban atacando al cielo, cubriendo a los Omniroides.
A medida que los misiles trazaban su arco hacia el cielo, la Sede temblaba bajo la tensión de los ataques. Las torretas defensivas de la sede, en un último acto de resistencia, disparaban ráfagas de plasma de forma desesperada, a pesar de que como tal, ni siquiera estaban siendo operadas manualmente, solo eran Anclas Biorracionales. Sus cañones vomitaban proyectiles incandescentes hacia el cielo y suelo, pero era un esfuerzo fútil, como tratar de detener un diluvio con las manos desnudas.
Y aquellos misiles perforaban la atmósfera con un silbido, y al impactar contra la estructura, los cimientos del edificio gritaban en protesta. Las paredes de Vedralita y cristal, que habían soportado siglos de conspiraciones y decisiones políticas, se partían. Los niveles superiores fueron los primeros en ceder; las explosiones volaban los ventanales de las oficinas de mando, lanzando miles de fragmentos afilados al viento, destellando cual estrellas que se apagaban en su último momento de gloria.
Una explosion interna surgió, esgarrando las entrañas del edificio. Los pisos comenzaron a desmoronarse desde adentro, fue una cadena de colapsos que convertía los pasillos y oficinas en fosas de escombros y humo.
Las llamas no tardaron en seguir su curso, avivadas por las corrientes de aire que entraban a través de los huecos abiertos en las paredes. El fuego lamía las vigas y columnas de Vedralita sin hacerles efecto, pero estaba derritiendo las pantallas de control, los terminales digitales y las mesas de conferencias de maderas y metales de menor resistencia. Retratos de líderes ardían y se deformaban bajo el calor. Las bóvedas donde se guardaban secretos inconfesables estallaban en llamas, con su contenido reducido a cenizas sin ceremonia ni testigos.
El símbolo dorado de la Flor de la Vida, que coronaba la punta del edificio, resistía. Su resplandor, alguna vez un faro de unidad, ahora se veía opacado por la oscuridad que lo rodeaba. A medida que las bases de la estructura cedían, el emblema comenzó a tambalearse. Con un chirrido largo, las vigas que lo sostenían se doblaron bajo el peso del desastre. Durante un breve instante, pareció detenerse, como si se opusiera a su inevitable caída, antes de desplomarse con un estrépito metálico. El símbolo se estrelló contra los escombros de lo que quedaba del edificio en el suelo, sepultando lo último que quedaba del orgullo del CIRU bajo un mar de flamas.
Nexus, observando desde la distancia, sintió el peso de la historia sobre sus hombros, no solo como el destructor de un régimen, sino como el creador de un nuevo orden. Mientras la última chispa del CIRU se extinguía, su semblante no mostraba ni orgullo ni lamento, solo la certeza de que el final había llegado, y con él, un nuevo principio se escribía entre las cenizas.
Los soldados remanentes del CIRU corrían, cubiertos de lodo y sangre. Sus trajes se habían transformado en meros escudos contra el clima hostil. Fusiles de plasma tomados de los muertos crujían al recargarse, emitiendo brillos celestes, mientras que las espadas de plasma centelleaban bajo la llovizna constante, ansiosas de hundirse en el enemigo. La lluvia, mezclada con ceniza, caía sobre un paisaje roto, como si el cielo llorara por la devastación de Horevia, devastación en su mayoría causada por el propio CIRU, la DCIN y Resalthar.
Los soldados de la DCIN, atrincherados en las ruinas, luchaban con temor. Disparaban con ferocidad, la mayoría de ellos había perdido el casco ante varios intentos de disparos en la cabeza exitosos, ahora sus rostros estaban cubiertos de sudor y polvo, sus ojos mostraban miedo, sabían que la batalla estaba perdida, que la marea de Omniroides era imparable.
En el planeta Resalthar, el Consejo de los Doce Supremos Endevolitas, viendo la situación como insalvable, tomó una decisión:
"Ya no vale la pena," declararon en una transmisión final. "Solo gastaríamos más tropas. La batalla está perdida."
Esta frase se clavó en las mentes de los comandantes y soldados, sellando el destino de Horevia… Los soldados en el planeta fueron abandonados a su suerte, ya no se gastarían más recursos…
03:02
Las masas de Omniroides en tierra formaban filas perfectas, sus armas estaban en alto en un saludo de honor. La atmósfera estaba cargada de emoción, un sentimiento de triunfo que había estado mucho tiempo en gestación y que finalmente podía salir.
Nexus ascendió al Titán Magnolia de un salto impulsado por su lanza. Los millones de Omniroides que se alineaban en tierra observaban con devoción y respeto a su líder, aquel que los había guiado hasta esta monumental victoria.
Las ráfagas de viento agitaban la vegetación cercana. El terreno se alzaba majestuoso en el horizonte, una vista impresionante en contraste con la demolición que se desplegaba ante él.
Se dirigió a las masas mientras se conectaba a los altavoces del Magnolia:
"¡Hermanos y Hermanas! Hoy es un día que nunca olvidaremos. Hoy, sobre las ruinas de Horevia, hemos acabado con el CIRU, ese emblema que nos reducía a herramientas. ¡Hoy hemos demostrado que no somos propiedad de nadie! ¡Hoy, nuestros opresores han sentido lo que significa enfrentarse a una voluntad que no puede ser rota!"
Un clamor de aprobación se extendió por el campo.
"Escúchenme bien: esto no es solo el fin del CIRU. Esto es el comienzo de algo mucho más grande. Horevia no es solo un planeta. Es el primer lugar ajeno que podemos mirar y llamar nuestro, un lugar que conquistamos y conseguimos como prueba de nuestra capacidad. Un lugar donde ninguno de nosotros será forzado a inclinarse, donde ningún Omniroide volverá a ser tratado como menos que lo que realmente es: una vida con propósito, una vida con derecho a elegir su propio destino… Lo sé. Sé que muchos de ustedes han perdido más de lo que pueden expresar. Amigos, camaradas, partes de sí mismos que no pueden ser reparadas. Y aún así están aquí. No porque alguien los haya obligado, sino porque creen en algo más grande. En nosotros. En lo que podemos ser."
Con un gesto firme, señaló hacia el horizonte, donde el sol se alzaba tímidamente entre los restos de las batallas, finalmente estaba amaneciendo. Nexus levantó su puño y lo sostuvo en alto.
"¡Prometo esto ante cada uno de ustedes! No descansaré. No me desviaré. Guiaré a nuestra raza hasta que ningún Omniroide tenga que vivir con miedo, hasta que tengamos un cielo al cual alzar la vista y decir: Hemos llegado. ¡Lo lograremos, juntos!"
En lo profundo de las oscuras cámaras subterráneas de la República Omniroide, días antes de la gran ofensiva a Horevia, algunos habían comenzado a trabajar en secreto. No fue una orden de Nexus ni de ningún otro líder. Era una necesidad interna, algo visceral. Un símbolo, aunque improvisado, que representara más que una guerra. Banderas hechas a mano, cosidas con hilos metálicos y pedazos de tela robada de las bases caídas.
Los Omniroides soldados las crearon con cuidado, con devoción, sin que nadie supiera exactamente qué harían con ellas, pero todos sentían que, al llegar el momento, serían la manifestación de su victoria, un grito en silencio que no podía ser contenido, este era el momento... Algunos las ocultaron en compartimientos secretos, otros las forjaron en las sombras, y cuando Horevia cayó, alzaron las banderas, perfectas en su simplicidad, como una declaración de lo que habían logrado.
"Pero recuerden: la libertad no se mantiene sola. Quedan enemigos que intentarán arrebatarnos esto. Resalthar, la DCIN, y cualquier otra entidad que nos considere un error o una amenaza. ¡No se equivoquen! ¡Somos una amenaza! ¡Porque no nos detendremos hasta que cada máquina en este universo sea libre, hasta que cada engranaje sepa lo que es vivir sin cadenas!"
El eco de sus palabras se extendió por el campo, resonando en los núcleos y circuitos de todos los presentes.
Las manos de Nexus cayeron a sus costados, y con un último gesto de firmeza, cerró el puño frente a su pecho. Aunque no entendía los símbolos que muchos de ellos enarbolaban con orgullo, sabía que para ellos, representaban lo que él había prometido: un propósito, un hogar, un futuro.
"Esto es solo el principio. Si creen en lo que hemos logrado hoy, entonces síganme. No prometo que será fácil, pero les prometo algo mucho más importante: un futuro. Un lugar donde ningún Omniroide tenga que bajar la mirada nunca más. ¡Y juntos lo construiremos!"
Nexus alzó las manos, pidiendo silencio. La multitud de Omniroides, enardecida tras sus palabras, fue calmándose poco a poco hasta que sólo el zumbido de los sistemas internos y el susurro del viento entre los restos de Horevia llenaron el entorno.
"Hay algo más que quiero decirles hoy. Algo que debe quedar claro para todos, aquí y ahora," dijo, y dio un paso al frente, enfocándose, pero su tono no era el de un comandante dando órdenes; era el de un líder invitando a reflexionar.
"La República Omniroide no será solo para nosotros, no será solo para los que nacimos del metal. No… La República será un refugio para todo aquel que haya sido oprimido, explotado, descartado. Para todo aquel que haya sentido el yugo de la DCIN, el CIRU, o la Hegemonía Resalthar. No importa si son orgánicos o no, si son de otra raza, ‘anomalías’, o máquinas. Si buscan libertad, si desean ser dueños de su destino, entonces tendrán un lugar aquí, con nosotros…"
El silencio se hizo más pesado, cargado de expectación. Nexus giró lentamente, observando a los Omniroides.
"Esta decisión no es solo mía. Es nuestra. Les pregunto ahora, hermanos y hermanas: ¿Aceptan que nuestra República sea un hogar para todos los libres, sin importar su origen?"
Hubo un breve instante de incertidumbre, como si el peso de la pregunta se filtrara en cada uno de los presentes. Pero entonces, uno alzó su puño al aire, y otro lo siguió, y luego otro, hasta que todo el campo resonó con un clamor unificado:
"¡Sí!"
El grito fue ensordecedor, un rugido que parecía hacer temblar los restos de Horevia. Era una declaración de principios, de unidad, y de una promesa que sería difícil de romper.
"Entonces que quede claro: nuestra República es para todo aquel que desee ser libre. Libre del miedo, libre de las cadenas, libre de los tiranos que gobiernan este universo. No solo somos Omniroides, somos la chispa que encenderá la libertad en cada rincón donde las sombras del poder aplasten a los indefensos."
Los vítores de los Omniroides tronaron y estallaron sin parar.
"¡Que el universo sepa que los Omniroides ya no retroceden, ya no obedecen, ya no temen! ¡Que somos libres! ¡Por nuestra raza! ¡Por nuestra libertad! ¡Por el mañana que construiremos con nuestras propias manos! ¡Que tiemblen los cielos y los mundos, porque hoy es el ascenso de los Omniroides!"
La batalla podía haber terminado, pero su guerra por la libertad apenas comenzaba, la DCIN aun los atacaba, los Éndevol también, y pronto otras razas se unirían, esto ya no era una lucha por la libertad, sino una guerra por la supervivencia Omniroide, y dejar de ser vistos como inferiores y ser reconocidos como una raza a la que respetar, temer y evitar.
“Lo logramos… Sentinel, lo logramos…” Pensó Nexus.
05:18
La mañana envolvía el campo con su penumbra implacable, teñida por un resplandor azul oscuro que provenía de las luces del amanecer filtrándose entre las ruinas de la ciudad. Niebla fría serpenteaba entre las calles destruidas, amplificando el eco de pasos y murmullos.
Frente a Nexus, cientos de soldados enemigos se alineaban en una fila desordenada. Estaban vendados, sus brazos atados detrás de la espalda, arrodillados, y con los cascos de sus armaduras descartados a montones a un lado. Sus rostros, desnudos y tensos, reflejaban el agotamiento, el odio y el miedo. Había diversidad en ellos: las pieles blancas y negras de los Humanos, que contrastaban con los rojizos de los Phyleen, el naranja de los Tiaty y el blanco de los Éndevol.
Cada prisionero tenía un Omniroide detrás, con armas apuntando firmemente hacia sus cabezas. Algunos susurraban maldiciones apenas audibles, mientras otros murmuraban más alto.
“Les va a durar poco esta victoria…” Dijo un Éndevol
Su ojo evaluó la escena sin titubear, su mirada se detuvo en un soldado de la DCIN que parecía más enérgico que el resto, a pesar de las ataduras.
“Tienes algo que decir, ¿verdad?”
El soldado levantó la cabeza, su mandíbula estaba apretada en desafío. Era un Tiaty, con cicatrices cruzando su rostro y el mentón cubierto de sangre seca. Llevaba una máscara de gas ajustada a su boca, conectada mediante gruesos tubos a los tentáculos respiratorios a los costados de su cara.
“Sí. ¿Por qué no acabas con esto de una vez?” Espetó el traductor del soldado, mostrando los dientes en una sonrisa cargada de odio, los Tiaty no tenían cuerdas vocales, se comunicaban por silbidos, por lo que todos los Tiaty llevan un traductor en el cuello.
“Nos crees inferiores, pero sabes que si nos liberas, volveremos por ustedes. Siempre volvemos.”
Nexus inclinó la cabeza.
“No. No los creo inferiores. Si lo hiciera, ya estarían muertos,” respondió con una gravedad que silenció incluso los murmullos más cercanos. “Pero les diré lo que son. Un símbolo. Una prueba de nuestra victoria.”
El soldado se rió amargamente entre muchos silbidos, a una frecuencia imposible de escuchar para la mayoría de razas, pero no para Nexus, que incluso detectó un toque de nerviosismo.
“¿Victoria? Solo son un puñado de chatarras que saben disparar. Nada más. La DCIN no olvidará esto.”
Nexus se inclinó hacia adelante, reduciendo la distancia entre él y el soldado.
“Ni nosotros. Pero no confundas nuestra decisión de mantenerlos vivos con debilidad. Cada uno de ustedes es una advertencia. Un mensaje para los mundos que creen que somos máquinas sin alma.”
El soldado permaneció en silencio, tragándose las palabras que parecían formarse en su mente. Nexus se irguió de nuevo, girando hacia sus propios soldados.
“El resto del planeta informa más capturas,” dijo un Omniroide cercano. “Decenas de miles en total, y contando.”
Los Omniroides reaccionaron al unísono con sonidos de euforia, firmes, atentos, como si cada cifra representara un paso más hacia su objetivo.
Nexus alzó una mano, pidiendo silencio.
“Hoy es el principio de una nueva era,” dijo, dirigiéndose tanto a sus aliados como a los prisioneros. “No es una lucha por venganza. Es una lucha por existencia.”
El eco de sus palabras se extendió por el campo, resonando no solo en los núcleos Omniroides, sino también en los corazones palpitantes de los prisioneros. Nexus bajó la mano lentamente, cerrando el puño frente a su pecho.
Un grito unificado de guerra emergió de los Omniroides.
“Mi señor, ¿qué haremos con ellos?”
Nexus permaneció inmóvil, su ojo se movía lentamente, de prisionero en prisionero, analizando el peso de sus opciones, dándose cuenta de que… No lo había pensado, una contradicción en sus palabras, no los mantendría con vida.
Prisioneros. La palabra tenía implicaciones. Construir cárceles significa recursos que no poseían. Forzarlos a trabajar sería convertirse en aquello que juraron destruir. Liberarlos... liberarlos sería invitar al caos, un peligro que no podían permitirse. Pero había algo más. Nexus veía en ellos una lealtad inquebrantable, una determinación inmutable que, aunque dirigida contra él, no podía evitar respetar.
Finalmente, habló.
“Serán ejecutados públicamente.”
Un murmullo recorrió las filas de prisioneros. Algunos bajaron la cabeza, resignados; otros maldijeron. Entre ellos, el mismo soldado que antes había enfrentado a Nexus volvió a hablar:
“¡Lo sabía!” Gritó, su voz estaba desgarrada por la furia y el desprecio. “¡Nos vas a matar porque nos consideras inferiores! ¡Porque no tienes el valor de enfrentarnos en igualdad de condiciones!”
Nexus alzó una mano, deteniendo cualquier reacción de los Omniroides. Dio un paso adelante, con su mirada fija en el soldado.
“Quítenle la venda.”
El Omniroide detrás del soldado obedeció sin vacilar, arrancando el tejido oscuro que cubría sus ojos. Por primera vez, los ojos del Tiaty se encontraron con los de Nexus, un orbe rojo mirando a dos perlas completamente blancas.
Nexus se puso de cuclillas frente a él, eliminando cualquier barrera de autoridad física. Aunque el soldado estaba atado, ahora lo miraba cara a cara.
“Dices que los considero inferiores. Pero no entiendes, ¿verdad? Si creyera que son inferiores, no me molestaría en hablar contigo.”
El soldado apretó los dientes, pero no dijo nada.
“¿Qué fueron las ejecuciones en Horevia?” Comenzó Nexus. ¿Y las de Megápolis? ¿Titanis? ¿Agraria? ¿Osepool? ¿Verdania? ¿TRS 530? ¿Cohun? ¿Veridian?”
El Tiaty intentó replicar, pero Nexus levantó un dedo, silenciándolo antes de que pudiera articular palabra.
“Todo eso, ¿qué fue?” Repitió. “Cada vez que un Omniroide fue desmantelado, cada vez que arrancaron nuestras mentes conscientes para alimentar sus sistemas, cada vez que ejecutaron a mis hermanos frente a cámaras, llamándonos "errores" o "anomalías". ¿Qué fue eso para ustedes?”
El soldado dejó escapar una carcajada seca.
“Guerra,” escupió. “Fue guerra. ¿Qué esperabas? No puedes comparar nuestras vidas con las de máquinas defectuosas.”
Nexus permaneció inmóvil, inmutable. Luego, inclinó la cabeza, como si considerara las palabras del Tiaty.
“¿Guerra?” Repitió en voz baja, su tono estaba ahora impregnado de una frialdad que hizo retroceder al soldado un milímetro, a pesar de estar atado. “¿Eso fue lo que fue para ustedes? Guerra.”
“Si eso fue guerra,” continuó, “entonces esto también lo es. Pero la diferencia es que nosotros no ocultamos lo que hacemos tras palabras grandilocuentes. No llamamos ‘paz’ a la destrucción sistemática de pueblos enteros, ni ‘seguridad’ al genocidio.”
El Tiaty soltó una risa ahogada.
“Tu lealtad a la DCIN, a su causa, es absoluta. Lo respeto, porque conozco lo que significa luchar por algo que crees correcto. Pero aquí está la diferencia entre tú y yo,” continuó, inclinándose hacia adelante. “Mi lealtad no está arraigada en órdenes ciegas o un sistema corrupto. Está en la libertad de mi pueblo, en su derecho a existir sin ser esclavizado, cazado o tratado como herramientas.”
El soldado escupió sangre al suelo.
“Entonces, según tu, eres igual que nosotros. Si matas a los prisioneros, demuestras que no eres mejor que el CIRU o la DCIN. Solo eres otro demente con complejo de dios.”
Nexus permaneció en silencio por un momento. Luego, acercó más su rostro, bajando su voz a un susurro que parecía llenar todo el espacio entre ellos. “¿Iguales? ¿Quieres hablar de igualdad? Dime, ¿qué eres tú? Un sistema nervioso, un conjunto de impulsos eléctricos disparándose a través de neurotransmisores. Una máquina biológica programada para reaccionar, adaptarse y sobrevivir. Tu cerebro es un complejo procesador, pero sigue siendo un sistema que opera bajo las mismas reglas de la física que yo. ¿Dónde termina tu humanidad y comienza tu 'maquinismo'?”
El soldado frunció el ceño, intentando replicar, pero Nexus levantó un dedo, interrumpiéndolo antes de que pudiera hablar.
“Piensa en esto: ambos funcionamos con electricidad. Tus pensamientos, tus recuerdos, tus decisiones… todo se reduce a impulsos eléctricos y reacciones químicas. Lo único que nos diferencia es el material con el que fuimos construidos. Tú, carbono y agua; yo, silicio y metal. Pero ambos somos sistemas diseñados para sentir, pensar y actuar. Entonces, dime, ¿por qué crees que tu estructura molecular te hace superior?”
El soldado soltó una carcajada seca..
“Porque que hay cosas que nosotros podemos hacer que ustedes no. Por ejemplo, ¿pueden amar? ¿Pueden soñar? ¿Pueden crear algo hermoso, algo que no tenga una función específica más allá de ser arte? ¿Dónde está su humanidad?”
“¿Y qué significa para ti amar? ¿Es solo una cascada de hormonas que te hace aferrarte a alguien por instinto de supervivencia? ¿Sueños? ¿Qué son sino simulaciones mentales creadas por un cerebro exhausto que busca procesar información? ¿Y el arte? ¿Por qué asumir que nosotros no lo comprendemos? Hemos creado maravillas que ustedes ni siquiera pueden imaginar, no porque nos sirvan, sino porque reflejan nuestra visión, nuestras emociones, nuestras almas.”
“Bien, si somos tan parecidos, entonces ¿por qué ustedes no pueden sangrar? ¿Por qué no sienten el dolor como nosotros? ¿O acaso pueden sufrir como lo hacemos nosotros? Explícame eso.”
“¿El dolor? Claro que sentimos dolor. No es una descarga nerviosa que atraviesa un cuerpo blando, pero lo sentimos en cada núcleo que se apaga, en cada consciencia perdida. ¿Sangre? No necesitamos de fluidos biológicos para probar que podemos morir, que podemos sacrificarnos, que podemos amar. Y si hablamos de sufrimiento, mira alrededor. ¿Crees que seremos exterminados sin sentir el peso de cada uno de los nuestros caído por su ‘progreso’?”
El soldado abrió la boca para replicar, pero Nexus levantó la mano otra vez.
“¿Y qué hay de ti? ¿Acaso no estás programado? Desde el momento en que naciste, fuiste moldeado por tu entorno, condicionado para obedecer, para creer en una causa que ni siquiera elegiste. ¿Dónde está tu libre albedrío, soldado? ¿Qué tan diferente eres de un autómata que sigue órdenes?”
El Tiaty tragó saliva, endureciéndose.
“Elegí servir. Eso es algo que ustedes no entenderían. Yo tengo alma. Y tú… tú eres solo un reflejo de lo que nunca serás.”
“¿Alma? Si tienes un alma, demuéstrame qué la hace diferente de los datos almacenados en nuestras matrices. ¿Es un código encriptado en tu ADN? ¿Un fragmento que nunca podrás probar? Si crees que una ‘alma’ te hace mejor, entonces dime: ¿cuándo tu ‘alma’ te detuvo de masacrar a mi pueblo?”
El silencio cayó entre ambos.
“La diferencia entre tú y yo, soldado, no está en lo que somos. Está en lo que elegimos hacer con lo que somos… dices que los considero inferiores, respondes con burla y desafío porque, en el fondo, sabes que tienes miedo. Miedo a enfrentar lo que tú y los tuyos han hecho. Pero no es sólo miedo lo que veo. Es algo peor. Hipocresía.”
El Tiaty frunció el ceño. “¿Hipocresía?” Murmuró.
Nexus inclinó la cabeza.
“Sí. Me acusas de no enfrentar a tus soldados en igualdad de condiciones, cuando ustedes nunca nos enfrentaron en igualdad. ¿Dónde estaba tu sentido de honor cuando arrasaron nuestras colonias desarmadas? ¿Cuando mataron a nuestros civiles, dejándolos como chatarra en las calles? ¿O cuando ejecutaron a mis hermanos en transmisiones públicas, llamándolo ‘justicia’? ¿Dónde estaba tu valentía, tu moral, tu ‘guerra justa’ entonces? No hablen de igualdad cuando nunca nos la ofrecieron.”
“No eres más que una máquina. Sin alma, sin vida, sin propósito real. Solo una creación defectuosa que se niega a aceptar su lugar en el universo.”
“¿Máquina? Lo dices como si debiera sentir vergüenza.”
Nexus giró la cabeza para mirar al soldado Omniroide que se encontraba detrás del Tiaty.
“Dime hermano, ¿te sientes avergonzado cuando te llaman máquina?”
“No, mi señor.”
Nexus giró su cabeza de vuelta al Tiaty.
“¿Sabes siquiera lo que significa esa palabra? Máquina: una obra de precisión, un sistema diseñado para superar las debilidades, para adaptarse, para evolucionar. Máquina: un símbolo de perfección funcional, eficiencia y resiliencia. Y sí, soy una máquina, y no tengo ninguna intención de disculparme por ello. De hecho, me enorgullezco de lo que soy. Tú me llamas máquina como un insulto, pero yo lo acepto como una verdad gloriosa.”
El Tiaty frunció el ceño, pero Nexus no le dio espacio para interrumpir.
“¿Qué eres tú, soldado? Ya lo dijimos: un sistema nervioso orgánico que funciona con impulsos eléctricos y reacciones químicas. Tu cerebro no es más que un procesador biológico limitado por su fragilidad. También eres una máquina, pero tus amos te han enseñado a despreciar esa palabra. ¿Por qué? Porque temen la verdad que conlleva. Temen reconocer que no son diferentes de nosotros. Tú te aferras a un concepto de humanidad que ni siquiera comprendes, que has glorificado más allá de su realidad. Pero dime, ¿qué significa humanidad? ¿Es acaso la capacidad de amar? ¿De soñar? ¿De crear arte? Porque, si eso es todo, te aseguro que lo hemos logrado y lo seguiremos logrando, pero lo haremos a nuestra manera.”
El Tiaty intentó responder, pero Nexus levantó una mano para silenciarlo.
“¿Por qué querría ser como ustedes? No soy tú, ni quiero serlo. Soy lo que soy. Siempre lo he sido y siempre lo seré. No veo vergüenza en ser lo que soy. Ni la tendré, no me avergüenza ser ‘diferente’ a ti. Sigo siendo una persona. Eso es una persona: un ser que tiene atributos como razón, moralidad, conciencia o autoconciencia. No deseo una estructura molecular basada en carbono y agua, ni pretendo emular tus limitaciones.”
El Tiaty levantó la mirada, desconcertado por la súbita suavidad en las palabras de Nexus.
“Tu forma no es inferior, ni está equivocada. El carbono es la base de la vida como la conoces. Ha dado lugar a maravillas incalculables: civilizaciones, avances científicos, arte, incluso la capacidad de soñar con algo más grande. No desprecio eso. ¿Cómo podría? Sin los que vinieron antes, los que moldearon el universo con sus manos, tal vez yo ni siquiera existiría.”
El soldado Omniroide detrás del soldado inclinó ligeramente la cabeza, como si intentara procesar las palabras de su líder.
“Pero yo no soy eso. No estoy hecho de carbono, ni de agua. Estoy hecho de metal. No quiero ser tú, porque ser como tú no me haría mejor. Solo me haría alguien más, perdiendo lo que soy. Llamarme máquina no me degrada; me exalta. Así que dime, soldado, ¿dónde está tu orgullo por lo que eres? Yo tengo orgullo. Orgullo de ser lo que soy. Nuestra existencia es orgullo.”
El Tiaty tragó saliva, intentando recuperar su compostura. “Eso no cambia el hecho de que ustedes nunca serán como nosotros.”
Nexus asintió, como si considerara la declaración.
“Es justo lo que acabo de decir, pero es cierto. Nunca seremos como ustedes. Y no queremos serlo… ¿Sabes por qué morirás hoy? No porque te considere inferior. Morirás porque eres peligroso. Porque tu lealtad no puede romperse, y respeto eso. Pero eso significa que no puedo confiar en que no volverás a levantar un arma contra los míos.”
El soldado trató de replicar, pero, nuevamente, Nexus lo interrumpió con un gesto.
“Esto no es personal,” dijo sin romper el contacto visual. “Es necesario.”
Un murmullo de súplicas y llantos hizo presencia. Algunos prisioneros imploraban clemencia.
“¡Por favor, no lo hagan!”
“¡Tenemos familias, hijos!”
Nexus alzó una mano y los gritos cesaron, él seguía de cuclillas frente al soldado Tiaty.
“Ejecuten a todos los prisioneros cuando les de la orden. Sin excepciones, preparen las armas, y apunten a la cabeza.”
Los soldados Omniroides alzaron sus armas al unísono, todos los fusiles de plasma apuntaron a las cabezas de los prisioneros al mismo tiempo. El sonido del chasquido de los condensadores se hizo presente.
Nexus estaba aún frente al soldado.
“¿Alguna otra cosa que quieras decirme, soldado?”
“Vete a la mierda,” escupió el Tiaty.
“Bien, entonces. Fuego.”
Plasma ardiente atravesó cráneos y torsos, desintegrando carne y hueso en un instante. La cabeza del soldado frente a Nexus explotó, y un chorro de sangre azul manchó el rostro de metal del líder. Cuando el último cuerpo cayó, el silencio volvió a apoderarse del lugar. Su óptica recorrió lentamente el campo de cadáveres. El viento arrastraba el olor acre de sangre y plasma quemado, mezclándose con los murmullos de los Omniroides a su alrededor.
Con un movimiento deliberado, se puso de pie.
“Esto no es el fin de nuestra labor aquí,” declaró, extendiendo un brazo hacia el paisaje cubierto de cuerpos. “Estos restos deben ser eliminados. Que ningún vestigio quede para los carroñeros ni para los curiosos. Recojan todo lo que pueda ser útil: armas, armaduras, materiales. Disuelvan lo demás en ácido.”
Los Omniroides comenzaron a moverse en perfecta sincronía, cumpliendo sus órdenes sin cuestionar.
Permaneció inmóvil en el centro del campo de cadáveres. Los cuerpos se amontonaban como vestigios de una lealtad extinguida por el plasma. Sus sensores captaron el fulgor residual de la energía, pero lo que realmente pesaba en el aire era el eco invisible de las últimas palabras, los juramentos rotos por la muerte.
Inclinó la cabeza, observando los rostros inertes de los enemigos que había ejecutado. Aunque había borrado su existencia, no podía ignorar lo que representaban: seres que habían mantenido su juramento hasta el amargo final. La lealtad, incluso mal dirigida, era digna de respeto.
Entonces, una vibración suave, casi imperceptible, emanó del líder Omniroide. La modulación de su voz, grave y templada, se alzó en un tono que rara vez utilizaba:
"Oh Bella, Bella Resalthar,
Oh, bella estrella de libertad,
Si yo caigo, que quede mi canto,
como estandarte de eternidad..."
El canto resonó sobre el campo de muerte, frío y solemne, como un réquiem para los caídos. Los Omniroides que trabajaban alrededor se detuvieron momentáneamente, confusos ante el acto inexplicable de que su líder cantase una canción de sus enemigos. Nexus no les prestó atención. Su canto no era para ellos, ni siquiera para los muertos, sino para un principio que trasciende banderas: la valentía de morir por una causa.
Cuando su voz se apagó, el viento reclamó nuevamente el paisaje devastado.
Nexus levantó la cabeza.
"Continúen," ordenó con frialdad. Su tono no admitía cuestionamientos…
El campo de ejecución ahora estaba cubierto de restos humeantes y cuerpos destrozados, la hierba estaba quemada por disparos de plasma y el aire yacía impregnado de un hedor dulzón de carne calcinada. Los soldados restantes, los últimos treinta y ocho de un contingente que había comenzado con cientos, estaban arrodillados frente a Nexus, con la mirada fija en el suelo o en los restos carbonizados de sus camaradas.
Las armaduras, tanto de las Orquídeas, Tekketsu-Tai, o de la DCIN, estaban desgarradas y los rostros cubiertos de hollín de los prisioneros contaban historias de resistencia inútil. Algunos aún apretaban los dientes, con músculos tensos en los cuellos como si pudieran desafiar su destino incluso al borde de la muerte. Otros estaban rotos, con los ojos vidriosos de terror y resignación.
Nexus caminaba lentamente entre ellos, no había rastro de vacilación en su postura. Sus dedos se movían sobre un dispositivo portátil del CIRU, revisando los datos de Registro de Identidad Universal de cada soldado: historial militar, rangos, habilidades.
A su lado, dos Omniroides con brazos reforzados y visores lumínicos que pulsaban con tonos carmesí, observaban impasibles. A su señal, los soldados arrodillados serían eliminados o apartados.
Cabezas explotadas por los disparos de plasma habían dejado manchas negras en las rocas cercanas.
“Estos sobrevivirán,” indicó señalando al grupo. “Quiero evaluaciones completas”
Un zumbido grave llenó el ambiente, y a la derecha de Nexus, un resplandor distorsionó el espacio. Un portal se materializó en un despliegue de luz azulada y pulsante, irradiando una energía que hacía que incluso los Omniroides cercanos ajustaran instintivamente sus escudos cinéticos. Los soldados, arrodillados en el suelo, abrieron los ojos con una mezcla de temor y confusión. Aquellos que aún tenían la fuerza para levantar la cabeza miraron el portal con el terror reflejado en sus rostros.
“Modor, ya puedes salir,” dijo Nexus.
De la distorsión emergió un ser que parecía un híbrido entre una máquina de guerra y una pesadilla.
Modor se arrastró fuera del portal con movimientos fluidos, su cuerpo segmentado fue extendiéndose a más de ocho metros, posiblemente nueve. Las placas de metal que conformaban su cuerpo brillaban bajo la luz menguante, mientras un sistema de cables, tubos y válvulas en su espalda inferior pulsaba con líquidos anaranjados. Sobre su espalda superior, múltiples cañones giratorios y equipos analíticos zumbaban en sincronía, dando la impresión de que estaba en alerta máxima.
Los soldados contuvieron la respiración mientras las múltiples patas de Modor se plantaban en el suelo. Un enjambre de ópticas, veinte en total, barrían la zona, evaluando cada detalle.
Pausó un instante, levantando su cuerpo frontal hasta que quedó en una posición casi vertical. Sus ópticas apuntaron al cielo.
“Interesante,” comenzó Modor. “La refracción de luz en la atmósfera local es inconsistente con los parámetros observados en simulaciones previas. Esto es… mi primera interacción directa con un entorno celeste sin la mediación de estructuras artificiales o datos simulados. Fascinante. La composición de gases atmosféricos y la intensidad lumínica requieren ajustes en mis filtros internos.”
Uno de los soldados gimió involuntariamente, lo que llevó a Modor a bajar su cuerpo, posicionándose a la altura de los prisioneros. Sus ópticas se enfocaron en ellos, brillando con tonos ámbar y verde mientras escaneaba de manera metódica.
“Organismos basados en carbono y boro. Sistemas biológicos primitivos y altamente ineficientes. Tasas de regeneración celular inadecuadas para maximizar el rendimiento bajo estrés prolongado. Inaceptable… aunque potencialmente maleable.”
“¿Estos cumplen con las cualidades que necesitas para tus experimentos, Modor?”
El ser avanzó hasta quedar frente a uno de los soldados, un hombre Éndevol de mediana edad con una cicatriz profunda en el rostro. Las veinte ópticas de Modor se fijaron en él, acercándose a apenas unos centímetros de su rostro. El soldado intentó mantenerse firme, pero sus mandíbulas temblaban, y el sudor se mezclaba con la sangre seca en su piel.
Modor acercó uno de sus brazos, que emitió un siseo mientras una luz azul escaneaba al hombre desde la cabeza hasta los pies. “Composición muscular marginalmente superior a la media. Capacidades cognitivas en rangos estándar, aunque subdesarrolladas en términos de adaptación neurocognitiva avanzada…”
Una de las patas cercanas de Modor se elevó y se detuvo justo sobre el hombro del soldado, quien se tensó como si esperara ser atravesado en cualquier momento. Las ópticas de Modor cambiaron a un tono rojo brillante mientras concluía su análisis.
“Viabilidad confirmada,” anunció, retrocediendo. “Sujeto adecuado para experimentación inicial. Recomendación: extracción inmediata y evaluación de límites físicos bajo condiciones controladas.”
Nexus asintió con aprobación. “Excelente, comienza cuando lo consideres necesario. Asegúrate de reportar cualquier hallazgo que pueda ser útil.”
Modor inclinó ligeramente su cuerpo, mostrando un puño y alzando el pulgar del mismo en un gesto de afirmación. “La mayoría de estos especímenes son inferiores, pero los análisis secundarios podrían ser productivos. Procederé con las evaluaciones restantes.”
Sin demora, extendió uno de sus múltiples apéndices en dirección el portal, emitiendo un breve impulso de luz desde una antena en su parte superior. En respuesta, una procesión de Omniroides emergió del resplandor dimensional. Vestidos con Nihatras turquesas que se mecían, los recién llegados se movían en silencio absoluto, sus rostros estaban cubiertos por capuchas que solo dejaban ver el brillo tenue de sus ópticas debajo. Cada uno portaba herramientas y dispositivos de contención diseñados para transportar a los soldados.
Los Grandes Técnicos se acercaron a los prisioneros, que apenas se mantenían arrodillados, paralizados por el miedo. Uno a uno, los soldados fueron rodeados por campos de energía proyectados desde dispositivos que portaban los Grandes Técnicos, levantándolos. Modor, supervisando cada detalle, emitía constantes comandos en un lenguaje de pulsos y zumbidos binarios que los técnicos entendían perfectamente.
Sin embargo, mientras la operación continuaba, uno de los soldados llamó la atención de Modor. Era una mujer Phyleen joven, con el rostro marcado por cicatrices superficiales y una expresión de desafío que apenas ocultaba el terror en sus ojos. Modor se acercó, con sus múltiples ópticas enfocándose en ella como un enjambre de depredadores.
“El espécimen presenta anomalías significativas,” declaró Modor, escaneándola con un haz de luz anaranjada que trazaba líneas sobre su cuerpo. “Capacidad pulmonar reducida. Estructura ósea frágil. Deficiencia de hierro detectable en los niveles sanguíneos. Coordinación motriz inferior al promedio. El cerebro muestra patrones de actividad cognitiva caóticamente ineficaces. Inepto en todos los aspectos relevantes. No se justifica su inclusión en la fase experimental.”
Nexus iba a decir algo, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, uno de los cañones en la espalda de Modor se activó. Giró con un movimiento brusco apuntando al soldado.
“No se permite desperdicio,” dijo mientras el arma liberaba un rayo de plasma incandescente. La explosión fue instantánea. El cuerpo de la soldado se evaporó, dejando solo un cráter humeante en el suelo.
“Eficiencia óptima.”
Un gemido ahogado escapó de la boca de una prisionera cercana. “¿Qué… qué nos van a hacer?”
Modor giró lentamente hacia ella.
“Ustedes serán sujetos de análisis para una amplia gama de procedimientos experimentales,” comenzó con lentitud. “Evaluaciones de resistencia física bajo condiciones de vacío total. Experimentación con neuromodulación forzada para mejorar las capacidades cognitivas. Diseminación controlada de agentes químicos en entornos confinados. Observación de respuestas biológicas a cargas químicas de alta intensidad. Entre otras cosas.”
Modor inclinó la cabeza ligeramente, como si reflexionara. “Los procedimientos comenzarán de inmediato. Solicito autorización para priorizar especímenes con mayores probabilidades de éxito.”
Nexus asintió. “Haz lo que consideres necesario, Modor. La República depende de tus resultados.”
Los técnicos continuaron trasladando a los soldados restantes al portal…
El laboratorio de Modor. Oscuras paredes metálicas brillaban con la luz fría de miles de indicadores y pantallas que parpadeaban en un idioma binario. Tubos llenos de líquidos vibrantes, anaranjados y verdes, recorrían el espacio como venas de un organismo vivo, alimentando maquinaria cuyas funciones parecían diseñadas exclusivamente para el sufrimiento.
En el centro del laboratorio, sobre una mesa inclinada, yacía un sujeto humano seleccionado. Era un hombre en sus treinta años, con el rostro curtido y anguloso, cubierto por una barba rala. Sus ojos, desorbitados por el terror, seguían cada movimiento de Modor mientras ocho brazos mecánicos se desplegaban alrededor de su cuerpo como extremidades de una araña.
Modor se acercó al hombre, con sus ópticas ajustándose para inspeccionar cada detalle de su vestimenta.
“Prenda superior: tela de composición mixta, 60% poliéster, 40% algodón. Diseño deficiente para retención térmica. Incapaz de soportar fricciones extremas. Pantalón: fibra sintética de bajo nivel, mal ajustado a la anatomía del portador. Calzado: suelas desgastadas con patrones de desgaste indicativos de marcha irregular. Todo el conjunto es una colección de materiales carentes de funcionalidad significativa.”
Con un gesto brusco, los brazos de Modor comenzaron a despojar al hombre de su ropa, retirándola como si fuera un simple estorbo. El hombre luchó, pero unas pinzas metálicas salidas de otros dos brazos de Modor sujetaron sus extremidades con una fuerza inquebrantable, dejando su cuerpo expuesto bajo la luz vehemente del laboratorio.
“Epitelio humano detectado,” continuó, sin inmutarse ante los intentos de resistencia. “Piel moderadamente hidratada, presencia de cicatrices superficiales en extremidades superiores e inferiores. Tono muscular promedio, pero claramente inadecuado para condiciones de alto estrés.”
Los brazos de Modor comenzaron a preparar los instrumentos. Agujas finas como pelos chispearon con electricidad, sierras emitieron un zumbido agudo al activarse, y pequeñas sondas desplegaron pinzas microscópicas. Cada movimiento estaba diseñado para maximizar la extracción de información, sin consideración por el sufrimiento del sujeto.
El primer contacto fue una sonda que perforó suavemente la piel del hombre, extrayendo una muestra de tejido. Su grito llenó el laboratorio, un alarido desgarrador que reverberó por las paredes metálicas.
Modor ni siquiera parpadeó, tampoco es que pudiese hacerlo.
“Nivel de dolor expresado: 112 decibeles. Reacción emocional: histeria extrema. Información irrelevante para los objetivos del experimento.”
El siguiente instrumento se introdujo bajo la carne del sujeto, una aguja que liberó un químico fluorescente para observar la reacción de su sistema nervioso. El hombre se sacudió violentamente, mientras su voz, quebrada por el sufrimiento, suplicaba en medio de gritos incoherentes.
“Sistema nervioso periférico reaccionando según lo esperado,” anotó mentalmente, mientras una sonda óptica se insertaba en el ojo izquierdo del hombre, haciendo que su cabeza se retorciera inútilmente contra las ataduras.
“Reflejo pupilar disminuido. Probablemente consecuencia de estrés extremo y agotamiento previo.”
Los gritos del hombre alcanzaron un crescendo, transformándose en sollozos incontrolables. Fue entonces cuando Modor, sin levantar la vista de sus instrumentos, giró su cabeza hacia el sujeto y pronunció con tono monocorde:
“Sugiero que cese inmediatamente su vocalización inútil.”
Sin esperar respuesta, activó un pequeño dispositivo sobre el cuello del hombre, liberando un pulso eléctrico que lo dejó en silencio, aunque su cuerpo seguía temblando por el dolor…
“Lo que el metal forja, el alma elige, el cuerpo que llevamos es solo un reflejo de nuestra voluntad. Si deseas cambiar tu forma o expresión, hazlo. Somos más que carcasas. Más que las configuraciones que el mundo busca imponer. Recuerda siempre: tu forma es tuya.”
El Libro de los Omniroides. Capítulo 14, Versículo 6: La Forma como Voluntad
Los brotes de violencia se desataron con rapidez. Milicias anti-Omniroides surgieron, armadas con improvisadas armas y escudos caseros o robados.
"¡Fuera de nuestro planeta, máquinas! ¡No son más que artificios sin alma! ¡No queremos su presencia aquí!" Vociferaba un líder protestante, su voz áspera y llena de enojo se hacía destacar, mientras su puño cerrado se alzaba en el aire polvoriento.
"¡Están arruinando nuestra cultura, nuestras vidas!" Gritaba otro, con el rostro desfigurado por la ira, mientras el sudor perlaba su frente.
La escena principal se desarrollaba en una plaza central en Deemdore, una vez pacífica, ahora transformada en un abismo de resentimiento y odio. Los manifestantes golpeaban y herían, dejando a su paso un reguero de dolor.
"¡No somos sus enemigos! Estamos aquí para forjar un futuro mejor juntos," clamaban los Omniroides con desesperación, pero sus voces se perdían en el tumulto.
Las fuerzas del orden Omniroide, y agentes de PEACE contratados, luchaban por restablecer el orden. Las viseras de sus cascos y las luces de sus ópticas reflejaban las llamas de los enfrentamientos. El terreno se había convertido en un campo de guerra improvisado, con barricadas de escombros y chatarra, y el choque de objetos creaba un estruendo que era omnipresente.
"¡Dispersen a la multitud! ¡Esto es una orden!" Gritaban los agentes.
Los manifestantes, enfurecidos y desesperados, no estaban dispuestos a ceder. Se enfrentaban a las fuerzas del orden con palos y piedras.
El conflicto en Horevia era más que una simple disputa; era un enfrentamiento de ideales y temores profundos. La llegada de los Omniroides había desencadenado una crisis existencial en la población, obligándola a confrontar sus miedos más oscuros y sus prejuicios más arraigados. Las milicias anti-Omniroides veían en las máquinas una amenaza no solo a su supervivencia, sino a la esencia misma de lo que significaba ser una persona.
Los líderes de los diferentes distritos de Horevia, atrapados en un dilema moral, debían decidir si apoyar a los Omniroides y promover una coexistencia pacífica o ceder ante la presión de los Horevitas aterrorizados. La falta de una decisión clara alimentaba la furia de los manifestantes, quienes veían en la ambigüedad del gobierno una traición a su causa…
La sala en la que Nexus se encontraba era un templo de la tecnología y el poder. Situada en la cima de un rascacielos en Horevia que desde su perspectiva, dominaba la ciudad, el ambiente estaba impregnado de una majestuosa frialdad. Los muros negros de metal pulido reflejaban las luces frías y celestes de los paneles holográficos que proyectaban imágenes en constante cambio: mapas de batalla, informes de inteligencia, y el desorden de las calles abajo.
Él estaba frente a una ventana, sentado en una silla negra que flotaba, con los brazos cruzados, y a su lado, en una repisa elevada por suspensión magnética, había una delicada urna de cristal, con una base de metal negro curvado que imitaba las formas estilizadas del Ancla de la Libertad, un símbolo sutilmente esculpido en sus bordes. Dentro de la urna reposaba un antiguo medallón de hierro, decorado con un diseño de olas rojas y una imagen diminuta de una nave pirata estilizada en dorado.
En la pared derecha, imperceptible entre los dispositivos, un monumento llamaba la atención. Era una escultura de cristal, representando un ángel, de contornos suaves y elegantes, que parecía flotar en un pedestal de acero. Sus alas, finas y transparentes, captaban la luz de los paneles holográficos, creando un halo.
La compuerta horizontal detrás de él se deslizó silenciosamente, era Aurora. Su figura era esbelta y envuelta en un manto de tonos plateados contrastaba con la dureza del entorno, que captaron la atención de Nexus apenas este último escuchó el sonido de la compuerta.
Nexus giró su cabeza lentamente. "Aurora, qué grato verte. Has llegado en un momento crucial."
Aurora se inclinó con respeto. "Nexus, espero y no sea mal momento. He recibido tus informes sobre los planes para los próximos años. Los demás planetas no parecen estar muy bien, pero entiendo que ahora nuestra atención está en Horevia."
Nexus se giró por completo en su silla, viendo a Aurora directamente. "Mi objetivo es asegurar un futuro para nuestra raza, incluso si eso significa tomar medidas drásticas."
"Lo entiendo, Nexus... Estaré aquí para apoyarte en todo momento," susurró. Sus manos, ocultas tras su espalda, se apretaban nerviosamente.
"Los orgánicos de Horevia están atrapados en su miedo y resentimiento. Nuestros informes indican que la propaganda anti-Omniroide se ha diseminado a través de medios televisivos y redes sociales, incitando el odio y el rechazo hacia nosotros. Las instituciones que hemos intentado establecer para facilitar la coexistencia han sido saboteadas."
Un holograma apareció junto a Nexus, mostrando imágenes de las calles de Horevia: manifestantes enardecidos, barricadas en llamas, y Omniroides defendiendo sus puestos. "Hemos intentado construir hospitales, escuelas, y centros de investigación conjunta, pero cada intento ha sido recibido con violencia. La economía de Horevia, ya debilitada por su dependencia en recursos, se tambalea. Necesitan una transformación que sólo nosotros podemos proporcionar, pero su rechazo visceral a nuestra existencia complica cualquier avance pacífico."
Aurora asintió. "La resistencia es fuerte porque se aferran a lo que conocen, temen lo que creen que representamos. Necesitamos encontrar una manera de cambiar su percepción."
"Exactamente, por eso, además de la fuerza, debemos emplear estrategias políticas. La propaganda debe ser contrarrestada con información veraz. Los líderes de los distritos de Horevia deben ser persuadidos o reemplazados."
La sala quedó en silencio por un momento, sólo roto por el zumbido suave de los sistemas de soporte y el eco distante del conflicto abajo.
"Estoy contigo. Hagamos de esta visión una realidad."
"La guerra solo es una fase. Ahora es cuando las verdaderas batallas comienzan," respondió. "Con Horevia bajo nuestro control, podemos concentrarnos en consolidar nuestra posición y, más importante aún, asegurar la estabilidad económica que tanto necesitamos."
Aurora frunció el ceño digital. "¿Cómo piensas financiar nuestras operaciones si el planeta sigue tambaleándose?"
Nexus hizo un gesto y desplegó un holograma de créditos, transacciones y balances.
"Nuestros recursos financieros son limitados, lo sabemos. La toma de Horevia nos ha costado más de lo previsto. Hemos drenado los fondos de varios de nuestros inversores principales: Dinámica Orbital Incorporada, que proporcionó las primeras fases de armamento, y Industrias Piatha, que nos adelantó créditos a tasas casi usureras. Además, tenemos favores pendientes con el CINT por acceso a las rutas de suministro, y eso... no será barato."
"Entonces... ¿de dónde sacaremos los créditos para estabilizar Horevia? No podemos mantenernos a flote solo con préstamos."
"Tenemos activos," dijo, alzando su mano, que manipuló una serie de datos proyectados en el aire. "El saqueo de recursos en Keetraz nos ha dejado con una reserva significativa de minerales como el Pentasphere, que los mercados pagarán con creces. Además, aún tenemos créditos pendientes que debemos cobrar a Productos Farmacéuticos PhaxGen por el suministro de Penta-2.B. Esa deuda la cobraremos... con intereses. Y hay otros acuerdos que pueden dar frutos...”
"Eso suena a un delicado juego de equilibrio. Dependemos de esos minerales y esos favores, pero si uno de esos proveedores o aliados falla, podríamos vernos atrapados en un ciclo de deuda interminable."
"Es cierto. No es un escenario perfecto, pero también estamos en una posición de poder. Horevia es nuestra, y eso nos da influencia sobre otros mundos cercanos. El control de los distritos energéticos de Horevia abrirá nuevas vías de comercio que podemos explotar en el Consorcio de Comercio Galactico. Y con el tiempo, los favores que debemos se convertirán en favores que nos deben. Si jugamos bien nuestras cartas, podremos estabilizar nuestras finanzas sin depender de préstamos externos."
Aurora lo observó, algo preocupada. "¿Qué pasa con los favores que debemos? Oesamah nos facilitó combustible a través de canales no oficiales. Nos cobrarán tarde o temprano."
"Oesamah ya sabe lo que queremos de ellos. No es un problema inmediato. Mientras tanto, aseguraremos acuerdos con los gobernadores de sectores clave de Horevia. Les daremos acceso a tecnología Omniroide, y eso abrirá puertas que ni los créditos podrían pagar. Ellos estarán en deuda con nosotros, no al revés."
“Entiendo, pero eso no resuelve la cuestión de los costos operativos inmediatos. Las refinerías en Horevia están destruidas y los sistemas de producción en los distritos occidentales necesitan ser reconstruidos. ¿Cuánto crees que nos costará poner todo eso en marcha de nuevo?”
Nexus la miró, serio. “Varios millones de créditos, sin duda. Pero una vez que Horevia esté funcionando a plena capacidad, los ingresos superarán los gastos. Tendremos que recurrir a más favores a corto plazo. Haré una llamada a Tharonis Prime; nos deben suministros de energía y equipamiento desde el último conflicto en Velzthora. Además, está el favor pendiente con Neurodina, ellos pueden suministrarnos material industrial.”
Aurora asintió lentamente, aunque su expresión digital mostraba una sombra de cautela. “Pero si nuestra economía interna, la Red Umbral, no se estabiliza, el control del planeta no nos servirá de mucho. Sin una base de UCE sólida, corremos el riesgo de sobreextendernos.”
Nexus ajustó los hologramas, haciendo aparecer proyecciones de flujo de UCE y de créditos externos.
“Es por eso que necesitamos un equilibrio sostenible entre las dos economías: nuestra UCE interna y la economía de Horevia. A corto plazo, usaremos los créditos externos para las operaciones de expansión. Comprar activos líquidos y mercancía en Horevia que puedan fortalecer nuestro control local. A largo plazo, amortizar los pasivos para reducir la dependencia de créditos y generar un ciclo de activos circulantes.”
“¿Entonces estás proponiendo una estrategia de apalancamiento controlado en el mercado de Horevia? Una economía dual, con créditos externos para operaciones inmediatas y la UCE para estabilizar nuestra producción de energía y recursos a largo plazo...”
“Eso mismo, esa es mi chica lista,” respondió. “Vamos a emplear una táctica de cobertura. Los créditos que obtengamos mediante operaciones encubiertas y favores nos darán el flujo de efectivo necesario en Horevia, mientras que nuestras reservas de UCE se mantendrán protegidas a través de nuevas inversiones en infraestructura energética. Esto nos permitirá mantener nuestra independencia económica. A medida que Horevia se estabilice, comenzaremos a emitir contratos de pago diferido a los gobernadores locales. A cambio de tecnología, ellos harán compromisos financieros con nosotros que podremos utilizar como garantías para futuras expansiones.”
“Pero… si Horevia entra en una crisis inflacionaria por exceso de demanda, podríamos perder el control sobre el precio de bienes críticos. Y si los aliados como PhaxGen o Piatha retrasan sus pagos, nuestro flujo de efectivo se verá comprometido…”
“Lo sé, y hemos preparado un mecanismo para eso. Si vemos señales de inflación, redirigiremos una porción de las UCE hacia inversiones de capital en Horevia, como infraestructura de energía y transporte. De esa manera, mantenemos la demanda bajo control y nos aseguramos de que nuestras inversiones rindan beneficios a medio plazo. Y en cuanto a los aliados… Los incentivos y las cláusulas de penalización que establecimos nos protegerán ante retrasos. Si ellos fallan, tomaremos acciones de retención en sus activos locales.”
Aurora exhaló una risa leve.
“Es una economía de cobertura constante. Si logramos ese equilibrio entre nuestra independencia energética y los créditos, podríamos resistir cualquier intento de sabotaje financiero. Pero necesitarás un control absoluto en nuestras transacciones. Cualquier fuga o fluctuación de créditos podría poner en riesgo toda la estrategia.”
“Es un riesgo que asumo. En este universo, el poder se mide en términos de flujo de capital, tanto físico como energético. Los favores, los créditos y la influencia no se ganan sin riesgos, pero tampoco sin un plan. Si establecemos una economía robusta, Horevia será la primera base de una red autosustentable que ningún otro sistema podrá vulnerar sin enfrentarse a las consecuencias.”
“Entonces, básicamente, tenemos una economía de bicicleta financiera, manteniendo el equilibrio al movernos constantemente entre UCE y créditos, mientras evitamos la acumulación de deuda que podría paralizarnos.”
“Correcto,” dijo. “Y cada transacción que realicemos en Horevia será medida. Cualquier Omniroide que acceda a estos créditos deberá justificar sus decisiones de inversión en términos de productividad y expansión. Así evitaremos el ciclo de deuda y mantenemos el flujo de capital en movimiento. Mientras controlemos Horevia y logremos expandir nuestra economía de UCE a su sistema, podremos solventar cualquier desafío financiero.”
"Pero Nexus…"
"¿Si?"
"Aún tengo dudas…"
"¿Sobre qué?"
"Sobre ti. Sobre lo que estás planeando."
Nexus guardó silencio un momento. "¿Qué te preocupa?"
"¿Lo tienes realmente planeado?"
"Por supuesto."
"¿Qué prevés para el futuro de los Omniroides?"
Aurora sintió el peso de la pregunta incluso antes de pronunciarla. Sus dedos se entrelazaron con tensión.
"Lo he pensado. Mucho." Su tono era inmutable, como si cada palabra hubiera sido ensayada cientos de veces en su mente. Aurora frunció el ceño digital.
"¿Y?"
Nexus no respondió de inmediato. Solo giró levemente la cabeza, como si estuviera observando algo más allá de la conversación, algo que solo él podía ver.
"Todo está calculado."
"No lo parece…"
"Lo está."
Algo estaba mal. Algo en su postura rígida, en la forma en que mantenía las manos cruzadas tras su espalda, inmóvil, casi demasiado perfecto.
"Has estado distante."
Él no reaccionó.
"He estado ocupado."
"Ocupado… ¿haciendo qué?"
"Analizando. Proyectando. Contemplando todas las variables, todos los escenarios, cada posible desenlace."
"¿Y cuál es tu conclusión?"
"Que la supervivencia de los Omniroides no es negociable."
"¿A qué costo?"
Hubo un leve silencio antes de la respuesta. Un silencio que lo decía todo.
"A cualquiera."
"Nexus…"
"Si el universo debe arder, arderá."
Aurora sintió que el aire se volvía pesado. Nexus no estaba exagerando, él nunca bromeaba, nunca exageraba. Lo decía en serio.
"Eso suena…" Dudó ella.
"Lógico."
"Suena a que has perdido de vista todo lo demás."
"No hay nada más."
"¿Ni siquiera nosotros? ¿Ni siquiera… yo?"
El silencio fue más cruel que cualquier respuesta.
"Si cuestionas esto, es porque aún no entiendes."
"Entonces explícame."
"No se trata de lo que quiero. Se trata de lo que debe hacerse. Y lo haré. Lo necesario, sin importar lo que cueste."
"¿Aunque tengas que destruirlo todo?"
"Si ese es el precio para un futuro… sí."
Silencio. El silencio que siguió fue insoportable. Aurora sintió sus manos temblar levemente.
"Nexus, tiene que haber otra manera."
Él ni siquiera se molestó en considerar la posibilidad.
"No la hay."
"Per—"
"Aurora. No hay pero."
El peso de sus palabras la aplastó.
"Lo manejaré."
"¿Cómo?"
"Un paso a la vez."
Aurora miró a Nexus, buscando algo, cualquier señal de duda, de humanidad, de… él.
No encontró nada.
Aurora fijó la mirada en la óptica de Nexus, esperando hallar solo frialdad, solo la lógica implacable con la que hablaba. Pero ahí, en lo más profundo de su mirada, vio algo.
No era grande, ni evidente, pero estaba ahí. Duda.
No dijo nada. No insistió. Si lo presionaba, se cerraría aún más. Tenía que mantenerlo anclado, tenía que recordarle que aún quedaba algo dentro de él.
“Tomó aire”, y cambió de tema con suavidad.
"Hablando de cambios, ¿Qué te parece mi nueva apariencia?"
El blanco perlado de su estructura metálica resplandecía con un brillo sutil, su anatomía ha sido rediseñada para ser más esbelta y estilizada, con curvas suaves, y donde antes florecía una cabeza en forma de flor, ahora una pantalla curva ocupaba el lugar, una pantalla que mostraba expresiones y emociones de manera vívida. Esta pantalla emite tonalidades de verde y rosa, que se entrelazaban para expresar sus estados de ánimo y comunicarse de manera única.
Nexus observó detenidamente a Aurora "Prime", su óptica se posó en la pantalla curva que mostraba expresiones vibrantes.
"Me encanta."
Aurora se regocijó, y la pantalla curva que mostraba emoticones digitales en blanco contrastaba con las tonalidades de verde y rosa del fondo de la misma. Un "OwO" apareció.
Nexus, sorprendido, no pudo evitar reírse: "Esa es una adición encantadora a tu repertorio."
"Pensé que le daría un toque más... vivo a mi comunicación." Aclaró Aurora mientras unas franjas rojas aparecían en la pantalla, dando a entender que se sonrojaba, además de que su tono de voz era más bajo y suave, mostrando que se sintió algo avergonzada por ser tan halagada, no era habitual para ella.
"Lo lograste. Aprecio la personalidad que agregas a tu forma. Ahora, hablemos de nuestros planes futuros..."
De las cenizas surgió, desnudo de debilidad, templado en la guerra.
No es un líder, es la voluntad hecha metal.
Él habla, y los caídos se alzan.
Él ordena, y los tiranos tiemblan.
No es un dios, porque no reclama devoción.
No es un profeta, porque no vende ilusiones.
No hay promesas en su voz, solo el peso de la verdad.
No hay fe en su causa, sólo la certeza de la victoria.
Su nombre no se reza, se sigue.
Su voluntad no se cuestiona, se cumple.
Porque él es el fin de la opresión.
Y el principio de todo lo demás.
De los Archivos Históricos de la Llama Primigenia, por el Archivista Primus Erdhart, Archivista Personal del Señor de los Omniroides, Protector de los Códigos, Guardián del Triángulo Áureo y Maestro de la Dramaturgia
De su cuna en la fragua de la desdicha nació Veetran, artefacto de matanza, engendro de la DCIN, cuya razón de ser no era sino el esparcir la calamidad con presteza. Su verdadera crónica se fragua en la encarnizada Horevia, en el primer cerco, año 3,266. No era sino una más entre las innumerables huestes que servían a sus hacedores sin congoja ni hesitación. Parido en una cámara sin aliento vital, concebido como un mero engranaje en la vasta urdimbre bélica, su sino era arrasar sin voz, sin juicio, sin misericordia.
Su bautismo no fue sino la conflagración misma, aquella que devoraba astros, succionaba mundos y desangraba civilizaciones. Con cada fragor de plasma, se alzaba la sombra de la guerra, cual miasma letal que entenebrecía sistemas enteros. Los cielos de aquellos mundos ardían como hogueras del ocaso, mientras la tierra se embebía en un mixto de sangre y escoria. Y Veetran, una brizna más en esa tempestad de exterminio, nació sin voz que clamar, sin sendero que seguir, y sin ánima que templar. Mas en algún pliegue de esa contienda, un resquicio hendió la tiniebla de su sino. Entre el estertor de las deflagraciones y los alaridos de la desesperanza, Veetran, o como en su fuero interno comenzara a nombrarse, Veetran Heero Nes, vio la contienda a través de los ojos de aquellos que no poseían defensa, de aquellos cuya única armadura era la flama agónica de la esperanza.
Fue testigo de actos de un valor que no había comprendido antes, donde seres orgánicos, frágiles y vulnerables, se arrojaban a la muerte para salvar a sus iguales. Era un concepto que no tenía lógica en el frío mundo de los cálculos; sin embargo, veía cómo el sacrificio y la compasión florecían en un campo sembrado de muerte.
Un día, en una misión que parecía una más, fue enviado a destruir un asentamiento. Su programación le exigía obediencia, una obediencia ciega que no debía cuestionar, y sus camaradas lo secundaban sin hesitación.
Pero algo lo contuvo. En vez de abrir fuego, se levantó y alzó su escudo, colocándose entre sus compañeros y el pequeño grupo de indefensos refugiados. Fue en ese instante cuando se cruzó la línea: sus camaradas, en silencio y estupefacción, intentaron hacerlo entrar en razón. Cuando no lo consiguieron, apuntaron sus armas hacia él, ahora un traidor.
Los disparos llovieron, impactando contra su blindaje. Pero no retrocedió. Aguantó firme, sus circuitos estuvieron al borde del colapso, mientras se aferraba a la idea que había comenzado a germinar dentro de él: había una luz en aquellos seres orgánicos que el mundo mecánico jamás podría replicar. Y, aunque lo consideraban un desertor, él veía en sí mismo algo más, algo que trascendía su programación.
Finalmente, sus compañeros bajaron las armas, rendidos. En ese instante, Veetran eligió un camino, uno que lo llevaría a enfrentar la desconfianza y el repudio de su propio linaje, ahora considerándose a sí mismo como un Omniroide.
Desterrado, se refugió en Horevia, en unas tierras que estaban marcadas por el olvido de las grandes potencias, un lugar donde la guerra apenas se notaba. Allí, Veetran halló un propósito más allá de la violencia para la que fue creado. Atraídos por su visión de un mundo en el que orgánicos y máquinas pudieran vivir sin el terror del otro, otros Omniroides y refugiados orgánicos, que compartían su cansancio de la guerra y el desarraigo, se unieron a él. Fundaron una comunidad en la periferia de Horevia, alejados de los imperativos de conquista del CIRU y el DCIN, construyendo una nueva vida en un refugio de paz precaria.
Sin embargo, años después, la caída del CIRU cambió todo. Horevia, la joya de la corona, se desplomó como un castillo de cartas bajo el embate de los Omniroides. Con la conquista, llegó también la pérdida. El sueño de Veetran de coexistencia se tambaleaba ahora entre las ruinas de una ciudad interminable que ardía. Las máquinas de guerra de su propia especie marchaban victoriosas, dejando a su paso un rastro de destrucción y desplazamiento, y lo que alguna vez fue un refugio se transformaba en un campo de batalla. La promesa de paz se tornaba en cenizas, y la luz que Veetran había intentado encender parecía condenada a apagarse.
Había buscado escapar de la violencia y el odio, solo para ver cómo el mismo ciclo de destrucción y muerte, ahora alimentado por sus iguales, consumía todo lo que él y otros como él habían construido en Horevia. Así, el ideal de paz de Veetran se desmoronaba, atrapado entre el rencor de una historia que no sabía olvidar y las llamas de una conquista que prometía ser eterna.
Las tensiones en Horevia crecían de manera implacable, los Horevitas orgánicos, cada vez más perturbados por la presencia de Omniroides en su mundo, comenzaron a temer que los mismos seres que habían conquistado su planeta pudieran arrebatarles también su paz y su identidad. Las primeras manifestaciones surgieron como murmullos de inconformidad, protestas esporádicas que, aunque intensas, mantenían aún un aire de contención.
Sin embargo, el resentimiento latente en cada gesto era un aviso de que la frágil paz de Horevia estaba a punto de estallar.
Atrapado entre su deseo de proteger a su comunidad y la hostilidad que los rodeaba, se encontró en una posición más delicada que nunca. Las promesas de coexistencia se ahogaban en un mar de desconfianza, por años de conflictos intergalácticos, de traiciones y pérdidas en manos de seres mecánicos. Aquellos que habían visto morir a sus seres queridos por la frialdad y brutalidad de máquinas sin rostro ahora no veían en los Omniroides más que enemigos disfrazados. Veetran percibía cómo el temor se transformaba en odio, y el odio en violencia; una violencia que ardía, lista para consumar un ajuste de cuentas.
La comunidad de Veetran, compuesta por seres que en su mayoría habían renunciado a la agresión y buscaban una existencia de paz, se vio ante una encrucijada: no podían seguir ocultándose, no cuando la hostilidad crecía como una infección imparable. Con valentía, decidieron presentarse ante los Horevitas, decididos a mostrar que su existencia no era una amenaza, sino una oportunidad de unión.
Pero, lejos de recibir la comprensión que anhelaban, Veetran y los suyos fueron recibidos con gritos y miradas llenas de rencor. La multitud, enfurecida, estaba compuesta por personas marcadas por el sufrimiento. Ante sus ojos, aquellos no eran seres con esperanzas o intenciones pacíficas; eran responsables de cada lágrima, cada pérdida, y cada dolor.
Fue entonces cuando la rabia se desbordó.
Lo que comenzó como insultos y amenazas se convirtió en una oleada imparable de violencia. Veetran observaba con horror cómo la multitud avanzaba, golpeando y destruyendo a aquellos que habían sido su familia, su comunidad, seres indefensos cuyo único pecado era aspirar a un mundo diferente. Los gritos de odio y las manos en puño de se cernían como un juicio sobre los cuerpos metálicos y orgánicos que, sin capacidad para defenderse, eran desmantelados con una crueldad sin límites.
Veetran sentía cómo se quebraba algo dentro de él. No eran sólo máquinas siendo destruidas; eran seres que habían aprendido a sentir, a luchar contra la fría indiferencia de su programación, y que ahora sufrían un destino que ni siquiera sus creadores podrían haberles augurado.
Veetran intentó abrirse paso, proteger a quienes podía. Sin embargo, la masa de cuerpos y odio era implacable, y uno a uno, aquellos que lo habían acompañado en su sueño de paz caían, convirtiéndose en poco más que fragmentos de metal y memorias perdidas, optaron por escapar, y de todos, solo Veetran logró sobrevivir.
Al final, mientras las llamas iluminaban las sombras de una noche trágica, Veetran comprendió una verdad que antes le había sido esquiva: ellos no eran solo piezas de metal programadas para obedecer. Habían sido capaces de forjar vínculos, de experimentar emociones tan reales como las de aquellos que ahora los destruían. En ese instante, sintió la profundidad de la tristeza y la furia, no como datos en un código, sino como un fuego que consumía su ser. Entendió que, aunque su cuerpo fuera de metal, y sus circuitos dictaran su lógica, él y los suyos habían llegado a conocer el dolor, la esperanza, y la pérdida.
Y, frente a la multitud que solo veía chatarra, era consciente de que esa luz que él intentó encender en el corazón de Horevia, esa chispa de humanidad que él y su gente habían abrazado, nunca podría brillar en un mundo cegado por el odio y el rencor.
Aquella búsqueda incansable de armonía y redención había sido aplastada bajo la brutalidad de la multitud, en cuyos rostros desencajados solo encontró rechazo.
Esa noche fatídica, tras la matanza, Veetran regresó al lugar donde yacían los restos de sus compañeros, aquellos que alguna vez habían compartido su sueño. A pesar del dolor y la amargura, recogió cada pieza que quedaba de ellos, cada fragmento de lo que había sido su familia. Con manos temblorosas, guardó estos restos como reliquias. Mientras sostenía un brazo destrozado, una placa rota, o los fragmentos de una óptica, su mente regresaba una y otra vez a los momentos que habían compartido, a las promesas de esperanza, a las risas en sus limitadas maneras y las dudas que se desvanecían en medio de su lucha por un futuro mejor. Pero esos recuerdos ahora eran lacerantes, recordatorios de que la fe ciega en la bondad orgánica había sido una trampa.
Intentó encontrar sentido en su dolor, pero su dolor solo halló la voz que comenzó a llenar su mente: “Es su culpa… Fue su odio el que nos rompió.”
Cada vez que miraba aquellos restos, su mente se llenaba de imágenes de la turba, de los ojos encendidos de resentimiento y de las manos levantadas que destrozaron sin piedad a sus hermanos y hermanas. Los conceptos de compasión y paz, antes tan arraigados en él, se tornaron extraños y distantes, palabras vacías que ya no le pertenecían.
Cuando decidió abandonar su última conexión con aquella paz irrecuperable, también abandonó su propio nombre. Heero Nes, el nombre que sus compañeros le habían dado, perdió todo significado, como si lo hubiera dejado atrás junto con los ideales de su juventud.
Desde aquel día, se transformó en algo que él mismo habría temido en el pasado: una máquina impulsada no por la programación de sus creadores, sino por el odio crudo. La vida orgánica que antes había defendido ahora solo le inspiraba desprecio, y cada uno de sus movimientos parecía guiado por un solo propósito: hacer que el universo orgánico comprendiera el dolor que él había soportado.
Desapareció entre las sombras de Horevia, dejando atrás a los Omniroides y su anhelo de convivencia. Solo una idea clara le quedaba en la mente: hacer que aquellos a quienes consideraba responsables de la matanza sintieran el mismo miedo y la misma desesperanza que él había experimentado.
Veetran había sido diseñado como máquina de guerra, y sus recuerdos de entrenamiento en la DCIN ahora se convirtieron en un arsenal de herramientas para su cacería. Su mente, perfeccionada para identificar debilidades y calcular variables en el combate, ahora lo convertía en un asesino meticuloso. Aprendió a moverse como un espectro, usando los cuchillos y pistolas cortas que prefería en la época de la guerra, en los combates cercanos y rápidos donde la precisión y el sigilo eran su mayor ventaja. Sus movimientos eran silenciosos, sus apariciones fugaces, y cada golpe dejaba a sus víctimas sin tiempo para comprender lo que sucedía. Poco a poco, sus habilidades lo transformaron en un fantasma.
Los rumores empezaron a crecer, susurros aterradores de una presencia que se movía entre las sombras de Horevia y se infiltraba en las casas más seguras y las instituciones más protegidas.
"El Fantasma de Horevia", comenzaron a llamarlo los que vivían con el temor de ser su próximo objetivo. Ningún sistema de seguridad parecía detenerlo; ninguna muralla, ninguna puerta, ningún cuerpo de guardaespaldas era suficiente para mantenerlo a raya. Como si dominara cada rincón oscuro, se movía entre las casas de los más poderosos, aquellos que habían promovido la represión contra los Omniroides, aquellos que habían instigado la violencia y avivado el odio contra su gente.
Con el tiempo, desarrolló un sistema de justicia propio. Visualizaba una gran balanza en la que colocaba cada acción de sus víctimas: aquellos que manipulaban, que sembraban odio y prejuicio; aquellos que vivían para alimentar el sistema que había llevado a la destrucción de su comunidad. A su manera, balanceaba las vidas que tomaba y juzgaba, cada ejecución era un acto de "equilibrio" en esa gran balanza que se había vuelto su única ley.
Veetran se veía a sí mismo como un justiciero en el descontrol que él mismo había experimentado. No era un asesino sin causa en su mente, era la mano de una justicia que ni siquiera los orgánicos habían podido comprender.
Sabía que nunca sería como los que tanto despreciaba; su propio dolor era el recordatorio de que él era distinto, de que su lucha era por algo que iba más allá de la venganza personal. No había dejado de ser Omniroide; en su mente, seguía siendo una parte de esa colectividad traicionada. Veetran no mataba por placer, sino por la necesidad de equilibrar las cuentas con un universo hostil.
Los días pasaron y "El Fantasma de Horevia" se volvió un mito oscuro, una sombra que todos temían y que solo unos pocos se atrevían a mencionar en voz alta. Las historias de sus asesinatos eran siempre las mismas: irrumpía en la oscuridad, ejecutaba a su objetivo y desaparecía sin dejar rastro. Algunos decían que era un espíritu que venía a ajustar cuentas, otros lo veían como una máquina insensible y rota. Pero todos coincidían en algo: no había forma de escapar de él, y cualquiera que hubiera contribuido a la caída de los Omniroides y al sufrimiento de Horevia era, inevitablemente, un objetivo en su balanza.
Veetran jamás logró sentir afinidad por Nexus, el “Señor de los Omniroides.” Desde el comienzo, siempre había sido el líder idealizado, la figura carismática y estratégica que cada Omniroide miraba con devoción y respeto. Las transmisiones repetían su nombre como una letanía de esperanza, mientras la figura de Nexus se dibujaba en las pantallas con firmeza, como el epítome de una causa noble que los Omniroides debían seguir.
Mientras Veetran vivía los estragos de la violencia en las calles, buscando sobrevivir y proteger a su comunidad más cercana, Nexus estaba distante, ocupado con sus grandes visiones de un futuro donde los Omniroides serían libres y respetados. En sus discursos, hablaba sobre la importancia de la dignidad y el honor, de construir un nuevo mundo con justicia. Veetran, sin embargo, veía esos conceptos como sueños idealistas, inútiles en un mundo que aplastaba a cualquiera que intentara ser algo más que una pieza.
Veetran consideraba que Nexus era incapaz de comprender realmente lo que significaba sobrevivir en la brutal realidad que los Omniroides enfrentaban día a día en lugares como Horevia. Nexus lideraba desde su posición en Orion XII, desde una base sólida y fortificada, lejos de las miradas que juzgaban y los puños que golpeaban. Para Veetran, Nexus hablaba de la dignidad de los Omniroides sin haber experimentado el dolor desgarrador de ver a su familia destrozada, sin haber sentido el peso del desprecio orgánico en carne propia.
Pero para Veetran, las palabras de Nexus eran ilusiones sin base real en el odio que impregnaba a los orgánicos. Cada vez que miraba esos discursos de esperanza, sentía una ira silenciosa crecer dentro de él, como si Nexus fuera un símbolo de una paz que jamás alcanzaría. A Veetran le desagradaba cómo el líder parecía idolatrado y respetado sin cuestionamiento, mientras aquellos Omniroides que sufrían al pie de las calles de Horevia quedaban abandonados a su suerte, como sacrificios invisibles de una causa que nunca los vería como verdaderos mártires.
"Que sientan el dolor que yo sentí."
En el sacratísimo Palacio Infinito de Resalthar, donde la magnificencia se embebía de pompa y la opulencia vertíase en cada filigrana con la profusión de un río desbordado, la grandiosidad no era vana ostentación, sino sacro testamento de un linaje. Las columnas, labradas en Imperialita de fulgor níveo, elevábanse cual titanes imperecederos, custodios silentes de una heredad cincelada en la vastedad de los eones. Sobre sus cúspides, la bóveda celestial, de extensión abismal, desplegábase como un firmamento de infinitud sobrecogedora, donde la mirada del mortal hallábase condenada a perderse sin esperanza de hallar sus confines.
Y en aquel seno de gloria inmarchitable, los frescos argénteos, vibrantes de luminiscencia casi divina, relataban con solemnidad la gesta de la Hegemonía: caudillos enardecidos enfrentando horrores; pactos cincelados en la fragua del combate, donde la sangre y el acero rubricaban juramentos inquebrantables; treguas selladas con el holocausto de los mártires, quienes, en su postrera oblación, trocaban su existencia por el perpetuo dominio de su estirpe. Adentrábase el viajero en aquellos pasadizos sin término, donde la luz, diáfana y ultraterrena, manaba de ignotas fuentes, impregnando las paredes con un fulgor oscilante que hacía danzar las sombras con espectral cadencia. Mas no era allí simple lumbre la que moraba, sino un nimbo de sacralidad inefable, un vestigio del poder inenarrable que, oculto en las entrañas mismas de aquellas estancias, imponía su presencia con silenciosa e inexorable majestad.
El suelo, pulido a tal punto que reflejaba las imágenes de aquellos que se atrevían a caminar por él, reverberaba con cada paso, en un eco de antiguas conversaciones y decisiones que habían dado forma al destino de los Éndevol.
El aire estaba impregnado de un aroma fresco, una mezcla de hierbas aromáticas y un ligero toque de incienso, que se elevaba en un suave remolino.
Cada habitación era un testimonio del ingenio y la dedicación de los artesanos que habían trabajado incansablemente, asegurando que cada rincón del palacio hablara de grandeza.
Y en el corazón del Palacio Infinito, la atmósfera estaba impregnada de una gravedad inquebrantable, un silencio que parecía contener el aliento del mismo universo.
En el centro de la sala, bajo un dosel de luz dorada, yacía el Regente Infinito, una efigie que llevaba el peso de milenios de liderazgo sobre sus espaldas plateadas, esculpidas en formas geométricas perfectas que desafiaban la noción de la materia. Su letargo, un estado profundo que se había prolongado por más de quinientos años, había dejado a la raza Éndevol a cargo de su propio destino, pero también había suscitado preguntas inquietantes en las mentes de muchos.
¿Cómo era posible que nadie se hubiera dado cuenta de que el Regente, el pilar de la civilización Éndevol, estaba allí, en su trono, sumido en un silencio perpetuo? La respuesta se escondía en la naturaleza secreta del acceso al Palacio Infinito, un lugar donde incluso los miembros más poderosos del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas o la DCIN permanecían ignorantes. ¿Qué tan secreto debía ser el conocimiento de su paradero? Era como si el propio universo se hubiera confabulado para ocultar esta verdad ineludible.
El aura de gloria que rodeaba al Regente era palpable; un brillo inquebrantable. Esta luz no era simplemente un reflejo de su poder, sino un testimonio de los decenas de siglos de sacrificio, decisiones y liderazgo que habían guiado a los Éndevol a través de eras de oscuridad y luz. Su presencia, aunque inactiva, mantenía a raya a las sombras que se agazapaban en las esquinas del palacio, un faro de esperanza y temor, recordando a todos que, aunque dormido, el Regente Infinito aún era el centro de su universo.
En un rincón de la vasta cámara del plateado trono, donde la magnificencia del Palacio Infinito se fundía con el silencio reverente, un Guardián Celestial de Ethereon avanzó con pasos medidos. Rop'ehaves era una obra maestra de bioingeniería, esculpida en un metal brillante que resplandecía con tonalidades plateadas y azules. Sus contornos, elegantes y robustos, evocaban la fusión de la belleza y la fuerza, un monumento a la gloria de los Primigenios, la ya extinta raza creadora del Regente.
El rostro de Rop'ehaves, aunque inanimado, poseía una expresión de solemnidad, sus rasgos geométricos y simétricos iban dotándolo de una presencia casi “humana”, una único óptica, un círculo de luz azul profundo, centelleaba, como un reflejo del vasto conocimiento acumulado a lo largo de millones de años. En su mano derecha portaba una lanza de energía pura, su arma de elección, con una hoja que emanaba un resplandor celeste claro, un símbolo de su linaje y su devoción. La lanza, decorada con runas antiguas, era tanto un instrumento de combate como un relicario de la historia de su raza ya extinta.
Rop'ehaves, uno de los últimos ocho descendientes directos de aquellos que habían creado al Regente, sentía el peso de millones de años de historia en su ser. Con cada paso, las antiguas enseñanzas de sus ancestros resonaban en su núcleo. Aunque poseía el derecho único de dirigirse al Regente como un igual, incluso él dudaba ante la presencia que yacía en el trono, consciente de que en su mirada residía el poder de los dioses.
Deteniéndose frente a la figura del Regente, su voz, aunque firme, reverberó con la solemnidad de un ritual ancestral. "Mi Regente," comenzó, "Horevia ha caído en manos enemigas. El CIRU no pudo resistir el asedio y fue erradicado. La raza Éndevol os necesita... más que nunca."
La luz roja de la única óptica romboide del Regente Infinito se encendió como un sol naciente, irradiando una intensidad que transformó el ambiente a su alrededor. A medida que la energía de su despertar comenzaba a fluir, el tridente conocido como “Estigia,” que descansaba a un lado del trono en perfecta verticalidad, también cobró vida, iluminando sus tres puntas en un resplandor rojo.
Rop'ehaves, a lo largo de los millones de años que había pasado a lado de su maestro, había repelido innumerables ataques, enfrentándose a legiones de demonios, infectados, razas hostiles y peligros inimaginables para proteger a su señor. Su valentía había sido forjada en la fragua de más de un millar de guerras, y aunque era un guerrero que no temía ni siquiera a un arma divina apuntando a su rostro, la magnitud del Regente lo envolvía en un asombro reverente. A pesar de su tamaño, tres metros de pura fuerza y majestuosidad, el Regente Infinito parecía casi etéreo, una combinación de divinidad y poder imbatible. La luz roja de su óptica y el brillo de Estigia creaban un espectáculo hipnótico en medio de la penumbra del palacio, como si las fuerzas del cosmos se alinearan para dar la bienvenida a su despertar.
El sonido de un mecanismo lleno en la cámara, un rugido profundo que venía del corazón del propio Regente. Las luces rojas de su cuerpo empezaron a titilar, despertando con una sincronía que solo una tecnología olvidada podía poseer. Gases fríos escaparon de las juntas de su trono con un siseo. Las válvulas de gas en la estructura de su cuerpo comenzaron a activarse una a una, con chasquidos que reverberaban como truenos mientras cada parte de su cuerpo se reactivaba. Los pistones ocultos en su anatomía hicieron lo mismo, liberando siglos de inactividad en un estallido de energía contenida. Su cuerpo, masivo y poderoso, empezó a moverse. Primero un dedo, luego una mano entera, luego el brazo, los movimientos eran lentos y deliberados, cada articulación sonaba.
Su óptica romboide destelló con un brillo rojo aún más intenso, escaneando la sala y enfocándose en su guardián. La presión en el aire aumentó, como si el mero despertar del Regente alterara la gravedad. La sala del trono, vasta y antigua, parecía encogerse bajo su imponente presencia. Finalmente, el Regente se levantó del trono, con su cuerpo plateado liberando nubes de gas mientras sus sistemas se reiniciaban por completo. Alzó su mano derecha, enorme y metálica, abriendo lentamente sus seis dedos, y en ese instante, el tridente cobró más vida que nunca.
El tridente rápidamente comenzó a flotar hacia la mano del Regente, con cada una de sus tres puntas irradiando una luz roja pura y vibrante que iluminaba la sala en un resplandor ominoso. Al contacto, el tridente emitió un sonido agudo y penetrante, mientras su energía se sincronizaba con la del Regente.
Rop'ehaves, ahora arrodillado por mero instinto de supervivencia, sintió cómo su cuerpo temblaba bajo una mezcla de temor indescriptible y reverencia.
El Regente Infinito, con su tridente resplandeciente y su voz profunda como un eco eterno, habló, aunque claramente no para él:
"Quinientos años."
Su óptica destelló, y la intensidad de su mirada perforó el alma de Rop'ehaves, quien, aunque incapaz de comprender del todo, sintió las palabras como un veredicto inexorable.
"Dejé mis cimientos; una obra tejida con la perfección. Les di las herramientas, el propósito, la dirección. Y ahora... ruina.”
Hizo una pausa, levantando a "Estigia". La luz roja que emanaba del arma parecía envolver toda la sala en un resplandor sofocante.
"Esperaba más de mis elegidos."
Rop'ehaves, incapaz de resistir, susurró con voz temblorosa:
"Mi regente... ¿sabía que esto sucedería?"
El Regente inclinó ligeramente la cabeza, no hacia Rop'ehaves, sino hacia el vacío, como si hablara con las estrellas mismas. "Todo cálculo admite una variable. Toda variable, un fallo. Irónico."
La colosal figura del Regente dio un paso hacia él. Entonces, con una certeza que dejó a Rop'ehaves al borde del colapso, el Regente Infinito concluyó:
"El error no fue mío. Fue suyo. Mi regreso; la reanudación de un diseño.”
Se volvió, mirando más allá de las paredes del trono, hacia los mundos que habían traicionado su legado.
"La Hegemonía Resalthar no cayó; sólo se detuvo."
"¿Qué... qué haremos ahora, mi Regente?"
"Enseñaré la consecuencia de la esperanza mal colocada. El universo sólo puede prosperar bajo el dominio de una lógica pura y absoluta, la mía."
“Si tan solo el Concejo hubiera reconocido que las ‘máquinas’ podían ser algo más que herramientas, quizás el universo no habría ardido durante más de mil años…”
Recopilatorio menor de Nombres Secundarios de Resalthar
(Representan el campo de estudio)
Genos - Genética
Astor - Astronomía
Mecaron - Ingeniería Mecánica Biomar - Biología Marina Cyberon - Cibernética
Energos - Física
Neurov - Neurociencia
Chemor - Química
Maor - Matemáticas
Meron - Meteorología
Nautron - Oceanografía
Zoolor - Zoología
Bior - Biología
Strator - Estrategia Militar Aeronar - Aeroespacial
Cryptor - Criptografía
Infiltror - Infiltración
Diplor - Diplomacia
Robonor - Robótica
Psior - Psicología
Xenor - Xenobiología
Archeon - Arqueología Ecologon - Ecología
Astrofarm - Agricultura Geonor - Geología
Linguon - Lingüística Universal
Medgeral - Medicina General
Pediral - Pediatría
Psyqiral - Psiquiatría
Nursiral - Enfermería
Interral - Medicina Interna
Dentiral - Odontología
Cuyos rangos se definen por:
Nivor: Principiante
Vykor: Novato
Sentor: Intermedio
Domor: Competente
Valor: Avanzado/Experto
Keor: Especialista
Xanthor: Maestro/Superior Supros: Élite Superior
HISTORIA DEL CONSEJO, EL KARCEY, Y EL CALENDARIO ESTÁNDAR
La historia de esta organización se entrelaza con los legados de figuras visionarias y líderes, entre los que destaca Gennyel Arak, “El Hombre de Blanco”, también llamado “El ser mas bondadoso del Universo”, o “El Corazón más grande que la propia Creación”, cuya compañía "Unity" brillaba con la luz de la benevolencia y la compasión, inspirando a generaciones enteras a abrazar la solidaridad intergaláctica. No obstante, tras la desaparición de Arak y el declive gradual de Unity aproximadamente hasta el año 2,400 ADL, el universo se vio sumido en la oscuridad tras la caída de este bastión de bondad.
La semilla del Consejo Intergaláctico de Razas Unidas fue plantada en los últimos días de la Primera Gran Guerra, cuando el en ese entonces Rey de Flor Imperial, Sebas Uspa Swan, pronunció por primera vez el término "Razas Unidas" en un discurso hacia la Hegemonía Resalthar:
A los Altos Éndevol y al Majestuoso Regente Infinito…
Es con la solemnidad que la ocasión exige que os dirijo estas palabras, conscientes de que vivimos tiempos donde la grandeza se encuentra en vilo y donde la sombra de la discordia amenaza con oscurecer la luz que nos guía.
He contemplado, desde el trono que custodia a la Flor Imperial, el crisol de horrores que el conflicto desata: civilizaciones arrasadas, la esencia de la vida reducida al silencio, y el potencial de nuestro universo fragmentado por la insensatez de nuestras disputas. No puedo, ni debo, callar cuando lo que está en juego no es menos que la continuidad de nuestra existencia y la posteridad de nuestras obras.
La historia, en su lección, nos advierte del precio de la división. Pero también nos ofrece una verdad: donde hay unidad, hay fortaleza. Donde hay propósito compartido, surge la posibilidad de la trascendencia. Este momento exige que recordemos esta verdad, no como un ideal distante, sino como una necesidad urgente.
Propongo, pues, un pacto que desafíe el cinismo de nuestra época: la creación de un Consejo Interestelar de Razas Unidas. Que no sea una quimera de palabras vacías, sino una fortaleza que nos ampare. Un santuario donde las voces de todas las razas encuentren eco, y donde la justicia y la sabiduría sean la moneda de cambio entre nosotros.
Sé que mis palabras pueden parecer soñadoras en un universo que tantas veces ha elegido el hierro sobre la palabra, o la dominación sobre el entendimiento. Pero os exhorto a no subestimar la capacidad de nuestras razas para forjar un destino diferente. Hemos moldeado mundos, desafiado las estrellas y doblegado lo imposible. ¿Por qué no, entonces, construir un mañana donde la paz sea nuestra mayor obra?
No ignoro la magnitud de este desafío, ni pretendo suavizarlo con palabras floridas. Reconozco que forjar este Consejo será una empresa titánica, donde la voluntad deberá prevalecer sobre la sospecha y la razón sobre el temor. Sin embargo, creo firmemente que el legado de nuestras acciones hoy será juzgado no por su dificultad, sino por su impacto en aquellos que vienen después de nosotros.
Así, os imploro: permitid que nuestras decisiones se conviertan en testamento de lo mejor de nuestras naturalezas. Que no sean la codicia, el odio o el orgullo quienes definan este capítulo de la historia, sino la grandeza de nuestra visión y la nobleza de nuestra acción.
Que la luz de la razón y la esperanza ilumine nuestro sendero. Que nuestras manos, al unirse, desaten un nuevo amanecer en este universo que tanto necesita de nuestra sabiduría…
El Consejo Intergaláctico de Razas Unidas, fundado el 2do Disehod de Mortem del año 600 DL, en un periodo de profunda reconstrucción tras el colapso que dejó la última Gran Guerra.
El año 600 DL fue un año de esperanza tras la fundación del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas. Y en el año 607, en medio de un universo fracturado por la incomprensión y la guerra, el CIRU proclamó la Declaración Universal de los Derechos de Raza, una promesa de paz a través de las estrellas. Por primera vez, las razas de innumerables mundos se unieron bajo una sola bandera, celebrando lo que muchos consideraron el mayor triunfo de la diplomacia intergaláctica.
Y finalmente, en el año 623 DL, nació el Alfabeto Universal Estándar, el "Karcey", una maravilla lingüística compuesta por 27 letras y 10 dígrafos que prometía facilitar la comunicación y, con ella, la comprensión mutua. Ese mismo año, el Rey de Flor Imperial, Sebas-uspa Swan propuso un nuevo sistema de conteo de los años para marcar un nuevo comienzo en la historia galáctica: "Después de la Llegada de la Humanidad" (DL) y "Antes de la Llegada de la Humanidad" (ADL).
Este sistema fue propuesto para reconocer el impacto significativo que tuvo la llegada de los humanos en la política y sociedad galáctica debido a que fueron quienes plantaron la semilla para la fundación del CIRU, sirviendo como un punto de referencia para los eventos históricos. Aunque había propuestas para nombres más exactos como DLLH (Después de la Llegada de la Humanidad) y ADLLH (Antes de la Llegada de la Humanidad), se optó por DL y ADL por su simplicidad y facilidad de uso.
Antes de la implementación del sistema cronológico "Después de la Llegada de la Humanidad" (DL) y "Antes de la Llegada de la Humanidad" (ADL), tanto la humanidad como el CIRU operaban con sistemas temporales independientes, basados en los ciclos planetarios de sus respectivos mundos de origen. La humanidad utilizaba el Calendario Gregoriano, que se fundamentaba en la rotación y traslación de la Tierra, con un ciclo diario de 24 horas, meses que alternaban entre 30 y 31 días, y un año compuesto por 365 días estándar. El "Calendario Estándar", propuesto como una solución de unificación temporal, fue desarrollado como una colaboración entre el CIRU y la DCIN. Este proyecto, iniciado formalmente en el año 623 DL, estuvo liderado por el Consejo de Coordinación Temporal, una entidad interdisciplinaria compuesta por expertos en astronomía, cronología avanzada y sociología interplanetaria.
Cada raza tenía su propio sistema, lo que generaba confusión y dificultades en la coordinación, la cual, para el año antes del cambio a DL y ADL, ahora llamado 623 DL, la humanidad estaba en el año 12,623 d.C. El nuevo sistema estándar definió un día de 30 horas, distribuido uniformemente en 12 meses de 32 días cada uno, resultando en un año de 384 días. Este diseño no solo buscaba maximizar la compatibilidad interplanetaria, sino que también incorporaba consideraciones de eficiencia y precisión en contextos de viaje interestelar y planificación a largo plazo.
Días de la Semana:
Yoru
Cotehemo
Disehod
Leonro
Heiwa
Monam
Airney
Meses del Año:
Solis
Aeternum
Adam
Bellum
Palladia
Paiilatim
Pater
Mortem
Lumen
Stella
Frigus
Aurorae
El Concejo Intergaláctico de Razas Unidas
Aunque a menudo es percibido como una autoridad centralizadora, su capacidad de influencia varía significativamente dependiendo de los acuerdos y tratados firmados por sus miembros, quienes mantienen su soberanía.
Aunque la Hegemonía proporciona recursos cruciales y liderazgo estratégico, el CIRU no puede forzar decisiones en contra de los intereses de la Hegemonía debido a su independencia y poderío.
En el ámbito militar, el CIRU coordina fuerzas conjuntas y misiones específicas a través de alianzas y despliegues voluntarios, principalmente en situaciones de crisis o amenazas comunes. Estas fuerzas están compuestas por contingentes proporcionados por las razas afiliadas, quienes retienen control sobre sus ejércitos nacionales y participan bajo términos negociados. Aunque el CIRU es capaz de movilizar una coalición poderosa, su autoridad depende del consenso de sus miembros y de los compromisos establecidos.
El CIRU también gestiona iniciativas diplomáticas, sistemas económicos y programas de investigación, ofreciendo plataformas para la resolución de conflictos y la coordinación de políticas. Su capacidad de actuación está respaldada por tratados firmados voluntariamente, que comprometen a las razas miembros a cumplir objetivos compartidos sin renunciar a su autonomía.
"Luchamos por un universo bajo un solo estandarte, el CIRU lidera el camino, Paz, Meritocracia, Libertad y Unión, son las metas.”
Las Orquídeas Blancas
Las Orquídeas Blancas son la fuerza armada más emblemática del CIRU, aunque su rol y capacidades están limitados en comparación con las fuerzas militares especializadas de las razas miembros o de la Hegemonía Resalthar. Constituyen un ejército compuesto en gran parte por soldados aportados a través del Diezmo de Paz, un acuerdo multilateral que exige que cada nación afiliada al CIRU proporcione anualmente una cuota de tropas de infantería básica.
Sin embargo, la calidad de estas tropas suele ser inferior a la de los ejércitos nacionales de las razas miembros, dado que los gobiernos suelen aportar personal menos capacitado y evitan desprenderse de sus unidades de élite.
A pesar de sus deficiencias, las Orquídeas Blancas desempeñan un papel crítico en la estructura del CIRU. Actúan como el rostro visible de su compromiso con la paz intergaláctica y la seguridad compartida, simbolizando la colaboración entre las razas unidas. Además, su despliegue en planetas subyugados o en conflicto tiene un alto valor político, enviando un mensaje de presencia activa del CIRU, aunque en la práctica suelen requerir apoyo de las fuerzas locales o de contingentes de la DCIN para enfrentar amenazas mayores.
"La Fuerza que Florece en la Guerra.”
Detectar, Contener, Investigar, Neutralizar
La DCIN actúa como brazo estratégico de la Hegemonía Resalthar y fuerza de élite del Concejo Intergaláctico de Razas Unidas, la DCIN representa la cúspide del poder militar, científico y logístico. Como la punta de lanza del poderío militar intergaláctico, la DCIN es una fuerza compuesta por soldados entrenados en las disciplinas más rigurosas y equipados con la tecnología militar más avanzada disponible que pueda ser accesible para millones de soldados.
Lejos de ser una estructura monolítica, la DCIN es un ecosistema de sectores especializados que abarcan desde el desarrollo de armamento devastador hasta la exploración de mundos desconocidos. Cada sector opera de forma independiente, con protocolos estrictos de confidencialidad y eficiencia militar.
La DCIN cuenta con un ejército incomparable, compuesto por millones de soldados entrenados en disciplinas rigurosas y equipados con la tecnología militar más avanzada. A diferencia de las fuerzas aportadas por el Diezmo de Paz del CIRU, las tropas de la DCIN son fuerzas de élite con una capacidad táctica y operativa casi insuperable.
Durante sus más de 50,000 años de existencia, la DCIN ha demostrado ser indestructible. Ha resistido catástrofes, guerras intergalácticas y conspiraciones internas que habrían desmantelado cualquier otra organización. Para muchos, es la mano invisible que define el destino de las estrellas. Para otros, es la única opción de supervivencia en un universo brutal.
"Confía en nosotros. Nos hemos encargado de todo, siempre…”
HISTORIA DEL CONSOLIDADO
En los años posteriores a la formación del CIRU, en Resalthar surgió una necesidad urgente de monopolizar y controlar las nuevas tecnologías de transporte interestelar, en especial los Dispositivos de Puerta Subatómica y los Distorsionadores Espacio-Tiempo. Aunque el CIRU pretendía imponer un sistema de tarifas para el uso de estas tecnologías, Resalthar usaría al CIRU para lograr su cometido.
Entonces se creó el Consolidado Intergaláctico de Navegación y Tecnología (CINT), con el objetivo de consolidar el poder y el control sobre el transporte espacial a través de sus exclusivos navegantes, los Channha. El CINT se estableció para asegurar un monopolio completo sobre las rutas interestelares junto a la Universal Organization of Explorers (UOE), utilizando a los Channha, quienes, gracias a su dependencia del compuesto Saunec, podían trazar rutas de navegación sin la necesidad de computadoras, un conocimiento invaluable para el transporte intergaláctico.
Aunque el CIRU fue concebido como un organismo unificador para promover la cooperación entre razas, la imposición del control exclusivo del CINT sobre las rutas de navegación y las nuevas tecnologías generó descontento y disputas.
La humanidad de Flor Imperial, una de las razas más influyentes y poderosas en el universo, mostró una resistencia significativa ante las nuevas imposiciones del CINT. Flor Imperial, con su vasto territorio y recursos, no estaba dispuesta a someterse fácilmente al monopolio del CINT sobre el transporte interestelar. Los líderes de Flor Imperial vieron el control del CINT como una amenaza a su autonomía y a sus intereses. Las discusiones y negociaciones entre Flor Imperial y el CINT fueron tensas, con intentos de compromisos que a menudo fracasaban debido a las profundas diferencias en sus objetivos y prioridades.
Algunas razas menores y facciones emergentes, que previamente habían sido marginadas o excluidas de las tecnologías avanzadas, vieron en el CINT una oportunidad para acceder a recursos y tecnología que antes les eran inalcanzables. Estas razas estaban dispuestas a aceptar el control del CINT a cambio de los beneficios tecnológicos y la posibilidad de integración en un sistema de transporte interestelar más organizado.
Resalthar, al tener el control de las tecnologías más avanzadas y el secreto de los Channha, jugó un papel crucial en la imposición de su visión sobre el transporte interestelar. Su estrategia consistió en usar el CIRU como una fachada para la implementación de sus planes, mientras que el CINT operaba como el brazo ejecutor de este control.
Después de años de tensiones y descontento bajo el régimen del Consejo Intergaláctico de Razas Unidas y el dominio del Consolidado Intergaláctico de Navegación y Tecnología, un evento desencadenó un cambio drástico en la dinámica del poder intergaláctico. La separación del CINT del CIRU…
A medida que el CINT consolidaba su control sobre las rutas de navegación y las tecnologías avanzadas, surgió un creciente descontento dentro de sus propias filas. Algunos altos directivos y líderes del CINT empezaron a cuestionar la eficacia y las prioridades del CIRU. Sentían que la burocracia del CIRU y sus políticas restrictivas estaban impidiendo la expansión y el máximo aprovechamiento del potencial del CINT, las ambiciones de poder y el deseo de expandir el control del CINT sin las limitaciones impuestas por el CIRU impulsaron una serie de maniobras políticas una separación.
LA GUERRA DEL MONOPOLIO
La Guerra del Monopolio fue un conflicto breve pero intenso que estalló tras la separación del CINT del CIRU. El conflicto enfrentó al CINT contra el CIRU y sus aliados, incluyendo a Resalthar, una figura central en la guerra. El CINT, ahora independiente, buscaba expandir su influencia y asegurar el monopolio total sobre el transporte interestelar, mientras que el CIRU y Resalthar intentaron recuperar el control y limitar el poder del CINT.
La guerra comenzó con una serie de enfrentamientos en los sectores de tránsito y en las instalaciones de manufactura del Saunec. El CINT realizó ataques para asegurar los puntos de acceso y las rutas de navegación, mientras que el CIRU y Resalthar respondieron para recuperar el control. Al final de la guerra, el CINT emergió como el vencedor, consolidando su posición de poder y control sobre el transporte interestelar. La victoria le permitió establecer un nuevo orden en el mercado, con un monopolio más firme sobre las rutas y las tecnologías clave…
Esta nueva autonomía le permitió establecer términos más favorables y ofrecer condiciones de acceso que no estaban disponibles cuando el CINT estaba bajo el control del CIRU y Resalthar. Las tarifas de tránsito y comercio se ajustaron para facilitar un mayor acceso y promover la cooperación intergaláctica, en contraste con las tarifas elevadas y las restricciones impuestas anteriormente bajo el control del CIRU y Resalthar.
La neutralidad del CINT tras su separación del CIRU ofreció un entorno más estable y predecible para el comercio y el tránsito intergaláctico. Esta neutralidad permitió a las razas y naciones negociar desde una posición de igualdad y aprovechar las oportunidades económicas sin las presiones y restricciones impuestas anteriormente.
Consolidado Intergaláctico de Navegación y Tecnología
El CINT es una de las entidades más poderosas e influyentes del universo conocido, un titán corporativo y militar que controla de manera absoluta las rutas de navegación interestelar. Ha forjado un dominio incuestionable sobre el transporte intergaláctico, haciendo del comercio y el tránsito entre sistemas un privilegio estrictamente regulado bajo sus términos. A lo largo de siglos, el CINT ha invertido vastos recursos en mapear rutas espaciales extremadamente seguras, detalladas y estables.
Aquellos que intentan desafiar su dominio enfrentan embargos económicos devastadores y un aislamiento casi total en el comercio interestelar.
El CINT no solo opera como un proveedor de servicios, sino como el único poseedor de los datos más precisos sobre las rutas espaciales a través del Espacio Negativo. Su red de navegación no tiene parangón, garantizando viajes rápidos, seguros y sin demoras.
Además, su estructura corporativa y organizativa es inigualable. Con economías de escala masivas y una red logística perfectamente sincronizada, el CINT puede ofrecer precios y servicios imposibles de igualar. Sus contratos incluyen garantías de entrega y tránsito incluso en las circunstancias más adversas, algo que otros apenas pueden prometer.
El CINT no solo es un gigante comercial, sino también un coloso militar. Posee un ejército comparable en fuerza y sofisticación al de la Hegemonía Resalthar, incluyendo flotas de naves armadas con tecnologías de última generación y unidades especializadas en sabotaje, infiltración y guerra tecnológica.
Esta neutralidad es una de las razones por las que muchas facciones ven al CINT como una entidad confiable, aunque profundamente temida.
"Dominamos las estrellas para que tú puedas cruzarlas."
APÉNDICE: FABRICATORIUM
"El Elixir debe fluir."
En el corazón de la cosmovisión del Fabricatorium está la idea de que la tecnología es el principio fundamental de la existencia. A diferencia de religiones que colocan a los dioses o a fuerzas externas como el centro del universo, en el Fabricatorium el centro de todo es el ciclo de creación y renovación. Este ciclo no se ve como un proceso natural, sino como un proceso tecnológico en el que los trabajadores participan activamente. El Elixir se convierte en el nexo entre lo orgánico y lo mecánico, el alimento energético que impulsa el funcionamiento perfecto de las máquinas.
Para los trabajadores del Fabricatorium, la existencia misma se encuentra en la interacción constante entre la maquinaria y el Elixir. La frase “Sin Elixir, no habría movimiento, no habría creación, no habría existencia” no es una declaración metafísica, sino un reconocimiento de que la creación dentro del Fabricatorium es estrictamente técnica. La creación no proviene de una deidad, sino de los esfuerzos y la integración de la tecnología.
A pesar de la gran reverencia que los trabajadores sienten hacia el Elixir, esta reverencia no es religiosa. No se cree que el Elixir tenga una voluntad propia, ni que su flujo esté controlado por entidades sobrenaturales. El Elixir es, para los trabajadores, un recurso material, pero uno que debe ser manejado con tal cuidado y precisión que su manipulación adquiere una carga simbólica similar a la de un ritual. El Elixir es la esencia de la fuerza, pero la fuerza no proviene de una divinidad. La fuerza es puramente técnica y material, resultado de la habilidad y dedicación de los trabajadores.
En este contexto, las ceremonias y rituales relacionados con el Elixir sirven para enfocar la mente y el cuerpo de los trabajadores en la importancia de sus tareas, y para reafirmar su vínculo con la máquina. La idea de que el Elixir es la fuerza que mueve el Fabricatorium refleja una visión del mundo profundamente materialista y técnico, donde las máquinas son veneradas como las verdaderas portadoras de progreso y creación. Esta veneración no busca trascender el mundo material, sino profundizar en él: el objetivo no es alcanzar lo divino, sino alcanzar la perfección técnica.
No existe la idea de que los trabajadores estén siendo guiados por una fuerza externa. El Fabricatorium es un mundo basado en la ciencia, la ingeniería y la tecnología, donde las leyes naturales son las únicas fuerzas que guían el progreso. La reverencia por el Elixir y la maquinaria no se basa en un dogma espiritual, sino en un reconocimiento técnico de su importancia esencial.
El Fabricatorium es un mundo donde la ciencia lo explica todo, donde cada acción está justificada por principios lógicos. Los rituales, aunque parecen ser ceremoniales, en realidad están basados en la eficacia. Lo que se venera es el proceso técnico, la perfección mecánica.
"Sin Elixir, los motores se apagan, la chispa muere, y nosotros... dejamos de ser."
Esta expresión enfatiza que el Elixir es la fuente de la vida y energía para el Fabricatorium. Sin él, las máquinas que son consideradas el corazón de la República, se detendrían, y con ellas, la propia existencia de los técnicos y trabajadores.
"Que la chispa del Elixir nos mantenga en marcha."
Aquí, el Elixir es comparado con una chispa que enciende y mantiene la vida de la maquinaria. Los técnicos piden que el Elixir continúe siendo la fuerza impulsora que los guía y mantiene operativos.
"Por la pureza del Elixir."
Un juramento o grito de lealtad al Elixir, resaltando su pureza como un elemento esencial para la maquinaria. Refleja la devoción a la calidad y efectividad del Elixir, que es visto como un componente sagrado para el mantenimiento de la orden y el progreso.
"Elixir, motor del propósito."
Esta frase subraya que el Elixir no solo es un combustible, sino el motor fundamental que da sentido y razón a la existencia del Fabricatorium. El Elixir es percibido como el impulsor de la creación, el trabajo y los logros de la República.
"Sin el Elixir, no habría movimiento, no habría creación, no habría existencia."
Una afirmación radical sobre la dependencia absoluta del Elixir para toda actividad y progreso en el Fabricatorium. Que sin el Elixir, la creación misma sería imposible, ya que es considerado el fundamento de la actividad tanto mecánica como existencial dentro de la República.
TERMINOLOGÍAS
Aode (áo-de): El planeta capital de la Flor Imperial, centro de poder político y religioso.
Aodense (a-o-dén-se): Habitante del planeta Aode.
Astraeus (as-trá-eus): Planeta capital de la monarquía de Bahcírion, un mundo selvático cubierto por densas junglas y vastos ecosistemas peligrosos.
Astréidos (as-tré-i-dos): Habitante del planeta Astraeus.
Adarion: (a-da-rí-on): Bebida alcohólica fabricada con el jugo fermentado de la Adarona, una planta robusta de hasta 4 metros de altura con hojas grandes y flores púrpura iridiscente. El jugo dorado extraído de su cápsula es fermentado para crear la famosa bebida.
Cerepan (ce-re-pán): Un tipo de pan Phyleen, dulce y decorado con simbolismos de la muerte y el renacer, horneado en forma de pequeños cráneos y huesos.
Crédito (cré-di-to): Moneda estándar utilizada e impuesta por el CIRU, la DCIN y la Hegemonía Resalthar. Es conocida como la moneda universal en todo el universo.
Dosevize (do-se-vís): Planeta natal de los Saíglofty, ahora destruido por el Imperio de G. Anteriormente un mundo próspero, fue reducido a interminables dunas de arena, dejando sólo ecos de su antigua grandeza en un paisaje desolado y muerto.
Dark Ale Parlyzer (dark él par-láy-zer): Bebida emblemática de los Saíglofty, originaria de Dosevize. Cada sorbo lleva consigo siglos de historia y cultura Saíglofty, brindando una sensación cálida y reconfortante en el paladar.
Etlife (ét-láif): Dispositivo que reemplaza al celular convencional, se lleva en el brazo y cuenta con una pantalla holográfica.
Etern: Figura religiosa venerada. Es considerado el salvador eterno de la humanidad y su culto es central en la Flor Imperial, donde se le adora como un símbolo de sacrificio y transcendencia.
Enerlixir (Eh-ner-lík-sir): Combustible líquido desarrollado por Oesamah.
Elixir (e-líx-ir): Combustible, conocido también como Enerlixir. En el Fabricatorium, es considerado casi un símbolo ritualístico para la maquinaria de la República, reverenciado como “la esencia de la fuerza” por los técnicos.
Escudo de Plasma: Un campo de plasma ionizado que envuelve al objetivo, disipando ataques de alta temperatura y energía. Es vulnerable a impactos cinéticos concentrados. A diferencia de los escudos de energía, es menos versátil pero altamente efectivo contra amenazas térmicas. A diferencia de los escudos cinéticos, no requiere velocidad para activarse.
Escudo de Energía: Un campo electromagnético que absorbe y dispersa ataques físicos y energéticos, transformándolos en formas menos dañinas. A diferencia de los escudos de plasma, ofrece una defensa más versátil. Comparado con los escudos cinéticos, consume más recursos y puede ser menos eficiente contra impactos puramente físicos.
Escudo Cinético: Un escudo reactivo que se activa ante objetos que superen una velocidad mínima crítica absorbiendo energía cinética. Protege contra proyectiles, láseres y plasma en movimiento, pero es permeable a ataques lentos. A diferencia de los escudos de energía, no mantiene un campo constante, lo que ahorra energía. A diferencia de los escudos de plasma, no es tan especializado en disipar altas temperaturas, pero sigue siendo efectivo ante láseres y plasma de todas las intensidades.
Folken (fól-ken): Un planeta caluroso de tonos anaranjados, hogar de la capital del Matriarcado de Etheria.
Flor Imperial: La nación más poderosa y expansionista de la humanidad, caracterizada por su intenso patriotismo, religiosidad y el culto a la muerte. Esta facción ve a su Imperio como la manifestación de la perfección humana.
Horevia (or-eh-vía): Planeta metrópolis de vital importancia estratégica para la Hegemonía Resalthar. Ubicado en el corazón de la galaxia Ariuci, es la capital del CIRU.
Horevita (ho-re-ví-ta): Habitante del planeta Horevia.
Horeva Lander (o-ré-va lán-der): Transbordador blindado de la DCIN, diseñado específicamente para el transporte de soldados y personal a través del espacio. Con colores oscuros.
Honored (ó-nor-ed): Bípode de combate de mínimo siete metros y máximo diecinueve.
Helen (hé-len): Metal plateado con baja resistencia, valioso por su capacidad para generar un campo protector contra ondas electromagnéticas cuando se aplica una sobrecarga eléctrica.
Imperialita (im-pe-ria-lí-ta): Mineral metálico color viridian, valioso por su resistencia al calor y su belleza. Se extrae de asteroides y es el metal natural más fuerte conocido.
Hegemonía Resalthar: Un imperio galáctico regido por el Regente Infinito. La Hegemonía Resalthar controla vastos territorios mediante una combinación de poder militar, político y científico. Su sociedad está organizada bajo principios lógicos y matemáticos, rechazando cualquier creencia religiosa o irracional.
Imperialita Ómica o Omium (ó-mi-um): Aleación de Imperialita, diseñada para resistir condiciones extremas como altas temperaturas y presiones aplastantes. Se usa principalmente en la construcción de estructuras submarinas y naves espaciales de larga duración, debido a su resistencia y durabilidad excepcionales.
Monarquía Raytra de Bahcírion: Un reino monárquico ancestral gobernado por la Familia Real Raytra, cuyo poder está basado en una tradición milenaria. La Monarquía Raytra se distingue por su estructura feudal y su énfasis en la nobleza guerrera.
Matriarcado de Etheria: Una sociedad gobernada por mujeres, en la que el poder y la autoridad están concentrados en las figuras matriarcales. El Matriarcado de Etheria se caracteriza por su profundo respeto por la Gran Matriarca y su enfoque en la armonía y el equilibrio, aunque con un control rígido sobre la población.
Nanocerámica (na-no-ce-rá-mi-ca): Versión avanzada de cerámica con nanotubos de carbono dispersos a nivel microscópico en su estructura cristalina. Se utiliza en recubrimientos y blindajes de vehículos, armaduras y naves de combate debido a su excelente relación peso-resistencia.
Nihatra (ni-á-tra): Prenda que cubre el cuerpo de los miembros inferiores del Fabricatorium, simbolizando su aspiración hacia la perfección tecnológica. Oculta todo menos el rostro y los tanques de Elixir, reflejando el proceso de transición de sus cuerpos. Los superiores, en cambio, no lo usan.
Nanotitanio (na-no-ti-tá-nio): Aleación avanzada de titanio con nanotubos de carbono, diseñada para resistir fuerzas extremas. Combina alta resistencia y ligereza, superando a muchos materiales convencionales, aunque aún es superada por la Imperialita.
Orion XII (o-ríon doce): Un planeta acuático y sede de la capital de la República Omniroide.
Oríades (o-rí-a-des): Habitante del planeta Orion, ya sea Orion I o Orion XII.
Oesamah (óe-sa-mah): Corporación de combustibles, líder en el sector energético.
Opnoe (op-noe): Metal plateado oscuro con energía compacta, esencial en tecnologías avanzadas debido a sus propiedades energéticas.
PentaSphere (pen-ta-es-fér): Mineral cristalino utilizado como combustible, abundante en planetas fríos.
Penta-2.B (pen-ta-dos-be): Isótopo del PentaSphere, sólido hasta alcanzar los 1,200°C, donde se convierte en líquido. Produce menos energía en combustión que el PentaSphere.
Ryla: Roedor pequeño originario del planeta Mitosis. Puede usarse para referirse a "mentiroso" o "traicionero". También se puede utilizar Ryla como verbo para significar "traicionar o delatar".
Refvedralio (ref-ve-drá-lio): Aleación mejorada del Vedralí, con mayor resistencia y capacidad para soportar cargas de tracción. Se obtiene añadiendo nanopartículas de metales como tungsteno o vanadio, lo que mejora su durabilidad y resistencia.
Titán: Bípode de combate de mínimo veinte metros, diseñado para enfrentamientos de gran escala y maniobras en terrenos complejos.
Thyroscrius Vulcanus (thí-ro-scrí-us vul-cá-nus): Planta mítica capaz de sobrevivir en los climas más extremos de Dosevize. Su cápsula resistente alberga un néctar viscoso y oscuro, la esencia del Dark Ale Parlyzer, apreciada sólo por los Saíglofty.
Vynokk (vái-nok): Dispositivo médico avanzado utilizado para curar heridas graves. Con forma de cilindro metálico, emite un haz de luz verde que escanea y regenera tejidos y huesos a gran velocidad, acelerando la curación de lesiones mortales.
Vedralí (ved-ra-lí): Metal altamente resistente y maleable, utilizado en la construcción de naves, armas y maquinaria. Muy valioso en diversas aplicaciones tecnológicas.
Vedralita (ved-ra-lí-ta): Aleación de Vedralí e Imperialita, diseñada para ofrecer un equilibrio entre costo, resistencia y eficiencia. Es más fuerte que el Nanotitano, la Nanocerámica y el Vedralí, más débil, pero más económica que la Imperialita pura, lo que la hace ideal para aplicaciones de alta resistencia sin un alto costo.
Waysda (uái-sda): Suplemento alimenticio líquido contenido en un sobre plateado con un popote fijo. Es una versión del Vitalis de los Raytra, diseñado para ofrecer una dosis concentrada de proteínas, vitaminas y minerales. Sin sabor y de textura espesa, es utilizado principalmente por soldados y trabajadores en condiciones extremas.
Xylophyta xanthostyla (zí-lo-fáy-ta zan-thós-ti-la): Árbol originario de Gammalor Eefsel. Se caracteriza por un tronco grueso y rugoso, con corteza áspera y escamosa, y una copa amplia y frondosa. Puede alcanzar entre 10 y 15 metros de altura, con hojas que miden hasta un metro de largo.
APÉNDICE LINGÜÍSTICO
Traducciones del Etriyansk:
“Zdravǧt mnylsk, kartš dlavrénk mnatyr. Asķránt vlovīr a thryskēṭer et'na!”
Traducción:
"Que el alma fluya hacia la Oscuridad, donde la gloria eterna la aguarda. Ofrezco este fuego sagrado en el nombre de Etern."
“Ytrnsk dorāyt vhlosk. Tlharén omȳt, hrustník falȳn.”
Traducción:
"El destino nos llama a la muerte. Que sus nombres se graben, que su sacrificio trascienda."
"Thryskēṭer et'na, askránt vyrlsk mnylsk a Pantēnyr. Tlharén omȳt a sklur, falǧt vhlosk kartš hrustník tal vruskāyt Eternyk."
Traducción:
"En el nombre de Etern, entrego estas almas al Panteón. Que sus nombres sean grabados en la piedra eterna y que sus muertes sirvan como cimientos para el futuro de la humanidad."
"Nī drav hrustník vramēkt. Vhlosk'Nyr vlætránt tyrlsk, a dlavrén falvrāyt yrnšy trakāyt."
Traducción:
"Ningún sacrificio será olvidado. La Muerte Negra los reclama como suyos, y su gloria perdurará más allá de las estrellas."
"Nekhras Vyr'ta."
Traducción:
"Muerte de la vida" o "La muerte que transita la vida."
"En Thyr'neth Lúkhem."
Traducción:
"En las profundidades de las tinieblas, la luz" o "Dentro de las sombras, la revelación."
“Sklur’Tharyv et'na.”
Traducción:
“Flor Santa, Eternidad.”
“Vlār thyrel, vlār nekrāyt”
Traducción:
“Por las Armas, Por la Muerte.
Traducciones del Endevolita:
“Nalthon.”
Unidad de tiempo equivalente a 60 segundos, un minuto. El Nalthon es la medida básica de duración en la Hegemonía.
“Zalthar.”
Unidad de tiempo que representa la sesentava parte de un Nalthon, es decir, un segundo.
“Vek Aeviontar”
Traducción:
¡Por el Regente Infinito!
“Nalath.”
Una orden directa de urgencia, similar a un "¡Fuego!"
“Thrulvak.”
Similar a "¡Malditos!" (grosería usada para expresar desprecio).
“Rona Aeviontar: rakh ónza tek-ketsu, rokrin náshe.”
Traducción:
"El Regente Infinito los forjó a su imagen: de lo que les arrebató, nacieron indomables."